lunes, 16 de julio de 2018

33) Misión de exploración, parte 2

No hicieron más que observarse mutuamente en los primeros segundos, sabiendo lo valiosos que eran estos. Qumi sin poder convencerse de que lo que estaba pasando frente a sus ojos era la realidad y no producto de su imaginación. Akduqu estaba inmensamente dichoso, y no era para menos. Por fin había llegado el momento en que pudo cumplir con lo que le prometiera dos siglos atrás. Por fin estaban juntos nuevamente. Pero, claro, no era lo que esperaba, no como lo esperaba, y la Cuidadora del Hogar de la Tierra, sin poder ni querer contener la forma en que demostraba su alegría y todo lo contenta que estaba (lágrimas abundantes y temblores en el cuerpo), no podía menos que sobre exigir a su mente, pensando en ese extraordinario evento y aquel previo al instalar en que se convirtiera en una estatua de vulcanita. "Sos un alma solitaria?", fue lo primero que le pudo preguntar, sacando fuerzas de donde no las tenía, a lo que obtuvo la contestación en el instante en que el marino le apoyó las manos en los hombros, en un intento por calmarla. Con el contacto quedó en evidencia que no lo era, porque sino la hubiera atravesado sin dificultades, pero tampoco era una consistencia sólida. Era más bien, así lo creyó y comparó la Cuidadora, una sustancia gelatinosa, como si la situación se encontrás en un estado de transición entre lo sólido y lo gaseoso. "Para ser franco, no se que soy", le contestó Akduqu, dándose cuenta de cuan confortante había sido para su amada el gesto de apoyarle las manos en los hombros. Y eso era cierto, porque el hombre, así se lo explicó, recurriendo a gestos faciales, no estaba muerto y tampoco era un alma solitaria. Se trataba, creyó el, de algo similar a lo que le pasaba a un Cuidador cuando a este le llegaba el momento de cruzar al otro lado de la puerta. Y Qumi comprendió al instante el significado de la presencia: este era el remanente de la woga, la fuerza o energía vital, del marino insular, la cual había estado esperando el momento en que estuviera ante la persona indicada, y también que había empezado a correr ese espacio de tiempo, posible de un cuarto de hora, antes de que, de hecho, se desvaneciera. Y ese instante era la llegada del otro componente de la pareja. "Perdón por haberte hecho esperar y sufrir", quiso decir para empezar, sabiendo la importancia, por lo emocional, de hacerlo con una disculpa sincera. Pudo advertir que Qumi había esbozado una leve sonrisa a pesar de su estado (no se había calmado del todo, por supuesto), pero era una expresión forzada, algo por compromiso, y no la podía culpar. No era únicamente por la prolongada espera de dos siglos ni el sufrimiento que aquello trajera como consecuencia, no del todo, sino también porque sabía que dentro de un cuarto de hora - quizás fuera más o menos, eso no lo podía saber - la existencia misma de Akduqu en este mundo se terminaría. "No puedo pensar con claridad", definió acertadamente la Cuidadora, dejándose caer al suelo de piedra, miento su aura, ese halo rosa que bordeaba su cuerpo, con esas manifestaciones de, daba cuenta de esa confusión mental que estaba experimentando y su condición anímica. Akduqu la ayudó para que estuviera en una posición cómoda, reposando sobre una columna, y después el mismo se sentó a su lado, devolviéndole el bastón, uno de los atributos de los Cuidadores, que había dejado caer. "Se que el tiempo es poco" - lamentó Qumi, todavía sin poder contenerse del todo, ni detener ese constante flujo de lágrimas -, "pero hay muchas cosas para hablar". Era mucho de verdad lo que necesitaba saber, y de paso la totalidad de las hadas y los otros seres elementales, pero con un plazo de alrededor de un cuarto de hora deberían ser lo más breves posibles, ella con las preguntas y planteos y el con las respuestas, y los dos sabían que dicho plazo no iba a ser suficiente ni por equivocación, máxime sabiendo que los ilios estaban allí afuera y podrían entrar en cualquier momento, ahora que su sociedad, cultura y estilo de vida se encontraban en peligro como nunca desde la Guerra de los Veintiocho ("Quizás desde antes", pensó Akduqu), que había probabilidades, y muchas, de que la Cuidadora del JuSe tuviera que ir en socorro de sus colegas en la recámara, porque el marinero había advertido desde el principio lo que eran la nena híbrida y el hombre que la estaba acompañando, y en la superficie. "En total cinco Cuidadores", dijo Qumi, dedicando no más de un minuto a hablar sobre ellos, sus nombres y los lugares grandiosos que dirigían, e inmediatamente luego, como no podía ser de otra manera - si era este un caso idéntico al de los Cuidadores, deberían restar entre doce y trece minutos -, la dama, aún temblando, le formuló la que sin lugar a dudas era la más importante de todas las preguntas.
_Qué pasó, Akduqu?.

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A pocos metros de donde se reunieron los enamorados, los colegas de Qumi encontraron otra de las trampas caza bobos. Estaba ese túnel tan oscuro y ellos tan distraídos a consecuencia de lo que vivieran hacía unos momentos que ni siquiera la habilidad de la híbrida fue suficiente para advertirles de este peligro. Eduardo, inadvertidamente, apoyó un pie encima de una baldosa marcada con los círculos concéntricos, y con ello hizo que otra tanda de flechas, estas con punta metálica, salieran disparadas velozmente desde las paredes laterales, ante lo cual los Cuidadores, instintivamente, se transformaran en esas esferas de colores tan diminutas y emprendieran la veloz carrera hacia el techo. Menos de un segundo habían tenido para decidir cómo proceder ante ese descuido y, mientras asumían nuevamente su forma anterior y retomaban la caminata, empezaron a preguntarse si no hubiese sido mejor haber hecho todo el recorrido desde el túnel que excavara Kevin estando con aquella forma, porque eso les hubiera ahorrado bastante tiempo y no habrían tenido que preocuparse por la falta de iluminación ni tampoco por las trampas caza bobos.

En la superficie, Marina y Kevin estaban listos para la batalla contra los ilios, a los que escuchaban cada vez más cerca, calculando que debían estar a medio camino en la densa selva, moviéndose siempre a paso normal, confiados en su número y en el hecho de estar armados. Los Cuidadores estaban convencidos de que no bien fueran abandonando la selva se lanzarían de lleno al ataque, sin pronunciar palabra alguna, cargando con todo lo que tuvieran contra las hadas. Los individuos en el borde del hueco sabían a ciencia cierta que poco les importaría que fueran Cuidadores; eran personas que estaban en uno de sus templos antiguos y por lo tanto tenían que ser expulsados de allí a cualquier costo, incluídas las vidas de estos invasores y los que ya pudieran encontrarse en las recámaras y corredores. De momento, ellos esperaban. Aunque ya sabían que los ilios fueron los primeros en atacar, cuando intentaron eliminar a su colega del Hogar de la Tierra, querían en este caso que fueran también quienes dieran el golpe inicial, sabiendo que eso perjudicaría la imagen de los ilios, ya de por si deteriorada, y justificaría los intentos de las hadas por defenderse.

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_Los ilios tuvieron la culpa., contestó Akduqu.

Qumi reaccionó con incredulidad. Sabía que los ilios eran capaces de cualquier cosa, pero no veía como pudieron haber intervenido en aquel desastre. Un reptil marino, el humuvom, había sido el que desencadenara los eventos, al golpear el buque.
_No lo creo - dijo -. Me enteré que hubo una investigación exhaustiva, desde el movimiento inicial de los socorristas.
Akduqu forzó una sonrisa.
_Pues creelo - insistió -; por algo intentaron matarte hace unos días, porque eras la única persona que lo podía demostrar. Por eso no se molestaron en estos doscientos años, creyeron que como te convertirse en una estatua de vulcanita ya no representabas una amenaza para ellos -y agregó, advirtiendo lo que estaba por decir la Cuidadora -. Te aseguro que estuve al tanto de todo en estos dos siglos. Es lo mismo que vivió y experimentó Qïma en el instante en que te tuvo frente a el en la oficina del JuSe.
_Por favor, explicame que pasó, exactamente., le pidió Qumi, con un inconfundible tono de súplica.

Nada raro e inusual había pasado en los instantes posteriores a que zarpara el buque aquel veintinueve de Diciembre /Nios número veintiocho y los tripulantes confiaban en llegar al reino de Mibiroq, en Alba del Oeste, dentro de tres semanas. Habiendo dadas por terminadas sus labores, concretamente un repaso de la documentación sobre la venta del buque al país de destino, Akduqu se había acostado en su litera, deseando poder dormir al menos cuatro horas, para recuperarse de la agotadora jornada. Apenas lo pudo hacer por unos pocos minutos. Un ligero silbido le indicó que debía permanecer atento y en constante alerta, pero no había sido la alarma, que habitual se usaba para transmitir tal o cual orden e instrucción, sino otra cosa, algo que Akduqu nunca había escuchado, probablemente ningún individuo feérico, y de lo que no tenía otro conocimiento más allá del que se proveyera con la lectura de libros de historia y los textos antiguos, los pocos de estos que quedaban a ese respecto, por más que esa información no hubiese sido nunca confirmada. "Los que el MEU no pudo encontrar ni destruir", fue su repentino pensamiento, en tanto se incorporaba y, con los pies descalzos,  agudizaba tanto como podía el sentido de la audición, para intentar captar donde estaba exactamente, en que parte del buque, la fuente de ese silbido. Sabía que los fuertes oleajes dando contra el casco y el consecuente movimiento de la embarcación implicaba que la mayoría de los hombres abordo, cuando no todos, no oyeran algo como eso, tan ligero como breve, el cual para ellos habría pasado inadvertido, pero no para Akduqu, pues su sentido de la audición era algo privilegiado. Una cualidad muy atípica que sin embargo ocurría, ya que el antecedente más cercano de un hada de los sentidos en su grupo familiar databa de hacía tres cuartos de milenio. "Son ilios", pensó, al cabo de esos cincos minutos que le tomó llegar desde la habitación (sus colegas marineros, seguramente, habrían asumido que no podía dormir a consecuencia de ese fuerte oleaje y, por supuesto, su relación sentimental con Qumi, la Cuidadora del JuSe, una mujer en extremo bella) hasta un compartimiento donde los tripulantes almacenaban esas enormes provisiones de alimentos y todo tipo de bebidas que consumían en los viajes. "Pero no por eso son estúpidos", reconoció, sabiendo que los ilios fácilmente podrían haber destacado un centinela en el pasillo que, camuflado - una técnica que desarrollaran, según ellos, por designio divino, y que les permitía pasar inadvertidos y evadirse de peligros superiores a sus capacidades -, advirtiera a los suyos, o bien que uno de ellos estuviera con la oreja pegada a la puerta. Así que, cuando estuvo a centímetros de girar en la esquina de ese pasillo, recurrió a la transformación, y, siendo una diminuta esfera de color lila, se coló por un ducto junto al techo que suministraba agua a todo ese sector del buque, confiando en que de esa manera podría llegar al compartimiento sin ser visto ni advertido por los ilios, no importaba cuantos fueran aquellos. Y, en efecto, después de estar moviéndose unos escasos metros por ese ducto de diez centímetros de diámetro, rogando que a nadie se le ocurriera en ese momento abrir alguna canilla, y evitando entrar en contacto con el agua, llegó hasta el compartimiento, un espacio de doce metros de frente por nueve de fondo por cuatro de altura, y lo que empezó a escuchar lo dejó congelado, el inicio de una conversación entre media docena de individuos machos de la raza ilia, con lo que se podía comprobar lo que con tanto esfuerzo los seres feéricos y cada una de las demás especies elementales estuvieron intentando hallar, haciendo los denodados esfuerzo para ello, desde hacía miles de años, quizás desde antes del bombardeo planetario. Akduqu necesitaba de refuerzos allí y en ese momento para capturar a los seis ilios e impedir que causaran alguna clase de daños en la embarcación, la totalidad de su contenido, incluídas las mercancías que se estaban exportando al reino de Mibiroq y, estaba demás decirlo, evitar que hirieran o mataran a uno o más de los ciento veinte hombres abordo. Akduqu no temía por su vida, ya que sabría que podría manejar una situación como esta, lidiar con los ilios en el buque y eventualmente borrarlos del mapa de un solo golpe. Al mismo tiempo, sabía que ir a buscar la ayuda de uno o más de los tripulantes y el capitán suponía delatar su presencia, por causa de la enorme velocidad a la que debería marcharse, haciendo el suficiente ruido como para alertar a los ilios, y además, de hacer tal cosa, con toda seguridad cuando estuviera de vuelta con los refuerzos, los ilios ya se habrían ido, posiblemente también abandonado la embarcación, y Akduqu, sabiendo cuanto lo lamentaría, se perdería cada palabra de la conversación que el tanto había esperado, tanto como cualquiera de sus congéneres y los otros seres elementales. De manera que hizo único que consideró viable, aunque a la vez impulsivo y poco prudente: quedarse inmóvil y en silencio en el ducto, cerca de la rejilla, un punto desde el que se hacía la limpieza por dentro, y escuchar con total atención cada cosa que dijeran los ilios, además de concentrarse en sus gesticulaciones y el tono que emplearan al hablar, consciente de que esa acción bien podría servir para solucionar este conflicto que se remontaba al período del bombardeo planetario, muchos milenios antes del Primer Encuentro. Luego lo comentaría detalladamente al capitán y los otros ciento dieciocho tripulantes y volverían sin pérdida de tiempo a la costa insular, a poco más de dos punto tres largos de la posición actual del buque. Llegado el caso, el mismo eliminaría a los ilios, si estos lo descubrieran, o los atraparía no bien hubieran dado por finalizada la conversación. Pensó en Qumi, la única Cuidadora que había actualmente en el planeta, en que de acuerdo a la óptica con que mirara la pondría en dificultades o le quitaría una enorme carga de los hombros (de cualquiera de las dos formas, la dama estaría sobre aviso acerca de este enorme e importante secreto de los enemigos eternos de las hadas), y no hizo más que quedarse estático, oculto, pero al mismo tiempo cerca de la rejilla, desde donde además de escuchar a los ilios los podía ver.
_En ese momento se terminó la parte fácil y llegó la difícil., rememoró Akduqu, junto a su amada en el suelo de la recámara.
_Valiente pero insensato - juzgó Qumi, todavía lagrimeando y temblando -. Coincido con eso de la importancia de oír la conversación, pero quedarte solo allí... Y después qué pasó?.
Ninguno de los dos tenía la noción del tiempo, ni sabían que en la superficie estaba a punto de desarrollarse una batalla que llevaba milenios de espera, ni si Eduardo y Lidia habrían encontrado la segunda caja de acero mágico. Ahora sólo existían ellos y nadie ni nada más.

Siempre había sostenido que era un mito surgido de la animosidad, creado y modificado según la persona que relatara la historia, con el paso de los años, para continuar con la campaña de desprestigio contra los ilios, surgida por primera vez en una fecha poco precisa, que oscilaba entre los cuatro y los diecinueve años previos al asesinato del par de guardias, uno insular y otro nimhuit, el evento trágico que motivara a Iris a dar los primeros pasos para la creación del Movimiento Elemental Unido. Apenas los más extremistas lo consideraron como algo real. Pero, con lo que estaba escuchando Akduqu desde ese lugar poco cómodo, el ducto que suministraba agua, al parecer, no había sido producto de la imaginación de tal o cual cantidad de personas que detestaran a los ilios con mayor intensidad o con menor. Era algo real. Las "Sesenta y cuatro verdades máximas" existían; un manifestaciones con cinco docenas y tercio de postulados con que los ilios empezaran un diseño a muy largo plazo para dominar los más de quinientos mil kilómetros de que formaban Iluria a su completa voluntad y con el puño de hierro, e incluso extender el dominio más allá de esas tierras a cualquier lugar del mundo en el que habitaran los ilios, lo que daba lugar a interpretaciones tales como aquella que indicaba que esos seres pretendían la dominación planetaria total. De haberse encontrado con la forma feérica, Akduqu se hubiese cubierto la boca con las manos al escuchar aquello, a consecuencia de la fuerte impresiones, y también para que no lo detectaran, con los insultos que de seguro hubiera soltado y contenerse, no soltar la ira que estaba surgiendo en el. No podía dar crédito a sus oídos. Los seis ilios en el buque estaban hablando de ese manifiesto con total naturalidad, dando por sentado que no los estaban oyendo y asumiendo que habían obrado acertadamente al haber trasladado la caja de acero mágico que los contenía a una nueva y, ellos creían, más segura locación. Los individuos de esta especie aislada, solitaria y cerrada creyeron encontrarse frente a un problema potencialmente mayúsculo y tuvieron que moverse rápido para salvaguardar, así lo comentó la media docena en el compartir del buque, todo lo que representaban, habiendo dado por sentado que este evento reciente bien podría eventualmente poner en serio riesgo no solo a una fracción de su civilización, sino a toda. El recipiente con las Sesenta y cuatro verdades máximas, tal era el nombre del manifiesto, estaba a salvo y fuertemente oculto - protegido - en un emplazamiento conocido como "el punto Eri", el lugar desde el que zarpara el contingente de una de las siete especies ilias que después del bombardeo recalaran en el oeste-noroeste centrálico. El Punto Eri era un espacio de tres kilómetros cuadrados cercano a la costa en el que un pequeño sector de cinco metros de frente por cinco de fondo por cuatro de alto a doscientos cincuenta de profundidad había sido el refugio para ese recipiente y su contenido desde hacía milenios, en el reino de Mibiroq, uno de los cinco países que formaban Alba del Oeste. Allí había estado desde los primeros días de la Guerra de los Veintiocho, cuando los ilios advirtieran que los combatientes del MEU no solo pretendían borrarlos a todos y cada uno de ellos del mapa, sino también destruir cualquier prueba y rastro de que alguna vez hubieran existido, y eso fácilmente podía incluir el manifiesto, si llegaran a enterarse que no era un mito, sino una realidad. El problema, o el susto, apareció para los ilios en los últimos minutos antes del mediodía del diecinueve de Septiembre (Clel número trece, en el antiguo calendario de las hadas), cuando los funcionarios de Mibiroq dieran por iniciadas las obras para construir una nueva aldea treinta kilómetros al este del Punto Eri, y se hizo realidad cien días después, a la media tarde del veinticuatro de Diciembre / Nios número veintitrés, al inaugurarse la aldea y llegar a ella sus primeros veinticinco habitantes, que conformaban seis familias.  Los ilios comprendieron que ya no era seguro ni tampoco prudente dejar el manifiesto allí, y eso sin contar que en el caso de que llegaran a descubrirlo, además, se expondrían como nunca ante la totalidad de los seres elementales, no solo las hadas, y saldrían a la luz dos de sus más grandes secretos: el hecho de que hubieran desarrollado en algún momento de su historia un sistema de escritura complejo y que poseyeran cierto dominio sobre las artes mágicas, dos aspectos que ellos siempre negaron y que los otros seres elementales, la mayoría al menos, feéricos incluidos, daban por sentado. No creyeron al principio en la posibilidad de que a alguien pudiera ocurrírsele que el manifiesto se encontrara allí, en caso de que confirmaran su existencia, pero después de presenciar (ocultos y a la distancia) como una de las familias llegadas a la flamante aldea armaba un picnic justo encima del acceso a esa recámara subterránea, a un cuarto de kilómetro de la superficie, reconocieron que tenían que sacarlo de allí a la mayor brevedad posible. Con eso, apenas pasaron dos horas hasta que se dieron cuenta que los lugares más seguros y mejor protegidos que existían eran los siete templos antiguos erigidos en la que era para ellos su tierra - Iluria - a modo de homenaje a las especies que recalaran en ella. Esos lugares estaban al doble de profundidad, justamente para proteger y preservar su contenido, cualquiera fuera este, de las hordas de infieles, como los ilios llamaban, aún desde antes del bombardeo planetario, a los otros seres elementales, particularmente a los feéricos, sus enemigos mortales, especialmente después de la Guerra de los Veintiocho. Había trampas caza bobos e incluso hechizos que podían impedir eventuales intrusiones y, llegado el caso, eliminar a quienes ingresaran. De la media catorcena, el templo de la subespecie Oi era el que destacaba para esta tarea, ya que se trataba del más alejado de cualquier población feérica y elemental y también de las viviendas solitarias, algo característico de las hadas. Sin haber pensado siquiera en estudiar el evento con el suficientes énfasis y detenimiento para evitar la comisión de uno o más errores, los ilios simplemente retiraron la caja de acero mágico a mitad de la madrugada del vigésimo sexto día de Diciembre / Nios número veinticinco y, habiendo recurrido a la tele transportación, una técnica que apenas dominaban unos pocos individuos de la especie, esos seis ilios (los que ahora estaban volviendo al reino de Mibiroq en la embarcación transoceánica) llegaron hasta el acceso al Oi-Kal, en el reino de Insulandia, habiendo asumido que como nunca sus vidas estaban corriendo el máximo peligro, porque eran altas, y muchas, las probabilidades de que fueran detectados por las hadas guardianas locales o cualquiera que los avistara en primer lugar. Colocaron el recipiente con su valioso contenido en una de las recámaras, la más alejada de las demás, instalando acto seguido nuevas trampas y comprobando que las ya existentes continuaran operativas. Con este nuevo objeto y los otros a resguardo, los ilios decidieron que se marcharían al día siguiente del reino insular en aquel buque que zarpaba a Mibiroq. Sintieron un miedo tan grande ante la posibilidad de que los hubieran detectado, o que lo fueran a hacer, que no quisieron usar nuevamente la tele transportación. Simple, los seis ilios se acercaron furtivamente al muelle y abordaron la embarcación en un momento en el que nadie le prestaba atención a las pasarelas, pues todos estaban concentrados en como uno de los operarios cargaba los últimos contenedores, en los marineros despidiéndose de sus familiares, en los agentes aduaneros y el capitán, que se ocupaban de los últimos trámites, y en como uno de los tripulantes continuaba afianzando su relación sentimental con la Cuidadora del JuSe. Después de unos minutos, el buque dejó el muelle, en medio de una ceremonia pomposa, pues los insulares no lo verían de nuevo - no podían ni imaginar la tragedia que sobrevendría -, ya que no solo los contenedores tenían como destino el reino de Mibiroq, sino también el transporte, que había sido transferido a la flota mercante de ese país. A buen resguardar y procurando permanecer constantemente inadvertidos, los ilios encontraron refugio en aquellos sectores que, supusieron, los marineros no visitarían con frecuencia durante el viaje, y, obvio, a su técnica del camuflaje. Llegó un momento, el veintinueve de Diciembre / Nios número veintiocho, cuando el barco se hallaba a dos mil trescientos cincuenta y dos kilómetros de la costa, en que el hambre pudo más para el sexteto que el sigilo y la prudencia, y eso los motivó a hacer uso de la tele transportación, pues escucharon varios pares de pies en movimiento en el lugar donde estaban y cerca de aquel, y dirigirse a la bodega de bebidas y alimentos, donde al aparecer produjeron un ligero silbido que fue detectado por uno de los hombres abordo.
_Eso es lo que están buscando Eduardo y Lidia en este momento, el manifiesto ilio?., llamó Qumi, no porque no hubiera entendido el relato de Akduqu, sino porque había quedado espantada al enterarse de lo que hicieran los ilios.
_Es como lo describí - afirmó Akduqu, que se estaba empezando a debilitar. No lo mencionó, para no asustarla ni entristecerla más de lo que ya estaba, ni tampoco quiso pensar en eso, porque aún tenía otras cosas para explicar y decir -. Los ilios trajeron esa caja con su contenido y decidieron volver a Mibiroq en el mismo buque que yo. Ellos no lo sabían, pero cada cosa que dijeron y cada gesto que hicieron fueron advertir por alguien, por mí. Solo con eso bastaría para hacerlos colapsar.
_Qué pasó entonces?., le preguntó Qumi.
_Un fuerte golpe - contestar Akduqu -, que golpeó el barco. Eso era lo único en lo que no había pensado cuando decidí colarme en el ducto, que esos vaivenes podían hacer que yo perdiera el equilibrio y que, por tanto, una luz lila asomara por la rejilla, lo que puso sobre alerta a esos seis ilios.

Instintivamente, la media docena se incorporó y alzó sus manos en dirección a la rejilla, indudablemente para hacer uso de otra de las cualidades, o habilidades, que las hadas y otros seres elementales desconocían que sabían ejecutar: la telequinesia. “Esto es definitivamente peor de lo que cualquiera podría suponer”, pensó Akduqu, sintiendo cierta presión ejercida sobre el. Evidentemente, la técnica no estaba tan desarrollada como en las hadas, porque el marinero, sintiendo como aquellos seis seres intentaban retirar la rejilla al mismo tiempo que lo estaban deteniendo, se dio cuenta que los ilios estaban haciendo los máximos esfuerzos para ambas tareas. El fuerte y violento oleaje, la persistente tormenta y algún que otro rayo y trueno eran lo que necesitaban, una ventaja, porque eso mantendría ocupados al capitán y los tripulantes, salvaguardando el buque y su carga, cubriría el ruido y eventualmente las voces en la bodega de alimentos y bebidas. Al final, los polizones, porque eso eran (tripulantes o pasajeros ilegales en una embarcación), consiguieron quitar la rejilla y no bien el marinero recuperara la forma feérica, listo para entablar la batalla e intentar capturarlos, uno de los ilios le dio un fuerte golpe en la articulación  de las rodillas que le hizo perder el equilibrio, golpeando el suelo con fuerza, y al ver como no alcanzó con e impacto para que perdiera el conocimiento, los ilios decidieron “acelerar el proceso” mediante una violenta patada en la base del cráneo de Akduqu. Todo había quedado a oscuras y en silencio, y cuando volvió en si descubrió que estaba otra vez en su habitación, en su litera, y los polizones conversaban en voz baja entre ellos, habiendo tomado la precaución de cubrirse la boca con las manos, y sin dejar de tener constantemente vigilado al marino, decidiendo que hacer, conscientes de que pudo haber escuchado cada palabras que mencionaran en la bodega y visto cada gesto, sumamente aterrorizados ante esa posibilidad. Atando cabos y especulando, concluyeron que el plan de Akduqu había consistido en mantenerlos vigilados y observarlos el tiempo suficiente, quizás la totalidad del viaje hasta Mibiroq, luego capturarlos y llevarlos ante el capitán del barco y los tripulantes, explicarles detalladamente cada cosa que hubiera visto y escuchado desde el ducto en la bodega. De ser así, de haber sido, todo cuando fueron y eran los ilios se vería seriamente comprometido, tanto como lo estuvieron en la Guerra de los Veintiocho, y probablemente más, ya que en esta oportunidad no se enfrentarían a una parte de los seres feéricos y elementales, sino a todos. Su civilización, sociedad, cultura, estilo o estilos de vida, religión e historia correrían el riesgo de perderse para siempre y figurar nada más en la memoria de los “infieles”. Y estos seis ilios estaban cien por ciento determinados a no dejar que tal cosa pasara, ni ahora ni nunca. No les llevó mucho tiempo, apenas unos pocos minutos, decidir que este marinero debía ser eliminado y, por las dudas, a cada uno de los hombres, así que uno de ellos extrajo un frasquito y de este un polvillo verdoso, al cual pronto estuvo esparciendo sobre la cara de Akduqu, particularmente en los ojos y la nariz. Inmediatamente, aunque permanecía absolutamente consciente de todo lo que estaba pasando, el marinero capturado sintió como iba perdiendo el control de cada una de sus funciones motoras, como si ese finísimo polvillo que involuntariamente había inhalado, y que también entrara a través de sus ojos, ejerciese sobre el alguna clase de control y le impidiese reaccionar, no pudiendo ni siquiera pestañar ni mover la cabeza a uno u otro lado. Estaba a merced de los ilios, y estos decidieron entonces llevar a cabo su siniestro plan, que diseñaron y pergeñaron mientras se movían con su prisionero desde la bodega hasta el dormitorio (ninguno tuvo problemas en explicarlo en voz alta, porque sabían a ciencia cierta que no podía reaccionar) y lo depositaban sobre la cama.  Habiendo con horror comprobado que por lo menos un hada estaba ya al tanto de que habían desarrollado un alfabeto de veinticuatro letras o caracteres, del dominio, grande o no, de algunas de las artes mágicas y de que dominaban también las técnicas de la tele transportación y la telequinesia, los ilios decidieron deshacerse de Akduqu empleando su propia fuerza y sus propios poderes contra el mismo, y de paso contra el resto de la tripulación y el propio buque. Uno de los polizones le transmitió al orden mediante la pronunciación con tono alto y claro de una única palabra: “¡Ataque!”, y sin que el pudiera hacer algo para evitarlo, dos esferas de energía aparecieron en las palmas del marinero y se perdieron fuera de la habitación, adonde se escuchaba a los hombres correr de un  lado a otro intentando estabilizar la embarcación y contener, intentarlo, esa entrada de agua, la cual había sido provocada por dos de los ilios, mientras los otros cuatro se ocupaban de trasladar al marinero capturado. Aquel par supo lo que estuvo haciendo: causar ese severo daño en la bo0dega de almacenamiento de materiales inflamables sería la manera perfecta de iniciar un desastre mucho mayor incluso al que ellos mismos esperaban, porque podrían destruir el buque, su carga y eliminar a los ciento veinte hombres al mismo tiempo con una sola acción. Las descargas que involuntariamente lanzara Akduqu dieron contra la línea de transmisión de combustible que corría entre aquella bodega y las calderas, las dos primeras, y otras tres docenas que impactaran en las partes vitales del buque, provocando que este e viera envuelto al instante en un incendio de proporciones gigantescas. Los marineros y el capitán, absolutamente alarmados y desesperados, tenían ahora un nuevo y potencialmente fatal problema al que hacerle frente. Ya no se trataba solamente de impedir que el agua se extendiera a los demás compartimientos, por lo pronto los que estaban junto al siniestrado, de sellar el hueco de aquel, de mantenerse a salvo y con vida ellos mismos ni de proteger las mercancías que transportaban, que a estas alturas habían perdido toda importancia. Debían ahora apagar ese incendio, eso era lo prioritario, pero era tan devastador e intenso que ni siquiera la persistente lluvia podía sofocarlo. Mientras tanto, en una de las habitaciones, los ilios dieron por finalizada su tarea. Con la embarcación incendiándose, decidieron tele transportarse al reino de Mibiroq, no sin antes asegurarse de cubrir su rastro allí plantando pistas falsas, las cuales consistieron en escamas de un enorme reptil marino, el humuvom, para hacer creer a los socorristas que uno de ellos había causado la tragedia, al menos el impacto que ocasionara la entrada de agua a raudales, convencidos de que el voraz incendio acabaría también con el hombre que escuchara la conversación, pues este era incapaz, hallándose todavía bajo ese control que ejercía uno de ellos, cuando pasó lo último que hubieran creído que pasaría. Akduqu tuvo un rapto de lucidez y con un único golpe envió a uno de los ilios al otro mundo, y casi pudo deshacerse de otro, de no ser porque los sobrevivientes comprendieron que ni siquiera era seguro dejarlo allí, esperando que el incendio se ocupara de el. Entendieron que debían marcharse ya mismo con el marinero y el cuerpo sin vida de su congénere, de vuelta al templo en el que dejaran el recipiente con su precioso e importantísimo contenido.
_Esa fue la verdadera causa de la tragedia del veintinueve de Diciembre / Nios número veintiocho de diez mil cinco – concluyó Akduqu esta parte del relato –, y los ilios fueron los culpables de todo – insistió –. Desarrollaron una pócima en base a unos hongos con la que pudieron ejercer ese control sobre mí y me usaron para eliminar a todos, destruir el buque y a las mercancías.
_Se lo del control., le dijo Qumi.
_¿Cómo?., se interesó Akduqu.
Y la Cuidadora del Hogar de la Tierra le mencionó unas pocas palabras acerca de los incidentes de diez mil doscientos cuatro, el de Eduardo, del treinta y uno de Mayo / Tnirta número once, cuando el y su novia decidieran dedicarle dos días a un campamento, y el de Zümsar, el dos de Diciembre / Nios número uno, cuando el se encontrara desarrollando su trabajo como arqueólogo urbano.
_Ahora que se que fueron los ilios, no se qué pudieron haber querido – reflexionó Qumi, pensativa –. Tal vez solo causar destrucción, pánico y sembrar el desorden y el caos.
No lo podía comprobar, pero cuando contara todo esto a tus congéneres, estos asumirían lo mismo. Respecto a lo otro, Qumi no tenía la fuerza suficiente para pronunciar oraciones y diálogos complejos ni extensos, porque la confusión que tenía en la mente era grande. Aunque lograra contener las lágrimas y los temblores, estaba convencida de que ambas demostraciones volverían, y de seguro lo harían cuando Akduqu estuviera desapareciendo, lo cual podría pasar dentro de cinco o seis minutos.
_Nunca pude liberarme del todo de ese control, pero al menos logré borrar del mapa a uno de los ilios… ya empezó – se sobresaltó, sintiendo un ligero temblor y tierra que caía al suelo, consecuente del movimiento. Arriba, en la superficie, los ilios habían empezado a atacar a los Cuidadores del Tep-Wo y la Casa de la Magia, y viceversa –. No pude saber otra cosa hasta que llegué al Oi-Kal, a esta recámara en la que estamos ahora. Me debieron dejar sin conocimiento.
En cinco minutos o seis, debería haber terminado su explicación, y, como sabía, el relato de lo que ocurriera desde que advirtiera la presencia de seis ilios en el barco hasta que abriera los ojos y se encontrara en el templo subterráneo había sido la parte fácil. Estaba absolutamente convencido de que lo que seguía destrozaría anímica, espiritual y emocionalmente a Qumi, pero, al mismo tiempo, tenía la seguridad de que, pasado este lapso, la Cuidadora estaría libre de esos problemas, y esto estaba relacionado con lo que hicieran los ilios hacía doscientos años.
_¿Te habrán aplicado otra dosis de aquella pócima?., aventuró su compañera.
Ella también había sentido como empezaba la batalla en la superficie, y entendió que la situación había empeorado. En seis minutos, debería haber podido resolver todo el misterio, y Eduardo y Lidia hallado la caja de acero mágico con el manifiesto.
_Y una particularmente potente – contestó Akduqu, sintiendo como su cuerpo ya había iniciado el cambio. Estaba irremediablemente pasando al estado gaseoso, y eso provocó la alarma en el. No le temía a la muerte, sino a la posibilidad de desaparecer sin haber podido explicarle a su alma gemela todo lo ocurrido en la hora posterior a que recobrara el conocimiento –. Ahora, Qumi, quiero hablarte sobre otra cosa, y te pido que no interrumpas y escuches totalmente concentrada. Es verdad que no lo vas a recordar después, pero se trata de la más evidente prueba del doble discurso de los ilios.
_¿Cómo que no lo voy a recordar?.
Pero ya era tarde, pues Akduqu había empezado a  hablar.

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_Todavía nada – lamentó Eduardo, revolviendo el contenido de una caja, observando solo elementos religiosos de la subespecie Oi. La falta de resultados positivos lo llevó a aventurar –, ¿no se habrá equivocado Akduqu?.
El y su colega del Vinhuiga llevaban un buen rato registrando la recámara y no hallaron rastro alguno de la caja de acero mágico. Si, en cambio, pruebas de que los ilios eran mentirosos que durante milenios engañaron a las hadas y otros seres elementales haciéndoles creer que despreciaban a cada una de las artes mágicas, porque, entre todos los elementos, la nena híbrida encontró un frasco con una docena de piedras oculares y una serie de pocillos con sustancias que eran idénticas a las que se usaban en la COMDE y LAMISE para la elaboración de hechizos complejos. “Los tenemos”, había celebrado Lidia, al momento de enseñarle los pocillos a Eduardo.
_Ahora podemos demostrarlo – se alegró –. Con esto, que tiene cierto conocimiento y dominio sobre la magia, con lo que hallamos en las otras recámaras que roba, con la cantidad de trampas que intentan ocultar algo… quien sabe que más vamos a encontrar. A propósito – llamó, no pudiendo (ni queriendo) resistir el impulso de otro aperitivo, con aquel insecto que, desprevenido, pasó cerca suyo – si solo en uno de los templos encontramos todo esto, ¿Qué podríamos hallar si los registráramos a todos?. Creo que valdría la pena.
_Serviría para espejar las pocas dudas que pudieran quedar después de nuestra “expedición” al Oi-Kal – dijo el Cuidador del Templo del Agua, no pudiendo menos que admirar la valentía de la hija mayor de Kuza y Lara. No había demostrado arrepentimiento ni temor al entrar a este templo, y ya estaba pensando en los otros seis –. Pero se que nos van a quedar, porque con todo lo que vimos, descubrimos y encontramos en este lugar nos alcanza y sobra. Con razón los ilios estaban aterrados. Todo esto, sumado a la presencia de Akduqu… ellos mismos cavaron sus tumbas.
_¡Eduardo, cuidado!., advirtió la híbrida.
No hubo trampas ni ningún otro peligro pero si una cantidad sustancial de tierra y polvo, que se acumularan durante años y décadas, que se vinieron abajo a consecuencia de un leve temblor. Evidentemente, concluyeron los Cuidadores, en la superficie había empezado el primer enfrentamiento de esta nueva guerra. Kevin y marina estaban luchando y eso significaba que los Cuidadores en el templo se tenían que apurar.
_Espero que sean capaces de resistir un poco más sin nuestra ayuda – deseó el marido de Isabel, revisando el contenido de otra estantería –. No se cuándo vamos a hallar esa caja, si es que sigue acá… si es que sigue en el Oi-Kal. Y Qumi está ocupada en este momento. ¿Cuál es tu opinión, Lidia? – le preguntó, en tanto, con un brusco batir de sus alas, barrió con el polvo de todo lo que tenía frente a su persona, dejando una débil y grisácea nube flotando en el aire –, ¿creés que exista por lo menos un compartimiento oculto en esta recámara, las otras, o tal vez en los pasillos?.
Lo del batir, reconoció, fue un error, porque ahora el y la nena estaban tosiendo y se les había dificultado todavía más la visión.
_Seguro que si – apostó la Cuidadora –, pero confío en el novio de Qumi. El estuvo acá los últimos dos siglos, ¿no?, así que su conocimiento es incuestionable, aunque haya estado confinado a esa caja. Es lo mismo que me contó Seuju hace un año. Vio cada cosa que pasó desde que quedó ese remanente suyo en la dirección del JuSe. Ya se que Akduqu no vio a los ilios esconder la cada, pero los escuchó hablar sobre eso… creo. Como sea, me parece que igual podemos demostrar lo tramposos que fueron y son los ilios.
Eduardo sonrió.
_¿Tramposos?., repitió.
El tenía una variedad de palabras más fuertes que esa para describirlos.
_mi mamá y mi papá no quieren que diga groserías hasta que sea más grande – explicó Lidia, encogiéndose de hombros – por eso lo de tramposos. Pero es cierto. Todo lo que nosotros y Qumi encontramos serviría para hundir a los ilios. Las cosas que robaron a las hadas, por ejemplo, o esas piedras oculares, o las cosas para hacer hechizos… ¡ o esto!.
Pequeñas ilustraciones que mostraban escenas de la cultura vampírica, en blanco y negro, cayeron al suelo cuando ella movió algunos de los cacharros de una repisa. Lidia las tomó todas, guardándolas en uno de los bolsillos de la camisa y decidiendo que no bien hubiera vuelto a Plaza Central se lo contaría a los funcionarios del Consejo de Relaciones Elementales, el organismo con competencia en estos asuntos, a su padre y posiblemente también a los dirigentes de la CoVaCen, la “Comunidad Vampírica de Centralia”, que nucleaba y representaba a los individuos de esa especie, el cual tenía su sede en la capital del reino de Nimhu y cuyo directorio tenía nueve miembros, uno por cada país del continente. “Los vampiros toleran menos que las hadas los robos”, dijo, incluyendo, por el tono que usara, a los híbridos nacidos en parte de ellos.
La verdad es que si se quisieran recuperar cada una de las cosas que robaron los ilios tendría que venir una cuadrilla muy bien equipada, o volver nosotros con más de uno de esos recipientes mágicos – observó Eduardo, sin dejar de registrar minuciosamente el entorno –. Con lo que recuperamos ahora, incluidas esas monedas que se quedó Qumi y las ilustraciones de la cultura de los vampiros, nos alcanza y sobra para demostrar que estos seres son amigos de lo ajeno.
_Que mal para ellos, esto no se lo van a dejar pasar – agregó Lidia, que motivada por la esperanza, dijo –. Supongo que es cuestión de unos pocos minutos para que les causemos el más devastador golpe que alguna vez hayan recibido. Tenemos que duplicar o triplicar el esfuerzo, Eduardo, y encontrar esa caja. Nos necesitan en la superficie.

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_¿Preparada?., preguntó Kevin.
_Preparada., contestó Marina.
Aunque sabían que uno solo podía eliminar a varios ilios antes que uno de estos hubiera conseguido ponerle un dedeo encima, no por eso iban a confiarse, mucho menos descuidarse. Iban a atacar con todo desde el principio, máxime ahora que advirtieron que eran muchos más de los que habían calculado en un principio. Repararon en que la cantidad de pasos, el ruido y el movimiento entre la vegetación proveniente de todas las direcciones daba cuenta de al menos siete centenas de individuos ilios que se acercaban, y en dos o tres minutos, cuatro como máximo, estarían a la vista.
_Sin embargo, me gustaría hacer un planteo., quiso la Cuidadora del Santuario del Viento.
La capa de plumas que cubría su cuerpo, llegado el momento, sería un escudo que podría repeler sin problemas las flechas, lanzas u otras formas de ataque que aplicaran los ilios, debido a su resistencia.
_¿Cuál es?., se interesó su colega.
Este, cruzado de brazos, no dejaba de mantener la vista fija en el horizonte, girando su cabeza en ángulos más o menos pronunciados, intentando deducir cuáles serían los primeros atacantes en quedar visibles.
_Yo no tengo ningún problema en pelear, Kevin. Lo espero, de hecho. Estoy preparada para eso, y no es para menos, con los ejercicios físicos y el entrenamiento en el Tep-Wo – al final, Marina hizo el planteo –. Pero, si llegado el caso, tuviera que…
_si – aseguró Kevin –, lo mismo que yo.
Matar a un ilio o más.
_Eso me asusta – pensó la dama en voz alta –. No porque tenga miedo de las posibles represalias, porque si es por eso y los ilios vienen por mi les voy a hacer frente, eso no lo dudes. Pero yo… se que van a quedarme secuelas si tuviera que eliminar a un ser elemental, no importa que se trate de un ilio.
_Yo pienso que con eso mi caso no va a ser tan diferente al tuyo – coincidió Kevin –. pero no nos podemos evadir de esto ni dejarnos vencer, marina. Los ilios no van a tener dudas ni reparos a la hora de intentar asesinarnos.
Aun con este nuevo problema dando vueltas en sus mentes, el par de Cuidadores no se amilanó ni retrocedió. Cada uno de los dos empezó a observar en direcciones diferentes, para tener una mejor cobertura de los alrededores. Entonces, en un momento dado, una bola emergió a gran velocidad y altura desde la espesura, dando con brusquedad a alrededor de diez metros de donde se encontraban las hadas, quienes ante esto advirtieron que los ilios habían traído consigo una catapulta. Mirando la carga (una mezcla de piedras de diversos tamaños, elementos cortantes y “desechos” de animales, entre otros elementos), que se había esparcido con el impacto, Kevin y Marina volvieron a afirmar que los ilios estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de mantener s salvo todo lo que representaban, y eso incluía sus secretos. Lo que sea que hubiera en el templo subterráneo bien valía las vidas de cada uno de estos seres feéricos y no iban a permitir que tomaran o alteraran algo, ni, asumieron los Cuidadores, que se supiera por qué habían emprendido esa misión tan peligrosa cuyo objetivo era asesinar a Qumi. Y eso incluía traer este “armamento pesado” consigo, tres catapultas, porque los Cuidadores pronto vieron un trió de lanzamientos. Esta vez fueron objetos esféricos en llamas, los cuales cayeron alarmantemente cerca.
_Están corrigiendo la trayectoria., advirtió Marina, quien tuvo que recurrir a una descarga para interceptar el quinto lanzamiento y destruirlo en el aire, llevando fragmentos en varias decenas de metros a la redonda.
_Muy bien, ahora es nuestro turno., asumió Kevin, atacando a la vez que los primeros ilios, cinco individuos, se hacían visibles.
Estos seres, que rondaban el metro setenta, llevaban arcos, apuntándolos hacia adelante con total firmeza, y tenían estuches en la espalda repletos de flechas. El Cuidador de la Casa de la Magia dejó que atacaran primero, interceptando las flechas, que, apreció, estuvieron dirigidas a su cuello y corazón, y devolviéndoselas a los atacantes, dándole a uno de ellos en el bajo vientre y tumbándolo. Los gritos de dolor hicieron enfurecer a sus congéneres, que invadidos por la furia se abalanzaron velozmente, y no bien traspasaron el perímetro de piedras, Marina los envolvió en una ráfaga de viento, expulsándolos violentamente por al aire de vuelta hacia la selva.
_Nada mal, nada mal – la elogió su colega, con aplausos –. Lástima que no tengamos tiempo para alegrarnos ni relajarnos. Allí vienen más.
En efecto, otros ilios salieron de la espesura. Eran cuatro decenas y todos dispararon lanzas y flechas al unísono. Los Cuidadores se enfrentaron entonces a ese problema moral. Podían eliminar a cada uno de los atacantes con un esfuerzo mínimo o nulo, pero les preocupaban las consecuencias psicológicas que esa acción podría dejarles. No importaba que el artesano-escultor insistiera con que los ilios no dudarían en usar la fuerza letal, ni tampoco que dijera que tal vez fuera lo único que pudieran hacer para mantenerse vivos. Tendrían ese “impedimento” aun cuando hubieran de empezar a abatir a los enemigos.
_Espero que Eduardo, Lidia y Qumi no tarden mucho., deseó Marina, lanzando una pequeña descarga para dispersar a ese frente de ilios.
_Estoy de acuerdo con eso  - coincidió Kevin – Aun con lo poderosos que somos, no los vamos a poder contener por mucho tiempo… aun eliminándolos a medida que vayan apareciendo.

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_Esto no va a resultar sencillo para vos, ni tampoco para mi., dijo Akduqu.
_¿Por qué?., le preguntó Qumi, tan desconcertada como desesperada.
_Por lo que los ilios hicieron aquel día para preservar sus secretos.
Hablando unas pocas palabras entre ellos para solucionar los detalles, los ilios hicieron, quizás por primera vez en presencia de un hada, uso de las artes mágicas. Sabiendo que su rehén no podía reaccionar ni hacer otro movimiento más que aquel con las pestañas, no tuvieron reparo alguno en decir, en su presencia, que harían algo, un tipo de magia, que ellos bautizaron con el nombre de "desfragmentación". Con palabras y sonrisas perversas, y satisfacción por haber impedido que sus secretos salieran a la luz, hablaron acerca de un poderoso hechizo desarrollada por ellos mismos después de décadas enteras de investigaciones ultra secretas, que implicaba efectos tan extraños como definitivos. Básicamente - el marinero relató a Qumi palabras que escuchara pronunciar a los ilios -, una vez que se aplicara, dicho hechizo podría hacer que un recuerdo en particular desapareciera completamente no solo de cualquier registro escrito que pudiera existir, sino también de la memoria individual y colectiva. Como se trataba en este caso de un ser feérico, era imprescindible que el polvillo, uno de los componentes del hechizo, entrara al organismo a través de las fosas nasales y los ojos. Esa acción, sumada a la pronunciación de un conjuro, el otro componente, provocaría que todos los recuerdos de la vida y obra de la víctima, todo cuanto esta hubiese representado, fuera desapareciendo paulatinamente.
_Por eso es que casi nadie sabe algo de vos., advirtió finalmente la Cuidadora del Hogar de la Tierra, vuelta nuevamente un mar de lágrimas y presa de la desesperación, sabiendo que de un momento a otro Akduqu desaparecería y ella también lo olvidaría.
En el curso de los últimos doscientos años, habían estado desapareciendo, tanto figurativa como literalmente, todos los recuerdos del marino y su obra. Tan poderoso resultó ser este hechizo que desarrollaran los ilios (estos se asombraron incluso por su formidable creación) que incluso la imagen de Akduqu, su aspecto físico y señas particulares, fueron perdiéndose. A tal punto fue efectiva la "desfragmentación" que con el paso de los años y las décadas fueron cada vez menos quienes recordaban que en un tiempo, durante poco más de un cuarto de siglo, hubiese existido un hombre llamado Akduqu, y en su lugar de nacimiento, Barraca Sola, se encontraba una vivienda poligonal, a poca distancia del centro de ese barrio, que llevaba dos siglos desocupada y la mayoría de los habitantes ya no conocía a quien había sido su último ocupante. Los que si lo sabían apenas tenían recuerdos difusos y de un valor muy escaso, de modo que cuando se disponían a hablar sobre ese asunto, la confusión aumentaba significativamente. Los ilios sabían que ese hechizo no se detendría allí, pues todo indicio de que este individuo feérico del sexo masculino una vez hubiera existido desaparecerían incluso de los registros y archivos públicos, tal como las actas de la Dirección de Identidades. "Nunca exististe", dijo uno de los ilios a Akduqu, antes de pronunciar el conjuro.
_Es magia oscura y maligna, la peor de la que haya tenido y tenga conocimiento., dijo el marinero, sintiendo como empezaba a desvanecerse.
_Ahora lo entiendo., tradujo Qumi.
Entendió por fin por qué le daban esas contestaciones que poco ayudaban a tranquilizarla. Cuando ella le estuviera preguntando a sus congéneres y a otros seres elementales por Akduqu, la mayoría de las respuestas, por no decir todas, llegaban cargadas de desconcierto y confusión. Muchos aseguraban no haber conocido alguna vez, en persona, a través de relatos o con tal o cual registro escrito, a un marinero mercante que se llamara así y que hubiera perdido la vida en la tragedia del veintinueve de Diciembre / Nios número veintiocho de diez mil doscientos cinco. Aseguraron con total convencimiento - esto a la larga terminó por convencer a los ilios de lo exitoso que había sido el hechizo de desfragmentación - que únicamente hubo ciento diecinueve hombres en aquel buque, y no ciento veinte.
_Es una confusión enorme, lo se, pero es lo que pasó aquel día en este templo - afirmó Akduqu, convencido de que debía poder resistir un poco más antes de desaparecer por completo -, y creo que la única manera de saberlo con todos los detalles sería preguntando directamente al respecto a los ilios.
Aún debía explicarle dos cosas a Qumi. Una de ellas era la transmisión de aquel críptico mensaje, lo cual explicaría por qué los ilios intentaron matarla, y la otra era la razón por la que la Cuidadora había dejado de ser una estatua de vulcanita.

Comprendiendo el peligro tan grande al que se enfrentaba, y la posibilidad incluso de desaparecer de la memoria de los individuos de la suya y de las otras razas elementales, el marinero insular aplicó el último recurso que le quedaba, depositando en ello sus escasas fuerzas, porque desde que le aplicaran por primera vez aquel control mental en el buque, cuando lo descubrieran espiando.  Sabía que el tiempo de que disponía no era mucho, y que los ilios lo matarían no bien hubieran concluido la aplicación de ese hechizo de desfragmentación, Akduqu, instintivamente, decidió recurrir a la comunica mental, decidiendo que el destinatario sería su otra mitad, la Cuidadora del Hogar de la Tierra. Había perdido la noción del tiempo, ni tenía idea de cuánto pasara desde el hundimiento de la embarcación transoceánica, y no podía saber dónde estaría Qumi en este momento. Lo único seguro para el era que su estado de nervios, sus pensamientos y sus emociones serían un desastre, al igual que todos los parientes y amigos de cada uno de los fallecidos en aquel trágico accidente, que ahora sabía que había sido algo intencional. Al final, al cabo de unos cuantos segundos, halló a su amada con los brazos y las manos en un rompeolas en el reino insular, mirando un punto en el horizonte, esperanzada y confiada en que Akduqu volvería a su lado.  Sin perder un instante, este pronunció el nombre de la Cuidadora y de inmediato obtuvo su atención, a lo que Qumi respondió con aquella pregunta ("Es que acaso no lo escuchan?") a las hadas que reaccionaron con desconcierto, creyendo que estaba perdiendo la razón, a medida que iba viendo y advirtiendo los gestos que le hiciera Akduqu. Para el momento en que comprendieron lo que estuvo haciendo, los ilios concluyeron la aplicación de su definitivo e innovador hechizo, y vieron con un terror inmenso como, pese a todo lo que hicieron, a todas las precauciones que tomaron, continuaba estando presente la posibilidad de que aquello que tanto buscaban mantener en secreto saliera a la luz, y, mientras con otro hechizo se las ingeniaban para meter a Akduqu en una caja de acero mágico, entendieron que la Cuidadora del JuSe tenía que ser eliminada a toda costa. Una tarea en extremo compleja y difícil por la que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas, sabiendo todo lo que estaba en juego. Para su sorpresa y desconcierto, pero principalmente para su fortuna, no tuvieron que hacer absolutamente nada y vieron como la propia Cuidadores lo hizo por ellos, al decidir transformarse en una estatua de vulcanita y proclamar que permanecería en ese estado hasta que su otra mitad estuviera nuevamente con ella. Al final, aquella jornada de seis días, los ilios tuvieron un éxito aplastante y no tuvieron que volver a preocuparse porque sus secretos salieran a la luz.
_Hasta la madrugada del cuatro de Enero / Baui número cuatro de este año - remarcó Qumi, contenta por el hecho de que las respuestas que había venido a buscar sirvieran para atenuar en parte esa enorme conmoción. Seguía muy compungida y deprimida ante la idea de que en pocos minutos su amado desaparecería y su nombre, obra e imagen serían olvidadas -. Por eso es que cuatro de ellos intentaron matarme. Al final fracasaron, y ahora lo podemos demostrar. Podemos exponerlos ante todos y... - se detuvo en seco, sabiendo que se había equivocado con eso. Era tan confuso y misterioso que no podía advertir lo que seguiría. Excepto esto, por lo que añadió -... No podemos, cierto?. Quiero decir, si vos desaparecés ahora, o dentro de unos minutos... lo podrían hacer todos los rastros de lo que hicieran los ilios aquel día. Eduardo, Kevin, Lidia, Marina y yo vinimos a este templo para nada.
_No - la contradijo Akduqu -, solo yo voy a desaparecer - y le contó lo que el creía que iba a pasar -. De alguna manera vos descubriste que en este lugar, el Oi-Kal, se hallaba un secreto sensible de los ilios, posiblemente las Sesenta y cuatro verdades máximas. En su momento, hace dos siglos, te emocionante tanto que involuntariamente te transformaste en una estatua de vulcanita. Por qué pasó eso no se, sos la única que tiene la respuesta. Allí, los ilios creyeron que el peligro, el terror a ser descubiertos y cada amenaza a su cultura, historia y sociedad simplemente desaparecieron. Al menos, así fue hasta hace unos pocos días, cuando te recuperaste.
Para Qumi era una historia loca e inverosímil por donde la mirara. Tal vez porque conocía la verdad, pero no veía como aquello que le dijera Akduqu podía convertirse en la versión oficial (la realidad) de lo ocurrido, de como el ataque de los ilios, que se cobrara la vida de ciento diecinueve o ciento veinte hombres.
_Puede ser que poco o nada de eso importe esa confusión en torno a esto? - interpretó la Cuidadora, consciente de que todo cuanto estuvo pasando sería olvidado y que, en lo referente directa e indirectamente a ella, una nueva historia sería forjada para los últimos doscientos años. Tal vez fuera aquello que dijera Akduqu -. El rey de este país me estuvo leyendo la mente para intentar descubrir por qué los ilios quisieron asesinarme. Supongo que eso que averiguó también se va a perder... Bueno, no importa, si nada de esto pasó. Lo único que no me gusta, porque no lo deseo ni quiero, es olvidarte. Aquellos días que pasé con vos estuvieron entre los mejores de mí vida, me hicieron (hiciste) muy feliz.
_Tampoco lo quiero ni deseo yo, eso te lo aseguro - coincidió Akduqu, no sintiendo ya el peso de su cuerpo. Se le estaba terminando el tiempo y aún le restaba la última explicación, que, nuevamente, era una interpretación suya. La otra razón por la que no debían perder el tiempo era que los ilios estaban arriba y que los colegas de Qumi necesitaban refuerzos -, pero es lo que va a pasar, desafortunadamente. En todo caso, mirale el lado bueno. No vas a recordar nada, y por tanto no vas a sufrir ni entristecerte. Además, sea con la historia que conocéis o con la que va a forjarse, hallamos la manera de destruir social y moralmente a los ilios, que es lo que las hadas venimos buscando desde el bombardeo planetario - advirtió que la guerra se había dado cuenta de lo que estaba pasando, por lo que decidió no desperdiciar un instante -. Qumi, queda un último misterio por resolver, o explicar, y me gustaría hablarte sobre eso.
Y lo hizo, sabiendo que sería tan increíble como lo demás, o quizás más, ya que se trataba de algo vinculado directamente a la dama, algo no pensado ni dispuesto, mucho menos imaginado, doscientos años atrás. "Te escucho", dijo ella, preparando sus sentidos. Cuando las hadas del elemento tierra aplicaban esa técnica, la de transformar en piedra (cualquier clase) a otra cosa e incluso a un ser vivo, había una condición que ellas mismas ponían para finalizar dicha técnica, a veces más compleja y a veces menos, que estaba siempre relacionada con el individuo que la aplicara. En el caso de Qumi, esa condición había sido que su compañero sentimental estuviese reunido otra vez con ella. Así, pasaron uno atrás de otro los dos siglos y allí continuó estando la estatua de vulcanita, firme observando en dirección al horizonte e invulnerable, habiendo soportado todas las condiciones atmosféricas y climáticas, los cambios geológicos y geográficos, una guerra en la que participó Insulandia y todos los cambios en el entorno. "Hasta que ese momento llegue...", recordó la Cuidadora aquello que proclamara, su condición, al instante de aplicar sobre su persona la técnica. Al recuperarse y encontrarse en la costa de una playa que no estuvo allí doscientos años antes, y detectando apenas un remanente del inmenso rompeolas, su reacción inmediata fue mirar en todas las direcciones en busca de Akduqu, no detectándolo por ninguna parte. Pensó que debía encontrarse cerca, y ya lo buscaría, esa era su meta en el corto plazo, pero entre tanto averiguaría por qué había aparecido el símbolo de la tierra en su frente. "Más Cuidadores", dijo en su mente, advirtiendo debido a la intensidad de la señal que, fuera uno o varios, debía o debían estar cerca. "Tu condición se cumplió", intentó tranquilizarla Akduqu. Sabía que Qumi no entendería una palabra con esa feas ni siquiera esforzándose al máximo, de manera que fue directo al asunto. Sabiendo que su tiempo se continuaba reduciendo (advirtieron que la voz de Akduqu se estaba escuchando más baja), le dio la respuesta al último misterio: las razones que condujeron al resurgimiento de la Cuidadora del JuSe. "Apareció la misma noche en que despertaste" - empezó a explicar -, "pero no fui yo, no pude haber sido. Pero tu amado si estuvo allí". "No es posible eso...", reaccionó la Cuidadora, abriendo los ojos y respirando entrecortadamente. Esas palabras terminaron por desconcertarla, si algo le faltaba a eso. Ambos sabían que eran el uno para el otro y las primeras respuestas verbales y gestuales de Qumi apuntaron a que no creía nada de aquello, a que Akduqu le estaba jugando una broma para intentar animarla. No podía haber otra explicación. "Este no es el momento" - dijo, otra vez con lágrimas, y exigió -, "quiero la verdad y rápido".

_Puedo darte su nombre - indicó el marinero. En los dos o tres minutos, el calculaba que no tenía más que eso -. "Lo vi, Qumi. Vi cuando te tocó. En realidad, te rozó, y fue algo accidental. Fue un malo e involuntario movimiento de su madre, y con eso hubo un contacto muy breve, de menos de un segundo, diría yo, entre el y vos. Con tu hombro izquierdo, sí vi bien, cosa que no me es fácil, desde donde estoy".
_Cómo... qué significa eso? - la Cuidadora no podía creer lo que escuchaba. Era, de todo lo que había dicho su otra mitad, lo más insólito -. Pero si vos fuiste y seguís siendo mí verdadero amor. Tiene que haber otra explicación, Akduqu. Eso último que dijiste no puede ser cierto y...
Aún con el desconcierto tan grande generado por esas últimas palabras del marinero, pudo escuchar una exclamación proveniente de otra de las recámaras, lo que le indicó, también al hombre, que los Cuidadores del Vinhäe y el Vinhuiga habían al fin encontrado la caja de acero mágico con el manifiesto, y los temblores esporádicos indicaban que los de la Casa de la Magia y el Tep-Wo estaban esforzándose más que antes por contener a los ilios.
_Eso no voy a discutirlo porque fue y es la realidad, pero considerando el hechizo de amor, nuestro romance, todo lo que sentimos y nos profesamos mutuamente también va a ser olvidado - la voz de Akduqu era cada vez más baja y había advertido, no sin horrorizarse, que ese tono cada vez más claro en sus pies (estaba descalzo) y manos, casi transparente, de que su tiempo se estaba terminando. No debía tener más de dos minutos -. Qumi, para mí fue un honor y un orgullo haberte conocido y compartido aquel romance con vos. Los mejores días de mi vida, si tengo que ser franco. Pero eso, para mala fortuna de los dos, va a caer en el más absoluto de los olvidos y... nunca existió - el marino estaba empezando a desaparecer, si iba a hablar debía hacerlo ya -. Un día se va a convertir en un hombre, y cuando llegue la edad suficiente van a encontrarse. Y esto también vas a olvidarlo. No vas a saber que ese bebé es tu otra mitad hasta que llegue ese momento. Cuando se encuentren, van a saber por instinto que fueron hechos uno para el otro.
Desde que se recuperara, Qumi solo supo de un bebé que tuviera contacto con ella esa madrugada. Incluso lo tuvo por unos momentos en sus brazos.
_El hijo recién nacido de Iulí y Wilson... Ibequgi? - reaccionó, con la incredulidad que esa información ameritaba -. Eso no es posible, Akduqu. No puede ser que un recién nacido se vaya a convertir en...
_Lo es, te lo aseguro.
Y así, sin más, Akduqu desapareció, habiendo tenido el tiempo suficiente para una última demostración afectiva, al posar sus manos en las mejillas de la Cuidadora e intentar besarla, pero para eso era ya muy tarde. Lo último que Qumi vio fue la cara del marinero con un enorme gesto de felicidad y la amplia sonrisa... antes de que su mente quedara momentáneamente en blanco y obstruida. Cuando recuperó la conciencia, se preguntó por qué estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas, con lágrimas en los ojos y esas prendas masculinas frente a su persona. Ni era el tiempo para eso, ni tampoco el lugar. Debía apurarse y hallar el manifiesto, tal como lo descubriera dos siglos atrás. Aquello que involuntariamente la transformara en una estatua de vulcanita y la razón de que los ilios se hubieran colado sin ser detectados en la Ciudad Del Sol y casi llegado a su centro neurálgico. Incorporándose, vio aparecer a sus colegas, visiblemente emocionados y llevando Lidia una caja en sus manos. Con ver eso, la Cuidadora del Hogar de la Tierra comprendió que la misión de exploración en el Oi-Kal había terminado como lo esperaron: de forma exitosa.

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_La encontramos! - exclamó Eduardo, cediendo el paso a la híbrida al entrar a la recámara -. Al final, era cierto eso de que podían haber compartimentos ocultos en este lugar. Esta caja estaba en el hueco en una pared detrás de una pila de artefactos ilios que... Qumi, qué pasó acá?.
Porque estuvo viendo cómo se secaba las últimas lágrimas, y acto seguido esa ropa en el suelo. La Cuidadora terminó de incorporarse, recuperó su bastón y contestó:
_Nada de lo que vi acá, de lo que los tres encontramos hasta que nos separamos me hizo feliz ni puso de humor. Sencillamente, los ilios son la escoria del mundo, Eduardo. Vinieron robando y cometiera todo tipo de tropelías a nuestras espaldas, y tenemos las pruebas, incluido esto - señaló la ropa masculina, a la que guardó en el cilindro mágico -. Encontré este uniforme de marinero escondido entre todos estos elementos y... no se, me pareció que tenemos que llevarlo a Plaza Central de vuelta con nosotros.
_Pero ahora los tenemos, no solo con todas las cosas, sino también con esto - indicó Lidia, poniendo la caja después del uniforme, en el cilindro -. Tenemos que salir ya mismo. Nos necesitan allí arriba.
Los temblores dieron cuenta de la batalla que estaba teniendo lugar en la superficie. Una multitud de ilios debía estar intentando desesperada y enconadamente de recuperar el control de uno de sus lugares más importantes y emblemáticos, pero, por supuesto, Marina y Kevin eran oponentes mucho más poderosos y estaban cumpliendo su tarea al pie de la letra.
_Dejemos la caja y el manifiesto para más tarde - quiso Eduardo, sabiendo que eso no era lo urgente ahora -. En este momento hacemos más falta en la superficie.
Y, sin demorar un momento, se precipitaron a la carrera. En cuestión de segundos se unirían a la pelea.

Apenas asomaron a la superficie rebosante del verde césped, se encontraron ante un auténtico caos, todo un descalabro, que incluía como escena más fuerte la decena y media de ilios fallecidos a varias distancias del hueco que excavara Kevin; además había decenas de lanzas, flechas y otras armas similares esparcidas en ese inmenso terreno delimitado por las piedras, focos de incendio más bien pequeños, otro tanto de ilios que, heridos, buscaban ponerse a salvo, sin renunciar a su misión de reconquistar el templo y eliminar a las hadas; hasta había rocas y otros materiales, algunos humeantes, que evidenciarse que allí estuvieron al menos seis monstruos mï-nuqt. La batalla era, en una palabra, intensa. "Es un desastre", opinó Qumi acertadamente, a la vez que lanzaba una descarga de energía, un rayo de color rosa desde la palma derecha, que detuvo en seco a un ilio y lo mandó a varios metros de distancia. "Estoy de acuerdo", convino Eduardo, observando como aquel monstruo alado y cubierto de plumas blancas en que se transformara Marina usaba las enormes y filosas garras de las patas para sujetar a otro de los ilios y lanzarlo con fuerza contra tres de sus congéneres. Estando más concentrados en este panorama a cada segundo que pasaba, a Qumi y Eduardo les resultó complicado intentar adivinar que estaba pasando por la cabeza de la nena híbrida, quien fue la tercera en abandonar el hueco; en cambio, lo sencillo fue darse cuenta de que no estaba asustada, sino todo lo contrario. Más que eso, estaba emocionada, pues este era, o sería, su primer combate real y, por tanto, ver si las sesiones de entrenamiento en el Templo del Fuego rendían sus frutos. No se trataba de imprudencia, inconciencia ni nada parecido, como sus colegas sabían. La sangre vampírica corría por las venas de Lidia, y por eso ella, como todos los híbridos nacidos en parte de uno de aquellos seres eran propensos a esta clase de comportamientos. Desde edades tempranas como esta e incluso menos, los híbridos entendían que parte de su aprendizaje e instrucción consistía en probarse y demostrar valor, fuera y entereza ante situaciones que revistieran peligro, y una batalla contra varias decenas de ilios, en la que lo que estaba en juego era nada más y nada menos que la vida, era la situación perfecta para probarse. Para ser una nena de tan solo diez años, Lidia era fuerte y ágil, además de impulsiva, y lo puso de manifiesto siendo la primera de los tres en sumarse al enfrentamiento tan feroz, arremetiendo sin dudar un instante contra cuatro ilios al mismo tiempo, decidiendo recurrir a los latigazos, una de sus técnicas favoritas, y bastó únicamente con que los agitara en el aire, haciendo intrincados movimientos, para que sintieran la intensa temperatura, advirtieran el peligro y optaran por retroceder e intentar otro movimiento. Por su parte, la Cuidadora del Santuario del Viento hizo aparecer de la nada una intensa ventisca, concentrándose en reunir el aire de los alrededores y enviar a otros tres ilios atacantes lejos de ella, al verse envueltos en dicha ventisca; Qumi recurrió a sus habilidades telequinéticas para mover una de las piedras que formaban el perímetro y golpear con ella a un ilio que estuvo a punto de disparar una flecha con el extremo en llamas contra ella; Kevin había usado reiteradas veces el escupitajo, una técnica mediante la cual rociaba una poderosa toxina que literalmente dejaba noqueados a los oponentes a quienes alcanzaba, habiendo dejado un tendal de ilios dormidos en el suelo; y al Cuidador del Vinhäe, siendo ahora ese monstruo cetáceo inmenso (durante unos instantes hubo un megalodón varado en el césped) le bastó un movimiento rápido para quitar de escena y dejar desmayados a seis ilios más, de los cuales al menos dos tendrían uno o más huesos rotos, con ese golpe y el que se dieran contra el piso. Cada uno sumamente ocupado, y tan concentrado que por el momento les sería imposible ir en auxilio de los demás, tuvo tiempo para analizar la situación y, considerando la cifra de los enemigos, con la consecuente superioridad numérica, advertir que este tal vez fuera el peligro más grande al que una vez le hubieran hecho frente.  Los ilios, muchos más de los que habían supuesto en tanto avanzaban, estaban dispuestos a todo con tal de mantener a salvo sus secretos, y la violencia y ferocidad con que estaban atacando no hacía más que confirmarlo. Con ellos habían traído un arsenal, que incluía catapultas, las cuales continuaban disparando desde la seguridad que les proporcionaba la selva tan densa, los monstruos mï-nuq y uc-nuqt, al menos doce que se abrían camino con ferocidad hacia las hadas, y tres regimientos completos de setwes, los individuos ilios mejor preparados de la clase guerrera, quienes fueron los primeros en lanzarse a la batalla. Se escuchaban ente ellos fuertes vociferaciones, como que todos los infieles, los elementales no pertenecientes a la raza ilia, debían ser erradicados, porque así lo decretaba la Trinidad Benigna - los dioses Iel, de la abundancia, Mod, de la gloria o el triunfo, y Ral, del destino -, en pos de la superintendencia de todos los individuos ilios.  Cada uno concentrado y ocupado, los Cuidadores dispusieron de una ínfima fracción de tiempo para asumir que sus enemigos ya sabían que no estaban en posesión de la caja de acero mágico, la cual contenía el más valioso e importante secreto, y cualquiera lo podría haber hecho. Qumi, recuperada después de doscientos años, había hecho partícipes a sus congéneres de aquello que tenía registrado en la memoria, probablemente con la ayuda del rey de Insulandia (Elías), y los responsables del Consejo Supremo Planetario, la Mancomunidad Elemental, la Unión Centrálica y los funcionarios locales habrían ordenado el envío de las hadas más poderosas al Oi-Kal para hacer una misión de exploración a fondo y recuperar el manifiesto ilio, habiendo confirmado su existencia y sabiendo que, con esa decisión, la guerra sería una realidad. Quizás estos seres hubieran estado al corriente de esta expedición desde el principio, tal vez destacando centinelas en la selva con la estricta orden de permanecer en silencio e inmóviles y dejar pasar a las hadas por dicha selva y luego colarse al templo subterráneo, para así tener una excusa para atacarlos y, si les fuera posible, matarlos. En el predio circular delimitado por piedras, los ilios heridos se negaban a retroceder y continuaban adelante, recurriendo a cualquier cosa que tuvieran a mano para usarla como armas contra las hadas; entre ellos ya abundaban las heridas cortantes con rastros y manchones más o menos grandes de sangre, , esguinces y torceduras, algún que otro hueso roto, pelo chamuscado, obra de los latigazos de la Cuidadora del Vinhuiga (su destreza y habilidad estaban a la par de la de sus colegas adultos), restos de tierra y césped en el cuerpo, los ojos entrecerrados, producto de la lenta recuperación del veneno que constantemente escupía Kevin... con eso y con más continuaban adelante, porque su objetivo era irrenunciable, y si a causa de eso debían perder la vida que así fuera. Al menos quince cadáveres yacían en el suelo y esa escena era un estímulo adicional para los que, heridos o ilesos, seguían atacando, todavía confiando en la superioridad numérica, en los monstruos, otra prueba concluyentes de que sabían hacer magia, las flechas con puntas en llamas y las catapultas. "Yo me ocupo de ellas", avisó Marina, a quien de inmediato vieron alejarse y planear sobre la espesura, atacando al cabo de unos segundos y provocando enormes explosiones, que indicaron que aquellas piezas de artillería habían sido destruidas. A su vuelta al predio, una lluvia de flechas salió disparada hacia arriba, al menos una treintena de ilios dispararon al mismo tiempo, pero su plumaje era tan fuerte que simplemente rebotaron. En ese momento en que estuvo distraída, el monstruo uc-nuq que andaba por allí lanzó su ataque y faltó poco para que Marina tuviera una herida seria, pero apenas salió de eso con un raspón, nada por lo que tuviera que preocuparse, porque Eduardo salió al cruce y, valiéndose de su descomunal tamaño y fuerza destruyó al oponente agarrándolo por el cuello y lanzándolo violentamente hacia arriba, viendo entonces como la gravedad se ocupaba del resto.  Con eso, los ilios descubrieron que debían concentrarse en un enemigo a la vez, en lugar de atacarlos a todos y apuntando a distintas partes del cuerpo de cada uno, y sabían con quién tenían que empezar. Ese gigantesco cetáceo era el mayor de sus problemas y tendrían que neutralizarlo antes de seguir con los otros. El problema era, lo sabían, y eso les ponía los pelos de punta, que ninguna de las armas de que disponían podía traspasar su gruesa capa de escamas, de manera que deberían probar otra cosa, algo decidida y definitivamente suicida: un golpe con toda la fuerza en la nuca, tarea desde ya encomendada a los mejores guerreros setwes. Algunos tal vez hubieran pensado en la posibilidad de que por lo menos dos individuos se colaran en el templo subterráneo, cubierta con esa hecatombe que se estaba desarrollando, tomar aquel somnífero que crearan hacía poco más de doscientos años, al cual pensaron usar contra la Cuidadora del JuSe cuando esta hubo de descubrir la locación del manifiesto (el mayor y vitalísimo secreto de los ilios), y atacar a todas las hadas, como paso previo a su eliminación. Entre tanto, los Cuidadores le estaban dando una paliza a sus enemigos, teniendo marcadas ventajas en el tamaño descomunal de Eduardo, la agilidad sorprendente de Lidia, la maniobrabilidad de Marina en el aire, la toxina que continuaba escupiendo Kevin y y la presión con que Qumi golpeaba a los ilios, la suficiente para noquearlos con un único impacto (uno de ellos no volvería a levantarse). Al cabo de media hora de un combate ininterrumpido, los Cuidadores apenas estaban cansados y sus oponentes se estaban impacientando y desesperando, pues les urgía retomar el control total del templo, recuperar lo que sea que hubieran tomado sus enemigos - un frío extremo los invadió, al considerar que pudieron tomar el manifiesto - y conservar sus secretos. Las flechas, lanzas y toda clase de objetos contundentes seguían surcando el aire, las hadas o bien los esquivaban o apenas se sacudían de los impactos y contraatacaban, haciendo ver a los ilios cuan equivocados estuvieron al haber años tanto a la superioridad numérica. Habían destruido a los monstruos y fue con eso que reconocieron el error, pero poco o nada les había importado, considerando todo cuanto estaba en juego, cuanto podían perder. Las bajas ilias habían trepado y varios estaban con heridas lo bastante importantes que les impedían moverse, y, en tanto otro grupo intentaba ponerlos a salvo, una multitud de setwes consiguiente trepar sobre el gigantesco monstruo cetáceo, sabiendo lo suicida que era esta técnica. Otros setwes rodearon a Marina, en un momento en que esta se disponía a aterrizar, al ver que Kevin, accidentalmente, había sido víctima de su propia toxina, porque los ilios la habían estado recolectando de sus congéneres. La Cuidadora del Tep-Wo terminó inmovilizada porque los ilios, al final, habían conseguido entrar al Oi-Kal y tomar la pócima, pero los Cuidadores eran tan poderosos que no quedaron como lo supusieron los atacantes, inconscientes y completamente inmóviles, sino mareados y agotados. Con enormes esfuerzos, los que le costaron la vida a otros veinte individuos, administrativo el polvillo a Eduardo y Kevin, quienes al sentirse agotados volvieron a transformarse en hombres, 6 después a Marina, cuya figura femenina apareció en cuestión de segundos. Al instante arremetieron contra Qumi, quien, transformada en un antílope, había atropellado a un enemigo antes de emprender la veloz carrera para ir en auxilio de sus colegas, y fue en ese momento que respiró el polvillo lanzado por uno de los enemigos. Para la mala fortuna de ellos, esa era la única reserva disponible, y Lidia continuaba combatiendo con todas sus fuerzas, repartiendo uno atrás de otro los latigazos, tumbando a los ilios y provocándoles quemaduras. Esta adversaria, aún para tratarse de una nena de tan corta edad, era tan poderosas como los cuatro adultos, que luchaban por ponerse de pie y volver a la carga, y fue necesaria que transcurrieran otros cuantos minutos para que se dieran cuenta que tal vez tuvieran una única manera de detenerla: apuntar con las lanzas y flechas al cuello o la nuca de los Cuidadores y darles a entender que los eliminarían si no se rendía. Los ilios sobrevivientes, unos dos mil quinientos, contando también a los heridos, cerraron filas en torno a Eduardo, Kevin, Marina y Qumi, y bastó con que uno de ellos cometiera esa garrafal y catastrófica torpeza como para que todos empezaran a reconocer la posibilidad de que tal vez no vivieran para ver otro día. Queriendo comprobar y demostrar que estaban hablando en serio, el ilio le causó una herida punzante en la palma de la mano derecha a la Cuidadora del Tep-Wo, y eso fue todo lo que necesitó la nena híbrida para hacer algo que únicamente unas pocas hadas eran capaces. Los enemigos de los seres feéricos se detuvieron en seco, y los Cuidadores parecieron haberse concentrado en dos pensamientos: que tal vez estuvieran frente a algo que los hiciera dejar en el segundo plano su misión de reconquista y que lo mejor que podían hacer era  transformarse en esas esferas y ocultarse en el hueco que excavara Kevin. Los ilios comprendieron, al ver a las hadas ocultarse, que aún con todos sus esfuerzos, no tenían chances de recuperar el templo y conservar sus secretos.

_Ellos son mis amigos!.

Con esa frase, la Cuidadora del Templo del Fuego  atacar uno por uno a los ilios que se quedaron allí, tan aterrados que no podían moverse. Lidia ya no era una híbrida, un vampiro ni tampoco tenía una forma conocida. Era, así lo definían los textos y las palabras que pudieran surgir en conversaciones al respecto, como si el elemento de la Cuidadora hubiera adoptado la forma de una persona, porque allí aparecieron los pies, las piernas, las manos, los brazos, el tronco el cuello y la cabeza. La extraña figura, que conservaba la altura de la híbrida, tenía a ese elemento como único material constitutivo, no advirtiéndose rastro alguno de lo que hasta hacía unos momentos había sido Lidia – piel, pelo, uñas… –, aunque, como quedara demostrado, su conciencia estaba intacta. La nena sabía quién era, lo que estaba pasando a su alrededor y lo que ocurriera con ella misma. “Se les terminó la suerte”, informó a los ilios, confirmando esas palabras al dar unos pasos, quedando en el suelo llamas allí donde pisaba, y levantar sus brazos. Entonces, se armó un pandemonio, que empezó con esos dos descomunales rayos de fuego que la híbrida lanzó hacia adelante en forma continua en todas las direcciones hasta completar, habiendo girado sobre su eje, los trescientos sesenta grados. En segundos, todo dentro del predio delimitado por piedras estuvo ardiendo, incluidos los desafortunadísimos ilios que no pudieron escapar, no lo hubieran podido hacer ni siquiera deseándolo con todas sus fuerzas. El fuego era tan intenso  que incluso los Cuidadores, recuperados ya del tranquilizante, refugiados a la mitad del túnel, lo sintieron, debiendo, tan asombrados y atónitos como estaban – ellos, eventualmente, podrían también hacer eso y sus materiales constitutivos serían el agua, el aire, la tierra y, en el caso de Kevin, energía pura – por lo que había hecho su colega, algo que quizás ella ignorara que era capaz de hacer, que tuvieron que descender completamente hasta la recámara, convencidos de que se hablaría de eso durante días. En tanto, en la superficie, la batalla había terminado en una forma súbita. Cuando eso pasó, la Cuidadora hizo uso de una de sus habilidades características de las hadas de su elemento. Alzando sus manos en lo alto, ejecutando unos pocos movimientos, atrajo el fuego, que ya amenazaba con extenderse más allá del perímetro, hacia si, formando con el una enorme esfera ardiente, que en el curso de los treinta segundos que siguieron fue reduciéndose hasta desaparecer, tras lo que Lidia se asomó al orificio, anunciando a sus colegas (“Y amigos”, se alegró) que el peligro había pasado, recuperando entonces su forma, la de una nena híbrida, y viendo el predio circular, en el que el suelo estaba completamente ennegrecido y con una nube de humo, que la Cuidadora del Santuario del Viento pronto se ocupó de disipar. El único foco ígneo fue sofocado por Eduardo, allí donde Lidia pisara por última vez siendo una Selecta, como se llamaba a las hadas que eran capaces de aprender esta técnica (menos del cero punto cero cero tres por ciento del total actual en el mundo, de acuerdo a las estimaciones más optimistas). Los cuerpos sin vida de al menos quinientos ilios completaban la escena tétrica y le agregaban la mayor parte de esa condición. A los adultos les resultó evidente el que ese esfuerzo había sido demasiado para la nena, porque la vieron desorientada y mareada, avanzando con lentitud y entrecerrando los ojos. “¿Yo hice todo esto?”, fue lo primero que pudo pronunciar, con una voz débil, y lo único, porque flexionó ambas piernas y cayó al suelo, antes que cualquiera de los adultos hubiera tenido tiempo de llegar junto a ella y atajarla. Se había desmayado, a causa del esfuerzo y el agotamiento inmensos, y entendieron, en tanto se acercaban a ella, que pasarían no menos de cinco o seis días hasta que hubiera conseguido recuperarse por completo.
_¿Qué hacemos ahora?., llamó Kevin, recuperando el cilindro mágico.
Non escuchaba ruidos ni voces, pero estaba convencido que las hadas y los seres elementales llegarían de un momento a otro para asegurar el templo. Este, al haber una guerra, constituiría una posición enemiga. Un baluarte, considerando su valor e importancia para los del otro bando, y, con eso, su toma era, o sería, prioritaria.
_Tenemos que volver a la Ciudad Del Sol y contar con detalles cada cosa que pasó acá – contestó Eduardo, cargando a la híbrida en sus brazos, deseando que lo que hiciera no afectara mental ni psíquicamente a la nena. Sería muy difícil para un adulto saber que había cobrado la vida de cinco centenas de seres elementales en un momento, no importaba que fueran ilios, mucho más para una menor de diez años –. Ya estamos en guerra y lo mejor que podemos hacer es estar preparados – miró a la Cuidadora del Tep-Wo y le pidió –. Marina, se que estás cansada a causa de la batalla, y consternada por todo esto, pero necesitamos cobertura aérea hasta la puerta espacial. ¿Podrías?.
Podían viajar por aire, pero consideraron que la selva les proporcionaría una mayor seguridad, por si los ilios andaban por allí, buscando vengar a sus compañeros caídos en combate, atacar a los Cuidadores ahora que estaban exhaustos y recuperar el Oi-Kal.
_Por supuesto que puedo., aseguró la dama, transformándose en una cigüeña, emprendiendo el vuelo y decidiendo que lo haría no muy alto, tal vez unos pocos metros por encima de las copas más altas.
_Yo voy adelante., se ofreció Kevin, empuñando su bastón y ciñéndose el de Lidia en la cintura.
_Y yo a tu lado., avisó Qumi a su colega del Templo del Agua, lamentando aquella transformación involuntaria de hacía dos siglos, porque pensó que la historia podría haber sido distinta si aquello no hubiera ocurrido.
_Está bien – aceptó Eduardo –. Vamos.

En la plaza central y sus alrededores, aunque la situación era particularmente tensa, la gente no había interrumpido su vida cotidiana, y apenas un número mayor de hadas guardianas daba cuenta de la anormalidad en la situación. El centro de la ciudad y de ese barrio en particular era un hervidero, y la mayoría de las hadas y otros seres elementales, aun con esa preocupación encima, buscaba continuar con su actual ritmo de vida, trabajando, divirtiéndose o simplemente descansando. También las características imágenes familiares, grupos que tenían no menos de cuatro individuos, dominaban el paisaje y los funcionarios políticos de medio y alto rango del poder insular con competencia en esta crisis, los Consejos de Relaciones Elementales y de Relaciones Exteriores, quizás estuvieran más preocupados que los demás, porque ya estaban al tanto de las primeras y aisladas escaramuzas entre hadas e ilios en el noroeste centrálico, y de que Olaf, el jefe de la Guardia Real, había autorizado a los jerarcas de la Armada a movilizar media decena de embarcaciones a aquella zona. Muy pocos tenían conocimiento de aquella misión suicida que hubieron de emprender los Cuidadores, y todos aguardaban en los jardines frontales del Castillo Real, forzados a aparentar que la preocupación que los atacaba obedecía a los mismos motivos que los demás, mantener sonrisas de compromiso y hablar acerca de los misterios e incidentes que empezaran con la vuelta de Qumi. Para tranquilidad de ellos, el público parecía no tener sospechas de la existencia de esa misión, ni siquiera por el hecho de haber detectado al príncipe Taynaq, el segundo al mando del Santuario del Viento, empuñando de a ratos su espada, o a cuatro ornímodos sobrevolando la plaza y sus alrededores. Aquellos seres, no bien les informaran que los ilios les habían robado las cinco toneladas de piedra que pensaban usar en la construcción de sus hogares, no dudaron en ponerse de lado de las hadas y ahora los cinco mil individuos de esta especie que habitaban el continente centrálico estaban en un estado permanente de alerta, listos para entrar en acción en cualquier momento.
De pronto, vieron aparecer una cigüeña desde el marco dorado en la plaza, la que se elevó unos pocos metros en dirección a los jardines frontales, dejó caer un objeto metálicos en las manos de la reina Lili cuando estuvo a cierta altura y, tras dar unas pocas vueltas, buscando cual sería el mejor lugar para aterrizar, lo hizo , justo delante de los monarcas, y acto seguido, Marina recuperó la forma feérica, anunciando con un tono de enorme satisfacción que por fin tenían la prueba que estuvieran buscando durante tantos siglos: el manifiesto ilio. A los pocos segundos aparecieron Kevin y Qumi, ayudándose entre si para caminar e informando a su paso que habían tenido un duro enfrentamiento con los ilios – ya harían, o darían, una declaración completa. No solo a los escribas de la Guardia Real, sino también a los enviados de la prensa y el público en general – y, por último, Eduardo, llevando en sus brazos a una inconsciente Lidia. Allí cundió el pánico y también la consternación, en tanto Kuza y Lara eran los primeros en emprender la velocísima carrera, presas más que cualquiera de una desesperación que rebasaba todas las escalas, para alcanzar tanto al Cuidador del Templo del Agua como a su hija mayor. Los comentarios con voces que eran más bien elevadas producto además del desconcierto, pronto resonaron en la plaza y mediante esa multitud presente se fue replicando hacia los alrededores, destacando una pregunta por sobre todo lo demás: “¿Qué pasó con, o a qué se enfrentaron, los Cuidadores como para que cuatro de ellos llegaran heridos y exhaustos y otro desmayado?”. Estaba claro que eso no tranquilizaría a los padres, quienes de inmediato le pidieron – le exigieron – a Eduardo que les explicara, aunque más no fueran unas pocas palabras, lo que había pasado, pues el y los otros les habían prometido que velarían constantemente por Lidia. “Está así porque nos salvó a todos” – les dijo, viendo a Isabel correr hacia el, desbordando felicidad al verlo vivo –, “cuando las cosas de verdad se complicaron. Ella es una Selecta”.
Al oír eso, Kuza y Lara quedaron, además, boquiabiertos.
El revuelo ya era un hecho y no se podía dar vuelta atrás. Con todas las hadas guardianas estando en una alerta máxima, con sus armas listas, la rutina al final alterada y un súbito temor a los ataques ilios, todos cuantos estuvieron al corriente de la incursión en el Oi-Kal entraron al cuerpo principal del castillo, dirigiéndose inmediatamente a la oficina de los reyes, con la excepción de la Cuidadora del Vinhuiga, que, secundada por sus padres, y por consiguiente su hermana recién nacida (Suakeho dormía en los brazos de Lara), cuyo destino era, por supuesto, el hospital en otra ala del castillo. Los otros, algo que consideraron como más prioritario incluso que la atención médica, tenían por delante una tarea que en circunstancias normales hubiera podido esperar algunas horas, quizás posponerse para el día siguiente, pero estaba mucho más que claro para todos que esta no se podía posponer. Considerando que estaban, en efecto, bajo el estado de guerra contra los ilios (otra vez), era urgente que Eduardo, Kevin, marina y Qumi describieran con lujo de detalles cada cosa que hubieran visto sobre y bajo la superficie y todo lo que hicieran. Mencionarían la exploración de los corredores y las recámaras, en las que hallaron numerosos artículos robados a las hadas y otros elementales – “Lo que pudimos traer está acá adentro”, dijo Kevin al rey Elías, dándole el cilindro –, las pruebas de que los ilios habían desarrollado un sistema complejo de escritura y dominaban, hasta cierto punto, las artes mágicas, el hallazgo del recipiente que contenía el manifiesto, la batalla a muerte en la superficie que tuvo a varios monstruos entre los oponentes, lo mucho que se esforzaron los ilios por retomar el control del templo, los más de quinientos individuos de esa especie muertos (les costó creer, más aceptar, quien fuera el hada causante de la mayoría, cuando Eduardo mencionó el nombre) y el que Lidia, al demostrarse que era una Selecta, se transformara en la protagonista excluyente de la expedición.

_Y, por supuesto, la frutilla del postre., concluyó el marido de Isabel, señalando el recipiente de acero mágico.
Los reyes se miraron y lamentaron que la situación fuera esta. Ahora que tenían el manifiesto en su poder, el peligro había aumentado significativamente para cada uno de los seres elementales, incluidas las hadas, sin excepciones. En cuestión de horas, esas escaramuzas aisladas de las que ya hubieron de tomar conocimiento de transformarían en grandes batallas y se extenderían en el corto plazo a todo el oeste-noroeste de Centralia, después a otras partes del continente y por último al resto del mundo. Los pies de cada uno de los miembros del grupo se hicieron pesados, en tanto, de camino a la oficina real, los Cuidadores les fueron adelantando los detalles más importantes, y cuando al fin llegaron y fueron ocupando los asientos y sillas, entendieron que la confusión, el desconcierto, la estupefacción y la consternación, por nombrar solo cuatro factores adversos o negativos, se incrementarían súbitamente, y la reina vaticinó que lo harían todavía más no bien las declaraciones tomaran estado público. “El pueblo lo tiene que saber”, sentenció.



FIN




--- CLAUDIO --- 

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