lunes, 30 de julio de 2018

38a) Mel-Kal


_Podrías explicarme otra vez por qué tengo que ser yo quien entre a buscar el fragmento de la etnia Mel, y vos vas a quedarte a pelear contra los monstruos?.
Estando cerca de la frontera entre los reinos de Ucêm y Sacåro, la nena híbrida había hecho de nuevo ese planteo a Eduardo, por quinta vez desde que abandonaran Plaza Central, en la capital insular. No estuvo nada convencida de eso, pues era tan poderosa como su colega del Vinhäe, lo que quedara evidenciado en aquella batalla en el Oi-Kal, cuando eliminara a decenas de ilios en un instante, al revelarse como una de las hadas Selectas.
_Porque cuando se formaron las parejas de Cuidadores, Kuza y Lara me hicieron el mismo pedido de antes. Que hiciera hasta lo imposible por cuidarte la espalda y asegurar que volvieras con vida a Del Sol - le contestó Eduardo, con los sentidos atentos. La distancia entre ambos y el Mel-Kal se achicaba más y más con cada paso -. Se que vos sos muy poderosa, pero este caso es diferente. Si lo que nos contaron es cierto, allí nos esperan esos monstruos... "profesionales", por llamarlos de alguna manera. Sabiendo que existe la posiblidad de que todos luchen con su poder al máximo desde el principio, no vas a tener muchas posibilidades... creo.
_Ese "creo" me indica que dudaste - se alegró Lidia. Sus oídos estaban absolutamente atentos a cualquier cosa que hubiera a su alrededor. Parte de su ser era un vampiro, y por tanto su audición estaba más desarrollada que en los seres feéricos. Esa era una ventaja que tuvieron, tenían y tendrían los vampiros e híbridos en esta guerra -. Y te puedo asegurar, aunque ya lo hice en el Oi-Kal, que ni mí edad ni mí estatura son impedimentos para que pueda sostener esta lucha.
La Cuidadora del Templo del Fuego venía esforzándose y haciendo méritos desde el mismo instante de su nombramiento, hacía más de un año, porque no la vieran como una menor de edad que no tenía la capacidad ni los talentos para resolver los problemas complejos sola y sin ayuda. Ya había demostrado lo contrario en numerosas ocasiones a lo largo de los últimos doce meses, desde aquella noche en que Seuju la eligiera como su sucesora hasta el momento en que los Cuidadores se separaran en grupos de dos e iniciaran esta misión de recuperación. Especialmente había quedado demostrado que era perfectamente capaz cuando eliminó a la horda de ilios al dejar sus colegas y ella el templo de la etnia Oi y volver a la superficie, donde los estuvo aguardando esa impresionante fuerza enemiga de reconquista. El hecho de haber destruido a dicha horda sola y no mostrar un solo signo de deterioro físico ni psíquico, además de haberse revelado su condición de Selecta, las más poderosas entre las hadas, habían servido para convencer a la mayoría de los seres feéricos y elementales (y a los ilios, por supuesto) de que, aún siendo una menor de diez años, Lidia era capaz de valerse por sí misma en situaciones de riesgo, como esta, o de cualquiera otra en que la mayoría de las personas de su edad, cuando no todas, no podrían, o tendrían dificultades definitivamente superiores. "Soy una nena adulta", decía a veces, intentando evacuar todas las dudas de los escépticos de uno y otro sexo que todavía dudaban de ella. Y dos de esas personas eran sus padres, como no podía ser de otra manera. A la fecha, Lara, la segunda al mando del Vinhuiga, y Kuza nunca dejaron de permanecer atentos a su hija, pensando que esta gigantesca y vitalicia responsabilidad pudiera implicar algún riesgo para Lidia, y su punto de mayor preocupación y susto había llegado cuando les informaran acerca de la misión de recuperación de los fragmentos, en la que participarían los seis Cuidadores. Los padres esperaron hasta que los tres grupos estuvieran formados y entonces le formularon una vez más el pedido a Eduardo, acerca de velar constantemente por la seguridad e integridad física de su hija. "Lo prometo", había garantizado el Cuidador del Templo del Agua, quien no quiso revelarles que, desde que la híbrida eliminara a los ilios, estuvo y estaba cambiando de parecer con respecto a las capacidades, talentos y habilidades de su colega. Ahora, la discusión era la misma, teniendo a la nena intentando resolver algo complejo y demostrar así lo que era.
_Si, es cierto - reconoció Eduardo -. La primera vez fue con lo que hiciste en el Oi-Kal. Pero esto, insisto, es distinto. Estoy pensando que incluso yo voy a salir herido de esto, porque son dieciocho enemigos, y no uno, y todos fueron creados sin errores. En todo caso, se me ocurre una solución práctica...
_De qué se trata?., quiso saber la híbrida.
El Cuidador del Templo del Agua había pensado ser el primero en pelear, y, una vez que ambos hubieran terminado sus respectivas tareas, la lucha y la búsqueda, el informaría a la nena todo cuanto hiciera en la superficie, detalladamente y tantas veces como fuera necesario. Se suponía que con eso, Lidia habría obtenido el conocimiento para estar en la futura batalla contra los monstruos, en el templo de la etnia Nem.
_Qué te parece?., planteó.
_Acepto - accedió la Cuidadora del Vinhuiga -. Dad tu palabra de que va a ser así?.
Estaban ambos a menos de dos kilómetros del predio en que aguardaban los mint-hu, y el momento para hablar y estudiar el plan se terminaba. Por eso se detuvieron, y empezaron a preparar sus equipos protectores, conscientes de que serían estos una ayuda invaluable en los combates, e incluso para defenderse de las siempre peligrosas trampas caza bobos en el templo, y los Impulsores.
_Te lo prometo - se comprometió -. Ahora dame una mano con esto.
_Con qué?.
_Ajustarme este arnés. No se, nunca pude aprenderlo, a anudarme una corbata viéndome en un espejo, menos voy a poder con esto - pidió, y Lidia esbozó una risita, por lo que Eduardo agregó -. Eso no fue chiste, te lo juro. Todas las cosas que se hacer, todo de lo que soy capaz... pero eso no lo pude aprender.
_No sos el único - indicó Lidia -, mí papá tampoco. Listo, esto ya está - vio como su colega y amigo comprobaba el trabajo y se mostraba satisfecho a causa de eso -, y el mío. Ahora vamos. Tenemos (tengo) un fragmento que recuperar.
_Vamos allí., coincidió Eduardo.
Los dos accediera a su condición de Selectos y empezaron a correr. Su destino era el Mel-Kal, en la frontera entre los dos reinos centrálicos, el ochenta por ciento en el territorio ucemita y el veinte restante en Sacåro.

Bastó con que entraran al "espacio aéreo" del templo, luego de un salto de más de cincuenta metros a alrededor de ocho como altura máxima, para que los mint-hu se pusieran en movimiento y emprendieran la veloz e intempestivo carrera contra estos atacantes, quienes reaccionaron a tiempo y esquivaron la descomunal ráfaga de golpes con los puños con que fueron recibidos. Eso fue, a la vez, todo lo que necesitó la Cuidadora del Vinhuiga para escabullirse y, transformándose en una diminuta esfera brillante, colarse por el hueco que llevaba al templo de la etnia Mel, teniendo como la última visión del exterior a Eduardo haciendo aquello que lo colocara por encima de la mayoría de las hadas de agua: el no solo poder controlar ese elemento, sino también crearlo. "Suerte", le deseó, sabiendo que la tendría, porque en la Cuadrícula de los Elementos, el agua superaba a la piedra. "Y también el fuego", se alegró, bajando cuidadosa y lentamente, pensando en que batallaría después contra los monstruos que estarían defendiendo el templo Nem, en Mubge. Lidia llegó sin dificultades ni contratiempos al suelo de una de las recámaras, a la que alumbró con ese extraordinario brillo que proporcionara su ser, una estructura conformada totalmente por el elemento fuego no tendría problematización en ese aspecto, porque vio, y advirtió, que los ilios hicieron de tomar precaución, tras la incursión al templo Oi; en este caso quitar cualquier cosa, lo que fuere, que eventualmente pudiera proporcionar iluminación. Advirtiendo que las trampas, sin saber cuántas eran ni dónde estaban o lo que hacían, no ameritaban esa confianza, la nena dejó el estado de Selecta y volvió a su forma original, conservando adelante suyo cinco esferas de fuego para que le alumbraran el camino, y empezó a cumplir su tarea. Frente a si, detrás suyo y a los lados tenía esos muebles repletos de artículos, la inmensa mayoría pertenecen a la extinta etnia Mel, un porcentaje menor a las otras seis - Oi, Eri, Bol, Yau, Nem y Aig - y a la resultante de ellas, y, no se mostró feliz por comprobarlo, unos pocos artículos que los ilios sustrajeran ilícitamente a las hadas y otros seres elementales. "Tanto por registrar en tan poco tiempo" - lamentó la híbrida, apartando con su bastón unos artículos, por si hubiera trampas allí. Afortunadamente no las había en esa parte -, "y es solo una de las recámaras". No dejó que ese panorama la desanimara y empezó a registrar uno de los muebles, repleto este de artículos fabricados con acero, metales e hierro, creyendo que podría ser el lugar ideal para ocultar un recipiente de acero mágico. "Escondido a simple vista", dijo, no reconociendo lo obvio sino hasta que sus manos y sus ojos repasaron la totalidad del contenido. Lidia había esperado algo así, pero entendió que debía registrar ese mueble, pues esa era su tarea, a la que continuó inmediatamente, reafirmando aquello de que no disponía de mucho tiempo. Los Cuidadores, al momento de prepararse, se habían propuesto, algo que ratificaran mediante la suscripción de un convenio de sangre, reunirse en el último de sus destinos, el templo de la etnia Aig, apenas pasado el mediodía, teniendo consigo seis de los fragmentos; eso significaba para Lidia, como así también para los demás, que disponían de seis horas para registrar los pasillos y recámaras de la media docena de templos, apoderarse de los recipientes de acero mágico, destruir a los monstruos y viajar. "En menos de seis horas!", protestó la nena, con una sonrisa, y llevándose las manos a la cabeza. Pensó que si lograban semejante hazaña y volvían a la Ciudad Del Sol en algún momento de la tarde de hoy, dicha obra sería automáticamente registrada en Ecumenia, el libro que daba cuenta de los eventos más trascendentales e importantes en el mundo. "Yo ya figuro allí", pensó, convenciéndose de que el recipiente no se encontraba en esa recámara. Lo cierto era que el nombre de Lidia había sido inscripto en Ecumenia desde el mismo instante en que ella y sus padres abandonaran la oficina principal del Vinhuiga, a inicios del año pasado.

Al empezar la lucha, Eduardo sintió que por primera vez se encontraba ante un reto que de verdad valía la pena, algo que lo hiciera pelear con sus fuerzas al máximo y conocer hasta qué punto era capaz de llegar. Ya no se trataba de esos monstruos a los que el y sus mejores amigos destruyeron en Del Sol unos meses atrás, de la prueba de valor en el Templo del Agua ni mucho menos de los ilios, porque a nadie le cupieron dudas sobre el error catastrófico que cometieran esos seres al querer enfrentarlo, y a otros cuatro Cuidadores. Lejos de ser una comparación exagerada, dijeron que fue como intentar demoler una pared de concreto usando solamente piezas pirotécnicas, las que apenas les causarían unas pocas y pequeñas quemaduras. Ahora, en cambio, el Cuidador estaba ante ese reto mayúsculo, al que le hizo frente sin amilanarse ni retroceder, sino lo contrario. El mismo se lanzó de lleno contra los mint-hu, impactando a uno de ellos con tal fuerza que pudo tumbarlo al suelo, aprovechando entonces una oportunidad que no podría repetirse; apoyó sus manos en el minhu para conservar el equilibrio, y, tomando su bastón, colocó el extremo con el símbolo del agua sobre el pecho del oponente, para quien se hubo de terminar su existencia, en el instante en que Eduardo lo incrustó y lanzó una descarga. "Uno menos, y en solo trece segundos", dijo, abalanzándose entonces contra los otros, entendiendo que era solo una teoría el que pudiera destruir a todos los monstruos en menos de cuatro minutos. "Por lo menos es linda", se dijo, exigiendo a su mente e imaginación, pensando cómo pelear contra uno de los mint-hu mientras los otros estaban allí, peleando juntos. En tanto no se le ocurriera algo definitivo, los atacaría a todos con esas descomunales descargado, sin concentrarse en ninguno en particular. "La Cuadrícula de los Elementos", pensó, encontrando en ella otra ayuda. Había leído y estudiado a fondo ese texto no bien la reina Lili le confiriera sus poderes, tras confirmar que el experto en ataque submarina era una buena persona. Así, pensando en la cuadrícula, y concentrando una gran cantidad de energía, la lanzó a través del bastón, impactando a otro minhu, que nada pudo hacer para evitar su destrucción. Hubo entonces una explosión tan violenta que la energía cinética hizo temblar a los monstruos, dos de los cuales cayeron al suelo, y los restos, piedras de diversos tamaños y formas, salieron dos velozmente en todas las direcciones, cayendo incluso en el exterior del predio circular, y Eduardo tuvo que protegerse creando una burbuja - energía pura que formaba una coraza impenetrable - para evitar convertirse en víctima de algo que el mismo había causado. Eduardo volvió al ataque en el momento en que también lo hicieron los monstruos, y la batalla se tornó tan intensa como al principio. La sucesión rápida de golpes con los puños por un lado y las descargas por otro se transformaron en eso que había estado esperando el Cuidador desde hacía mucho tiempo. En aquella segunda salida, el día posterior a que recuperara el conocimiento, Isabel le había hablado acerca de los ilios, sobre la historia de estos, su sociedad, estilo de vida y las razones por las que las hadas mantenían desde hacía miles de años sus diferencias, empezadas estas desde el mismo momento en que llegaran a Centralia los ilios y decidieran creerse los dueños absolutos de las tierras que, por mera coincidencia, tenían el mismo nombre para ellos y para las hadas: Iluria. Aquella jornada, el arqueólogo había comprendido que nada más sería cuestión de tiempo para que los ilios de verdad hicieran aquello que desde los días de la Guerra de los Veintiocho temían las hadas: lanzarse a la conquista total de Iluria y más allá. Nunca había compartido ese pensamiento porque le dio toda la impresión de que pasarían años antes de que ocurriera, y además no querría ser justamente el, quien llevaba pocas semanas en este mundo, contribuyera a esa tensión que se remontan a milenios. Al final, quedó demostrado que Eduardo tuvo razón, como también la tuvieron todas las hadas, y el estaba haciendo ahora su parte por evitar que todo lo bueno cayera a manos de los ilios.

Lidia había pasado los últimos trescientos setenta y siete días, desde el uno de Enero del año pasado, acostumbrándose a que su vitalicia responsabilidad como Cuidadora de uno de los lugares grandiosos implicaba volverse una persona famosa. Desde el instante en que, animada por su madre, hiciera el intento de abrir la puerta de la oficina principal del Templo del Fuego, porque su condición de híbrida se lo permitía - el don y las habilitaciones que recibiera de Lara -, la nena de entonces nueve años supo inmediata lo que había significado aquello y todo cuanto habría de significar. La puerta de la oficina se había abierto, dejándola tan atónita como a sus padres, porque los tres advirtieron que Seuju, la antigua Cuidadora, ya había encontrado a quien la reemplazara en un puesto de semen responsabilidad e importancia. "Estás segura que soy yo?", había sido la primera cosa que Lidia pudo preguntar, en medio del desconcierto y el asombro, pensando en lo obvia que habría de ser la contestación y en su futuro a todos los plazos, en que ella, quisiera o no, y quisieran o no sus progenitores, se convertiría en una persona famosa y que su nombre se haría conocido en todo el planeta antes que se hubieran cumplido las primeras veinticuatro horas del designio de Seuju. Descubrió, en efecto, que, que ese vaticinio fue cien por ciento verdadero. Más temprano ese día, habían aparecido otros dos Cuidadores, señalados como tales por Biqeok y Rorha para reemplazarlos en el Templo del Agua y la Casa de la Magia, y las hadas interpretaron eso como un augurio, porque siempre que aparecían dos Cuidadores era cuestión de tiempo para que lo hiciera un tercero, aunque ninguna de las dos cosas se había dado en un lapso tan corto. A este respecto, la marca histórica era de diecisiete días y databa del Siglo Veinticinco posterior al Primer Encuentro. Por otra parte, Lidia ostentó la marca de ser la primera híbrida en alcanzar esa posición, con lo que los suyos - bebés nacidos de padres de diferentes razas, en este caso un vampiro y un hada de fuego - recibieron un descomunal soporte anímico, y las rápidas demostraciones de Lidia hicieron que cada uno de ellos sintiera orgullo, como así también los vampiros, pues la Cuidadora era en parte un vampiro. El tercer factor que la convirtió en una persona famosa al instante fue su corta edad; con tan solo nueve años, cumplidos el pasado cinco de Octubre / Norg número uno - la misma fecha en que, llegada Lidia a los once, naciera Wuqelu, la hija de los reyes insulares, una coincidencia que no pasó desapercibida para nadie -, se convirtió en la Cuidadora más joven de todos los tiempos, no solo en el Vinhuiga, sino en todos los lugares grandiosos. Su edad tan corta y su condición de híbrida, en conjunto, también echaron por tierra aquello de que únicamente los seres feéricos mayores de edad podían convertirse en Cuidadores. Con el correr del tiempo, Lidia fue dejando boquiabierto a todo el mundo, al ir demostrando que su edad y su falta de experiencia no fueron impedimentos para que hiciera todo cuanto se hubo de esperar de ella. En muy pocos días, quedó puesto de manifiesto que Lidia podía "convivir" con ambos aspectos de su vida, tal como se lo aconsejaran los adultos con quienes convivía: el infantil, acorde a su edad, y el de una persona mayor de edad, a la hora de asumir sus múltiples responsabilidades en el Vinhuiga. Lidia se había esforzado todos los días por demostrar que era capaz de tener esos pensamientos, razonamientos y comportamientos acordes a los de una persona adulta cada vez que fuera necesario, pero aún así había quienes continuaban preocupándose por ella, especialmente sus padres, como era lógico. Los temores de Lara, a quién su hija le había pedido que fuera la segunda al mando del lugar grandioso, y Kuza se pusieron de manifiesto como nunca al saber que Lidia tendría que ir al Oi-Kal para confirmar la información de Qumi, y mucho más ahora, definitivamente, que tendría que exponerse para localizar y recuperar los siete fragmento del pergamino.

"Espero que te guste el agua!", se burló el Cuidador del Vinhäe, atacando al minhu que tuvo enfrente con todo su poder, y destruyéndolo con otro fugaz y letal movimiento, con el que demostró de nuevo una notable maniobrabilidad, en la que fueron clave su condición de Selecto, el bajo peso - estando transformado, sus casi noventa kilogramos habían bajado a menos de la tercera parte - y el hecho de estar usando el Impulsor. El minhu no tuvo oportunidades y pronto pasó a formar parte, tal como el otro par, de las piedras maltrechas esparcidas en el suelo. La quincena restante, por supuesto, no se había quedado quieta en ningún momento durante el fulminante ataque del Cuidador, al que estuvieron presionando mediante violentos e incesantes golpes con los puños, con los que Eduardo se vio obligado no solo a moverse tan rápido como se lo permitieran sus fuerzas, sino también, así lo creyó el, a alcanzar esos límites de los que tanto le hablaran Isabel y las personas con quienes trataba a diario. "Debe ser esto", pensó, en referencia a eso, que las hadas podían alcanzar una fuerza que ellas mismas ignoraban cada vez que se veían expuestas a situaciones que revistieran peligro y tensión en grado extremo. Era, la explicaron también, lo más parecido que había al hecho de usar un Impulsor, porque cada vez que un hada alcanzaba su máximo potencial, la condición de Selección, una parte de esta permanecía al volver a la normalidad, de manera que, a la larga, las hadas terminaban volviéndose más fuertes y potencialmente alcanzando nuevos límites. Ese era el caso de Eduardo en este momento, porque estaba luchando al máximo de sus capacidades en el estado de Selecto encontrándose en una situación en la que claramente estaba arriesgando su vida, indudablemente como nunca antes desde que la reina Lili le confiriera sus poderes y habilidades y el don del elemento agua. Al destruir al cuarto monstruo, reafirmó aquellas palabras. En cada célula de su cuerpo estaba sintiendo esa gran fuerza, y pensó que tal vez fuera esto a lo que se refirieron en su momento los miembros del equipo de notables del Templo del Agua y Biqeok, el antiguo Cuidador, personalidades como la reina Lili e incluso las hadas que permanecieron y permanecían más cercanas a el, como Isabel. "Podemos esperar grandes cosas de vos, eso apostaron" - recordó Eduardo, lanzando dos descargas contra los monstruos, para mantenerlos a raya, mientras decidía que los eliminaría uno por uno -, "tiene que ser eso". Por supuesto - reflexionaba - las hadas no se habían referido a la batalla contra los mint-hu, porque eso era algo que cientos de individuos, algunos más poderosos que otros, podrían hacer. Estos enfrentamientos serían una parte del todo, y este era, con toda seguridad, la misión que emprendiera: conseguir los fragmentos, reconstruir el pergamino, descifrar su contenido, aplicarlo y con ello poner fin a todas las intenciones malignas y ambiciones que los ilios desarrollaran milenios atrás, o, lo que era lo mismo, devolver al mundo esa parte ínfima de tranquilidad y paz que, sabían, habían perdido gradualmente desde la llegada de esos seres a Centralia. "Estas batallas son solo una parte de la misión", repitió el Cuidador, destruyendo al quinto monstruo, sonriendo. No a causa de eso, sino de la misión. El sabía que se trataba de la oportunidad que estuvo esperando. Aunque las hadas y otros seres elementales no le dieron ni daban importancia alguna a eso, porque se contentaban con que Eduardo no tuviera maldad, el Cuidador del Templo del Agua sentía que le faltaba algo por demostrar: la prueba máxima y definitiva. Si lograba completarla en una forma exitosa, podría vivir tranquilo el resto de sus días, todos los individuos elementales lo harían, y dedicarse a aquello que más le interesaba y lo que el más quería; y eso eran sus responsabilidades en el Vinhäe, su vida social y, más que cualquier otra cosa, Isabel y Melisa.

La Cuidadora del Templo del Fuego no se desilusionó, no pasó siquiera tal cosa por su mente, que el hecho de no haber podido localizar el recipiente de acero mágico en la primera recámara ni tampoco en la segunda. "Hubiera sido demasiado fácil", pensó, reparando en la gran cantidad de artículos, y remitiendo su memoria a la expedición al Oi-Kal con Eduardo y Qumi. "A esto se dedicaron desde su llegada a Centralia", observó, apoderándose, en los instantes previos a abandonar la segunda recámara, de lo que ella consideró que menos debía estar allí, un mapa antiguo del reino de Umebuzuk, su patria natal, y decidió, en tanto asomaba al corredor y empezaba a caminar, que lo devolvería al consulado no bien estuviera de vuelta en Del Sol. Concentrándose nuevamente en su tarea, no quiso, sin embargo, dejar de dedicarle una parte de sus pensamientos al hecho de que por fin estaba evacuando las pocas dudas que pudieran quedar respecto a ella: era una menor de diez años sin la suficiente experiencia en otra cosa que no fueran los intereses propios de una persona de su edad (jugar, dormir hasta tarde los fines de semana, el teatro de títeres como uno de sus principales divertimentos...), de acuerdo, pero eso de ninguna manera significaba que careciera de esta faceta adulta, y en este instante lo estaba demostrando como nunca. Había accedido a ser quien recuperara el fragmento en el templo Mel, y luego pelear contra los dieciocho años que indudablemente estarían vigilando el Nem-Kal, dos situaciones en las que ningún hada, vampiro, híbrido o cualquier otro ser elemental había estado y que muy pocos, cuando no ninguno, hubieran imaginado alguna vez. El solo hecho de aceptar está peligrosa tarea con semejante entereza, demostrando el mismo tipo de valor que el más experimentado y fuerte de los guerreros en situaciones de riesgo idéntico o similar hizo sentir un notable orgullo a los seres elementales, principalmente a los híbridos y aquellos que le dieran su origen, las hadas y los vampiros, pero fundamentalmente a sus padres, quienes a ese respecto nunca dejaron de tener los pensamientos y la mente dividida, estando orgullosos por un lado y preocupados por otro, mucho en ambos casos. En tanto ingresaba a la tercera recámara, esquivando por poco otra trampa caza bobos en el umbral (dardos, probablemente envenenados, que salieron disparados desde el suelo hacia el techo), se convenció de que cuando estuviera de vuelta en la Ciudad Del Sol, el único lugar en el que la verían como una nena, aparte de en si misma (la altura, el peso, el aspecto físico en general...), sería en su carta personal. Al mismo tiempo, pondría todo su empeño y la voluntad en no olvidarse de llevar una vida acorde a su edad, como constantemente le aconsejaban los demás Cuidadores, sus padres, los notables en el Vinhuiga y cada una de las personas con las que trataba todos los días. En este importantísimo momento en que era tanto (o todo) lo que estaba en juego, lo último que pensaba la Cuidadora era en lo que pudiera pasarle a ella, sino en salvar a los demás, incluidos sus padres y su hermana, nacida el día posterior al de su cumpleaños. Y eso, preocuparse por todos, menos por ella, era a las claras un pensamiento adulto.

Recordando su batalla contra Zümsar de hacía más de un año, en que la diferencia de altura fuera una de las claves que le dieran el triunfo, Eduardo optó por abandonar la condición de Selecto y se transformó en ese gigantesco monstruo cetáceo que combinaba la forma natural con la feérica, y con esos casi treinta metros de alto, diez veces más que el de los mint-hu, se abalanzó sobre estos y los golpeó uno por uno sin que pudieran evitarlo ni contener la intempestiva embestida. Uno de ellos fue destruido y los demás terminaron con diversos daños en el cuerpo, tanto a causa del violento impacto como a consecuencia de la brusca caída al suelo. Pero la docena pronto estuvo nuevamente de pie y reanudó su ofensiva, esta vez usando otra de sus técnicas y demostrando que también eran ágiles y que podían maniobrar. Los mint-hu dieron enormes saltos que tranquilamente pudieron superar los veinte metros de alto, y se aferraron como pudieron a su enemigo, quien reconoció en esto la primera dificultad en el enfrentamiento, la cual eran esas varias toneladas de peso que conjuntaban los monstruos, que implicaba la posibilidad de perder el equilibrio y, lo que de verdad hizo tragar saliva al Cuidador, la técnica definitiva de los mint-hu, la autodestrucción. Eduardo no tenía intenciones de comprobar si tendría o no eficacia esa técnica, calculó que lo más grave que podría pasarle serían quemaduras y lesiones, además de alguna que otra herida menor - "Nada que medicamentos y cirugías reparadoras no puedan solucionar", pensó -, de modo que empezó a sacudirse y agitarse con fuerza y, al cabo de unos segundos, logró quitarse a los monstruos de encima, tomando a uno de ellos, lanzándolo bruscamente contra otro y destruyendo a ambos al caerles encima, aplastándolos con sus más de treinta toneladas, quedando allí nada más que piedras pulverizadas y alguna que otra medianamente intactas, que el monstruo cetáceo tomó y lanzó contra los diez mint-hu que ya reanudaban su embestidas. Uno de los atacantes fue detenido en seco con un esfuerzo mínimo por parte del Cuidador del Templo del Agua, quien viéndolo advirtió que no requeriría de grandes cantidades de energía ni de sus técnicas especiales para destruirlo, pues estaba tan dañado que de todas formas no hubiera podido hacer gran cosa para cumplir su objetivo, asesinar a cualquiera que pudiera entrar al Mel-Kal, y habría caído en curso de minutos. Los restantes, la mitad de los que había hacía poco más de un tercio de hora, cerraron filas formando un círculo alrededor de Eduardo y volvieron a la carga, olvidados de su instinto de conservación y del planeamiento de tal o cual estrategia, porque lo que de verdad importaba ahora era eliminar al enemigo. "Se desesperan?", observó Eduardo, notando que la confianza que poseyeran los mint-hu estaba disminuyendo, al verse reducidos numéricamente, estar perdiendo fuerza y presentar daños más o menos graves. "Más fácil para mí", opinó el arqueólogo submarino, contraatacando y asestando el golpe definitivo a uno de los monstruos, con la suficiente fuerza como para enviar los restos a varios metros de distancia. Los ocho mint-hu, sabiendo que su destrucción era una posibilidad, no se quedaron atrás y reanudaron su orden imperativa de pelear hasta el final. "Conste, ustedes se lo buscaron", les advirtió el Cuidador del Vinhäe.

 Lidia desechó la cuarta recámara tan rápido como lo hizo con la tercera, habiendo permanecido en cada una no más de un cuarto de hora, repasando con todos sus sentidos los artículos que previamente desparramara en el suelo, creyendo, o confirmándolo al instante, que de ese modo tardaría menos en completar su tarea y podría volver a la superficie. Nuevamente, lo único que encontró en ambos habitáculos fue la amplia variedad en cuanto a formas, tamaños, materiales constitutivos y colores de los objetos, de ambas procedencias estos (propios de y robados por los ilios), y algún que otro insecto que terminara sus días siendo un aperitivo para ella. Encaramada encima de la mesa, girando sobre su eje, atenta además por la posibilidad de hallar otras trampas, que se activaran al caerle los objetos encima, la Cuidadora reaccionó en estas de la misma manera en que lo hiciera en las recámaras anteriores, no desanimándose ni sintiendo rabia o frustración. Sabía que no era el momento para eso, y que nadie lo aprobaría, considerando todo lo que estaba en juego. Ahora que se hallaba expuesta al máximo peligro, sus padres (resignados), por ejemplo, le dirían que se concentrara y no perdiera la calma, y los híbridos, especialmente los nacidos de la unión entre un ser feérico y uno vampírico, la estarían alentando y animando en todos los rincones del planeta. No tuvo problemas en recorrer los túneles tampoco, habiéndolo hecho transformada en un vampiro; de esa manera pudo ahorrarse bastante tiempo y evitar las trampas que pudieran estar en el piso. También sus habilidades especiales, las que heredara de su padre, le fueron muy útiles: el excelente sentido de la audición, la vista periférica, las ondas de sonido - un silbido agudo que los vampiros e híbridos usaban para localizar objetos sólidos, una técnica que tenía al oído como complemento - y la maniobrabilidad, por lo que decidió que conservaría esa forma hasta tanto encontrara el recipiente. Así llegó a la quinta recámara y empezó a observarla detenida y detalladamente, manteniendo el vuelo estacionario. "Me encanta la vista desde acá", se contentó, sabiendo que con ella no solo tenía una mejor visión, sino que además estaba libre de ese peligro que representaban las trampas caza bobos. Repasó cada mesa, estantería y cuanto mueble  hubiera en la recámara,, pero no encontró más que los mismos artículos que en las cuatro anteriores, incluido un mosaico, algo deteriorado por el paso del tiempo, que mostraba a los vampiros en su época de mayor esplendor, en el milenio previo a la Guerra de los Veintiocho. Kuza le había hablado a su hija sobre ese período, usando palabras acordes para una menor de diez años: empezada la contienda, muchos vampiros, al menos la cuarta parte de la población mundial, se habían unido al MEU y los ilios usaron eso como excusa para atacarlos a todos, porque los consideraban como una de las más grandes amenazas a su sociedad y sus planes, después de las hadas. Por ese motivo, Kuza y sus congéneres estuvieron entre los primeros en ir a la batalla, para vengar la muerte de cientos de miles de los suyos en aquel lejano período, no bien advirtieron lo que significaba la captura de los ilios a principios del mes. Los vampiros sabían que si los ilios eran derrotados, la época de esplendor volvería, por eso ellos tenían tanto en juego como las hadas.

"Siete... seis... cinco... se los dije", reaccionó el Cuidador del Templo del Agua al ir destruyendo a los monstruos y haber reducido la cantidad de estos a media decena. Uno de los mint-hu tuvo la más que desafortunada suerte de tener a Eduardo delante de él, a una distancia por demás suficiente como para asestarle un devastador golpe en el centro del cráneo, tan violento y fuerte que literalmente lo atravesó destrozando gran parte de sus extremidades, la totalidad del cuerpo (ni que hablar de la cabeza) e incrustándose al menos cincuenta centímetros en el suelo. Tan terrible fue el golpe que prácticamente ninguna de las piedras tuvo un tamaño mayor que el de esas esferas en que se transformaban las hadas. Creyendo que se hallaba en dificultades, los mint-hu restantes se abalanzarse dando patadas y golpes con los puños, pero justo cuando estuvieron cerca, el Cuidador desincrustó la enorme mano, arrancando una gran cantidad de tierra, piedras y césped (quedó un cráter en el suelo), y destruyó a otro monstruo, asestándole el fatal y definitivo golpe, tan repentino y fuerte que lo atravesó de lado a lado a la altura de la cintura, aplastando acto seguido los restos con ambos pies. Y antes de que otro de ellos hubiera tenido el tiempo necesario para moverse y reaccionar, Eduardo lo estuvo sujetando con fuerza por uno de los brazos, lo azotó reiteradas veces y lanzó hacia arriba; el monstruo dio violentamente contra el suelo y se partió en decenas de fragmentos. El Cuidador asumió nuevamente la condición de Selecto, pues sabía que era el método más efectivo para mitigar el cansancio - le habían dicho que eso pasaría si empleaba grandes cantidades de energía en pocos ataques y en poco tiempo, al menos en tanto no se hubiera acostumbrado a esta nueva fuerza - y arremetió contra los restantes, que aún con esos graves y variados daños que tenían no abandonaron la lucha. Estos atacaron con lo que tuvieron y como pudieron a la figura formada por agua, quien, con verlos nada más, le bastó para darse cuenta de que su triunfo era un hecho y que llegaría en cuestión de minutos, sino era que en menos. "Por todos nosotros", fijo Eduardo en su mente, y lanzó otra descarga, con la que puso en práctica, por primera vez, una de las técnicas que poseía. El rayo, que combinaba celeste con azul jacinto, los colores de su aura, impactó a uno de los monstruos y el Cuidador, apenas vio como era destruido, movió sus manos en el aire y desvío la descarga hacia el otro, el que estuvo más cerca, momento en que contempló el resultado de su obra, descubrir una faceta desconocida de el mismo, el ataque en si, y asumió que se trataba de una parte de esa "grandeza" que se esperaba de él. Sabía que solo las hadas más poderosas podían ejecutar esa técnica, la propia reina Lili se lo había demostrado y explicado cierta vez en que estuvo en el Vinhäe, aunque la soberana tenía un dominio definitivamente superior, porque, en uno de los hombres, había manipulado la descarga para impactar y destruir a una decena de blancos, mï-nuqt que usaban las hadas para entrenarse. El Cuidador pensó que alguna vez aprender esa técnica, aunque recién ahora pudo ejecutarla correctamente. "Nada mal, para ser el primer intento", juzgó, viendo los restos del par de víctimas, yendo entonces contra los monstruos que quedaban.

Era cierto que Kuza y Lara procuraban que su hija no pronunciara groserías, por su corta edad y porque era mujer, pero Lidia estuvo a punto de soltar un racimo de ellas que no hubieran tenido nada que envidiar a la de los marineros (los tripulantes de las embarcaciones cargueras transoceánicas ostentaban la marca insuperable en lo que a ser "boca sucias" se refería). La nena híbrida supuso que de esa manera habría reaccionado cualquier individuo de uno u otro sexo, mayor o menor de edad, que hubiera estado registrando minuciosamente siete de las ocho recámaras sin hallar el objeto por demás valioso, sino tan sólo los cacharros de la etnia Mel y otro tanto de artículos robados a las demás especies elementales, y que en la séptima hubiera cometido la torpeza involuntaria de asumir su forma original, posar su pie derecho y la mano derecha justo donde estaban dos de las trampas caza bobos. "Ratoneras?... Ay, no!", reaccionó Lidia, aunque tarde pues sus pequeños y delicados dedos ya estaban atrapados en una de ellas, sujetos con fuerza, y el zapato era lo único que impedía que el pie recibiera un daño superior. Pensó que pudo haber sido peor si esa cantidad de objetos le hubiera caído encima, a consecuencia de un fuerte temblor (Eduardo estaba peleando con todas sus fuerzas contra los mint-hu), y abandonó la recámara como pudo, saltando en un pie, hasta sentarse contra un muro y ver qué tan grave eran las heridas causadas por las ratoneras. "Esto es increíble", lamentó, examinando su mano y descubriendo el enrojecimiento en los dedos, flexionándolos repetidamente para mitigar el dolor y revisando el contenido de un cilindro que había llevado en la cintura, y dio con el frasco que contenía la pócima para aliviar este tipo de dolencias, uno de los implementos con que saliera de Plaza Central. "Te lo agradezco, Nadia", dijo, porque la jefa del Consejo SAM de Insulandia, aún extremadamente afligida por el fallecimiento de Lursi, había insistido s todos los Cuidadores con que llevaran un botiquín con los elementos de primeros auxilios. Después de aplicarse la pócima en el pie y calzarse nuevamente, retomó su tarea y caminó lentamente hasta la octava recámara, a la que entró confiada. Pisando con dificultad, estuvo decidida a no demorar un segundo más y recuperar el tiempo que perdiera en curarse las heridas, y usó decenas de veces el silbido, en todas las direcciones. Madera, metal, oro, vidrio, piedras... pronto hubo de reconocer el sonido y el eco en cada uno, y supo que uno distinto era la solución, pues ese sería el recipiente de acero mágico. "Por fin!", exclamó contenta, cuando el silbido reportó una vibración diferente, y usando ahora la telequinesia movió la pila de objetos que tapaban el que estuvo buscando. Lo tomó con ambas manos y dio unos cuantos saltitos para celebrar la obtención, olvidada del dolor en el pie. "Ahora puedo demostrar que soy una nena solo en la carta personal", se alegró, emprendiendo el camino de vuelta, sabiendo, por ejemplo, cuan orgullosos estarían sus padres cuando supieran, cuando ella explicara, lo que hiciera en el Mel-Kal, como no había entrado en pánico al estar sola allí, expuesta a toda clase de peligros y a oscuras. Ya en la superficie, vio a Eduardo sentado en el suelo, esperándola.

El Cuidador del Vinhäe destruyó a otro monstruo con una simple descarga. No necesitó de otra cosa, porque el oponente, tan exhausto y dañado, no daba para más. El rayo, que poco daño o ninguno habría causado de haber el minhu estado en Excel condiciones, lo transformó en otra pila de escombros que pasaron a formar parte de los cientos que ya estaban esparcidos dentro y fuera del predio. "Ahora es tu turno", le dijo a otro monstruo, y para el momento en que este estuvo a punto de lanzar un golpe que ya no era ni la décima parte de lo fuertes que fueron los primeros, tuvo a Eduardo sobre el, y los pisotones bastaron para aniquilarlo, pues allí se encontraba nuevamente el Cuidador con su forma combinando, quien inmediatamente tomó al último enemigo y lo lanzó con violencia a la distancia. Fue evidente que el minhu había decidido aplicar su técnica final, la autodestrucción, pero la explosión había ocurrido a más de quinientos metros de distancia, habiendo empezado a aplicarla en el mismo momento en que Eduardo lo sujetara. "Casi sin despeinarme", dijo, asumiendo nuevamente la forma feérica y observando el panorama, los resultados de la batalla. Unos pocos y aislados focos de incendio, destrozos mayoritariamente grandes en el suelo, el cráter, allí donde se incrustara el puño del monstruo cetáceo, después de destruir a uno de los mint-hu, piedras de todos los talles esparcidas aún fuera del predio circular, de todas las formas... había tenido éxito en una batalla en la que muy pocos lo tendrían y ni siquiera había durado más de una hora. Pero semejante esfuerzo lo había dejado agotado, una consecuencia de haber estado expuesto por un lapso tan prolongado por primera vez a estos nuevos poderes y habilidades. "El esfuerzo valió la pena", justificó el Cuidador, que estando con su forma feérica, un hombre que llegaba al metro ochenta de altura, sentía mucho más el cansancio. Se sentó entonces en el suelo, a recuperarse y esperar el momento en que Lidia volviera a la superficie, habiendo ya obtenido el recipiente de acero mágico. Sabía bien que, si sus intenciones eran probarse y demostrar que no era una nena ni pensaba como tal en situaciones así, complejas y peligrosas, la Cuidadora no se mostraría contenta si entraba y la ayudaba, y además dejaría desprotegida la superficie, lo cual implicaba que los ilios y sus monstruos los tendrían atrapados y a su merced. Sentado ya, pensó en las otras duplas de Cuidadores, en qué podrían estar haciendo y si habrían recuperado ya los recipientes ocultos en los templos Oi y Eri, convencido por demás que habrían sido las mujeres, Marina y Qumi, quienes se colaran a las recámaras y corredores para esa tarea, y Kevin y Zümsar se habrían quedado en la superficie para destruir a los mint-hu y cubrirlas. "Ahora les toca a ellas", pensó, porque en el Bol-Kal, el Yau-Kal y el Nem-Kal irían en busca de los otros fragmentos. Todavía pensando en eso, vio salir a la Cuidadora del Templo del Fuego con una expresión radiante, cuyo origen radicaba en la caja que sostenía con ambas manos. "Lo encontraste, te felicito", la elogió Eduardo, incorporándose y yendo junto a ella.

_Pensé que te gustaría resolverlo sin ayuda., le dijo, dándole la mano para felicitarla por su éxito.
_Te agradezco ese gesto, darme la oportunidad para probarme allí abajo - se contentó Lidia, todavía pisando con dificultad -. No tuve problemas, excepto por esto.
Le señaló el pie con la vista y mostró la mano, y contó que accidentalmente había caído en dos de las trampas caza bobos en la séptima recámara.
_Te pusiste algo para aliviar el dolor, podés caminar?., se preocupó el Cuidador del Vinhäe.
Pensó que Kuza y Lara, de enterarse de lo ocurrido, dejarían cualquier cosa que estuvieran haciendo y correrían al lado de su hija para asegurar que no le pasara ninguna otra cosa.
_No es grave, te lo aseguro, en unas pocas horas el dolor va a ser solo un recuerdo - confío la nena, que durante el viaje hasta el Nem-Kal usaría el bastón para ayudase a caminar -. Es uno de los riesgos. Ahora tenemos esto - señaló el recipiente y lo guardó en el cilindro que llevaba en la cintura -, y seguro que los nuestros ya consiguieron los que estaban en el Oi-Kal y el Eri-Kal.
_En ese caso tenemos que ponernos en movimiento - indicó Eduardo, desplegando sus alas -. No nos pide quedar acá y desperdiciar el tiempo en un posible enfrentamiento, porque los ilios ya pueden estar al corriente de lo ocurrido. Si calculé bien, tenemos alrededor de cincuenta minutos hasta el templo de la etnia Nem.
_Que bien, el tiempo suficiente.
_Para qué?.
_Contarme de nuevo la historia de Blancanieves, es mí favorita - quiso Lidia, que agregó -. Vos estuviste entre los que dijeron que no me olvidara que aún con la responsabilidad vitalicia soy una nena, que conviva con las dos facetas.
_Está bien, ese cuento de nuevo., accedió Eduardo, remontando el vuelo.



FIN



--- CLAUDIO ---


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