Al llegar las siete en punto - las hadas
calcularon, porque entre tanto ruido y caos era muy difícil, cuando no
imposible, prestarle atención a las campanadas -, se cumplieron cincuenta
minutos desde que empezara el mortal enfrentamiento entre esos mil seres
feéricos poderosos, los cuales se habían ofrecido de manera completamente
voluntaria para llevar a cabo esta tarea, contra cinco mil monstruos, todos los
que quedaban en el arsenal ilio. Esos mil valientes no solo estaban siendo los
protagonistas de una batalla decisiva en que la inferioridad numérica era de
uno contra cinco, sino también una diferencia en la naturaleza y constitución
de los monstruos. Eran mint-hu, de acuerdo, pero de una clase distinta a la que
ya habían visto con el correr de este mes. Estos, lo descubrieron al momento
mismo de iniciar el combate, con su llegada al predio, eran definitivamente más
resistentes a los daños, maniobrables, ágiles y, tal vez lo peor, podían lanzar
descargas, no solo desde las manos, sino también desde la boca y los ojos, lo
que los hubo de transformar en los más grande, amenazantes y peligrosos
enemigos a los que alguna vez se hubieran enfrentado esas mil hadas. Estas
tuvieron que hacerse a la idea de atacar con sus fuerzas al máximo desde el
principio y concentrar sus ataques en un único punto para asegurar la
destrucción de los monstruos. Otro de los problemas que se había suscitado era
que estos también estaban trabajando en equipo, por lo que a las hadas se les
hacía complicado poder atacar, ya que al hacerlo debían defenderse de los
embates de los otros monstruos. Las hadas de los elementos recurrían a los
ataques combinados, pero los mint-hu eran lo bastante fuertes como para
repelerlos a todos, o casi, y su superioridad numérica era tal que advirtieron que
el enfrentamiento se prolongaría por mucho más de lo que habían estimado.
Aquellos feéricos que se podían transformar en Selectos o Altos Selectos lo
hicieron prácticamente desde el inicio, Isabel y Cristal fueron las pioneras
(las únicas que lograron destruir a un monstruo sin ayuda, aunque haciendo un
esfuerzo enorme), otros recurrían a la forma combinada y ambos, como los demás,
estaban usando los Impulsores para maximizar sus cualidades. "Lástima que
el único aspecto positivo no sirva en este caso", lamentó Lili, la reina
de Insulandia, quien como nunca estaba ejerciendo su función (defender al
pueblo, a la patria y al Estado), al ubicarse como lideresa de las hadas que
formaban este contingente. Se había referido al hecho de que los monstruos no tenían,
ni tampoco demostraban interés, en abandonar ese lugar. Por eso fue que las
hadas dedujeron que se quedarían en esa área de poco más de setenta y dos
kilómetros cuadrados hasta que el último de sus oponentes hubiera sido
eliminado, y una de las preocupaciones de esos mil valientes había sido que los
monstruos quisieran expandirse y con ello llevar el caos y la destrucción a
otros lugares. En esos cincuenta minutos apenas fue destruido el cero punto
treinta y cinco por ciento de los enemigos (ciento setenta y cinco monstruos),
y para todos hubo que emplear grandes cantidades de energía, no solo porque
eran más resistentes, sino también para evitar que la batalla se prolongara y,
con eso, que los heridos y fallecidos empezaran a contarse con dos dígitos, o,
peor, con tres. En ese mismo lapso, cayeron en combate dos docenas de seres
feéricos, los otros no lo pudieron evitar por más que lo intentaron, haciendo
hasta lo imposible, y los heridos ya llegaban a noventa. Estos, sin embargo,
rehusaban retirarse y continuaban atacando, ignorando los cortes más o menos
profundos y otras heridas e incluso lesiones internas, dispuestos a dar la
vida, conscientes de que lo que estaban jugando era nada más y nada menos que
la derrota final de los ilios y, con eso, la paz. Las descargas de energía iban
y venían por parte de los dos bandos, ocasionando además daños a lo largo y a
lo ancho de la zona de la batalla, explosiones más o menos potentes que
enviaban restos del suelo (polvo, tierra y piedras en su mayoría) en todas las
direcciones y a distintas velocidades y alturas, lo que a su vez era causante
de daños menores en los monstruos y una parte de las heridas en las hadas.
Entre tanto desorden se escuchaban los pedidos de ayuda médica, exclamaciones
con que se arengaban y animaban unos a otros los seres feéricos, órdenes para
atacar de tal o cual manera y palabras con que se recordaban que no debían
retroceder y continuar peleando con todo. Tenían una ventaja que estaba pasando
prácticamente inadvertida, a causa de la tensión que generara el combate, y era
que cada uno de ellos apoyaba la teoría del catastrofismo, la cual se había
sostenido desde los tiempos inmediatamente posteriores al fin de la Guerra de
los Veintiocho y sugería la posibilidad de que habría un nuevo enfrentamiento
contra los ilios, más tarde o más temprano, y este sería definitivo:
sobrevivirían aquellos seres o todos los demás. Era por eso que estas mil hadas
crecieron convencidas de que deberían volverse fuertes, lo suficiente como para
estar listas para cuando ese momento llegara ("Mejor prevenir que
curar", dijeron, sabiendo que la guerra final podría no estallar antes de
que cruzaran al otro lado de la puerta), y no dejarse vencer por los ilios, no
importaba que tan poderosos y malévolos pudieran volverse aquellos. En este
caso estaban batallando contra los mejores monstruos, dando lo mejor de si y
decididos a pelear hasta las últimas consecuencias. "Dar incluso nuestras
vidas", reafirmó Wilson, quien, junto a sus hijas, lanzaron sendos rayos
que dejaron en llamas a uno de los mint-hu, el cual fue rematado por Iulí,
quien hizo caso omiso del fuego y le asestó una tremenda patada a ese enemigo -
"Somos un equipo y una familia", corearon, antes de lanzarse contra
otro monstruo -. Apenas tuvieron tiempo para alegrarse, pues los enemigos
cercanos se les fueron encima y a ellos les urgía seguir la lucha, además de no
dejar de permanecer atentos a cualquier pedido de ayuda que pudiera surgir
entre las hadas. Con cada segundo y cada minuto que transcurría la batalla se
volvía más intensa y violenta, porque las partes enfrentadas no estaban
dispuestas ni por equivocación a permitir que la otra se llevara el triunfo.
"A los pies!", se oyó exclamar a un hada, la cual había acertado una
descarga y derribado a uno de los mint-hu, y al reparar en ella advirtieron que
se trataba de Nadia, quien, aún estando herida (varios cortes en los brazos y
un ojo, el derecho, cerrado, producto de un golpe muy fuerte), no dejaba de
pelear con todo lo que tenía. Ella estuvo entre los primeros seres feéricos en
ofrecerse para integrar este grupo, no bien los espías se hicieron con la
información respecto al emplazamiento de los mint-hu, porque sentía que no solo
era su deber, sino también porque quería vengar la muerte de Lursi, su compañero.
Era cierto que sentimientos y emociones así no distinguían ni caracterizaban a
las hadas, pero esa pérdida había afectado particularmente a la jefa del
Consejo SAM. Todos cuantos se
encontraban allí enfrentando a los monstruos habían tenido pérdidas fatales en
sus respectivos círculos - familiares, amigos, vecinos, compañeros de
trabajo... -, pero el caso de Nadia era distinto, pues Lursi y ella habían
tenido una hija iniciado el último trimestre del año pasado, y esta nueva y
definitiva guerra los había encontrado ocupándose no solo de sus roles en el
Estado, sino de armar toda clase de planes para el futuro de Yok'a a todos los
plazos. "Le prometí a Lursi el triunfo", dijo Nadia a las hadas que
tuvo más cerca, en el segundo previo a que destruyera al monstruo con otra
descarga, más fuerte que las anteriores. Destruido este enemigo, se lanzó
contra los otros, ignorando el peligro, tanto como las heridas.
Pasados otros (alrededor de) dos tercios de
hora, la cifra de monstruos destruidos había trepado hasta cuatrocientos -
"Cero punto ocho por ciento es una insignificancia", juzgó Olaf, el
jefe de la Guardia Real, insistir en con que el y una parte de las hadas
guardianas debían atacar desde el aire -, lo que apenas contentaba a los
combatientes, pues estos no se mostraban nada satisfechos con ese progreso tan
bajo en más de una hora y media. Se estaban esforzando al máximo y aún con eso
estos enemigos demostraban ser mucho más de lo que venían creyendo. Los
monstruos atacaban también con todo, dando fuertes y veloces golpes con los
puños y los pies, a la vez que lanzaban potentes descargas a través de los ojos
y la boca, tanto para cubrirse de las embestidas de los seres feéricos como
para atacar. "Redoblen sus esfuerzos y sigan presionando" - pidió la
reina Lili, lanzando un rayo tan devastador que destruyó a un monstruo
reduciéndolo a unos pocos fragmentos carbonizados y humeantes -, "... no
podemos perder. La supervivencia de todos depende de nosotros". No hizo
falta alguna que lo repitiera, porque cada uno de los combatientes, heridos e
ilesos por igual, entendió que eso era lo que tenía que hacer. Las frases como
esa, palabras de aliento y ánimo, eran una constante desde que el contingente
llegara a la zona, y habían contribuir a mantener en lo más alto el espíritu de
pelea y la moral en el grupo, a tal punto que los componentes de este
consiguieron ignorar el dolor y la tristeza que surgieran en ellos al ver como
también aumentaba el número de bajas propias. Era imposible saber si esas
emociones aparecerían luego, en cualquiera de los plazos, pero basándose en
todo cuanto presenciaran y vieran en los últimos días cabía la posibilidad de
que pudieran sobreponerse fácilmente, y eso no se debía a que no tuvieran
respeto por los caídos ni nada parecido, sino que obedecía a uno de los más
antiguos rasgos sociales que tanto caracterizaban a las hadas: no dejarse
dominar nunca, bajo ninguna circunstancia,
por más adversa que esta fuera, por la tristeza, la pena y cuanto
sentimiento y emoción negativa existiese. Milenios enteros habían pasado desde
el surgimiento de las hadas, y desde el establecimiento de aquellas en las
primeras comunidades organizadas (las primeras y más antiguas poblaciones
feéricas) advirtieron que deberían recurrir a cualquier cosa que pudieran tener
al alcance para ganarse su lugar como la especie dominante, siempre que no
resultara perjudicial para las otras especies con las que compartían el mundo
(sirénidos, vampiros, nagas, faunos...), entre todas no dejarse dominar por la
negatividad que pudiera surgir como consecuencia de una catástrofe natural o
una guerra, no importando su proporción, la pérdida de un ser querido,
problemas laborales o familiares o la causa que fuere. Esa era la razón por la
que en esta confrontación, la cual no dejaba de sorprender por el tiempo
transcurrido desde su inicio, a la tarde-noche del domingo cuatro de Enero /
Baui número cuatro, menos de un mes - siempre se sostuvo que si todos los seres
elementales luchaban juntos contra los ilios, estos no ofrecerían la
resistencia demostrada en la Guerra de los Veintiocho; ese había sido un
postulado especialmente arraigado entre los defensores del catastrofismo -, las
hadas no se habían dejado consumir por el negativismo. Nadia, la Consejera de
Salud y Asuntos Médicos de Insulandia, era uno de los exponentes de esa
postura. La pérdida de su compañero no había sido un factor que la sumiera en
estados más o menos profundos de tristeza y depresión. Había, de hecho,
continuado con sus obligaciones como una de las funcionarias de mayor rango en
el poder político del reino - uno de los componentes del Consejo Real - y
asumido un rol activo en la guerra, más allá de la función pública,
participantes incluso en algunas batallas. Ahora, en el enfrentamiento final en
Iluria, estaba peleando como nunca antes, haciendo los más denodados esfuerzos
por eliminar a todos los enemigos que tenía delante suyo. Lo mismo hacían todas
las hadas allí, lanzando decenas de descargas y recurriendo a cada una de sus
técnicas, deseando que se pudiera revertir, y pronto, este resultado ahora
adverso, tan pocos monstruos destruidos en un lapso inusualmente largo; aún
para tratarse de mint-hu, nunca demoraban esa franja de tiempo en destruirlos.
"Confíen en que es posible!" - se escuchó exclamar a Lía, quien
también participaba de la batalla -, "...o estamos haciendo muy bien,
apenas necesitamos mejorar un poco", y contraatacó, asestando un golpe tan
potente a un monstruo que lo derribó, hecho que fue aprovechado por otra docena
de hadas, las cuales lo redujeron a escombros acribillándolo con numerosas
descargas. Había ahora un enemigo menos, algo que no entusiasmó demasiado a los
seres feéricos, puesto que quedaban más de cuarenta y nueve mil, de los cuales
la mayoría estaba en excelentes condiciones. Llegadas las ocho y diez, el
número de caídos en combate entre las hadas había trepado a noventa y dos, y
los monstruos destruidos a setecientos, habiendo alcanzado el enfrentamiento
definitivo un nuevo nivel en la escala de violencia y ferocidad. Entre los
fallecidos estuvo Atilio, el hermano de Qumi y segundo al mando del Hogar de la
Tierra, que murió como un auténtico héroe, peleando contra cuatro monstruos al
mismo tiempo, empleando toda su energía en una sola acción, sabiendo que ese
recurso era lo único que le daría una oportunidad. Pero tuvo un desenlace
imprevisto, que ese extenuante esfuerzo hubo de demandarle la vida, y lo último
que dijo, consciente de que le quedaban pocos segundos antes de cruzar al otro
lado de la puerta, fue que podía irse contento, puesto que había cumplido con
su trabajo. La parte difícil, debido a la carga emocional, sería, advirtieron,
darle la mala noticia a Qumi y sus otros familiares. Este deceso hizo que los
que sobrevivieran tuvieran un súbito y repentino endurecimiento, no hubo
tristeza u otros sentimientos negativos allí, sino algo diferente, el deseo de
venganza. Y el asesinato del segundo al mando de uno de los lugares grandiosos,
aunque podía ser una más entre las diecisiete mil novecientas noventa y cinco
hadas que habían caído con el correr de este mes, era la gota que había
derramado el vaso. Atilio era una persona muy querida dentro y fuera de su
patria, el reino de Austronesia, y su muerte, asumieron todos los seres
feéricos allí, no quedaría sin castigo. Con eso en mente, sumado a todo lo
demás (todas las muertes, todas las estructuras destruidas, la suerte que
correrían cinco de los lugares grandiosos...), los combatientes, ilesos y
heridos por igual, volvieron a multiplicar sus esfuerzos y lanzarse con más
encono y brusquedad que antes contra los monstruos, y lo hicieron de manera tal
que una docena y media de ellos fueron destruidos en solo tres minutos. Al fin las
hadas estaban tomando la iniciativa en el enfrentamiento, y ahora que por fin
lo consiguió no iban a permitir que eso fuera más que un lapsus. Cómo pudieron,
cercaron a los mint-hu con decenas de rayos, intentando restringir sus
movimientos, dando el tiempo suficiente a aquellos que atacaban desde el aire
de efectuar descargas certeras. Sabían que eso no les daría el triunfo de un
minuto al siguiente. Deberían ser ataques aéreos y terrestres constantes, y
permanecer absolutamente abyectos hasta que cayera el último de los monstruos -
las preocupaciones y temores por la suerte que pudieran correr los demás, sin
embargo, no desaparecerían -, aunque la guerra no terminaría con eso, pues
había otros tres problemas a resolver, tareas encomendadas a los hermanos y los
ocho Cuidadores.
Jule, Taknu, Dalia e Imeleuq llegaron al
oeste-noroeste centrálico apenas pasadas las diez y sin dudarlo se unieron a la
lucha, recurriendo otra vez a sus descomunales poderes que les permitieron
cumplir sus obligaciones en un instante, habiendo descubierto, durante el viaje
desde Plaza Central, que no se trataba de algo estable, pudiendo
"mantenerlo dormido" hasta que fuera oportuno
"despertarlo". Su arribo fue el primer indicio de que la batalla
empezaba a inclinarse a favor de las hadas, y de inmediato demostrarían cuan
poderosos eran rodeando a uno de los mint-hu, destruyéndolo tan rápido y fácil
como si hubiera sido de papel. "Qué es lo que tenemos que hacer?",
preguntó la antigua defensora de Lome a un grupo de congéneres que estaban
dando unas pocas instrucciones. Uno de estos señaló con la vista cuatro
ubicaciones no lejos de allí, en que los monstruos habían acorralado a varios
de los combatientes, los que intentaban defenderse generando esas burbujas de
energía de los rayos que les lanzaban. Los hermanos hicieron un gesto facial
para indicar que entendieron y se los vio despegar en un movimiento tan
asombroso como rápido, y todos los seres feéricos reanudaron la batalla,
advirtiendo, a su pesar, que la llegada de los hermanos tampoco significaba que
fueran a hacer la ola - extendían los brazos y los movían repetidamente de
abajo hacia arriba, manteniendo una posición erguida - en señal de triunfo. Las
hadas empezaron a usar la telequinesia para mover los remanentes de aquellos
monstruos destruidos para golpear violenta y fuertemente a los que mostraban
hendiduras u otros daños en sus estructuras, y eso, sumado a los potentes
ataques de aquellos que pudieron transformarse en Altos Selectos, sirvió para
eliminar a otros diez mint-hu en un plazo de cinco minutos. "No nos queda
más que destruirlos uno por uno", insistió la reina Lili, consciente de
aquella postura, sobre que los hermanos eran muy poderosos pero que su
presencia no garantizaba el triunfo. Tampoco el arribo de los Cuidadores de la
Casa de la Magia, la Morada de la Flora y la de la Fauna, que aparecieron un
cuarto de hora después que los hermanos y sin demorar un instante se sumaron al
enfrentamiento. "Mejor que eso quede para otro momento", pidió Kevin
al acercarse a su compañera y salvarla de los rayos que le lanzara otro
monstruo, cuando la dama quiso preguntarle cómo les había ido a los tres en su
batalla en Uqezare. "Descartemos lo obvio" - quiso Isabel, que
también pasó cerca de allí -, "Akmi, Lina y vos lo destruyeron, sino lo
habrían podido venir a Iluria", y lanzó una descarga tan grande que detuvo
en seco al monstruo que intentara golpearlos con ambas manos. "Ojalá ellos
también corran con la misma suerte que nosotros", deseó Kevin, transformándose
en Alto Selecto y atacando al minhu que fuera inmovilizado por su cuñada,
destruyéndolo al rociarlo con el veneno corrosivo, cuatro escupitajos lanzados
en sucesión rápida que lo impactaron en las articulaciones de los hombros, el
cuello y la rodilla izquierda. Más que nunca, las hadas estaban actuando como
un equipo, porque descubrir que, aún siendo algunas de las más fuertes del
mundo, no podían causar daños significativos al enemigo, algo que únicamente
consiguieron unos pocos casos aislados, como Atilio. "Quién le va a dar la
mala noticia a Qumi, por cierto?", quiso saber Lina, atrapando a uno de
los monstruos, aplicándola tal presión con las enredaderas que hiciera brotar
del suelo que la resistencia cedió al cabo de segundos y su oponente quedó
reducido a ruinas. Esa era la parte que menos gustaba a los seres feéricos, ser
quien llevara la "mala noticia" a los familiares de alguien que moría
como consecuencia de un enfrentamiento bélico, una costumbre y un sentimiento
que se remontaban a tiempos tan antiguos como los del Período de Organización,
el cual había sido particularmente doloroso y muy frecuente, algo de todos los
días, en la Guerra de los Veintiocho, cuando los muertos en la raza feérica
llegaron a una cifra de nueve dígitos y treparon a más de quinientos setenta
millones, alrededor de la quinta parte de la población mundial de entonces. Un
hada fallecía, se hacían los exámenes para determinar la verdadera causa del
deceso u su identidad, aún si esto fuera una obviedad, y entonces llegaba esa
tarea que a nadie le gustaba, debido a la carga emocional: ir a la casa y
anunciar la muerte al grupo familiar. "Es un riesgo de la guerra, muy
grande, que todos conocemos y aceptamos", reflexionó Dalia, que se había
acercado a Lina persiguiendo a dos monstruos, a los que destruyó con facilidad,
usando una variante del manto de oscuridad, al tomar a los mint-hu por el
cuello y transformarlos en sombras negras, haciendo que el aire que llegaba a
estas, en lugar de un gas venenoso, pasara a ser un agente corrosivo. "Una
nueva técnica", avisó a la Cuidadora, indicando mediante unos pocos gestos
que había ignorado que la poseía hasta ese momento, porque lo que había pensado
era tomar a los monstruos y azotarlos fuertemente contra el suelo. Tan
concentrada estuvo que no fue capaz de advertir como otros tres mint-hu se
abalanzaban sobre ella, dando grandes saltos, pero pasó algo que la libró de
esas amenazas (los monstruos, sin embargo, no le hubieran podido hacer nada...
ningún daño, de hecho), a lo que ella reaccionó con una sorpresa. Un descomunal
rayo negro, del mismo tono que el de la técnica, pasó a centímetros suyo e
impactó de lleno a los monstruos, que a la parálisis instantánea se
desintegraron y cayeron al suelo en forma de piedras. "Quién lo
hizo?!", llamó Dalia, intentando hacerse oír por sobre el caos, mirando a
uno y otro lado, buscando la fuente, olvidando que ese rayo por poco le daba a
ella y entendiendo que quien lo había lanzado lo hizo para salvarla. Al final
halló la "fuente x, a pocos metros de distancia a su derecha, y vio
acercarse a un hombre joven, que no debía tener más de dieciocho. "Alguien
como vos" - le dijo, acercándose a ella. Aprovechando la cierta lejanía de
otros enemigos, la ayudó a incorporarse -, "Anton, hada de la oscuridad",
y acto seguido se perdió entre la multitud de feéricos y monstruos que seguían
con esos mortales combates. "Quién era?", le preguntó Isabel, cuando
las dos atracaron y eliminaron a otro monstruo, y Dalia le contó lo único que
sabía de él, su nombre y si atributo. "Parece que a alguien le están
empezando a picar las hormigas en el estómago...", llamó Cristal con una
sonrisa, a lo que Dalia reaccionó ruborizándose ligeramente, sin poder hacer
otra cosa que eso ni pronunciar palabra alguna. Cómo fuere, estuvo convencida de
que debería acercarse de nuevo a él, puesto que era también un hada de la
oscura ("Alguien como yo", repitió en su mente... Pensando en aquello
que dijera Cristal?). Pero eso sería más tarde, concluyó, porque en este
preciso momento era otra la prioridad; destruir a los mint-hu restantes, los
que, no bien llegaron las diez y media, totalizaban cuarenta y ocho mil ciento
cuarenta - habían acabado las hadas con el tres punto setenta y dos por ciento
-. La situación había mejorado con la llegada de los Cuidadores y los hermanos,
pero, tal como ya lo advirtieran, eso no significaba que hasta el último de los
enemigos fuera a desaparecer de un momento a otro. De hecho, aún estaban allí
casi todos, la mayoría intactos, y los seres feéricos habían sufrido una reducción
numérica de mil a ochocientos diez. "Ese diecinueve por ciento en
catastrófico, especialmente en esta situación tan complicada y peligrosa"
- lamentó el rey insular, el más reciente de los voluntarios en llegar a la
batalla -, "... necesitamos que vengan todos cuantos puedan o no vamos a
durar mucho en este lugar".
Sus deseos se cumplieron inmediatamente, solo
que esta vez no fueron hadas las que se sumaron al enfrentamiento. Unos cinco
mil seres elementales aparecieron de la nada, encabezados por dos feéricos que
hicieron acto de presencia apenas un segundo después, mediante la técnica de la
tele transportación. Eran Elvia y Oliverio, los herederos insulares y miembros
del Consejo Real (de Cultura y de Infraestructura y Obras), quienes de inmediato
empezaron a dar las indicaciones de ir allí donde había mayor concentración de
enemigos y poner a resguardo a aquellos combatientes que presentaban las
heridas más graves - estos se resistirían a abandonar la lucha, por sus
principios -, de manera que muy pronto se estuvieron entremezclando con las
hadas y los mint-hu esas cinco centenas de vampiros, cuatrocientos cincuenta
faunos, cuatrocientos setenta y cinco sirénidos, un enjambre de mil quinientos
liuqis al que se confundiera con langostas, por su tamaño y lo juntos que
volaban, tres centenas y media de nagas, que por su tamaño y masa marcharon
formando un círculo protegiendo a los demás, doscientos veinticinco ornímodos
que pronto estuvieron atacando desde el aire, formando cuatro y cinco grupos de
cinco componentes cada uno, una centena y tres cuartos de gnomos, los cuales
tendrían como mejor opción el darle fuertes golpes a los enemigos con sus armas
especiales, cuchillos que podían incluso traspasar la piedra más sólida, y
novecientos veinticinco híbridos, conformados estos por individuos en quienes
"intervinieran" hadas, sirénidos, vampiros y faunos. Aún con estos
refuerzos, los mint-hu seguían teniendo la superioridad numérica, por lo que
los herederos volvieron a desaparecer, para presentarse cuatro o cinco minutos
más tarde trayendo otros cinco mil refuerzos - "Gracias por enseñarnos
está técnica a Oliverio y a mi", agradeció Elvia a su madre, cuando los
dos estuvieron, al fin, peleando lado a lado -, mil doscientas hadas, que al
instante accedieron a la condición de cliente o a la forma combinada, y tres
mil ochocientos individuos de (las) otras cincuenta y cinco especies del reino
elemental, todas estas dispuestas cien por ciento a dar sus mejores esfuerzos
en la derrota definitiva de los monstruos y, por supuesto, de los ilios.
Exactamente a las once, la cantidad de mint-hu que continúen combatientes,
entre dañados e ilesos, había caído a cuarenta y tres mil, el ochenta y seis
por ciento de los que había al empezar el enfrentamiento; del otro lado, los
combatientes, con la llegada de los nuevos refuerzos, de todas las especies,
ascendieron a veintiún mil quinientos, y por unos breves instantes, antes de
que fallecieran o fueran destruidos algunos de los peleadores de uno y otro
bando, hubo una proporción de dos contra uno. Ahora, la situación iba
claramente en el otro sentido, en favor de los seres feéricos y elementales.
Los ornímodos, expertos netos en batallas aéreas a diversas alturas, atacaban a
los monstruos clavándoles sus filosas garras en los hombros o la cabeza; a los
nagas les bastaba con agitar violenta e intempestivamente sus brazos musculosos
para tumbar a un minhu o catapultarlos a la distancia; los faunos los golpeaban
tan fuerte con sus patas que agrietaban las partes más vulnerables de los
mint-hu, específicamente las rodillas y la nuca; los sirénidos, sirenas y
tritones por igual, horadaban a los enemigos produciéndose un silbido que solo
ellos podían escuchar - una variante de ese ataque con el que provocaban
sordera temporal y cansancio más o menos extremo en sus víctimas... lo único
que eventualmente podría permitirles escapar del megalópolis si a este "le
daba hambre" -; los gnomos, de hecho, los golpeaban fuertemente con sus
cuchillos intentando afectar su movilidad para que fueran blancos fáciles para
ellos y los demás; los liuqis se abalanzaban en furiosos enjambres sobre los
monstruos, cayendo ellos mismos como aguijones se tratara, haciendo que dieran
una y otra vuelta y ejecutaran descoordinados movimientos intentando librarse
de esos seres; los vampiros intentaban atravesarlos con sus punzantes garras, a
la vez que les daban una atrás de otra las violentas patadas, tratando de
noquearlos o dejarlos agotados para poder destruirlos sin complicaciones; los
híbridos nacidos en parte de vampíricos, sirénidos, feéricos y faunos recurrían
a las habilidades y técnicas que heredaran de sus progenitores... Los monstruos
estuvieron muy pronto en una desventajas de fuerza, aunque conservaban la
superioridad numérica, pues cada uno de sus oponentes trabajaba en cooperación
con otros (centenares de mentes obrando como si fueran una sola) y sabían cómo
y dónde atacar. Los monstruos, por su parte, lanzaban los rayos y golpes con
las extremidades sin medir las consecuencias, porque para ellos no había nada
que fuera más importante que la entrega de sus enemigos, aún si eso significaba
dañar a uno o más de ellos. Sin embargo, sin teniendo esas ventajas, los seres
feéricos y elementales no eran invulnerables y podían resultar heridos, o,
peor, muertos. Entre estos, uno de los casos más llamativos, debido a su
figuraciones pública y su posición política, había sido Taynaq, el príncipe
ucemita y segundo al mando del Santuario del Viento, quien se había interpuesto
entre los rayos que lanzaran tres monstruos, un total de quince descargar (las
palmas, los ojos y la boca) y tres de sus compatriotas, los cuales estaban allí
desde el principio, recibiendo el los impactos y cayendo bruscamente al suelo.
Por supuesto que Taynaq no había muerto, no lo haría con esos ataques débiles,
pero tendría fuertes dolores en la espalda por tiempo indefinido. Esperó hasta
que los monstruos hubieran estado convencidos de su éxito y entonces fue su
momento, soltando una inmensa descarga a la que controló con sus habilidades
telequinéticas - algunas hadas podían hacer eso, controlar un rayo y lograr que
hiciera movimientos más o menos complejos para darle a múltiples blancos -,
para hacer que los monstruos se desintegraran en lugar de estallar, algo a lo
que no pocos mint-hu recurrieron cuando aceptaron que la derrota era
inevitable: la autodestrucción. La batalla continuó con el mismo nivel de
fuerza y ferocidad, con caídos en los dos lados, y para cuando llegaron las
once y media y se cumplieran cinco horas y tercio desde que empezara este
enfrentamiento definitivo, los monstruos vieron reducido su número a poco más
de treinta y cinco mil y, con el arribo de nuevos refuerzos, los combatientes
en el otro bando por fin los superaron no solo en resistencia y fuerza, sino
también en número, trepando este a treinta y seis mil, de los cuales la mitad
eran seres feéricos. La unión de todos estos había marcado la diferencia y
pronto estuvieron asestando golpes más bien graves e incluso mortales a los
mint-hu, quienes se vieron (empezaron a hacerlo) tan abrumados que fueron
incapaces de recurrir a su técnica definitiva, teniendo que contentarse con los
golpes con las extremidades y los rayos para eliminar a sus enemigos.
"Cada vez estamos más cerca del triunfo" - exclamó la reina Lili a
viva voz -, "no podemos flaquear ahora", y con una descarga de
deshizo de otro monstruo, dejándolo en llamas, un fuego tan intenso que
derritió las articulaciones del oponente. El enfrentamiento continuó y, aunque
los elementales y feéricos eran ahora superiores en fuerza, y desde un
determinada momento también en número (cinco mil hadas más se sumaron entre las
once y veinticinco y las doce menos veinte, y en ese mismo plazo la cifra de
mint-hu se redujo a veintinueve mil), eso no les garantizó el triunfo. Bien
sabían que los monstruos no se rendirían y, aunque estos tuvieran ciertas
precauciones y la suficiente inteligente como para estudiar la situación y
desarrollar estrategias de batalla, lucharían hasta las últimas consecuencias
con tal de cumplir su objetivo, el cual consistía en la eliminatoria de todos
los individuos ajenos a la raza ilia. "Empezando con nosotros", dijo
Elvia, azotando a un monstruo con los látigos de fuego.
"Destruyan también todos los remanentes
que puedan y rápido", pidió la reina Lili en un momento dado, instantes
después de la llegada del mediodía, al observar los restos de un monstruo al
que ella misma destruyera, los cuales empezaron a rodar por el suelo y
dirigirse hacia los mint-hu aún de pie, para que estos los absorbieran y,
dependiendo de sus condiciones, recuperarse de sus daños, sin importar cuán
graves fueran estos, o aumentar sus poderes y resistencia. "Otra treta de
los ilios?", llamó el rey Elías, viendo a parte de los combatientes
lanzarse con todo contra los restos. "Ustedes ocúpense de los
monstruos", pidió Elvia a los nagas, cuando los tuvo cerca, consciente de
que esos seres elementales eran quienes tenían mejores y mayores oportunidades,
debido a sus dolencias, fortaleza y las gruesas capas de escamas que cubrían
sus colas. El problema era que había miles y miles de fragmentos, y las hadas
estaban obligadas a reducirlos a un finísimo polvo e incluso menos que eso para
que los monstruos no los pudieran aprovechar. "Los ilios hicieron algo
parecido... No es así?", observó Oliverio, refiriéndose a una de las armas
que construyeran esos seres, para absorber la energía, el remanente de esta, de
sus congéneres fallecidos. De pronto, para suerte de los seres elementales, una
fuerte corriente empezó a sentirse veloz a baja altura, la cual llevó los
restos, cada uno de estos, a varios metros desde la superficie, y los
combatientes, preguntándose cuál podría ser la fuente, la hallaron flotando
sobre todos ellos, describiendo círculos muy veloces para mantener esa corriente
y seguir elevando los restos. Eran los “Espíritus del aire”, una de las razas
elementales, tal vez la más extraña de todas, debido a que no poseían una forma
física sólida, sino una consistencia mucho más tenue y fina que la gaseosa. No
tenían tampoco un lugar fijo de residencia, y el medio millón de individuos de
esta especie viajaba constantemente con las corrientes de aire (de ahí su
nombre), pudiendo cubrir grandes distancias en cuestión de minutos. Estos seres
poseían la marca de longevidad, siendo de todos los elementales los que podían
vivir por más tiempo, llegando algunos a tener hasta mil años. Respecto de su
consistencia, apenas unos pocos minutos cada día cambiaba y pasaba a ser un
poco más espesa, cuando se alimentaba, fuera de eso los otros dos motivos eran
el apareamiento y, más esporádicamente, el combate. Como todas las especies,
los Espíritus del Aire no iban a quedarse con los brazos cruzados, si existía
la posibilidad de derrotar para siempre a los ilios, y ahora hacían su parte en
la última batalla, llevando los restos de los monstruos destruidos a varias
decenas de metros, para que las hadas pudieran ocuparse de ellos sin herirse a
ellas ni a otros seres elementales. Y así paso, en efecto. Las decenas de miles
de escombros flotaron a más de quinientos metros de altura formando un manchón
oscuro en medio de los Espíritus del Aire, quienes continuaban rodeándolos, y
lo hicieron hasta una fracción de segundo después de que, en el suelo, una
cincuentena de seres feéricos lanzara esas descomunales descargas que
pulverizaron en un instante los escombros, produciendo una explosión gigantesca
que llegó a los oídos de cada uno de los combatientes elementales. Ninguno
resultó herido, y apenas hubieron de destruir los restos, volvieron a atacar a
los monstruos, los que, en el curso de los minutos transcurridos hasta las
trece horas diez, redujeron catastróficamente su número en un cuarenta y tres
por ciento, ve veintinueve mil a dieciséis mil quinientos treinta. Ahora, la
superioridad numérica y de fuerza de los seres elementales y feéricos estaba
ajena a toda discusión, pues entre todos conjuntaban veinticinco mil
peleadores. “Asegúrense de no dejar ni el polvo de ellos”, exclamó la reina,
consciente de que aquella arma, la absorción de los restos, no había sido nulificada – no había
una manera de detenerla; al menos, Lili no la conocía –, y por tanto la
posibilidad de que los mint-hu restantes pudieran volverse más fuertes no
dejaba de estar presente. La batalla siguió y más monstruos fueron destruidos,
aunque también cayeron combatientes en el otro bando, entre estos dos
individuos de la raza feérica cuyas solas caídas significaban dos asuntos por
demás graves; una de ellas vinculada al ámbito familiar y el otro el laboral.
Se trató de Lía y Nadia, las Consejeras de Desarrollo Comunitario y Social y de
Salud y Asuntos Médicos, respectivamente. Las dos estuvieron tan compenetradas
en los enfrentamientos que sostenían que no fueron capaces de advertir como
otro monstruo había estado acercándose por detrás, ocultado por l gigantesco
caos reinante. Las damas, sorprendidas en grado extremo, no pudieron hacer nada
por evitar los letales golpes, los cuales las catapultaron al suelo, con tan
mala fortuna que se desnucaron con los fuertes impactos, y el monstruo quiso asegurarse
de que ya no se levantaran recurriendo a las descargas. Para cuando estuvo enterado
de la fatalidad, Olaf, el jefe de la Guardia Real, se dirigió a toda velocidad,
creyendo que ambas colegas, una de ellas su compañera formal, solo estaban
desmayadas, pero su suerte estuvo sellada, aunque no cayó sin pelear,
llevándose con el la existencia de media catorcena de enemigos, entre estos el
que eliminara a Lía y Nadia. A medida que estas tres muertes se fueron dando a conocer
entre los peleadores, estos advirtieron la gravedad, pues la integridad del
Consejo Real de Insulandia había sido comprometida. Más alarmante que eso era,
sin dudas, la suerte que habrían de correr los hijos que habían traído al mundo,
la cual quedaría encomendada a los funcionarios del CAF (Comité de Asuntos
Familiares), un organismo dependiente del Consejo DSC (Desarrollo Comunitario y
Social) que no demoraría un segundo siquiera en asignarles toda la ayuda que
pudieran necesitar, y eso incluía lo que por lejos era lo más importante. “Familias
sustitutas” – dijo Isabel, con lágrimas en los ojos, quien se había acercado a
los tres, con la intención de retirar los cuerpos y dejarlos seguros fuera de
la zona del enfrentamiento –, “es lo más urgente”. “Nunca corrimos tanto
peligro como ahora”, volvió a precisar Cristal, escudando a su hermana,
lanzando decenas de descargas contra los monstruos, lo mismo que, su lado, hacía Iulí. “¿Vos estás bien?” – se preocupó
esta, detectando la agitación y la respiración anormal en su hija menor, quien
además tenía una sentida expresión de tristeza en la cara, y le hizo saber a
ambas que e algún momento en los últimos cinco o seis minutos le había pasado
una de las peores cosas, cuando no la peor, que le podía pasar a una mujer. No
fue difícil, para su madre ni para su hermana comprender como debía sentirse,
aunque buscara evadirse de esos sentimientos, considerando la situación que
estaban atravesando. Así como un súbito y fugaz resplandor en el aura de las
mujeres podía indicar el inicio de la concepción, un segundo brillo anunciaba
la perdida de esa nueva vida que empezaba a gestarse, una tragedia que, si bien
era fenomenalmente inusual, ocurría; había un caso en un cuarto de millón o más.
“Tratá de no pensar en eso” – le aconsejó Isabel, conociendo cuán difícil le
sería eso a su hermana, y viendo además otra fatalidad muy cerca de allí. Al
final, el príncipe Taynaq no había podido sobrevivir a las heridas, cuando
salvara la vida a sus compatriotas –, “ya vamos a tener tiempo para
solucionarlo”. Se había referido, por supuesto, a un apoyo moral y anímico, lo
único que se podía hacer al respecto, porque tanto ella como Iulí sabían que
Cristal necesitaría más que nunca de toda esa ayuda- “Lo voy a superar”, dijo
la compañera de Kevin sin entusiasmo ni convencimiento, atribuyendo ese tono a
este momento trágico que le tocara vivir. Sabía que lo superaría y recuperaría
su carácter acostumbrado, aunque estaba segura de que no sería en el corto
plazo y que, demás estaba decirle, demandaría los mejores esfuerzos de su parte.
El enfrentamiento a muerte terminó a las
quince horas con diecisiete minutos, cuando el último monstruo fue
completamente destruido, reducido a menos que polvo por Lara y Kuza, los padres
de Lidia, la Cuidadora del Templo del Fuego, y Suakeho, quienes tuvieron la
obligación de borrar del mapa a ese minhu, ya que sentían que de esa manera
estaban saldando, cuando no vengando, las muertes de los vampiros ocurridas a
lo largo de este mes, y el ojo izquierdo del padre de las nenas híbridas, el
cual no se podría recuperar. Kuza había sido herido de gravedad intentando
salvar a cinco de sus congéneres heridos, media decena de vampiros que estuvieron
incapacitados para moverse, mucho menos para luchar, al haber agotado prácticamente todas sus energías
en el crudo enfrentamiento y sufrido serias lesiones en las extremidades. Como
en tantos otros casos, sus palabras a
ese respecto fueron que pasara lo que pasara no iba a rendirse, y las cumplió,
demandándole uno de sus ojos la salvaguarda de los suyos. “El precio bien lo
vale y la sangre de un vampiro no se negocia”, dijo, y acto seguido, medio
vendado y a las apuradas, había vuelto a la carga, tras lo que se unió a Lara y
ambos acabaron con ese último monstruo. El paisaje allí era desolador, trágico
y deprimente, quizás lo peor que cualquiera de los sobrevivientes hubiera visto
alguna vez. Yacían los cadáveres de más de diez mil combatientes feéricos y de
otras especies elementales, dispersos por la vasta área, y la mayoría de
quienes tuvieron suerte, cuando no todos, presentaban heridas, muchas de las cuales
eran graves o muy graves, y eso representaba una situación apremiante en grado
extremo, ya que era la más absoluta de las prioridades brindarles a todos la
atención médica inmediata. “¿No vamos a lograrlo, cierto?”, lamentó el rey
Elías, con un tono apagado, mientras ayudaba a Oliverio a ponerse de pie, pues el
Consejero y heredero tenía cuando menos tres costillas aplastadas. “Si podemos”,
se escuchó decir al unísono a tres de los hermanos, y todos cuantos se
encontraban allí pudieron ver a Imeleuq, Jule y Taknu dejando a Dala,
quien curaba las heridas cortantes en un
fauno, y observar el entorno con desesperación, calculando, y comprendiendo que
solo quedaba una cosa por hacer. “¿Qué es?”, llamó la reina Lili, pues ella,
como casi la totalidad de los demás, fue incapaz de predecir lo que estaban por
hacer. Nuestro poder es igual e incluso puede que superior al de los Altos
Selectos, gracias a nuestra fuerza, esa que despertamos”, dijo Taknu. “Y
podemos vivir sin ella”, complementó Jule, un diálogo finalizado por Imeleuq
con las palabras “Y lo que vamos a hacer es un enormísimo servicio, para eso
quisimos unirnos a ustedes”. Estos tres, dijeron además que una vez que los
ilios fueran derrotados, los agentes Qar´u quedarían poco menos que obsoletos,
por lo que no haría falta que Taknu se uniera a ellos para hacer carrera en la
defensa militar del reino insular, sino tal vez en otra área de la Guardia
Real, que Taknu no haría a un lado su deseo de ser jugador de balonmano, el
deporte más popular entre las hadas, solo porque su fuerza hubiese disminuido,
y Jule que no había la necesidad de una segunda al mando para la Casa de la
Luz, puesto que este lugar grandioso ya habría desaparecido, y ella podría entonces
dedicarse de lleno a eso que le había empezado a gustar: la medicina. “Pero el
caso de Dalia es distinto, por más que ella, como a nosotros, no nos afecte la
pérdida de esta fuerza en nuestros planes para el futuro”. Lo que quisieron los
hermanos decir era que sacrificarían su fuerza oculta, esa que despertaran
intentando destruir las urnas, cosa que consiguieron, para transformarla en
energía y conseguir con ello que todos los individuos heridos, fueran o no
feéricos y sin que importaran la calidad (gravedad) ni cantidad de sus heridas,
se restablecieran en cuestión de pocos segundos y quedaran como nuevos. “Al
menos, físicamente, porque emocionalmente es otra cosa”, quiso aclarar Jule,
preparándose para ejecutar ese plan, llevarlo de la teoría a la práctica. “En
lo referente a eso, ninguno de nosotros puede hacer nada”, aportó Taknu,
observando los alrededores, viendo la cantidad de heridos de todas las
especies, sintiendo en carne propia lo que estaban sintiendo ellos y los suyos.
“¿Y por qué yo no puedo hacer lo mismo que ustedes?”, dijo Dalia, casi
quejándose, pues sus hermanos no habían querido que participara de este plan. “Porque
la música folclórica siempre va a ser útil para conservar el acervo cultural de
las hadas en lo más alto”, dijo Imeleuq, y se ocupó de aclarar que, aunque la
pérdida de la fuerza oculta no iba a suponer peligros para dalia, igual era
mejor no correrlos. “Además, ya tenés algo por lo que esforzarte… o alguien” –
agregó Jule, notando a Anton caminar entre los heridos –, “eso es razón por
demás suficiente para haber tomado esta decisión”. Taknu terminó el diálogo
diciendo que, cuando esa energía que a ellos les sobraba hubiese cumplido su
propósito, el de salvar las vidas de (cientos) de otros, todos juntos deberían
dedicar todos los esfuerzos que hicieran falta a recuperarse, a lo que Imeleuq
completó agregando que no tendrían que olvidarse de sonreír ni ser felices, y
Jule que les esperaba un duro camino por delante, que la única manera de
superarlo era yendo todos juntos por la misma dirección. Acto seguido, los tres
– Dalia, ilesa a causa de su descomunal fuerza, se había quedado a la
distancia, no porque quisiera, sino porque sus hermanos la obligaron a hacerlo –
se elevaron por sobre los supervivientes de la feroz y definitiva batalla, se tomaron
de la mano, observaron lo que había debajo y cerraron los ojos. Lo que hubo de
ocurrir entonces fue la expulsión de la más grande cantidad de energía que
alguno de los feéricos y elementales alguna vez hubiese visto o sentido, pero
no los lastimó de tal o cual manera, sino todo lo contrario, exactamente lo que
habían prometido los hermanos en el aire. Ráfagas de energía con los diversos
tonos de azul (eléctrico Jule, marino Taknu y claro Imeleuq) que aumentaron
sustancialmente su masa, antes de empezar a expandirse a una velocidad
incalculable primero, hasta regresar al origen y volver a salir de este, ahora
en forma de incontables chispas, como si de piezas pirotécnicas se hubiera
tratado. Cuando esas piezas tan diminutas por fin tocaron a los heridos, estos
automáticamente, o casi, empezaron a recuperar sus energías, en algunos casos
desde cero, y sanar cada una de sus heridas. Aquellos que estuvieron tan graves
que los demás no les dieron más allá de una hora antes de su desenlace fatal,
pronto se encontraron de pie, como nuevos. Hubo huesos que se recompusieron,
heridas sangrantes que cerraron, incluido el ojo izquierdo de Kuza y ya no
estaban ninguna de las dolencias con que los combatientes terminaron luego del
enfrentamiento. Cada uno de los presentes allí valoró sobre manera que los
hermanos hicieran este sacrificio, tan noble como heroico y altruista, renunciar
a su fuerza para que nadie más se fuera al otro lado de la fuerza, y no pudieron
menos que aplaudirlos y ovacionarlos a
medida que los veían aterrizar, pronunciando además palabras de agradecimiento,
antes de atajarlos, pues para Imeleuq, Jule y Taknu se vendrían también tiempos
difíciles. El haber realizado semejante acto implicó un aspecto negativo, y era
que los tres quedaran extremadamente debilitados, lo bastante quizás como para
que tuvieran que pasar muchos días en estado delicado en el Hospital Real, pues
sus casos no podían ser solucionados con las pócimas y medicamentos que eran de
uso frecuente para esta clase de problemas. “¡Cabezones los tres, me hubieran
dejado ayudarlos!”, protestó Dalia, yendo hacia ellos para asistirlos. Las
hadas e individuos de otras especies tenían tanto para lamentar que, simple y
sencillamente, no sabían cual motivo priorizar, pues ahora que estaban cien por
ciento ilesos y recuperados tenían mucho por hacer. Era verdad que no se iban a
dejar derrotar ni dominar por esta situación tan adversa, pero no les sería
sencillo. Habían miles de muertos de los que ocuparse, subsanar cada uno de los
daños producidos desde inicios del mes, algo menor en comparación con lo otro,
protagonizar los reencuentros tan esperados con sus familiares (serían momentos
por demás emotivos) y, para algunos de ellos, dirigirse allí a donde luchaban
los Cuidadores, viaje que habría de ser particularmente difícil para Iris,
quien había decidido hacerse cargo de la triste tarea de darle las malas
noticias a Marina y Qumi, por las muertes de Taynaq (La familia real ucemita
había perdido a uno de sus miembros) y Atilio. Akmi, Lina y Kevin también
viajarían, ya que sus colegas podrían necesitar de ayuda. Para lo que se
quedaban, les esperaba la ardua tarea de formar parte del equipo encargado de identificar
y trasladar a gran parte de los caídos, cuando no a todos, algo que por
supuesto no deseaban hacer, debido a la carga emocional implícita. Intentaron
concentrarse en el aspecto positivo, que significó haber obtenido la cuarta
parte del triunfo en el enfrentamiento definitivo
contra los ilios, pero no pudieron, porque lejos estuvo de ser esta una misión
exitosa, puesto que habían muerto muchos, que el Consejo Real insular había
perdido a tres de sus componentes (Nadia, Olaf y Lía), la familia real ucemita
a uno (el príncipe Taynaq), que Cristal había sido protagonista de uno de los
peores eventos que les podían pasar a las mujeres y aun restaba conocer el
resultado del último combate, algo que era protagonizado por los cinco
Cuidadores por un lado y el guerrero único por otro. Si este último era todo lo
que se esperaba de el, entonces Eduardo, Lidia, Marina, Qumi y Zümsar estarían
todavía luchando, decidiendo cuál de los dos grupos viviría y cuál no, los
ilios o todos los demás. “Lo mejor que podemos hacer ahora por ellos es ir a
ayudarlos”, insistió Isabel, batiendo sus alas, sin abandonar la expresión de
tristeza, por todo lo que había vivido. También Lara, Cristal, Akmi, Lina,
Kevin, Iris y Dalia, quienes se embarcarían con ella en esta misión de
asistencia. Habiendo llegado los ocho a determinada altura, reconocieron que,
si bien se recuperarían psicológica y emocionalmente, eso no pasaría en el
corto plazo, y ninguno se atrevía ni animaba a dar uno, sabiendo que podrían no
estar acertando.
FIN
--- CLAUDIO ---
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