martes, 8 de agosto de 2017

3.9) Recursos abundantes

Este túnel ni siquiera estaba iluminado por velas o antorchas que pendieran de los muros y el techo de piedra caliza. La poca luz que representaba el aura de la novia de Eduardo mostraba una piedra muy bien trabajada, sin imperfecciones ni daño alguno y que conservaba sus colores naturales. “Una joya de los ingenieros insulares”, dijo Isabel. En un momento dado del trayecto, la luz lila, que resaltaba en la oscuridad imperante, dejó visibles las incrustaciones doradas que mostraban una marca direccional (una flecha), y eso había dado pie a los dos para hacer un parate en el descenso y protagonizar  una de las situaciones románticas, un abrazo seguido de un beso, que como bien sabían los dos habría de volverse rutina en poco tiempo. Eduardo había querido aprovechar de esa forma lo que el supuso era un escalón el doble de extenso que los demás. A Isabel, para variar, se le enrojecieron las mejillas, porque esta vez había aparecido un elemento nuevo: las manos del oriundo de Las Heras bajando más al sur de la cintura de su compañera sentimental. No se molestó por eso ella ni nada parecido, pero su reacción fue la acostumbrada, y Eduardo le explicó que era otro componente, no necesariamente reservado para la privacidad, de las “parejas humanas”. Pasado ya ese instante, uno y otro retomaron el descenso casi a oscuras.

Cuando dejaron atrás aquel escalón de ochenta centímetros, de nuevo estuvieron envueltos por esa ausencia de luz, porque el pesado bloque de concreto había obstruido de nuevo el paso. “Uno de los hechizos que protegen el banco real”, fueron las palabras explicativas del hada, que al ahondar en los detalles dijo que el hecho de haber superado el escalón ancho era la señal que indicaba que el acceso debía volver a cubrirse. La idea básica de ese cierre y la oscuridad que generaba, que opacaba incluso el aura de los seres feéricos, era dificultar el escape a los amigos de lo ajeno. A la oscuridad imperante se le sumaba el eco de las pisadas de Isabel y Eduardo y su andar lento.
“Las catacumbas de un castillo medieval europeo por las noches”, comparó el hombre.
_Esto de la ausencia de iluminación tiene un remedio bastante sencillo. Nada que no se encuentre dentro de mis posibilidades – apreció Isabel, y pidió a su novio –. Observá esto.
Otro chasquido con sus dedos mientras tuvo los ojos cerrados y pronunciaba la palabra “Iluminación”, y delante de la pareja apareció una esfera más brillante que el aura del hada, de color lila y del tamaño de una pelota de baloncesto. La oscuridad ya no representaba un problema, con la brillante esfera señalando el camino a ambos. Apenas habían avanzado unos cincuenta metros por el corredor de piedra caliza. La distancia estaba marcada de diez en diez con letreros de madera – los números eran de color rojo y resaltaban. Quizás eso fuera una guía en la oscuridad – empotrados a nivel intermedio entre el piso y el techo, y solo habían recorrido una décima parte del total.
Había un descanso cada cincuenta metros.
_Medio kilómetro en ángulo descendente de veinticinco grados. Suena bien. Muy bien, de hecho – recalcó Eduardo, en tanto hacía cálculos en su mente y contaba con los dedos –; eso quiere decir que tenemos otras ocho veces para más abrazos y besos.
_Puede ser – contestó el hada de la belleza a ese cálculo, con una sonrisa tímida. Todavía sentía pena al tratar estos temas – Pero tengo que decirte que no estamos solos, Eduardo, y aún siento pena cuando hay ojos sobre nosotros mientras hacemos esas demostraciones afectivas.
_¿No estamos solos?.
_No – insistió la hermana de Cristal, mirando las paredes – Nos están observando. Lo estuvieron haciendo, me imagino, desde que corriste el bloque de concreto.

La distancia de quinientos metros en línea recta descendente finalizó en otro ambiente, en este caso en una amplia sala distribuidora de carente de cualquier objeto decorativo, cuadro y mueble. Una recámara de forma circular que tenía diez metros de diámetro por ocho de altura. Desde la sala partía media decena de túneles más de las mismas dimensiones que aquel por el que llegaran ambos componentes de la flamante pareja. Dos de ellos se extendían en línea recta hacia adelante, otro par continuaba el camino hacia abajo y el restante iba hacia arriba, dando entre los cinco el punto de partida, uno de todos estos, para aquella laberíntica red – había uno en cada lado de la pirámide – que habían mencionado las hermanas de aura lila. Para Eduardo no hubo sensación de encierro, claustrofobia ni nada parecido, y si no supiera lo que estaba haciendo, no se habría dado cuenta que acababa de descender medio kilómetro bajo la superficie y a oscuras. No había visto grietas, goteras, telarañas, hierbas invasivas u otros signos que delataran el deterioro o la falta de mantenimiento, sencillamente porque eran inexistentes. Era, fue la conclusión de Eduardo, todo un logro de la ingeniería y la arquitectura el haber levantado una estructura tan grande y poder mantenerla constantemente como nueva y en impecables condiciones, como si solamente hubieran pasado unas pocas horas desde du inauguración.
¡Ciento noventa metros de altura solo sobre la superficie!.
Los egipcios y los aztecas, notables constructores de pirámides, no lo hubieran podido hacer mejor.
Los visitantes tomaron por uno de los caminos que continuaba en horizontal y avanzaron, en el túnel sus pasos resonando ante el silencio, con el hada de la belleza guiando aun la esfera brillante y moviendo sus alas con suavidad para procurar a ambos algo de aire. Cincuenta metros más adelante giraron a la derecha, en un desvío marcado como “Dv. 3-1” y estuvieron en una de las recámaras usada como almacén. Allí había una decena de cántaros de piedra perfectamente trabajada, obras sin dudas de un artesano maestro, dispuestas de manera tal que formaban un decágono en el centro de la recámara, y con una decoración que al experto en arqueología submarina le recordó a aquel estilo típico de los países de Oriente Medio. Un cartel sobre el marco en el interior indicaba que estas eran una parte de las arcas del Consejo de Desarrollo Comunitario y Social.

_Te lo dije – repitió el hada a su compañero sentimental, señalando los cántaros con la vista –. Tesoros y recursos en abundancia. Con una mirada rápida te puedo decir que esos diez recipientes conjuntan la suma de, aproximados, doce mil millones de soles.
_Fascinante., opinó Eduardo, sus ojos pasando de un cántaro a otro.
Los recipientes rebosaban de tesoros y joyas de todo tipo. Había piezas tan diminutas de un centímetro o menos, como perlas extraías de las profundidades de los océanos y mares, hasta otras que tenían cincuenta veces ese tamaño. Tantos eran los recursos y tesoros, de tantos colores, dimensiones y formas, que unos pocos estaban desparramados en el suelo, dentro y fuera del decágono, cuyas piezas estaban numeradas.
_¿Qué es este lugar?, ¿qué representa?., quiso saber Eduardo, viendo su cara reflejada y multiplicada varias veces en los lados de un diamante grande.
_Esta recámara en particular representa una de las fuentes de ingresos del Estado, en concreto el Consejo DCS – informó Isabel – y diría que tan importante como los impuestos o los ingresos por las actividades comerciales.
_¿Cómo es eso?.
_Todo esto, todos los tesoros que estás viendo en esos cántaros, son producto de numerosas exploraciones arqueológicas y excavaciones mineras en el reino de Insulandia, de las que organiza, financia y ejecuta este Consejo – ahondó Isabel al respecto –, y se prolongan los trescientos sesenta y cinco días del año. La asesoría y el personal especializado son un “aporte” del Consejo de Ciencias, y la idea es mantener llenas las arcas reales, las de DCS en este caso. El sector minero tiene una tara simple desde el punto de vista de la teoría: se hacen las excavaciones, se recolectan los recursos y se los trae acá. Muchos se quedan directamente en este lugar y se los clasifica en un inventario, pero otros van al Mercado Central de las Joyas, para los trabajos de orfebrería y otros parecidos, antes de traerlos a esta o cualquiera de las demás recámaras. Pero los recursos que son producto de las exploraciones  arqueológicas son casos diferentes. Que terminen o no en alguna de las recámaras del Banco Real de Insulandia es algo que depende de cuanto valor histórico y arqueológico posean, porque de acuerdo a ese factor, si es mucho, esas piezas pueden terminar en los museos… que es lo que pasa en el noventa por ciento de los casos. De modo que los tesoros provenientes de esos trabajos que están acá, en el banco, tienen muy poco o nada de esos dos valores – levantó una pieza plateada de uno de los cántaros e ilustró a Eduardo –. Este collar, por ejemplo, data de hace ocho siglos y fue descubierto dos meses atrás entre las ruinas de un caserío que había quedado sepultado por centenares de toneladas de piedra, a causa de un terremoto. Lo se porque se lo sometió a un estudio para precisar su origen y antigüedad. Además, esos son los registros y el inventario – señaló una estantería que estaba en un extremo de la recámara – Es simplemente un collar cuyo único valor es el económico. Creo que fue valuado en dieciséis mil o diecisiete mil soles. Y mirá eso.
Le dio a su compañero sentimental una de las carpetas que había en la estantería. Era el registro correspondiente a los meses de Enero y Febrero de los hallazgos vía minera y vía arqueológica del Consejo DCS que habían significado, lo indicaba así la primera página, ingresos por cinco millones ciento un mil novecientos soles. Ese registro bimensual mostraba dos mil seiscientas veinticinco piezas agrupadas según su rubro  - oro, plata, diamantes, piezas manufacturadas… – y los casilleros junto a ellas la cuenta daban del lugar del hallazgo, la fecha, escrita además con el antiguo calendario feérico, y el nombre del descubiertos o la descubridora. Había también información complementaria sobre cada pieza, como su masa y su densidad.
_¿Cuál es la razón de existir de los registros si al final todas las piezas terminan mezcladas y acumuladas en esos cántaros y los otros?., quiso saber Eduardo.
_Para saber que es lo que tenemos, nada más que para eso – contestó Isabel, devolviendo la carpeta a su lugar  Es cierto lo de la mezcla y la acumulación, y que para cualquiera que no conozca este trabajo sería un problema. Pero en el banco están los mejores expertos en este tipo de tareas. No hay nada que ellos no conozcan. Esos expertos conocen la mayoría de los inventarios y registros prácticamente de memoria, aunque cada uno tiene a su vez una especialización. Unos se ocupan de las arcas de cada consejo en particular, otros de las del Estado como un todo, otros de los ahorros de particulares, y así… y esos registros son vitales, como dije, para conocer lo que tenemos y su origen – y agregó –. Vitales las arcas para el sostenimiento del modelo económico, la calidad de vida y el poder industrial en este país.
Que Eduardo supiera, no había un país en la Tierra que tuviera las arcas llenas y sin enflaquecer.
_¿Y lo que encuentran queda así, sin más?.
_No – contestó Isabel, tomando unos cuentos tesoros del piso y dejándolos en sus respectivos cántaros, de los que, tenía el conocimiento, traerían otro trío a esa recámara – El sesenta por ciento del oro que es propiedad del estado se funde y se lo usa para la acuñación de los soles, por eso es que ese metal precioso no se ve a simple vista entre el contenido de los cántaros. El otro cuarenta por ciento, en Insulandia al menos, tiene cuarenta y cuatro usos diferentes.
_Los recursos minerales abundan en este reino., apreció Eduardo.
_Eso es verdad –corroboró su novia, yendo ya al punto de acceso //salida de la recámara. En esta ya no había nada que hacer –. Tanto que existe el mito de que si se levanta una piedra del suelo o si se remueve un arbusto  podemos encontrar una pepita. El oro es uno de los recursos minerales más abundantes en el planeta, al punto que con un estudio que se hizo el año pasado se sugirió que, en promedio, habría media tonelada quincenal por cada habitante feérico, o sea que cada una de las hadas, más de cuatro mil millones, tendría unos treinta y tres punto tres kilogramos diarios de oro…
Salieron de la recámara.
_... y eso solamente el oro. Las hadas en todo el planeta tenemos asegurada la alta calidad de vida y todas las comodidades de que disponemos hoy por varias generaciones más, sino es que hasta que se extinga la especie.


En el punto de entrada /salida, sobre el marco, estaba tallado en la piedra el número doscientos diez (210), lo que daba cuenta de la existencia de, al menos, otros doscientos nueve espacios como ese, y una leyenda bajo el número indicaba “Propiedad del Estado Insular. Consejo de Desarrollo Comunitario y Social”. Eduardo e Isabel, habiendo permanecido allí alrededor de un cuarto de hora, decidieron irse a recorrer los demás espacios y corredores, aun con la inutilidad que ello representaba, porque eran todos iguales, salvo en la numeración y la menor o mayor cantidad de cántaros, recipientes y los tesoros en cada uno de estos. Caminaron a paso lento por el corredor que los había llevado hasta el doscientos diez, encararon por otra dirección y caminaron durante unos pocos metros, menos de cien, después de los cuales encontraron…

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