En
ese momento, un hada guardiana, de las más de seiscientas que había en el
edificio, irrumpió en el recinto para dar una noticia nada alentadora. Los
centinelas en las torres de observación habían confirmado el avance implacable
de cientos de ilios armados hasta los dientes con todo tipo de armas (lanzas,
flechas, puñales, látigos con punta metálica... incluso traían catapultas!), y
no menos de una ochentena de mint-hu, uc-nuqt, mï-nuqt y esos nuevos monstruos
que aún no tenían un nombre. Estaban a menos de mil metros y la forma en que
avanzaban, velozmente y sin detenerse, les hizo pensar a los seres feéricos y
elementales que su objetivo no era otro que el edificio de Consejo Supremo
Planetario, el máximo organismo internacional de las hadas y, para estas, el
mayor símbolo de unidad, concordia e integración. De inmediato, los centinelas,
armas en mano, hicieron tañir las campanas en las ocho atalayas que rodeaban
las estructuras, ese repicar fue la señal para activar la sirena, y el sonido
de esta, agudo y continuo, alertó a cada uno de los indicadores de ambos sexos
que estaban bajo ataque. Las hadas y elementales, por supuesto, sabían que
hacer, y acto seguido se prepararon para el enfrentamiento contra los ilios y
sus monstruos.
Cuando
los Cuidadores estuvieron en el exterior, confirmaron que se trataba, en
efecto, de un ataque completo; la cifra de combatientes en la fila enemiga les
hizo pensar y asumir que no se detendría hasta reducir a escombros las
estructuras, y que si para eso tendrían que dejar sus vidas, simplemente lo
harían. "Eso y que saben que estamos acá, van a hacer hasta lo imposible
por eliminarnos", advirtió Eduardo, accediendo a la forma combinada y
arremetiendo a toda velocidad contra los atacantes que estaban más cerca,
mientras veía como una lluvia de flechas salía rauda desde el edificio y unas
pocas hadas lanzaban descargas. Kevin estaba haciendo su parte desde el suelo,
transformado en esa enorme y aterradora anaconda real que aplicaba la
constricción sobre los monstruos, el inmenso cocodrilo rey en que se había
convertido Zümsar golpeaba con ferocidad a cualquier enemigo que se cruzaba en
su camino; Marina, también con la forma combinada, atacaba desde el aire,
sujetando con sus temibles y filosas garras a los ilios, de a uno o dos por
vez, y dejándolos caer desde las alturas (algunos no volvían a levantarse),
Qumi usaba sus habilidades telequinéticas para mover todos los objetos sólidos
que iban quedando y los enviaba con fuerza contra los monstruos, que a criterio
de la mayoría constituían la principal amenaza, Lidia atacaba desde las
alturas, lanzando uno tras otro los rayos de fuego, dando prioridad a las
catapultas, las cuales ya habían hecho unos pocos disparos y causado los
primeros daños en las estructuras, y Lina ya estaba rociando las esporas contra
los ilios, pero estos eran tantos que apenas una cifra mínima caía al suelo, y,
lo peor, habían hallado la forma de contrarresta sus mortales efectos, o por lo
menos atenuarlos, al tener la boca y las fosas nasales cubiertas con un manojo
de trapos mojados. La violencia con que atacaban y avanzaban los ilios, aún los
heridos más graves, fue un indicativo para los defensores que sabían lo que
tramaban las hadas: habían descubierto el secreto tan bien guardado, las urnas,
e iban tras estas, y los ilios no estaban dispuestos a consentir que cualquiera
de sus enemigos le echara las manos encima a los únicos objetos que podían
ponerle fin para siempre a sus planes y, a consecuencia de eso, ocasionarles
una derrota tan catastróficamente que nunca pudieran recuperarse. Los riesgos
eran muchos en calidad y cantidad, pero los correrían.
Decenas
de hadas guardianas estaban apostadas en el perímetro del complejo del CSP,
separadas una de otra por menos de dos metros, pero se enfrentaban al mismo
problema que la Cuidadora de la Morada de la Flora; los enemigos eran muchos,
una cantidad definitivamente superior a cualquiera de las vistas, o
enfrentadas, desde principios del mes, y por supuesto que ni los ilios ni los
monstruos se iban a quedar en silencio e inmóviles viendo como los atravesaba
el armamento de los defensores. Muy pronto se armó allí la que tal vez (sin
dudas) fuera la batalla más salvaje y violenta de la guerra, debido a las bajas
y heridos que iban quedando, a la cifra de combate de ambos bandos y al
armamento en estos. Y los sabían todos. Lo sentían y podían verlo, que este
enfrentamiento, no importaba aquellos números, debía ser breve si no querían
que la cifra de muertos en combate se compusiera por decenas, como así también
la de heridos. Era esta situación, en resumen, un caos, ya que la mayoría de
las hadas y otros seres elementales estaban abocados a la tarea de defender las
instalaciones del CSP, y eso no necesariamente implicaba eliminar a los ilios y
sus monstruos, algo que si hacía el septeto de Cuidadores, quienes optaron por
no asumir la condición de Altos Selectos, dado que con ella la fuerza de sus
ataques sería eventualmente tan grande que habría daños colaterales, entre
estos el peor, sin lugar a dudas, bajas y heridos en la fila propia. No
importaba que hicieran estos o los defensores de tal o cual especie (había
ornímodos atacando desde el aire, lanzándose en picado y arremetiendo antes de
ganar altura nuevas, y nagas despedazando a cada monstruo al que le ponían las
manos encima), era una situación extremadamente compleja, además de peligrosa y
mortal, y en los dos bandos sabían que la precariedad era una prioridad. La
descomunal altura e idénticos golpes por parte de Eduardo, las reiteradas
constricciones de Kevin, las mortales dentelladas de Zümsar, que trituraban
tanto la piedra como otros materiales en los monstruos como los huesos de los
ilios, los rayos y látigos de fuego de Lidia, las garras de Marina y sus
plumas, tan filosas y letales como dardos, la habilidad telequinética de Qumi y
las esporas de Lina eran, de todas las presentes, las armas más efectivas, ya
que verdaderamente pocas de sus víctimas se lograban poner de pie después de
haber sido impactadas. Pero el problema para ellos y los otros era el mismo:
había muchos enemigos. Y lo peor, como advirtieron, era que continuaban
llegando más de aquellos, ilios y monstruos.
Apenas
cinco minutos después, el número de defensores caídos en una sola batalla había
llegado a sesenta, el más alto desde que empezara la guerra, y los heridos
duplicaban esa cantidad, en tanto que los nuevos monstruos, uc-nuqt, mï-nuqt y
mint-hu totalizaban una cuarentena, que ya eran escombros en el suelo, y los
ilios muertos llegaban a doscientos setenta y cinco, trepando además sus
heridos a ochocientos veinticinco. En efecto, más enemigos continuaban
llegando, lo que hizo que cada uno de los defensores, bando que también había
recibido refuerzos (noventa agentes Qar'u se sumaron a la batalla), asumieron
que este enfrentamiento iba a prolongarse por mucho más de lo que ellos habían
estipulado y, por supuesto, por mucho más de lo que deseaban. Flechas y lanzas
volaban en todas las direcciones, las pocas catapultas todavía operativas
continuaban descargando contra las estructuras todo tipo de objetos, incluido
material orgánico en descomposición y explosivos, algunas hadas lanzaban
descargas de energía a sus oponentes, generando esos breves haces de colores en
el aire, y los Cuidadores, limitados en sus capacidades al no poder convertirse
en Altos Selectos, barrían a los monstruos e ilios recurriendo a la fortaleza
de sus puños y su destacada condición física. "No
es suficiente", continuaban quejándose.
Menos
de un minuto después de la llegada de los Qar'u, los más próximos a la sede
central del CSP, llegaron tres hadas más y se sumaron a la batalla, lanzando
tres monumentales rayos que literalmente crearon un muro de fuego que alcanzó
al menos los diez metros de altura, retrasando temporalmente a la fuerza
invasora. Fueron dos rayos de color violeta y uno negro, y al levantar la
cabeza los ilios y los demás, en uno y otro bando, vieron descenderá,
acribillando con una ráfaga de descargas a muchos de los atacantes, a las
segundas al mando de la Casa de la Magia, el Vinhuiga y el Vinhäe, quienes,
enteradas del grave peligro que se estaba corriendo allí, no dudaron un
instante en abandonar sus obligaciones, además de la seguridad que les
proporcionaban los lugares grandiosos, considerando, como lo habría hecho
cualquiera, que esta era la prioridad en este momento. Cristal, Isabel y Lara
continuaron dando vueltas en círculos, a una distancia que las mantenía a salvo
de cualquiera de los intentos del enemigo por alcanzarlos, hasta que
advirtieron que las condiciones eran seguras como para aterrizar justo al lado
de los hombres, contentas las hermanas, tan atractivas como de costumbre, por
ver a sus maridos sanos y salvos (en otras ocasiones definitivamente más
oportunas que esta, habría resultado graciosa y provocado risas la diferencia
de altura entre Eduardo e Isabel) y Lara a su hija, olvidada ya de los temores,
tan característicos estos de los padres cuando veían a sus hijos en alguna
dificultad, sabiendo el heroísmo, compromiso y valor con que estaba actuando
Lidia. Las sorpresas para los seres feéricos y elementales, porque las damas,
habiéndose quedado inmóviles por un instante y cerrado los ojos, se
transformaron no a la forma natural o a la combinada, sino a la condición de
Selectas, y emprendieron un veloz ataque contra los enemigos, monstruos e ilios
por igual, que se encontraban más alejados de la sede del CSP, uniéndose a
ellas los Cuidadores, dejando a Zümsar, Lina, Marina y Qumi a cargo de los
demás y a las hadas guardianas, ornímodos y nagas ocupándose de los ilios más
próximos al perímetro externo (los pocos que lo habían traspasado cayeron
acribillados por una lluvia de flechas). "Las catapultas!", dijo
Eduardo a Isabel, elevando la voz para hacerse escuchar por sobre el estruendo,
visto que esas armas, a causa de la imprecisión de las descargas eran un
peligro para cada uno de los defensores. A los pocos minutos llegaron más
defensores, apareciendo caso de la misma manera que Lara, Cristal e Isabel.
Eran Atilio, el hermano de Qumi y segundo al mando del JuSe, a quien a la hora de
pelear parecían no hacerle mella los doscientos cuarenta años y lanzaba la
seguidilla de descargas azules (el color de su aura, heredado de su padre)
contra los mï-nuqt que ya se abalanzaban sobre el, y Taynaq, el príncipe
ucemita, prometido de Marina y segunda figura de autoridad en el Tep-Wo, quién
arremetió contra una treintena de ilios habiendo asumido su forma natural, un
tigre blanco, tan rápidamente que los oponentes apenas tuvieron tiempo para
tirar sus lanzas y otras armas al suelo y cubrirse. "Perdón por la
tardanza", se excusó, abrazando a su otra mitad, y diciéndole, previendo
que preguntaría a ese respecto, que el Santuario del Viento había quedado
perfectamente protegido. "Y yo lamento tener que dar una mala noticia,
pero vienen más", agregó Atilio, y habló sobre la dantesca masa ilia en
viaje hacia la sede del CSP, informando que, según su observación, bien podrían
ser otros tres mil individuos. También estos dos hombres se transformaron en
Selectos, después de esa breve demostración de sus habilidades en la batalla.
Sin embargo, con la llegada de estos poderoso seres feéricos, de los agentes
Qar'u y de una manada de faunos que había llegado a socorrer a todos allí,
incluido su congénere (el líder de la Mancomunidad Elemental), los atacantes continuaban
siendo superiores numéricamente y eso les daba cierta confianza para atacar a
todos los que veían. "Tenemos que cortarle la llegada a los otros, sino
esto se va a prolongar" - le dijo el Cuidador del Vinhäe al hermano de
Qumi al pasar junto a este, y acto seguido le preguntó -; Por dónde se están
acercando?. Atilio enseñó un punto en la distancias, en dirección al sur, tras
lo que Eduardo e Isabel remontaron el vuelo y fueron raudos a interceptar a los
enemigos en viaje, a los que encontraron a poco más de cien kilómetros,
marchando los ilios, todos fuertemente armados, protegidos por un círculo
formado por más de dos centenas y media de monstruos. "Es como defender el
Vinhäe de nuevo", comparó Isabel, y de sus manos brotaron dos enormes
rayos de fuego que impactaron contra ese cordón de seguridad, causando pánico y
desorganización entre la multitud de ilios, quienes quedaron atrapados por las
llamas. "Yo me ocupo de los monstruos", decidió su marido, volviendo
a asumir la forma combinada, advirtiéndole que con eso sería suficiente, pues
los mint-hu, al ser de piedra, eran vulnerables a ambos elementos: estaban más
o menos envueltos por las ardientes llamaradas y el Cuidador podía dominar el
agua a voluntad. "El funcionario del CAF dijo que tanto en los buenos
momentos como en los malos" - habló Isabel -, "en nuestro casamiento.
Y entendí que tenía que estar a tu lado. Y no te preocupes, Melisa está a salvo
con mi mamá". Y suspendió las palabras, porque en ese momento se vio
obligada a concentrarse en defenderse de la horda de ilios que corría, todos
los individuos apuntar sus lanzas hacia adelante. Usó la técnica de los látigos
de fuego e impactó a la mayoría, no habiendo tenido algunos la suerte (no
vivirían para ver otro día), en tanto que los otros, con quemaduras (el pelo
chamuscado) y heridas, sacudiéndose del impacto, recuperaron las lanzas y
reanudaron su ataque, conociendo sobre las verdaderamente pocas probabilidades
de éxito contra estos dos enemigos infinitamente más poderosos que ellos. En
los cinco minutos que siguiera, más refuerzos fueron llegando para los
defensores, unos cien nuevos combatientes, y los ilios sintieron un súbito y
fuerte temor al ver como Iris, en los instantes previos a reunirse con su
marido, atacaban con su forma combinada y eliminaba alrededor de cien
combatientes con una única descarga. La sola presencia de la antigua jefa del
Movimiento Elemental Unido resultaba suficiente para infundirles un pánico que
ninguno tenía ni sentía desde la Guerra de los Veintiocho, así venía siendo la
realidad desde que Eduardo, Kevin y la princesa Elvia volvieran con las piedras
oculares de la Casa de la Magia. No habían sido pocas las veces que en ese
momento apostaron porque la sola presencia de Iris, con todos sus poderes
recuperados, bastaría para mantener a raya a los ilios y que estos no se
alzaran en contra de ninguna de las otras especies elementales, incluidas las
hadas. Ahora esa peor pesadilla era una realidad y los ilios estaban frente a
ella, reavivando todos y cada uno de los sentimientos negativos que parecieron
haberse aplacado en el año cinco mil ciento siete, con el fin de la guerra.
Sin
con los Cuidadores y sus segundos, hadas tan poderosas como la reina Salomé e
Iris, una veintena de nagas y otra de ornitorrinco con su enorme tamaño y
fuerza, los faunos y casi cinco centenas de seres humanos altamente entrenados
para situaciones como esta (una guerra), la batalla se estaba prolongando más
de lo que cualquiera de los intervinientes en uno y otro bando habían calculado.
Por un lado, los ilios estaban haciendo sentir su superioridades numérica, la
cual, con un conteo rápido, era de veinticinco combatientes a uno - "Más
de trece mil ocho a cadi quinientos sesenta!", había exclamado Eduardo al
pensar en semejante cifra -, y era con esa diferencia con la que buscaban
suplir cualquiera de sus falencias, o todas. Era lo único que tenían a su
favor, sin contar los monstruos, que eran destruidos sin mayores dificultades
por los Cuidadores. Y los ilios que sobrevivirán recurrían a todo lo que tenían
al alcance para usarlo como arma, incluidos los cadáveres de sus congéneres, a
los que disparaban con las catapulta contra sus enemigos y las estructuras que
estos tanto se esforzaban por mantener a salvo. Por el otro lado, los seres feéricos
y elementales estaban absolutamente decididos a impedir que los ilios y sus
monstruos no lograran entrar a ninguna de las construcciones, porque sabían que
ese solo hecho implicaría una ayuda propagandística inmensa para los ilios y, a
la vez, un inmenso desprestigio para las hadas. Para estas, una de las
dificultades radicaba en que no podían excederse con sus poderes y habilidades
especiales, debido al riesgo de causar heridas a sus compañeros y daños en las
estructuras. De momento, quienes más éxito estaban teniendo en su tarea eran
Eduardo, a causa de su gran tamaño y volumen, Iris, que además de sus poderes
contaba con el terror supremo que le inspiraba a los ilios, y Lina, la
Cuidadora de la SeNu, cuyo ataque de esporas barría a los enemigos sin que
estos tuviesen oportunidad de defenderse, porque cantidades más pequeñas no
entraban por la boca o la nariz, sino a través de los ojos. A estas alturas, a
nadie le cupieron dudas ya acerca de que esta era la batalla más prolongada y
violenta desde el inicio de la guerra, y por tanto la que mayor cantidad de
muertos y heridos estaba dejando. Llegado un punto, las hadas y ornímodos que
atacaban desde el cielo, otra de las principales ventajas de los defensores,
advirtieron que ese flujo de combatientes enemigos que parecía interminable se
estaba deteniendo. Pero con eso, entre los que seguían peleando, los ilios y
monstruos no debían tener un número inferior a los quince mil y mil quinientos,
respectivamente (los defensores, por su parte, rondaban lo los quinientos
cuarenta). "Nada que no podamos manejar" - opinó Eduardo, cuando una
de las hadas guardia, al pasar cerca suyo, le diera esa estimación -,
"vamos a poder contar esto". "Una derrota puede ser
catastróficamente y desmoralizadora para los ilios" - vislumbró Isabel,
usando el remolino, la favorita entre sus técnicas, envolviendo y eliminando a
cinco ilios -, "porque si son vencidos con un número así...", y se
vio interrumpida al tener que usar los látigos de fuego para salvarle la vida a
su marido (o al menos haber evitado en este una herida menor) de un ilio que
estuvo peligrosamente cerca. "Esa es otra manera en que el triunfo nos
favorecerla" - convalidó el Cuidador del Vinhäe, que, viéndola, quiso
agregar -, "que bueno que te convertiste en Selecta, mis felicitaciones
por eso". "Te lo agradezco", correspondió Isabel, y ambos
llevaron a la presente eso que Eduardo y los demás discutieran en el recinto,
sobre la posibilidad de combinar sus poderes. Un rayo de fuego y otro de agua
de unieron a medio camino entre los componentes, generando una densa nube de
vapor, la cual fue controlados rápidamente por ambos y dirigida contra todos
los combatientes enemigos que estaban más cerca. En un instante, fueron varios,
no menos de cien, los ilios que retrocediendo velozmente, frotándose el cuerpo
con las manos, aullando de dolor, con el pelo que los cubría chamuscado y
algunas ampollas, pero ninguno de ellos alcanzó más que unos pocos pasos
después que anduvieron corriente sin rumbo, erráticamente, y se desplomaron al
suelo, soltando sus armas. Ninguno de todos había sido capaz de sobrevivir a
tan alta temperatura, el vapor había fácilmente superado los discos grados y
eso, sumado a los otros factores implicado en la batalla (el miedo extremo por
ver a Iris allí, el estrés, la insuficiencia al final reconocida de la
superioridad numérica...) fueron más que suficientes para eliminar a otros cien
combatientes enemigos. Al final, Eduardo e Isabel reanudaron la batalla, otra
vez asumiendo sus formas combinadas, y vieron que no fueron los únicos en
hacerlo. Allí estuvieron Marina y su prometido, el príncipe Taynaq, usando su
dominio sobre ese elemento pata mover contra los ilios las esporas que iba
soltando Lina, quién además había estado durante casi todo el enfrentar usando
otra de sus técnicas, lianas empleadas a modo de látigos, con los que azotara
tan fuerte a los enemigos que a los ilios les quedó la piel en carne viva y a
los monstruos varias grietas, unas más profundas que otras, que eventualmente
los llevaron a su destrucciones. Cristal y Zümsar, con su dominio sobre el rayo
u el fuego, contribuye con Qumi y su hermano para la vitrificación, una técnica
combinada con la que lograron que una gran cantidad de piedras de diversos
tamaños, los restos de los monstruos destruidos, adquirieran las cualidades y
propiedades parecidas a las del vidrio, cuando no idénticas, con las que
impactaban a decenas de otros monstruos e ilios, algunos de los cuales ya no se
tendrían que volver a preocupar por otra cosa. El fanatismo de los atacantes quedaba
puesto en evidencia con cada segundo que transcurría, aún sabiendo que su
superioridad numérica no era todo lo suficiente que ellos habían deseado. Eso,
sin embargo, no implicando que fueran a retirarse. Su número caía sin pausas, u
el de los monstruos creados por ellos, pero así y todo estaban cien por ciento
dispuestos a dejar sus vidas en el campo de batalla, si con eso lograban
destruir o dañar de gravedades las instalaciones del CSP. No solo debían
enfrentar a los Cuidadores, esos individuos cuyos poderes prácticamente no
podían ser superados ni tenían comparaciones, sino también a una cantidad de
seres feéricos y elementales que no dejaban de atacar. A Iris, el terror máximo
para los ilios, a los ornímodos y nagas, que eran definitivamente más fuertes u
resistentes, a los faunos, cuya velocidad ya había dejado en la más absoluta de
las vergüenzas a los enemigos, y a ese enorme frente de hadas guardianas que no
dejaba de lanzar flechas cada minuto y cargar contra los ilios armas blancas en
mano (espadas, dagas, machetes, hachas, cuchillos...), derribando a varios
antes de reasumir sus posiciones. Entonces, cuando los atacantes pensaron que
la situación tan comprometedora y delicada no podía empeorar... Eduardo, Kevin,
Lidia, Marina, Qumi, Zümsar y Lina advirtieron, hallándose cada uno en su
propio combate, que en su frente aparecían los símbolos del agua, la magia, el
fuego, el aire, la tierra, el rayo y la flora, y eso, considerando que los
siete estaban juntos, solo podía significar una cosa.
Cuando
las hermanas le preguntaron a sus maridos qué pasaba, aquellos contestaron que
un nuevo Cuidador o Cuidadora podía estar cerca (lo que indujo a los hombres a
pensar que Lina no estaría sola en su peligroso viaje a Iluria), dado que eso era
lo único que podía explicar que hubieran aparecido las marcas. "Ya lo
vamos a conocer cuando llegue" - concluyó Eduardo -, "de momento esto
es más urgente", u tanto él como Kevin y las hermanas reanudaron la
batalla, derribando a varios ilios con una única y rápida acción, de los cuales
la mitad no volvió a levantarse. A estas alturas, los ilios, presas de la
desesperación y envueltos en un caos generalizado, habían perdido la
concentración y se descuidaron; continuaban avanzando, sin renunciar a su misión,
pero ya no lo hacían con ese cierto orden y determinación con que llegaran
En medio de la lluvia de flechas y otras
cargas que les propinaban las hadas guardianas y todos los demás defensa,
Cuidadores incluidos, su número cayó a menos de diez mil para el momento en que
se cumpliera los primeros treinta minutos desde iniciado el enfrentamiento, y
de los monstruos a exactos ochocientos. Las instrucciones de seguir presionando
y no dejarse impresionar por el número sin superior estaban entre las palabras
que más se oían y repetían. Varias decenas de ilios cayeron al suelo, inertes,
víctima de las esporas tóxicas de la Cuidadora de la SeNu, las cuales fueron
guiadas por la corriente de aire que crearan los mandamases del Tep-Wo. Otros
quedaron carbonizados al ser impactado por una o varias de las técnicas de las
hermanas, Lidia, Lara y algunas hadas de fuego que estaban allí, otro tanto
quedaron aplastados bajo los restos de los monstruos, unos más terminaron
pisoteados por los faunos, destripados por las filosas garras de los ornímodos
o con los huesos triturados a consecuencia de los fuertes golpes de los nagas,
otros fueron víctimas de la variada gama de armas con que combatían las
tropas... el número de peleadores ilios siguió en una caída estrepitosa y catastróficamente,
y para cuando se cumplieron dos tercios de hora, alrededor de nueve mil eran
los que seguían luchando. Muchos de los ilios heridos medios y graves que
estaban en condiciones de usar sus manos optaban, advirtiéndole que para ellos
ya no habría oportunidades, por quitarse la vida atravesándose ellos mismos el
cuello de lado a lado con cualquier elemento filoso que tuvieran al alcance, o
bien ingiriendo una píldora de veneno. No era para evitar la vergüenza de la
derrota, sino porque sabían cuál podía ser uno de sus destinó si eran
capturados vivo: podrían ser llevados ante Elías, el rey de Insulandia y
príncipe de Ártica, o cualquiera de los seres feéricos dentro y fuera de
Centralia que dominaran la técnica de la legeremancia, y si caían víctimas de
ella (y lo harían, pues no tenían defensas al respecto) comprometer a cada uno
de los suyos, además de poner a las hadas y otros seres elementales al tanto
sobre sus planes a todos los plazos. Al final, como si no tuvieran ya esa
cantidad de enemigos tan poderosos a los que enfrentarse, entre estos los
Cuidadores, , los ilios escucharon, todos allí lo hicieron, un potente rugido a
la distancia, procedente desde el norte, y en cuestión de segundos, en tanto
continuaban la batalla, empezaron a detectar la silueta de un felino macho de
gran tamaño, corriendo a tal velocidad que llegó a la zona donde se estaban
desarrollando los enfrentamientos en menos de un minuto y se sumó a la lucha,
repartiendo zarpazos a los cuatro vientos y derribando uno atrás de otro a los
desafortunados ilios que tampoco tuvieron oportunidades ante semejante
despliegue de habilidades y fuerza. Era un león macho en la plenitud de si
juventud y únicamente su semblante bastó para que una parte de los atacantes
quedaran inmóviles, paralizados a consecuencia del miedo, lo que facilitó la
tarea al animal (un hada transformada), que se abalanzó sobre ellos con una
sorprendente agilidad, incrustándoles las filosas garras en los hombros o el
torso. Un nuevo y más atronador rugido hizo que todos amagaran con cubrirse los
oídos, algunos lo hicieron, y el león, con otra asombrosa demostración de
agilidad, echó a correr sin seguir ninguna figura geométrica ni patrón
conocido, atropellando a cuanto ilio se cruzaba en si camino. Y no se detuvo
allí. A continuación, potente rugido mediante, se alzó sobre sus patas traseras
y todos cuantos estaban allí en uno y otro bando confirmaron que, en efecto,
era un hada, porque el león dejó su lugar a un monstruo de alrededor de dos
metros de altura, con el cuerpo cubierto por un pelaje de varios tonos de color
marrón, una abundante melena, grande garras en las patas y las manos, músculos
abundantes y que conservaba algunos rasgos felinos, puntualmente las pupilas
amarillas verticales, las largas orejas y el hocico prominente. Las hadas y otros seres elementales
recibieron amistosamente y con beneplácito al nuevo guerrero, pero no los
ilios, quienes advirtieron que la situación se le había vuelto a complicar,
reconociendo la naturaleza de este individuo recién llegado. "Es un
Cuidador", avisó Eduardo a sus colegas de la Casa de la Magia y la MabDe,
cuando los tres concluyeron para defenderse mutuamente de un ataque de algunos
de los monstruos que quedaban, al ver una marca en la frente del monstruo
felino, la de la fauna. "El de la PeNu", aclaró Kevin, pulverizando a
uno de los mint-hu con un golpe seco, en tanto Zümsar opinaba "Y tiene
talento", al verlo en movimiento, usando sus puños repetidamente contra
los ilios, que en vano lo intentaba dañar con sus armas cortantes. La llegada
del nuevo Cuidador fue todo un envión anímico, porque los seres feéricos y
elementales redoblaron sus esfuerzos y presionaron a sus enemigos, cercándolos
y reduciendo aún más su número. En poco más de un tercio de hora, los ilios,
entre aquellos que estaban heridos y los que seguían ilesos, se redujeron a
alrededor de siete mil y los monstruos a exactos cuatrocientos, y, cuando unos
y otros, presionados, quedaron a una distancia segura, la suficiente respecto
de las instalaciones del CSP, los Cuidadores y ese cierto número de hadas que
estaba haciendo uso de su woga, la energía vital de los seres feéricos, como
arma se sintieron libres de las restricciones a sus poderes y habilidades.
Pudieron pelear al máximo de sus captores y eso significó la derrota total para
los atardeceres. Los Cuidadores destruyeron a esas cuatro centenas de monstruos
sin mayores dificultades, añadiendo cientos de escombros de todas las formas y
tamaños a los ya presentes, en tanto que las otras haga acabaron con tantos
ilios que al cabo de cinco minutos apenas ciento cincuenta fueron atrapado
vivos. "Prisioneros de guerra", fue la decisión de la reina Salomé,
en tanto esos sobrevivientes hacían los denodados esfuerzo por soltarse de las
ataduras, pues temían que esa posibilidad, la de que se les aplicara la técnica
de la legeremancia, de hiciera realidad. La batalla había terminado, aunque
distó de ser un triunfo perfecto, porque dos ornímodos, dos nagas, cinco faunos
y ciento cinco hadas cayeron en el cumplimiento del deber, y los heridos, entre
esas cuatro especies, treparon hasta los ciento ochenta.
En
cuanto los vencedores alzaron los brazos y manos para pronunciar reiteradas
veces la palabra “¡Gloria!”, con un tono alto y claro, para celebrar el
triunfo, empezaron las tareas posteriores a todos los combates, de las que la
prioritaria fue, por supuesto, la atención médica a los heridos. Unos pocos se
dedicaron a la menos agradable, que consistió en la identificación de los
caídos, - sería particularmente difícil cuando tuvieran que dar la mala noticia
a los familiares – a disponer de los restos de los monstruos destruidos y los
cadáveres de los ilios, decidiendo que los primeros serían reducidos a polvo
(luego le darían a este alguna utilidad) y los cuerpos ilios llevados a la pira
ardiente. Era lo único que podían hacer para quitarlos cuanto antes de allí, ya
que lo consideraban como una ofensa grave la presencia de esos seres, vivos o
muertos, en las inmediaciones del lugar más importante para las hadas. Unos
pocos de los sobrevivientes ya se estaban organizando para patrullar los
alrededores por tierra y aire, por si hubiera otros atacantes; los segundos al
mando de los lugares grandiosos, contrario a lo que deseaban y querían, se
marcharon luego de dos tercios de hora de terminada la batalla: se quedaron lo
suficiente como para saludar a los individuos con los que lucharon lado a lado
, asegurarse de que los Cuidadores estuvieran a salvo, conocer al nuevo líder
de la Morada de la Fauna y advertir a los líderes del CSP y la ME que deseaban
que sus presentimientos fueran falsos e infundados, acerca de represalias de
los ilios contra los lugares grandiosos, porque Eduardo, Kevin, Lidia, Qumi y
Marina, además de Zümsar, Lina y Akmi, así se llamaba el nuevo Cuidador de la
PeNu, habían sido responsables de la eliminación de la quinta y la cuarta parte
de los atacantes. Ellos debían quedarse, porque quedaba pendiente la tarea de
resolver ya finar los últimos detalles respecto del peligroso, ahora más que
nunca, viaje a Bagme, Iluria, Lome y Yoine, para recuperar las urnas. Vista la
aparición del nuevo Cuidador, empezar todo desde cero, puesto que este, de
quien ya escucharían su historia, sobre todo como descubrió que era el heredero
de Suluq, la última Cuidadora de la Morada de la Fauna. “Entendí que tenía que
estar acá”, fue lo primero que dijo, tras terminar la batalla e ir saludando
uno a uno a los sobrevivientes, los cuales, a este respecto, no dejaban de
mostrar asombro, ante la realidad de tener allí a ocho Cuidadores con paridad
sexual. En medio de la tensión producto del desastre que había quedado en los
alrededores, de las tareas que continuaban, de las patrullas aéreas y
terrestres y del temor a un nuevo ataque, otra vez se produjo la reunión, en el
mismo recinto, con los líderes del CSP y la ME, los delegados de los organismos
continentales, Iris y los Cuidadores, concentrados todos en el repaso de la
peligrosa y eventualmente mortal misión con vistas a la derrota definitiva de
los ilios. Hablaron de las palabras introductorias del fauno y la reina Salomé,
de las piezas que estuvieron dentro de los recipientes de acero mágico, de la
necesidad de hablar de la historia de las especies originales ilias, de que
había que tener completo el pergamino para que los párrafos tuvieran sentido,
de la llegada de los ilios al oeste-noroeste centrálico, de la recuperación de
los restos óseos de los primeros líderes y de estos sus posesiones terrenales,
de la puesta de esos objetos y los huesos en cuatro urnas que llevaban ocultas
en locaciones secretas y de difícil acceso, de que los ilios sabían que los más
poderosos entre los seres feéricos intentarían apoderarse de las urnas y que
por tanto estos se enfrentarían a peligros y retos superiores a cualquiera
otro, de que actuarían los mismos dúos que fueron a los templos antiguos y de
que la flamante Cuidadora de la Morada de la Flora se había estado debatiendo
entre acompañar a una de esas tres parejas o ir sola a su parte de la misión.
“Te tengo buenas noticias, no vas a ir sola a ese lugar”, le anunció Akmi a
Lina, sentados uno al lado del otro, y dándose la mano (el tomó la iniciativa)
para sellar el compromiso. “Te lo agradezco”, correspondió ella, añadiendo una
sonrisa a las palabras (más de uno diría al poco tiempo que “algo” podría haber
surgido allí), con lo que ellos, sus colegas y todos los presentes dieron por
concluido el importante asunto sobre los viajes, los cuales empezarían a las
siete horas con quince minutos del veinticinco de Enero / Baui número
veinticinco, pues los funcionarios decidieron que habría veinticuatro horas
consecutivas dedicadas a las tareas de inteligencia en los lugares en que estaban las urnas. Un tema aparte, que
mantuvo ocupados y concentrados a los Cuidadores durante el último quinto de
hora en que estuvieron en las instalaciones del CSP, y hasta que cada uno tomó
un rumbo diferente, a sus respectivos países, fue la incógnita que
representaban las segundas figuras de autoridad para la Casa de la Luz, la
Morada de la Flora y la de la Fauna (Akmi había descubierto que era el heredero
de Suluq a las once y media de hoy, cuando se presentara, como hicieron y
hacían otros cientos de individuos, para tentar a la suerte. Para su sorpresa y
desconcierto, la tuvo, porque la puerta se abrió cuando estuvo frente a ella).
Zümsar y Lina aún no habían optado por nadie de entre el personal de los lugares
grandiosos, ya que descubrieron, con las evaluaciones, que cada uno de los
individuos que trabajaban allí estaba plenamente calificado, eran poseedores de
una destacada solvencia moral y tenían años de experiencia y conocimientos. “No
es una tarea fácil”, lamento Zümsar, algo que Lina convalidó con la frase
“Tendríamos que decidirnos antes de salir pasado mañana, para irnos con cierta
tranquilidad”. En una posición idéntica estaba Akmi, el nuevo Cuidador, para
quien había sido esa revelación algo totalmente inesperado, pese a que al
respecto tenía antecedentes familiares: en este grupo, varias generaciones
atrás, una de sus ascendentes por parte de su madre, había tenido la
responsabilidad de dirigir la PeNu durante un plazo de dos siglos y cuarto. “A lo
mejor Suluq tuvo en cuenta ese detalle”, apostó Akmi, que, al igual que su
colega de la SeNu, se había quedado solo en el curso de los últimos días, pues
sus familiares, concretamente sus padres y sus dos hermanos, uno mayor que el,
habían sido asesinados junto a otras cinco hadas en un atentado con explosivos
que perpetraran los ilios en la periferia de la capital del reino de Ribeobe, y
desde ese momento e pasó a ser el último componente con vida de aquella mujer
que hiciera historia en la PeNu. “Juré darlo todo porque sus muertes no
quedaran impunes y tampoco las de los otros fallecidos” – dijo a Lina, en un
momento en que compartieran sus vivencias desde que la guerra empezara -, “y lo hice. Llevo luchando en solitario
los últimos cuatro días”. Pocos minutos después se separaron, prometiendo que
se encontrarían en poco menos de un día y medio en Plaza Central.
_Perdón
por la tardanza – se excusó el Cuidador, estando de vuelta en la oficina del
Templo del Agua. Isabel e Iulí estaban allí y recientemente habían concluido su
tarea materna, la quinta ración de leche a Melisa e Ibequgi, que ahora dormían
plácidamente en los brazos de las mujeres – pero tuve que quedarme en Plaza
Central. Hay noticias malas, trágicas y desastrosas. No, Wilson está a salvo.,
agregó, para tranquilizar a su suegra y a su compañera.
Y
dio a ambas, aunque en forma resumida, un nuevo reporte de la guerra, que el
recibiera de parte de Olaf, el jefe de la Guardia Real, y la princesa Elvia,
quienes estaban en la tarea de coordinar y supervisar las defensas en ese y los
otros barrios, de fortificarlas, puesto que el más reciente intento de los ilios
por invadir la capital había fracasado habiéndose encontrado esos seres a poco
más de noventa kilómetros al oeste. En ese intento, habían querido atacar el
Museo Insular de Historia, algo que hubo para ellos de resultar en otra
derrota. De nuevo habían salido a la luz detalles sobre el accionar de los
ilios, acerca de métodos más o menos perversos y monstruosos que, al darse a
conocer, no hicieron más que motivas a las hadas y otros elementales a redoblar
todos sus esfuerzos e intensificar cada una de sus acciones. Se había
descubierto que los ilios estaban dedicando parte de sus recursos para ataques
indiscriminados contra las instalaciones médicas. Eso no era novedad, pero si
el hecho de que había (y habría) varios miles de heridos entre los enemigos de
los ilios, unos más graves que otros, a nivel mundial, y estos requerirían de
la atención y los insumos adecuados para su restablecimiento. Habían atacado
incluso las instalaciones de las empresas, en el caso del reino insular, COMDE
y LAMISE, en uno de sus intentos por reducir la capacidad de producción de
tales insumos.
_Ella
y yo escuchamos algo sobre eso – dijo Iulí, hablando también por su hija –.
Nadia está haciendo lo que puede para conservar en lo más alto los ánimos y la
moral de su gente. No es fácil, sobre todo considerando su situación personal.
La
jefa del Consejo SAM había quedado viuda hacía unos días, cuando Lursi pasara a
engrosar la lista de víctimas de los ilios. Desde ese momento, atravesaba una
crisis y tenía problemas emocionales (no era para menos), a los que buscaba
superar concentrándose más que nunca en sus obligaciones, las cuales, por
supuesto, no dejaban de incluir a Yok´a, su hija. Nadia sabía que este era el
momento menos indicado para flaquear y bajar los brazos, pues era una de las
piezas clave en la lucha contra los ilios.
_Si
tenemos suerte, ni ella ni nosotros nos vamos a tener que preocupar por los
ilios nunca más una vez que hayamos recuperado las urnas en Bagme, Lome, Iluria
y Yoine. Nadie, en general, va a hacerlo – sentenció Eduardo, tomando con ambos
brazos, delicadamente, a su hija –. Creo
que incluso los más radicalizados y fanáticos entre nuestros enemigos se
habrán dado cuenta de que las desventajas están en un crecimiento constante
para ellos. Los Cuidadores, por ejemplo. Éramos cuatro al empezar Diciembre,
cinco en los primeros días de este mes y ahora somos ocho. Apenas seis
bastarían para vencer a los ilios, pero ocho… lo del fin de la guerra el último
día de este mes es un hecho. Lo único que hace falta es este último esfuerzo de
nuestra parte.
Se
había referido a la tarea de los Cuidadores de juntar el cuarteto de urnas y
reunir su contenido. Eduardo y sus colegas desconocían el por qué, pero sabían
que al hacerlo habría una reacción que acabaría con la evolución por inducción
y las habilidades de los ilios.
_Voy
a ir con ustedes – dijo de pronto Isabel, decidida – Mejor dicho, Lara y yo
vamos. Lo decidimos durante el viaje de vuelta a Del Sol. Y no son las únicas.
Cristal y el príncipe Taynqaq concluyeron que van a acompañar a Kevin y a
Marina, y Atilio va con Qumi y Zümsar. Creemos que es lo mejor, porque no
importa cuán poderosos sean los Cuidadores. El peligro en este caso es extremo,
dado que van a buscar justamente eso, lo único que puede derrotar definitivamente
a los ilios. Y no, Eduardo – se anticipó –. Lar a, Taynaq, mi hermana, Atilio y
yo no pensamos cambiar de opinión. Todos corrimos riesgos en los lugares
grandiosos mientras ustedes se apoderaban de los fragmentos del pergamino y
estamos plenamente conscientes de eso y de lo que se avecina, y lo aceptamos.
Para algo como esto, tan peligroso, se requiere de una fuerza superior a la que
posean los Cuidadores en su condición de Altos Selectos y usando los
Impulsores.
_Se
que mis nervios no lo van a soportar, aunque me aterré cuando ella me lo contó
– a ese respecto, las palabras de Iulí todavía demostraban sus dudas –. Al
principio no pude aceptarlo. Ya era demasiado que ustedes dos, Eduardo y Kevin,
estuvieran expuestos, y saber que también lo hicieran mis hijas… creo que es lo
mejor. Y no te preocupes – pidió a su yerno –. Los lugares grandiosos no van a
colapsar porque Isabel, Cristal, Lara, Taynaq y Atilio no se encuentren en
ellos pro algunas horas.
_Supongo
que vamos a estar de vuelta a la tarde o la tarde-noche, aun con todas las
dificultades y peligros que podamos hallar en esas locaciones –apostó Eduardo –
Como vinimos sosteniendo, la guerra va a terminar antes que este mes. Imaginen
que para el momento en que aparezcan los primeros rayos solares del veintiséis
de Enero / Baui número veintiséis ya no haya ilios, o, lo que es lo mismo, que
tengamos esa paz que se perdiera con su llegada a Centralia.
Los
tres sonrieron al pensar en ese futuro. Visualizar un mundo libre de esa
amenaza, fueran destruidos o no cada uno de los ilios – nada garantizaba que
esos seres simplemente se esfumaran cuando fuera mezclado el contenido de las
cuatro urnas –, era algo que contribuía a que los ánimos de las hadas se
mantuvieran en alto y les diera esperanzas.
_Sería
lo mejor para todos – opinó Isabel –, puede que también para nuestros enemigos,
para los que sobrevivan. Como sea, tenemos que prepararnos. Deberíamos estudiar
el entorno de esas cuatro locaciones, cualquier cosa que haya nos va a servir.
Y confiar en que Zümsar, Lina y Akmi puedan hallar a sus segundos. Yo pienso
que eso podría pasar.
_Y
yo – coincidió Iulí – Aparecieron tres Cuidadores un mismo día, hace ya más de
un año, así que tranquilamente podría pasar ahora algo como eso, ¿no creen?.
_Si
– contestó el Cuidador – incorporándose, lentamente, procurando no despertar a
su hija, tranquila y profundamente dormida. “Dichosa ella que lo puede hacer”,
pensó, sonriendo –, ¿por qué no vamos ahora al área intelectual de este
templo?. Además, podemos recorrerlo. Aprovechar momentos como este es algo que
los tres necesitamos.
Madre
e hija estuvieron de acuerdo y también dejaron sus asientos, llevando Iulí a
Ibequgi, y los tres abandonaron el despacho. Vieron que en el exterior las
hadas y otros seres elementales compartían lo mismo que ellos: buscar relajarse
en los escasos momentos tranquilos como este.
FIN
---
CLAUDIO ---
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