La
aldea era como todas las demás, con un templo en el centro geográfico y las
casas y otras estructuras alrededor de el, y numerosos obstáculos
potencialmente peligrosos - hierros viejos oxidados, trampas caza bobos, pilas
de grandes troncos, postes empotrados en el suelo... - conformaban el
perímetro. En términos de arquitectura, obras de ingeniería, urbanismo y
desarrollo eran nulas las diferencias con otros asentamientos, porque en este,
que abarcaba una superficie de dieciséis y medio kilómetros cuadrados, el
estado de precariedad y deterioro eran abundantes y estaban presentes acá y
allá, excepto, claro está, en el templo, una estructura, la única que superaba
los dos metros de altura (tenía ocho, en dos niveles de tres y uno, el intermedio, de dos) que estaba bien
construida, equipadas, mantenida y ornamentada. Eso daba cuenta de que la
diferencia de clases era promovida por los dirigentes ilios, porque mientras
estos llevaban una existencia opípara, con toda clase de lujos, los dirigidos
pasaban necesidades varias y su vida era más bien mísera, y eso se daba porque
la Trinidad Benigna, eso les explicaban los líderes, les imponía esa prueba
constante para que los individuos pudieran superarla y demostrar así su
alineamiento y obediencia. Era, según la Trinidad (según los líderes) una
prueba para su fe, y tendrían como recompensa una existencia libre de
necesidades y sufrimiento. "Pero qué es esto, el desarrollo y la
urbanización pasaron de largo por acá...?", fue la primera e inmediata impresión
del Cuidador del Vinhäe, traspasando el perímetro, dándose cuenta que, al menos
en ese punto, las trampas caza bobos habían sido desactivadas, reacciones más o
menos idénticas, porque estas ya tenían el conocimiento previo, a las de
Isabel, Lidia y Lara. Las casas y otras estructuras estaban construidas en su
totalidad con madera, adobe y paja, y era evidente que los ilios no habían
usado planos ni nada parecido, simplemente erigieron las construcciones
siguiendo la característica disposición en espiral, teniendo al lujoso y
opulento templo en el centro, y no había otros caminos consolidados más que
esos dos que bordeaban el poblado y al templo, y otros cuatro que segmentaban
al lugar en cuadrículas. Al abandono lo completaban desperdicios acumulándose
en varios puntos, lo que demostraban el poco interés de los habitantes por el
medio ambiente, postes mal instalados, restos óseos de animales que eran
disputados por los miembros de una manada de hienas aparecidos de una espesura
cercana, enseres apilados desordenadamente en unas pocas de las casas, el
césped crecido a diferentes alturas, hierbas invasivas... "Mejor contemos
los aspectos positivos" - pidió la nena híbrida -, "nos va a llevar
menos tiempo". "Si es que hay alguno", dijo su madre. Estando
los cuatro adentro no demoraron mucho en advertir que algo monstruoso, grave y
horrible había pasado en esta aldea, algo parecido a lo que los Cuidadores
vieran y presenciaran en el Aig-Kal, sobre todo cuando notaron que decenas y
decenas de flechas y lanzas habían sido disparadas muchachos de las cuales
terminaron incrustarse en las paredes o el suelo, como si los ilios hubieran
intentado defenderse de un enemigo poderoso, algo o alguien contra lo que no
tuvieron oportunidades. Había impactos que evidenciaban una lucha no muy
extensa, débiles columnas de humo en una veintena de locaciones, y aún a la
distancia pudieron ver como la batalla había alcanzado al templo, el cual tenía
un enorme hueco en el muro frontal. "A ver si adivinan que es lo
peor...", indicó Isabel, señalando con los ojos a todos y ningún lado al
mismo tiempo, reafirmando aquello de que los residentes no pudieron o no
supieron como defenderse, e instintivamente los demás y ella se cubrieron la
boca y la nariz, temiendo que una o más hadas con las mismas habilidades que la
Cuidadora de la SeNu hubieran estado allí o aún lo hicieran. Cientos de
cadáveres ilios estaban en las calles, sin otro signo de lucha más allá de
heridas punzantes en el pecho, producto de sus propias armas, otros hubieron de
buscar refugio en las construcciones, pereciendo muchos en los umbrales...
"Mejor nos separamos en dos grupos" - propuso Eduardo -, "y
movámonos con cuidado, no sabemos con qué nos vamos a encontrar". Así, el
y su compañía fueron por una dirección, y Lidia y su madre por otra, accediendo
los cuatro a su condición de Selectos, empuñando también sus bastones los
Cuidadores, y estos y sus segundas activando los Impulsores. Al poco tiempo de
estar inspeccionando la aldea, revisando unas pocas de las casas, descubriera
que ni siquiera uno solo de los habitantes estaba vivo, resultándoles raro que
ninguno tuviera heridas visibles, a excepción de esos pocos con las punzantes.
Lo que fuera que hubiera pasado por esa aldea había sido arrasador y mortal
para todos los ilios, y quizás muchos de estos ni siquiera se hubieran dado
cuenta de la fatalidad sino hasta que esta estuvo encima de ellos. Los
combatientes, en teoría los mejor preparados, fueron los primeros en caer,
seguidos de unos pocos heridos en batallas anteriores, las hembras de la
especie, casi todas condenadas a los que ha domésticos, los más jóvenes e
incluso los líderes en el templo. "No se llevaron nada, tampoco",
observó Isabel, saliendo de una de las casas, notando que en estas estaban
presentes los objetos que cualquiera consideraría de valor, por los materiales
con que estaban fabricados, como oro y otros metales preciosos. "Y los
daños no son producto del vandalismo", completó Eduardo, dándose cuenta
que, en esa casa al menos, lo poco que estaba dañado era a consecuencia de este
misterioso mal que había llegado en busca de los ocupantes para liquidarlos.
Los dos, continuando con la exploración, hallando el mismo panorama,
descubrieron además que las trampas caza bobos, escasas estas al haber allí
tantos individuos para defender el lugar, fueron inhabilitadas, muchas por la
acción de este ataque de origen desconocido, y unas pocas porque los propios
ilios cayeron víctimas de ellas, al haber intentado ponerme a resguardo para
analizar la situación, aún sabiéndose perdidos. "Ellas tampoco encontraron
nada, ningún indicio", apuntó el Cuidador, advirtiéndole a su colega y la
madre de esta usar la técnica de los látigos de fuego para revelar la presencia
de las trampas u otros peligros que pudieran estar ocultos. Lidia y Lara pronto
se les unieron y al estar juntos compartieron los informes y experiencias de
todo cuanto observaran: ningún ilio había sobrevivido al ataque misterioso y no
había un solo indicio de qué podría haber causado la muerte de todos los habitantes.
"Ustedes qué creen que pasó acá?", les preguntó la nena, ya sin tener
las manos en la cara, al darse cuenta que no había esporas venenosas en el aire
u otros agentes como ese. "Tampoco sabemos si ese peligro sigue presente o
no", se preocupó su madre. A simple vista, Lara no veía amenazas en la
aldea, y tampoco las había detectado su hija, cuando recurriera a esa
ecolocalización, una habilidad heredada de su padre, para la búsqueda. Los
cuatro concluyeron que lo que fuera que pasara allí había estado enfocado
únicamente en los ilios, aunque no sabían por qué. "Podríamos deducir con
eso que fue un hada?" - aventuró Isabel -, "no puedo pensar en otra
cosa". "Yo pienso que si" - coincidió su marido -, "sobre
todo si reparo en lo que hizo Lina en el Aig-Kal".
"En
efecto, fue un hada. Fui yo".
Pareció
que esa aguda y femenina voz vino de todas partes, pero al enfocar sus ojos en
el cielo detectaron una sombra moviéndose en espiral, en sentido contrario a la
disposición de las estrías de la aldea. Tenía una tonalidad oscura de azul y
aparentaba estar compuesta por vapor o gases, se movía lentamente, flotando en
lugar de volar y, si las hadas en el suelo no estaban en un error, los estaba
evaluando, seguro intentando conocer qué tan fuertes podían ser esos individuos.
Por supuesto, estos no iban a quedarse quietos ni tampoco se arriesgarían a
sufrir alguna clase de daños a conseguir de esa sombra, de sus acciones, así
que, enfocando los ojos con decisión hacia arriba, observando como adoptaba una
posición estacionaria en un punto en la altura, fueron los primeros en atacar.
Cuatro descomunales rayos de energía con los colores de sus auras (azul,
violeta y negro) salieron hacia arriba a gran velocidad, pero al llegar al
lugar en que estaba la sombra simplemente se esfumaron. Desaparecieron, como si
aquella los hubiese absorbido. Y, de hecho, así fue, pero no para fortalecerse,
como creyeron los individuos en la superficie. "Al suelo!", exclamó
(les rogó) el Cuidador del Vinhäe, al sentir un rumor a las espaldas de los
cuatro, y tan solo un segundo luego de ese grito, los rayos aparecieron unos
pocos metros detrás de ellos, y al no haberse interpuesto las hadas allí
siguieron su viaje hasta impactar una de las estructuras de la aldea, la cual
desapareció en medio de una gigante explosión, quedando en su lugar una densa
columna de humo y fuego. "Eso fue lo que le pasó a algunos de los
ilios", conjeturó Isabel, sacudiéndose de la brusca caída, entendiendo que
los lugareños habían atacado con sus flechas y lanzas a la sombra, y esta
habría devuelto las armas a sus puntos de origen. "En efecto",
contestó la entidad, iniciando el descenso, continuándolo y posándose sobre lo
más alto del templo, el cual hubo de sufrir severos daños en el techo, con el
solo contacto. De hecho, el nivel superior fue reducido a ruinas, en tanto iba
mutando y adquiriendo una considerable sólida, una forma corpórea. A simple
vista, Eduardo, Isabel, Lidia y Lara advirtieron que se trataba de otro ser
feérico, pero no necesitaron saber gran cosa para darse cuenta de que no sería
amistoso con ellos, porque, como planteara la segunda al mando del Vinhäe, que
hubiera enviado al otro mundo a tres mil ilios no significaba que estuvieran en
el mismo bando. "Coincido con eso", apreció Lara, que, como su hija y
el matrimonio, se preguntaban cómo harían para asestarle un golpe a este ente
que tenía la habilidad de devolver los ataques a su fuente. El ente Gibson
concluyó su materialismo y quedó visible una mujer muy joven y alta (y
curvilínea) que, flotando, descendió del templo, el cual quedó reducido a
ruinas, y posó sus pies en el suelo. Tenía una larga cabellera negra que le
llegaba hasta la cintura, ojos oscuros, un aura que bordeaba su cuerpo, del
mismo color que el que poseyera la sombra, y un juego de alas en la espalda, lo
que motivó a la Cuidadora del Templo del Fuego a hacerle una pregunta.
"Sos un hada, o una híbrida?". "La verdad es... que no se lo que
soy", contestó la mujer, detectándose la franqueza en esa respuesta.
"Qué fue lo que pasó acá?", quiso saber Eduardo, señalando los
cuerpos sin vida que iba moviendo la mujer con los pies, a medida que caminaba,
aparentemente evaluando a estos individuos. "Ellos empezaron" -
contestó -, "y yo me defendí". Les dijo que la habían creado los
ilios con el único propósito de impedir la sustracción de una urna que se
encontraba en una aldea en el reino de Mibiroq, sin importar lo que pudiera
ocurrir con sus habitantes, otros individuo que pudieran estar allí e incluso
ella misma. Habiendo recibido esa orden, viajó sin perder un instante, y no
bien estuvo en la aldea, los ilios no dudaron en empuñar sus armas y dar la
alarma, creyendo que se trataba de un hada que los venía a eliminar. "Eso
fue lo que pasó, de hecho", corroboró Lara, sin bajar la guardia, sabiendo
que la batalla empezaría de uno a otro momento. "Seguí la regla de la
guerra, dejar que el otro haga el primer movimiento", dijo la mujer, y
explicó que no tuvo intenciones de levantar las manos contra los ilios, y que
la única razón por la que lo hizo fue porque ellos decidieron atacarla sin que
mediara palabra, y usó esa técnica especial para eliminar a todos cuantos
salieron a su encuentro, una quinta parte de los habitantes de la aldea.
"Y los demás... Qué pasó con ellos?", quiso saber Isabel, a lo que la
mujer, despejando el camino a fuerza de patadas, le contestó que, gracias a su
más que refinado sentido de la audición, había escuchado unas pocas palabras y
frases con las que comprendió que los sobrevivientes, cada uno de estos, se le
iría encima. Decidió usar entonces otra de sus técnicas, la cual consistía en
suprimir toda fuente de Iluria, ya fuera natural o artificial, en una
determinada superficie, de manera que cayera sobre esta un oscurísimo manto.
Una cúpula, así la definió la mujer, acompañando esas palabras con un gesto
manual, dentro de la cual el aire se convertía en un veneno mortal para
cualquier cosa viva que estuviera dentro, el cual desaparecería súbitamente una
vez finalizada la ejecución de la técnica. "En poco menos de un minuto se
acabó la vida en esta aldea" - concluyó, y quiso agregar -, "...
despreocúpense, solo había ilios en este lugar". "Por qué nos
tendríamos que preocupar?", inquirió el Cuidador del Vinhäe, advirtiendo
que tanto las damas como el tendrían pocas posibilidades si esta enemiga
decidía recurrir a esa mortal técnica. "Porque ustedes son como yo, y
aunque parezca increíble tenemos los mismos temores, preocupaciones... y
principios", contestó. Les dijo que los creadores habían usado muestras
orgánicas de hadas capturadas hacía siglos para darle vida a ella y sus
hermanos - otros tres entes, uno femenino y dos masculinos, enviados a Bagme,
Iluria, Lome y Yoine -, cuatro guerreros que fueran excepcionalmente fuertes
para proteger las urnas ante esa eventualidad que eran los Cuidadores y otros
seres feéricos poderosos intentando apoderarse de ellas. Los dotaron con una
mente e inteligencia y enviaron a la batalla sin otras explicaciones que
aquellas, y cuando les preguntaron para qué se limitaron a decir que tenían que
cumplir esa tarea hasta que murieron. "Y acá estoy", fue la frase de
la mujer, antes de adoptar la inconfundible postura.
La
batalla estaba por empezar.
Y
lo hizo, siendo ella la primera en moverse, a una velocidad que sus
contrincantes apenas tuvieron tiempo para cruzar los brazos a la altura de la
cara y cubrirse de los golpes, reiterando en silencio que se encontraban frente
al reto de sus vidas, porque debían enfrentarse a un ente (a un hada) que
poseía la capacidad de devolver los ataques a su fuente y para absorber la luz
en una zona específica más amplia o menos, transformando el aire en un veneno
mortal en esa zona. , por supuesto, los cuatro estaban envueltos en varios
dilemas. Por un lado, cada uno tenía motivos sólidos para preocuparse por los
otros, pues sus razones tenían para eso (un matrimonio, dos mujeres que dieron
a luz hacía poco, una menor de edad, una madre y su hija y viceversa, un hombre
viendo a tres mujeres en peligro...), lo cual hacía que tuvieran que extremar
sus precauciones. Por otro lado, estaban peleando contra un hada, y
absolutamente nada de todo cuanto vieron e hicieron antes y durante la guerra
los había preparado para algo así; aunque hubiera sido creada por los ilios
para eliminarlos, y a cualquiera que intentara apoderarse de las urnas,
pensando aquellos que le dieron la vida, conciencia y mente propia a una clase
nueva de monstruo, esta mujer estaba lejos de serlo, no le costó trabajo al par
de Cuidadores, a Lara e Isabel darse cuenta de eso, habiendo escuchado las cosas
que dijera y visto su semblante antes que adoptara la postura de combate. Por
otro lado más, supieron de su parte que había otros tres entes, otras tres
hadas, como ella, dos hombres y una mujer, en Bagme, Iluria y Yoine, y eso hizo
que temieran por las vidas de Akmi, Lina, Qumi, Zümsar, Atilio, Kevin, Cristal,
Marina y el príncipe Taynaq, un temor que se acrecentaba particularmente con la
Cuidadora del Santuario del Viento y la segunda al mando de la Casa de la
Magia, porque ambas habían entrado, la hermana de Isabel por segunda vez, en la
dulce espera. Frente a ellos estaba una mujer extremadamente poderosa que, aún
con sus principios y valores, no tenía otro objetivo en la vida que asegurarse
que la urna con las armas permaneciera oculta. La observaron detenerse en seco
en el momento en que madre e hija caían al suelo tras haberse cubierto de otra
descarga, y cuando estas dos y el matrimonio le formularon una pregunta a ese
espacio, la mujer contestó que lejos estaría de ser justo continuar la batalla
contra un adversario que había tenido ese contratiempo, y agregó que contra
personas así de fuertes y talentosas le gustaría mantener un enfrentamiento que
se prolongara por más que esos cinco minutos, o casi, aún con el enorme riesgo
que eso implicaba para la existencia de los cinco. Fue Eduardo el primero en
advertir que algo no había salido del todo bien para los ilios, y le divirtió
pensar, por un breve instante, en cómo podrían reaccionar al descubrirlo. Ellos
habían querido crear un monstruo frío y sin piedad para nadie que se cruzara en
su camino y que no tuvieran en mente otra cosa que el cumplimiento de su
misión, pero en lugar de un monstruo que únicamente se ocupara de eso le habían
dado vida a cuatro individuos que se parecían más, debido a su carácter y
personalidad, a los seres feéricos, sus peores enemigos. Así se habían
definido, además, la defensora de la urna de Lome y sus "hermanos",
al muy poco tiempo de haber tomado conciencia de su existencia, porque
descubrieron que, teniendo las emociones y los sentimientos que tenían, estaban
más cerca de las hadas que de los ilios. Esta mujer ya lo había evidenciado al
detener su ataque cuando vio a Lidia y Lara en el suelo y les quiso dar la
oportunidad de incorporarse para continuar la lucha, y eso era algo que no
hicieron ni harían los ilios. Esta mujer, por otra parte, era tan hábil en las
artes del combate que estaba dominando sin mayores dificultades (ni menores) a
sus cuatro oponentes al mismo tiempo. Habían decidido, sin proponérselo ninguno
de los cinco combatientes entablar una batalla con golpes con los puños y los
pies - Eduardo también estaba envuelto en oro dilema, tener que luchar contra
una persona del sexo opuesto -, y la defensora no tenía más que ejecutar unos
pocos movimientos a la izquierda, la derecha o inclinarse un poco para esquivar
los ataques. "Tienen que esforzarse más que eso si quieren asestarme al
menos un golpe", advirtió, dando un salto hacia atrás, cayendo de pie y
contraatacando, derribando a ambas mujeres adultas con una única patada, a la
nena híbrida con un suave golpecito con la punta del dedo índice izquierdo en
la frente (no quiso causarle daños mayores a una persona de tan corta edad, no
lo consideró ético) y al Cuidador del Vinhäe con una patada en el vientre. Levantando
y transformándose los cuatro en Selectos, idearon una nueva táctica, olvidados
ya de los golpes convencionales, conscientes de las grandes probabilidades de
que su control usara esa técnica para devolver los ataques a su fuente.
Empezaron a lanzar descargas en sucesión rápida, alternándose, y mientras dos
de ellos atracaban, los otros estaban atentos para atajar las descargas que iba
devolviendo la mujer, para desviarlas. "Están aprendiendo" - les dijo
-, "pero todavía les falta", y acto seguido hizo aparecer una nube
oscura en el aire, a la cual dirigió contra los cuatro, envolviéndolos
brevemente y restándoles así una parte de sus energías, lo que los condujo
nuevamente a sus formas originales. Eduardo, Isabel, Lara y Lidia no tenían
secuelas físicas de ese ataque, pero el agotamiento era notable y, aunque
sabían que la recuperación era cuestión de unos pocos minutos, les preocupaba
que su oponente tomara alguna clase de ventaja de ese breve lapso. "Por lo
menos me hicieron trabajar, no como esa escoria" - comparó, y advirtieron
las hadas que no sentía mucho respeto por los ilios, otra señal de que era más
un hada que un monstruo -, "eso significa que estoy para más que proteger
una urna vieja". Y se preparó para usar por segunda vez la técnica de la
nube oscura.
Pero,
esta vez, el Cuidador del Vinhäe estuvo preparado.
El
mismo se transformó en un bólido, aplicando otra vez su condición de Alto
Selecto, empuñando su bastón hacia adelante con firmeza. La mujer no pudo
reaccionar a tiempo, impresionada y consternada porque el hombre se levantara
tan fácil y tan rápido, y recibió el golpe en la boca del estómago. "Es
todo" - dijo -, "veamos si tienen suerte con esto!". Y tanto el
Cuidador como Isabel, Lidia y Lara presenciaron un repentinamente oscurecimiento
en el cielo completamente despejado y el entorno, esfumándose incluso la
luminosidad proveniente del aura de los cuatro. "Si suelta ese veneno
estamos acabados!", lamentó Isabel, imposibilitada de ejecutar
despreocupada movimientos tan básicos como dar un paso hacia adelante. Quedaron
literalmente a oscuras y sabiendo que cada paso que dieran antes de que el aire
se transformara en veneno, aquel que asesinara a los habitantes, debería ser
con extremo cuidado y a tientas. "No voy a modificar el aire" - avisó
la mujer, con lo que los cuatro oponentes, moviendo los brazos, lograron dar un
marcado suspiro de alivio, pues ya se habían dado por perdidos -, "solo
hice las cosas más difíciles para ustedes". Resultó evidente desde el
inicio que la lucha envueltos en la oscuridad era un reto complejo para el que
estaban muy poco o nada preparados, pero la nena híbrida encontró una solución
a la ausencia total de luz, al recurrir a la ecolocalización para encontrar los
objetos sólidos y, por supuesto, a la enemiga. "Eduardo, te
necesito", pidió Lidia, hallando rápidamente a su colega, y el Cuidador,
guiado por el infrasonido que emitía la nena, se acercó a esta, en el mismo
momento en que los dos eran alcanzados por su enemiga. "Los puños adelante,
ahora!", exclamó Lidia, y los dos asestaron sendos golpes a la mujer, que
cayó al suelo frotándose las mejillas (sonrió al notar como se las ingeniaron
estos oponentes para orientarse y ver en la oscuridad), viendo a la nena
continuar emitiendo ese infrasonido, como si estuviera trazando una
trayectoria, al parecer guiando... "Mamá, Isabel... ahora, los
rayos!". Y las mujeres adultas lanzaron grandes cantidades de fuego en
forma de dos haces hacia adelante, dirigiéndose al punto que les señalara la
nena. La mujer fue el blanco y ni siquiera tuvo tiempo de terminar con la
aplicación de su técnica, el manto oscuro, para poder usar la otra, la de
devolver los ataques a sus fuentes, porque, a excepción de la capacidad para
transformar el aire en un veneno letal, todas sus técnicas quedaron anuladas.
Fue incapaz de hacer otra cosa que frenar los rayos con sus manos, confiando en
que su fortaleza física fuera suficiente. Pero no lo fue. Estando vigente esa
oscuridad total, también le era imposible detectar la magnitud e intensidad de
los ataques, y en este caso apenas vio como dos rayos de fuego, una
luminiscencia muy débil ambos haces, se acercaban a ella desde la izquierda.
"No sé distraigan!", pidió Lidia a los adultos, otra vez usando el
infrasonido (la ecolocalización) para acercarlos hasta ella, y cuando
estuvieron juntos los cuatro usaron la telequinesia para mantener inmóvil a su
rival. "Ganaron esto, pero la batalla no se termina", les concedió,
poniendo fin al manto oscuro, y revelando entonces al cuarteto que los rayos de
fuego le habían causado mella. Tenía las palmas chamuscadas y las largas mangas
de su indumentaria, un traje entero con cuello cerrado, estaban ennegrecidas a
causa de la exposición al calor. "Una cosa les reconozco" - les dijo,
sacudiéndose el cabello -, "... trabajan bien como equipo". Y se
abalanzó nuevamente sobre ellos, más decidida que nunca a obtener el triunfo,
recurriendo otra vez a la sucesión rápida de golpes con los puños. Era evidente
que su energía no había disminuido con ese par de rayos de parte de las mujeres
adultas ni con las piñas que le propinaran los Cuidadores (la de Eduardo fue
más bien una cachetada, pues sus principios fueron superiores a sus
obligaciones), pero estaba desorientada. El hecho de que los cuatro se las
hubieran ingeniado para ver y orientarse en la oscuridad total había sido una
sorpresa para ella. Las pocas palabras adicionales de los ilios estuvieron
referidos a esos enemigos poderosos, pero su creación nunca había supuesto ni
imaginado tal cosa. También estaba segura de que Isabel, Eduardo, Lara y Lidia
podrían hacer más para inclinar la balanza a su favor, pero se dio cuenta que
estaban atados a sus valores, principios y códigos que, supo, eran inherentes a
todos los seres feéricos, y en el caso del Cuidador del Vinhäe saber que estaba
peleando contra una mujer. Y eso era lo único por lo que eventualmente podría
considerar incluso la posibilidad de cesar el enfrentamiento, aunque no su
misión de impedir que estos u otros individuos pusieran sus manos sobre la urna.
"Olvídense que soy un hada!" - les pidió -, "y vos de que soy
una mujer" - a Eduardo fue dirigida esa frase -, "... demuestren todo
lo que tienen". La mujer hizo entonces la demostración que despejó las
dudas que pudieran quedar en sus oponentes al respecto de su naturaleza y su
condición de ser feérico.
La
técnica de la transformación.
En
cuestión de segundos, no más de diez, la esbelta figura femenina dejó su lugar
a un ave de gran tamaño, o algo parecido a una, que el Cuidador del Vinhäe
identificó como un arqueopterix, un animal no extinto en este mundo que las
hadas y otros seres elementales conocían como "reptil ave", porque
combinaba las características de ambos animales. Las similitudes entre este espécimen
y el arqueopterix se limitaban a lo estético, como el cuerpo cubierto por
plumas, porque este tenía una longitud definitivamente mayor, de seis metros
desde el hocico hasta la punta de la cola, dos de altura y un peso de apenas
cien kilogramos, pues estos debían ser lo bastante livianos como para remontar
y mantener el vuelo, pudiendo alcanzar altitudes de hasta mil quinientos metros
y velocidades que rondaban los ciento veinte kilómetros por hora. Eran animales
con un largo cuello que terminaba en la cabeza de un reptil, con ojos enormes y
una multitud de puntiagudos dientes en ambos maxilares. Su arsenal incluía
grandes garras en las patas, que como todas las aves tenían tres dedos adelante
y uno atrás, y las manos, y una larga cola que podía usar, además, a modo de
látigo. Los ilios habían usado fragmentos de uno de estos animales para
conferir mejores capacidades a una de sus creaciones, y esta lo estaba
demostrando a los individuos que la obligaban a usar todas sus habilidades en
la batalla. "Impresionante, no creen?", les dijo, y se echó a la
carrera, alcanzando el cuarteto apenas dando unos pocos pasos. Era veloz, sin
dudas, y se valió de eso para arrollar s Lidia y Lara, que tuvieron que hacer
malabares para caer de pie, a Isabel, que había intentado sin éxito enlazarla,
y a Eduardo, quien había tentado a la suerte tratando de montarse sobre el
animal. Este dio media vuelta y, mirándolo fijamente, remontó el vuelo con unos
movimientos tan majestuosos que las hadas no pudieron Dino admirarlo, dando
unas pocas vueltas y descendiendo sobre el, sujetándolo por los hombros,
elevándose otra vez y soltándolo sobre las mujeres adultas, que corrieron
intentando atajarlo. "Tu turno", le dijo a la Cuidadora del Vinhuiga,
pero esta estuvo lista, convirtiéndose por segunda vez en la salvadora del
grupo, al asumir la condición de Alta Selecta y arrojarse contra el reptil ave
en el mismo momento en que este, entendiendo sus alas (alcanzaba una
envergadura de cinco metros), se arrojaba sobre ellas, flexionando
amenazadoramente los dedos de las patas. Hubo un fuerte choque a pocos metros
del suelo y ambas luchadoras cayeron bruscamente, resumiendo sus formas
originales para sacudirse del impacto. "No estuvo mal, para ser una
nena", la elogió, a lo que la híbrida reaccionó con una cuota de
desconcierto, pues no era precisamente eso lo que podría esperar de su
oponente, especialmente en una situación en la que lo que estaba en juego era
nada más y nada menos que la vida. Eduardo, Isabel y Lara se acercaron,
ayudando a Lidia s incorporarse, porque la nena había quedado mareada y
desorientada. "Te lo agradezco mucho, ellas y yo lo hacemos" - le
dijo su colega -, "ahora me toca a mí salvarte, y a ustedes". En un
instante pasó de ser un hombre de un metro ochenta de altura al gigantesco
monstruo cetáceo, la forma combinada, gracias a la cual su oponente, aunque no
demostraba ni sentía temores, porque no los tenía, creyó que la situación se le
estaba escurriendo entre los dedos. Ahora era ella la que experimentaba las
dudas y dilemas, porque sabía que la única forma de derrotar a estos poderosos
enemigos sin dificultades y peligros para ella era usando de nuevo el manto de
oscuridad y transformar el aire en un veneno letal. Ahora luchaba internamente,
porque no quería hacerlo. No deseaba eliminar a estos individuos por los que
había empezado a sentir cierta admiración, pero al mismo tiempo debía impedir
que se apoderaran de la urna sepultada bajo la aldea, que con el correr de los
minutos, y a medida que se prolongaba la batalla, iba siendo reducida a ruinas.
Sus
oponentes se dieron cuenta de esa lucha interna.
La
mujer, no obstante, volvió a la carga, con golpes convencionales, consciente de
la posibilidad de que la lucha le jugara en contra. "No se detengan"
- les pidió a los cuatro, intentando golpearlos -, "estoy obligada a hacer
esto hasta que me llegue el momento". Los Cuidadores, Lara e Isabel no
tuvieron otra alternativa más que defenderse y reanudaron la batalla, estando
al tanto de esas dudas. La única obligación a la que se refería la mujer les
indicó que no tenía otro objetivo en la vida más que proteger la urna, y eso
significaba que no había lugar para nada más en su mente que una sucesión de
batallas. "A menos que le demostremos que de verdad existen
alternativas", concluyó Eduardo, determinado a no recurrir a ninguna de
sus técnicas, lo mismo que las damas, pensando que así le estarían dando la
chance de que viera por si misma esas otras posibilidades. "No las hay,
cierto?" - preguntó la mujer, comprendiendo lo que significaban esos
gestos y modos en el cuarteto -. "Soy única en mi clase, un hada de la
oscuridad. No tendría un lugar en la sociedad, y solo existo para pelear. Ese
es mi objetivo en la vida". Y asestó un golpe al Cuidador, en un momentito
en que este se había interpuesto entre su compañera y una patada de esta
adversaria. "Siempre existen otras posibilidades", le dijo Isabel, y
Lara y Lidia le pidieron que se concentrara en el viaje que hiciera desde
aquella instalación donde fuera creada hasta esta aldea. "Algo lindo y
vinculado con nuestra sociedad", le pidió Lara, a lo que su hija
complementó diciendo "Que sea alegre... no sé, todo lo contrario a lo que
sintieras y vieras con los ilios". "Algo lindo y alegre?",
repitió la mujer, deteniendo en seco los puños de sus oponentes - estos lo
hicieron, en realidad -, quienes le dijeron que si tenía conciencia y mente
propias podía ver por su cuenta cuál de las dos posturas era la correcta y cuál
no. Con los ilios, esta mujer y sus hermanos, no había podido encontrar un solo
aspecto positivo, sino todo lo contrario. Esos seres reunían todos los aspectos
negativos, todas las cosas que no eran las hadas (egoístas, mezquinas, avaras,
traicionera...) y la única razón por la cual no se revelara y decidiera cumplir
con esa orden, que podía incluir o no la posibilidad de entablar batallas, era
porque sintió que los tenía que retribuir de alguna manera, pese a todo. Le
habían dado la vida y, en ese momento, la mujer sintió que la única e
incuestionable realidad era la que le mostraran los ilios, algo que había empezado
a cambiar con el correr de esos ciento veinte minutos que le demandara llegar a
esta aldea en Lome, en el reino de Mibiroq. Grupos de amigos, familias y otros
que se preocupaban, unas pocas parejas despidiéndose, porque uno de sus
componentes iba a unirse a la batalla contra los ilios y sus monstruos, la
preocupación y los temores ante esa realidad angustiante que era la guerra de
escala pm, la cooperación y solidaridad entre los individuos de todas las razas
(le había llamado la atención ver como dos gigantescos nagas machos destrozaban
a media docena de mï-nuqt para salvar a un nutrido grupo de gnomos que
intentaban, a su vez, poner a salvo a los más jóvenes de su especie), la
atención que dedicaban las hadas a los combatientes que eran heridos en las
batallas, las frases y palabras que daban esperanzas... "Nada de eso vi
con los ilios", les dijo de pronto, concluyendo con opiniones personales
acerca de lo que viera en esta aldea, con sus habitantes primero y con estos
cuatro individuos feéricos después. No
vio con los primeros más que el deseo de salvarse ellos mismos, y le bastó con
escuchar unas pocas palabras para entender conceptos como aquel que implicaba
que si querían salvarse tendrían que hacerlo por su cuenta y sin ayuda.
Con
el cuarteto era un caso opuesto.
_Pero...
no se que hacer, sino es una batalla., dijo, bajando la guardia y cesando con
las hostilidades.
Usó
otra vez la técnica de la nube oscura, esta vez en su persona, explicando que
también servía para aliviar el dolor. Se la aplicó en las manos, pues aún le
ardían y dolían, producto de los rayos de Isabel y Lara. "Mucho
mejor", pensó. La sombra había ejercido un efecto calmante, y debería ir a
una instalación médica para las curaciones apropiadas y la cirugía reparadora.
_Eso
no depende de nosotros cuatro, ni tampoco de los nuestros, sino de vos - indicó
Isabel, observando a los Cuidadores dirigirse al lugar que esta mujer les
indicara. Allí estaba la urna con las armas -. Las hadas elegimos nuestras
ocupaciones por vocación, de manera que es tu tarea elegir que hacer para
mantenerte ocupada. Solo tenés que pensar en algo que te guste.
_Tiene
que haber algo que te haya gustado más que cualquier otra cosa de todo lo que
viste en tu viaje hasta acá - agregó Lara, revisando el cilindro en busca de
insumos que pudiera usar para tratar esas quemaduras. Isabel y ella, como así
también Eduardo y Lidia, ya no veían en esta mujer a una enemiga, sino a una
igual -. Hubo algo, por casualidad?.
La
mujer les describió de forma resumida lo que viera en el trayecto, las escenas
que, pese a los peligros y tensiones producto de la guerra, despertaron
fascinación e interés en ella, y entre todas hubo una que sobresalió. "La
música folclórica", contestó (informó), hablando a Lara e Isabel sobre un
grupo de individuos de ambos sexos que viera congregados en la orilla de un
arroyo, los cuales se habían estado turnando para entonar dos de las canciones
más tradicionales del folclore insular. "Es, o fue, parte de mi
aprendizaje complementario para la misión", agregó preventivamente, cuando
las damas amagaron con preguntarle cómo había adquirido ese y los otros
conocimientos.
_Me
parece bien, eso nos va a ayudar a fortalecer nuestro acervo cultural - opinó
Isabel, que hizo una pregunta que, a causa de todo lo que su grupo y ella
vivieran desde su llegada a la aldea de los ilios, había pasado inadvertida -.
Cuál es tu nombre?
_Dalia
- contestó la mujer, mientras Lara salpicaba las chamuscadas palmas con un
líquido curativo -. Me gusta, es lindo. Los ilios lo decidieron y creo que es
lo único que hicieron bien. A mis hermanos también les gustan los nombres que
les pusieron.
_Cómo
se llaman?., quiso saber Isabel, pero se interrumpió en ese momento, al ver
como Lidia y Eduardo empezaban a perforar el suelo entre dos de las casas que
fueran destruidas.
Era
el lugar en que estaba la urna, y recuperarla constituía la tarea de los
Cuidadores en este lugar y los otros tres: Bagme, Iluria y Yoine.
"Las
damas primero", indicó Eduardo a la nena híbrida.
Se
situaron ambos a cien metros de altura, porque Dalia les dijo que la urna
estaba sepultada a ciento cincuenta protegida de todo al estar en un recipiente
de acero mágico. Los Cuidadores entendieron que deberían lanzar una atrás de
otra varias descargas sobre el suelo para perforarlo, si lo que pretendían era
apoderarse del recipiente para volver cuanto antes a la Ciudad Del Sol, y, por
supuesto, antes que llegaran los ilios y sus monstruos, enterados los enemigos
de las hadas de lo ocurrido. "Está bien", aceptó Lidia, enviando un
rayo de color negro, que causó una explosión al impactar, dejando un cráter en
el suelo. Después lo hizo Eduardo, un rayo celeste y azul jacinto, triplicando
la profundidad del cráter. Las mujeres, que observaban desde una distancia
prudencial, empezaron a apostar la cantidad de descargas que habrían de lanzar
cada uno y entre los dos antes que quedará a la vista el recipiente de acero
mágico, ocupándose al mismo tiempo de solucionarle a Dalia sus dudas sobre qué
haría desde el instante en que se presentaran en Plaza Central. Para todos
cuantos estuvieran allí, Dalia y sus hermanos serían cuatro seres feéricos con
auras de distintos tonos de azul que se habrían unido a los ocho Cuidadores,
Isabel, Lara, Atilio, el príncipe Taynaq y Cristal en sus peligrosas misiones.
Lo serían incluso para Elías y Lili, los reyes insulares, y los otros
organizadores. "Tus hermanos y vos no van a tener problemas",
insistió Isabel, en otro intento por animar a Dalia, quien, mientras veía a los
Cuidadores, tenía su mente dividida con esos pensamientos, como dónde viviría,
en qué se ocuparía, qué suerte estarían corriendo sus hermanos y, por supuesto,
cuánto tiempo les demandaría insertarse en la sociedad. "Son hadas,
después de todo" - añadió Lara, viendo a su hija y Eduardo lanzar las
últimas descargas, al mismo tiempo -, "esa va a ser la principal ayuda y
ventaja con que van a contar ustedes". "No lo duden, nos vamos a
ganar nuestro lugar", le prometió Dalia, ya con los Cuidadores fuera de la
vista, pues habían entrado en el cráter.
"Lo
tenemos!", corearon Eduardo y Lidia.
Apenas
treinta segundos después de haber entrado volvieron a salir, cargando entre los
dos el pesado recipiente, al que depositaron en el suelo, a los pies de Isabel,
Lara y Dalia, quienes prorrumpieron en aplausos para felicitarlos.
_Ahora
tenemos una urna - fijo la madre de Lidia, mientras apretaba con fuerza, igual
que Isabel, una parte del recipiente -, y creo que lo mejor es volver a Del Sol
sin demorar un instante.
_Estoy
de acuerdo - coincidió Isabel. Tenían el objetivo a la vista. Estéticamente no
era la gran cosa, pero su contenido era infinitamente más valioso e importante,
pues constituía la clave para la derrota total de los ilios -. No me importaría
luchar con esos seres, pero si hay una batalla podríamos perder esta urna... y
creo que se quién va a llevarla.
Se
la estaba ofreciendo a Dalia.
_Yo?
- reaccionó, demostrando otro signo de que era un hada y tenía sentimientos:
lágrimas -. Tengo que ser yo?
_Tomalo
como una demostración de confianza de nuestra parte., coincidió Lidia.
_Y
de aprecio., concluyó Eduardo, aplicando la forma combinada.
"Suban",
indicó a las cuatro, señalándole los hombros. Una a una, las mujeres treparon,
madre e hija al derecho, e Isabel y Dalia al izquierdo. El Cuidador, entonces,
empezó la caminata, concentrando una parte de sus pensamientos en los otros
tres viajes. Lina y Akmi por un lado, Zümsar, Qumi y Atilio por otro y Kevin,
Marina, Cristal y el príncipe Taynaq por otro más. Si todo marchaba como lo habían planeado,
podrían volver a la Ciudad Del Sol antes de las trece horas en punto.
Eduardo
no había imaginado una situación así, mucho menos que la estaría viviendo y
siendo uno de los protagonistas excluyentes, al momento de recuperar el
conocimiento en uno de los dormitorios de La Fragua 5-16-7, hacía ya casi dos
años. Pocas horas después de ese momento, Isabel le había hablado por primera
vez de los ilios, unos seres por los que ninguna de las otras especies
elementales sentía simpatía ni buenos augurios. Ahora, habiendo descubierto la
verdadera naturaleza de los ilios en estos casi dos años, estaba a pasos de
lograr la derrota definitiva de aquellos. No bien el, Lidia y de ambos se
sexteto de colegas hubieran reunido el contenido de las urnas, pondrían el punto
final a cualquier cosa que sus enemigos hubieran estado planeando o fueran a
planear, y era probable que también le pusieran fin a la existencia de los
ilios mismos. Nadie podía estar seguro de eso, pero a la vez estaban
conscientes de que era una de las posibilidades más firmes. Primero habían
intentado eliminar a la Cuidadora del Hogar de la Tierra después que esta,
sorpresiva y misteriosamente, descubriera el traslado del manifiesto ilio a una
nueva u mejor protegida locación, el templo de la etnia Oi, el cual alertaba
sobre algunos de los secretos más antiguos y mejor guardados. Dos siglos
después, tras el restablecimiento de Qumi, las hadas y otros seres elementales
supieron de la existencia de un pergamino ancestral que daba cuenta de otro
tanto de los secretos, que fuera separado en siete partes para facilitar su
protección, a las cuales se ocultara en los templos de. Y una vez reunidas,
armado nuevamente el pergamino, se supo de la existencia y el paradero de las
urnas, y con ello la chance de la derrota definitiva de los ilios. "Y por
qué no su desaparición?", habían empezado a vislumbrar, otra vez
concentrándose en las medidas de seguridad y demás precauciones. Los ilios no
invertirían tanto ingenio, esfuerzos, tiempo y recursos a menos que de verdad
se tratara de algo sumamente trascendental e importantísimo que los marcara,
que de verdad los pudiera afectar a todos los plazos. Ese presentimiento, la
posibilidad de que los ilios fueran no solamente derrotados, sino también
destruidos, había hecho que todos y cada uno de los seres feéricos y
elementales decidieran esforzarse como nunca en este nuevo conflicto, al que
calificaron como el último. Eduardo sabía eso, también tres de las mujeres que
viajaban sobre sus hombros - ya le explicarían a Dalia y sus hermanos todos los
acontecimientos y secretos revelados con el correr de este mes -, y por eso
volvían a Plaza Central más animados que cuando salieran, con la frente en alto
y la urna en su poder, en cuyo interior se encontraban las armas de los primeros
líderes ilios. Y Eduardo, Isabel, Lidia y Lara eran algunos de los que
apostaban a que solo con la recuperación habrían de causar un golpe
catastrófico, el peor de todos, a los ilios.
FIN
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CLAUDIO ---
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