martes, 21 de agosto de 2018

47b) Monstruos


Al llegar las siete en punto - las hadas calcularon, porque entre tanto ruido y caos era muy difícil, cuando no imposible, prestarle atención a las campanadas -, se cumplieron cincuenta minutos desde que empezara el mortal enfrentamiento entre esos mil seres feéricos poderosos, los cuales se habían ofrecido de manera completamente voluntaria para llevar a cabo esta tarea, contra cinco mil monstruos, todos los que quedaban en el arsenal ilio. Esos mil valientes no solo estaban siendo los protagonistas de una batalla decisiva en que la inferioridad numérica era de uno contra cinco, sino también una diferencia en la naturaleza y constitución de los monstruos. Eran mint-hu, de acuerdo, pero de una clase distinta a la que ya habían visto con el correr de este mes. Estos, lo descubrieron al momento mismo de iniciar el combate, con su llegada al predio, eran definitivamente más resistentes a los daños, maniobrables, ágiles y, tal vez lo peor, podían lanzar descargas, no solo desde las manos, sino también desde la boca y los ojos, lo que los hubo de transformar en los más grande, amenazantes y peligrosos enemigos a los que alguna vez se hubieran enfrentado esas mil hadas. Estas tuvieron que hacerse a la idea de atacar con sus fuerzas al máximo desde el principio y concentrar sus ataques en un único punto para asegurar la destrucción de los monstruos. Otro de los problemas que se había suscitado era que estos también estaban trabajando en equipo, por lo que a las hadas se les hacía complicado poder atacar, ya que al hacerlo debían defenderse de los embates de los otros monstruos. Las hadas de los elementos recurrían a los ataques combinados, pero los mint-hu eran lo bastante fuertes como para repelerlos a todos, o casi, y su superioridad numérica era tal que advirtieron que el enfrentamiento se prolongaría por mucho más de lo que habían estimado. Aquellos feéricos que se podían transformar en Selectos o Altos Selectos lo hicieron prácticamente desde el inicio, Isabel y Cristal fueron las pioneras (las únicas que lograron destruir a un monstruo sin ayuda, aunque haciendo un esfuerzo enorme), otros recurrían a la forma combinada y ambos, como los demás, estaban usando los Impulsores para maximizar sus cualidades. "Lástima que el único aspecto positivo no sirva en este caso", lamentó Lili, la reina de Insulandia, quien como nunca estaba ejerciendo su función (defender al pueblo, a la patria y al Estado), al ubicarse como lideresa de las hadas que formaban este contingente. Se había referido al hecho de que los monstruos no tenían, ni tampoco demostraban interés, en abandonar ese lugar. Por eso fue que las hadas dedujeron que se quedarían en esa área de poco más de setenta y dos kilómetros cuadrados hasta que el último de sus oponentes hubiera sido eliminado, y una de las preocupaciones de esos mil valientes había sido que los monstruos quisieran expandirse y con ello llevar el caos y la destrucción a otros lugares. En esos cincuenta minutos apenas fue destruido el cero punto treinta y cinco por ciento de los enemigos (ciento setenta y cinco monstruos), y para todos hubo que emplear grandes cantidades de energía, no solo porque eran más resistentes, sino también para evitar que la batalla se prolongara y, con eso, que los heridos y fallecidos empezaran a contarse con dos dígitos, o, peor, con tres. En ese mismo lapso, cayeron en combate dos docenas de seres feéricos, los otros no lo pudieron evitar por más que lo intentaron, haciendo hasta lo imposible, y los heridos ya llegaban a noventa. Estos, sin embargo, rehusaban retirarse y continuaban atacando, ignorando los cortes más o menos profundos y otras heridas e incluso lesiones internas, dispuestos a dar la vida, conscientes de que lo que estaban jugando era nada más y nada menos que la derrota final de los ilios y, con eso, la paz. Las descargas de energía iban y venían por parte de los dos bandos, ocasionando además daños a lo largo y a lo ancho de la zona de la batalla, explosiones más o menos potentes que enviaban restos del suelo (polvo, tierra y piedras en su mayoría) en todas las direcciones y a distintas velocidades y alturas, lo que a su vez era causante de daños menores en los monstruos y una parte de las heridas en las hadas. Entre tanto desorden se escuchaban los pedidos de ayuda médica, exclamaciones con que se arengaban y animaban unos a otros los seres feéricos, órdenes para atacar de tal o cual manera y palabras con que se recordaban que no debían retroceder y continuar peleando con todo. Tenían una ventaja que estaba pasando prácticamente inadvertida, a causa de la tensión que generara el combate, y era que cada uno de ellos apoyaba la teoría del catastrofismo, la cual se había sostenido desde los tiempos inmediatamente posteriores al fin de la Guerra de los Veintiocho y sugería la posibilidad de que habría un nuevo enfrentamiento contra los ilios, más tarde o más temprano, y este sería definitivo: sobrevivirían aquellos seres o todos los demás. Era por eso que estas mil hadas crecieron convencidas de que deberían volverse fuertes, lo suficiente como para estar listas para cuando ese momento llegara ("Mejor prevenir que curar", dijeron, sabiendo que la guerra final podría no estallar antes de que cruzaran al otro lado de la puerta), y no dejarse vencer por los ilios, no importaba que tan poderosos y malévolos pudieran volverse aquellos. En este caso estaban batallando contra los mejores monstruos, dando lo mejor de si y decididos a pelear hasta las últimas consecuencias. "Dar incluso nuestras vidas", reafirmó Wilson, quien, junto a sus hijas, lanzaron sendos rayos que dejaron en llamas a uno de los mint-hu, el cual fue rematado por Iulí, quien hizo caso omiso del fuego y le asestó una tremenda patada a ese enemigo - "Somos un equipo y una familia", corearon, antes de lanzarse contra otro monstruo -. Apenas tuvieron tiempo para alegrarse, pues los enemigos cercanos se les fueron encima y a ellos les urgía seguir la lucha, además de no dejar de permanecer atentos a cualquier pedido de ayuda que pudiera surgir entre las hadas. Con cada segundo y cada minuto que transcurría la batalla se volvía más intensa y violenta, porque las partes enfrentadas no estaban dispuestas ni por equivocación a permitir que la otra se llevara el triunfo. "A los pies!", se oyó exclamar a un hada, la cual había acertado una descarga y derribado a uno de los mint-hu, y al reparar en ella advirtieron que se trataba de Nadia, quien, aún estando herida (varios cortes en los brazos y un ojo, el derecho, cerrado, producto de un golpe muy fuerte), no dejaba de pelear con todo lo que tenía. Ella estuvo entre los primeros seres feéricos en ofrecerse para integrar este grupo, no bien los espías se hicieron con la información respecto al emplazamiento de los mint-hu, porque sentía que no solo era su deber, sino también porque quería vengar la muerte de Lursi, su compañero. Era cierto que sentimientos y emociones así no distinguían ni caracterizaban a las hadas, pero esa pérdida había afectado particularmente a la jefa del Consejo SAM.  Todos cuantos se encontraban allí enfrentando a los monstruos habían tenido pérdidas fatales en sus respectivos círculos - familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... -, pero el caso de Nadia era distinto, pues Lursi y ella habían tenido una hija iniciado el último trimestre del año pasado, y esta nueva y definitiva guerra los había encontrado ocupándose no solo de sus roles en el Estado, sino de armar toda clase de planes para el futuro de Yok'a a todos los plazos. "Le prometí a Lursi el triunfo", dijo Nadia a las hadas que tuvo más cerca, en el segundo previo a que destruyera al monstruo con otra descarga, más fuerte que las anteriores. Destruido este enemigo, se lanzó contra los otros, ignorando el peligro, tanto como las heridas.

Pasados otros (alrededor de) dos tercios de hora, la cifra de monstruos destruidos había trepado hasta cuatrocientos - "Cero punto ocho por ciento es una insignificancia", juzgó Olaf, el jefe de la Guardia Real, insistir en con que el y una parte de las hadas guardianas debían atacar desde el aire -, lo que apenas contentaba a los combatientes, pues estos no se mostraban nada satisfechos con ese progreso tan bajo en más de una hora y media. Se estaban esforzando al máximo y aún con eso estos enemigos demostraban ser mucho más de lo que venían creyendo. Los monstruos atacaban también con todo, dando fuertes y veloces golpes con los puños y los pies, a la vez que lanzaban potentes descargas a través de los ojos y la boca, tanto para cubrirse de las embestidas de los seres feéricos como para atacar. "Redoblen sus esfuerzos y sigan presionando" - pidió la reina Lili, lanzando un rayo tan devastador que destruyó a un monstruo reduciéndolo a unos pocos fragmentos carbonizados y humeantes -, "... no podemos perder. La supervivencia de todos depende de nosotros". No hizo falta alguna que lo repitiera, porque cada uno de los combatientes, heridos e ilesos por igual, entendió que eso era lo que tenía que hacer. Las frases como esa, palabras de aliento y ánimo, eran una constante desde que el contingente llegara a la zona, y habían contribuir a mantener en lo más alto el espíritu de pelea y la moral en el grupo, a tal punto que los componentes de este consiguieron ignorar el dolor y la tristeza que surgieran en ellos al ver como también aumentaba el número de bajas propias. Era imposible saber si esas emociones aparecerían luego, en cualquiera de los plazos, pero basándose en todo cuanto presenciaran y vieran en los últimos días cabía la posibilidad de que pudieran sobreponerse fácilmente, y eso no se debía a que no tuvieran respeto por los caídos ni nada parecido, sino que obedecía a uno de los más antiguos rasgos sociales que tanto caracterizaban a las hadas: no dejarse dominar nunca, bajo ninguna circunstancia,  por más adversa que esta fuera, por la tristeza, la pena y cuanto sentimiento y emoción negativa existiese. Milenios enteros habían pasado desde el surgimiento de las hadas, y desde el establecimiento de aquellas en las primeras comunidades organizadas (las primeras y más antiguas poblaciones feéricas) advirtieron que deberían recurrir a cualquier cosa que pudieran tener al alcance para ganarse su lugar como la especie dominante, siempre que no resultara perjudicial para las otras especies con las que compartían el mundo (sirénidos, vampiros, nagas, faunos...), entre todas no dejarse dominar por la negatividad que pudiera surgir como consecuencia de una catástrofe natural o una guerra, no importando su proporción, la pérdida de un ser querido, problemas laborales o familiares o la causa que fuere. Esa era la razón por la que en esta confrontación, la cual no dejaba de sorprender por el tiempo transcurrido desde su inicio, a la tarde-noche del domingo cuatro de Enero / Baui número cuatro, menos de un mes - siempre se sostuvo que si todos los seres elementales luchaban juntos contra los ilios, estos no ofrecerían la resistencia demostrada en la Guerra de los Veintiocho; ese había sido un postulado especialmente arraigado entre los defensores del catastrofismo -, las hadas no se habían dejado consumir por el negativismo. Nadia, la Consejera de Salud y Asuntos Médicos de Insulandia, era uno de los exponentes de esa postura. La pérdida de su compañero no había sido un factor que la sumiera en estados más o menos profundos de tristeza y depresión. Había, de hecho, continuado con sus obligaciones como una de las funcionarias de mayor rango en el poder político del reino - uno de los componentes del Consejo Real - y asumido un rol activo en la guerra, más allá de la función pública, participantes incluso en algunas batallas. Ahora, en el enfrentamiento final en Iluria, estaba peleando como nunca antes, haciendo los más denodados esfuerzos por eliminar a todos los enemigos que tenía delante suyo. Lo mismo hacían todas las hadas allí, lanzando decenas de descargas y recurriendo a cada una de sus técnicas, deseando que se pudiera revertir, y pronto, este resultado ahora adverso, tan pocos monstruos destruidos en un lapso inusualmente largo; aún para tratarse de mint-hu, nunca demoraban esa franja de tiempo en destruirlos. "Confíen en que es posible!" - se escuchó exclamar a Lía, quien también participaba de la batalla -, "...o estamos haciendo muy bien, apenas necesitamos mejorar un poco", y contraatacó, asestando un golpe tan potente a un monstruo que lo derribó, hecho que fue aprovechado por otra docena de hadas, las cuales lo redujeron a escombros acribillándolo con numerosas descargas. Había ahora un enemigo menos, algo que no entusiasmó demasiado a los seres feéricos, puesto que quedaban más de cuarenta y nueve mil, de los cuales la mayoría estaba en excelentes condiciones. Llegadas las ocho y diez, el número de caídos en combate entre las hadas había trepado a noventa y dos, y los monstruos destruidos a setecientos, habiendo alcanzado el enfrentamiento definitivo un nuevo nivel en la escala de violencia y ferocidad. Entre los fallecidos estuvo Atilio, el hermano de Qumi y segundo al mando del Hogar de la Tierra, que murió como un auténtico héroe, peleando contra cuatro monstruos al mismo tiempo, empleando toda su energía en una sola acción, sabiendo que ese recurso era lo único que le daría una oportunidad. Pero tuvo un desenlace imprevisto, que ese extenuante esfuerzo hubo de demandarle la vida, y lo último que dijo, consciente de que le quedaban pocos segundos antes de cruzar al otro lado de la puerta, fue que podía irse contento, puesto que había cumplido con su trabajo. La parte difícil, debido a la carga emocional, sería, advirtieron, darle la mala noticia a Qumi y sus otros familiares. Este deceso hizo que los que sobrevivieran tuvieran un súbito y repentino endurecimiento, no hubo tristeza u otros sentimientos negativos allí, sino algo diferente, el deseo de venganza. Y el asesinato del segundo al mando de uno de los lugares grandiosos, aunque podía ser una más entre las diecisiete mil novecientas noventa y cinco hadas que habían caído con el correr de este mes, era la gota que había derramado el vaso. Atilio era una persona muy querida dentro y fuera de su patria, el reino de Austronesia, y su muerte, asumieron todos los seres feéricos allí, no quedaría sin castigo. Con eso en mente, sumado a todo lo demás (todas las muertes, todas las estructuras destruidas, la suerte que correrían cinco de los lugares grandiosos...), los combatientes, ilesos y heridos por igual, volvieron a multiplicar sus esfuerzos y lanzarse con más encono y brusquedad que antes contra los monstruos, y lo hicieron de manera tal que una docena y media de ellos fueron destruidos en solo tres minutos. Al fin las hadas estaban tomando la iniciativa en el enfrentamiento, y ahora que por fin lo consiguió no iban a permitir que eso fuera más que un lapsus. Cómo pudieron, cercaron a los mint-hu con decenas de rayos, intentando restringir sus movimientos, dando el tiempo suficiente a aquellos que atacaban desde el aire de efectuar descargas certeras. Sabían que eso no les daría el triunfo de un minuto al siguiente. Deberían ser ataques aéreos y terrestres constantes, y permanecer absolutamente abyectos hasta que cayera el último de los monstruos - las preocupaciones y temores por la suerte que pudieran correr los demás, sin embargo, no desaparecerían -, aunque la guerra no terminaría con eso, pues había otros tres problemas a resolver, tareas encomendadas a los hermanos y los ocho Cuidadores.

Jule, Taknu, Dalia e Imeleuq llegaron al oeste-noroeste centrálico apenas pasadas las diez y sin dudarlo se unieron a la lucha, recurriendo otra vez a sus descomunales poderes que les permitieron cumplir sus obligaciones en un instante, habiendo descubierto, durante el viaje desde Plaza Central, que no se trataba de algo estable, pudiendo "mantenerlo dormido" hasta que fuera oportuno "despertarlo". Su arribo fue el primer indicio de que la batalla empezaba a inclinarse a favor de las hadas, y de inmediato demostrarían cuan poderosos eran rodeando a uno de los mint-hu, destruyéndolo tan rápido y fácil como si hubiera sido de papel. "Qué es lo que tenemos que hacer?", preguntó la antigua defensora de Lome a un grupo de congéneres que estaban dando unas pocas instrucciones. Uno de estos señaló con la vista cuatro ubicaciones no lejos de allí, en que los monstruos habían acorralado a varios de los combatientes, los que intentaban defenderse generando esas burbujas de energía de los rayos que les lanzaban. Los hermanos hicieron un gesto facial para indicar que entendieron y se los vio despegar en un movimiento tan asombroso como rápido, y todos los seres feéricos reanudaron la batalla, advirtiendo, a su pesar, que la llegada de los hermanos tampoco significaba que fueran a hacer la ola - extendían los brazos y los movían repetidamente de abajo hacia arriba, manteniendo una posición erguida - en señal de triunfo. Las hadas empezaron a usar la telequinesia para mover los remanentes de aquellos monstruos destruidos para golpear violenta y fuertemente a los que mostraban hendiduras u otros daños en sus estructuras, y eso, sumado a los potentes ataques de aquellos que pudieron transformarse en Altos Selectos, sirvió para eliminar a otros diez mint-hu en un plazo de cinco minutos. "No nos queda más que destruirlos uno por uno", insistió la reina Lili, consciente de aquella postura, sobre que los hermanos eran muy poderosos pero que su presencia no garantizaba el triunfo. Tampoco el arribo de los Cuidadores de la Casa de la Magia, la Morada de la Flora y la de la Fauna, que aparecieron un cuarto de hora después que los hermanos y sin demorar un instante se sumaron al enfrentamiento. "Mejor que eso quede para otro momento", pidió Kevin al acercarse a su compañera y salvarla de los rayos que le lanzara otro monstruo, cuando la dama quiso preguntarle cómo les había ido a los tres en su batalla en Uqezare. "Descartemos lo obvio" - quiso Isabel, que también pasó cerca de allí -, "Akmi, Lina y vos lo destruyeron, sino lo habrían podido venir a Iluria", y lanzó una descarga tan grande que detuvo en seco al monstruo que intentara golpearlos con ambas manos. "Ojalá ellos también corran con la misma suerte que nosotros", deseó Kevin, transformándose en Alto Selecto y atacando al minhu que fuera inmovilizado por su cuñada, destruyéndolo al rociarlo con el veneno corrosivo, cuatro escupitajos lanzados en sucesión rápida que lo impactaron en las articulaciones de los hombros, el cuello y la rodilla izquierda. Más que nunca, las hadas estaban actuando como un equipo, porque descubrir que, aún siendo algunas de las más fuertes del mundo, no podían causar daños significativos al enemigo, algo que únicamente consiguieron unos pocos casos aislados, como Atilio. "Quién le va a dar la mala noticia a Qumi, por cierto?", quiso saber Lina, atrapando a uno de los monstruos, aplicándola tal presión con las enredaderas que hiciera brotar del suelo que la resistencia cedió al cabo de segundos y su oponente quedó reducido a ruinas. Esa era la parte que menos gustaba a los seres feéricos, ser quien llevara la "mala noticia" a los familiares de alguien que moría como consecuencia de un enfrentamiento bélico, una costumbre y un sentimiento que se remontaban a tiempos tan antiguos como los del Período de Organización, el cual había sido particularmente doloroso y muy frecuente, algo de todos los días, en la Guerra de los Veintiocho, cuando los muertos en la raza feérica llegaron a una cifra de nueve dígitos y treparon a más de quinientos setenta millones, alrededor de la quinta parte de la población mundial de entonces. Un hada fallecía, se hacían los exámenes para determinar la verdadera causa del deceso u su identidad, aún si esto fuera una obviedad, y entonces llegaba esa tarea que a nadie le gustaba, debido a la carga emocional: ir a la casa y anunciar la muerte al grupo familiar. "Es un riesgo de la guerra, muy grande, que todos conocemos y aceptamos", reflexionó Dalia, que se había acercado a Lina persiguiendo a dos monstruos, a los que destruyó con facilidad, usando una variante del manto de oscuridad, al tomar a los mint-hu por el cuello y transformarlos en sombras negras, haciendo que el aire que llegaba a estas, en lugar de un gas venenoso, pasara a ser un agente corrosivo. "Una nueva técnica", avisó a la Cuidadora, indicando mediante unos pocos gestos que había ignorado que la poseía hasta ese momento, porque lo que había pensado era tomar a los monstruos y azotarlos fuertemente contra el suelo. Tan concentrada estuvo que no fue capaz de advertir como otros tres mint-hu se abalanzaban sobre ella, dando grandes saltos, pero pasó algo que la libró de esas amenazas (los monstruos, sin embargo, no le hubieran podido hacer nada... ningún daño, de hecho), a lo que ella reaccionó con una sorpresa. Un descomunal rayo negro, del mismo tono que el de la técnica, pasó a centímetros suyo e impactó de lleno a los monstruos, que a la parálisis instantánea se desintegraron y cayeron al suelo en forma de piedras. "Quién lo hizo?!", llamó Dalia, intentando hacerse oír por sobre el caos, mirando a uno y otro lado, buscando la fuente, olvidando que ese rayo por poco le daba a ella y entendiendo que quien lo había lanzado lo hizo para salvarla. Al final halló la "fuente x, a pocos metros de distancia a su derecha, y vio acercarse a un hombre joven, que no debía tener más de dieciocho. "Alguien como vos" - le dijo, acercándose a ella. Aprovechando la cierta lejanía de otros enemigos, la ayudó a incorporarse -, "Anton, hada de la oscuridad", y acto seguido se perdió entre la multitud de feéricos y monstruos que seguían con esos mortales combates. "Quién era?", le preguntó Isabel, cuando las dos atracaron y eliminaron a otro monstruo, y Dalia le contó lo único que sabía de él, su nombre y si atributo. "Parece que a alguien le están empezando a picar las hormigas en el estómago...", llamó Cristal con una sonrisa, a lo que Dalia reaccionó ruborizándose ligeramente, sin poder hacer otra cosa que eso ni pronunciar palabra alguna. Cómo fuere, estuvo convencida de que debería acercarse de nuevo a él, puesto que era también un hada de la oscura ("Alguien como yo", repitió en su mente... Pensando en aquello que dijera Cristal?). Pero eso sería más tarde, concluyó, porque en este preciso momento era otra la prioridad; destruir a los mint-hu restantes, los que, no bien llegaron las diez y media, totalizaban cuarenta y ocho mil ciento cuarenta - habían acabado las hadas con el tres punto setenta y dos por ciento -. La situación había mejorado con la llegada de los Cuidadores y los hermanos, pero, tal como ya lo advirtieran, eso no significaba que hasta el último de los enemigos fuera a desaparecer de un momento a otro. De hecho, aún estaban allí casi todos, la mayoría intactos, y los seres feéricos habían sufrido una reducción numérica de mil a ochocientos diez. "Ese diecinueve por ciento en catastrófico, especialmente en esta situación tan complicada y peligrosa" - lamentó el rey insular, el más reciente de los voluntarios en llegar a la batalla -, "... necesitamos que vengan todos cuantos puedan o no vamos a durar mucho en este lugar".

Sus deseos se cumplieron inmediatamente, solo que esta vez no fueron hadas las que se sumaron al enfrentamiento. Unos cinco mil seres elementales aparecieron de la nada, encabezados por dos feéricos que hicieron acto de presencia apenas un segundo después, mediante la técnica de la tele transportación. Eran Elvia y Oliverio, los herederos insulares y miembros del Consejo Real (de Cultura y de Infraestructura y Obras), quienes de inmediato empezaron a dar las indicaciones de ir allí donde había mayor concentración de enemigos y poner a resguardo a aquellos combatientes que presentaban las heridas más graves - estos se resistirían a abandonar la lucha, por sus principios -, de manera que muy pronto se estuvieron entremezclando con las hadas y los mint-hu esas cinco centenas de vampiros, cuatrocientos cincuenta faunos, cuatrocientos setenta y cinco sirénidos, un enjambre de mil quinientos liuqis al que se confundiera con langostas, por su tamaño y lo juntos que volaban, tres centenas y media de nagas, que por su tamaño y masa marcharon formando un círculo protegiendo a los demás, doscientos veinticinco ornímodos que pronto estuvieron atacando desde el aire, formando cuatro y cinco grupos de cinco componentes cada uno, una centena y tres cuartos de gnomos, los cuales tendrían como mejor opción el darle fuertes golpes a los enemigos con sus armas especiales, cuchillos que podían incluso traspasar la piedra más sólida, y novecientos veinticinco híbridos, conformados estos por individuos en quienes "intervinieran" hadas, sirénidos, vampiros y faunos. Aún con estos refuerzos, los mint-hu seguían teniendo la superioridad numérica, por lo que los herederos volvieron a desaparecer, para presentarse cuatro o cinco minutos más tarde trayendo otros cinco mil refuerzos - "Gracias por enseñarnos está técnica a Oliverio y a mi", agradeció Elvia a su madre, cuando los dos estuvieron, al fin, peleando lado a lado -, mil doscientas hadas, que al instante accedieron a la condición de cliente o a la forma combinada, y tres mil ochocientos individuos de (las) otras cincuenta y cinco especies del reino elemental, todas estas dispuestas cien por ciento a dar sus mejores esfuerzos en la derrota definitiva de los monstruos y, por supuesto, de los ilios. Exactamente a las once, la cantidad de mint-hu que continúen combatientes, entre dañados e ilesos, había caído a cuarenta y tres mil, el ochenta y seis por ciento de los que había al empezar el enfrentamiento; del otro lado, los combatientes, con la llegada de los nuevos refuerzos, de todas las especies, ascendieron a veintiún mil quinientos, y por unos breves instantes, antes de que fallecieran o fueran destruidos algunos de los peleadores de uno y otro bando, hubo una proporción de dos contra uno. Ahora, la situación iba claramente en el otro sentido, en favor de los seres feéricos y elementales. Los ornímodos, expertos netos en batallas aéreas a diversas alturas, atacaban a los monstruos clavándoles sus filosas garras en los hombros o la cabeza; a los nagas les bastaba con agitar violenta e intempestivamente sus brazos musculosos para tumbar a un minhu o catapultarlos a la distancia; los faunos los golpeaban tan fuerte con sus patas que agrietaban las partes más vulnerables de los mint-hu, específicamente las rodillas y la nuca; los sirénidos, sirenas y tritones por igual, horadaban a los enemigos produciéndose un silbido que solo ellos podían escuchar - una variante de ese ataque con el que provocaban sordera temporal y cansancio más o menos extremo en sus víctimas... lo único que eventualmente podría permitirles escapar del megalópolis si a este "le daba hambre" -; los gnomos, de hecho, los golpeaban fuertemente con sus cuchillos intentando afectar su movilidad para que fueran blancos fáciles para ellos y los demás; los liuqis se abalanzaban en furiosos enjambres sobre los monstruos, cayendo ellos mismos como aguijones se tratara, haciendo que dieran una y otra vuelta y ejecutaran descoordinados movimientos intentando librarse de esos seres; los vampiros intentaban atravesarlos con sus punzantes garras, a la vez que les daban una atrás de otra las violentas patadas, tratando de noquearlos o dejarlos agotados para poder destruirlos sin complicaciones; los híbridos nacidos en parte de vampíricos, sirénidos, feéricos y faunos recurrían a las habilidades y técnicas que heredaran de sus progenitores... Los monstruos estuvieron muy pronto en una desventajas de fuerza, aunque conservaban la superioridad numérica, pues cada uno de sus oponentes trabajaba en cooperación con otros (centenares de mentes obrando como si fueran una sola) y sabían cómo y dónde atacar. Los monstruos, por su parte, lanzaban los rayos y golpes con las extremidades sin medir las consecuencias, porque para ellos no había nada que fuera más importante que la entrega de sus enemigos, aún si eso significaba dañar a uno o más de ellos. Sin embargo, sin teniendo esas ventajas, los seres feéricos y elementales no eran invulnerables y podían resultar heridos, o, peor, muertos. Entre estos, uno de los casos más llamativos, debido a su figuraciones pública y su posición política, había sido Taynaq, el príncipe ucemita y segundo al mando del Santuario del Viento, quien se había interpuesto entre los rayos que lanzaran tres monstruos, un total de quince descargar (las palmas, los ojos y la boca) y tres de sus compatriotas, los cuales estaban allí desde el principio, recibiendo el los impactos y cayendo bruscamente al suelo. Por supuesto que Taynaq no había muerto, no lo haría con esos ataques débiles, pero tendría fuertes dolores en la espalda por tiempo indefinido. Esperó hasta que los monstruos hubieran estado convencidos de su éxito y entonces fue su momento, soltando una inmensa descarga a la que controló con sus habilidades telequinéticas - algunas hadas podían hacer eso, controlar un rayo y lograr que hiciera movimientos más o menos complejos para darle a múltiples blancos -, para hacer que los monstruos se desintegraran en lugar de estallar, algo a lo que no pocos mint-hu recurrieron cuando aceptaron que la derrota era inevitable: la autodestrucción. La batalla continuó con el mismo nivel de fuerza y ferocidad, con caídos en los dos lados, y para cuando llegaron las once y media y se cumplieran cinco horas y tercio desde que empezara este enfrentamiento definitivo, los monstruos vieron reducido su número a poco más de treinta y cinco mil y, con el arribo de nuevos refuerzos, los combatientes en el otro bando por fin los superaron no solo en resistencia y fuerza, sino también en número, trepando este a treinta y seis mil, de los cuales la mitad eran seres feéricos. La unión de todos estos había marcado la diferencia y pronto estuvieron asestando golpes más bien graves e incluso mortales a los mint-hu, quienes se vieron (empezaron a hacerlo) tan abrumados que fueron incapaces de recurrir a su técnica definitiva, teniendo que contentarse con los golpes con las extremidades y los rayos para eliminar a sus enemigos. "Cada vez estamos más cerca del triunfo" - exclamó la reina Lili a viva voz -, "no podemos flaquear ahora", y con una descarga de deshizo de otro monstruo, dejándolo en llamas, un fuego tan intenso que derritió las articulaciones del oponente. El enfrentamiento continuó y, aunque los elementales y feéricos eran ahora superiores en fuerza, y desde un determinada momento también en número (cinco mil hadas más se sumaron entre las once y veinticinco y las doce menos veinte, y en ese mismo plazo la cifra de mint-hu se redujo a veintinueve mil), eso no les garantizó el triunfo. Bien sabían que los monstruos no se rendirían y, aunque estos tuvieran ciertas precauciones y la suficiente inteligente como para estudiar la situación y desarrollar estrategias de batalla, lucharían hasta las últimas consecuencias con tal de cumplir su objetivo, el cual consistía en la eliminatoria de todos los individuos ajenos a la raza ilia. "Empezando con nosotros", dijo Elvia, azotando a un monstruo con los látigos de fuego.

"Destruyan también todos los remanentes que puedan y rápido", pidió la reina Lili en un momento dado, instantes después de la llegada del mediodía, al observar los restos de un monstruo al que ella misma destruyera, los cuales empezaron a rodar por el suelo y dirigirse hacia los mint-hu aún de pie, para que estos los absorbieran y, dependiendo de sus condiciones, recuperarse de sus daños, sin importar cuán graves fueran estos, o aumentar sus poderes y resistencia. "Otra treta de los ilios?", llamó el rey Elías, viendo a parte de los combatientes lanzarse con todo contra los restos. "Ustedes ocúpense de los monstruos", pidió Elvia a los nagas, cuando los tuvo cerca, consciente de que esos seres elementales eran quienes tenían mejores y mayores oportunidades, debido a sus dolencias, fortaleza y las gruesas capas de escamas que cubrían sus colas. El problema era que había miles y miles de fragmentos, y las hadas estaban obligadas a reducirlos a un finísimo polvo e incluso menos que eso para que los monstruos no los pudieran aprovechar. "Los ilios hicieron algo parecido... No es así?", observó Oliverio, refiriéndose a una de las armas que construyeran esos seres, para absorber la energía, el remanente de esta, de sus congéneres fallecidos. De pronto, para suerte de los seres elementales, una fuerte corriente empezó a sentirse veloz a baja altura, la cual llevó los restos, cada uno de estos, a varios metros desde la superficie, y los combatientes, preguntándose cuál podría ser la fuente, la hallaron flotando sobre todos ellos, describiendo círculos muy veloces para mantener esa corriente y seguir elevando los restos. Eran los “Espíritus del aire”, una de las razas elementales, tal vez la más extraña de todas, debido a que no poseían una forma física sólida, sino una consistencia mucho más tenue y fina que la gaseosa. No tenían tampoco un lugar fijo de residencia, y el medio millón de individuos de esta especie viajaba constantemente con las corrientes de aire (de ahí su nombre), pudiendo cubrir grandes distancias en cuestión de minutos. Estos seres poseían la marca de longevidad, siendo de todos los elementales los que podían vivir por más tiempo, llegando algunos a tener hasta mil años. Respecto de su consistencia, apenas unos pocos minutos cada día cambiaba y pasaba a ser un poco más espesa, cuando se alimentaba, fuera de eso los otros dos motivos eran el apareamiento y, más esporádicamente, el combate. Como todas las especies, los Espíritus del Aire no iban a quedarse con los brazos cruzados, si existía la posibilidad de derrotar para siempre a los ilios, y ahora hacían su parte en la última batalla, llevando los restos de los monstruos destruidos a varias decenas de metros, para que las hadas pudieran ocuparse de ellos sin herirse a ellas ni a otros seres elementales. Y así paso, en efecto. Las decenas de miles de escombros flotaron a más de quinientos metros de altura formando un manchón oscuro en medio de los Espíritus del Aire, quienes continuaban rodeándolos, y lo hicieron hasta una fracción de segundo después de que, en el suelo, una cincuentena de seres feéricos lanzara esas descomunales descargas que pulverizaron en un instante los escombros, produciendo una explosión gigantesca que llegó a los oídos de cada uno de los combatientes elementales. Ninguno resultó herido, y apenas hubieron de destruir los restos, volvieron a atacar a los monstruos, los que, en el curso de los minutos transcurridos hasta las trece horas diez, redujeron catastróficamente su número en un cuarenta y tres por ciento, ve veintinueve mil a dieciséis mil quinientos treinta. Ahora, la superioridad numérica y de fuerza de los seres elementales y feéricos estaba ajena a toda discusión, pues entre todos conjuntaban veinticinco mil peleadores. “Asegúrense de no dejar ni el polvo de ellos”, exclamó la reina, consciente de que aquella arma, la absorción de los  restos, no había sido nulificada – no había una manera de detenerla; al menos, Lili no la conocía –, y por tanto la posibilidad de que los mint-hu restantes pudieran volverse más fuertes no dejaba de estar presente. La batalla siguió y más monstruos fueron destruidos, aunque también cayeron combatientes en el otro bando, entre estos dos individuos de la raza feérica cuyas solas caídas significaban dos asuntos por demás graves; una de ellas vinculada al ámbito familiar y el otro el laboral. Se trató de Lía y Nadia, las Consejeras de Desarrollo Comunitario y Social y de Salud y Asuntos Médicos, respectivamente. Las dos estuvieron tan compenetradas en los enfrentamientos que sostenían que no fueron capaces de advertir como otro monstruo había estado acercándose por detrás, ocultado por l gigantesco caos reinante. Las damas, sorprendidas en grado extremo, no pudieron hacer nada por evitar los letales golpes, los cuales las catapultaron al suelo, con tan mala fortuna que se desnucaron con los fuertes impactos, y el monstruo quiso asegurarse de que ya no se levantaran recurriendo a las descargas. Para cuando estuvo enterado de la fatalidad, Olaf, el jefe de la Guardia Real, se dirigió a toda velocidad, creyendo que ambas colegas, una de ellas su compañera formal, solo estaban desmayadas, pero su suerte estuvo sellada, aunque no cayó sin pelear, llevándose con el la existencia de media catorcena de enemigos, entre estos el que eliminara a Lía y Nadia. A medida que estas tres muertes se fueron dando a conocer entre los peleadores, estos advirtieron la gravedad, pues la integridad del Consejo Real de Insulandia había sido comprometida. Más alarmante que eso era, sin dudas, la suerte que habrían de correr los hijos que habían traído al mundo, la cual quedaría encomendada a los funcionarios del CAF (Comité de Asuntos Familiares), un organismo dependiente del Consejo DSC (Desarrollo Comunitario y Social) que no demoraría un segundo siquiera en asignarles toda la ayuda que pudieran necesitar, y eso incluía lo que por lejos era lo más importante. “Familias sustitutas” – dijo Isabel, con lágrimas en los ojos, quien se había acercado a los tres, con la intención de retirar los cuerpos y dejarlos seguros fuera de la zona del enfrentamiento –, “es lo más urgente”. “Nunca corrimos tanto peligro como ahora”, volvió a precisar Cristal, escudando a su hermana, lanzando decenas de descargas contra los monstruos, lo mismo que,  su lado, hacía Iulí. “¿Vos estás bien?” – se preocupó esta, detectando la agitación y la respiración anormal en su hija menor, quien además tenía una sentida expresión de tristeza en la cara, y le hizo saber a ambas que e algún momento en los últimos cinco o seis minutos le había pasado una de las peores cosas, cuando no la peor, que le podía pasar a una mujer. No fue difícil, para su madre ni para su hermana comprender como debía sentirse, aunque buscara evadirse de esos sentimientos, considerando la situación que estaban atravesando. Así como un súbito y fugaz resplandor en el aura de las mujeres podía indicar el inicio de la concepción, un segundo brillo anunciaba la perdida de esa nueva vida que empezaba a gestarse, una tragedia que, si bien era fenomenalmente inusual, ocurría; había un caso en un cuarto de millón o más. “Tratá de no pensar en eso” – le aconsejó Isabel, conociendo cuán difícil le sería eso a su hermana, y viendo además otra fatalidad muy cerca de allí. Al final, el príncipe Taynaq no había podido sobrevivir a las heridas, cuando salvara la vida a sus compatriotas –, “ya vamos a tener tiempo para solucionarlo”. Se había referido, por supuesto, a un apoyo moral y anímico, lo único que se podía hacer al respecto, porque tanto ella como Iulí sabían que Cristal necesitaría más que nunca de toda esa ayuda- “Lo voy a superar”, dijo la compañera de Kevin sin entusiasmo ni convencimiento, atribuyendo ese tono a este momento trágico que le tocara vivir. Sabía que lo superaría y recuperaría su carácter acostumbrado, aunque estaba segura de que no sería en el corto plazo y que, demás estaba decirle, demandaría los mejores esfuerzos de su parte.

El enfrentamiento a muerte terminó a las quince horas con diecisiete minutos, cuando el último monstruo fue completamente destruido, reducido a menos que polvo por Lara y Kuza, los padres de Lidia, la Cuidadora del Templo del Fuego, y Suakeho, quienes tuvieron la obligación de borrar del mapa a ese minhu, ya que sentían que de esa manera estaban saldando, cuando no vengando, las muertes de los vampiros ocurridas a lo largo de este mes, y el ojo izquierdo del padre de las nenas híbridas, el cual no se podría recuperar. Kuza había sido herido de gravedad intentando salvar a cinco de sus congéneres heridos, media decena de vampiros que estuvieron incapacitados para moverse, mucho menos para luchar,  al haber agotado prácticamente todas sus energías en el crudo enfrentamiento y sufrido serias lesiones en las extremidades. Como en tantos  otros casos, sus palabras a ese respecto fueron que pasara lo que pasara no iba a rendirse, y las cumplió, demandándole uno de sus ojos la salvaguarda de los suyos. “El precio bien lo vale y la sangre de un vampiro no se negocia”, dijo, y acto seguido, medio vendado y a las apuradas, había vuelto a la carga, tras lo que se unió a Lara y ambos acabaron con ese último monstruo. El paisaje allí era desolador, trágico y deprimente, quizás lo peor que cualquiera de los sobrevivientes hubiera visto alguna vez. Yacían los cadáveres de más de diez mil combatientes feéricos y de otras especies elementales, dispersos por la vasta área, y la mayoría de quienes tuvieron suerte, cuando no todos, presentaban heridas, muchas de las cuales eran graves o muy graves, y eso representaba una situación apremiante en grado extremo, ya que era la más absoluta de las prioridades brindarles a todos la atención médica inmediata. “¿No vamos a lograrlo, cierto?”, lamentó el rey Elías, con un tono apagado, mientras ayudaba a Oliverio a ponerse de pie, pues el Consejero y heredero tenía cuando menos tres costillas aplastadas. “Si podemos”, se escuchó decir al unísono a tres de los hermanos, y todos cuantos se encontraban allí pudieron ver a Imeleuq, Jule y Taknu dejando a Dala, quien  curaba las heridas cortantes en un fauno, y observar el entorno con desesperación, calculando, y comprendiendo que solo quedaba una cosa por hacer. “¿Qué es?”, llamó la reina Lili, pues ella, como casi la totalidad de los demás, fue incapaz de predecir lo que estaban por hacer. Nuestro poder es igual e incluso puede que superior al de los Altos Selectos, gracias a nuestra fuerza, esa que despertamos”, dijo Taknu. “Y podemos vivir sin ella”, complementó Jule, un diálogo finalizado por Imeleuq con las palabras “Y lo que vamos a hacer es un enormísimo servicio, para eso quisimos unirnos a ustedes”. Estos tres, dijeron además que una vez que los ilios fueran derrotados, los agentes Qar´u quedarían poco menos que obsoletos, por lo que no haría falta que Taknu se uniera a ellos para hacer carrera en la defensa militar del reino insular, sino tal vez en otra área de la Guardia Real, que Taknu no haría a un lado su deseo de ser jugador de balonmano, el deporte más popular entre las hadas, solo porque su fuerza hubiese disminuido, y Jule que no había la necesidad de una segunda al mando para la Casa de la Luz, puesto que este lugar grandioso ya habría desaparecido, y ella podría entonces dedicarse de lleno a eso que le había empezado a gustar: la medicina. “Pero el caso de Dalia es distinto, por más que ella, como a nosotros, no nos afecte la pérdida de esta fuerza en nuestros planes para el futuro”. Lo que quisieron los hermanos decir era que sacrificarían su fuerza oculta, esa que despertaran intentando destruir las urnas, cosa que consiguieron, para transformarla en energía y conseguir con ello que todos los individuos heridos, fueran o no feéricos y sin que importaran la calidad (gravedad) ni cantidad de sus heridas, se restablecieran en cuestión de pocos segundos y quedaran como nuevos. “Al menos, físicamente, porque emocionalmente es otra cosa”, quiso aclarar Jule, preparándose para ejecutar ese plan, llevarlo de la teoría a la práctica. “En lo referente a eso, ninguno de nosotros puede hacer nada”, aportó Taknu, observando los alrededores, viendo la cantidad de heridos de todas las especies, sintiendo en carne propia lo que estaban sintiendo ellos y los suyos. “¿Y por qué yo no puedo hacer lo mismo que ustedes?”, dijo Dalia, casi quejándose, pues sus hermanos no habían querido que participara de este plan. “Porque la música folclórica siempre va a ser útil para conservar el acervo cultural de las hadas en lo más alto”, dijo Imeleuq, y se ocupó de aclarar que, aunque la pérdida de la fuerza oculta no iba a suponer peligros para dalia, igual era mejor no correrlos. “Además, ya tenés algo por lo que esforzarte… o alguien” – agregó Jule, notando a Anton caminar entre los heridos –, “eso es razón por demás suficiente para haber tomado esta decisión”. Taknu terminó el diálogo diciendo que, cuando esa energía que a ellos les sobraba hubiese cumplido su propósito, el de salvar las vidas de (cientos) de otros, todos juntos deberían dedicar todos los esfuerzos que hicieran falta a recuperarse, a lo que Imeleuq completó agregando que no tendrían que olvidarse de sonreír ni ser felices, y Jule que les esperaba un duro camino por delante, que la única manera de superarlo era yendo todos juntos por la misma dirección. Acto seguido, los tres – Dalia, ilesa a causa de su descomunal fuerza, se había quedado a la distancia, no porque quisiera, sino porque sus hermanos la obligaron a hacerlo – se elevaron por sobre los supervivientes de la feroz y definitiva batalla, se tomaron de la mano, observaron lo que había debajo y cerraron los ojos. Lo que hubo de ocurrir entonces fue la expulsión de la más grande cantidad de energía que alguno de los feéricos y elementales alguna vez hubiese visto o sentido, pero no los lastimó de tal o cual manera, sino todo lo contrario, exactamente lo que habían prometido los hermanos en el aire. Ráfagas de energía con los diversos tonos de azul (eléctrico Jule, marino Taknu y claro Imeleuq) que aumentaron sustancialmente su masa, antes de empezar a expandirse a una velocidad incalculable primero, hasta regresar al origen y volver a salir de este, ahora en forma de incontables chispas, como si de piezas pirotécnicas se hubiera tratado. Cuando esas piezas tan diminutas por fin tocaron a los heridos, estos automáticamente, o casi, empezaron a recuperar sus energías, en algunos casos desde cero, y sanar cada una de sus heridas. Aquellos que estuvieron tan graves que los demás no les dieron más allá de una hora antes de su desenlace fatal, pronto se encontraron de pie, como nuevos. Hubo huesos que se recompusieron, heridas sangrantes que cerraron, incluido el ojo izquierdo de Kuza y ya no estaban ninguna de las dolencias con que los combatientes terminaron luego del enfrentamiento. Cada uno de los presentes allí valoró sobre manera que los hermanos hicieran este sacrificio, tan noble como heroico y altruista, renunciar a su fuerza para que nadie más se fuera al otro lado de la fuerza, y no pudieron menos que  aplaudirlos y ovacionarlos a medida que los veían aterrizar, pronunciando además palabras de agradecimiento, antes de atajarlos, pues para Imeleuq, Jule y Taknu se vendrían también tiempos difíciles. El haber realizado semejante acto implicó un aspecto negativo, y era que los tres quedaran extremadamente debilitados, lo bastante quizás como para que tuvieran que pasar muchos días en estado delicado en el Hospital Real, pues sus casos no podían ser solucionados con las pócimas y medicamentos que eran de uso frecuente para esta clase de problemas. “¡Cabezones los tres, me hubieran dejado ayudarlos!”, protestó Dalia, yendo hacia ellos para asistirlos. Las hadas e individuos de otras especies tenían tanto para lamentar que, simple y sencillamente, no sabían cual motivo priorizar, pues ahora que estaban cien por ciento ilesos y recuperados tenían mucho por hacer. Era verdad que no se iban a dejar derrotar ni dominar por esta situación tan adversa, pero no les sería sencillo. Habían miles de muertos de los que ocuparse, subsanar cada uno de los daños producidos desde inicios del mes, algo menor en comparación con lo otro, protagonizar los reencuentros tan esperados con sus familiares (serían momentos por demás emotivos) y, para algunos de ellos, dirigirse allí a donde luchaban los Cuidadores, viaje que habría de ser particularmente difícil para Iris, quien había decidido hacerse cargo de la triste tarea de darle las malas noticias a Marina y Qumi, por las muertes de Taynaq (La familia real ucemita había perdido a uno de sus miembros) y Atilio. Akmi, Lina y Kevin también viajarían, ya que sus colegas podrían necesitar de ayuda. Para lo que se quedaban, les esperaba la ardua tarea de formar parte del equipo encargado de identificar y trasladar a gran parte de los caídos, cuando no a todos, algo que por supuesto no deseaban hacer, debido a la carga emocional implícita. Intentaron concentrarse en el aspecto positivo, que significó haber obtenido la cuarta parte del triunfo  en el enfrentamiento definitivo contra los ilios, pero no pudieron, porque lejos estuvo de ser esta una misión exitosa, puesto que habían muerto muchos, que el Consejo Real insular había perdido a tres de sus componentes (Nadia, Olaf y Lía), la familia real ucemita a uno (el príncipe Taynaq), que Cristal había sido protagonista de uno de los peores eventos que les podían pasar a las mujeres y aun restaba conocer el resultado del último combate, algo que era protagonizado por los cinco Cuidadores por un lado y el guerrero único por otro. Si este último era todo lo que se esperaba de el, entonces Eduardo, Lidia, Marina, Qumi y Zümsar estarían todavía luchando, decidiendo cuál de los dos grupos viviría y cuál no, los ilios o todos los demás. “Lo mejor que podemos hacer ahora por ellos es ir a ayudarlos”, insistió Isabel, batiendo sus alas, sin abandonar la expresión de tristeza, por todo lo que había vivido. También Lara, Cristal, Akmi, Lina, Kevin, Iris y Dalia, quienes se embarcarían con ella en esta misión de asistencia. Habiendo llegado los ocho a determinada altura, reconocieron que, si bien se recuperarían psicológica y emocionalmente, eso no pasaría en el corto plazo, y ninguno se atrevía ni animaba a dar uno, sabiendo que podrían no estar acertando.


FIN


--- CLAUDIO ---

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