Apenas dieron las siete de la mañana del
miércoles siete de Enero /Baui número siete, cuando media decena de figuras,
tres del sexo femenino y dos del masculino, llegaron al noroeste del reino de
Insulandia, después de haber viajado a través de las puertas espaciales, desde
el casco histórico del país. Allí, en el centro neurálgico, no hubo una
despedida grandiosa ni ovaciones a viva voz, sino lo contrario, algo discreto.
Por un lado, porque los funcionarios políticos, en especial los que idearon
este viaje, querían mantenerlo en secreto, aún sabiendo que esa condición no
duraría mucho, y por otro porque era poco menos que una misión suicida. No
obstante, necesaria. Y era a consecuencia de esa peligrosidad que se requirió
de la asistencia de los más poderosos seres feéricos, sabiendo que eran ellos
quienes tenían las mayores posibilidades de éxito. A los cinco se les estuvo
explicando, desde el primer instante de la tarde del cinco de Enero hasta la
tarde de ayer, el descubrimiento hecho con la más reciente aplicación de la
técnica de la legeremancia - por qué los ilios se habían colado sin ser vistos
en la Ciudad Del Sol para eliminar a un hada en particular - y, a consecuencia
de eso, el plan que los funcionarios tuvieron que armar, casi improvisando,
sabiendo que el tiempo apremiaba más que nunca, y que el lugar no era
precisamente una playa paradisíaca, de esas que tanto caracterizaban al
archipiélago insular, a la que los cinco individuos seleccionados o cualquier
otro fueran de vacaciones o para dedicarle uno o dos días al ocio. Medio en
serio y medio en broma, los ideólogos de este peligroso viaje comentaron para
si y para los voluntarios que tuvieron que armarlo de la misma manera que los
ilios hicieron el suyo: a las apuradas, reparando muy poco en los detalles, más
allá del hecho de haber pensado en los voluntarios, en que estos debían ser muy
poderosos y hábiles. Aquellos lo aceptaron sin dudarlo, sabiendo todo lo que
estaba en juego y la posibilidad de una nueva guerra de escala planetaria, y a
medida que les iban explicando los aspectos de esta misión de exploración y
búsqueda, porque eso era, y advirtiendo sobre los peligros ("Eventualmente
mortales", añadió sin entusiasmo ni ganas uno de los ideólogos) propios
del viaje, los voluntarios reafirmaron lo urgente que era este. Entre
explicaciones y preparativos, coincidieron en que saldrían con el alba del
séptimo día del año desde el centro neurálgico, y que, pensando en que les
sería útil, lo harían de forma discreta y sencilla, condiciones que, sabían de
sobra, no se iban a prolongar por mucho tiempo. De esa forma, a las siete menos
cinco, dejaron el barrio Plaza Central, simulando que volvían a sus casas para
pasar la jornada completa con sus familiares, los cinco Cuidadores. Eduardo,
del Vinhäe, Kevin, de la Casa de la Magia, Lidia, del Vinhuiga, Marina, del
Tep-Wo, y Qumi, del JuSe. Ninguno dejó de pensar constantemente en ese peligro
gigantesco que se cernía sobre sus cabezas y las de cada hombre y mujer de la
raza feérica y todas las razas del reino elemental. "Vamos a tener éxito y
volver", prometieron al unísono a los autores de esta misión y las menos
de veinte personas, todas estas familiares de uno o más de ellos, que tuvieron
el conocimiento, conscientes también de que, llegado el caso de que fueran
descubiertos, cabía la posibilidad para los ilios de herir, e incluso eliminar,
a más de uno de los Cuidadores, cuando no a todos, en menos de veinticuatro
horas, el tiempo que el quinteto y los ideólogos estimaron para iniciar,
continuar y concluir la misión, pese a lo complicada y peligrosa que era esta.
Por delante tenían una espesa selva tropical,
otro de los paisajes característicos insulares. Deberían atravesar esos veinte
kilómetros caminando a un lado del sendero local, o directamente sobre el,
porque una de las advertencias que recibieran de boca de los reyes y demás
autores de la misión consistía en evitar el uso de las artes mágicas, todas
estas, ya que los ilios habían desarrollado, con el paso de los años, maneras
para detectarlas, y evaluar en base a eso sí se trataba o no de una amenaza.
Para mayor seguridad y mayores probabilidades les pidieron que se abstuvieran,
también en la medida que les fuera posible, de usar sus habilidades especiales,
como la técnica del vuelo y la capacidad para transformarse. Habiendo aceptado
esos consejos, o advertencias, los Cuidadores emprendieron el peligroso viaje,
conscientes de que en algún momento tendrían que, por ejemplo, recurrir a la
técnica del vuelo, uno de los principales distintivos de los seres feéricos, o
transformarse, ya fuera que hicieran esto último para obtener alguna ventaja en
tanto completaran su misión o, algo que también creyeron probable, una batalla
contra sus históricos enemigos, los ilios. Así que, con esas instrucciones, los
cinco tenían por delante una espesa capa verde que deberían atravesar caminante
por ese sendero de tierra. Una vez que la hubieran cruzado, había por delante
otros quince a veinte minutos hasta su destino, un antiguo templo subterráneo
cuya construcción se remontaba a ese período de tres siglos y cuarto posterior
al bombardeo planetario.
_Vos estás bien?., le preguntó Eduardo a su
colega del JuSe.
Los cinco Cuidadores caminaban a paso normal,
pero sin dejar de permanecer atentos, porque siempre estaría latente la
posibilidad de que los ilios estuvieran ocultos entre la espesura, recurriendo
o no al camuflaje, y que hubieran instalado una o más trampas caza bobos,
previendo ellos que las hadas u otros elementales quisieran colarse en uno de
los más importantes lugares de la civilización ilia. Ludi5se estaba luciendo en
esa tarea. La nena híbrida estaba usando las habilidades que heredara de su
padre para cerciorarse de que no hubieran esas trampas por allí: usaba la
ecolocación, una técnica que, en el caso de los híbridos, consistía en lanzar
leves y breves soplos de aire en diferentes direcciones, esperando que al
impactar dieran en el objetivo; así podrían encontrarlo y destruirlo. Lidia
estaba contenta de no haber hallado nada, porque eso significaba que ella y sus
colegas estaban a salvo, al menos por ahora.
_No, no lo estoy - contestó Qumi, dándose
cuenta que caminaba más lento que los demás. Lo que el rey Elías descubriera l
aplicarle la legeremancia, si bien no era la tragedia más grande, tampoco
constituía algo agradable ni divertido, y la Cuidadora del Hogar de la Tierra
estaba además muy preocupada, conociendo que no solamente ella se estaba
exponiendo a un peligro potencial y eventualmente mortal, sino que había
arrastrado a sus cuatro colegas a la misma situación -. Lo que descubrimos
cuando Elías me leyó la mente no es bueno, y sin importar el resultado de este
viaje y nuestra misión el desenlace va a ser peor. Antes, durante o después de
nuestra presencia en ese templo subterráneo, los ilios van a saber que
estuvimos allí, incluso puede que ya lo sepan, y lo que fuimos a buscar. Para
resumir, yo voy a ser la responsable de todo lo que pase de ahora en adelante y
de que a ustedes les pase algo.
_Estás equivocada, Qumi - intervino Kevin, quien, llegado el caso,
sería el único que les podría proporcionar un acceso al templo. Estando
transformado, excavaría un túnel que los llevara a alguno de los corredores o
las recámaras -. Nosotros cuatro nos ofrecimos voluntaria y desinteresadamente
para venir. Ni vos, ni el rey, la reina ni nadie nos obligaron a venir. Es
cierto, eventualmente puede costarnos la vida, pero, como Iris dijera en su
momento, siempre existe la posiblidad de tragedias en una guerra, incluídas las
vidas que se puedan perder. Claro que eso no va a pasar con nosotros. Harían
falta decenas y decenas y decenas de ilios atacando al mismo tiempo con todas
sus fuerzas tan solo para causarnos un leve rasguño. Además, en mí caso, no
puedo dejarme abatir. Tengo una responsabilidad enorme sobre los hombros, y no
hablo de ser un Cuidador.
_Akmolu?., llamó Marina, quien como todos en
este grupo, le había hecho la promesa a sus parientes de volver con ellos.
La Cuidadora del Tep-Wo había entrado en la
dulce espera hacía pocos días y tanto ella como su prometido, Taynaq, el
príncipe ucemita (el gentilicio de los nativos del reino de Ucêm), que además
era el segundo al mando del lugar grandioso, tan emocionados a causa de ese
feliz evento - la "noticia maravillosa" -, ya estaban organizando su
enlace matrimonial. Con la noticia del embarazo, la popularidad de uno y otro
había aumentado considerablemente.
_Si y no - contestó Kevin, internados ya los
cinco en la espesura. Ese era un sendero que estaba entre los menos transitados
del país y quienes más lo usaban, tal vez representando al noventa por ciento
del total, eran los matrimonios 6 parejas que decidían perderse entre los
frondosos arbustos y árboles para "ocuparse de sus asuntos" -. Es
cierto que para Cristal y para mí no hubo ni hay otra cosa más importante que
velar constantemente por nuestro hijo. Al menos, así fue hasta la noche del
último domingo - sabía, y los demás también, porque advirtieron sus
intenciones, que la razón por la que el Cuidador de la Casa de la Magia hablaba
de esto ahora, además,, erara distraerlos y evitar que tuvieran esas
preocupaciones como las de Qumi -. Ahora tenemos otra razón para estar tan
unidos y nadar en ese mar de dicha
Cristal estaba nuevamente embarazada, y, como
el mismo Kevin explicara, esa era una de las razones por las que había viajado
sin pérdida de tiempo, aunque, como lo indicara la costumbre tan antigua de las
hadas, los primeros que debían enterarse de este maravilloso evento eran los
parientes más directos de ambos componentes del matrimonio, que en el caso de
este eran solamente cuatro: Isabel, Eduardo, Iulí y Wilson. "Hay mucho en
juego", dijo el artesano-escultor, empezando a explicar por qué aún no se
lo había dicho a su cuñada ni tampoco a sus suegros; Kevin apostó que los tres
intentarían persuadirlo de que no formara parte de este grupo que tenía una
misión tan peligrosa, pese a que tal acción formaba parte de las obligaciones
de un Cuidador, ayudar a sus colegas cada vez que estos lo necesitaran. "Y
ese es el caso ahora", concluyó, habiendo disfrutado de las palabras y
gestos de felicitación por parte de quieneo estaban acompañando -
oportunamente, los adultos le hablaron a Lidia sobre el envío de otra carta
desde la Casa de la Magia hasta la Isla de los Nacimientos -, al tiempo que
advertían que apenas les quedaban dos kilómetros, el diez por ciento del total,
de recorrido en ese camino. "Digamos que esta fue la parte fácil",
creyó Marina, alegrándose porque no hubieran encontrado ilios ni trampas caza
bobos en la frondosa selva.
El objetivo del quinteto era una franja de
novecientos metros de diámetro, delimitada por piedras de diferentes formas y
tamaños, que formaba uno de los más antiguos templos religiosos de los ilios,
el "Oi-Kal", erigido en homenaje a una de las escuelas originales
ilias. En su momento, había sido uno de los lugares más importantes para la
etnia Oi, tanto como para la otra media docena, siendo un centro de culto y
adoración dedicado a la Trinidad Benigna, las divinidades - Iel, de la
Abundancia, Mod, de la gloria o el triunfo, y Ral, del destino - que regían
cada uno de los aspectos de la vida de grupos e individuos ilios. Conforme fue
avanzando el tiempo, y la interacción de los miembros de las siete etnias
empezó a dar paso a la octava, los siete templos originales, si bien continuaron
siendo componentes muy importantes para la religión y la sociedad, empezaría a
sufrir una gradual pérdida de interés, y cuando los individuos de las etnias
originales finalmente desaparecieron, los templos dedicados a cada una, como el
Oi-Kal (a las hadas les había costado trabajo descubrir que el vocablo
"kal" podía implicar tres significados: adoración, lugar de culto y,
la más aceptada, templo -, pasaron a ser enormes almacenes donde esos seres
acumularon todo tipo de objetos que consideraran valiosos para la historia y el
acervo cultural de esas etnias extintas, como así también para la octava. Los
seres feéricos no tenían idea de que podía haber en el Oi-Kal ni en los otros
templos, ni tampoco la cantidad exacta de artículos, porque los ilios nunca
hicieron declaraciones a ese respecto (temían que las hadas y otros elementales
se apropiaran de su historia, acervo cultural y todos los recursos allí
almacenados), aunque no les fue difícil suponer que en los templos, a los que
se construyera bajo la superficie para mantener el secretismo que tanto los
caracterizaba, almacenaban piezas arqueológicas, reliquias, tesoros y cualquier
material que consideraran valioso. Oi-Kal abarcaba una serie de corredores semi
circulares que en su punto más elevado alcanzaban los cuatro metros, y tenían
extensiones de entre cien y doscientos cincuenta metros, y recámaras circulares
de setenta y cinco metros de diámetro, que en conjunto, con su disposición,
formaban el antiguo símbolo religioso de los ilios. Este lugar, exactamente
igual a los otros en cuenta al diseño y la disposición, estaba medio kilómetro
bajo tierra y la única entrada era una escalera recta ubicada en uno de los
extremos, allí donde se construyera la octava recámara (la nueva y definitiva
etnia ilia), lo que a su vez constituyera la última obra de envergadura en este
y los otros templos. Una escalera 9, al transformarse el lugar en un almacén,
fue removida, el hueco cubierto con toneladas de escombros y materiales y el
acceso cegado por una trampa caza bobos hasta el mismo instante en que el
césped, los arbustos y unas pocas plantas recuperaron el espacio perdido en ese
punto y toda la franja circular delimitada por piedras. Para las hadas era
imposible no solo saber que clase de objetos había allí y su cantidad, sino
también si los ilios continuaron yendo al Oi-Kal y, en caso de que lo hubieran
hecho, cómo podrían entrar y salir, estando su único acceso inhabilitado para
siempre. Con su aislamiento y secretismo tan característicos, eso era en si uno
de los grandes misterios, también uno de los más antiguos, de los ilios,
incrementado sustancialmente después que Iris y un grupo de combatientes del
MEU destruyeran casi todos los archivos y textos históricos con referencias a
la cultura e historia de los ilios, pues su plan no solo consistía en eliminar
a esos seres, sino también borrar y destruir todo rastro de su existencia.
Ahora, a más de cinco mil años de concluida la Guerra de los Veintiocho, y a
más de cincuenta y cinco mil de la llegada de los primeros ilios al
oeste-noroeste centrálico, media decena de individuos de la raza feérica
marchaban por un claro despejado entre la selva espesa y el Oi-Kal hacia este
último, intentando descubrir cómo acceder, en base a los descubrimientos hechos
al leer el rey Elías la mente de la Cuidadora del JuSe, la única coincidencia
entre sus recuerdos y la memoria del tercer ilio capturado.
"Tranquilidad", insistió Marina, dirigiéndose a Qumi, a medida que
avanzaban, sin dejar de permanecer alertas, pues estaban en un lugar despejado
(serían un blanco fácil) y detectando ya el perímetro de piedras del templo.
Al mediodía del cinco de Enero, el monarca
insular había aplicado la técnica de la legeremancia sobre Qumi, porque estaba
convencido que algo en ella, en sus recuerdos, era de vital importancia para
los ilios; tan importante era que ese recuerdo o lo que fuera no saliera a la
luz que en cuestión de sesenta minutos, entre las ocho y las nueve de la mañana
del cuarto de Enero, decidieron, enterados ya que la Cuidadora había dejado de
ser una estatua de vulcanita, que el asesinato era lo mejor que podían hacer,
cuando no lo único, para conservar esa información en secreto. No sabían si la
Cuidadora tenía ese recuerdo patente, pero no pensaban correr el riesgo, si su
civilización, su sociedad y todo lo que representaron y representaban de
hallaba en el peligro más grande de todos los tiempos. No bien estuvo aplicando
la legeremancia, Elías empezó a ver los recuerdos más recientes de Qumi, todos
del período de tiempo comprendido entre el veintinueve de Diciembre / Chern
número veintiocho de diez mil cinco, cuando se hundiera el buque en el que
viajaba Akduqu, en las aguas terreno insulares, y el tres de Enero /Baui número
tres de diez mil seis, el día en que Qumi se transformara en la estatua de
vulcanita, estando en Insulandia, esperando a que su prometido volviese con
ella. Teniendo patentes en la memoria los resultados del interrogatorio mental
al tercer ilio, específicamente los siete lugares que destacaron - los
"Siete Templos", como se los conocía, homenajes tanto a las etnias
original como a la Trinidad Benigna -, los comparó con los recuerdos de
aquellos seis días de Qumi previos a su transformación. Fue complicada desde lo
emocional, porque con los primeros y posteriores segundos se dio cuenta que la
Cuidadora del Hogar de la Tierra prácticamente no tuvo lugar en su mente para
otro pensamiento que no fuera Akduqu. Recuerdos que empezaron con el choque
accidental en la oficina de la aduana en el puerto y continuaron con la visita
a la sala médica, la presencia del marinero en el lugar grandioso, el primer beso,
sus experiencias juntos en tanto Akduqu estuvo en Austronesia y concluyendo con
la frase "Nos vamos a ver pronto, no lo dudes", que ambos
pronunciaran al mismo tiempo al momento de despedirse. El rey informó al agente
de la PoSe, y este apuntó tal cual en el cuaderno, que la Cuidadora del JuSe
estaba reviviendo sus primeros días con su otra mitad, algo que hiciera
intencionalmente, creyendo que así podría encontrar la respuesta, en todo o en
parte, pero, estando sin sometida a la legeremancia, se dio cuenta que los
resultados no fueron los esperados, porque lo primero que el rey dijo, al dejar
de mirarla a los ojos y dar así por terminada la aplicación de la legeremancia,
fue que no pudo hallar una sola coincidencia entre esos recuerdos y la
información objetiva del ilio. "Tan solo confirmé por mí mismo lo mucho
que se quisieron ustedes dos" - continuó, y se alegró porque Qumi lo
considerara como un elogio, y no como aquello que aún sostenía: una violación a
la intimidad de las hadas -, "nunca mejor puesto eso de amor a primera
vista". Y concluyó su diálogo anunciando un breve descanso de cinco
minutos, para que ambos pudieran recuperar y los espectadores echar los
primeros vistazos y hacer los primeros comentarios acerca de las anotaciones.
"No pienses en disculparte" - le pidió la reina Lili, en forma
preventiva -, "creo que ni siquiera vos esperabas resolver esta parte del
misterio con el primer intento". "Tampoco quiero hacer felices a los
ilios", dijo Qumi hablando de y refiriéndose al objetivo de los invasores,
lo que arrancó sonrisas de sus congéneres.
Pasados los cinco minutos, se reanudó la
legeremancia, concentrándose esta vez el rey Elías y Qumi en los pensamientos
de la Cuidadora desde que se enterara del hundimiento del buque hasta el
instante en que tomara la radical decisión. Fue recién después de otro lapso
igual que creyó haber encontrado algo potencialmente útil, aunque tuvo que ver
ese momento tres veces antes de poder comprenderlo. Estaba viendo -
"Confirmado ciento uno por ciento, no estuviera ni estás loca", le
dijo en voz baja a Qumi, para no quebrar la concentración - el instante en que
Akduqu le dedicara las palabras finales, aquello que hiciera pensar a las hadas
que la Cuidadora estaba perdiendo la razón. Lo que el marino le dijera, en
concreto, fue que no lamentara su pérdida, así lo definió el, pues era de esta
manera como debía terminar su existencia, y antes que la dama hubiera tenido
tiempo para preguntarles el por qué sobre eso, Akduqu le mencionó unas pocas
palabras acerca del hecho de que no volverían a tener una oportunidad mejor que
esta, aunque no hizo mención alguna de una chance para qué, y que lo que el
hizo no era ni más ni menos que el aporte, lo único que estuvo y estaba en
condiciones de llevar a cabo desde el instante en que empezará ese incendio
inexplicable en el buque. Las palabras confusas, cuando menos misteriosas, de
su parte, inconexas r incoherentes a no ser que encerraran alguna clase de
mensaje, y gesticulaciones con las manos desconcertaron a la Cuidadora del
JuSe, quien ante la desestimación no pudo ni quiso detenerse a pensar si eso le
estaba o no indicando algo. En ella, en su mente, la imagen de Akduqu se volvía
de a ratos borrosa, y uno de los pocos pensamientos que tuvo, o el único, fue
que se debía a dificultades que pudiera estar atravesando, por lo que intuyó
que esas palabras misteriosas y los gestos, en efecto, eran alguna clase de
mensaje que le estaba transmitiendo. Y, mientras comprendía que lo mejor que
podía hacer era retener aquello hasta llegar con las personas indicadas - Isalu
y Ukeba, los reyes de Insulandia, quienes dominaban la técnica de la
legeremancia - y hacérselos saber, hubo unas últimas palabras por parte de
Akduqu. Con estas, una historia ya conocida por todos los presentes en la oficina
principal, el marino le hizo la solemne promesa de estar juntos nuevamente, y
tras eso, su voz se apagó y su imagen desapareció de la mente de Qumi. Poco
después llegaron las catorce horas con veinticuatro minutos de ese tres de
Enero, y la otra se transformó en una estatua de vulcanita. "Lo que sea
que buscaran mantener oculto los ilios definitivamente quedó en esa
condición", opinó el rey, dando por concluida la aplicación de la
legeremancia. Ya no podía obtener algo de la mente de Qumi.
Cada uno de los presentes en la oficina se
concentro entonces en los apuntes y anotaciones que hiciera el agente de la
PoSe, y era precisamente este, por tratarse de un experto con años de
preparación, quien potencialmente podría estar más cerca que los otros de resolver
el acertijo que dejara Akduqu, vía Qumi. Había consignado tal cual cada una de
esas palabras misteriosas e inconexas y cada uno de los gestos, a medida que el
rey iba hablando, pausadamente y en voz baja para no perder la concentración.
Ahora estaba viendo las anotaciones sin mover los ojos, escribiendo las
posibilidades y deducciones en las hojas que quedaban en blanco, sabiendo que
no bien descifrara en aquello el mensaje ("Puede tardar", aseguró),
las hadas sabrían una parte del misterio, por qué cuatro ilios querrían
eliminar a la Cuidadora del Hogar de la Tierra. Demostró al mismo tiempo
entereza y valentía, advirtiendo que de encontrar la solución los ilios podrían
llegar a saber quién fue el autor del hallazgo, y de ser así habría
probabilidades de que su nombre figurara entre los blancos prioritarios del
enemigo en la guerra que, no importaba cuanto se esforzaran ni todo lo que
hicieran, estallaría. Comprendió, luego de un tercio de hora, que los gestos
con las manos eran pistas para unir esas palabras en oración es coherentes.
Descubrió que unas de ellas eran sinónimos o antónimos de otras, que en unas
pocas las letras vocales o las consonantes estaban cambiadas de lugar o habían
sido reemplazadas por las anteriores o las posteriores (la A, por ejemplo, era
una o, u, e y la i), que algunas sílabas también habían sido alteradas...
"Lamento decirlo" - anunció, confiando no decepcionar a sus
congéneres, al cabo de tres horas -, "... pero no hay mensajes, son
coordenadas geográficas".
"Qué son qué?". Con esa pregunta,
los seres feéricos, en especial Qumi, empezaron a demostrar desconcierto y
sorpresa. Ninguno podía saber por qué el marinero habría transmitido
coordenadas geográficas, y menos en esa forma tan curiosa de gesticulaciones y
palabras raras. Las hadas, a la par de la extrañeza, especularon con que Akduqu
pudo haberse encontrado en dificultades en ese instante, lo bastante grandes
como para que no pudiera hacer un uso correcto del habla. "No fue el
hundimiento del buque, eso seguro", empezó a teorizar la Cuidadora. Así se
lo hizo saber a los reyes, en tanto los funcionarios salían de la oficina (iban
a la mapoteca) y el agente de la PoSe hacía algunas anotaciones complementarias
en la veintena de páginas que resultaron de este interrogatorio mental.
_Veamos a donde conducen estas coordenadas.,
dijo, apenas transcurridos diez minutos.
Los funcionarios habían vuelto ya trayendo
consigo una decena de mapas de la región metropolitana (El Palomar Alto de la
Colonia de los Rosales), porque hacia allí apuntaban las coordenadas. Además de
eso, sabiendo que los cuatro atacantes de ayer provinieron de una aldea en esa
región, y que esta era lo que los ilios consideraban como un regalo de Iel, Mod
y Ral, la "Trinidad Benigna". Y eso sin contar esa teoría de la
Cuidadora sobre una posible participación de esos seres en la desaparición de
Akduqu.
_Mil soles a que van a corresponder a una
aldea, incluida la Diecinueve., apostó el representante de Austronesia.
_Hecho., contestaron los demás al unísono.
Examinando los mapas, el agente de la PoSe
empezó a ubicar las coordenadas geográficas y trazar unas cuantas líneas rectas
- la geografía formaba parte del entrenamiento en ambas fuerzas insulares, al
igual que en todo el mundo -, a medida que las encontraba. Pasó del mapa
principal, uno geográfico, donde descubrió que las coordenadas indicaban un
punto en medio de la nada, no habiendo allí una aldea ilia ni ningún otro lugar
que ellos frecuentaran. Los otros mapas eran más específicos, enseñando cada
uno una de las regiones en que estaba dividido el noroeste del país. Enormes
piezas de dos metros por dos donde estaban señalizadas las rutas locales,
regionales y reales y otros caminos, decenas de parajes, aldeas y caseríos,
cursos y espacios de agua, lugares históricos, parques reales y todo tipo de
emplazamientos que despertaban alguna clase de interés, que fueran lo
suficientemente importantes como para estar consignados. "Andá preparando
seis mil soles... y mí parte que sea en dos monedas de quinientos", dijo
entre risas al cónsul, anunciando acto seguido, mediante un gesto manual,
alzando el índice derecho, que había encontrado el lugar en uno de los mapas.
Para su sorpresa y la de todos, las coordenadas transmitidas por Akduqu a Qumi
no correspondían a ninguna aldea de los ilios, y para cualquiera sin
conocimientos en la intersección de mapas y que no supiera tampoco como era
física y geográficamente esa sub región, habrían indicado un punto en el que no
había absolutamente nada, apenas un insignificante, en cuanto a la superficie,
espacio despejado rodeado por una de esas frondosísimas selvas tropicales tan
distintivas de Insulandia, y una puerta espacial junto a un entronque cercano
de cuatro rutas regionales.
_Ay, no!., reaccionó la reina Lili,
demostrando su preocupación y alarma.
Sabía tanto como los demás que había en ese
lugar.
_Oi-kal, cierto?., observó el rey, sabiendo
ya la respuesta a esa pregunta.
Los dos funcionarios y la Cuidadora del JuSe
reaccionaron de la misma forma, en tanto el agente de la PoSe apuntaba esta
última información en el cuaderno, sabiendo que su pensamiento se había vuelto
realidad. Su nombre figuraría en poco tiempo en la "lista negra" de
los ilios, no bien se produjera el peor desenlace y en cuanto descubrieran la
identidad de la persona que alertara a las hadas sobre ese lugar.
_Oi-Kal., afirmó Lili.
Era uno de los templos erigidos en el
oeste-noroeste del continente centrálico después de la llegada de los primos
continentes de las siete etnias originales. Estas se asentaron allí para dar
cumplimiento a, según ellas, un mandato religioso: la Trinidad Benigna barrería
a todas las formas de vida de esa región de más de quinientas mil kilómetros
cuadrados con una lluvia de fuego (el bombardeo planetario) y se las daría a
los únicos con el derecho a poblarla, porque entre las siete etnias se hallaban
aquellos individuos que en su totalidad adherían a la fe.
_Ayer y hoy, cada uno de los ilios fue un
fiel creyente de su religión - indicó Elías -. Nosotros, hablo de las hadas,
no. Aún cuando nuestra religión empezaba a surgir hubo personas de uno y otro
sexo que decidieron no adherir a ella. Pasó lo mismo con los otros seres
elementales. Qumi - se dirigió a la Cuidadora, quien se estaba recuperando del
efecto secundario de la legeremancia -... supongamos que no tenés idea de por
qué Akduqu te hablaría de ese templo, o te daría sus coordenadas geográficas.
_La verdad es que no tengo idea - dijo ella,
con una expresión de desconcierto -. Solo con mi vuelta empecé a aceptar que en
realidad me había dado un mensaje o algo parecido. Y haber descubierto todo
esto... a mí se me ocurre que mi prometido tuvo que haberse encontrado en un
peligro muy grande, tanto que no pudo hablar ni gesticular con normalidad.
Resultó evidente que los reyes, el agente de
la PoSe, el Consejero insular de Relaciones Exteriores y el cónsul de
Austronesia compartían ese pensamiento, y se lo hicieron saber moviendo la
cabeza de arriba hacia abajo.
_No es para menos - dijo la reina, usando la
telequinesia para enrollar los mapas prolijamente y dejarlos en un rincón de la
oficina. Más tarde los devolverían a la mapoteca -. El buque en el que viajara
se estaba incendiado y hundiendo. Hasta los hombres más valientes habrían
tenido dificultades.
_En cualquier caso, queda saber por qué
Akduqu me mandaría esas coordenadas geográficas de un viejo templo ilio -
prosiguió la Cuidadora del JuSe, con el tono de duda -. Si yo me encontrara en
una Situ como esa, lo único en mi mente sería efectuar señales de socorro y
pedir ayuda por todos los medios a mi alcance.
_A menos que de una u otra manera el Oi-Kal
se relacione con el hundimiento y la suerte de tu prometido – arriesgó el
Consejero –. El templo, o, lo que es lo mismo, los ilios.
Las hadas en la oficina guardaron silencio.
No se debía a que hubieran interpretado
aquello como una teoría sin fundamentos, ni tampoco como otro de los habituales
comentarios alusivos a esos seres que circulaban desde hacía milenios (desde
los mismos y posteriores instantes al bombardeo planetario). De hecho, ninguno
sabía bien por qué había guardado silencio, aunque en sus mentes parecieron
formularse planteos tales como “¿Y si lo hubiera?”.
_Sabemos que un humuvom golpeó el buque y eso
desencadenó su hundimiento – habló la reina –, hallamos evidencias en los pocos
restos recuperados. Así que eso descarta la participación de los ilios en esa
tragedia.
Hubiera agregado la palabra “supongo” para
completar esa frase, pero no quería agregar más confusión ni más misterio a
estos eventos que ya eran bastante confusos. Como fuere, esa condición
aumentaría, y por su parte iba a hacer todo lo posible para apaciguar los
ánimos de quienes estaban en la oficina, incluidos los suyos, y los de todos
los habitantes del país, feéricos y elementales por igual.
_Tengo que ir al Oi-Kal, solo así se va a
poder resolver esta serie de eventos – decidió repentinamente la Cuidadora, sin
dudarlo – Creo que todos sabemos que no
hay otro camino. Yo lo supe desde el instante en que las coordenadas fueron
ubicadas en el mapa. Estoy convencida de que yendo allí voy a poder conocer por
qué los ilios intentaron eliminarme, por ejemplo. Y si ellos tuvieron o no
alguna relación con la suerte de Akduku.
Y desplegó sus alas, a las que se extendió su
aura rosa, en una señal de que estaba lista para este viaje, que, por supuesto,
era, o sería, peligroso.
_Estoy al tanto del alcance de tus poderes,
de todas las proezas de que sos capaz, pero aun con eso dudo que seas la
indicada para ir a ese lugar – el rey Elías fue el primero en negarse. Al mismo
tiempo, una parte de su mente aceptaba la necesidad de una expedición al templo
ilio –. Fuiste una estatua de vulcanita hasta hace menos de dos días y tu
situación es complicada por donde se la mire. Además, de ir allá no tendrías
una sola oportunidad. Apenas se enteren de que estás allí, decenas de miles de
ilios van a caerte encima. Y ni hablar de si querés entrar a uno de sus lugares
más sagrados e importantes. ¿Y qué hay de tu familia, especialmente tu hermano
y tus padres?. Todavía no se recuperan del asombro y la alegría por tenerte
nuevamente con ellos, y si les llegaras a contar que una de las primeras cosas
que querés hacer es ir al Oi-Kal, a exponer y arriesgar tu vida… bueno, los
nervios de todos ellos van a colapsar.
La sola idea de que una única hada fuera a
aquel lugar a comprobar una teoría obtenida de un recuerdo de hace doscientos
años era no solo de muy alto riesgo en lo que a la vida de Qumi se refería,
sino también en las consecuencias y repercusiones que eso tendría en la
comunidad feérica, la elemental y, por supuesto, entre los ilios. No bien estos
supieran que un hada se había colado en el templo, serían de los dos bandos el
primero en hacer una movilización masiva, tanto en Insulandia como en los otros
reinos de Centralia.
_Yo si estoy de acuerdo, aunque solo en parte
– discrepó Lili, ocupando su silla, a un lado del escritorio. Sobre este, entre
todos los objetos, estaba la declaración de guerra. Los jefes de la Armada, el
Ejército y Olaf ya la habían firmado. Faltaban solamente los reyes –. Hay que
hacer una misión de exploración. Armarla ahora, tal como hicieron los ilios:
improvisando y actuando de acuerdo a cuan urgente es esta necesidad. Si
nosotros y otros tantos empezáramos en este momento a planificar y coordinar
algo podría pasar tiempo hasta que tengamos algo definitivo. Supongamos que ese
lapso es de dos días, ¿bien? – sus congéneres movieron la cabeza de arriba
abajo – En ese caso van a ser dos mil ochocientos ochenta minutos que vamos a
desperdiciar en unas circunstancias tan apremiantes, en un momento tan
apremiante, mientras que los ilios van a reunir todos los recursos y armas que
tengan y lanzarse al ataque. Lo mismo los nuestros, civiles y militares por
igual. En especial los catastrofistas – “En especial y, para empezar, Iris”,
pensó, convencida de que esa sería una realidad inalterable –. En lo que
coincido con Elías es en impedir que vayas sola al Oi-Kal. Se, tanto como todos
en esta oficina, que tenés que ir allí, si con eso existe la posibilidad no
solo de saber por qué los ilios quieren matarte, sino también la suerte de
Akduku.
_¿Cuál es la sugerencia, entonces?., preguntó
Qumi.
_Enviarlos a todos ustedes juntos., contestó
la reina.
_¿Todos nosotros?.
_A los cinco Cuidadores. Son lo bastante
poderosos como para enfrentarse sin problemas a cualquier peligro y amenaza.
La idea de reunir a Qumi con Eduardo, Kevin,
Lidia y Marina había surgido en ella mientras escuchaba a su compañero negarse
a que la Cuidadora del Hogar de la Tierra fuera, acompañada o sola, a ese
lugar. Pensó que los cinco juntos podrían llegar al Oi-Kal sin problemas,
entrar allí, descubrir el misterio, resolverlo… “Y quien sabe cuántas cosas
más”, dijo en su mente.
_Sigue siendo mala idea – insistió el rey,
aunque no con la misma intensidad que antes – Imaginen como van a reaccionar
los ilios cuando sepan que los Cuidadores se encuentran en uno de sus lugares
más importantes. Sabiendo que tienen la oportunidad de pelear contra todos al
mismo tiempo, e incluso de eliminarlos… eso lo veo imposible, y se que va a ser
así, pero con los ilios nunca se sabe. Si existe la posibilidad de que las
hadas descubramos algún secreto de ellos, especialmente este, lo bastante grave
como para que su sociedad y estilo de vida se puedan desmoronar, van a actuar
con toda la decisión y violencia.
_¿Convendría pedir su presencia? – intervino
el Consejero de Relaciones Exteriores, incorporándose, previendo cual sería la
respuesta de los reyes –. Eduardo es el más próximo. Desde Barraca Sola hasta acá
tiene menos de cinco minutos.
El, tanto como cualquiera en la oficina,
sabía de sobra que ninguno de los Cuidadores querría perderse esta oportunidad.
Un reto así suponía poner a prueba como nunca todas sus capacidades y
habilidades, y entraría en vigencia uno de los artículos de las cartas
orgánicas de los lugares grandiosos: si un Cuidador se encontrara ante un
desafío que pudiera superarlo, los demás tendrían que ayudarlo.
_Está bien – accedió el rey Elías,
reservándose el derecho de continuar dudando –. Pídanles que vengan.
El Consejero insular, el agente de la PoSe y
el cónsul de Austronesia se ofrecieron para ir a buscar a los Cuidadores y
salieron de la oficina. Los reyes y Qumi comprendieron que hasta que todos
estuvieran reunidos allí, no tendrían más que hacer que repasar todo cuanto
descubrieran tras la aplicación de la legeremancia en la Cuidadora del Hogar de
la Tierra.
_Y acá estamos., concluyó Qumi, habiendo al
fin dejado atrás la frondosa selva, y estando de cara a un espacio despejado, más
allá del cual se encontraba el Oi-Kal.
Los Cuidadores habían pasado los últimos dos
kilómetros – apenas se detuvieron por cinco segundos, porque Lidia no pudo (ni
quiso) dejar de transformar en un aperitivo al escarabajo que vieron trepar por
el tronco de un árbol. La escena provocó risas entre sus colegas – repasando
todo cuanto advirtieran en la sesión legeremántica del mediodía del lunes (el
primer aniversario de Eduardo, Kevin y Lidia como Cuidadores) e intentando
extraer conclusiones, comentando entre ellos. Al final, aceptaron que no tenían
idea de por qué los ilios querrían eliminar a Qumi, por qué Akduku transmitiera
las coordenadas de un viejo templo, que relación había entre ese críptico
mensaje y la Cuidadora del JuSe, si es que de verdad la había, en qué forma o
formas se vería perjudicada la sociedad ilia ni tampoco qué suerte corriera el
marino.
_Supongo que allí dentro vamos a encontrar
las respuestas – dijo Marina, quitándose el calzado –, a esos misterios, y por
qué no también a otros.
_Seguro que si – apostó su colega del JuSe, a
quien le resultó imposible no preguntar –. ¿Podemos saber por qué querés
caminar descalza?.
_Para estar alerta – contestó la Cuidadora
del Santuario del Viento, que agregó –. Imagino que no soy la única que piensa
que también en este espacio despejado podrían haber trampas caza bobos. Acá me
va a ser más sencillo detectarlas, y advertirles a ustedes de su presencia.
Marina les explicó que estaba haciendo uso de
una de sus técnicas. “Detección”, dijo a sus colegas. Aunque no hubo hadas de
los sentidos en su familia en los últimos tres siglos, ella había perfeccionado
con el paso del tiempo una capacidad superior al promedio con respecto al
tacto. Con sus pies descalzaos, podía generas pequeñas vibraciones, al dar las
extremidades contra el suelo, las cuales podrían, en este puntual caso,
detectar la presencia de trampas en un radio de hasta cincuenta metros.
“También con las manos, puedo usarlas como sensores” – dijo –, “mis
extremidades son más sensibles que las de cualquiera”. A modo de complemento de
esa técnica estaba proyectando pequeñas y apenas perceptibles brisas a nivel
del suelo, enfocando a este sus palmas. “¡Deténganse!”, exclamó de pronto. No
sabía si se trataba de una trampa caza bobos o de otra cosa, pero ni ella ni
los demás pensaban correr el riesgo.
_¿Qué será? – inquirió Eduardo, poniendo sus
sentidos en alerta y tomando su bastón con firmeza –. Mejor dicho, ¿será
peligroso?.
_Hay una sola manera de saberlo., advirtió
Kevin, pateando con fuerza sobre el punto que le señalara su colega del Tep-Wo.
Un minuto después, desenterró dos antiguas
monedas insulares, una de cincuenta soles y la otra de diez, pertenecientes, lo
descubrió al leer la fecha de acuñación, al último siglo del noveno milenio.
“Son al mismo tiempo monedas de curso legal y piezas arqueológicas” – informó a
sus colegas –, “a Zümsar le gustarían”, completó. Tuvo la ocurrencia de guardar
la distancia hasta el perímetro circular de piedras del Oi-Kal y, desde donde
estaba, lanzó ambas monedas con fuerza, pensando que si había por allí alguna
trampa, esa acción las revelaría.
Pero nada ocurrió.
No había trampas allí.
_¿Qué creen que vayamos a encontrar en ese
templo?., les preguntó la Cuidadora del Vinhuiga, Lidia, cuando retomaron la
marcha.
Algo que no escapó a su atención fue el
silencio que reinaba en los alrededores, quizás a consecuencia de eso se
debiera su preocupación. Aun con su sentido de la audición trabajando al
máximo, no escuchaba otras voces por allí. Las hadas, vampiros y cualquiera de
los seres elementales no debía de tener ni sentir ningún interés en una
construcción religiosa ilia que además de antigua y abandonada, había sido
transformada hacía milenios en un depósito subterráneo, con su único acceso hoy
obstruido.
_Remanentes de la etnia Oi, seguramente –
apostó Kevin, que, habiendo advertido ese temor en la híbrida, hizo una seña
discreta a las mujeres adultas del grupo para que se quedaran cerca de ella.
Kuza y Lara les habían pedido a los cuatro que hicieran hasta lo imposible por
mantener a salvo a su hija mayor –. Si, de acuerdo. Ese es un término muy
abarcativo, pero no podemos decir otra cosa. Yo no puedo, al menos. Los ilios
fueron un pueblo aislado y cerrado desde sus orígenes, opuestos a la idea de
interactuar con los demás, y eso incluye contar que hay en sus siete templos
antiguos. Dudo que eso vaya a cambiar algún día, y mucho menos en estas
circunstancias.
_Mucho menos van a decir algo a los
Cuidadores – agregó Eduardo, riendo al representarse en su mente esa situación.
El y los otros cuatro cara a cara con los ilios, preguntándoles que había en
esos templos antiguos –. Como sea, la única forma de enterarnos va a ser
estando allí. A propósito, ¿cómo vamos a entrar?.
_Dejen eso de mi parte., anunció su
concuñado, esbozando una sonrisa.
Y explicó que, estando junto al acceso
obstruido, se transformaría en la anaconda real y excavaría un túnel que los
llevara esos quinientos metros hacia abajo.
_Como en la Casa de la Magia., recordó
Eduardo.
Habiendo caído aquel día en una de las
trampas, el artesano-escultor se tuvo que transformar para poder salvarse,
encontrando con esa acción una de las piedras oculares que necesitaban para
poner en práctica la fórmula de Mücqeu.
_¿Sintieron temor aquel día?., les preguntó
la nena híbrida, dándose cuenta el motivo por el que Qumi y Marina caminaban a
su lado.
Los hombres le contestaron que no, porque ya
estaban al tanto de la clase de peligros y retos que podían encontrar en la
isla, hoy bajo la protección de Kevin. Este, Eduardo y la princesa Elvia habían
hecho un profundo repaso de las defensas con que contaba la Casa de la magia
desde que dejaran el Banco Real hasta qué quedaran en el límite de las defensa
exteriores. “¿De verdad fue divertido, así como lo contaron?”, quiso saber
Qumi, en referencia al instante en que la princesa y Kevin tuvieron que viajar
dentro de las gigantescas mandíbulas del megalodón. “Tal cual”, recordó
Eduardo, comprendiendo que su colega había preguntado acerca de lo que sintiera
y experimentara Elvia en ambos viajes, estando firmemente aferrada a uno de los
monstruosos dientes. Ese viaje a la Casa de la Magia había sido el causante de
que Eduardo, este así lo advirtió, fuera una persona muy querida, aún más, por
las hadas y otros elementales, pero todo lo contrario por los ilios, ya que
había implicado la vuelta de Iris, y, aun con el terror que los invadiera desde
ese instante, fueron capaces de identificar al actual Cuidador del Templo del
Agua como uno de sus grandes enemigos.
_De última nos atacó un mï-nuq, pero fuimos
tres contra uno – concluyó Eduardo, que como sus colegas, caminó alerta por el
espacio despejado. “Demasiado fácil”, pensaba –. No tuvimos problemas para
vencerlo y abandonar la isla. Habíamos conseguido las piedras oculares.
_¿Sin un orden simétrico ni mensaje oculto?,
¿solo para indicar el límite del templo?; no lo puedo creer., se extrañó la
Cuidadora del Tep-Wo.
Estuvieron frente al perímetro del Oi-Kal y
la primera impresión de Marina resultó ser la correcta, pues los ilios no
sintieron ni tuvieron ninguna necesidad de montar tal o cual estructura en
particular sobre la superficie para señalizar algo que en realidad se hallaba
bajo tierra, a una profundidad de medio kilómetro – creyeron con eso mantener a
salvo su acervo religioso –. Le bastó con una observación fugaz para darse
cuenta que había piedras de decenas de formas, tamaños y colores, y acto
seguido descubrió que tampoco había una sola trampa entre ellas, porque dio un
paso hacia adelante y nada ocurrió. No se abrió un hueco en el piso, no
salieron flechas envenenadas en dirección a los recién llegados, no sonó
ninguna alarma…
_los ilios saben que las hadas nunca sentimos
ni siquiera el mínimo interés en lugares como estos, supongo que por eso no
instalaron defensas, al menos no en la superficie –arriesgó Kevin, mirando el
entorno. El césped crecido a alturas diversas, con unos pocos y dispersos
dientes de león, eran lo único dentro del área circular –. De seguro, allí
abajo la situación va a ser otra.
Empezaron a caminar, alertas y atentos.
_A propósito – llamó Eduardo –. ¿Cómo vamos a
saber dónde se halla la entrada?. Supuestamente está en el centro geográfico,
pero no conocemos cual sea ese.
_Déjenme eso a mi., se ofreció Lidia.
La nena híbrida se transformó en un vampiro y
emprendió el vuelo, olvidada de la precaución de no hacer uso de ninguna de sus
habilidades a menos que fuera necesario. Permaneció en vuelo estacionario,
girando sobre su eje, observando hacia abajo, y al cabo de un minuto volvió a
posarse en el suelo, distante unos cuatrocientos metros de sus colegas, donde
nuevamente adquirió su forma habitual – con respecto al aspecto físico, no
había diferencias entre vampiros, híbridos y hadas –, e hizo señas con las
manos para que se acercaran.
_Hice algo parecido a lo de Marina, en este
caso una técnica que es propia de los vampiros y los híbridos – informó, y los
Cuidadores comprendieron que se había referido a la ecolocación –. Traté de
buscar fragmentos de acero o de metal, porque se que los ilios los usaron para
cubrir el acceso a este y los otros templos – sus colegas la cubrieron de
felicitaciones –. Los hallé. Están justo bajo mis pies.
_Entonces, ¿cómo seguimos?., preguntó Qumi.
Y los cinco Cuidadores entendieron que esta
era una conversación necesaria. De inmediato advirtieron que no todos deberían
entrar una vez que Kevin hubiera despejado el acceso. Por un lado, las
probabilidades de que los ilios tomaran conocimiento de la intrusión a uno de
los siete templos antiguos eran altas, y no bien lo confirmaran, sus líderes
tribales enviarían varias decenas de tropas a repeler lo que sin dudas tomarían
y considerarían como un acto de guerra, por lo que en la superficie tendrían
que haber al menos dos o tres Cuidadores, para repelerlos el tiempo suficiente
y permitir a los otros completar la misión, abandonando el templo al instante.
Por otro lado, ninguno podía conocer ni saber con cuantas trampas caza bobos se
encontrarían en las recámaras ni en los corredores, su nivel (serían letales o
no), la ubicación exacta de cada una ni tampoco la forma en que se activaran;
era un riesgo muy alto como para que lo tomaran más de dos o tres de los
miembros de este selecto grupo. “Lo ideal sería quedarnos todos juntos, pero
eso no va a ser posible”, lamentó Marina, escudriñando de a ratos la selva en
la distancia, contenta por n detectar a los ilios asomándose entre la espesura.
A ella, Eduardo, Kevin, Lidia y Qumi no les fue fácil aceptar esa posibilidad,
pero al final lo hicieron, entendiendo su necesidad, y tras los que parecieron
dos o tres minutos, convinieron en que solo dos serían los Cuidadores que
bajarían al Oi-Kal, en tanto que los otros tres se ocuparían de vigilar en la
superficie y, eventualmente, repeler a los ilios, lo que implicaría (ahora si)
una batalla contra ellos.
Ya habían resuelto como entrar, pero lo
repasaron, por si algún detalle hubiera quedado librado al azar: transformado
en la anaconda real, el Cuidador de la Casa de la Magia despejaría el túnel
vertical de cualquier objeto que lo estuviera obstruyendo, y eventualmente de
trampas que pudieran haber en el. "Y cuál de ustedes me va a
acompañar?", preguntó Qumi a sus colegas, porque ella sabía, también los
demás, que debía estar en el templo ilio, para develar esos tres misterios - la
suerte de Akduqu, por qué los ilios la querrían eliminar y las causas que
llevarían a ese posible desmoronamiento social de estos seres -, aunque no
supiera exactamente qué estaría buscando ni dónde. Nuevamente se produjo un
debate, igual de breve, tras el que concluyeron que el Cuidador del Templo del
Agua debía ser el acompañante. Lidia fue la primera en ser descartada, algo que
no le hizo mucha gracia, pues ella esperaba poder formar parte de la acción;
porque los adultos, además de recordarle que le hicieron la promesa a Kuza y Lara,
sobre proteger en todo momento a su hija, consideraron que el templo
subterráneo, con las trampas que podían estar en cualquier parte, era un lugar
en extremo peligroso para una nena de diez años. Marina había entrado
recientemente en la dulce espera, y ninguno de los Cuidadores creyó que fuera
buena idea que se expusiera, mucho menos a la nueva vida que empezaba a
gestarse, ingresando en el Oi-Kal. En su caso, además, estaba en juego la
ampliación numérica de la familia real de Ucêm, con el enlace matrimonial entre
ella y el príncipe Taynaq y la llegada al mundo de la primera descendencia de
ambos, quienes la previeron para los últimos días de Septiembre o los primeros
de Octubre. Por su parte, Kevin tenía la responsabilidad de dirigir el más
importante de los lugares grandiosos y habían quienes lo necesitaban allí. En
la Casa de la Magia estaban las dos personas que el más quería en el mundo;
Cristal, que en este momento debía estar comiéndose las uñas, a causa de los
eventos recientes en el barrio Plaza Central ("Y aún no se entera de
esto", dijo en su mente) y Akmlolu, el primero de los frutos del amor que
se profesaban mutuamente. Ahora tenían una nueva razón para permanecer unidos,
tanto como lo venían estando desde que empezaran el noviazgo, porque, en la
cena del domingo, a casi un año de haberlo hecho por primera vez, Cristal había
vuelto a darle la maravillosa noticia. Las responsabilidades del
artesano-escultor, el único descendiente directo con vida de una de las
fundadoras de la Casa de la Magia - Akmlolu lo sería en cuanto estuviera lista
su carta personal, aunque en realidad lo era desde el mismo instante de su
nacimiento -, lo obligaban más que nunca a evitar cualquier tipo de situaciones
que pudieran poner en semejante riesgo su integridad. Por supuesto que, tanto
si entraba al templo como si se quedaba en la superficie, su caso era el mismo
que el de Lidia y Marina: un riesgo imposible de evitar, ya fuera a
consecuencia de las trampas caza bobos ocultas en el Oi-Kal o las hordas
furibundas de ilios que de seguro se enterarían de esta misión y responderían
con medios no pacíficos. El Cuidador del Vinhäe, en cambio, era el indicado
para acompañar a su colega del JuSe, de entre las cuatro opciones. De todos,
era el que mejor dominio ejercía sobre su elemento, lo cual lo convertía en el
más poderoso. Ambos tendrían esa recorrida por los pasillos y recámaras, aunque
estaban casi seguros de que no le prestarían atención al hecho de esa fuerza ni
a cualquier otro aspecto y factor. "Llevemos esto, de seguro lo vamos a
necesitar", quiso la Cuidadora del Hogar de la Tierra, tomando su bastón
con firmeza, golpeando suavemente el césped con el. "Estoy de
acuerdo", coincidió Eduardo, asiendo el suyo con una firmeza idéntica.
Hablaron acto seguido unas pocas palabras acerca de las precauciones que
deberían tomar allí abajo, como poner atención al doblar en cada esquina, no
perder el tiempo intentando levantar cualquier objeto pesado, pues eso podría
significar la presencia de una trampa, alumbrarse únicamente con las auras, no
transformar sus bastones a menos que fuera absoluta necesario y, como
arriesgara el Cuidador de la Casa de la Magia, poner atención a cada uno de los
objetos que guardara relación, aunque fuera mínima, con el elenco fuego.
"Allí podría encontrarse lo que vinimos a buscar", supuso Kevin. La
realidad era que ninguno sabía que objeto u objetos necesitaban hallar en el
Oi-Kal, podía ser cualquier cosa y no conocían su forma, peso, dimensiones,
tamaño ni mucho menos su origen, y al final terminaron asumiendo que los
Cuidadores del Vinhäe y el JuSe se valdrían nada más que de su instinto para
saber cuándo estuvieran frente a ese objeto. Y, por supuesto, no lo hallarían
con un único y simple vistazo, porque eran alrededor de mil cien metros de corredores
y ocho recámaras que de seguro estarían atestadas. Si a eso se sumaba el que
hubiera trampas, que su tiempo era limitado y que los ilios llegarían de un
momento a otro, Qumi y Eduardo estarían sometidos a una enorme presión en el
templo.
_Cuando quieras - alentó la vulcanóloga, al
cabo de doce minutos, a su colega de la Casa de la Magia -, nosotros dos ya
estamos listos.
_Muy bien., agregó Kevin.
En cuestión de segundos, la descomunal y
siempre atemorizante anaconda real estuvo hurgando entre el césped y la tierra,
excavando a fuerza de cabezazos en sucesión rápida (Lidia se ocultó detrás de
Marina y Qumi cuando lo vio exhibir esos largos y puntiagudos colmillos),
perforando el suelo con relativa facilidad. Dos minutos le fueron suficientes
al Cuidador para introducir su voluminoso y escamoso cuerpo, uno atrás de otro
sus quince metros, y perforar la suave tierra con esfuerzos todavía menores, a
su paso barriendo con los obstáculos con que los ilios de la antigüedad
cubrieran el acceso único. En la superficie, Eduardo, Marina, Lidia y Qumi
podían oír, aunque cada vez menos debido a que la excavación alcanzaba mayores
profundidades, un sonido agudo, provocado por Kevin, al ir perforando la
tierra, y el polvo que emergía a la superficie. "Yo podría haberlo
hecho", reconoció la Cuidadora del JuSe, pensando que su dominio sobre ese
elemento implicaba, entre otras capacidades, excavar el suelo, aunque no podía
controlarse, y, para casos como este, en lugar de un túnel vertical de pocos
centímetros de diámetro - las hadas se transformarían en esas esferas luminosas
para descender - haría un cráter de no menos de tres o cuatro metros, con lo
que los ilios, quizás, hubieran tomado conocimiento aún más rápido de la
intrusión a uno de sus templos antiguos. "Harías falta en el reino de
Uzeqû", comentó Marina, aguardando la vuelta de su colega. Aquel era uno
de los países de Centralia, una enorme masa de tierra que, a consecuencia de la
evolución geológica y los cambios en el clima a través de miles de años, se
había ido transformando en un desierto de arena que se extendía hasta donde
alcanzaba la vista ("Arabia Saudita", había comparado el Cuidador del
Vinhäe, al tomar conocimiento de la existencia de Uzeqû). Esas condiciones
hacían que la mayoría de las poblaciones feéricas y elementales estuvieran
concentradas en la costa. "Allí es cuando las hadas de tierra y de agua
somos de utilidad para la sociedad", habló Eduardo, asomándose al hueco,
ya sin detectar a su amigo, además de colega y cuñado, y no viendo otra cosa
que oscuridad. Para paliar los efectos negativos (sequías más o menos
prolongadas, temperaturas extremas, despoblamiento...) es que se construían
acueductos inmensos, de varias decenas de kilómetros, tanto bajo como sobre la
superficie, una tarea de la que participaban primero las hadas del elemento
tierra, al construir con sus habilidades esos canales, que más tarde
apuntalaban los trabajadores de la construcción, y por último las hadas de
agua, trasladando el líquido cristalino a los lagos artificiales. "Y
pueden tardar dos semanas, tres cuando mucho, para construir cien kilómetros de
una obra como esa?", intervino la Cuidadora del Vinhuiga, intentando
superar sus temores, asomándose también al hueco. "Voluntad y decisión,
más que cualquier otra cosa", opinó su colega del Vinhäe, conociendo que
esa clase de obras fácilmente tendrían, en la Tierra, un plazo de ejecución
cuatro o cinco veces mayor en los países más desarrollados. "Es una suerte
que aún con eso, el agua sea un recurso abundantísimo en Uzeqû" - se
alegró Marina, cuyo país de nacimiento y residencia, el reino de Ucêm, se
parecía más a Insulandia que al otro, en lo referente a las condiciones
geológicas, geográficas y el clima -, "y eso, me alegra saberlo es algo
por lo que nunca nos vamos a tener que preocupar, porque el agua es uno de los
principales recursos a nivel mundial... creo que está volviendo Kevin",
anunció, oyendo un sonido en el túnel. En efecto, uno o dos minutos más tarde,
la enorme y aterradora anaconda real emergió de las profundidades, dando
fuertes golpes con la cola para amortiguar la caída. "Lo logré", dijo
el Cuidador, recuperando, no sin dificultades, la forma feérica, y el cuarteto
supo de inmediato por qué, al detectar una herida penetrante en el tobillo
izquierdo de Kevin, de la cual estaba brotando sangre. "Una trampa caza
bobos, dos flechas que salieron disparadas de los zócalos junto al extremo del
túnel" - informó, tras lo cual preguntó -, Quién de ustedes trae el
botiquín?". "Yo", anunció Lidia, acercándose a Kevin, haciendo
caso omiso de la tentación (era una vampiresa en parte, y su atracción por la
sangre era instintiva. En otras circunstancias, una situación así habría sido
graciosa) y dándole un recipiente.
La segunda parte de la misión, excavar un túnel,
había sido un éxito, aún con la herida del Cuidador de la Casa de la Magia.
_Es increíble que después de tantos milenios
esas trampas continúen en funcionamiento - comentó Eduardo, observando
alternativamente a Kevin echándose alcohol sobre la herida, el hueco en el
suelo y los alrededores. Le resultaba imposible saber si los ilios se habían
enterado ya o no de la intrusión al Oi-Kal -. Que no se hayan estropeado los
mecanismos y eso. Supongo que no alcanzar a ver nada en particular allí abajo,
aparte de la trampa.
_La oscuro allí abajo es total, algo que por
supuesto esperaba - contestó Kevin, aplicándose un torniquetes en la herida e
incorporando. No tendría dificultades para caminar ni moverse -. El túnel es
una construcción bastante simple. Los ilios solamente excavaron en la roca y
ya. En algún momento habrán tenido antorchas o velas allí, porque vi un
soporte. Fuera de eso, y la trampa, no vi otra cosa llamativa.
_O sea que vamos a movernos a oscuras -
tradujo Qumi, también mirando el entorno. Estaba segura que los ilios no
dispondrían únicamente de esas trampas para defender este templo. Tal vez
tuvieran algún sistema que alertara sobre la presencia de individuos ajenos a
su especie -, y el instinto va a ser lo único que tengamos para orientarnos en
los túneles y las recámaras. Vamos a tener que dar lo mejor de nosotros.
Los Cuidadores intercambiaron miradas entre
si, demostrando desconcierta y dudas. Con las escasas descripciones que hiciera
Kevin, la intriga creció. Ninguno sabía ni por equivocación con qué se
encontrarían allí, y el hecho de descubrir que era tal cual eso de que tendrían
sus auras como única fuente de iluminación ni los ayudó a hallar confianza,
planteándose si en lugar de dos Cuidadores deberían entrar tres.
_Voy yo., decidió la nena híbrida.
Los adultos la miraron con gestos de
sorpresa.
_Es la oportunidad que necesito para
demostrar lo que se hacer. La oportunidad para demostrar a mí mamá, a mí papá,
a ustedes cuatro y a todos que no soy una nena, al menos no para casos como este.
Se que puedo con esto sin problemas, lo sé. Quiero decir - hizo una pausa,
intentando encontrar las palabras correctas -... Soy una Cuidadora, no?. Seuju
no me habría elegido el año pasado si no hubiera creído en mis calificaciones,
en que puedo con estas situaciones. Cambié mucho en los últimos trescientos
sesenta y siete días. Antes de aquella jornada hubiera salido corriendo y
espantada si alguien me hubiera dicho que tenía que meterme en un viejo templo
subterráneo para saber si existe o no alguna conspiración de los ilios. Pero
hoy no, por eso estoy acá, cien por ciento dispuesta a correr los mismos
riesgos que ustedes, y eso implica probar que valgo, y que pueden contar
conmigo - demostraba con los gestos corporales y faciales, además, sus deseos de
enfrentar este peligro, y concluyó dando un punto a su favor, una ventaja -.
Los vampiros e híbridos vemos en la oscuridad, esa cualidad la tenemos mucho
más desarrollada que las hadas. De manera que si me transformo voy a poder ver
mejor que cualquiera de ustedes dos. Y lo repito. Que tenga diez años no
implica que sea una nena.
Eduardo y Qumi se miraron entre si, y el
hombre le dirigió la palabra a la nena.
_Estás consciente de que no necesitás
exponerte de esa manera para demostrar tu valor y tú valentía?. Lidia, Qumi y
yo no vamos allí abajo porque tengamos la seguridad de que vamos a salir con el
problema resuelto, triunfantes e ilesos. Nuestro final, de hecho, es una de las
posibilidades que contemplamos, y ninguno de los dos, tampoco Kevin y Marina, quiere
que corras ese mismo desenlace - pensó en Kuza y Lara, quienes le encomendaron
a los adultos la tarea de velar constantemente por su hija mayor -. Es cierto
que estaríamos expuestos a los mismos peligros, pero Qumi y yo estamos mejor
preparados para eso.
_También se pelear y defenderme - argumentó
la híbrida, en busca de aprobación por parte de sus colegas -. Aprendí muchas
técnicas en este año que pasó. Elvia, por ejemplo, me enseñó a usar y controlar
los látigos de fuego. E Isabel y Wilson los remolinos. Los gimnasios del
Vinhuiga don lugares ideales para ejercitarme y practicar.
Eso era cierto.
Y los Cuidadores adultos lo sabían.
Lidia entrenaba alrededor de dos horas
diarias, generalmente a la tarde, en el Vinhuiga. Ayudada y supervisada siempre
por los expertos, entre estos su madre, la Cuidadora iba aprendiendo a ejercer
un correcto dominio sobre las habilidades y técnicas que heredara de su
progenitora. Su buena voluntad y predisposición hicieron que diera pasos
agigantados en el último año, sorprendiendo incluso a sus instructores, quienes
pasara de los sustos iniciales, al verla, o creerla, en dificultades,
especialmente cuando tenía enfrente a un mï-nuq, a la admiración, a medida que
iba volviéndose más diestra en el dominio del elemento fuego. Lidia misma
incluso se sorprendía de sus avances, máxime cuando reparaba en su edad y el
hecho de que si ella y los demás se dejaban llevar por la altura y el aspecto
físico no daba promesas de durar mucho en una pelea. Quizás a consecuencia de
eso, de esa falsa impresión, Lara y Kuza no se mostraban a favor de que se hija
participara en desafíos y retos como el que ahora estaba viviendo. Incluso los
pensamientos, la mente y el carácter habían madurado.
_Votemos, en cualquier caso - propuso Marina,
indicando mediante gestos que aceleraran el fin de esta conversación, pues los
ilios podrían llegar de un momento a otro -. Es una mejor y más limpia manera
para decidir si Lidia se queda para darles cobertura o entra al Oi-Kal. Yo
estoy a favor de que vaya, de darle la oportunidad, así vamos a ver de qué es
capaz, y conocer el alcance de su fuerza - miró a la nena, le sonrió y la
híbrida le dedicó un sentido agradecimiento. El voto de confianza de una de sus
colegas significaba mucho para ella -. Ustedes qué dicen, le damos esta
oportunidad?.
_Está bien - aceptó finalmente Kevin, aunque
todavía mantenía dudas a ese respecto -. Pero piensen, pensemos, en que Kuza y
Lara no van a mostrarse muy felices en cuanto sepan que accedimos a que su hija
quedara expuesta a un peligro semejante. Y nosotros, de paso. Hablo de Marina y
de mi. Vamos a ser dos quienes les demos cobertura en la superficie, llegado el
caso - dirigió la vista a la Cuidadora del Vinhuiga y le prometió -. Si lográs
salir ilesa de esto, de tu expedición al templo ilio, no voy a volver a poner
en duda tus capacidades. Es más, voy a hacer exactamente lo contrario.
_Yo también estoy a favor - accedió Qumi -.
Si no es hoy va a ser mañana; el caso es que vos, Lidia, vas a participar en
una batalla, y por como vienen y se van a poner las cosas las oportunidades van
a ser muchas. Así que pienso que esto, lo que estamos por hacer ahora, bien
podría ser otro ensayo. Quizás el último entrenamiento antes de que sobrevengan
los combates reales, porque no me cabe la mínima duda siquiera que la
confrontación bélica va a ser un hecho, en cuanto los ilios descubren que una
parte de los Cuidadores se colaron en el Oi-Kal... después vamos a decidir cómo
se lo explicamos a Kuza y Lara.
_La parte complicada - opinó Eduardo con una
sonrisa. Se dirigió acto seguido a la híbrida y le recordó -. Necesito que des
tu palabra de que vas a obedecer las instrucciones que te demos. No importa
cuánto hayas progresado en tu primer año al frente del Vinhuiga, pero Qumi y yo
continuando superándote. Así como ella y yo vamos a confiar en tus capacidades
para esta peligrosa misión, vos tenés que confiar en nuestro juicio. Por
ejemplo, vas a tener que correr si alguno de los dos te lo dice, o cubrirte
cuando sea necesario. Es la única condición que pongo para que vengas con
nosotros.
_Está bien., aceptó Lidia.
En este momento, lo que más quería era
probarse, demostrarle a sus colegas (y de paso a sus padres) de que estaba
hecha, y las cosas de que era capaz. Ya dominaba las técnicas características
de las hadas de fuego, como los latigazos y los remolinos, y sentía que las
podía poner en práctica ya no en las sesiones regulares de entrenamiento, sino
en un combate real más allá del perímetro del Templo del Fuego. "Acepto la
condición", repitió, esta vez con más firmeza y compromiso que antes,
asumiendo que Eduardo, Kevin, Marina y Qumi podrían no haberle creído.
Pero con esta reafirmación se convencieron.
_Ahora, resta saber quién se lo cuenta a Kuza
y Lara cuando hayamos vuelto a Plaza Central., planteó Marina, concentrándose
momentáneamente en la espesura.
Concluyó que sería un excelente punto desde
el cual observar y vigilar. Estando transformada, podría posarse sobre una rama
gruesa en alguna copa alta, y tener así una mejor visión en un ángulo de
trescientos sesenta grados.
_Yo - decidió la híbrida -. La idea de bajar
al templo fue mía. Tómenlo como una prueba de madurez. Además, me consta que
cuando sepan lo que hice van a sentirse orgullosos de mí, aun con el susto
inicial. Es lo mismo, supongo, que sintieron Isabel y Cristal cuando ustedes
dos les contaron donde estuvieron y para qué en Junio de diez mil doscientos
cuatro.
_Maduraste mentalmente - reconoció Eduardo,
haciendo de esas palabras un elogio para su colega -, pero recordá lo que te
venimos diciendo desde Enero del año pasado. Nunca te olvides de que sos una
nena, ni siquiera con lo que estás por hacer ni con la responsabilidad
vitalicia que llevás sobre los hombros. Quiero decir que tenés que vivir de
acuerdo a tu edad - y pidió, tanto a Lidia como a Qumi, Marina y Kevin -.
Ahora, repasemos una vez más el plan, para estar totalmente seguros de que no
dejamos algo librado al azar ni que pasamos por alto ningún detalle.
"Hecho", accedieron los cuatro al
unísono.
_Con cuidado., pidió Eduardo.
Había sido el primero en completar el
descendiente por el oscuro, estrecho y húmedo túnel vertical, y llegado a una
de las recámaras circulares con el techo abovedado. Vuelto una esfera
brillante, descendió en línea recta y ahora, habiéndose materializado
nuevamente, dio la instrucción a las otras dos esferas que aparecieron tras el,
una de color rosa y la otra negra. Al instante, también se materializaron las
Cuidadoras del Vinhuiga y el JuSe, y la primera, habiendo observado el entorno,
se transformó en un vampiro que muy pronto estuvo posándose en el hombro izquierdo
de Qumi.
_Mejor vayamos los tres juntos - propuso
Lidia, girando a uno y otro lado la cabeza, detectando decenas de objetos
atestando las estanterías, y mientras sus colegas intensificaban sus auras,
para disponer de la otra fuente de iluminación -. Este lugar no me inspira
tranquilidad ni nada parecido.
_Estoy de acuerdo con eso - convino Qumi -.
No sabemos con que nos vamos a encontrar en el Oi-Kal, y seguro que vamos a
estar esquivando una trampa antes que salgamos de esta recámara.
_Hecho - coincidió Eduardo -. Pero por ahora
vamos a inspeccionar este salón, y por las dudas no toquen nada. No vaya a ser
cosa que nos llevemos una sorpresa desagradable.
A medida que fueron mirando, con las
dificultades producto del alumbrado insuficiente, descubrieron que las piezas y
objetos que abarrotaban las estanterías no eran tan diferentes a cualquier cosa
que se podía hallar en los comercios y museos de antigüedades, y muy poco de lo
que Eduardo, Lidia y Qumi tenían frente a si se relacionaba con la religión de
los ilios. Un cáliz acá, un candelabro ornamentado allá y una representación de
la Trinidad Benigna más allá, tal vez fueran los únicos objetos religiosos, que
las hadas supieran y pudieran ver, porque no habían descendido quinientos
metros para practicar arqueología ni hacer turismo. El resto de los objetos, en
esta recámara al menos, eran artesanías, unas más elaboradas que otras,
cacharros de todo tipo, algunas armas obsoletas, básicamente lanzas y
cuchillos, fragmentos metálicos y de madera, escasas piedras preciosas y, algo
que llamó la atención de los expedicionarios, porque no se suponía que
estuvieran allí, cuatro moneda de cincuenta soles acuñadas a comienzos del
undécimo milenio. "Qué estás haciendo?", preguntó Eduardo a Qumi, al
ver que sus manos iban hacia las monedas. "Rrcuperándolas. Son nuestras,
después de todo" - explicó la Cuidadora, guardando los doscientos soles en
el bolsillo trasero del pantalón -, "cuando estemos volviendo las voy a
dejar en el cántaro junto a la puerta espacial". Allí reconocieron y
decidieron que, si bien era cierto que tampoco estaban en el templo para
saquear, recuperarían cualquier objeto que perteneciera a las hadas u otras
especies elementales, como esas monedas, sin importar como fueran a parar a esa
recámara o las otras. "No den un paso más!", advirtió Lidia, desde la
comodidad del hombro izquierdo de Qumi, apuntando los ojos y el hocico hacia
abajo, a una baldosa en particular, la cual tenía grabada tres círculos
concéntricos. "Es una de las trampas?", inquirió la Cuidadora del
JuSe, a lo que el vampiro movió la cabeza de arriba hacia abajo, informando
acto seguido que había visto el mismo símbolo en aquel zócalo desde el que
salieran las flechas que hirieran a Kevin. "Veamos que hace", decidió
el Cuidador del Vinhäe, tomando uno de los cacharros que había allí y
lanzándolo contra la baldosa, saliendo desde debajo de esta, a causa de la
presión ejercida, cuatro estacas puntiagudas que bien pudieron haber herido
gravemente a cualquiera de los Cuidadores adultos e incluso a ambos. "Ese
símbolo alerta sobre la presencia de una trampa" - intervino Qumi -,
"pero no sabemos que significa, o que representa, para los ilios". Y,
mientras empezaban su tarea, decidieron poner toda su atención desde el
principio, los adultos moviendo ambos ojos en todas las direcciones, buscando
al mismo tiempo el símbolo de los tres círculos y cualquier cosa vinculada con
el elemento fuego, y Lidia, transformada y en la comodidad y seguridad que
representaba el hombro de su colega del JuSe, recurría a las habilidades que le
legara su padre para los mismos fines. "Alguien sabe qué representan esos
círculos?", les preguntó, y tanto Eduardo como Qumi le contestaron que no,
porque la escasa información acerca de la simbología religiosa de los ilios de
que dispusieran las hadas había sido destruida por Iris y los combatientes del
MEU en los primeros años de la Guerra de los Veintiocho. "Creo que eso no
importa ahora", consideró Eduardo, siendo el primero en cruzar el umbral
hacia uno de los pasillos, puesto que en esa recámara no pudieron hallar un
solo objeto relacionado con el elemento fuego. "Si supiéramos que estamos
buscando...", lamentó Qumi, que no tenía recuerdos que apuntaran a eso.
Anduvieron con sigilo y precaución por ese corredor de cien metros hacia otra
de las recámaras, habiendo detectado otra trampa, flechas puntiagudas que
salieron a toda velocidad de un muro lateral a otro, y teniendo como instante
de risa aquel en que Lidia abandonara el hombro izquierdo de Qumi y se lanzara
en picado al detectar un insecto que se escabullía entre otro tanto de los
cacharros. "Otra posesión de las hadas", dijo en ese momento Eduardo,
cesando con la risa, al tomar un medallón con el emblema de SAM, el Consejo de
Salud y Asuntos Médicos, pensando que se lo daría a Lursi y Nadia al volver a
Plaza Central, y convenciéndose de que los ilios, entre todos sus defectos y
puntos que les jugaban en contra, eran amigos de lo ajeno. "Tendría que
haber venido Zümsar" - dijo Qumi, cuando, alrededor de media hora más
tarde, emprendieron la caminata a otra de las recargas -, "se pondría loco
de contento si pudiera ver todo esto". "Coincido con eso", opinó
el Cuidador del Vinhäe, porque al traspasar el umbral se encontraron en un
espacio en que, a diferencia de los otros dos, destacaban, a causa de su
número, objetos pertenecientes a la sociedad y cultura de las hadas, y no eran
solamente monedas. "Confirmado. Los ilios estuvieron robando, y puede que
todavía lo hagan", protestó Eduardo, viendo allí artesanías, armas,
papeles e incluso ropa entre los artículos, y asumiendo que tranquilamente el y
los otros podrían apoderarse de ellos, pues les pertenecían a los seres
feéricos, y llevarlos de vuelta a la Ciudad Del Sol. "Vamos a hacerlo, la
ley está de nuestra parte", propuso Qumi, e introdujo las manos en el
bolsito cruzado que llevaba, sacando uno de los cilindros mágicos. Poco les
importó que los ilios se dieran cuenta, ni que con este acto pudieran las
tensiones subir varias decenas de escalones en un parpadeo, porque Eduardo,
Qumi y Lidia, que había vuelto a ser la nena híbrida, únicamente estaban
recuperando lo que era propiedad colectiva e individual de las hadas. La
Cuidadora del JuSe fue quien dijo que con esta afirmación (los ilios son amigos
de lo ajeno) los seres feéricos obtendrían un respaldo enorme por parte del CSP
y la Mancomunidad Elemental, y los ilios quedarían expuestos a otro descremada.
"Lástima que no hayamos encontrado nada vinculad al elemento fuego",
se desilusionó Lidia, manifestando también el mismo sentimiento porque a varias
de las posesiones de las hadas, al menos la tercera parte, deberían dejarlas,
de momento, en la recámara, porque el espacio en el cilindro mágico estaba
colmado. "No nos desanimemos" - pidió Eduardo, de quien era el turno
para llevar al pequeño vampiro sobre uno de los hombros, el derecho -,
"todavía nos quedan cinco recámaras y los pasillos". Al final,
mientras abandonaban el lugar con los artículos robados a las hadas durante
años (décadas, siglos, milenios...) concluyeron que darían golpecitos suaves en
las paredes, pues se les ocurrió pensar que los ilios podrían haber construido
compartimentos ocultos en ellas. "Eso confirmaría intenciones no claras y
potencialmente hostiles", asumió Qumi, empezando a sentir el cansancio.
Aunque ella, Lidia y Eduardo repararon en esto, no creyeron que pasaría tan
pronto. A semejante profundidad, la falta de oxígeno podía representar un
problema - algo similar a lo que ocurría, por ejemplo, en el Banco Real de
Insulandia, aunque allí estaba garantizado el suministro permanente de oxígeno
-, por lo que los tres coincidieron en lo imperioso de no demorar un instante
ni distraerse. "Algo que parece poco probable" - creyó corroborar
Lidia, quien había asumido el rol de buscadores de trampas. Había detectado
tres más en los últimos dos tercios de hora -, "es mucho lo que nos queda
por ver e inspeccionar". "Gracias por animarnos", le dijo Qumi,
mezclando risas con sarcasmo.
_¿Y el tobillo?., se interesó marina.
En los últimos minutos, no habían hecho más
que permanecer quietos junto al hueco, a veces dando unos pocos pasos a su
alrededor, con los brazos cruzados y mirando al horizonte, deseando que los
ilios no aparecieran por allí antes que el trío completara sus tareas bajo la
superficie.
_Arde, no más que eso – aseguró Kevin,
molesto y contento al mismo tiempo por haber caído en esa trampa. Ya no podría
cumplir la promesa hecha a Cristal de volver ileso a la Casa de la Magia, y eso
no le gustaba en lo absoluto. Al mismo tiempo, sabía que esas acción, un ataque
ilio en contra de un hada a través de esa trampa, era simple y sencillamente un
acto de guerra –. Nada que dos o tres días no puedan solucionar del todo. Ahora
hay cosas que me preocupan e interesan mucho más que una herida menor en el
tobillo. La suerte de los nuestros allí abajo es lo principal.
Ninguno de los Cuidadores sabía, ni siquiera
una aproximación remota, con que se podrían encontrar en el templo subterráneo,
ni tampoco lo que estaban buscando, lo cual aumentaba el misterio, y, por
supuesto, el peligro. Debían averiguar cuál destino había corrido Akduqu dos
siglos atrás, pero no tenían idea de qué ni cómo. Confiaban en que se
encontrara allí un objeto relacionado con el elemento fuego, pero podía ser
cualquier cosa, suponiendo que la hubiera, que estuviera allí, y entre tantos
cacharros en el templo, objetos acumulados durante milenios en las recámaras, a
Qumi, Lidia y Eduardo les tomaría tiempo completar su misión y emerger
nuevamente a la superficie. No les preocupaba que tanto pudieran demorar, ni
tampoco que excedieran el plazo de veinticuatro horas que ellos mismos se
fijaran; si, en cambio, que aparecieran de pronto los ilios, lo que
irremediablemente llevaría a una batalla que, sabían sería a muerte. Y, al
empezar esa batalla, sería la primera de un nuevo conflicto bélico a escala
planetaria.
_También a mi, pero los cinco vamos a salir
con vida de esto – apostó Marina, confiada –. Ellos tres, vos y yo somos los
individuos feéricos más poderosos que existen actualmente. Quiero decir, y esto
es algo de lo que ya hablamos, que harían falta decenas y decenas de ilios para
causarnos un rasguñó muy leve, y eso si ellos tienen muchísima suerte. ¿Hay
alguna otra cosa que te preocupa, cierto?.
_Cristal, Akmolu y mi hijo o hija que recién
empieza a gestarse., reconoció Kevin, sin titubeos.
Y le habló de un pensamiento, sombrío a
consecuencia de las circunstancias, algo que supo, aunque solamente fueron
teorías infundadas al principio, no bien llegara a sus oídos la noticia de que
cuatro individuos ilios habían sido capturados en las cercanías del casco
histórico y centro neurálgico insular. Kevin le mencionó a Marina que le
gustaría volver a la Casa de la Magia llevando por lo menos una buena noticia,
o, lo que era lo mismo, un poco de tranquilidad, pudiendo con eso garantizar la
paz en la lejana isla, y que sus habitantes, un total de tres mil siete –
habían ocurrido otros tres nacimientos, aparte de Akmolu –, no tuvieran más
razones para preocuparse que los fuertes oleajes que azotaban la costa y los
vientos huracanados. “Todas esas personas confían en y temo por su futuro”,
confesó el Cuidador, mirando hacia arriba, y luego al hueco que excavara en el
suelo.
_Vas a lograrlo. Cristal y los demás van a estar seguros y tranquilos, lo puedo ver –
garantizó Marina –, aun con este futuro tan oscuro que se cierne sobre nuestras
cabezas. Vamos a superar esto y todo va a volver a ser como antes. Esta vez,
estamos mejor preparados, y a diferencia de lo que ocurrió, o empezó a ocurrir,
en cinco mil setenta y nueve, esta vez los ilios no se van a enfrentar a una
parte de las hadas y los seres elementales, sino a todos.
Habló de la fortaleza física de los nagas, de
las velocidades que podían alcanzar los faunos, de hasta trescientos cincuenta
kilómetros por hora, en la sorprendente habilidad y maniobrabilidad de los sirénidos
en los ambientes acuáticos, en lo aguda que era la visión de los vampiros e
híbridos por las noches, en lo fuertes que se volvían los ornímodos estando en
vuelo… “Los elementales tenemos ventajas que nos distinguen, identifican y
hacen destacar”, concluyó Marina, deseando haber podido tranquilizar a su
colega. “Te lo agradezco” – correspondió, aportando también una sonrisa –, “solo
espero que esas palabras surtan efecto a todos los plazos”. Ambos sabían que
hadas y elementales en número y fuerza superaban a los ilios, y con eso tenían
sus principales ventajas en la guerra que se acercaba.
_Hay que dar una disculpa a los
catastrofistas, porque siempre estuvieron en lo cierto – reconoció marina,
sentándose con las piernas extendidas. Aun con la tensión y el suspenso, se aburría.
Casi penhsaba que sus tres colegas estaban más entretenidos en el templo
subterráneo que ella, y posiblemente Kevin, en la superficie –. Cuando los
primeros de ellos aparecieron e hicieron públicas sus teorías pensé que eran un
puñado de locos. Pero al final resultó que tuvieron razón. Espero que no
hayamos llegado tarde para reconocer nuestro error.
_Como sea, todos quedamos o vamos a quedar envueltos
en esto. Lo bueno fue que empezaron los ilios, no nosotros., se alegró Kevin,
sacando el atado de un bolsillo.
_¿Un cigarrillo? – reaccionó la Cuidadora del
Tep-Wo –. Que suerte que no están cerca, porque no les haría gracia.
Una de las cosas que más aborrecían los ilios
era el tabaco, porque lo consideraban una creación de la Trinidad Maligna, las
tres divinidades que representaban todo lo malo y lo negativo, y en ello
radicaba una parte del desprecio que sentían para con las hadas, para quienes
el tabaco era lo opuesto: un producto de consumo masivo.
_Que vengan todos los que quieran, y que lo
les haga gracias – se burló Kevin – Sospecho que si nos encuentran en este
lugar lo que menos les va a importar es que uno de nosotros esté encendiendo un
cigarrillo. Además me aburro.
_Entonces intercambiemos conocimientos e información
acerca de nuestras responsabilidades en los lugares grandiosos – propuso Marina
–, esa es una de las tareas que tenemos los Cuidadores, la interacción en
asuntos laborales.
_Hecho., accedió Kevin, tras largar una
bocanada de humo.
Y en los veinte minutos que siguieron no
hablaron de otra cosa que del Tep-Wo y la Casa de la Magia, convenciéndose de
que resultaría una excelente manera para pasar el tiempo. Uno y otro estaban alegres
al haber descubierto, al poco tiempo de haber hecho los juramentos, que no era
una catarata de problemas, trabajos y tareas desbordantes de complejidad y
dificultad, que3 apenas les demandó esfuerzos mínimos en los primeros días. “A mí
me sigue costando”, reconoció Marina, que el primer día del año había cumplido
un mes al frente del Santuario del Viento.
_Nosotros cuatro vamos a estar allí para
darte una mano – prometió Kevin, incorporándose y apagando el cigarrillo – Tal vez
te sientas más cómoda con Qumi y Lidia, como son las mujeres del grupo…
_¿Pasa algo?., inquirió Marina, notando su
expresión.
_Llegaron., anunció Kevin, proyectando
energía a ambas palmas.
Captaron los rumores desde el otro extremo de
la profunda y frondosa selva tropical.
Los ilios ya estaban camino a uno de sus
antiguos templos.
_Acá tampoco hay nada., lamentó Eduardo.
Observaron minuciosamente durante un cuarto
de hora otra de las recámaras, y todo lo que vieron fue la cantidad abundante
de objetos religiosos de la etnia ilia Oi. La frustración estaba empezando a
aparecer en su cara y en la de las mujeres.
_Dijimos que no íbamos a desanimarnos – le recordó
Qumi, caminando a su lado – Nos queda la mitad de las recámaras, y ver si hay
espacios ocultos en los corredores. A propósito, ¿seguís creyendo que hicimos
bien en dejarla ir sola?.
Antes de que se hubieran dado cuenta de lo
que hacía, la nena híbrida estaba nuevamente transformada y emprendía el veloz
vuelo, anunciando que exploraría por su cuenta el otro tramo del Oi-Kal. “Denme
la oportunidad”, había pedido a los adultos, al momento de abandonar esa
recámara.
_No la hubiéramos podido detener, Qumi –
reconoció Eduardo, atento, puyes la posibilidad de encontrar nuevas trampas
continuaba estando presente –. Lo lleva en la sangre, supongo. Kuza se lo habrá
legado. Esas ansias por explorar son algo que acompaña a los vampiros a lo
largo de toda su vida, y Lidia… allí viene.
Planeó ante ellos antes de asumir su anterior
forma, y cuando lo hizo, una risa, una que demostraba cierta expresión de
triunfo, apareció en su cara.
_Me parece que hallé algo., avisó,
emocionada.
_¿En serio?., reaccionó Eduardo.
_¿?Dónde?., agregó Qumi.
Los adultos compartieron el mismo nivel de
emoción.
_En la siguiente recámara – contestó la nena –,
vamos a ella.
Y fueron.
_Allí., señaló Lidia.
En una repisa tan antigua como cualquier otro
mueble de los que ya habían visto, atestada por decenas de artefactos que
revestían algún valor para los ilios, estaba una caja de tonos opacos que, esto
lo supieron con solo verla, no constaba de otro material que el acero mágico. “Y
después dicen que desprecian cada una de las artes mágicas”, celebró Eduardo,
usando sus habilidades telequinéticas para mover esa pieza, pues no sabía si
habían o no otro tanto de las trampas caza bobos. Si esta caja o su contenido
eran vitales para la supervivencia de los ilios como grupos e individuos, no la
dejarían sin ninguna vigilancia especial. Pero, para su alegría y la de ambas
mujeres, no hubo allí otro obstáculo más que la pila de objetos que se
desparramaron al extraer el Cuidador la caja y dejarla en el suelo, en el
centro de la recámara. “Es lo que buscamos”, confirmó Qumi, visiblemente
emocionada y contenta, y los otros asumieron que nada más le faltaba ponerse a
dar saltitos de alegría. Intentando contener los temblores corporales, indicó
con la vista el símbolo del fuego, tallado en la tapa de la caja.
_¿Cómo la vamos a abrir?., preguntó la
Cuidadora del Vinhuiga.
El trío había rodeado la caja y la miraba con
curiosidad y asombro, no detectando otro detalle más que el tallado. Estaban
contentos, desde luego, sabiendo que en esa pieza cuadrangular estaban las
respuestas que vinieron a buscar. ¿Por qué los ilios querían eliminar a la
Cuidadora del Hogar de la Tierra?, ¡qué podría ser tan grave que amenazara
incluso la sociedad ilia al completo?, ¿qué le habría transmitido, qué mensaje,
Akduqu a Qumi? Y ¿cuál habría sido la suerte que corriera el marinero?.
_No veo cerraduras ni mecanismos – observó Eduardo,
arriesgándose a tocas la caja con ambas manos. Nada pasó (se alegró por eso) y
volvió a incorporarse, pensando en cómo se podría abrir – Estoy pensando en
eso. Una vez Kevin lo hizo, ¿funcionará ahora ese método?.
Y habló a las mujeres sobre la historia que
ya conocían, de cómo el artesano-escultor había podido abrir una caja fabricada
con ese material, por pedido de Iris, descubriendo que dentro se encontraba la
fórmula desarrollada por Mücqeu, una caja que el propio Kevin había recuperado.
Concentrando una gran cantidad de energía, pudo abrirla, aplicando sobre ella
una temperatura de casi mil grados, la misma que se necesitaba para moldear el
acero mágico. La caja se había partido en dos y quedó revelada, al fin, después
de más de cinco milenios, la fórmula con la que Iris, Wilson, Iulí y otros
tantos individuos en el mundo pudieron transformarse nuevamente en seres
feéricos.
_Yo lo voy a intentar – decidió Qumi,
adelantándose a Eduardo y Lidia, apoderándose de la caja y elevándola hasta
dejarla a la altura del vientre. El súbito estallido en su aura rosa les indicó
a sus colegas que estaba empezando a acumular energía -. Ustedes ya hicieron
suficiente, arriesgando incluso sus vidas. Ahora me toca a mi. Si hay algún
indicio que nos ayude a resolver esos misterios, me gustaría ser quien se ocupe
de esto – empezó a presionar la caja por los costados –… ¿Alrededor de mil
grados, dijeron?... espero que sea fácil.
Por precaución, los Cuidadores de los Templos
del Agua y del Fuego retrocedieron. Sabían que no haría una explosión ni nada
parecido, pero la temperatura llegaría a ser tan alta que incluso ellos podrían
sentirla, tal como lo experimentaran el experto en arqueología submarina y la
princesa Elvia aquel tres de Julio / IIade número diecisiete de diez mil doscientos
cuatro.
Al final, la Cuidadora del JuSe pudo vencer
la resistencia del acero mágico, y lo que pasó a continuación fue tan
sorprendente y desconcertante, además de deslumbrante e inesperado, que hizo
perder el equilibrio a los tres Cuidadores, los cuales, ya en el suelo, no solo
quedaron adoloridos, sino también envueltos por esa inmensa nube vaporosa de
color lila que surgiera dese un minúsculo punto en el interior de la caja. Esa
formación empezó a girar a velocidades de vértigo en forma de remolino, conservando el mismo tono
de lila, pero, extrañamente, sin arrastrar nada consigo, y su tamaño se reducía
lentamente, pasando de abarcar una cuarta parte de la recámara al principio a
una diminuta área circular de pocos centímetros, en cuestión de segundos. A los
Cuidadores no les llevó mucho tiempo ni demandó esfuerzo alguno advertir que la
nube estaba cediendo su espacio a un cuerpo físico. Las piernas, los brazos, el
torso y la cabeza surgieron en un instante en que el vapor hubo de condensarse
lo suficiente, dando paso entonces a la aparición de las características y los rasgos,
de los cuales el primero fuera la coloración en los y las manos, los brazos
hasta por encima de los codos (estaba usando este ser una prenda superior con
mangas cortas), el cuello y la cara. Era un individuo el sexo masculino muy
joven, a juzgar por su apariencia, quien tras haberse materializado por
completo pateó suavemente en el suelo con los dos pies, quizás para demostrarse
así mismo que también había recuperado la sensibilidad; observó el entorno,
mostrando desagrado profundo al ver los artefactos y cacharros ilios, y respiró
profundamente. “Estoy de vuelta, lástima que no por mucho”, dijo con lamentación,
dirigiéndose a los Cuidadores, particularmente a la mujer adulta, la única que
lo había reconocido.
Era Akduqu.
_Lárguense – pidió a Eduardo y Lidia, empleando
sin embargo un tono amable, me gustaría estar un momento, estos últimos, con
Qumi – y agregó, dirigiéndose al par de Cuidadores –. El manifiesto ilio está
en la última recámara, en otra caja de acero mágico. Allí van a encontrar,
todos lo vamos a hacer, pruebas de que los ilios saben hacer magia y, lo que es
peor, que dejaron que el MEU hiciera su parte, porque eso les iba a dar las
excusas que necesitaban. Y ahora vayan, no queda mucho tiempo.
Eduardo y Lidia abandonaron ese receptáculo
viendo al marino sereno, aunque al mismo tiempo alarmado, quizás a causa de ese
poco tiempo (ya averiguarían después qué quiso decir con eso) y a Qumi vuelta
un mar de lágrimas.
Mientras tanto, en la superficie y junto al
hueco, los Cuidadores de la Casa de la Magia y del Santuario del Viento
esperaban, con los brazos cruzados, firmes y habiendo adoptado expresiones que
indicaban con total claridad que no pensaban moverse de esos lugares. Habían
calculado que al menos dos centenas y cuarto de individuos ilios se aproximaban
desde todas las direcciones, y la única razón, aventuraron ellos, por la que
marchaban a paso normal por la densa selva era su confianza en esta
superioridad numérica. Tal vez creyeran que doscientos cincuenta individuos
podrían manejar a dos (Kevin y Marina no podían saber si los ilios estaban o no
al tanto de la presencia de otros tres seres feéricos en el templo subterráneo)
en esta batalla inminente, teniendo ellos la certeza, tanto como las hadas, que
con el primer movimiento, sin importar quien lo efectuara, se iniciaría la
guerra. “Los ilios ya lo hicieron”, dijo Marina a Kevin, sin apartar la vista de
aquel camino por el que llegaran sus colegas y ella, pensando en que cuatro
individuos de esa raza se habían colado de incógnito en la Ciudad Del Sol y
llegado casi hasta el casco histórico antes de ser detectados, con la intención
de eliminar a un hada en particular, por un motivo aún desconocido. “LA guerra
empezó hace milenios, después del bombardeo planetario”, habló Kevin, sin
apartar tampoco los ojos del frente, creyendo a la vez, así se lo hizo saber a
la dama, en lo conveniente de que cada uno observara en una dirección distinta,
ya que, acercándose los ilios desde todas partes, no podían saber cuál o cuáles
de ellos serían los primeros en atacar. Estaban cien por ciento seguros, en
cambio, aunque ese convencimiento no los amilanó, de que cada uno de los ilios
que se estaban acercando lo hacía armado hasta los dientes, además de valerse
de sus habilidades distintivas: el camuflaje, al que seguro recurrirían para
acercarse al hueco, la resistencia al daño y la audición eximia. Probablemente hubiera setwes en el grupo, loe
guerreros más fuertes, avanzando entre aquel, y de estar allí serían los
primeros en atacar, no bien pudieran confirmar que se trataba de dos Cuidadores
quienes aguardaban junto al hueco. Kevin y Marina no perdieron el tiempo y
decidieron no dar ninguna clase de ventajas, pues sabían que los del otro bando
atracarían con todo desde el principio. Se transformaron y por unos breves
segundos hubo allí una cigüeña y una anaconda real, antes que recurrieran a la
segunda transformación, aquella que combinaba la forma feérica con la natural –
Marina conservaba la figura femenina, pero su cuerpo estaba cubierto por un
denso plumaje blanco desde los pies hasta el cuello, sus ojos eran enormes,
había filosas garras en los dedos de ambas extremidades y tenía dos grandes
alas en la espalda, cubiertas también por un plumaje blanco , sabiendo y
asumiendo que eso aumentaría significativamente sus poderes. Esta era ahora la
misión de los Cuidadores en la superficie: contener a los ilios, pelear contra ellos,
hasta que Eduardo, Lidia y Qumi hubieran resuelto los problemas y misterios
allí abajo. Quizás pudieran averiguar más tarde que era esa presencia que
empezaran a detectar d repente, como si alguien hubiera aparecido de pronto en
el Oi-Kal.
FIN
--- CLAUDIO ---
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