No
hicieron más que observarse mutuamente en los primeros segundos, sabiendo lo
valiosos que eran estos. Qumi sin poder convencerse de que lo que estaba
pasando frente a sus ojos era la realidad y no producto de su imaginación.
Akduqu estaba inmensamente dichoso, y no era para menos. Por fin había llegado
el momento en que pudo cumplir con lo que le prometiera dos siglos atrás. Por
fin estaban juntos nuevamente. Pero, claro, no era lo que esperaba, no como lo
esperaba, y la Cuidadora del Hogar de la Tierra, sin poder ni querer contener
la forma en que demostraba su alegría y todo lo contenta que estaba (lágrimas
abundantes y temblores en el cuerpo), no podía menos que sobre exigir a su
mente, pensando en ese extraordinario evento y aquel previo al instalar en que
se convirtiera en una estatua de vulcanita. "Sos un alma solitaria?",
fue lo primero que le pudo preguntar, sacando fuerzas de donde no las tenía, a
lo que obtuvo la contestación en el instante en que el marino le apoyó las
manos en los hombros, en un intento por calmarla. Con el contacto quedó en
evidencia que no lo era, porque sino la hubiera atravesado sin dificultades,
pero tampoco era una consistencia sólida. Era más bien, así lo creyó y comparó
la Cuidadora, una sustancia gelatinosa, como si la situación se encontrás en un
estado de transición entre lo sólido y lo gaseoso. "Para ser franco, no se
que soy", le contestó Akduqu, dándose cuenta de cuan confortante había
sido para su amada el gesto de apoyarle las manos en los hombros. Y eso era
cierto, porque el hombre, así se lo explicó, recurriendo a gestos faciales, no
estaba muerto y tampoco era un alma solitaria. Se trataba, creyó el, de algo
similar a lo que le pasaba a un Cuidador cuando a este le llegaba el momento de
cruzar al otro lado de la puerta. Y Qumi comprendió al instante el significado
de la presencia: este era el remanente de la woga, la fuerza o energía vital,
del marino insular, la cual había estado esperando el momento en que estuviera
ante la persona indicada, y también que había empezado a correr ese espacio de
tiempo, posible de un cuarto de hora, antes de que, de hecho, se desvaneciera.
Y ese instante era la llegada del otro componente de la pareja. "Perdón
por haberte hecho esperar y sufrir", quiso decir para empezar, sabiendo la
importancia, por lo emocional, de hacerlo con una disculpa sincera. Pudo
advertir que Qumi había esbozado una leve sonrisa a pesar de su estado (no se
había calmado del todo, por supuesto), pero era una expresión forzada, algo por
compromiso, y no la podía culpar. No era únicamente por la prolongada espera de
dos siglos ni el sufrimiento que aquello trajera como consecuencia, no del
todo, sino también porque sabía que dentro de un cuarto de hora - quizás fuera
más o menos, eso no lo podía saber - la existencia misma de Akduqu en este
mundo se terminaría. "No puedo pensar con claridad", definió
acertadamente la Cuidadora, dejándose caer al suelo de piedra, miento su aura,
ese halo rosa que bordeaba su cuerpo, con esas manifestaciones de, daba cuenta
de esa confusión mental que estaba experimentando y su condición anímica.
Akduqu la ayudó para que estuviera en una posición cómoda, reposando sobre una
columna, y después el mismo se sentó a su lado, devolviéndole el bastón, uno de
los atributos de los Cuidadores, que había dejado caer. "Se que el tiempo
es poco" - lamentó Qumi, todavía sin poder contenerse del todo, ni detener
ese constante flujo de lágrimas -, "pero hay muchas cosas para
hablar". Era mucho de verdad lo que necesitaba saber, y de paso la totalidad
de las hadas y los otros seres elementales, pero con un plazo de alrededor de
un cuarto de hora deberían ser lo más breves posibles, ella con las preguntas y
planteos y el con las respuestas, y los dos sabían que dicho plazo no iba a ser
suficiente ni por equivocación, máxime sabiendo que los ilios estaban allí
afuera y podrían entrar en cualquier momento, ahora que su sociedad, cultura y
estilo de vida se encontraban en peligro como nunca desde la Guerra de los
Veintiocho ("Quizás desde antes", pensó Akduqu), que había
probabilidades, y muchas, de que la Cuidadora del JuSe tuviera que ir en
socorro de sus colegas en la recámara, porque el marinero había advertido desde
el principio lo que eran la nena híbrida y el hombre que la estaba acompañando,
y en la superficie. "En total cinco Cuidadores", dijo Qumi, dedicando
no más de un minuto a hablar sobre ellos, sus nombres y los lugares grandiosos
que dirigían, e inmediatamente luego, como no podía ser de otra manera - si era
este un caso idéntico al de los Cuidadores, deberían restar entre doce y trece
minutos -, la dama, aún temblando, le formuló la que sin lugar a dudas era la
más importante de todas las preguntas.
_Qué
pasó, Akduqu?.
---------
A
pocos metros de donde se reunieron los enamorados, los colegas de Qumi
encontraron otra de las trampas caza bobos. Estaba ese túnel tan oscuro y ellos
tan distraídos a consecuencia de lo que vivieran hacía unos momentos que ni
siquiera la habilidad de la híbrida fue suficiente para advertirles de este
peligro. Eduardo, inadvertidamente, apoyó un pie encima de una baldosa marcada
con los círculos concéntricos, y con ello hizo que otra tanda de flechas, estas
con punta metálica, salieran disparadas velozmente desde las paredes laterales,
ante lo cual los Cuidadores, instintivamente, se transformaran en esas esferas
de colores tan diminutas y emprendieran la veloz carrera hacia el techo. Menos
de un segundo habían tenido para decidir cómo proceder ante ese descuido y,
mientras asumían nuevamente su forma anterior y retomaban la caminata,
empezaron a preguntarse si no hubiese sido mejor haber hecho todo el recorrido
desde el túnel que excavara Kevin estando con aquella forma, porque eso les
hubiera ahorrado bastante tiempo y no habrían tenido que preocuparse por la falta
de iluminación ni tampoco por las trampas caza bobos.
En
la superficie, Marina y Kevin estaban listos para la batalla contra los ilios,
a los que escuchaban cada vez más cerca, calculando que debían estar a medio
camino en la densa selva, moviéndose siempre a paso normal, confiados en su
número y en el hecho de estar armados. Los Cuidadores estaban convencidos de
que no bien fueran abandonando la selva se lanzarían de lleno al ataque, sin
pronunciar palabra alguna, cargando con todo lo que tuvieran contra las hadas.
Los individuos en el borde del hueco sabían a ciencia cierta que poco les
importaría que fueran Cuidadores; eran personas que estaban en uno de sus
templos antiguos y por lo tanto tenían que ser expulsados de allí a cualquier
costo, incluídas las vidas de estos invasores y los que ya pudieran encontrarse
en las recámaras y corredores. De momento, ellos esperaban. Aunque ya sabían
que los ilios fueron los primeros en atacar, cuando intentaron eliminar a su
colega del Hogar de la Tierra, querían en este caso que fueran también quienes
dieran el golpe inicial, sabiendo que eso perjudicaría la imagen de los ilios,
ya de por si deteriorada, y justificaría los intentos de las hadas por
defenderse.
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_Los
ilios tuvieron la culpa., contestó Akduqu.
Qumi
reaccionó con incredulidad. Sabía que los ilios eran capaces de cualquier cosa,
pero no veía como pudieron haber intervenido en aquel desastre. Un reptil
marino, el humuvom, había sido el que desencadenara los eventos, al golpear el
buque.
_No
lo creo - dijo -. Me enteré que hubo una investigación exhaustiva, desde el
movimiento inicial de los socorristas.
Akduqu
forzó una sonrisa.
_Pues
creelo - insistió -; por algo intentaron matarte hace unos días, porque eras la
única persona que lo podía demostrar. Por eso no se molestaron en estos
doscientos años, creyeron que como te convertirse en una estatua de vulcanita
ya no representabas una amenaza para ellos -y agregó, advirtiendo lo que estaba
por decir la Cuidadora -. Te aseguro que estuve al tanto de todo en estos dos
siglos. Es lo mismo que vivió y experimentó Qïma en el instante en que te tuvo
frente a el en la oficina del JuSe.
_Por
favor, explicame que pasó, exactamente., le pidió Qumi, con un inconfundible
tono de súplica.
Nada
raro e inusual había pasado en los instantes posteriores a que zarpara el buque
aquel veintinueve de Diciembre /Nios número veintiocho y los tripulantes
confiaban en llegar al reino de Mibiroq, en Alba del Oeste, dentro de tres
semanas. Habiendo dadas por terminadas sus labores, concretamente un repaso de
la documentación sobre la venta del buque al país de destino, Akduqu se había
acostado en su litera, deseando poder dormir al menos cuatro horas, para
recuperarse de la agotadora jornada. Apenas lo pudo hacer por unos pocos
minutos. Un ligero silbido le indicó que debía permanecer atento y en constante
alerta, pero no había sido la alarma, que habitual se usaba para transmitir tal
o cual orden e instrucción, sino otra cosa, algo que Akduqu nunca había escuchado,
probablemente ningún individuo feérico, y de lo que no tenía otro conocimiento
más allá del que se proveyera con la lectura de libros de historia y los textos
antiguos, los pocos de estos que quedaban a ese respecto, por más que esa
información no hubiese sido nunca confirmada. "Los que el MEU no pudo
encontrar ni destruir", fue su repentino pensamiento, en tanto se
incorporaba y, con los pies descalzos,
agudizaba tanto como podía el sentido de la audición, para intentar
captar donde estaba exactamente, en que parte del buque, la fuente de ese
silbido. Sabía que los fuertes oleajes dando contra el casco y el consecuente
movimiento de la embarcación implicaba que la mayoría de los hombres abordo,
cuando no todos, no oyeran algo como eso, tan ligero como breve, el cual para
ellos habría pasado inadvertido, pero no para Akduqu, pues su sentido de la
audición era algo privilegiado. Una cualidad muy atípica que sin embargo
ocurría, ya que el antecedente más cercano de un hada de los sentidos en su
grupo familiar databa de hacía tres cuartos de milenio. "Son ilios",
pensó, al cabo de esos cincos minutos que le tomó llegar desde la habitación
(sus colegas marineros, seguramente, habrían asumido que no podía dormir a
consecuencia de ese fuerte oleaje y, por supuesto, su relación sentimental con
Qumi, la Cuidadora del JuSe, una mujer en extremo bella) hasta un
compartimiento donde los tripulantes almacenaban esas enormes provisiones de
alimentos y todo tipo de bebidas que consumían en los viajes. "Pero no por
eso son estúpidos", reconoció, sabiendo que los ilios fácilmente podrían
haber destacado un centinela en el pasillo que, camuflado - una técnica que
desarrollaran, según ellos, por designio divino, y que les permitía pasar
inadvertidos y evadirse de peligros superiores a sus capacidades -, advirtiera
a los suyos, o bien que uno de ellos estuviera con la oreja pegada a la puerta.
Así que, cuando estuvo a centímetros de girar en la esquina de ese pasillo,
recurrió a la transformación, y, siendo una diminuta esfera de color lila, se
coló por un ducto junto al techo que suministraba agua a todo ese sector del
buque, confiando en que de esa manera podría llegar al compartimiento sin ser
visto ni advertido por los ilios, no importaba cuantos fueran aquellos. Y, en
efecto, después de estar moviéndose unos escasos metros por ese ducto de diez
centímetros de diámetro, rogando que a nadie se le ocurriera en ese momento
abrir alguna canilla, y evitando entrar en contacto con el agua, llegó hasta el
compartimiento, un espacio de doce metros de frente por nueve de fondo por
cuatro de altura, y lo que empezó a escuchar lo dejó congelado, el inicio de
una conversación entre media docena de individuos machos de la raza ilia, con
lo que se podía comprobar lo que con tanto esfuerzo los seres feéricos y cada
una de las demás especies elementales estuvieron intentando hallar, haciendo
los denodados esfuerzo para ello, desde hacía miles de años, quizás desde antes
del bombardeo planetario. Akduqu necesitaba de refuerzos allí y en ese momento
para capturar a los seis ilios e impedir que causaran alguna clase de daños en
la embarcación, la totalidad de su contenido, incluídas las mercancías que se
estaban exportando al reino de Mibiroq y, estaba demás decirlo, evitar que
hirieran o mataran a uno o más de los ciento veinte hombres abordo. Akduqu no
temía por su vida, ya que sabría que podría manejar una situación como esta,
lidiar con los ilios en el buque y eventualmente borrarlos del mapa de un solo
golpe. Al mismo tiempo, sabía que ir a buscar la ayuda de uno o más de los
tripulantes y el capitán suponía delatar su presencia, por causa de la enorme
velocidad a la que debería marcharse, haciendo el suficiente ruido como para
alertar a los ilios, y además, de hacer tal cosa, con toda seguridad cuando
estuviera de vuelta con los refuerzos, los ilios ya se habrían ido,
posiblemente también abandonado la embarcación, y Akduqu, sabiendo cuanto lo
lamentaría, se perdería cada palabra de la conversación que el tanto había
esperado, tanto como cualquiera de sus congéneres y los otros seres
elementales. De manera que hizo único que consideró viable, aunque a la vez
impulsivo y poco prudente: quedarse inmóvil y en silencio en el ducto, cerca de
la rejilla, un punto desde el que se hacía la limpieza por dentro, y escuchar
con total atención cada cosa que dijeran los ilios, además de concentrarse en
sus gesticulaciones y el tono que emplearan al hablar, consciente de que esa
acción bien podría servir para solucionar este conflicto que se remontaba al
período del bombardeo planetario, muchos milenios antes del Primer Encuentro.
Luego lo comentaría detalladamente al capitán y los otros ciento dieciocho
tripulantes y volverían sin pérdida de tiempo a la costa insular, a poco más de
dos punto tres largos de la posición actual del buque. Llegado el caso, el
mismo eliminaría a los ilios, si estos lo descubrieran, o los atraparía no bien
hubieran dado por finalizada la conversación. Pensó en Qumi, la única Cuidadora
que había actualmente en el planeta, en que de acuerdo a la óptica con que
mirara la pondría en dificultades o le quitaría una enorme carga de los hombros
(de cualquiera de las dos formas, la dama estaría sobre aviso acerca de este
enorme e importante secreto de los enemigos eternos de las hadas), y no hizo
más que quedarse estático, oculto, pero al mismo tiempo cerca de la rejilla,
desde donde además de escuchar a los ilios los podía ver.
_En
ese momento se terminó la parte fácil y llegó la difícil., rememoró Akduqu,
junto a su amada en el suelo de la recámara.
_Valiente
pero insensato - juzgó Qumi, todavía lagrimeando y temblando -. Coincido con
eso de la importancia de oír la conversación, pero quedarte solo allí... Y
después qué pasó?.
Ninguno
de los dos tenía la noción del tiempo, ni sabían que en la superficie estaba a
punto de desarrollarse una batalla que llevaba milenios de espera, ni si
Eduardo y Lidia habrían encontrado la segunda caja de acero mágico. Ahora sólo
existían ellos y nadie ni nada más.
Siempre
había sostenido que era un mito surgido de la animosidad, creado y modificado
según la persona que relatara la historia, con el paso de los años, para
continuar con la campaña de desprestigio contra los ilios, surgida por primera
vez en una fecha poco precisa, que oscilaba entre los cuatro y los diecinueve
años previos al asesinato del par de guardias, uno insular y otro nimhuit, el
evento trágico que motivara a Iris a dar los primeros pasos para la creación
del Movimiento Elemental Unido. Apenas los más extremistas lo consideraron como
algo real. Pero, con lo que estaba escuchando Akduqu desde ese lugar poco
cómodo, el ducto que suministraba agua, al parecer, no había sido producto de
la imaginación de tal o cual cantidad de personas que detestaran a los ilios
con mayor intensidad o con menor. Era algo real. Las "Sesenta y cuatro
verdades máximas" existían; un manifestaciones con cinco docenas y tercio
de postulados con que los ilios empezaran un diseño a muy largo plazo para
dominar los más de quinientos mil kilómetros de que formaban Iluria a su
completa voluntad y con el puño de hierro, e incluso extender el dominio más
allá de esas tierras a cualquier lugar del mundo en el que habitaran los ilios,
lo que daba lugar a interpretaciones tales como aquella que indicaba que esos
seres pretendían la dominación planetaria total. De haberse encontrado con la
forma feérica, Akduqu se hubiese cubierto la boca con las manos al escuchar
aquello, a consecuencia de la fuerte impresiones, y también para que no lo
detectaran, con los insultos que de seguro hubiera soltado y contenerse, no
soltar la ira que estaba surgiendo en el. No podía dar crédito a sus oídos. Los
seis ilios en el buque estaban hablando de ese manifiesto con total
naturalidad, dando por sentado que no los estaban oyendo y asumiendo que habían
obrado acertadamente al haber trasladado la caja de acero mágico que los
contenía a una nueva y, ellos creían, más segura locación. Los individuos de
esta especie aislada, solitaria y cerrada creyeron encontrarse frente a un
problema potencialmente mayúsculo y tuvieron que moverse rápido para
salvaguardar, así lo comentó la media docena en el compartir del buque, todo lo
que representaban, habiendo dado por sentado que este evento reciente bien
podría eventualmente poner en serio riesgo no solo a una fracción de su
civilización, sino a toda. El recipiente con las Sesenta y cuatro verdades
máximas, tal era el nombre del manifiesto, estaba a salvo y fuertemente oculto
- protegido - en un emplazamiento conocido como "el punto Eri", el
lugar desde el que zarpara el contingente de una de las siete especies ilias
que después del bombardeo recalaran en el oeste-noroeste centrálico. El Punto
Eri era un espacio de tres kilómetros cuadrados cercano a la costa en el que un
pequeño sector de cinco metros de frente por cinco de fondo por cuatro de alto
a doscientos cincuenta de profundidad había sido el refugio para ese recipiente
y su contenido desde hacía milenios, en el reino de Mibiroq, uno de los cinco
países que formaban Alba del Oeste. Allí había estado desde los primeros días
de la Guerra de los Veintiocho, cuando los ilios advirtieran que los
combatientes del MEU no solo pretendían borrarlos a todos y cada uno de ellos
del mapa, sino también destruir cualquier prueba y rastro de que alguna vez
hubieran existido, y eso fácilmente podía incluir el manifiesto, si llegaran a
enterarse que no era un mito, sino una realidad. El problema, o el susto,
apareció para los ilios en los últimos minutos antes del mediodía del
diecinueve de Septiembre (Clel número trece, en el antiguo calendario de las
hadas), cuando los funcionarios de Mibiroq dieran por iniciadas las obras para
construir una nueva aldea treinta kilómetros al este del Punto Eri, y se hizo
realidad cien días después, a la media tarde del veinticuatro de Diciembre /
Nios número veintitrés, al inaugurarse la aldea y llegar a ella sus primeros
veinticinco habitantes, que conformaban seis familias. Los ilios comprendieron que ya no era seguro
ni tampoco prudente dejar el manifiesto allí, y eso sin contar que en el caso
de que llegaran a descubrirlo, además, se expondrían como nunca ante la
totalidad de los seres elementales, no solo las hadas, y saldrían a la luz dos
de sus más grandes secretos: el hecho de que hubieran desarrollado en algún
momento de su historia un sistema de escritura complejo y que poseyeran cierto
dominio sobre las artes mágicas, dos aspectos que ellos siempre negaron y que
los otros seres elementales, la mayoría al menos, feéricos incluidos, daban por
sentado. No creyeron al principio en la posibilidad de que a alguien pudiera
ocurrírsele que el manifiesto se encontrara allí, en caso de que confirmaran su
existencia, pero después de presenciar (ocultos y a la distancia) como una de
las familias llegadas a la flamante aldea armaba un picnic justo encima del
acceso a esa recámara subterránea, a un cuarto de kilómetro de la superficie,
reconocieron que tenían que sacarlo de allí a la mayor brevedad posible. Con
eso, apenas pasaron dos horas hasta que se dieron cuenta que los lugares más
seguros y mejor protegidos que existían eran los siete templos antiguos
erigidos en la que era para ellos su tierra - Iluria - a modo de homenaje a las
especies que recalaran en ella. Esos lugares estaban al doble de profundidad,
justamente para proteger y preservar su contenido, cualquiera fuera este, de
las hordas de infieles, como los ilios llamaban, aún desde antes del bombardeo
planetario, a los otros seres elementales, particularmente a los feéricos, sus
enemigos mortales, especialmente después de la Guerra de los Veintiocho. Había
trampas caza bobos e incluso hechizos que podían impedir eventuales intrusiones
y, llegado el caso, eliminar a quienes ingresaran. De la media catorcena, el
templo de la subespecie Oi era el que destacaba para esta tarea, ya que se trataba
del más alejado de cualquier población feérica y elemental y también de las
viviendas solitarias, algo característico de las hadas. Sin haber pensado
siquiera en estudiar el evento con el suficientes énfasis y detenimiento para
evitar la comisión de uno o más errores, los ilios simplemente retiraron la
caja de acero mágico a mitad de la madrugada del vigésimo sexto día de
Diciembre / Nios número veinticinco y, habiendo recurrido a la tele
transportación, una técnica que apenas dominaban unos pocos individuos de la
especie, esos seis ilios (los que ahora estaban volviendo al reino de Mibiroq
en la embarcación transoceánica) llegaron hasta el acceso al Oi-Kal, en el
reino de Insulandia, habiendo asumido que como nunca sus vidas estaban
corriendo el máximo peligro, porque eran altas, y muchas, las probabilidades de
que fueran detectados por las hadas guardianas locales o cualquiera que los
avistara en primer lugar. Colocaron el recipiente con su valioso contenido en
una de las recámaras, la más alejada de las demás, instalando acto seguido
nuevas trampas y comprobando que las ya existentes continuaran operativas. Con
este nuevo objeto y los otros a resguardo, los ilios decidieron que se
marcharían al día siguiente del reino insular en aquel buque que zarpaba a
Mibiroq. Sintieron un miedo tan grande ante la posibilidad de que los hubieran
detectado, o que lo fueran a hacer, que no quisieron usar nuevamente la tele
transportación. Simple, los seis ilios se acercaron furtivamente al muelle y
abordaron la embarcación en un momento en el que nadie le prestaba atención a
las pasarelas, pues todos estaban concentrados en como uno de los operarios
cargaba los últimos contenedores, en los marineros despidiéndose de sus
familiares, en los agentes aduaneros y el capitán, que se ocupaban de los
últimos trámites, y en como uno de los tripulantes continuaba afianzando su
relación sentimental con la Cuidadora del JuSe. Después de unos minutos, el
buque dejó el muelle, en medio de una ceremonia pomposa, pues los insulares no
lo verían de nuevo - no podían ni imaginar la tragedia que sobrevendría -, ya
que no solo los contenedores tenían como destino el reino de Mibiroq, sino
también el transporte, que había sido transferido a la flota mercante de ese
país. A buen resguardar y procurando permanecer constantemente inadvertidos,
los ilios encontraron refugio en aquellos sectores que, supusieron, los
marineros no visitarían con frecuencia durante el viaje, y, obvio, a su técnica
del camuflaje. Llegó un momento, el veintinueve de Diciembre / Nios número
veintiocho, cuando el barco se hallaba a dos mil trescientos cincuenta y dos
kilómetros de la costa, en que el hambre pudo más para el sexteto que el sigilo
y la prudencia, y eso los motivó a hacer uso de la tele transportación, pues escucharon
varios pares de pies en movimiento en el lugar donde estaban y cerca de aquel,
y dirigirse a la bodega de bebidas y alimentos, donde al aparecer produjeron un
ligero silbido que fue detectado por uno de los hombres abordo.
_Eso
es lo que están buscando Eduardo y Lidia en este momento, el manifiesto ilio?.,
llamó Qumi, no porque no hubiera entendido el relato de Akduqu, sino porque
había quedado espantada al enterarse de lo que hicieran los ilios.
_Es
como lo describí - afirmó Akduqu, que se estaba empezando a debilitar. No lo
mencionó, para no asustarla ni entristecerla más de lo que ya estaba, ni
tampoco quiso pensar en eso, porque aún tenía otras cosas para explicar y decir
-. Los ilios trajeron esa caja con su contenido y decidieron volver a Mibiroq
en el mismo buque que yo. Ellos no lo sabían, pero cada cosa que dijeron y cada
gesto que hicieron fueron advertir por alguien, por mí. Solo con eso bastaría
para hacerlos colapsar.
_Qué
pasó entonces?., le preguntó Qumi.
_Un
fuerte golpe - contestar Akduqu -, que golpeó el barco. Eso era lo único en lo
que no había pensado cuando decidí colarme en el ducto, que esos vaivenes
podían hacer que yo perdiera el equilibrio y que, por tanto, una luz lila
asomara por la rejilla, lo que puso sobre alerta a esos seis ilios.
Instintivamente,
la media docena se incorporó y alzó sus manos en dirección a la rejilla,
indudablemente para hacer uso de otra de las cualidades, o habilidades, que las
hadas y otros seres elementales desconocían que sabían ejecutar: la
telequinesia. “Esto es definitivamente peor de lo que cualquiera podría
suponer”, pensó Akduqu, sintiendo cierta presión ejercida sobre el.
Evidentemente, la técnica no estaba tan desarrollada como en las hadas, porque
el marinero, sintiendo como aquellos seis seres intentaban retirar la rejilla
al mismo tiempo que lo estaban deteniendo, se dio cuenta que los ilios estaban
haciendo los máximos esfuerzos para ambas tareas. El fuerte y violento oleaje,
la persistente tormenta y algún que otro rayo y trueno eran lo que necesitaban,
una ventaja, porque eso mantendría ocupados al capitán y los tripulantes,
salvaguardando el buque y su carga, cubriría el ruido y eventualmente las voces
en la bodega de alimentos y bebidas. Al final, los polizones, porque eso eran
(tripulantes o pasajeros ilegales en una embarcación), consiguieron quitar la
rejilla y no bien el marinero recuperara la forma feérica, listo para entablar
la batalla e intentar capturarlos, uno de los ilios le dio un fuerte golpe en
la articulación de las rodillas que le
hizo perder el equilibrio, golpeando el suelo con fuerza, y al ver como no
alcanzó con e impacto para que perdiera el conocimiento, los ilios decidieron
“acelerar el proceso” mediante una violenta patada en la base del cráneo de
Akduqu. Todo había quedado a oscuras y en silencio, y cuando volvió en si
descubrió que estaba otra vez en su habitación, en su litera, y los polizones
conversaban en voz baja entre ellos, habiendo tomado la precaución de cubrirse
la boca con las manos, y sin dejar de tener constantemente vigilado al marino,
decidiendo que hacer, conscientes de que pudo haber escuchado cada palabras que
mencionaran en la bodega y visto cada gesto, sumamente aterrorizados ante esa
posibilidad. Atando cabos y especulando, concluyeron que el plan de Akduqu
había consistido en mantenerlos vigilados y observarlos el tiempo suficiente,
quizás la totalidad del viaje hasta Mibiroq, luego capturarlos y llevarlos ante
el capitán del barco y los tripulantes, explicarles detalladamente cada cosa
que hubiera visto y escuchado desde el ducto en la bodega. De ser así, de haber
sido, todo cuando fueron y eran los ilios se vería seriamente comprometido,
tanto como lo estuvieron en la Guerra de los Veintiocho, y probablemente más,
ya que en esta oportunidad no se enfrentarían a una parte de los seres feéricos
y elementales, sino a todos. Su civilización, sociedad, cultura, estilo o
estilos de vida, religión e historia correrían el riesgo de perderse para
siempre y figurar nada más en la memoria de los “infieles”. Y estos seis ilios
estaban cien por ciento determinados a no dejar que tal cosa pasara, ni ahora
ni nunca. No les llevó mucho tiempo, apenas unos pocos minutos, decidir que
este marinero debía ser eliminado y, por las dudas, a cada uno de los hombres,
así que uno de ellos extrajo un frasquito y de este un polvillo verdoso, al
cual pronto estuvo esparciendo sobre la cara de Akduqu, particularmente en los
ojos y la nariz. Inmediatamente, aunque permanecía absolutamente consciente de
todo lo que estaba pasando, el marinero capturado sintió como iba perdiendo el
control de cada una de sus funciones motoras, como si ese finísimo polvillo que
involuntariamente había inhalado, y que también entrara a través de sus ojos,
ejerciese sobre el alguna clase de control y le impidiese reaccionar, no
pudiendo ni siquiera pestañar ni mover la cabeza a uno u otro lado. Estaba a
merced de los ilios, y estos decidieron entonces llevar a cabo su siniestro
plan, que diseñaron y pergeñaron mientras se movían con su prisionero desde la
bodega hasta el dormitorio (ninguno tuvo problemas en explicarlo en voz alta,
porque sabían a ciencia cierta que no podía reaccionar) y lo depositaban sobre
la cama. Habiendo con horror comprobado
que por lo menos un hada estaba ya al tanto de que habían desarrollado un
alfabeto de veinticuatro letras o caracteres, del dominio, grande o no, de
algunas de las artes mágicas y de que dominaban también las técnicas de la tele
transportación y la telequinesia, los ilios decidieron deshacerse de Akduqu
empleando su propia fuerza y sus propios poderes contra el mismo, y de paso
contra el resto de la tripulación y el propio buque. Uno de los polizones le
transmitió al orden mediante la pronunciación con tono alto y claro de una
única palabra: “¡Ataque!”, y sin que el pudiera hacer algo para evitarlo, dos
esferas de energía aparecieron en las palmas del marinero y se perdieron fuera
de la habitación, adonde se escuchaba a los hombres correr de un lado a otro intentando estabilizar la
embarcación y contener, intentarlo, esa entrada de agua, la cual había sido
provocada por dos de los ilios, mientras los otros cuatro se ocupaban de
trasladar al marinero capturado. Aquel par supo lo que estuvo haciendo: causar
ese severo daño en la bo0dega de almacenamiento de materiales inflamables sería
la manera perfecta de iniciar un desastre mucho mayor incluso al que ellos
mismos esperaban, porque podrían destruir el buque, su carga y eliminar a los
ciento veinte hombres al mismo tiempo con una sola acción. Las descargas que
involuntariamente lanzara Akduqu dieron contra la línea de transmisión de
combustible que corría entre aquella bodega y las calderas, las dos primeras, y
otras tres docenas que impactaran en las partes vitales del buque, provocando
que este e viera envuelto al instante en un incendio de proporciones
gigantescas. Los marineros y el capitán, absolutamente alarmados y
desesperados, tenían ahora un nuevo y potencialmente fatal problema al que
hacerle frente. Ya no se trataba solamente de impedir que el agua se extendiera
a los demás compartimientos, por lo pronto los que estaban junto al
siniestrado, de sellar el hueco de aquel, de mantenerse a salvo y con vida
ellos mismos ni de proteger las mercancías que transportaban, que a estas
alturas habían perdido toda importancia. Debían ahora apagar ese incendio, eso
era lo prioritario, pero era tan devastador e intenso que ni siquiera la
persistente lluvia podía sofocarlo. Mientras tanto, en una de las habitaciones,
los ilios dieron por finalizada su tarea. Con la embarcación incendiándose,
decidieron tele transportarse al reino de Mibiroq, no sin antes asegurarse de
cubrir su rastro allí plantando pistas falsas, las cuales consistieron en
escamas de un enorme reptil marino, el humuvom, para hacer creer a los
socorristas que uno de ellos había causado la tragedia, al menos el impacto que
ocasionara la entrada de agua a raudales, convencidos de que el voraz incendio
acabaría también con el hombre que escuchara la conversación, pues este era
incapaz, hallándose todavía bajo ese control que ejercía uno de ellos, cuando
pasó lo último que hubieran creído que pasaría. Akduqu tuvo un rapto de lucidez
y con un único golpe envió a uno de los ilios al otro mundo, y casi pudo
deshacerse de otro, de no ser porque los sobrevivientes comprendieron que ni
siquiera era seguro dejarlo allí, esperando que el incendio se ocupara de el.
Entendieron que debían marcharse ya mismo con el marinero y el cuerpo sin vida
de su congénere, de vuelta al templo en el que dejaran el recipiente con su
precioso e importantísimo contenido.
_Esa
fue la verdadera causa de la tragedia del veintinueve de Diciembre / Nios
número veintiocho de diez mil cinco – concluyó Akduqu esta parte del relato –,
y los ilios fueron los culpables de todo – insistió –. Desarrollaron una pócima
en base a unos hongos con la que pudieron ejercer ese control sobre mí y me
usaron para eliminar a todos, destruir el buque y a las mercancías.
_Se
lo del control., le dijo Qumi.
_¿Cómo?.,
se interesó Akduqu.
Y
la Cuidadora del Hogar de la Tierra le mencionó unas pocas palabras acerca de
los incidentes de diez mil doscientos cuatro, el de Eduardo, del treinta y uno
de Mayo / Tnirta número once, cuando el y su novia decidieran dedicarle dos
días a un campamento, y el de Zümsar, el dos de Diciembre / Nios número uno,
cuando el se encontrara desarrollando su trabajo como arqueólogo urbano.
_Ahora
que se que fueron los ilios, no se qué pudieron haber querido – reflexionó
Qumi, pensativa –. Tal vez solo causar destrucción, pánico y sembrar el
desorden y el caos.
No
lo podía comprobar, pero cuando contara todo esto a tus congéneres, estos
asumirían lo mismo. Respecto a lo otro, Qumi no tenía la fuerza suficiente para
pronunciar oraciones y diálogos complejos ni extensos, porque la confusión que
tenía en la mente era grande. Aunque lograra contener las lágrimas y los
temblores, estaba convencida de que ambas demostraciones volverían, y de seguro
lo harían cuando Akduqu estuviera desapareciendo, lo cual podría pasar dentro
de cinco o seis minutos.
_Nunca
pude liberarme del todo de ese control, pero al menos logré borrar del mapa a
uno de los ilios… ya empezó – se sobresaltó, sintiendo un ligero temblor y
tierra que caía al suelo, consecuente del movimiento. Arriba, en la superficie,
los ilios habían empezado a atacar a los Cuidadores del Tep-Wo y la Casa de la
Magia, y viceversa –. No pude saber otra cosa hasta que llegué al Oi-Kal, a
esta recámara en la que estamos ahora. Me debieron dejar sin conocimiento.
En
cinco minutos o seis, debería haber terminado su explicación, y, como sabía, el
relato de lo que ocurriera desde que advirtiera la presencia de seis ilios en
el barco hasta que abriera los ojos y se encontrara en el templo subterráneo
había sido la parte fácil. Estaba absolutamente convencido de que lo que seguía
destrozaría anímica, espiritual y emocionalmente a Qumi, pero, al mismo tiempo,
tenía la seguridad de que, pasado este lapso, la Cuidadora estaría libre de
esos problemas, y esto estaba relacionado con lo que hicieran los ilios hacía
doscientos años.
_¿Te
habrán aplicado otra dosis de aquella pócima?., aventuró su compañera.
Ella
también había sentido como empezaba la batalla en la superficie, y entendió que
la situación había empeorado. En seis minutos, debería haber podido resolver
todo el misterio, y Eduardo y Lidia hallado la caja de acero mágico con el
manifiesto.
_Y
una particularmente potente – contestó Akduqu, sintiendo como su cuerpo ya
había iniciado el cambio. Estaba irremediablemente pasando al estado gaseoso, y
eso provocó la alarma en el. No le temía a la muerte, sino a la posibilidad de
desaparecer sin haber podido explicarle a su alma gemela todo lo ocurrido en la
hora posterior a que recobrara el conocimiento –. Ahora, Qumi, quiero hablarte
sobre otra cosa, y te pido que no interrumpas y escuches totalmente
concentrada. Es verdad que no lo vas a recordar después, pero se trata de la
más evidente prueba del doble discurso de los ilios.
_¿Cómo
que no lo voy a recordar?.
Pero
ya era tarde, pues Akduqu había empezado a
hablar.
-------
_Todavía
nada – lamentó Eduardo, revolviendo el contenido de una caja, observando solo
elementos religiosos de la subespecie Oi. La falta de resultados positivos lo
llevó a aventurar –, ¿no se habrá equivocado Akduqu?.
El
y su colega del Vinhuiga llevaban un buen rato registrando la recámara y no
hallaron rastro alguno de la caja de acero mágico. Si, en cambio, pruebas de
que los ilios eran mentirosos que durante milenios engañaron a las hadas y
otros seres elementales haciéndoles creer que despreciaban a cada una de las
artes mágicas, porque, entre todos los elementos, la nena híbrida encontró un
frasco con una docena de piedras oculares y una serie de pocillos con
sustancias que eran idénticas a las que se usaban en la COMDE y LAMISE para la
elaboración de hechizos complejos. “Los tenemos”, había celebrado Lidia, al
momento de enseñarle los pocillos a Eduardo.
_Ahora
podemos demostrarlo – se alegró –. Con esto, que tiene cierto conocimiento y
dominio sobre la magia, con lo que hallamos en las otras recámaras que roba,
con la cantidad de trampas que intentan ocultar algo… quien sabe que más vamos
a encontrar. A propósito – llamó, no pudiendo (ni queriendo) resistir el
impulso de otro aperitivo, con aquel insecto que, desprevenido, pasó cerca suyo
– si solo en uno de los templos encontramos todo esto, ¿Qué podríamos hallar si
los registráramos a todos?. Creo que valdría la pena.
_Serviría
para espejar las pocas dudas que pudieran quedar después de nuestra “expedición”
al Oi-Kal – dijo el Cuidador del Templo del Agua, no pudiendo menos que admirar
la valentía de la hija mayor de Kuza y Lara. No había demostrado
arrepentimiento ni temor al entrar a este templo, y ya estaba pensando en los
otros seis –. Pero se que nos van a quedar, porque con todo lo que vimos,
descubrimos y encontramos en este lugar nos alcanza y sobra. Con razón los
ilios estaban aterrados. Todo esto, sumado a la presencia de Akduqu… ellos
mismos cavaron sus tumbas.
_¡Eduardo,
cuidado!., advirtió la híbrida.
No
hubo trampas ni ningún otro peligro pero si una cantidad sustancial de tierra y
polvo, que se acumularan durante años y décadas, que se vinieron abajo a
consecuencia de un leve temblor. Evidentemente, concluyeron los Cuidadores, en
la superficie había empezado el primer enfrentamiento de esta nueva guerra.
Kevin y marina estaban luchando y eso significaba que los Cuidadores en el
templo se tenían que apurar.
_Espero
que sean capaces de resistir un poco más sin nuestra ayuda – deseó el marido de
Isabel, revisando el contenido de otra estantería –. No se cuándo vamos a
hallar esa caja, si es que sigue acá… si es que sigue en el Oi-Kal. Y Qumi está
ocupada en este momento. ¿Cuál es tu opinión, Lidia? – le preguntó, en tanto,
con un brusco batir de sus alas, barrió con el polvo de todo lo que tenía
frente a su persona, dejando una débil y grisácea nube flotando en el aire –,
¿creés que exista por lo menos un compartimiento oculto en esta recámara, las
otras, o tal vez en los pasillos?.
Lo
del batir, reconoció, fue un error, porque ahora el y la nena estaban tosiendo
y se les había dificultado todavía más la visión.
_Seguro
que si – apostó la Cuidadora –, pero confío en el novio de Qumi. El estuvo acá
los últimos dos siglos, ¿no?, así que su conocimiento es incuestionable, aunque
haya estado confinado a esa caja. Es lo mismo que me contó Seuju hace un año.
Vio cada cosa que pasó desde que quedó ese remanente suyo en la dirección del
JuSe. Ya se que Akduqu no vio a los ilios esconder la cada, pero los escuchó
hablar sobre eso… creo. Como sea, me parece que igual podemos demostrar lo
tramposos que fueron y son los ilios.
Eduardo
sonrió.
_¿Tramposos?.,
repitió.
El
tenía una variedad de palabras más fuertes que esa para describirlos.
_mi
mamá y mi papá no quieren que diga groserías hasta que sea más grande – explicó
Lidia, encogiéndose de hombros – por eso lo de tramposos. Pero es cierto. Todo
lo que nosotros y Qumi encontramos serviría para hundir a los ilios. Las cosas
que robaron a las hadas, por ejemplo, o esas piedras oculares, o las cosas para
hacer hechizos… ¡ o esto!.
Pequeñas
ilustraciones que mostraban escenas de la cultura vampírica, en blanco y negro,
cayeron al suelo cuando ella movió algunos de los cacharros de una repisa.
Lidia las tomó todas, guardándolas en uno de los bolsillos de la camisa y
decidiendo que no bien hubiera vuelto a Plaza Central se lo contaría a los
funcionarios del Consejo de Relaciones Elementales, el organismo con
competencia en estos asuntos, a su padre y posiblemente también a los
dirigentes de la CoVaCen, la “Comunidad Vampírica de Centralia”, que nucleaba y
representaba a los individuos de esa especie, el cual tenía su sede en la
capital del reino de Nimhu y cuyo directorio tenía nueve miembros, uno por cada
país del continente. “Los vampiros toleran menos que las hadas los robos”,
dijo, incluyendo, por el tono que usara, a los híbridos nacidos en parte de
ellos.
La
verdad es que si se quisieran recuperar cada una de las cosas que robaron los
ilios tendría que venir una cuadrilla muy bien equipada, o volver nosotros con
más de uno de esos recipientes mágicos – observó Eduardo, sin dejar de
registrar minuciosamente el entorno –. Con lo que recuperamos ahora, incluidas
esas monedas que se quedó Qumi y las ilustraciones de la cultura de los
vampiros, nos alcanza y sobra para demostrar que estos seres son amigos de lo
ajeno.
_Que
mal para ellos, esto no se lo van a dejar pasar – agregó Lidia, que motivada
por la esperanza, dijo –. Supongo que es cuestión de unos pocos minutos para
que les causemos el más devastador golpe que alguna vez hayan recibido. Tenemos
que duplicar o triplicar el esfuerzo, Eduardo, y encontrar esa caja. Nos
necesitan en la superficie.
---------
_¿Preparada?.,
preguntó Kevin.
_Preparada.,
contestó Marina.
Aunque
sabían que uno solo podía eliminar a varios ilios antes que uno de estos
hubiera conseguido ponerle un dedeo encima, no por eso iban a confiarse, mucho
menos descuidarse. Iban a atacar con todo desde el principio, máxime ahora que
advirtieron que eran muchos más de los que habían calculado en un principio.
Repararon en que la cantidad de pasos, el ruido y el movimiento entre la
vegetación proveniente de todas las direcciones daba cuenta de al menos siete
centenas de individuos ilios que se acercaban, y en dos o tres minutos, cuatro
como máximo, estarían a la vista.
_Sin
embargo, me gustaría hacer un planteo., quiso la Cuidadora del Santuario del
Viento.
La
capa de plumas que cubría su cuerpo, llegado el momento, sería un escudo que
podría repeler sin problemas las flechas, lanzas u otras formas de ataque que
aplicaran los ilios, debido a su resistencia.
_¿Cuál
es?., se interesó su colega.
Este,
cruzado de brazos, no dejaba de mantener la vista fija en el horizonte, girando
su cabeza en ángulos más o menos pronunciados, intentando deducir cuáles serían
los primeros atacantes en quedar visibles.
_Yo
no tengo ningún problema en pelear, Kevin. Lo espero, de hecho. Estoy preparada
para eso, y no es para menos, con los ejercicios físicos y el entrenamiento en
el Tep-Wo – al final, Marina hizo el planteo –. Pero, si llegado el caso,
tuviera que…
_si
– aseguró Kevin –, lo mismo que yo.
Matar
a un ilio o más.
_Eso
me asusta – pensó la dama en voz alta –. No porque tenga miedo de las posibles
represalias, porque si es por eso y los ilios vienen por mi les voy a hacer
frente, eso no lo dudes. Pero yo… se que van a quedarme secuelas si tuviera que
eliminar a un ser elemental, no importa que se trate de un ilio.
_Yo
pienso que con eso mi caso no va a ser tan diferente al tuyo – coincidió Kevin
–. pero no nos podemos evadir de esto ni dejarnos vencer, marina. Los ilios no
van a tener dudas ni reparos a la hora de intentar asesinarnos.
Aun
con este nuevo problema dando vueltas en sus mentes, el par de Cuidadores no se
amilanó ni retrocedió. Cada uno de los dos empezó a observar en direcciones
diferentes, para tener una mejor cobertura de los alrededores. Entonces, en un
momento dado, una bola emergió a gran velocidad y altura desde la espesura, dando
con brusquedad a alrededor de diez metros de donde se encontraban las hadas,
quienes ante esto advirtieron que los ilios habían traído consigo una
catapulta. Mirando la carga (una mezcla de piedras de diversos tamaños,
elementos cortantes y “desechos” de animales, entre otros elementos), que se
había esparcido con el impacto, Kevin y Marina volvieron a afirmar que los
ilios estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de mantener s salvo todo lo
que representaban, y eso incluía sus secretos. Lo que sea que hubiera en el
templo subterráneo bien valía las vidas de cada uno de estos seres feéricos y
no iban a permitir que tomaran o alteraran algo, ni, asumieron los Cuidadores,
que se supiera por qué habían emprendido esa misión tan peligrosa cuyo objetivo
era asesinar a Qumi. Y eso incluía traer este “armamento pesado” consigo, tres
catapultas, porque los Cuidadores pronto vieron un trió de lanzamientos. Esta
vez fueron objetos esféricos en llamas, los cuales cayeron alarmantemente
cerca.
_Están
corrigiendo la trayectoria., advirtió Marina, quien tuvo que recurrir a una
descarga para interceptar el quinto lanzamiento y destruirlo en el aire,
llevando fragmentos en varias decenas de metros a la redonda.
_Muy
bien, ahora es nuestro turno., asumió Kevin, atacando a la vez que los primeros
ilios, cinco individuos, se hacían visibles.
Estos
seres, que rondaban el metro setenta, llevaban arcos, apuntándolos hacia
adelante con total firmeza, y tenían estuches en la espalda repletos de
flechas. El Cuidador de la Casa de la Magia dejó que atacaran primero,
interceptando las flechas, que, apreció, estuvieron dirigidas a su cuello y
corazón, y devolviéndoselas a los atacantes, dándole a uno de ellos en el bajo
vientre y tumbándolo. Los gritos de dolor hicieron enfurecer a sus congéneres,
que invadidos por la furia se abalanzaron velozmente, y no bien traspasaron el
perímetro de piedras, Marina los envolvió en una ráfaga de viento,
expulsándolos violentamente por al aire de vuelta hacia la selva.
_Nada
mal, nada mal – la elogió su colega, con aplausos –. Lástima que no tengamos
tiempo para alegrarnos ni relajarnos. Allí vienen más.
En
efecto, otros ilios salieron de la espesura. Eran cuatro decenas y todos
dispararon lanzas y flechas al unísono. Los Cuidadores se enfrentaron entonces
a ese problema moral. Podían eliminar a cada uno de los atacantes con un
esfuerzo mínimo o nulo, pero les preocupaban las consecuencias psicológicas que
esa acción podría dejarles. No importaba que el artesano-escultor insistiera
con que los ilios no dudarían en usar la fuerza letal, ni tampoco que dijera
que tal vez fuera lo único que pudieran hacer para mantenerse vivos. Tendrían
ese “impedimento” aun cuando hubieran de empezar a abatir a los enemigos.
_Espero
que Eduardo, Lidia y Qumi no tarden mucho., deseó Marina, lanzando una pequeña
descarga para dispersar a ese frente de ilios.
_Estoy
de acuerdo con eso - coincidió Kevin –
Aun con lo poderosos que somos, no los vamos a poder contener por mucho tiempo…
aun eliminándolos a medida que vayan apareciendo.
--------
_Esto
no va a resultar sencillo para vos, ni tampoco para mi., dijo Akduqu.
_¿Por
qué?., le preguntó Qumi, tan desconcertada como desesperada.
_Por
lo que los ilios hicieron aquel día para preservar sus secretos.
Hablando
unas pocas palabras entre ellos para solucionar los detalles, los ilios
hicieron, quizás por primera vez en presencia de un hada, uso de las artes
mágicas. Sabiendo que su rehén no podía reaccionar ni hacer otro movimiento más
que aquel con las pestañas, no tuvieron reparo alguno en decir, en su
presencia, que harían algo, un tipo de magia, que ellos bautizaron con el
nombre de "desfragmentación". Con palabras y sonrisas perversas, y
satisfacción por haber impedido que sus secretos salieran a la luz, hablaron
acerca de un poderoso hechizo desarrollada por ellos mismos después de décadas
enteras de investigaciones ultra secretas, que implicaba efectos tan extraños
como definitivos. Básicamente - el marinero relató a Qumi palabras que
escuchara pronunciar a los ilios -, una vez que se aplicara, dicho hechizo
podría hacer que un recuerdo en particular desapareciera completamente no solo
de cualquier registro escrito que pudiera existir, sino también de la memoria
individual y colectiva. Como se trataba en este caso de un ser feérico, era
imprescindible que el polvillo, uno de los componentes del hechizo, entrara al
organismo a través de las fosas nasales y los ojos. Esa acción, sumada a la
pronunciación de un conjuro, el otro componente, provocaría que todos los
recuerdos de la vida y obra de la víctima, todo cuanto esta hubiese
representado, fuera desapareciendo paulatinamente.
_Por
eso es que casi nadie sabe algo de vos., advirtió finalmente la Cuidadora del
Hogar de la Tierra, vuelta nuevamente un mar de lágrimas y presa de la
desesperación, sabiendo que de un momento a otro Akduqu desaparecería y ella
también lo olvidaría.
En
el curso de los últimos doscientos años, habían estado desapareciendo, tanto
figurativa como literalmente, todos los recuerdos del marino y su obra. Tan
poderoso resultó ser este hechizo que desarrollaran los ilios (estos se
asombraron incluso por su formidable creación) que incluso la imagen de Akduqu,
su aspecto físico y señas particulares, fueron perdiéndose. A tal punto fue
efectiva la "desfragmentación" que con el paso de los años y las
décadas fueron cada vez menos quienes recordaban que en un tiempo, durante poco
más de un cuarto de siglo, hubiese existido un hombre llamado Akduqu, y en su
lugar de nacimiento, Barraca Sola, se encontraba una vivienda poligonal, a poca
distancia del centro de ese barrio, que llevaba dos siglos desocupada y la
mayoría de los habitantes ya no conocía a quien había sido su último ocupante.
Los que si lo sabían apenas tenían recuerdos difusos y de un valor muy escaso,
de modo que cuando se disponían a hablar sobre ese asunto, la confusión
aumentaba significativamente. Los ilios sabían que ese hechizo no se detendría
allí, pues todo indicio de que este individuo feérico del sexo masculino una
vez hubiera existido desaparecerían incluso de los registros y archivos
públicos, tal como las actas de la Dirección de Identidades. "Nunca
exististe", dijo uno de los ilios a Akduqu, antes de pronunciar el
conjuro.
_Es
magia oscura y maligna, la peor de la que haya tenido y tenga conocimiento.,
dijo el marinero, sintiendo como empezaba a desvanecerse.
_Ahora
lo entiendo., tradujo Qumi.
Entendió
por fin por qué le daban esas contestaciones que poco ayudaban a
tranquilizarla. Cuando ella le estuviera preguntando a sus congéneres y a otros
seres elementales por Akduqu, la mayoría de las respuestas, por no decir todas,
llegaban cargadas de desconcierto y confusión. Muchos aseguraban no haber conocido
alguna vez, en persona, a través de relatos o con tal o cual registro escrito,
a un marinero mercante que se llamara así y que hubiera perdido la vida en la
tragedia del veintinueve de Diciembre / Nios número veintiocho de diez mil
doscientos cinco. Aseguraron con total convencimiento - esto a la larga terminó
por convencer a los ilios de lo exitoso que había sido el hechizo de
desfragmentación - que únicamente hubo ciento diecinueve hombres en aquel
buque, y no ciento veinte.
_Es
una confusión enorme, lo se, pero es lo que pasó aquel día en este templo -
afirmó Akduqu, convencido de que debía poder resistir un poco más antes de
desaparecer por completo -, y creo que la única manera de saberlo con todos los
detalles sería preguntando directamente al respecto a los ilios.
Aún
debía explicarle dos cosas a Qumi. Una de ellas era la transmisión de aquel
críptico mensaje, lo cual explicaría por qué los ilios intentaron matarla, y la
otra era la razón por la que la Cuidadora había dejado de ser una estatua de
vulcanita.
Comprendiendo
el peligro tan grande al que se enfrentaba, y la posibilidad incluso de
desaparecer de la memoria de los individuos de la suya y de las otras razas
elementales, el marinero insular aplicó el último recurso que le quedaba,
depositando en ello sus escasas fuerzas, porque desde que le aplicaran por
primera vez aquel control mental en el buque, cuando lo descubrieran
espiando. Sabía que el tiempo de que
disponía no era mucho, y que los ilios lo matarían no bien hubieran concluido
la aplicación de ese hechizo de desfragmentación, Akduqu, instintivamente,
decidió recurrir a la comunica mental, decidiendo que el destinatario sería su
otra mitad, la Cuidadora del Hogar de la Tierra. Había perdido la noción del
tiempo, ni tenía idea de cuánto pasara desde el hundimiento de la embarcación
transoceánica, y no podía saber dónde estaría Qumi en este momento. Lo único
seguro para el era que su estado de nervios, sus pensamientos y sus emociones
serían un desastre, al igual que todos los parientes y amigos de cada uno de
los fallecidos en aquel trágico accidente, que ahora sabía que había sido algo
intencional. Al final, al cabo de unos cuantos segundos, halló a su amada con
los brazos y las manos en un rompeolas en el reino insular, mirando un punto en
el horizonte, esperanzada y confiada en que Akduqu volvería a su lado. Sin perder un instante, este pronunció el
nombre de la Cuidadora y de inmediato obtuvo su atención, a lo que Qumi
respondió con aquella pregunta ("Es que acaso no lo escuchan?") a las
hadas que reaccionaron con desconcierto, creyendo que estaba perdiendo la
razón, a medida que iba viendo y advirtiendo los gestos que le hiciera Akduqu.
Para el momento en que comprendieron lo que estuvo haciendo, los ilios
concluyeron la aplicación de su definitivo e innovador hechizo, y vieron con un
terror inmenso como, pese a todo lo que hicieron, a todas las precauciones que
tomaron, continuaba estando presente la posibilidad de que aquello que tanto
buscaban mantener en secreto saliera a la luz, y, mientras con otro hechizo se
las ingeniaban para meter a Akduqu en una caja de acero mágico, entendieron que
la Cuidadora del JuSe tenía que ser eliminada a toda costa. Una tarea en
extremo compleja y difícil por la que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas,
sabiendo todo lo que estaba en juego. Para su sorpresa y desconcierto, pero
principalmente para su fortuna, no tuvieron que hacer absolutamente nada y
vieron como la propia Cuidadores lo hizo por ellos, al decidir transformarse en
una estatua de vulcanita y proclamar que permanecería en ese estado hasta que
su otra mitad estuviera nuevamente con ella. Al final, aquella jornada de seis
días, los ilios tuvieron un éxito aplastante y no tuvieron que volver a
preocuparse porque sus secretos salieran a la luz.
_Hasta
la madrugada del cuatro de Enero / Baui número cuatro de este año - remarcó
Qumi, contenta por el hecho de que las respuestas que había venido a buscar
sirvieran para atenuar en parte esa enorme conmoción. Seguía muy compungida y
deprimida ante la idea de que en pocos minutos su amado desaparecería y su
nombre, obra e imagen serían olvidadas -. Por eso es que cuatro de ellos
intentaron matarme. Al final fracasaron, y ahora lo podemos demostrar. Podemos
exponerlos ante todos y... - se detuvo en seco, sabiendo que se había
equivocado con eso. Era tan confuso y misterioso que no podía advertir lo que
seguiría. Excepto esto, por lo que añadió -... No podemos, cierto?. Quiero
decir, si vos desaparecés ahora, o dentro de unos minutos... lo podrían hacer
todos los rastros de lo que hicieran los ilios aquel día. Eduardo, Kevin,
Lidia, Marina y yo vinimos a este templo para nada.
_No
- la contradijo Akduqu -, solo yo voy a desaparecer - y le contó lo que el
creía que iba a pasar -. De alguna manera vos descubriste que en este lugar, el
Oi-Kal, se hallaba un secreto sensible de los ilios, posiblemente las Sesenta y
cuatro verdades máximas. En su momento, hace dos siglos, te emocionante tanto
que involuntariamente te transformaste en una estatua de vulcanita. Por qué
pasó eso no se, sos la única que tiene la respuesta. Allí, los ilios creyeron
que el peligro, el terror a ser descubiertos y cada amenaza a su cultura,
historia y sociedad simplemente desaparecieron. Al menos, así fue hasta hace
unos pocos días, cuando te recuperaste.
Para
Qumi era una historia loca e inverosímil por donde la mirara. Tal vez porque
conocía la verdad, pero no veía como aquello que le dijera Akduqu podía
convertirse en la versión oficial (la realidad) de lo ocurrido, de como el ataque
de los ilios, que se cobrara la vida de ciento diecinueve o ciento veinte
hombres.
_Puede
ser que poco o nada de eso importe esa confusión en torno a esto? - interpretó
la Cuidadora, consciente de que todo cuanto estuvo pasando sería olvidado y
que, en lo referente directa e indirectamente a ella, una nueva historia sería
forjada para los últimos doscientos años. Tal vez fuera aquello que dijera
Akduqu -. El rey de este país me estuvo leyendo la mente para intentar
descubrir por qué los ilios quisieron asesinarme. Supongo que eso que averiguó
también se va a perder... Bueno, no importa, si nada de esto pasó. Lo único que
no me gusta, porque no lo deseo ni quiero, es olvidarte. Aquellos días que pasé
con vos estuvieron entre los mejores de mí vida, me hicieron (hiciste) muy
feliz.
_Tampoco
lo quiero ni deseo yo, eso te lo aseguro - coincidió Akduqu, no sintiendo ya el
peso de su cuerpo. Se le estaba terminando el tiempo y aún le restaba la última
explicación, que, nuevamente, era una interpretación suya. La otra razón por la
que no debían perder el tiempo era que los ilios estaban arriba y que los
colegas de Qumi necesitaban refuerzos -, pero es lo que va a pasar,
desafortunadamente. En todo caso, mirale el lado bueno. No vas a recordar nada,
y por tanto no vas a sufrir ni entristecerte. Además, sea con la historia que
conocéis o con la que va a forjarse, hallamos la manera de destruir social y
moralmente a los ilios, que es lo que las hadas venimos buscando desde el
bombardeo planetario - advirtió que la guerra se había dado cuenta de lo que
estaba pasando, por lo que decidió no desperdiciar un instante -. Qumi, queda
un último misterio por resolver, o explicar, y me gustaría hablarte sobre eso.
Y
lo hizo, sabiendo que sería tan increíble como lo demás, o quizás más, ya que
se trataba de algo vinculado directamente a la dama, algo no pensado ni
dispuesto, mucho menos imaginado, doscientos años atrás. "Te
escucho", dijo ella, preparando sus sentidos. Cuando las hadas del
elemento tierra aplicaban esa técnica, la de transformar en piedra (cualquier
clase) a otra cosa e incluso a un ser vivo, había una condición que ellas
mismas ponían para finalizar dicha técnica, a veces más compleja y a veces
menos, que estaba siempre relacionada con el individuo que la aplicara. En el
caso de Qumi, esa condición había sido que su compañero sentimental estuviese
reunido otra vez con ella. Así, pasaron uno atrás de otro los dos siglos y allí
continuó estando la estatua de vulcanita, firme observando en dirección al
horizonte e invulnerable, habiendo soportado todas las condiciones atmosféricas
y climáticas, los cambios geológicos y geográficos, una guerra en la que
participó Insulandia y todos los cambios en el entorno. "Hasta que ese
momento llegue...", recordó la Cuidadora aquello que proclamara, su
condición, al instante de aplicar sobre su persona la técnica. Al recuperarse y
encontrarse en la costa de una playa que no estuvo allí doscientos años antes,
y detectando apenas un remanente del inmenso rompeolas, su reacción inmediata
fue mirar en todas las direcciones en busca de Akduqu, no detectándolo por
ninguna parte. Pensó que debía encontrarse cerca, y ya lo buscaría, esa era su
meta en el corto plazo, pero entre tanto averiguaría por qué había aparecido el
símbolo de la tierra en su frente. "Más Cuidadores", dijo en su
mente, advirtiendo debido a la intensidad de la señal que, fuera uno o varios,
debía o debían estar cerca. "Tu condición se cumplió", intentó
tranquilizarla Akduqu. Sabía que Qumi no entendería una palabra con esa feas ni
siquiera esforzándose al máximo, de manera que fue directo al asunto. Sabiendo
que su tiempo se continuaba reduciendo (advirtieron que la voz de Akduqu se
estaba escuchando más baja), le dio la respuesta al último misterio: las
razones que condujeron al resurgimiento de la Cuidadora del JuSe.
"Apareció la misma noche en que despertaste" - empezó a explicar -,
"pero no fui yo, no pude haber sido. Pero tu amado si estuvo allí".
"No es posible eso...", reaccionó la Cuidadora, abriendo los ojos y
respirando entrecortadamente. Esas palabras terminaron por desconcertarla, si
algo le faltaba a eso. Ambos sabían que eran el uno para el otro y las primeras
respuestas verbales y gestuales de Qumi apuntaron a que no creía nada de
aquello, a que Akduqu le estaba jugando una broma para intentar animarla. No
podía haber otra explicación. "Este no es el momento" - dijo, otra
vez con lágrimas, y exigió -, "quiero la verdad y rápido".
_Puedo
darte su nombre - indicó el marinero. En los dos o tres minutos, el calculaba
que no tenía más que eso -. "Lo vi, Qumi. Vi cuando te tocó. En realidad,
te rozó, y fue algo accidental. Fue un malo e involuntario movimiento de su
madre, y con eso hubo un contacto muy breve, de menos de un segundo, diría yo,
entre el y vos. Con tu hombro izquierdo, sí vi bien, cosa que no me es fácil,
desde donde estoy".
_Cómo...
qué significa eso? - la Cuidadora no podía creer lo que escuchaba. Era, de todo
lo que había dicho su otra mitad, lo más insólito -. Pero si vos fuiste y
seguís siendo mí verdadero amor. Tiene que haber otra explicación, Akduqu. Eso
último que dijiste no puede ser cierto y...
Aún
con el desconcierto tan grande generado por esas últimas palabras del marinero,
pudo escuchar una exclamación proveniente de otra de las recámaras, lo que le
indicó, también al hombre, que los Cuidadores del Vinhäe y el Vinhuiga habían
al fin encontrado la caja de acero mágico con el manifiesto, y los temblores
esporádicos indicaban que los de la Casa de la Magia y el Tep-Wo estaban
esforzándose más que antes por contener a los ilios.
_Eso
no voy a discutirlo porque fue y es la realidad, pero considerando el hechizo
de amor, nuestro romance, todo lo que sentimos y nos profesamos mutuamente
también va a ser olvidado - la voz de Akduqu era cada vez más baja y había
advertido, no sin horrorizarse, que ese tono cada vez más claro en sus pies
(estaba descalzo) y manos, casi transparente, de que su tiempo se estaba
terminando. No debía tener más de dos minutos -. Qumi, para mí fue un honor y
un orgullo haberte conocido y compartido aquel romance con vos. Los mejores
días de mi vida, si tengo que ser franco. Pero eso, para mala fortuna de los
dos, va a caer en el más absoluto de los olvidos y... nunca existió - el marino
estaba empezando a desaparecer, si iba a hablar debía hacerlo ya -. Un día se
va a convertir en un hombre, y cuando llegue la edad suficiente van a
encontrarse. Y esto también vas a olvidarlo. No vas a saber que ese bebé es tu
otra mitad hasta que llegue ese momento. Cuando se encuentren, van a saber por
instinto que fueron hechos uno para el otro.
Desde
que se recuperara, Qumi solo supo de un bebé que tuviera contacto con ella esa
madrugada. Incluso lo tuvo por unos momentos en sus brazos.
_El
hijo recién nacido de Iulí y Wilson... Ibequgi? - reaccionó, con la
incredulidad que esa información ameritaba -. Eso no es posible, Akduqu. No
puede ser que un recién nacido se vaya a convertir en...
_Lo
es, te lo aseguro.
Y
así, sin más, Akduqu desapareció, habiendo tenido el tiempo suficiente para una
última demostración afectiva, al posar sus manos en las mejillas de la
Cuidadora e intentar besarla, pero para eso era ya muy tarde. Lo último que
Qumi vio fue la cara del marinero con un enorme gesto de felicidad y la amplia
sonrisa... antes de que su mente quedara momentáneamente en blanco y obstruida.
Cuando recuperó la conciencia, se preguntó por qué estaba sentada en el suelo
con las piernas cruzadas, con lágrimas en los ojos y esas prendas masculinas
frente a su persona. Ni era el tiempo para eso, ni tampoco el lugar. Debía
apurarse y hallar el manifiesto, tal como lo descubriera dos siglos atrás.
Aquello que involuntariamente la transformara en una estatua de vulcanita y la
razón de que los ilios se hubieran colado sin ser detectados en la Ciudad Del
Sol y casi llegado a su centro neurálgico. Incorporándose, vio aparecer a sus
colegas, visiblemente emocionados y llevando Lidia una caja en sus manos. Con
ver eso, la Cuidadora del Hogar de la Tierra comprendió que la misión de
exploración en el Oi-Kal había terminado como lo esperaron: de forma exitosa.
--------
_La
encontramos! - exclamó Eduardo, cediendo el paso a la híbrida al entrar a la
recámara -. Al final, era cierto eso de que podían haber compartimentos ocultos
en este lugar. Esta caja estaba en el hueco en una pared detrás de una pila de
artefactos ilios que... Qumi, qué pasó acá?.
Porque
estuvo viendo cómo se secaba las últimas lágrimas, y acto seguido esa ropa en
el suelo. La Cuidadora terminó de incorporarse, recuperó su bastón y contestó:
_Nada
de lo que vi acá, de lo que los tres encontramos hasta que nos separamos me
hizo feliz ni puso de humor. Sencillamente, los ilios son la escoria del mundo,
Eduardo. Vinieron robando y cometiera todo tipo de tropelías a nuestras
espaldas, y tenemos las pruebas, incluido esto - señaló la ropa masculina, a la
que guardó en el cilindro mágico -. Encontré este uniforme de marinero
escondido entre todos estos elementos y... no se, me pareció que tenemos que
llevarlo a Plaza Central de vuelta con nosotros.
_Pero
ahora los tenemos, no solo con todas las cosas, sino también con esto - indicó
Lidia, poniendo la caja después del uniforme, en el cilindro -. Tenemos que
salir ya mismo. Nos necesitan allí arriba.
Los
temblores dieron cuenta de la batalla que estaba teniendo lugar en la
superficie. Una multitud de ilios debía estar intentando desesperada y
enconadamente de recuperar el control de uno de sus lugares más importantes y
emblemáticos, pero, por supuesto, Marina y Kevin eran oponentes mucho más poderosos
y estaban cumpliendo su tarea al pie de la letra.
_Dejemos
la caja y el manifiesto para más tarde - quiso Eduardo, sabiendo que eso no era
lo urgente ahora -. En este momento hacemos más falta en la superficie.
Y,
sin demorar un momento, se precipitaron a la carrera. En cuestión de segundos
se unirían a la pelea.
Apenas
asomaron a la superficie rebosante del verde césped, se encontraron ante un
auténtico caos, todo un descalabro, que incluía como escena más fuerte la
decena y media de ilios fallecidos a varias distancias del hueco que excavara
Kevin; además había decenas de lanzas, flechas y otras armas similares
esparcidas en ese inmenso terreno delimitado por las piedras, focos de incendio
más bien pequeños, otro tanto de ilios que, heridos, buscaban ponerse a salvo,
sin renunciar a su misión de reconquistar el templo y eliminar a las hadas;
hasta había rocas y otros materiales, algunos humeantes, que evidenciarse que
allí estuvieron al menos seis monstruos mï-nuqt. La batalla era, en una
palabra, intensa. "Es un desastre", opinó Qumi acertadamente, a la
vez que lanzaba una descarga de energía, un rayo de color rosa desde la palma
derecha, que detuvo en seco a un ilio y lo mandó a varios metros de distancia.
"Estoy de acuerdo", convino Eduardo, observando como aquel monstruo
alado y cubierto de plumas blancas en que se transformara Marina usaba las
enormes y filosas garras de las patas para sujetar a otro de los ilios y
lanzarlo con fuerza contra tres de sus congéneres. Estando más concentrados en
este panorama a cada segundo que pasaba, a Qumi y Eduardo les resultó
complicado intentar adivinar que estaba pasando por la cabeza de la nena
híbrida, quien fue la tercera en abandonar el hueco; en cambio, lo sencillo fue
darse cuenta de que no estaba asustada, sino todo lo contrario. Más que eso,
estaba emocionada, pues este era, o sería, su primer combate real y, por tanto,
ver si las sesiones de entrenamiento en el Templo del Fuego rendían sus frutos.
No se trataba de imprudencia, inconciencia ni nada parecido, como sus colegas
sabían. La sangre vampírica corría por las venas de Lidia, y por eso ella, como
todos los híbridos nacidos en parte de uno de aquellos seres eran propensos a
esta clase de comportamientos. Desde edades tempranas como esta e incluso menos,
los híbridos entendían que parte de su aprendizaje e instrucción consistía en
probarse y demostrar valor, fuera y entereza ante situaciones que revistieran
peligro, y una batalla contra varias decenas de ilios, en la que lo que estaba
en juego era nada más y nada menos que la vida, era la situación perfecta para
probarse. Para ser una nena de tan solo diez años, Lidia era fuerte y ágil,
además de impulsiva, y lo puso de manifiesto siendo la primera de los tres en
sumarse al enfrentamiento tan feroz, arremetiendo sin dudar un instante contra
cuatro ilios al mismo tiempo, decidiendo recurrir a los latigazos, una de sus
técnicas favoritas, y bastó únicamente con que los agitara en el aire, haciendo
intrincados movimientos, para que sintieran la intensa temperatura, advirtieran
el peligro y optaran por retroceder e intentar otro movimiento. Por su parte,
la Cuidadora del Santuario del Viento hizo aparecer de la nada una intensa
ventisca, concentrándose en reunir el aire de los alrededores y enviar a otros
tres ilios atacantes lejos de ella, al verse envueltos en dicha ventisca; Qumi
recurrió a sus habilidades telequinéticas para mover una de las piedras que
formaban el perímetro y golpear con ella a un ilio que estuvo a punto de
disparar una flecha con el extremo en llamas contra ella; Kevin había usado
reiteradas veces el escupitajo, una técnica mediante la cual rociaba una
poderosa toxina que literalmente dejaba noqueados a los oponentes a quienes
alcanzaba, habiendo dejado un tendal de ilios dormidos en el suelo; y al
Cuidador del Vinhäe, siendo ahora ese monstruo cetáceo inmenso (durante unos
instantes hubo un megalodón varado en el césped) le bastó un movimiento rápido
para quitar de escena y dejar desmayados a seis ilios más, de los cuales al
menos dos tendrían uno o más huesos rotos, con ese golpe y el que se dieran
contra el piso. Cada uno sumamente ocupado, y tan concentrado que por el
momento les sería imposible ir en auxilio de los demás, tuvo tiempo para
analizar la situación y, considerando la cifra de los enemigos, con la
consecuente superioridad numérica, advertir que este tal vez fuera el peligro
más grande al que una vez le hubieran hecho frente. Los ilios, muchos más de los que habían
supuesto en tanto avanzaban, estaban dispuestos a todo con tal de mantener a
salvo sus secretos, y la violencia y ferocidad con que estaban atacando no
hacía más que confirmarlo. Con ellos habían traído un arsenal, que incluía
catapultas, las cuales continuaban disparando desde la seguridad que les
proporcionaba la selva tan densa, los monstruos mï-nuq y uc-nuqt, al menos doce
que se abrían camino con ferocidad hacia las hadas, y tres regimientos
completos de setwes, los individuos ilios mejor preparados de la clase
guerrera, quienes fueron los primeros en lanzarse a la batalla. Se escuchaban
ente ellos fuertes vociferaciones, como que todos los infieles, los elementales
no pertenecientes a la raza ilia, debían ser erradicados, porque así lo
decretaba la Trinidad Benigna - los dioses Iel, de la abundancia, Mod, de la gloria
o el triunfo, y Ral, del destino -, en pos de la superintendencia de todos los
individuos ilios. Cada uno concentrado y
ocupado, los Cuidadores dispusieron de una ínfima fracción de tiempo para
asumir que sus enemigos ya sabían que no estaban en posesión de la caja de
acero mágico, la cual contenía el más valioso e importante secreto, y
cualquiera lo podría haber hecho. Qumi, recuperada después de doscientos años,
había hecho partícipes a sus congéneres de aquello que tenía registrado en la
memoria, probablemente con la ayuda del rey de Insulandia (Elías), y los
responsables del Consejo Supremo Planetario, la Mancomunidad Elemental, la
Unión Centrálica y los funcionarios locales habrían ordenado el envío de las
hadas más poderosas al Oi-Kal para hacer una misión de exploración a fondo y
recuperar el manifiesto ilio, habiendo confirmado su existencia y sabiendo que,
con esa decisión, la guerra sería una realidad. Quizás estos seres hubieran
estado al corriente de esta expedición desde el principio, tal vez destacando
centinelas en la selva con la estricta orden de permanecer en silencio e
inmóviles y dejar pasar a las hadas por dicha selva y luego colarse al templo
subterráneo, para así tener una excusa para atacarlos y, si les fuera posible,
matarlos. En el predio circular delimitado por piedras, los ilios heridos se
negaban a retroceder y continuaban adelante, recurriendo a cualquier cosa que
tuvieran a mano para usarla como armas contra las hadas; entre ellos ya
abundaban las heridas cortantes con rastros y manchones más o menos grandes de
sangre, , esguinces y torceduras, algún que otro hueso roto, pelo chamuscado,
obra de los latigazos de la Cuidadora del Vinhuiga (su destreza y habilidad
estaban a la par de la de sus colegas adultos), restos de tierra y césped en el
cuerpo, los ojos entrecerrados, producto de la lenta recuperación del veneno
que constantemente escupía Kevin... con eso y con más continuaban adelante,
porque su objetivo era irrenunciable, y si a causa de eso debían perder la vida
que así fuera. Al menos quince cadáveres yacían en el suelo y esa escena era un
estímulo adicional para los que, heridos o ilesos, seguían atacando, todavía
confiando en la superioridad numérica, en los monstruos, otra prueba
concluyentes de que sabían hacer magia, las flechas con puntas en llamas y las
catapultas. "Yo me ocupo de ellas", avisó Marina, a quien de
inmediato vieron alejarse y planear sobre la espesura, atacando al cabo de unos
segundos y provocando enormes explosiones, que indicaron que aquellas piezas de
artillería habían sido destruidas. A su vuelta al predio, una lluvia de flechas
salió disparada hacia arriba, al menos una treintena de ilios dispararon al
mismo tiempo, pero su plumaje era tan fuerte que simplemente rebotaron. En ese
momento en que estuvo distraída, el monstruo uc-nuq que andaba por allí lanzó
su ataque y faltó poco para que Marina tuviera una herida seria, pero apenas
salió de eso con un raspón, nada por lo que tuviera que preocuparse, porque
Eduardo salió al cruce y, valiéndose de su descomunal tamaño y fuerza destruyó
al oponente agarrándolo por el cuello y lanzándolo violentamente hacia arriba,
viendo entonces como la gravedad se ocupaba del resto. Con eso, los ilios descubrieron que debían
concentrarse en un enemigo a la vez, en lugar de atacarlos a todos y apuntando
a distintas partes del cuerpo de cada uno, y sabían con quién tenían que
empezar. Ese gigantesco cetáceo era el mayor de sus problemas y tendrían que
neutralizarlo antes de seguir con los otros. El problema era, lo sabían, y eso
les ponía los pelos de punta, que ninguna de las armas de que disponían podía
traspasar su gruesa capa de escamas, de manera que deberían probar otra cosa,
algo decidida y definitivamente suicida: un golpe con toda la fuerza en la
nuca, tarea desde ya encomendada a los mejores guerreros setwes. Algunos tal
vez hubieran pensado en la posibilidad de que por lo menos dos individuos se
colaran en el templo subterráneo, cubierta con esa hecatombe que se estaba
desarrollando, tomar aquel somnífero que crearan hacía poco más de doscientos
años, al cual pensaron usar contra la Cuidadora del JuSe cuando esta hubo de
descubrir la locación del manifiesto (el mayor y vitalísimo secreto de los
ilios), y atacar a todas las hadas, como paso previo a su eliminación. Entre
tanto, los Cuidadores le estaban dando una paliza a sus enemigos, teniendo
marcadas ventajas en el tamaño descomunal de Eduardo, la agilidad sorprendente
de Lidia, la maniobrabilidad de Marina en el aire, la toxina que continuaba
escupiendo Kevin y y la presión con que Qumi golpeaba a los ilios, la
suficiente para noquearlos con un único impacto (uno de ellos no volvería a
levantarse). Al cabo de media hora de un combate ininterrumpido, los Cuidadores
apenas estaban cansados y sus oponentes se estaban impacientando y
desesperando, pues les urgía retomar el control total del templo, recuperar lo
que sea que hubieran tomado sus enemigos - un frío extremo los invadió, al
considerar que pudieron tomar el manifiesto - y conservar sus secretos. Las flechas,
lanzas y toda clase de objetos contundentes seguían surcando el aire, las hadas
o bien los esquivaban o apenas se sacudían de los impactos y contraatacaban,
haciendo ver a los ilios cuan equivocados estuvieron al haber años tanto a la
superioridad numérica. Habían destruido a los monstruos y fue con eso que
reconocieron el error, pero poco o nada les había importado, considerando todo
cuanto estaba en juego, cuanto podían perder. Las bajas ilias habían trepado y
varios estaban con heridas lo bastante importantes que les impedían moverse, y,
en tanto otro grupo intentaba ponerlos a salvo, una multitud de setwes
consiguiente trepar sobre el gigantesco monstruo cetáceo, sabiendo lo suicida
que era esta técnica. Otros setwes rodearon a Marina, en un momento en que esta
se disponía a aterrizar, al ver que Kevin, accidentalmente, había sido víctima
de su propia toxina, porque los ilios la habían estado recolectando de sus
congéneres. La Cuidadora del Tep-Wo terminó inmovilizada porque los ilios, al
final, habían conseguido entrar al Oi-Kal y tomar la pócima, pero los
Cuidadores eran tan poderosos que no quedaron como lo supusieron los atacantes,
inconscientes y completamente inmóviles, sino mareados y agotados. Con enormes
esfuerzos, los que le costaron la vida a otros veinte individuos,
administrativo el polvillo a Eduardo y Kevin, quienes al sentirse agotados
volvieron a transformarse en hombres, 6 después a Marina, cuya figura femenina
apareció en cuestión de segundos. Al instante arremetieron contra Qumi, quien,
transformada en un antílope, había atropellado a un enemigo antes de emprender
la veloz carrera para ir en auxilio de sus colegas, y fue en ese momento que
respiró el polvillo lanzado por uno de los enemigos. Para la mala fortuna de
ellos, esa era la única reserva disponible, y Lidia continuaba combatiendo con
todas sus fuerzas, repartiendo uno atrás de otro los latigazos, tumbando a los
ilios y provocándoles quemaduras. Esta adversaria, aún para tratarse de una
nena de tan corta edad, era tan poderosas como los cuatro adultos, que luchaban
por ponerse de pie y volver a la carga, y fue necesaria que transcurrieran
otros cuantos minutos para que se dieran cuenta que tal vez tuvieran una única
manera de detenerla: apuntar con las lanzas y flechas al cuello o la nuca de
los Cuidadores y darles a entender que los eliminarían si no se rendía. Los
ilios sobrevivientes, unos dos mil quinientos, contando también a los heridos,
cerraron filas en torno a Eduardo, Kevin, Marina y Qumi, y bastó con que uno de
ellos cometiera esa garrafal y catastrófica torpeza como para que todos
empezaran a reconocer la posibilidad de que tal vez no vivieran para ver otro
día. Queriendo comprobar y demostrar que estaban hablando en serio, el ilio le
causó una herida punzante en la palma de la mano derecha a la Cuidadora del
Tep-Wo, y eso fue todo lo que necesitó la nena híbrida para hacer algo que
únicamente unas pocas hadas eran capaces. Los enemigos de los seres feéricos se
detuvieron en seco, y los Cuidadores parecieron haberse concentrado en dos
pensamientos: que tal vez estuvieran frente a algo que los hiciera dejar en el
segundo plano su misión de reconquista y que lo mejor que podían hacer era transformarse en esas esferas y ocultarse en
el hueco que excavara Kevin. Los ilios comprendieron, al ver a las hadas
ocultarse, que aún con todos sus esfuerzos, no tenían chances de recuperar el
templo y conservar sus secretos.
_Ellos
son mis amigos!.
Con
esa frase, la Cuidadora del Templo del Fuego
atacar uno por uno a los ilios que se quedaron allí, tan aterrados que
no podían moverse. Lidia ya no era una híbrida, un vampiro ni tampoco tenía una
forma conocida. Era, así lo definían los textos y las palabras que pudieran
surgir en conversaciones al respecto, como si el elemento de la Cuidadora
hubiera adoptado la forma de una persona, porque allí aparecieron los pies, las
piernas, las manos, los brazos, el tronco el cuello y la cabeza. La extraña figura,
que conservaba la altura de la híbrida, tenía a ese elemento como único
material constitutivo, no advirtiéndose rastro alguno de lo que hasta hacía
unos momentos había sido Lidia – piel, pelo, uñas… –, aunque, como quedara
demostrado, su conciencia estaba intacta. La nena sabía quién era, lo que
estaba pasando a su alrededor y lo que ocurriera con ella misma. “Se les
terminó la suerte”, informó a los ilios, confirmando esas palabras al dar unos
pasos, quedando en el suelo llamas allí donde pisaba, y levantar sus brazos.
Entonces, se armó un pandemonio, que empezó con esos dos descomunales rayos de
fuego que la híbrida lanzó hacia adelante en forma continua en todas las
direcciones hasta completar, habiendo girado sobre su eje, los trescientos
sesenta grados. En segundos, todo dentro del predio delimitado por piedras
estuvo ardiendo, incluidos los desafortunadísimos ilios que no pudieron
escapar, no lo hubieran podido hacer ni siquiera deseándolo con todas sus
fuerzas. El fuego era tan intenso que
incluso los Cuidadores, recuperados ya del tranquilizante, refugiados a la
mitad del túnel, lo sintieron, debiendo, tan asombrados y atónitos como estaban
– ellos, eventualmente, podrían también hacer eso y sus materiales
constitutivos serían el agua, el aire, la tierra y, en el caso de Kevin,
energía pura – por lo que había hecho su colega, algo que quizás ella ignorara
que era capaz de hacer, que tuvieron que descender completamente hasta la
recámara, convencidos de que se hablaría de eso durante días. En tanto, en la
superficie, la batalla había terminado en una forma súbita. Cuando eso pasó, la
Cuidadora hizo uso de una de sus habilidades características de las hadas de su
elemento. Alzando sus manos en lo alto, ejecutando unos pocos movimientos,
atrajo el fuego, que ya amenazaba con extenderse más allá del perímetro, hacia
si, formando con el una enorme esfera ardiente, que en el curso de los treinta
segundos que siguieron fue reduciéndose hasta desaparecer, tras lo que Lidia se
asomó al orificio, anunciando a sus colegas (“Y amigos”, se alegró) que el
peligro había pasado, recuperando entonces su forma, la de una nena híbrida, y
viendo el predio circular, en el que el suelo estaba completamente ennegrecido
y con una nube de humo, que la Cuidadora del Santuario del Viento pronto se
ocupó de disipar. El único foco ígneo fue sofocado por Eduardo, allí donde
Lidia pisara por última vez siendo una Selecta, como se llamaba a las hadas que
eran capaces de aprender esta técnica (menos del cero punto cero cero tres por
ciento del total actual en el mundo, de acuerdo a las estimaciones más
optimistas). Los cuerpos sin vida de al menos quinientos ilios completaban la
escena tétrica y le agregaban la mayor parte de esa condición. A los adultos
les resultó evidente el que ese esfuerzo había sido demasiado para la nena,
porque la vieron desorientada y mareada, avanzando con lentitud y entrecerrando
los ojos. “¿Yo hice todo esto?”, fue lo primero que pudo pronunciar, con una
voz débil, y lo único, porque flexionó ambas piernas y cayó al suelo, antes que
cualquiera de los adultos hubiera tenido tiempo de llegar junto a ella y
atajarla. Se había desmayado, a causa del esfuerzo y el agotamiento inmensos, y
entendieron, en tanto se acercaban a ella, que pasarían no menos de cinco o seis
días hasta que hubiera conseguido recuperarse por completo.
_¿Qué
hacemos ahora?., llamó Kevin, recuperando el cilindro mágico.
Non
escuchaba ruidos ni voces, pero estaba convencido que las hadas y los seres
elementales llegarían de un momento a otro para asegurar el templo. Este, al
haber una guerra, constituiría una posición enemiga. Un baluarte, considerando
su valor e importancia para los del otro bando, y, con eso, su toma era, o
sería, prioritaria.
_Tenemos
que volver a la Ciudad Del Sol y contar con detalles cada cosa que pasó acá – contestó
Eduardo, cargando a la híbrida en sus brazos, deseando que lo que hiciera no
afectara mental ni psíquicamente a la nena. Sería muy difícil para un adulto
saber que había cobrado la vida de cinco centenas de seres elementales en un momento,
no importaba que fueran ilios, mucho más para una menor de diez años –. Ya estamos
en guerra y lo mejor que podemos hacer es estar preparados – miró a la
Cuidadora del Tep-Wo y le pidió –. Marina, se que estás cansada a causa de la
batalla, y consternada por todo esto, pero necesitamos cobertura aérea hasta la
puerta espacial. ¿Podrías?.
Podían
viajar por aire, pero consideraron que la selva les proporcionaría una mayor
seguridad, por si los ilios andaban por allí, buscando vengar a sus compañeros
caídos en combate, atacar a los Cuidadores ahora que estaban exhaustos y
recuperar el Oi-Kal.
_Por
supuesto que puedo., aseguró la dama, transformándose en una cigüeña,
emprendiendo el vuelo y decidiendo que lo haría no muy alto, tal vez unos pocos
metros por encima de las copas más altas.
_Yo
voy adelante., se ofreció Kevin, empuñando su bastón y ciñéndose el de Lidia en
la cintura.
_Y
yo a tu lado., avisó Qumi a su colega del Templo del Agua, lamentando aquella
transformación involuntaria de hacía dos siglos, porque pensó que la historia
podría haber sido distinta si aquello no hubiera ocurrido.
_Está
bien – aceptó Eduardo –. Vamos.
En
la plaza central y sus alrededores, aunque la situación era particularmente
tensa, la gente no había interrumpido su vida cotidiana, y apenas un número
mayor de hadas guardianas daba cuenta de la anormalidad en la situación. El
centro de la ciudad y de ese barrio en particular era un hervidero, y la
mayoría de las hadas y otros seres elementales, aun con esa preocupación
encima, buscaba continuar con su actual ritmo de vida, trabajando,
divirtiéndose o simplemente descansando. También las características imágenes
familiares, grupos que tenían no menos de cuatro individuos, dominaban el
paisaje y los funcionarios políticos de medio y alto rango del poder insular con
competencia en esta crisis, los Consejos de Relaciones Elementales y de
Relaciones Exteriores, quizás estuvieran más preocupados que los demás, porque
ya estaban al tanto de las primeras y aisladas escaramuzas entre hadas e ilios
en el noroeste centrálico, y de que Olaf, el jefe de la Guardia Real, había
autorizado a los jerarcas de la Armada a movilizar media decena de
embarcaciones a aquella zona. Muy pocos tenían conocimiento de aquella misión
suicida que hubieron de emprender los Cuidadores, y todos aguardaban en los
jardines frontales del Castillo Real, forzados a aparentar que la preocupación
que los atacaba obedecía a los mismos motivos que los demás, mantener sonrisas
de compromiso y hablar acerca de los misterios e incidentes que empezaran con
la vuelta de Qumi. Para tranquilidad de ellos, el público parecía no tener
sospechas de la existencia de esa misión, ni siquiera por el hecho de haber
detectado al príncipe Taynaq, el segundo al mando del Santuario del Viento,
empuñando de a ratos su espada, o a cuatro ornímodos sobrevolando la plaza y
sus alrededores. Aquellos seres, no bien les informaran que los ilios les
habían robado las cinco toneladas de piedra que pensaban usar en la
construcción de sus hogares, no dudaron en ponerse de lado de las hadas y ahora
los cinco mil individuos de esta especie que habitaban el continente centrálico
estaban en un estado permanente de alerta, listos para entrar en acción en cualquier
momento.
De
pronto, vieron aparecer una cigüeña desde el marco dorado en la plaza, la que
se elevó unos pocos metros en dirección a los jardines frontales, dejó caer un
objeto metálicos en las manos de la reina Lili cuando estuvo a cierta altura y,
tras dar unas pocas vueltas, buscando cual sería el mejor lugar para aterrizar,
lo hizo , justo delante de los monarcas, y acto seguido, Marina recuperó la
forma feérica, anunciando con un tono de enorme satisfacción que por fin tenían
la prueba que estuvieran buscando durante tantos siglos: el manifiesto ilio. A
los pocos segundos aparecieron Kevin y Qumi, ayudándose entre si para caminar e
informando a su paso que habían tenido un duro enfrentamiento con los ilios –
ya harían, o darían, una declaración completa. No solo a los escribas de la
Guardia Real, sino también a los enviados de la prensa y el público en general –
y, por último, Eduardo, llevando en sus brazos a una inconsciente Lidia. Allí
cundió el pánico y también la consternación, en tanto Kuza y Lara eran los
primeros en emprender la velocísima carrera, presas más que cualquiera de una
desesperación que rebasaba todas las escalas, para alcanzar tanto al Cuidador
del Templo del Agua como a su hija mayor. Los comentarios con voces que eran más
bien elevadas producto además del desconcierto, pronto resonaron en la plaza y
mediante esa multitud presente se fue replicando hacia los alrededores,
destacando una pregunta por sobre todo lo demás: “¿Qué pasó con, o a qué se
enfrentaron, los Cuidadores como para que cuatro de ellos llegaran heridos y
exhaustos y otro desmayado?”. Estaba claro que eso no tranquilizaría a los
padres, quienes de inmediato le pidieron – le exigieron – a Eduardo que les
explicara, aunque más no fueran unas pocas palabras, lo que había pasado, pues
el y los otros les habían prometido que velarían constantemente por Lidia. “Está
así porque nos salvó a todos” – les dijo, viendo a Isabel correr hacia el,
desbordando felicidad al verlo vivo –, “cuando las cosas de verdad se
complicaron. Ella es una Selecta”.
Al
oír eso, Kuza y Lara quedaron, además, boquiabiertos.
El
revuelo ya era un hecho y no se podía dar vuelta atrás. Con todas las hadas
guardianas estando en una alerta máxima, con sus armas listas, la rutina al
final alterada y un súbito temor a los ataques ilios, todos cuantos estuvieron
al corriente de la incursión en el Oi-Kal entraron al cuerpo principal del
castillo, dirigiéndose inmediatamente a la oficina de los reyes, con la excepción
de la Cuidadora del Vinhuiga, que, secundada por sus padres, y por consiguiente
su hermana recién nacida (Suakeho dormía en los brazos de Lara), cuyo destino
era, por supuesto, el hospital en otra ala del castillo. Los otros, algo que consideraron
como más prioritario incluso que la atención médica, tenían por delante una
tarea que en circunstancias normales hubiera podido esperar algunas horas,
quizás posponerse para el día siguiente, pero estaba mucho más que claro para
todos que esta no se podía posponer. Considerando que estaban, en efecto, bajo
el estado de guerra contra los ilios (otra vez), era urgente que Eduardo,
Kevin, marina y Qumi describieran con lujo de detalles cada cosa que hubieran
visto sobre y bajo la superficie y todo lo que hicieran. Mencionarían la
exploración de los corredores y las recámaras, en las que hallaron numerosos
artículos robados a las hadas y otros elementales – “Lo que pudimos traer está
acá adentro”, dijo Kevin al rey Elías, dándole el cilindro –, las pruebas de
que los ilios habían desarrollado un sistema complejo de escritura y dominaban,
hasta cierto punto, las artes mágicas, el hallazgo del recipiente que contenía
el manifiesto, la batalla a muerte en la superficie que tuvo a varios monstruos
entre los oponentes, lo mucho que se esforzaron los ilios por retomar el
control del templo, los más de quinientos individuos de esa especie muertos
(les costó creer, más aceptar, quien fuera el hada causante de la mayoría,
cuando Eduardo mencionó el nombre) y el que Lidia, al demostrarse que era una
Selecta, se transformara en la protagonista excluyente de la expedición.
_Y,
por supuesto, la frutilla del postre., concluyó el marido de Isabel, señalando
el recipiente de acero mágico.
Los
reyes se miraron y lamentaron que la situación fuera esta. Ahora que tenían el
manifiesto en su poder, el peligro había aumentado significativamente para cada
uno de los seres elementales, incluidas las hadas, sin excepciones. En cuestión
de horas, esas escaramuzas aisladas de las que ya hubieron de tomar
conocimiento de transformarían en grandes batallas y se extenderían en el corto
plazo a todo el oeste-noroeste de Centralia, después a otras partes del
continente y por último al resto del mundo. Los pies de cada uno de los
miembros del grupo se hicieron pesados, en tanto, de camino a la oficina real,
los Cuidadores les fueron adelantando los detalles más importantes, y cuando al
fin llegaron y fueron ocupando los asientos y sillas, entendieron que la
confusión, el desconcierto, la estupefacción y la consternación, por nombrar
solo cuatro factores adversos o negativos, se incrementarían súbitamente, y la
reina vaticinó que lo harían todavía más no bien las declaraciones tomaran
estado público. “El pueblo lo tiene que saber”, sentenció.
FIN
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CLAUDIO ---
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