_Podrías
explicarme otra vez por qué tengo que ser yo quien entre a buscar el fragmento
de la etnia Mel, y vos vas a quedarte a pelear contra los monstruos?.
Estando
cerca de la frontera entre los reinos de Ucêm y Sacåro, la nena híbrida había
hecho de nuevo ese planteo a Eduardo, por quinta vez desde que abandonaran
Plaza Central, en la capital insular. No estuvo nada convencida de eso, pues
era tan poderosa como su colega del Vinhäe, lo que quedara evidenciado en
aquella batalla en el Oi-Kal, cuando eliminara a decenas de ilios en un
instante, al revelarse como una de las hadas Selectas.
_Porque
cuando se formaron las parejas de Cuidadores, Kuza y Lara me hicieron el mismo
pedido de antes. Que hiciera hasta lo imposible por cuidarte la espalda y
asegurar que volvieras con vida a Del Sol - le contestó Eduardo, con los
sentidos atentos. La distancia entre ambos y el Mel-Kal se achicaba más y más
con cada paso -. Se que vos sos muy poderosa, pero este caso es diferente. Si
lo que nos contaron es cierto, allí nos esperan esos monstruos...
"profesionales", por llamarlos de alguna manera. Sabiendo que existe
la posiblidad de que todos luchen con su poder al máximo desde el principio, no
vas a tener muchas posibilidades... creo.
_Ese
"creo" me indica que dudaste - se alegró Lidia. Sus oídos estaban
absolutamente atentos a cualquier cosa que hubiera a su alrededor. Parte de su
ser era un vampiro, y por tanto su audición estaba más desarrollada que en los
seres feéricos. Esa era una ventaja que tuvieron, tenían y tendrían los
vampiros e híbridos en esta guerra -. Y te puedo asegurar, aunque ya lo hice en
el Oi-Kal, que ni mí edad ni mí estatura son impedimentos para que pueda
sostener esta lucha.
La
Cuidadora del Templo del Fuego venía esforzándose y haciendo méritos desde el
mismo instante de su nombramiento, hacía más de un año, porque no la vieran
como una menor de edad que no tenía la capacidad ni los talentos para resolver
los problemas complejos sola y sin ayuda. Ya había demostrado lo contrario en
numerosas ocasiones a lo largo de los últimos doce meses, desde aquella noche
en que Seuju la eligiera como su sucesora hasta el momento en que los
Cuidadores se separaran en grupos de dos e iniciaran esta misión de
recuperación. Especialmente había quedado demostrado que era perfectamente
capaz cuando eliminó a la horda de ilios al dejar sus colegas y ella el templo
de la etnia Oi y volver a la superficie, donde los estuvo aguardando esa
impresionante fuerza enemiga de reconquista. El hecho de haber destruido a dicha
horda sola y no mostrar un solo signo de deterioro físico ni psíquico, además
de haberse revelado su condición de Selecta, las más poderosas entre las hadas,
habían servido para convencer a la mayoría de los seres feéricos y elementales
(y a los ilios, por supuesto) de que, aún siendo una menor de diez años, Lidia
era capaz de valerse por sí misma en situaciones de riesgo, como esta, o de
cualquiera otra en que la mayoría de las personas de su edad, cuando no todas,
no podrían, o tendrían dificultades definitivamente superiores. "Soy una
nena adulta", decía a veces, intentando evacuar todas las dudas de los
escépticos de uno y otro sexo que todavía dudaban de ella. Y dos de esas
personas eran sus padres, como no podía ser de otra manera. A la fecha, Lara,
la segunda al mando del Vinhuiga, y Kuza nunca dejaron de permanecer atentos a
su hija, pensando que esta gigantesca y vitalicia responsabilidad pudiera
implicar algún riesgo para Lidia, y su punto de mayor preocupación y susto
había llegado cuando les informaran acerca de la misión de recuperación de los
fragmentos, en la que participarían los seis Cuidadores. Los padres esperaron
hasta que los tres grupos estuvieran formados y entonces le formularon una vez
más el pedido a Eduardo, acerca de velar constantemente por la seguridad e
integridad física de su hija. "Lo prometo", había garantizado el
Cuidador del Templo del Agua, quien no quiso revelarles que, desde que la
híbrida eliminara a los ilios, estuvo y estaba cambiando de parecer con
respecto a las capacidades, talentos y habilidades de su colega. Ahora, la
discusión era la misma, teniendo a la nena intentando resolver algo complejo y
demostrar así lo que era.
_Si,
es cierto - reconoció Eduardo -. La primera vez fue con lo que hiciste en el
Oi-Kal. Pero esto, insisto, es distinto. Estoy pensando que incluso yo voy a
salir herido de esto, porque son dieciocho enemigos, y no uno, y todos fueron
creados sin errores. En todo caso, se me ocurre una solución práctica...
_De
qué se trata?., quiso saber la híbrida.
El
Cuidador del Templo del Agua había pensado ser el primero en pelear, y, una vez
que ambos hubieran terminado sus respectivas tareas, la lucha y la búsqueda, el
informaría a la nena todo cuanto hiciera en la superficie, detalladamente y
tantas veces como fuera necesario. Se suponía que con eso, Lidia habría
obtenido el conocimiento para estar en la futura batalla contra los monstruos,
en el templo de la etnia Nem.
_Qué
te parece?., planteó.
_Acepto
- accedió la Cuidadora del Vinhuiga -. Dad tu palabra de que va a ser así?.
Estaban
ambos a menos de dos kilómetros del predio en que aguardaban los mint-hu, y el
momento para hablar y estudiar el plan se terminaba. Por eso se detuvieron, y
empezaron a preparar sus equipos protectores, conscientes de que serían estos
una ayuda invaluable en los combates, e incluso para defenderse de las siempre
peligrosas trampas caza bobos en el templo, y los Impulsores.
_Te
lo prometo - se comprometió -. Ahora dame una mano con esto.
_Con
qué?.
_Ajustarme
este arnés. No se, nunca pude aprenderlo, a anudarme una corbata viéndome en un
espejo, menos voy a poder con esto - pidió, y Lidia esbozó una risita, por lo
que Eduardo agregó -. Eso no fue chiste, te lo juro. Todas las cosas que se
hacer, todo de lo que soy capaz... pero eso no lo pude aprender.
_No
sos el único - indicó Lidia -, mí papá tampoco. Listo, esto ya está - vio como
su colega y amigo comprobaba el trabajo y se mostraba satisfecho a causa de eso
-, y el mío. Ahora vamos. Tenemos (tengo) un fragmento que recuperar.
_Vamos
allí., coincidió Eduardo.
Los
dos accediera a su condición de Selectos y empezaron a correr. Su destino era
el Mel-Kal, en la frontera entre los dos reinos centrálicos, el ochenta por
ciento en el territorio ucemita y el veinte restante en Sacåro.
Bastó
con que entraran al "espacio aéreo" del templo, luego de un salto de
más de cincuenta metros a alrededor de ocho como altura máxima, para que los
mint-hu se pusieran en movimiento y emprendieran la veloz e intempestivo
carrera contra estos atacantes, quienes reaccionaron a tiempo y esquivaron la
descomunal ráfaga de golpes con los puños con que fueron recibidos. Eso fue, a
la vez, todo lo que necesitó la Cuidadora del Vinhuiga para escabullirse y,
transformándose en una diminuta esfera brillante, colarse por el hueco que
llevaba al templo de la etnia Mel, teniendo como la última visión del exterior
a Eduardo haciendo aquello que lo colocara por encima de la mayoría de las
hadas de agua: el no solo poder controlar ese elemento, sino también crearlo. "Suerte",
le deseó, sabiendo que la tendría, porque en la Cuadrícula de los Elementos, el
agua superaba a la piedra. "Y también el fuego", se alegró, bajando
cuidadosa y lentamente, pensando en que batallaría después contra los monstruos
que estarían defendiendo el templo Nem, en Mubge. Lidia llegó sin dificultades
ni contratiempos al suelo de una de las recámaras, a la que alumbró con ese
extraordinario brillo que proporcionara su ser, una estructura conformada
totalmente por el elemento fuego no tendría problematización en ese aspecto,
porque vio, y advirtió, que los ilios hicieron de tomar precaución, tras la
incursión al templo Oi; en este caso quitar cualquier cosa, lo que fuere, que
eventualmente pudiera proporcionar iluminación. Advirtiendo que las trampas,
sin saber cuántas eran ni dónde estaban o lo que hacían, no ameritaban esa
confianza, la nena dejó el estado de Selecta y volvió a su forma original,
conservando adelante suyo cinco esferas de fuego para que le alumbraran el
camino, y empezó a cumplir su tarea. Frente a si, detrás suyo y a los lados
tenía esos muebles repletos de artículos, la inmensa mayoría pertenecen a la
extinta etnia Mel, un porcentaje menor a las otras seis - Oi, Eri, Bol, Yau,
Nem y Aig - y a la resultante de ellas, y, no se mostró feliz por comprobarlo,
unos pocos artículos que los ilios sustrajeran ilícitamente a las hadas y otros
seres elementales. "Tanto por registrar en tan poco tiempo" - lamentó
la híbrida, apartando con su bastón unos artículos, por si hubiera trampas
allí. Afortunadamente no las había en esa parte -, "y es solo una de las
recámaras". No dejó que ese panorama la desanimara y empezó a registrar
uno de los muebles, repleto este de artículos fabricados con acero, metales e
hierro, creyendo que podría ser el lugar ideal para ocultar un recipiente de
acero mágico. "Escondido a simple vista", dijo, no reconociendo lo
obvio sino hasta que sus manos y sus ojos repasaron la totalidad del contenido.
Lidia había esperado algo así, pero entendió que debía registrar ese mueble,
pues esa era su tarea, a la que continuó inmediatamente, reafirmando aquello de
que no disponía de mucho tiempo. Los Cuidadores, al momento de prepararse, se
habían propuesto, algo que ratificaran mediante la suscripción de un convenio
de sangre, reunirse en el último de sus destinos, el templo de la etnia Aig,
apenas pasado el mediodía, teniendo consigo seis de los fragmentos; eso
significaba para Lidia, como así también para los demás, que disponían de seis
horas para registrar los pasillos y recámaras de la media docena de templos,
apoderarse de los recipientes de acero mágico, destruir a los monstruos y
viajar. "En menos de seis horas!", protestó la nena, con una sonrisa,
y llevándose las manos a la cabeza. Pensó que si lograban semejante hazaña y
volvían a la Ciudad Del Sol en algún momento de la tarde de hoy, dicha obra
sería automáticamente registrada en Ecumenia, el libro que daba cuenta de los
eventos más trascendentales e importantes en el mundo. "Yo ya figuro
allí", pensó, convenciéndose de que el recipiente no se encontraba en esa
recámara. Lo cierto era que el nombre de Lidia había sido inscripto en Ecumenia
desde el mismo instante en que ella y sus padres abandonaran la oficina
principal del Vinhuiga, a inicios del año pasado.
Al
empezar la lucha, Eduardo sintió que por primera vez se encontraba ante un reto
que de verdad valía la pena, algo que lo hiciera pelear con sus fuerzas al
máximo y conocer hasta qué punto era capaz de llegar. Ya no se trataba de esos
monstruos a los que el y sus mejores amigos destruyeron en Del Sol unos meses
atrás, de la prueba de valor en el Templo del Agua ni mucho menos de los ilios,
porque a nadie le cupieron dudas sobre el error catastrófico que cometieran
esos seres al querer enfrentarlo, y a otros cuatro Cuidadores. Lejos de ser una
comparación exagerada, dijeron que fue como intentar demoler una pared de
concreto usando solamente piezas pirotécnicas, las que apenas les causarían
unas pocas y pequeñas quemaduras. Ahora, en cambio, el Cuidador estaba ante ese
reto mayúsculo, al que le hizo frente sin amilanarse ni retroceder, sino lo
contrario. El mismo se lanzó de lleno contra los mint-hu, impactando a uno de
ellos con tal fuerza que pudo tumbarlo al suelo, aprovechando entonces una
oportunidad que no podría repetirse; apoyó sus manos en el minhu para conservar
el equilibrio, y, tomando su bastón, colocó el extremo con el símbolo del agua
sobre el pecho del oponente, para quien se hubo de terminar su existencia, en
el instante en que Eduardo lo incrustó y lanzó una descarga. "Uno menos, y
en solo trece segundos", dijo, abalanzándose entonces contra los otros,
entendiendo que era solo una teoría el que pudiera destruir a todos los
monstruos en menos de cuatro minutos. "Por lo menos es linda", se
dijo, exigiendo a su mente e imaginación, pensando cómo pelear contra uno de
los mint-hu mientras los otros estaban allí, peleando juntos. En tanto no se le
ocurriera algo definitivo, los atacaría a todos con esas descomunales
descargado, sin concentrarse en ninguno en particular. "La Cuadrícula de
los Elementos", pensó, encontrando en ella otra ayuda. Había leído y
estudiado a fondo ese texto no bien la reina Lili le confiriera sus poderes,
tras confirmar que el experto en ataque submarina era una buena persona. Así,
pensando en la cuadrícula, y concentrando una gran cantidad de energía, la
lanzó a través del bastón, impactando a otro minhu, que nada pudo hacer para
evitar su destrucción. Hubo entonces una explosión tan violenta que la energía
cinética hizo temblar a los monstruos, dos de los cuales cayeron al suelo, y
los restos, piedras de diversos tamaños y formas, salieron dos velozmente en
todas las direcciones, cayendo incluso en el exterior del predio circular, y
Eduardo tuvo que protegerse creando una burbuja - energía pura que formaba una
coraza impenetrable - para evitar convertirse en víctima de algo que el mismo
había causado. Eduardo volvió al ataque en el momento en que también lo
hicieron los monstruos, y la batalla se tornó tan intensa como al principio. La
sucesión rápida de golpes con los puños por un lado y las descargas por otro se
transformaron en eso que había estado esperando el Cuidador desde hacía mucho
tiempo. En aquella segunda salida, el día posterior a que recuperara el
conocimiento, Isabel le había hablado acerca de los ilios, sobre la historia de
estos, su sociedad, estilo de vida y las razones por las que las hadas
mantenían desde hacía miles de años sus diferencias, empezadas estas desde el
mismo momento en que llegaran a Centralia los ilios y decidieran creerse los
dueños absolutos de las tierras que, por mera coincidencia, tenían el mismo
nombre para ellos y para las hadas: Iluria. Aquella jornada, el arqueólogo
había comprendido que nada más sería cuestión de tiempo para que los ilios de
verdad hicieran aquello que desde los días de la Guerra de los Veintiocho
temían las hadas: lanzarse a la conquista total de Iluria y más allá. Nunca
había compartido ese pensamiento porque le dio toda la impresión de que
pasarían años antes de que ocurriera, y además no querría ser justamente el,
quien llevaba pocas semanas en este mundo, contribuyera a esa tensión que se
remontan a milenios. Al final, quedó demostrado que Eduardo tuvo razón, como
también la tuvieron todas las hadas, y el estaba haciendo ahora su parte por
evitar que todo lo bueno cayera a manos de los ilios.
Lidia
había pasado los últimos trescientos setenta y siete días, desde el uno de
Enero del año pasado, acostumbrándose a que su vitalicia responsabilidad como
Cuidadora de uno de los lugares grandiosos implicaba volverse una persona
famosa. Desde el instante en que, animada por su madre, hiciera el intento de
abrir la puerta de la oficina principal del Templo del Fuego, porque su
condición de híbrida se lo permitía - el don y las habilitaciones que recibiera
de Lara -, la nena de entonces nueve años supo inmediata lo que había
significado aquello y todo cuanto habría de significar. La puerta de la oficina
se había abierto, dejándola tan atónita como a sus padres, porque los tres advirtieron
que Seuju, la antigua Cuidadora, ya había encontrado a quien la reemplazara en
un puesto de semen responsabilidad e importancia. "Estás segura que soy
yo?", había sido la primera cosa que Lidia pudo preguntar, en medio del
desconcierto y el asombro, pensando en lo obvia que habría de ser la
contestación y en su futuro a todos los plazos, en que ella, quisiera o no, y
quisieran o no sus progenitores, se convertiría en una persona famosa y que su
nombre se haría conocido en todo el planeta antes que se hubieran cumplido las
primeras veinticuatro horas del designio de Seuju. Descubrió, en efecto, que,
que ese vaticinio fue cien por ciento verdadero. Más temprano ese día, habían
aparecido otros dos Cuidadores, señalados como tales por Biqeok y Rorha para
reemplazarlos en el Templo del Agua y la Casa de la Magia, y las hadas
interpretaron eso como un augurio, porque siempre que aparecían dos Cuidadores
era cuestión de tiempo para que lo hiciera un tercero, aunque ninguna de las
dos cosas se había dado en un lapso tan corto. A este respecto, la marca
histórica era de diecisiete días y databa del Siglo Veinticinco posterior al
Primer Encuentro. Por otra parte, Lidia ostentó la marca de ser la primera
híbrida en alcanzar esa posición, con lo que los suyos - bebés nacidos de
padres de diferentes razas, en este caso un vampiro y un hada de fuego -
recibieron un descomunal soporte anímico, y las rápidas demostraciones de Lidia
hicieron que cada uno de ellos sintiera orgullo, como así también los vampiros,
pues la Cuidadora era en parte un vampiro. El tercer factor que la convirtió en
una persona famosa al instante fue su corta edad; con tan solo nueve años,
cumplidos el pasado cinco de Octubre / Norg número uno - la misma fecha en que,
llegada Lidia a los once, naciera Wuqelu, la hija de los reyes insulares, una
coincidencia que no pasó desapercibida para nadie -, se convirtió en la
Cuidadora más joven de todos los tiempos, no solo en el Vinhuiga, sino en todos
los lugares grandiosos. Su edad tan corta y su condición de híbrida, en
conjunto, también echaron por tierra aquello de que únicamente los seres
feéricos mayores de edad podían convertirse en Cuidadores. Con el correr del
tiempo, Lidia fue dejando boquiabierto a todo el mundo, al ir demostrando que
su edad y su falta de experiencia no fueron impedimentos para que hiciera todo
cuanto se hubo de esperar de ella. En muy pocos días, quedó puesto de
manifiesto que Lidia podía "convivir" con ambos aspectos de su vida,
tal como se lo aconsejaran los adultos con quienes convivía: el infantil,
acorde a su edad, y el de una persona mayor de edad, a la hora de asumir sus
múltiples responsabilidades en el Vinhuiga. Lidia se había esforzado todos los
días por demostrar que era capaz de tener esos pensamientos, razonamientos y
comportamientos acordes a los de una persona adulta cada vez que fuera
necesario, pero aún así había quienes continuaban preocupándose por ella,
especialmente sus padres, como era lógico. Los temores de Lara, a quién su hija
le había pedido que fuera la segunda al mando del lugar grandioso, y Kuza se
pusieron de manifiesto como nunca al saber que Lidia tendría que ir al Oi-Kal
para confirmar la información de Qumi, y mucho más ahora, definitivamente, que
tendría que exponerse para localizar y recuperar los siete fragmento del
pergamino.
"Espero
que te guste el agua!", se burló el Cuidador del Vinhäe, atacando al minhu
que tuvo enfrente con todo su poder, y destruyéndolo con otro fugaz y letal
movimiento, con el que demostró de nuevo una notable maniobrabilidad, en la que
fueron clave su condición de Selecto, el bajo peso - estando transformado, sus
casi noventa kilogramos habían bajado a menos de la tercera parte - y el hecho
de estar usando el Impulsor. El minhu no tuvo oportunidades y pronto pasó a formar
parte, tal como el otro par, de las piedras maltrechas esparcidas en el suelo.
La quincena restante, por supuesto, no se había quedado quieta en ningún
momento durante el fulminante ataque del Cuidador, al que estuvieron
presionando mediante violentos e incesantes golpes con los puños, con los que
Eduardo se vio obligado no solo a moverse tan rápido como se lo permitieran sus
fuerzas, sino también, así lo creyó el, a alcanzar esos límites de los que
tanto le hablaran Isabel y las personas con quienes trataba a diario.
"Debe ser esto", pensó, en referencia a eso, que las hadas podían
alcanzar una fuerza que ellas mismas ignoraban cada vez que se veían expuestas
a situaciones que revistieran peligro y tensión en grado extremo. Era, la
explicaron también, lo más parecido que había al hecho de usar un Impulsor,
porque cada vez que un hada alcanzaba su máximo potencial, la condición de
Selección, una parte de esta permanecía al volver a la normalidad, de manera
que, a la larga, las hadas terminaban volviéndose más fuertes y potencialmente
alcanzando nuevos límites. Ese era el caso de Eduardo en este momento, porque
estaba luchando al máximo de sus capacidades en el estado de Selecto
encontrándose en una situación en la que claramente estaba arriesgando su vida,
indudablemente como nunca antes desde que la reina Lili le confiriera sus
poderes y habilidades y el don del elemento agua. Al destruir al cuarto
monstruo, reafirmó aquellas palabras. En cada célula de su cuerpo estaba
sintiendo esa gran fuerza, y pensó que tal vez fuera esto a lo que se
refirieron en su momento los miembros del equipo de notables del Templo del
Agua y Biqeok, el antiguo Cuidador, personalidades como la reina Lili e incluso
las hadas que permanecieron y permanecían más cercanas a el, como Isabel.
"Podemos esperar grandes cosas de vos, eso apostaron" - recordó
Eduardo, lanzando dos descargas contra los monstruos, para mantenerlos a raya,
mientras decidía que los eliminaría uno por uno -, "tiene que ser
eso". Por supuesto - reflexionaba - las hadas no se habían referido a la
batalla contra los mint-hu, porque eso era algo que cientos de individuos,
algunos más poderosos que otros, podrían hacer. Estos enfrentamientos serían
una parte del todo, y este era, con toda seguridad, la misión que emprendiera:
conseguir los fragmentos, reconstruir el pergamino, descifrar su contenido,
aplicarlo y con ello poner fin a todas las intenciones malignas y ambiciones
que los ilios desarrollaran milenios atrás, o, lo que era lo mismo, devolver al
mundo esa parte ínfima de tranquilidad y paz que, sabían, habían perdido
gradualmente desde la llegada de esos seres a Centralia. "Estas batallas
son solo una parte de la misión", repitió el Cuidador, destruyendo al
quinto monstruo, sonriendo. No a causa de eso, sino de la misión. El sabía que
se trataba de la oportunidad que estuvo esperando. Aunque las hadas y otros
seres elementales no le dieron ni daban importancia alguna a eso, porque se
contentaban con que Eduardo no tuviera maldad, el Cuidador del Templo del Agua sentía
que le faltaba algo por demostrar: la prueba máxima y definitiva. Si lograba
completarla en una forma exitosa, podría vivir tranquilo el resto de sus días,
todos los individuos elementales lo harían, y dedicarse a aquello que más le
interesaba y lo que el más quería; y eso eran sus responsabilidades en el
Vinhäe, su vida social y, más que cualquier otra cosa, Isabel y Melisa.
La
Cuidadora del Templo del Fuego no se desilusionó, no pasó siquiera tal cosa por
su mente, que el hecho de no haber podido localizar el recipiente de acero
mágico en la primera recámara ni tampoco en la segunda. "Hubiera sido
demasiado fácil", pensó, reparando en la gran cantidad de artículos, y
remitiendo su memoria a la expedición al Oi-Kal con Eduardo y Qumi. "A
esto se dedicaron desde su llegada a Centralia", observó, apoderándose, en
los instantes previos a abandonar la segunda recámara, de lo que ella consideró
que menos debía estar allí, un mapa antiguo del reino de Umebuzuk, su patria
natal, y decidió, en tanto asomaba al corredor y empezaba a caminar, que lo
devolvería al consulado no bien estuviera de vuelta en Del Sol. Concentrándose
nuevamente en su tarea, no quiso, sin embargo, dejar de dedicarle una parte de
sus pensamientos al hecho de que por fin estaba evacuando las pocas dudas que
pudieran quedar respecto a ella: era una menor de diez años sin la suficiente
experiencia en otra cosa que no fueran los intereses propios de una persona de
su edad (jugar, dormir hasta tarde los fines de semana, el teatro de títeres como
uno de sus principales divertimentos...), de acuerdo, pero eso de ninguna
manera significaba que careciera de esta faceta adulta, y en este instante lo
estaba demostrando como nunca. Había accedido a ser quien recuperara el
fragmento en el templo Mel, y luego pelear contra los dieciocho años que
indudablemente estarían vigilando el Nem-Kal, dos situaciones en las que ningún
hada, vampiro, híbrido o cualquier otro ser elemental había estado y que muy
pocos, cuando no ninguno, hubieran imaginado alguna vez. El solo hecho de
aceptar está peligrosa tarea con semejante entereza, demostrando el mismo tipo
de valor que el más experimentado y fuerte de los guerreros en situaciones de
riesgo idéntico o similar hizo sentir un notable orgullo a los seres elementales,
principalmente a los híbridos y aquellos que le dieran su origen, las hadas y
los vampiros, pero fundamentalmente a sus padres, quienes a ese respecto nunca
dejaron de tener los pensamientos y la mente dividida, estando orgullosos por
un lado y preocupados por otro, mucho en ambos casos. En tanto ingresaba a la
tercera recámara, esquivando por poco otra trampa caza bobos en el umbral
(dardos, probablemente envenenados, que salieron disparados desde el suelo
hacia el techo), se convenció de que cuando estuviera de vuelta en la Ciudad
Del Sol, el único lugar en el que la verían como una nena, aparte de en si
misma (la altura, el peso, el aspecto físico en general...), sería en su carta
personal. Al mismo tiempo, pondría todo su empeño y la voluntad en no olvidarse
de llevar una vida acorde a su edad, como constantemente le aconsejaban los
demás Cuidadores, sus padres, los notables en el Vinhuiga y cada una de las
personas con las que trataba todos los días. En este importantísimo momento en
que era tanto (o todo) lo que estaba en juego, lo último que pensaba la
Cuidadora era en lo que pudiera pasarle a ella, sino en salvar a los demás,
incluidos sus padres y su hermana, nacida el día posterior al de su cumpleaños.
Y eso, preocuparse por todos, menos por ella, era a las claras un pensamiento
adulto.
Recordando
su batalla contra Zümsar de hacía más de un año, en que la diferencia de altura
fuera una de las claves que le dieran el triunfo, Eduardo optó por abandonar la
condición de Selecto y se transformó en ese gigantesco monstruo cetáceo que
combinaba la forma natural con la feérica, y con esos casi treinta metros de
alto, diez veces más que el de los mint-hu, se abalanzó sobre estos y los
golpeó uno por uno sin que pudieran evitarlo ni contener la intempestiva
embestida. Uno de ellos fue destruido y los demás terminaron con diversos daños
en el cuerpo, tanto a causa del violento impacto como a consecuencia de la
brusca caída al suelo. Pero la docena pronto estuvo nuevamente de pie y reanudó
su ofensiva, esta vez usando otra de sus técnicas y demostrando que también
eran ágiles y que podían maniobrar. Los mint-hu dieron enormes saltos que
tranquilamente pudieron superar los veinte metros de alto, y se aferraron como
pudieron a su enemigo, quien reconoció en esto la primera dificultad en el
enfrentamiento, la cual eran esas varias toneladas de peso que conjuntaban los
monstruos, que implicaba la posibilidad de perder el equilibrio y, lo que de
verdad hizo tragar saliva al Cuidador, la técnica definitiva de los mint-hu, la
autodestrucción. Eduardo no tenía intenciones de comprobar si tendría o no
eficacia esa técnica, calculó que lo más grave que podría pasarle serían
quemaduras y lesiones, además de alguna que otra herida menor - "Nada que
medicamentos y cirugías reparadoras no puedan solucionar", pensó -, de
modo que empezó a sacudirse y agitarse con fuerza y, al cabo de unos segundos,
logró quitarse a los monstruos de encima, tomando a uno de ellos, lanzándolo
bruscamente contra otro y destruyendo a ambos al caerles encima, aplastándolos
con sus más de treinta toneladas, quedando allí nada más que piedras
pulverizadas y alguna que otra medianamente intactas, que el monstruo cetáceo
tomó y lanzó contra los diez mint-hu que ya reanudaban su embestidas. Uno de
los atacantes fue detenido en seco con un esfuerzo mínimo por parte del
Cuidador del Templo del Agua, quien viéndolo advirtió que no requeriría de
grandes cantidades de energía ni de sus técnicas especiales para destruirlo,
pues estaba tan dañado que de todas formas no hubiera podido hacer gran cosa
para cumplir su objetivo, asesinar a cualquiera que pudiera entrar al Mel-Kal,
y habría caído en curso de minutos. Los restantes, la mitad de los que había
hacía poco más de un tercio de hora, cerraron filas formando un círculo
alrededor de Eduardo y volvieron a la carga, olvidados de su instinto de
conservación y del planeamiento de tal o cual estrategia, porque lo que de
verdad importaba ahora era eliminar al enemigo. "Se desesperan?",
observó Eduardo, notando que la confianza que poseyeran los mint-hu estaba
disminuyendo, al verse reducidos numéricamente, estar perdiendo fuerza y
presentar daños más o menos graves. "Más fácil para mí", opinó el
arqueólogo submarino, contraatacando y asestando el golpe definitivo a uno de
los monstruos, con la suficiente fuerza como para enviar los restos a varios
metros de distancia. Los ocho mint-hu, sabiendo que su destrucción era una
posibilidad, no se quedaron atrás y reanudaron su orden imperativa de pelear
hasta el final. "Conste, ustedes se lo buscaron", les advirtió el
Cuidador del Vinhäe.
Lidia desechó la cuarta recámara tan rápido
como lo hizo con la tercera, habiendo permanecido en cada una no más de un
cuarto de hora, repasando con todos sus sentidos los artículos que previamente
desparramara en el suelo, creyendo, o confirmándolo al instante, que de ese
modo tardaría menos en completar su tarea y podría volver a la superficie.
Nuevamente, lo único que encontró en ambos habitáculos fue la amplia variedad
en cuanto a formas, tamaños, materiales constitutivos y colores de los objetos,
de ambas procedencias estos (propios de y robados por los ilios), y algún que
otro insecto que terminara sus días siendo un aperitivo para ella. Encaramada
encima de la mesa, girando sobre su eje, atenta además por la posibilidad de
hallar otras trampas, que se activaran al caerle los objetos encima, la
Cuidadora reaccionó en estas de la misma manera en que lo hiciera en las
recámaras anteriores, no desanimándose ni sintiendo rabia o frustración. Sabía
que no era el momento para eso, y que nadie lo aprobaría, considerando todo lo
que estaba en juego. Ahora que se hallaba expuesta al máximo peligro, sus
padres (resignados), por ejemplo, le dirían que se concentrara y no perdiera la
calma, y los híbridos, especialmente los nacidos de la unión entre un ser
feérico y uno vampírico, la estarían alentando y animando en todos los rincones
del planeta. No tuvo problemas en recorrer los túneles tampoco, habiéndolo
hecho transformada en un vampiro; de esa manera pudo ahorrarse bastante tiempo
y evitar las trampas que pudieran estar en el piso. También sus habilidades
especiales, las que heredara de su padre, le fueron muy útiles: el excelente
sentido de la audición, la vista periférica, las ondas de sonido - un silbido
agudo que los vampiros e híbridos usaban para localizar objetos sólidos, una
técnica que tenía al oído como complemento - y la maniobrabilidad, por lo que
decidió que conservaría esa forma hasta tanto encontrara el recipiente. Así
llegó a la quinta recámara y empezó a observarla detenida y detalladamente, manteniendo
el vuelo estacionario. "Me encanta la vista desde acá", se contentó,
sabiendo que con ella no solo tenía una mejor visión, sino que además estaba
libre de ese peligro que representaban las trampas caza bobos. Repasó cada
mesa, estantería y cuanto mueble hubiera
en la recámara,, pero no encontró más que los mismos artículos que en las
cuatro anteriores, incluido un mosaico, algo deteriorado por el paso del
tiempo, que mostraba a los vampiros en su época de mayor esplendor, en el
milenio previo a la Guerra de los Veintiocho. Kuza le había hablado a su hija
sobre ese período, usando palabras acordes para una menor de diez años:
empezada la contienda, muchos vampiros, al menos la cuarta parte de la
población mundial, se habían unido al MEU y los ilios usaron eso como excusa
para atacarlos a todos, porque los consideraban como una de las más grandes
amenazas a su sociedad y sus planes, después de las hadas. Por ese motivo, Kuza
y sus congéneres estuvieron entre los primeros en ir a la batalla, para vengar
la muerte de cientos de miles de los suyos en aquel lejano período, no bien
advirtieron lo que significaba la captura de los ilios a principios del mes.
Los vampiros sabían que si los ilios eran derrotados, la época de esplendor
volvería, por eso ellos tenían tanto en juego como las hadas.
"Siete...
seis... cinco... se los dije", reaccionó el Cuidador del Templo del Agua
al ir destruyendo a los monstruos y haber reducido la cantidad de estos a media
decena. Uno de los mint-hu tuvo la más que desafortunada suerte de tener a
Eduardo delante de él, a una distancia por demás suficiente como para asestarle
un devastador golpe en el centro del cráneo, tan violento y fuerte que
literalmente lo atravesó destrozando gran parte de sus extremidades, la
totalidad del cuerpo (ni que hablar de la cabeza) e incrustándose al menos
cincuenta centímetros en el suelo. Tan terrible fue el golpe que prácticamente
ninguna de las piedras tuvo un tamaño mayor que el de esas esferas en que se
transformaban las hadas. Creyendo que se hallaba en dificultades, los mint-hu
restantes se abalanzarse dando patadas y golpes con los puños, pero justo
cuando estuvieron cerca, el Cuidador desincrustó la enorme mano, arrancando una
gran cantidad de tierra, piedras y césped (quedó un cráter en el suelo), y
destruyó a otro monstruo, asestándole el fatal y definitivo golpe, tan
repentino y fuerte que lo atravesó de lado a lado a la altura de la cintura,
aplastando acto seguido los restos con ambos pies. Y antes de que otro de ellos
hubiera tenido el tiempo necesario para moverse y reaccionar, Eduardo lo estuvo
sujetando con fuerza por uno de los brazos, lo azotó reiteradas veces y lanzó
hacia arriba; el monstruo dio violentamente contra el suelo y se partió en
decenas de fragmentos. El Cuidador asumió nuevamente la condición de Selecto,
pues sabía que era el método más efectivo para mitigar el cansancio - le habían
dicho que eso pasaría si empleaba grandes cantidades de energía en pocos
ataques y en poco tiempo, al menos en tanto no se hubiera acostumbrado a esta
nueva fuerza - y arremetió contra los restantes, que aún con esos graves y
variados daños que tenían no abandonaron la lucha. Estos atacaron con lo que
tuvieron y como pudieron a la figura formada por agua, quien, con verlos nada
más, le bastó para darse cuenta de que su triunfo era un hecho y que llegaría
en cuestión de minutos, sino era que en menos. "Por todos nosotros",
fijo Eduardo en su mente, y lanzó otra descarga, con la que puso en práctica,
por primera vez, una de las técnicas que poseía. El rayo, que combinaba celeste
con azul jacinto, los colores de su aura, impactó a uno de los monstruos y el
Cuidador, apenas vio como era destruido, movió sus manos en el aire y desvío la
descarga hacia el otro, el que estuvo más cerca, momento en que contempló el
resultado de su obra, descubrir una faceta desconocida de el mismo, el ataque
en si, y asumió que se trataba de una parte de esa "grandeza" que se
esperaba de él. Sabía que solo las hadas más poderosas podían ejecutar esa
técnica, la propia reina Lili se lo había demostrado y explicado cierta vez en
que estuvo en el Vinhäe, aunque la soberana tenía un dominio definitivamente
superior, porque, en uno de los hombres, había manipulado la descarga para
impactar y destruir a una decena de blancos, mï-nuqt que usaban las hadas para
entrenarse. El Cuidador pensó que alguna vez aprender esa técnica, aunque
recién ahora pudo ejecutarla correctamente. "Nada mal, para ser el primer
intento", juzgó, viendo los restos del par de víctimas, yendo entonces contra
los monstruos que quedaban.
Era
cierto que Kuza y Lara procuraban que su hija no pronunciara groserías, por su
corta edad y porque era mujer, pero Lidia estuvo a punto de soltar un racimo de
ellas que no hubieran tenido nada que envidiar a la de los marineros (los
tripulantes de las embarcaciones cargueras transoceánicas ostentaban la marca
insuperable en lo que a ser "boca sucias" se refería). La nena
híbrida supuso que de esa manera habría reaccionado cualquier individuo de uno
u otro sexo, mayor o menor de edad, que hubiera estado registrando
minuciosamente siete de las ocho recámaras sin hallar el objeto por demás
valioso, sino tan sólo los cacharros de la etnia Mel y otro tanto de artículos
robados a las demás especies elementales, y que en la séptima hubiera cometido
la torpeza involuntaria de asumir su forma original, posar su pie derecho y la
mano derecha justo donde estaban dos de las trampas caza bobos.
"Ratoneras?... Ay, no!", reaccionó Lidia, aunque tarde pues sus
pequeños y delicados dedos ya estaban atrapados en una de ellas, sujetos con
fuerza, y el zapato era lo único que impedía que el pie recibiera un daño
superior. Pensó que pudo haber sido peor si esa cantidad de objetos le hubiera
caído encima, a consecuencia de un fuerte temblor (Eduardo estaba peleando con
todas sus fuerzas contra los mint-hu), y abandonó la recámara como pudo,
saltando en un pie, hasta sentarse contra un muro y ver qué tan grave eran las
heridas causadas por las ratoneras. "Esto es increíble", lamentó, examinando
su mano y descubriendo el enrojecimiento en los dedos, flexionándolos
repetidamente para mitigar el dolor y revisando el contenido de un cilindro que
había llevado en la cintura, y dio con el frasco que contenía la pócima para
aliviar este tipo de dolencias, uno de los implementos con que saliera de Plaza
Central. "Te lo agradezco, Nadia", dijo, porque la jefa del Consejo
SAM de Insulandia, aún extremadamente afligida por el fallecimiento de Lursi,
había insistido s todos los Cuidadores con que llevaran un botiquín con los
elementos de primeros auxilios. Después de aplicarse la pócima en el pie y
calzarse nuevamente, retomó su tarea y caminó lentamente hasta la octava
recámara, a la que entró confiada. Pisando con dificultad, estuvo decidida a no
demorar un segundo más y recuperar el tiempo que perdiera en curarse las
heridas, y usó decenas de veces el silbido, en todas las direcciones. Madera,
metal, oro, vidrio, piedras... pronto hubo de reconocer el sonido y el eco en
cada uno, y supo que uno distinto era la solución, pues ese sería el recipiente
de acero mágico. "Por fin!", exclamó contenta, cuando el silbido
reportó una vibración diferente, y usando ahora la telequinesia movió la pila
de objetos que tapaban el que estuvo buscando. Lo tomó con ambas manos y dio
unos cuantos saltitos para celebrar la obtención, olvidada del dolor en el pie.
"Ahora puedo demostrar que soy una nena solo en la carta personal",
se alegró, emprendiendo el camino de vuelta, sabiendo, por ejemplo, cuan
orgullosos estarían sus padres cuando supieran, cuando ella explicara, lo que
hiciera en el Mel-Kal, como no había entrado en pánico al estar sola allí,
expuesta a toda clase de peligros y a oscuras. Ya en la superficie, vio a
Eduardo sentado en el suelo, esperándola.
El
Cuidador del Vinhäe destruyó a otro monstruo con una simple descarga. No
necesitó de otra cosa, porque el oponente, tan exhausto y dañado, no daba para
más. El rayo, que poco daño o ninguno habría causado de haber el minhu estado
en Excel condiciones, lo transformó en otra pila de escombros que pasaron a
formar parte de los cientos que ya estaban esparcidos dentro y fuera del
predio. "Ahora es tu turno", le dijo a otro monstruo, y para el
momento en que este estuvo a punto de lanzar un golpe que ya no era ni la
décima parte de lo fuertes que fueron los primeros, tuvo a Eduardo sobre el, y
los pisotones bastaron para aniquilarlo, pues allí se encontraba nuevamente el
Cuidador con su forma combinando, quien inmediatamente tomó al último enemigo y
lo lanzó con violencia a la distancia. Fue evidente que el minhu había decidido
aplicar su técnica final, la autodestrucción, pero la explosión había ocurrido
a más de quinientos metros de distancia, habiendo empezado a aplicarla en el
mismo momento en que Eduardo lo sujetara. "Casi sin despeinarme",
dijo, asumiendo nuevamente la forma feérica y observando el panorama, los
resultados de la batalla. Unos pocos y aislados focos de incendio, destrozos
mayoritariamente grandes en el suelo, el cráter, allí donde se incrustara el puño
del monstruo cetáceo, después de destruir a uno de los mint-hu, piedras de
todos los talles esparcidas aún fuera del predio circular, de todas las
formas... había tenido éxito en una batalla en la que muy pocos lo tendrían y
ni siquiera había durado más de una hora. Pero semejante esfuerzo lo había
dejado agotado, una consecuencia de haber estado expuesto por un lapso tan
prolongado por primera vez a estos nuevos poderes y habilidades. "El
esfuerzo valió la pena", justificó el Cuidador, que estando con su forma
feérica, un hombre que llegaba al metro ochenta de altura, sentía mucho más el
cansancio. Se sentó entonces en el suelo, a recuperarse y esperar el momento en
que Lidia volviera a la superficie, habiendo ya obtenido el recipiente de acero
mágico. Sabía bien que, si sus intenciones eran probarse y demostrar que no era
una nena ni pensaba como tal en situaciones así, complejas y peligrosas, la
Cuidadora no se mostraría contenta si entraba y la ayudaba, y además dejaría
desprotegida la superficie, lo cual implicaba que los ilios y sus monstruos los
tendrían atrapados y a su merced. Sentado ya, pensó en las otras duplas de
Cuidadores, en qué podrían estar haciendo y si habrían recuperado ya los
recipientes ocultos en los templos Oi y Eri, convencido por demás que habrían
sido las mujeres, Marina y Qumi, quienes se colaran a las recámaras y
corredores para esa tarea, y Kevin y Zümsar se habrían quedado en la superficie
para destruir a los mint-hu y cubrirlas. "Ahora les toca a ellas",
pensó, porque en el Bol-Kal, el Yau-Kal y el Nem-Kal irían en busca de los
otros fragmentos. Todavía pensando en eso, vio salir a la Cuidadora del Templo
del Fuego con una expresión radiante, cuyo origen radicaba en la caja que
sostenía con ambas manos. "Lo encontraste, te felicito", la elogió
Eduardo, incorporándose y yendo junto a ella.
_Pensé
que te gustaría resolverlo sin ayuda., le dijo, dándole la mano para
felicitarla por su éxito.
_Te
agradezco ese gesto, darme la oportunidad para probarme allí abajo - se
contentó Lidia, todavía pisando con dificultad -. No tuve problemas, excepto
por esto.
Le
señaló el pie con la vista y mostró la mano, y contó que accidentalmente había
caído en dos de las trampas caza bobos en la séptima recámara.
_Te
pusiste algo para aliviar el dolor, podés caminar?., se preocupó el Cuidador
del Vinhäe.
Pensó
que Kuza y Lara, de enterarse de lo ocurrido, dejarían cualquier cosa que
estuvieran haciendo y correrían al lado de su hija para asegurar que no le
pasara ninguna otra cosa.
_No
es grave, te lo aseguro, en unas pocas horas el dolor va a ser solo un recuerdo
- confío la nena, que durante el viaje hasta el Nem-Kal usaría el bastón para
ayudase a caminar -. Es uno de los riesgos. Ahora tenemos esto - señaló el
recipiente y lo guardó en el cilindro que llevaba en la cintura -, y seguro que
los nuestros ya consiguieron los que estaban en el Oi-Kal y el Eri-Kal.
_En
ese caso tenemos que ponernos en movimiento - indicó Eduardo, desplegando sus
alas -. No nos pide quedar acá y desperdiciar el tiempo en un posible
enfrentamiento, porque los ilios ya pueden estar al corriente de lo ocurrido.
Si calculé bien, tenemos alrededor de cincuenta minutos hasta el templo de la
etnia Nem.
_Que
bien, el tiempo suficiente.
_Para
qué?.
_Contarme
de nuevo la historia de Blancanieves, es mí favorita - quiso Lidia, que agregó
-. Vos estuviste entre los que dijeron que no me olvidara que aún con la
responsabilidad vitalicia soy una nena, que conviva con las dos facetas.
_Está
bien, ese cuento de nuevo., accedió Eduardo, remontando el vuelo.
FIN
---
CLAUDIO ---
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