Este túnel ni siquiera estaba iluminado por
velas o antorchas que pendieran de los muros y el techo de piedra caliza. La
poca luz que representaba el aura de la novia de Eduardo mostraba una piedra
muy bien trabajada, sin imperfecciones ni daño alguno y que conservaba sus
colores naturales. “Una joya de los ingenieros insulares”, dijo Isabel. En un momento
dado del trayecto, la luz lila, que resaltaba en la oscuridad imperante, dejó
visibles las incrustaciones doradas que mostraban una marca direccional (una
flecha), y eso había dado pie a los dos para hacer un parate en el descenso y
protagonizar una de las situaciones
románticas, un abrazo seguido de un beso, que como bien sabían los dos habría
de volverse rutina en poco tiempo. Eduardo había querido aprovechar de esa
forma lo que el supuso era un escalón el doble de extenso que los demás. A
Isabel, para variar, se le enrojecieron las mejillas, porque esta vez había
aparecido un elemento nuevo: las manos del oriundo de Las Heras bajando más al
sur de la cintura de su compañera sentimental. No se molestó por eso ella ni
nada parecido, pero su reacción fue la acostumbrada, y Eduardo le explicó que era
otro componente, no necesariamente reservado para la privacidad, de las “parejas
humanas”. Pasado ya ese instante, uno y otro retomaron el descenso casi a
oscuras.
Cuando dejaron atrás aquel escalón de ochenta
centímetros, de nuevo estuvieron envueltos por esa ausencia de luz, porque el
pesado bloque de concreto había obstruido de nuevo el paso. “Uno de los
hechizos que protegen el banco real”, fueron las palabras explicativas del
hada, que al ahondar en los detalles dijo que el hecho de haber superado el
escalón ancho era la señal que indicaba que el acceso debía volver a cubrirse.
La idea básica de ese cierre y la oscuridad que generaba, que opacaba incluso
el aura de los seres feéricos, era dificultar el escape a los amigos de lo
ajeno. A la oscuridad imperante se le sumaba el eco de las pisadas de Isabel y
Eduardo y su andar lento.
“Las catacumbas de un castillo medieval
europeo por las noches”, comparó el hombre.
_Esto de la ausencia de iluminación tiene un
remedio bastante sencillo. Nada que no se encuentre dentro de mis posibilidades
– apreció Isabel, y pidió a su novio –. Observá esto.
Otro chasquido con sus dedos mientras tuvo
los ojos cerrados y pronunciaba la palabra “Iluminación”, y delante de la
pareja apareció una esfera más brillante que el aura del hada, de color lila y
del tamaño de una pelota de baloncesto. La oscuridad ya no representaba un
problema, con la brillante esfera señalando el camino a ambos. Apenas habían
avanzado unos cincuenta metros por el corredor de piedra caliza. La distancia
estaba marcada de diez en diez con letreros de madera – los números eran de
color rojo y resaltaban. Quizás eso fuera una guía en la oscuridad – empotrados
a nivel intermedio entre el piso y el techo, y solo habían recorrido una décima
parte del total.
Había un descanso cada cincuenta metros.
_Medio kilómetro en ángulo descendente de
veinticinco grados. Suena bien. Muy bien, de hecho – recalcó Eduardo, en tanto
hacía cálculos en su mente y contaba con los dedos –; eso quiere decir que
tenemos otras ocho veces para más abrazos y besos.
_Puede ser – contestó el hada de la belleza a
ese cálculo, con una sonrisa tímida. Todavía sentía pena al tratar estos temas –
Pero tengo que decirte que no estamos solos, Eduardo, y aún siento pena cuando
hay ojos sobre nosotros mientras hacemos esas demostraciones afectivas.
_¿No estamos solos?.
_No – insistió la hermana de Cristal, mirando
las paredes – Nos están observando. Lo estuvieron haciendo, me imagino, desde
que corriste el bloque de concreto.
La distancia de quinientos metros en línea
recta descendente finalizó en otro ambiente, en este caso en una amplia sala
distribuidora de carente de cualquier objeto decorativo, cuadro y mueble. Una
recámara de forma circular que tenía diez metros de diámetro por ocho de
altura. Desde la sala partía media decena de túneles más de las mismas
dimensiones que aquel por el que llegaran ambos componentes de la flamante
pareja. Dos de ellos se extendían en línea recta hacia adelante, otro par
continuaba el camino hacia abajo y el restante iba hacia arriba, dando entre
los cinco el punto de partida, uno de todos estos, para aquella laberíntica red
– había uno en cada lado de la pirámide – que habían mencionado las hermanas de
aura lila. Para Eduardo no hubo sensación de encierro, claustrofobia ni nada
parecido, y si no supiera lo que estaba haciendo, no se habría dado cuenta que
acababa de descender medio kilómetro bajo la superficie y a oscuras. No había
visto grietas, goteras, telarañas, hierbas invasivas u otros signos que
delataran el deterioro o la falta de mantenimiento, sencillamente porque eran
inexistentes. Era, fue la conclusión de Eduardo, todo un logro de la ingeniería
y la arquitectura el haber levantado una estructura tan grande y poder mantenerla
constantemente como nueva y en impecables condiciones, como si solamente
hubieran pasado unas pocas horas desde du inauguración.
¡Ciento noventa metros de altura solo sobre
la superficie!.
Los egipcios y los aztecas, notables
constructores de pirámides, no lo hubieran podido hacer mejor.
Los visitantes tomaron por uno de los caminos
que continuaba en horizontal y avanzaron, en el túnel sus pasos resonando ante
el silencio, con el hada de la belleza guiando aun la esfera brillante y
moviendo sus alas con suavidad para procurar a ambos algo de aire. Cincuenta
metros más adelante giraron a la derecha, en un desvío marcado como “Dv. 3-1” y
estuvieron en una de las recámaras usada como almacén. Allí había una decena de
cántaros de piedra perfectamente trabajada, obras sin dudas de un artesano
maestro, dispuestas de manera tal que formaban un decágono en el centro de la
recámara, y con una decoración que al experto en arqueología submarina le
recordó a aquel estilo típico de los países de Oriente Medio. Un cartel sobre
el marco en el interior indicaba que estas eran una parte de las arcas del
Consejo de Desarrollo Comunitario y Social.
_Te lo dije – repitió el hada a su compañero
sentimental, señalando los cántaros con la vista –. Tesoros y recursos en
abundancia. Con una mirada rápida te puedo decir que esos diez recipientes conjuntan
la suma de, aproximados, doce mil millones de soles.
_Fascinante., opinó Eduardo, sus ojos pasando
de un cántaro a otro.
Los recipientes rebosaban de tesoros y joyas
de todo tipo. Había piezas tan diminutas de un centímetro o menos, como perlas
extraías de las profundidades de los océanos y mares, hasta otras que tenían
cincuenta veces ese tamaño. Tantos eran los recursos y tesoros, de tantos
colores, dimensiones y formas, que unos pocos estaban desparramados en el
suelo, dentro y fuera del decágono, cuyas piezas estaban numeradas.
_¿Qué es este lugar?, ¿qué representa?.,
quiso saber Eduardo, viendo su cara reflejada y multiplicada varias veces en
los lados de un diamante grande.
_Esta recámara en particular representa una
de las fuentes de ingresos del Estado, en concreto el Consejo DCS – informó Isabel
– y diría que tan importante como los impuestos o los ingresos por las
actividades comerciales.
_¿Cómo es eso?.
_Todo esto, todos los tesoros que estás
viendo en esos cántaros, son producto de numerosas exploraciones arqueológicas
y excavaciones mineras en el reino de Insulandia, de las que organiza, financia
y ejecuta este Consejo – ahondó Isabel al respecto –, y se prolongan los
trescientos sesenta y cinco días del año. La asesoría y el personal
especializado son un “aporte” del Consejo de Ciencias, y la idea es mantener llenas
las arcas reales, las de DCS en este caso. El sector minero tiene una tara simple
desde el punto de vista de la teoría: se hacen las excavaciones, se recolectan
los recursos y se los trae acá. Muchos se quedan directamente en este lugar y
se los clasifica en un inventario, pero otros van al Mercado Central de las Joyas,
para los trabajos de orfebrería y otros parecidos, antes de traerlos a esta o cualquiera
de las demás recámaras. Pero los recursos que son producto de las exploraciones
arqueológicas son casos diferentes. Que
terminen o no en alguna de las recámaras del Banco Real de Insulandia es algo
que depende de cuanto valor histórico y arqueológico posean, porque de acuerdo
a ese factor, si es mucho, esas piezas pueden terminar en los museos… que es lo
que pasa en el noventa por ciento de los casos. De modo que los tesoros
provenientes de esos trabajos que están acá, en el banco, tienen muy poco o nada
de esos dos valores – levantó una pieza plateada de uno de los cántaros e
ilustró a Eduardo –. Este collar, por ejemplo, data de hace ocho siglos y fue
descubierto dos meses atrás entre las ruinas de un caserío que había quedado
sepultado por centenares de toneladas de piedra, a causa de un terremoto. Lo se
porque se lo sometió a un estudio para precisar su origen y antigüedad. Además,
esos son los registros y el inventario – señaló una estantería que estaba en un
extremo de la recámara – Es simplemente un collar cuyo único valor es el
económico. Creo que fue valuado en dieciséis mil o diecisiete mil soles. Y mirá
eso.
Le dio a su compañero sentimental una de las
carpetas que había en la estantería. Era el registro correspondiente a los
meses de Enero y Febrero de los hallazgos vía minera y vía arqueológica del
Consejo DCS que habían significado, lo indicaba así la primera página, ingresos
por cinco millones ciento un mil novecientos soles. Ese registro bimensual
mostraba dos mil seiscientas veinticinco piezas agrupadas según su rubro - oro, plata, diamantes, piezas
manufacturadas… – y los casilleros junto a ellas la cuenta daban del lugar del
hallazgo, la fecha, escrita además con el antiguo calendario feérico, y el
nombre del descubiertos o la descubridora. Había también información
complementaria sobre cada pieza, como su masa y su densidad.
_¿Cuál es la razón de existir de los
registros si al final todas las piezas terminan mezcladas y acumuladas en esos
cántaros y los otros?., quiso saber Eduardo.
_Para saber que es lo que tenemos, nada más
que para eso – contestó Isabel, devolviendo la carpeta a su lugar Es cierto lo de la mezcla y la acumulación, y
que para cualquiera que no conozca este trabajo sería un problema. Pero en el
banco están los mejores expertos en este tipo de tareas. No hay nada que ellos
no conozcan. Esos expertos conocen la mayoría de los inventarios y registros prácticamente
de memoria, aunque cada uno tiene a su vez una especialización. Unos se ocupan
de las arcas de cada consejo en particular, otros de las del Estado como un
todo, otros de los ahorros de particulares, y así… y esos registros son
vitales, como dije, para conocer lo que tenemos y su origen – y agregó –.
Vitales las arcas para el sostenimiento del modelo económico, la calidad de
vida y el poder industrial en este país.
Que Eduardo supiera, no había un país en la
Tierra que tuviera las arcas llenas y sin enflaquecer.
_¿Y lo que encuentran queda así, sin más?.
_No – contestó Isabel, tomando unos cuentos
tesoros del piso y dejándolos en sus respectivos cántaros, de los que, tenía el
conocimiento, traerían otro trío a esa recámara – El sesenta por ciento del oro
que es propiedad del estado se funde y se lo usa para la acuñación de los
soles, por eso es que ese metal precioso no se ve a simple vista entre el contenido
de los cántaros. El otro cuarenta por ciento, en Insulandia al menos, tiene cuarenta
y cuatro usos diferentes.
_Los recursos minerales abundan en este
reino., apreció Eduardo.
_Eso es verdad –corroboró su novia, yendo ya
al punto de acceso //salida de la recámara. En esta ya no había nada que hacer –.
Tanto que existe el mito de que si se levanta una piedra del suelo o si se
remueve un arbusto podemos encontrar una
pepita. El oro es uno de los recursos minerales más abundantes en el planeta,
al punto que con un estudio que se hizo el año pasado se sugirió que, en
promedio, habría media tonelada quincenal por cada habitante feérico, o sea que
cada una de las hadas, más de cuatro mil millones, tendría unos treinta y tres
punto tres kilogramos diarios de oro…
Salieron de la recámara.
_... y eso solamente el oro. Las hadas en
todo el planeta tenemos asegurada la alta calidad de vida y todas las
comodidades de que disponemos hoy por varias generaciones más, sino es que
hasta que se extinga la especie.
En el punto de entrada /salida, sobre el marco,
estaba tallado en la piedra el número doscientos diez (210), lo que daba cuenta
de la existencia de, al menos, otros doscientos nueve espacios como ese, y una
leyenda bajo el número indicaba “Propiedad del Estado Insular. Consejo de
Desarrollo Comunitario y Social”. Eduardo e Isabel, habiendo permanecido allí
alrededor de un cuarto de hora, decidieron irse a recorrer los demás espacios y
corredores, aun con la inutilidad que ello representaba, porque eran todos
iguales, salvo en la numeración y la menor o mayor cantidad de cántaros,
recipientes y los tesoros en cada uno de estos. Caminaron a paso lento por el
corredor que los había llevado hasta el doscientos diez, encararon por otra
dirección y caminaron durante unos pocos metros, menos de cien, después de los
cuales encontraron…
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