viernes, 15 de junio de 2018

24) Si, acepto: parte 2

Con el correr de las horas en los primeros siete días del mes de Mayo (Uumsa números cinco al once), ver los transportes detenerse en La Fragua, 5-16-7, y a sus tripulantes descargando varias cajas de diversos tamaños, los cuales totalizaron ciento noventa y dos hasta el ocaso del séptimo día del mes, se transformó en parte del paisaje en ese sector del barrio periférico. Fueron Wilson e Iulí quienes supervisaron la descarga y recepción de las mercancías, ya que sus empleos en el CoDeP y el instituto de modelaje no eran tan exigentes como el Templo del Agua con respecto a horarios y funciones. Todo cuanto fue llegando terminó ordenadamente distribuido en la cocina-comedor diario-almacén y la sala vacía detrás de dos de los dormitorios. Eran las dos terceras partes del total de pedidos que hicieran Eduardo e Isabel, y el contenido de esas ciento noventa y dos cajas se remitía a tres centenas de botellas, todas con bebidas finas, alcohólicas y no alcohólicas, mobiliario comprado especialmente para el gran evento que no bien este quedara atrás sería llevado a una planta TCD para su reciclaje - o tal vez no, si los residentes decidían conservarlos y transformarlos en muebles de jardín o renovar lo existente en la estructura poligonal -, vajilla, vasos, cubiertos y otros utensilios de cocina, que pasada la ceremonia engrosarían el contenido en las alacenas y otros muebles, y elementos decorativos alegóricos, que el dieciocho de Mayo instalarían en los jardines, el patio y el exterior del cuerpo principal. Lo último que restaba por adquirir, de esa lista confeccionada por Eduardo e Isabel, eran los arreglos florales y la comida, que por tratarse de elementos perecederos los dejarían para último momento, para los últimos instantes de Sol del quince de Mayo, el blanco, remitido este a manteles y telas recién salidas del MC-T, piezas de pirotecnia, que no podían estar ausentes en esta fecha tan importante, y un equipo mecánico amplificador de sonido (otro prodigio tecnológico de las hadas), que les permitiría escuchar las canciones con total normalidad, sin la necesidad de llevar el musiquero desde la sala hasta el patio. Por supuesto, los padres de la novia y todos cuantos se quedaran en La Fragua, diez invitados de los doce totales, habían aceptado voluntariamente la tarea de ocuparse de la organización y los preparativos, siguiendo al pie de la letra el ritual tan antiguo, el día previo a la boda, entre las siete horas en punto y las diecinueve treinta. En esas doce horas y media, los diez individuos - ocho feéricos, un vampiro y una híbrida - volverían realidad el paisaje que tanto había tenido ocupados, emocionados y entusiasmados a los contrayentes desde su visita a la oficina del CAF. "Déjenlo a cargo nuestro", les había dicho Wilson a su hija y su futuro yerno, en la cena del siete de Mayo, que tenía un simbolismo y emotividad que rara vez se volverían a tener. Cristal y Kevin, antes de lo previsto habían vuelto a Barraca Sola en la mitad de la tarde, y planeaban quedarse hasta tres días después del evento. "Momentos como este justifican nuestra ausencia", le dijo el Cuidador de la Casa de la Magia a su colega del Templo del Agua, convenciéndose entonces de que Eduardo no había leído, al menos no del todo o a fondo, la carta orgánica del lugar grandioso que dirigía, en cuyo texto figuraban los motivos por los que el Cuidador podía tomarse una licencia y no cumplir con sus obligaciones por un determinado lapso, y los asuntos familiares, como los casamientos, eran algunos de esos motivos. Eduardo le dijo que si lo había leído, las cien páginas, cuidadosa y detalladamente, pero que a causa de todo cuanto estaba viviendo y experimentando le era difícil concentrarse en una cosa en particular, en detrimento de las demás. La boda fue el tema de conversación que monopolizó las palabras durante la hora y media que insumió la cena, especialmente las ciento noventa y dos cajas que estuvieron llegando está semana a La Fragua, 5-16-7, pero no el único. También hablaron del día a día del artesano-escultor y la médica en la Casa de la Magia, obligaciones vitalicias con muy escasas diferencias respecto de las que mantenían tan ocupados a Eduardo e Isabel. "Incluso los días y horarios son los mismos", concluyó el Cuidador, exhibiendo el bastón con el símbolo de la magia en uno de los extremos, pues el y Cristal trabajaban diez horas cada día hábil y la mitad los sábados. "Y de no ser por la enorme distancia que nos separa de cualquier porción de tierra no tendríamos un aspecto que nos juegue en contra", añadió la médica, repasando ella y su novio los progresos y avances que lograron junto a las hadas en la desangelada y recóndita isla. Tampoco dejó de estar ausente el embarazo de Iulí, quien con una amplia sonrisa y el radiante gesto de alegría, anunció a las chicas, junto con Wilson, que a finales de Septiembre iban a tener un hermano. "Se confirmó que es varón", dijo, cosechando una catarata de aplausos por parte de Cristal, Isabel, Kevin y Eduardo. "Miren esto", dijo emocionada, pasando al cuarteto el resultado del examen, a lo que su hija menor pareció ser la única en entenderlo. Ella era médica y sabía comprender esos informes, los porcentajes, datos y números que allí figuraban, pero era algo ininteligible para su hermana y los hombres. "Y se va a llamar Ibekugi", insistió Wilson, tan contento como Iulí con la idea de su tercera descendencia y la primera del sexo masculino. Tan emocionados estaban los dos con este futuro que no bien dejaron la sala médica empezaron a armar planes al respecto. "Una lista", dijo la madre de las hermanas, hablando a estas, Kevin y Eduardo sobre una página en la que ella y el padre hubieron de consignar ropa, artículos y muebles para bebés, explicando que irían comprando cada uno de esos elementos con el correr de este y los siguientes tres meses, para que cuando llegaran los primeros días de Septiembre, momento en que Iulí redujera al mínimo e indispensable sus actividades diarias - lo hacían las mujeres feéricas al iniciar el octavo mes de embarazo, y seguían ese reposo casi total en los treinta días posteriores, e incluso más si la situación lo ameritaba -, no quedara algo librado al azar. "Previsión", resumió Wilson, convencido de que sus hijas, Eduardo y Kevin harían lo mismo de un momento a otro. Restando apenas una hora para que terminara el día, el deportista de precisión y la modelo, quien desfilaría dentro de cuatro días, abandonaron la casa de los huéspedes, los que encantadísimos y de la mejor gana aceptaron recibir a Cristal y Kevin. "Descansemos, mejor, para estar frescos y listos en la mañana", propuso Iulí, mientras se producían los acostumbrados apretones de manos y abrazos de despedida. Nadie en ese grupo familiar pudo ni quiso objetar esas palabras, así que, ni bien los vieron entrar en la casa al otro lado de la calle, las hermanas, más atractivas que nunca a consecuencia de todas las emociones que estaban viviendo y experimentando, a las que además se sumaba el tan esperado reencuentro ("Juntas de nuevo!", exclamaron efusiva y emotivamente al verse, a eso de las quince horas) y los hombres cerraron la puerta de la sala. La opinión común fue que la limpieza de los utensilios no era urgente, pudiendo dejarlo para mañana, en lo que demoraban en tener listo el desayuno. "Frescos y listos", repitió Eduardo, elogiando la decisión de Iulí, entrando a su dormitorio, ya aseado. Los cuatro estarían hasta las últimas horas de la tarde y las primeras de la noche en el Templo del Agua, en que su Cuidador sería el guía de lujo de los otros cuatro. "Dieciocho días", así lo había decidido desde el momento en que su colega y futuro concuñado le refrescara la memoria sobre la carta orgánica. "Nadie va a quejarse porque decidas tomarte algunos días, después de todo lo que lograste desde Febrero, lo que los dos lograron", lo alentó Cristal, mencionando también a su hermana, porque a ella y a Kevin les habían dicho lo mismo las hadas en la Casa de la Magia. "Y la situación lo contempla y justifica... nada es más importante que la familia", quiso agregar el Cuidador de ese lugar grandioso, terminando por convencer a Eduardo. Serían todos los días desde el nueve de Mayo /Uumsa número trece y la semana posterior a la boda. Lo último que pasó por la mente de los contrayentes fue la total seguridad de que, excepto el nacimiento en Septiembre, no habría otro momento más feliz en la vida de ambos, como individuos  ni como pareja.

Como matrimonio.

Jueves ocho de Mayo / Uumsa número doce, a las siete y media.
Ya listos y con el estómago lleno, ambas parejas, futuros  matrimonios, dejaron la casa de La Fragua, 5-16-7 con rumbo al Templo del Agua. Un día como cualquier otro fue lo que hallaron en la vía pública con respecto al clima, el característico de mediados de otoño para las regiones tropicales, el movimiento y el paisaje en general. Con la conversación retomada, acerca del trabajo en la Casa de la Magia, empezaron la caminata hacia la puerta espacial, mezclándola a veces, porque no podían ni querían evitarlo, con el casamiento que ocurriría en once días. Coincidieron, después de comentarlo varias veces desde las primeras correspondencias - en la isla ya funcionaba la oficina de correos, que fuera habilitada el tres de Marzo /  Nint número dos, y desde el primer momento pasó a ser un instrumento importantísimo para el funcionamiento de la Casa de la Magia -, que una y otra ceremonia serían tan grandiosas como la del cumpleaños doble y la de la Transición, que ocuparon los dos últimos días del año pasado. En el caso de Eduardo e Isabel, de ambos el próximo, ya les había consumido a los protagonistas y demandado una gran cantidad de tiempo, presupuesto y esfuerzos desde el mismo instante en que visitaran la oficina del CAF, aquel ya lejano trece de Enero / Baui número trece. Todas esas horas hablando de y pensando lo mismo, a veces obsesivamente, los había convencido de que nada quedaría ni estaría fuera de lugar en una semana y media. Hablaron, en tanto aparecían al otro lado de la puerta espacial, sobre los envíos que a lo largo de este mes estuvieron llegando a la casa, los cuales continuarían hasta la tarde de hoy, teniendo nuevamente a Wilson e Iuli como supervisores y encargados de la recepción. Cruzaron el umbral donde se produjo otra vez el acostumbrado ritual de bienvenida, esta vez más solemne al haber llegado dos Cuidadores (ni Cristal ni Kevin ocultaron la emoción y la nostalgia, pues era la primera vez en más de una década que estaban en el Templo del Agua (la última vez lo habían hecho como turistas). Era cierto que la idea era que los anfitriones actuarían como guías para sus parientes, explicándoles en que consistían exactamente sus tareas, que para su buenísima fortuna no se volvieron rutinarias, y mostrándoles el lugar, cumpliendo así con otra de las tareas de los Cuidadores, el intercambio de información y conocimientos. Pero para Eduardo e Isabel era también otro día de trabajo, otra jornada de diez horas que terminaría, como todos los hábiles, a las dieciocho en punto. "Empecemos por la torre", quiso Eduardo, señalando hacia adelante con la vista, conduciendo el y su novia a la otra pareja por uno de los siempre impecables senderos. Entraron a la estructura unos minutos después de las nueve menos cuarto, porque durante los tres cuartos precedentes estuvieron entretenidos socializando y saludando a los feéricos y elementales con quienes se cruzaron en el trayecto. "En ese aspecto es una diferencia notable", señaló el Cuidador de la Casa de la Magia, trepando por la escalera caracol, después de otros quince minutos en la planta baja, saludando y conociendo a las hadas que trabajaban en la recepción y el guardia en el acceso a la torre. Para Kevin y Cristal, iniciar con el alba este día no podía ser más distinto, por la situación de aquella isla perdida en medio del océano, su contexto e incluso por el clima. En ese lugar grandioso las hadas se enfrentaban a una cotidianeidad más grande que en cualquier otro lugar del planeta, algo que se mantenía todos los días, en todo momento de estos. En una superficie reducida y aislada no sobraban la distensión ni el divertimento y los habitantes, que llegarían a tres mil el treinta y uno de Julio /Liur número catorce - se estaba adaptando y remodelando una antigua estructura para que pudiera dar alojamiento a los nuevos residentes -, y apenas unos pocos días, los primeros seis, les bastaron a los actuales para conocerse entre sí y cada rincón de la isla. "En ese aspecto no es tan atrapante", dijo Kevin, mientras entraban a la dirección, algo que Cristal ratificó con unas palabras sobre el escaso trabajo que había tenido en la Casa de la Magia ejerciendo la medicina, pues desde su llegada a inicios de Febrero apenas once pacientes había tenido ella y los otros cinco expertos en salud de la sala médica, una de las primeras instalaciones en volver a funcionar tras el arribo del primer contingente. Tampoco con el trabajo iniciado por Rorha había Kevin, porque sus responsabilidades como Cuidador le insumían muchas horas al día, y, como dijeran el y Cristal, completar el árbol genealógico de Ukeho y los otros fundadores era un pasatiempo, antes que una obligación laboral. "Al menos por el momento", concluyó la hija de Iulí y Wilson, en tanto su hermana y Eduardo empezaban a mostrarle la oficina, ya remodelada. Tras alrededor de una hora y media allí, donde una de las cosas que más llamó la atención de los visitantes fueron las dimensiones, abandonaron la torre, no son antes recorrer la sala para reuniones, en la que Kevin y Cristal advirtieron las enormes similitudes con un espacio usado para los mismos propósitos en la Casa de la Magia, el espacio vacío, desperdiciado según el común de las opiniones, y la planta baja, en la que las hadas vieron incrementado su trabajo con el correr de los primeros ciento cincuenta minutos de la jornada. "Empecemos por allí", se emocionaron el artesano-escultor y el arqueólogo, señalando un punto no muy lejano, a lo que las hermanas reaccionaron con pellizcos y leves gruñidos, porque no lejos, en la vera de un arroyuelo, se había congregado para practicar al aire libre el equipo femenino insular de natación (doce mujeres con malla entera blanca, y la bandera insular estampada en el pecho), en vistas al campeonato centrálico, que se desarrollaría en Noviembre en Nimhu, uno de los países vecinos de este. La recorrida del cuarteto fue por aire, a baja altura y velocidad lenta, para que los anfitriones, ya interiorizados, pudieran mostrarles las estructuras y para que se usaban a Kevin y Cristal, quienes no dejaban de enfocar sus ojos y apuntar discretamente con los índices en todas las direcciones, y sus razones tenían para ese comportamiento. Ambos querían disfrutar todo cuanto pudieran su estadía en este lugar grandioso, ya que no tendrían oportunidades así muy a menudo. "Saquémosle provecho a su visita, entonces", sugirió Isabel, apuntando con la vista a donde socializaban las hadas con un cardumen de seres sirénidos, explicando que esos comportamientos eran una de las partes más características y distintivas de la vida diaria en el templo. Avanzada la tarde, después de alrededor de cuatro horas y media de estar sobrevolando y observando el bello y enorme predio, ambas parejas hicieron un alto en la recorrida y se dirigieron a la sala médica. Las" hermanas de fuego", como se hacían llamar Cristal e Isabel desde los primeros días de Diciembre, concluyeron que si algo les faltaba a ellas y los hombres para aumentar la enorme dicha que sentían y tenían era ir terminando la jornada de la mejor manera, era conocer el sexo de sus hijos, mediante el control ginecológico mensual, que Isabel había estado postergando al no tener el tiempo suficiente. Más tarde, mientras esperaban el fin de la consulta en el corredor, Kevin y Eduardo coincidieron en que poco les importaba si eran varones o mujeres, lo mismo que a las chicas. Iban los cuatro, así lo juraron y decidieron, a hacer todo cuanto estuviera en sus manos porque crecieran sin tener nunca una necesidad ni un problema y libres de toda preocupación y rodeados de los mejores ejemplos, sin tener en cuenta el sexo. A las diecisiete y diez se abrió la puerta del consultorio y el par de hadas de fuego salió radiante, con los brazos extendidos y amplias sonrisas, exhibiendo los resultados de los exámenes las chicas y arrojándose a sus respectivos novios sin reparar en la sobriedad, la discreción ni en ese letrero que reclamaba silencio. La ginecóloga no pudo menos que aplaudir y contagiarse de esa efusividad, pues ya estaba acostumbrada a presenciarlas y, en lo que iba de este año ya le había dado la feliz noticia a veintinueve parejas, dos en este mes, y confirmando el sexo en nueve de esos casos, los más recientes los de las hermanas de fuego, cuyas auras estallaron repentinamente, demostrando cuan contentas estaban. "Mujer!", exclamó Isabel, extendiendo las dos páginas frente a su futuro marido, quien alcanzó a leer "sexo femenino" en un recuadro, antes de dar un nuevo y emotivo abrazo al hada de fuego, entendiendo que en su mente, en este momento, no había lugar para otra cosa, ni siquiera para sus enormes responsabilidades en el Templo del Agua o los preparativos para la boda. "Varón!", fue la exclamación, igual de feliz, de Cristal, que imitó los gestos de su hermana, una costumbre (los hermanos menores imitando a los mayores) que en las hadas no se limitaba a la etapa infantil. "Esto es para ustedes, un obsequio", anunció la ginecóloga, sacando del bolsillo de su uniforme un par de llaveros con la forma de un bebé dormido, uno de color celeste, para su colega y el artesano-escultor, y otro rosa, para Eduardo e Isabel, sus "jefes" en el Templo del Agua. "Y los felicito a los cuatro de nuevo", añadió, antes inmediatamente a la salida de las parejas, compartiendo con estas la emoción, y no era para menos. Así lo advirtieron los futuros padres, porque al llegar al final del pasillo y girar para un último gesto con las manos de despedida, vieron que la experta se había posado la diestra en el vientre, ejecutando los mismos y suaves movimientos  que Cristal e Isabel cuando hicieron los anuncios. "Embarazada, con razón estaba tan contenta", apreció Kevin, siendo el último en dejar la sala. "Por eso y porque recibe casos como los nuestros cada semana", agregó su futura cuñada, en lo que emprendían la vuelta a la torre central. "Por qué los llaveros?", quiso saber Eduardo, sosteniendo el suyo entre las manos, advirtiendo que los colores debían ser por el sexo de cada uno, y sin salir de la emoción, a lo que su prometida, Cristal y Kevin, buscando evadirse del ruido y el bullicio (sentían que este momento era solo para ellos), le explicaron que las médicas ginecólogas daban esos objetos, a modo de símbolos, a los futuros padres, no bien estos conocían el sexo del bebé que la madre llevaba en el vientre. "Voy a empezar a usarlo desde ahora", decidió, conservando la expresión radiante en la cara y los gestos corporales, a lo que Kevin, compartiendo con el ese sentimiento, dijo que haría lo mismo. Estando de vuelta en la dirección, dieron ambas parejas por terminada la recorrida en el Templo del Agua. Tan contentos como estaban a causa de los controles y con el casamiento a pocos días, no iban a poner demasiada atención a lo que se extendiera debajo o delante suyo. "Además, podemos volver mañana u otro día", les recordó Isabel a los hombres y a su hermana, tomando cada uno su equipaje, los Cuidadores sus bastones y dejando la torre. En e camino que hicieron hasta el acceso al predio se convirtieron en acreedores de aplausos, los mismos que el Cuidador local y su prometida recibieran al confirmar el embarazo, los mismos que Kevin y Cristal en la embarcación durante el viaje de tres semanas a la Casa de la Magia. Y vieron ese mismo candor hasta el instante en que estuvieron de vuelta en Barraca Sola, más específicamente en el frente de su casa, un cuarto después de las dieciocho, donde los esperaban los padres de las hermanas, conociendo ya (desde luego) parte de sus vivencias en el lugar grandioso y el resultado de los estudios ginecológicos. No pudieron, al tenerlos enfrente, reiterar tal cual, en tanto entraban, las felicitaciones y saludos que propinaran a Eduardo e Isabel cuando esta hiciera el feliz anuncio en Enero. Rápidamente empezó la danza de preguntas y planteos al cuarteto, como las expectativas surgidas en ambos al conocer el sexo de sus bebés, y si ya habían pensado, aunque no hubiera pasado más de una hora, en los nombres. Ninguno quiso responder, o no pudieron hacerlo. Tan contentos como estaban, prefirieron no dedicarse a otra cosa que no fuera comentar con Wilson e Iulí todo lo que sintieron desde que la ginecóloga hiciera el anuncio a las hermanas de fuego y estas a sus novios y futuros maridos. "Ya vamos a tener tiempo para lo demás", decidió Eduardo, visualizándose como padre.

Temprano en la mañana del nueve de Mayo / Uumsa número trece, antes de la sonora campanada de las ocho, ambas parejas se prepararon para una recorrida integral por Barraca Sola. "Aunque apenas pasaron cuatro meses", dijo Isabel, cuando su hermana y su futuro cuñado empezaron a plantear ese paseo, creyendo que en ese tiempo que llevaban ausentes muchas cosas pudieron haber cambiado. "Aparte del proyecto de urbanización, creo que no hay nada nuevo", agregó Eduardo, saliendo ya de La Fragua, 5-16-7, conviniendo con que las mujeres no hicieran tantos esfuerzos, debido a su estado (no hacía mucho había empezado a notárseles el embarazo). Isabel y Cristal reaccionaron argumentando que no hacían falta la exageración ni el alarmismo, explicando (recordándoles) a sus novios que recién en los últimos días del séptimo mes y los inicios del octavo las mujeres embarazadas empezaban con la disminución de sus esfuerzos y actividades diarias, y ni hablar de los parates más prolongados, que recién llegaban con el noveno y último mes. "Precauciones", quiso insistir Eduardo, mirando hacia adelante. Sobrevolando una exhuberantísima selva tropical con las múltiples tonalidades de verde, se esforzaba por retener en la memoria todo lo emocionante e inesperado, empezado por la revelación de su antecesor al frente del lugar grandioso, en la primera semana de Enero, y terminando con la consulta de ayer, en la que el e Isabel supieron el sexo de su primera descendencia. Así se lo hizo saber a las hadas que lo acompañaban, a lo que estas, detectando nuevamente el tono de preocupación y de incertidumbre, le pidieron, si esto le servía para tranquilizarse y sentirse seguro, que viera esos eventos (el nombramiento como nuevo Cuidador, la paternidad y el casamiento) y los considerara como premios por su decencia, buen comportamiento social e individual y solvencia moral. "Lo voy a intentar", les prometió el arqueólogo, mientras se situaban formando una línea recta, con las hermanas en las posiciones del centro y empezaban a dar vueltas en círculos sobre el barrio de la periferia. "Dicen que la ferrovía va a pasar por allí", señaló Isabel un punto en la superficie, cuando inadvertidamente abordaran el tema de la urbanización de la ciudad, donde dos operarios del Consejo de Transportes, el C-T, supervisaban la construcción de tres plataformas en el suelo. Y así prosiguió su paseo, combinando múltiples temas de conversación, aunque, claro, los sobresalientes fueron el embarazo de las hermanas y su madre y el inminente casamiento.  En apenas doscientos setenta minutos, dos horas y media, habían estado en varios de los lugares conocidos de Barraca Sola, como el bar El Tráfico, la estructura que le daba el nombre al barrio, el campo de globos, la sede social y el estadio del club Kilómetro Treinta y Ocho y el taller que le daba nombre a la calle donde estaban las viviendas de Eduardo, Isabel, Wilson e Iulí. El resto del tiempo, hasta después de las dieciocho, estuvieron con los padres de las chicas haciendo un pic-nic en una plaza local, inusualmente ajenos al bullicio a su alrededor (cientos de feéricos y elementales estaban allí para lo mismo), compartiendo entre ellos sus experiencias en ambos lugares grandiosos, esa variedad de emociones y sentimientos respecto de los embarazos y, el tema que llegó a destacar en los últimos minutos de las parejas en esa plaza, el casamiento que ocurriría dentro de diez días, donde de nuevo quedaron expuestas las enormes expectativas que tenían los protagonistas de ese feliz evento.

El sábado diez de Mayo encontró desde temprano a Eduardo, Kevin, Oliverio y Lursi poniendo en práctica de nuevo, sin dudas, aquel convenio de sangre que suscribieran durante la ceremonia del otoño del año pasado. Los cuatro habían acordado reunirse en su lugar de costumbre en el bar El Tráfico, una mesa junto al amplio ventanal, para compartir esos momentos que en otra época hubieron de darse prácticamente a diario, rememorando con nostalgia, antes que las responsabilidades y obligaciones se les volvieran mayores, cualitativa y cuantitativamente. El común denominador de los cuatro era que la paternidad les aguardaba entre Julio y Septiembre (Elvia y Nadia también estaban embarazadas), y eso, por supuesto, era algo que los tenía sumamente emocionados. Hacia allí se desviaron las conversaciones cuando esos bellísimos recuerdos les dejaron su espacio a los temas del presente, como el casamiento del arqueólogo - ya casados, Oliverio y Lursi no dudaron en compartir sus experiencias, vivencias y dar palabras de aliento a su amigo, tranquilizarlo y aconsejarlo para bien -, y los mantuvieron por más de una hora hasta que, si, tuvieron la oportunidad de ratificar con acciones el convenio de sangre. Dos uc-nuqt fuera de control habían sido detectados avanzando veloz y violentamente en dirección a la Ciudad Del Sol, desde el sur, no lejos de allí. No hizo falta que dijeran una sola palabra, porque comprendieron lo que tenían que hacer, exclamando los cuatro "Vamos!" al unísono. Al llegar al río de circunvalación vieron al par de monstruos usando sus enormes manos para dar uno tras otro los golpes contra todo lo que  estaba a su alcance, incluido uno de los puentes que saltaba sobre el río. Acercándose, los hombres oyeron unos pocos comentarios que sugirieron que los uc-nuqt habían atravesado el barrio Aserradero Ema, después de escapárseles de control a los guardias que los estuvieron usando en un entrenamiento, por causas inexplicables que podrían ser investigadas por el personal de la DM si los guardias no tenían éxito resolviendo por su cuenta el problema. A los suscriptores del convenio de sangre les fue suficiente con ataques coordinados durante cinco minutos para destruir a uno de los monstruos, creado con piedras, antes que un grupo de guardias llegara y se hiciera cargo del otro, inmovilizándolo. "Lo necesitamos intacto, para descubrir quién lo hizo y por qué", explicó uno de los uniformados al cuarteto, que se cubrieron de aplausos por esa demostración de sus habilidades y haber obtenido el triunfo en tan poco tiempo. Los hombres, en tanto se marchaban, advirtieron que un monstruo descontrolado era algo para tener en cuenta.
Para Isabel, Cristal, Elvia y Nadia, la jornada fue igual de movida, aunque sin el riesgo de una batalla. Las cuatro, visiblemente emocionadas por todo cuanto estuvieron viviendo y experimentando (todas estaban embarazadas, ese era el motivo principal), pasaron la mayor parte del tiempo en el enorme predio del Mercado Central Textil,, habiendo puesto especial atención y énfasis en los comercios de venta de ropa y artículos para bebés. Nadie que las haya visto allí o en otras partes de ese y los otros barrios podía haber dicho cuál de las cuatro estuvo más emocionada y contenta que las otras tres, porque esa diferencia fue, sino inexistente, mínima. "Nuestros motivos tenemos", dijo la Consejera de SAM, Nadia, que a inicios de la tercera semana de este mes viajaría, con la gratísima compañía de Lursi (el embarazo los había unido más que nunca e incrementado el amor que se profesaban mutuamente, si tal cosa era posible) al reino de Nimhu, vecino a Insulandia, en cumplí de una visita de Estado. También la princesa heredera tenía motivos, remitidos casi todos en su caso a la familia y los lazos parentales, habiendo sumado en lo que iba del año a Oliverio, su marido, y el embarazo producto de esa unión (aún no conocían el sexo ni el número), sino también un padre, porque en eso hubo de transformarse el príncipe Elías con el casamiento el mes pasado, lo cual lo convirtió en el Rey de Insulandia - la primera boda entre miembros de dos familias reales a nivel mundial en más de mil años -, un hermano o hermana, aún por determinar, a causa de esa unión, un hecho que desde que tomara estado público pasó a ser el más trascendental del año en la sociedad insular en lo referente a asuntos familiares; e incluso Zümsar había pasado a ser un pariente de la heredera, o lo sería pronto, porque el e Iris ya estaban haciendo los planes para su propio enlace. La boda de Cristal y Kevin también estuvo presente, habiéndose emocionado tanto el componente más joven de ese grupo con lo que su hermana y amigas experimentaron que no dudó en que acelerarían ella y su compañero los tiempos a este respecto, no bien estuvieran de vuelta en la Casa de la Magia. Y, por supuesto, estuvo allí el gran evento del que Isabel sería protagonista en algunos días. Está, deseosa de que todo fuera perfecto, no dudó, tampoco su hermana lo hizo, en escuchar a Nadia y la princesa Elvia, las voces de la experiencia en materia de casamientos, no dudando ellas en compartir con las hijas de Wilson e Iulí lo que vivieron y sintiera los días en que ambas dieron el "si". Aseguraron las dos a sus amigas que no iban a cometer errores, a lo que las hermanas desearon "Que así sea" en voz alta.

En el amanecer del domingo once de Mayo / Uumsa número quince teniendo el juego de té a pasos de si, para el desayuno, las hermanas, aún envueltas en esas batas que iban a tono con sus auras, bostezando y con el cabello despeinado, volvieron a decir que sus futuros maridos habían hecho un excelente trabajo venciendo al uc-nuq solos y sin ayuda (elogiaron de igual manera a Lursi y Oliverio), aunque no dejaron de protestar debido a que no se trató esta vez de un oponente normal, sino de uno que por causas desconocidas había escapado del control de sus creadores, los guardias que los estuvieron usando en su entrenamiento. "Hicimos nuestro aporte, nos salió bien y ni siquiera nos despeinamos", fue la defensa del artesano-escultor al reclamo de las cuatro mujeres ayer por la tarde, y al de las hermanas ahora, a lo que el experto en arqueología submarina agregó "Ni siquiera tuvimos que transformarnos", exhalando aire a sus nudillos. Resignándose a que acciones como esa bien podrían repetirse alguna vez, porque los Cuidadores se ejercitaban en combates verdaderos contra los uc-nuqt y los mï-nuqt, las hermanas ocuparon los lugares vacíos en torno a la mesa. Después del desayuno, vestirían y saldrían al barrio Los Sauces, vecino de Barraca Sola, para asistir al desfile, que empezaba a las once, en el salón social local. "Va a valer la pena", corearon las hermanas.
Durante la madrugada, los empleados de dicha institución habían estado acondicionando el espacio más grande para el desfile de modas, destinadas las prendas a mujeres embarazadas (por eso los organizadores habían elegido a Iuli para que participara), instalando una pasarela de treinta y cinco metros de largo por cuatro de ancho y colocando a ambos lados de ella las suficientes sillas como para que dos centenas y media de personas pudiesen presenciar el desfile, y llegado el alba dejaron ese espacio en las condiciones requeridas por los organizadores, con una excelente iluminación y todo tipo de comodidades, instalando incluso, para la presentación y conducción del evento, uno de esos amplificadores mecánicos de la voz - "Megafonía", dijo el Cuidador del Templo del Agua al enterarse de su existencia, pensando en su sería o no conveniente aplicar esa tecnología en el lugar grandioso -. La decoración era acorde a la temática del desfile y estaban los carteles con las publicidades de los patrocinadores de aquel. Con las primeras horas de la mañana llegaron los primeros cien individuos al salón social, los organizadores del evento, el plantel de modelos, entre quienes estaba Iulí, que iban entre los dos y los seis meses de embarazo, y un reducido grupo de periodistas especializados en el ámbito y la industria de la moda. Transcurriendo las horas, al salón fueron llegando los invitados, una centena y cuatro quintos (ciento ochenta), los diseñadores, más periodistas, los directivos del salón social y, por supuesto, los "autores" de los embarazos, una veintena de hombres entre los que estuvo Wilson, que ocuparon las sillas más próximas a las pasarelas. A las once menos cuarto, los conductores y presentadores del evento hicieron el primero de los anuncios, reclamando silencio a la multitud e informando que de un momento a otro las modelos, ya listas y preparadas, saldrían al escenario y la pasarela. Para animar el desfile, había empezado a escucharse una música más bien alegre (con eso y con los anuncios, los amplificadores empezaban a hacer su debut en los eventos sociales) y el alumbrado empezó a lanzar haces de colores sobre la multitud expectante y el ambiente en general, lo que arrancó los primeros aplausos. "Las hadas de la luz se superaron esta vez", fue una de las frases sobresalientes entre los individuos reunidos allí, al tiempo que los presentadores, que formaban un matrimonio famoso (eran artistas de teatro), finalmente anunciaron que el desfile estaba empezando, como se había acordado, a las once horas en punto. Y no bien la primera de las modelos hizo su aparición, caminando con soltura y gracia, y sonriendo a la multitud, empezaron a oírse los aplausos y comentarios. Y el desfile recién arrancaba. Una a una las veinte mujeres embarazadas fueron desfilando, llegando a hacer media catorcena de pasadas cada una, enseñando a los espectadores las ciento cuarenta prendas que se presentaron en el desfile, el cual tuvo pausas, para que las modelos pudieran cambiarse, de un cuarto de hora. Con todo, el espectáculo se extendió desde las once de la mañana hasta las diecisiete cuarenta y cinco, tras lo cual quienes presenciaron el desfile prorrumpieron en los aplausos finales más sonoros que los anteriores, al tiempo que las modelos, todas juntas, hacían su última aparición en el escenario y la pasarela, agitando sus brazos en lo alto en señal de despedida. Los diseñadores y ellas pronto fueron el centro de atención de los enviados de la prensa - los primeros porque el común de las opiniones acerca de las prendas fue positiva o muy positiva y las segundas porque se veía como muy atractivas a las mujeres en la dulce espera -, en tanto la mayoría de los invitados, por no decir todos, se planteaban si irse o aguardar su momento de empezar con la caza de autógrafos, no bien la veintena de modelos hubiera dado por finalizadas las entrevistas. "Vieron que no fue tan malo?", insistió Iulí en un momento a su marido y los novios de sus hijas, porque los hombres habían pensado que el sexo masculino prácticamente no estaría presente en el evento, y que no había un ambiente que le fuera menos propio.

Sin ningún programa ni itinerario confeccionado, Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal se dedicaron el doce y trece de Mayo / Uumsa números dieciséis y diecisiete (lunes y martes) a sobrevolar la superficie de la capital insular y sus alrededores. Fueron todas las horas desde el alba hasta el mediodía en ambas jornadas, habiendo pasado las tardes, y hasta entradas las noches, concentrados en el cada vez más cercano enlace matrimonial entre el par de arqueólogos. Sobresalieron en el par de reconocimientos, por supuesto, los lugares que daban (o dieron) su nombre a los barrios, que eran, por su simbolismo e historia, algunos de los lugares más importantes de la Ciudad Del Sol como una parte del todo y el reino de Insulandia como el todo mismo. El cerro hoy de cuatro y medio metros en Altos del Norte, una estatua de dos que representaba un arcoíris en el barrio homónimo, el curso de agua en Arroyo Brillante, la unidad industrial del sector maderero, que hoy se estaba restaurando para devolverla a sus funciones originales, en Aserradero Ema, el barracón tan amplio en Barraca Sola, otro monumento que marcaba el lugar en que se fundara el barrio Campo de los Naranjos, en el que estuvo el árbol a cuya sombra se reunieran los fundadores, el último cráter que subsistía en Campo del Cielo, producto del "bombardeo" que sufriera el planeta y del cual se pensara en y obtuviera ese nombre, otro monumento, en Colonia Florida, que señalaba el lugar en que estuvo, al momento de la creación oficial del barrio, el más grande y atestado de flores de los arbustos, el cuarteto de estatuas que asemejaban a palmeras, en el lugar donde estuvieron las originales, en Dos Arcos, la gigantesca torre de observación y vigilancia en El Mirador, en el barrio La Paloma una estatua de tres metros de largo en el punto central que representaba a una de esas aves; el balneario (porciones de tierra a los lados de otro arroyo) en Las Riberas; en Los Sauces otro monumento que indicaba el lugar exacto de su fundación, para la que se usaron los mismos criterios que con Campo de los Naranjos; la estatua de la reina Rossa, en el lugar donde sostuviera la batalla con Iris (el último combate de la Guerra de los Veintiocho), en el barrio antes llamado Uumsa catorce / Diez de Mayo; el entronque de rutas en Empalme Cinco; el letrero que marcaba el primero de los mil doscientos cincuenta kilómetros de Kilómetro Uno; la zona donde se hallaran esas diminutas piedras de canto rodado en Piedritas, donde estaba hoy su plaza principal ; y el camino en el barrio Quince de Diciembre que se transformara en uno de los primeros en recibir un nombre: esa misma fecha, justamente, en la que se optara por la nominación de los caminos de la ciudad. "Por lejos, el más hermoso de todos los lugares", opinó Eduardo, sobrevolando la plaza central, que como todas las mañanas tenía un movimiento constante de individuos feéricos y de otras especies. En la plaza que daba nombre al principal de los barrios - allí había empezado la historia del reino de Insulandia y era en el donde se concentraba el poder político y algunas de las instituciones públicas, privadas y mixtas más importantes, lo que generaba ese movimiento -, como en los otros dieciocho lugares, la magnificencia abundaba y no se podía ver, por su inexistencia, el menor rastro de deterioro. "Ni siquiera en Aserradero Ema, que estuvo por años sin actividad alguna", agregó Kevin, que al pasar sobre ella vio a un grupo de obreros del Consejo de Infraestructura y Obras (IO)  en pleno proceso de restauración de uno de los muros laterales. Concluyeron, mientras dejaban atrás esa importante estructura, que a medida que la Gran Catástrofe fuera quedando atrás y los destrozos que causara fueran subsanados, todos los recursos podrían ir destinándose a las tareas que en su momento hubieron de suspenderse, en parte o en todo, a consecuencia de ese desastre. Ambas parejas cerraron la recorrida aérea en la segunda jornada circunvalando la ciudad, sobrevolando el cristalino río, donde vieron el impecable estado de los puentes rectos y curvos, con tanto movimiento como el interior de la capital. Aunque estaba a varios años, quizás a varias décadas, de serlo, Eduardo creyó que, por ese desarrollo y la urbanización (y ahora estaban instalando rieles), algún día sería un calco más o menos fiel de cualquiera de las grandes ciudades que existían en la Tierra, por lo pronto de las que estaban más próximas a Las Heras. Estando de vuelta en su casa, en la calle La Fragua, encontraron a Iulí y Wilson aguardándolos de pie, en el acceso a la sala. Sonreían efusivamente y mostraban notables gestos corporales alegres, tal era su costumbre desde la hazaña de mediados del año pasado, pero sobre todo desde la ceremonia de la Transición. "Llegaron los últimos pedidos", dijo emocionada el hada de la belleza al cuarteto, en tanto entraban a la sala.
En efecto, en la jornada de hoy y las últimas horas de ayer fueron llegando los pedidos restantes, de todo cuanto encargaran los novios. Ayer, entre las dieciocho y las veinte, los cadetes de un comercio de Plaza Central especializado en casamientos, el cual era un hervidero debido a lo atractivo de su fachada y el interior (la variedad de productos era impresionante), aparecieron con el blanco, las telas y manteles, con que los invitados iban a decorar y acondicionar el patio de La Fragua, 5-16-7, cubriendo la cerca perimetral y los ambientes de la estructura poligonal, y los arreglos florales: jazmines, claveles y gladiolos sobre los que las hadas de las flores - uno de los más espectaculares dones o atributos de las hadas - aplicaron una parte de sus extraordinarias habilidades para que no se secaran ni marchitan durante la siguiente quincena. "Esas hadas pueden hacer milagros", eligió Isabel a las trabajadoras del Mercado Central de las Flores, no logrando resistirse a consumir el néctar de uno de los jazmines, mientras los seis empezaban a llevar los arreglos a una sala detrás de dos de los dormitorios. A propósito de la inminente ceremonia nupcial, Iulí se alegró al descubrir que las tensiones, preocupaciones e indecisiones eran, prácticamente, cosas del pasado, de los días inmediatamente posteriores a su primera visita a la oficina del CAF, cuando Isabel pensara que no le serían suficientes los conocimientos a ese respecto. Había concluido que, llegado el caso, estaría tan nerviosa por estar en el día de su casamiento, algo con lo que las mujeres feéricas soñaban y se emocionaban desde la infancia, que no podría usar esos conocimientos para encontrar confianza y tranquilidad. También se alegró Wilson, quien de los dos había sido, algo que rara vez pasara con el sexo masculino, el primero en poner de manifiesto la variedad de emociones positivas al conocer la determinación de su hija mayor y Eduardo por dar el siguiente paso en su relación, uno de los momentos de felicidad por excelencia, y, por supuesto, la pronta llegada, prevista para mediados de Septiembre, de su nieta, en el caso de esta pareja, y un nieto, por parte de Cristal y Kevin. "Les dijimos que no se alarmaran, porque no iban a estar solo con esto", les volvió a recordar a los cuatro, en un momento en que observaban los artículos acopiados en la sala detrás de dos de los dormitorios. "Nos equivocamos", reconoció Isabel, concentrada en la búsqueda de fallas estructurales, como grietas y manchas de humedad. Aparentemente no las había, y eso la indujo a pensar que la docena de invitados (Olaf, Elvia, Lía, Kuza, Lara, Lidia, Zümsar, Iris, Wilson, Iulí, Cristal y Kevin), que iban a ocuparse, por la costumbre de las hadas, de dejar el lugar en las mejores condiciones y listo para el evento, no tendrían otra tarea más allá de la que implicaban la decoración, el amueblamiento en el patio, la instalación del blanco y el equipo de sonido y la disposición del altar, contra el muro trasero del cuerpo principal, y la impecable hilera de mesas con los alimentos, las bebidas y otros elementos. "Lástima que ninguno de ellos pueda venir", seguía lamentándose el Cuidador del Templo del Agua, pensando en los tres individuos que en su momento figuraron en la lista de invitados: Lursi era desde el inicio uno de sus mejores amigos y uno de los suscriptores del convenio de sangre en la festividad del otoño del año pasado y aún sentía que estaba en deuda con Nadia, porque esta también había contribuido a salvarle la vida, al encontrarlo en aquella cabaña. La pareja de médicos, el quince de este mes, iniciaba una visita oficial a uno de los países vecinos de este, Nimhu, y permanecerían allí por cuatro días. Por su lado, Oliverio, cumpliendo con sus obligaciones como Consejero, tenía desde mediados de Diciembre muchas más responsabilidades porque sobre sus hombros recaía no menos de la mitad de los proyectos, planes y obras de desarrollo y urbanización que se extendían a todos los puntos cardinales del reino insular, y a eso se sumaba ahora su título de príncipe heredero. Eduardo pensó en Elvia y no fue muy optimista con ese instante: ella sería la única durante esa fecha tan especial sin estar con su "otra mitad". Con el casamiento a menos de una semana, todo lo que quedaba por hacer era esperar, decorar y organizar el jardín y otros espacios de la vivienda. Llegando el momento de la cena, los seis resolvieron otro de los componentes de ese evento importantísimo. "Comparado con lo demás es algo trivial, pero la verdad es que dista de serlo", concluyó el Cuidador del Templo del Agua, alegrándose de obtener la aprobación inmediata de parte del quinteto que lo estaba acompañante en la mesa. Habría una fiesta no bien los novios firmaran el libro de actas y este evento posterior incluía, por supuesto, la comida. Y era este plato una de las cosas que tenían en común los contrayentes, sus familiares y los otros invitados.

Los primeros rayos del Sol del miércoles catorce de Mayo / Uumsa número dieciocho tuvieron a ambas parejas llegando a un punto a casi dos largos y quinto de la Ciudad Del Sol, apareciendo a un lado de la puerta espacial, llevando los hombres los bolsos con sus pertenencias y las de sus respectivas compañeras sentimentales. Apenas después de las seis horas en punto, estuvieron frente a una cabaña, los primeros individuos de la jornada en llegar a ella. Era la construcción costera a la que llegara Eduardo hacía ya más de un año, en el límite del bosque de los Cinco Arroyos. Ante la ausencia de tal o cual programa para ocuparla jornada, no les costó mucho decidir con qué distenderse y hallar algo que les sirviera como entretenimiento. "A donde empezó mi historia aquí", quiso el Cuidador del Templo del Agua, pensando en ese lugar simbólico para el, y ninguno de los tres individuos puso reparos a esa propuesta. De modo que, no bien terminado el desayuno, armaron un par de bolsos con algunas de sus pertenencias, se asearon y dejaron La Fragua, 5-16-7, confiando en disfrutar cada minuto de su estadía en aquel lugar. "Tal vez se nos unan más tarde", se esperanzo Isabel, ya divisando la puerta espacial de Barraca Sola, refiriéndose a sus padres, a quienes les había dejado una nota explicando donde estarían. "No se esfuercen demasiado", insistió Kevin, en el momento en que los hombres instalaban las reposeras (el comercio en el límite de la playa abría a las seis), y las hermanas, que hubieron de aumentar su atractivo físico con los embarazos - las mujeres en esta condición siempre destacaban por sobre las demás en ese aspecto; a los ojos del sexo masculino, eran más sensuales y lindas -, ya amagaban con poner sus pies en la cristalina agua. A uno y otro hombre nunca hubo de dejarlos la preocupación por la salud de sus compañeras sentimentales y, por supuesto, los bebés, y siempre que veían a Cristal e Isabel haciendo cualquier esfuerzo o tarea que ellos consideraran como superior, siempre de acuerdo a sus criterios, pronunciaban advertencias como esa; y la réplica de ambas damas no se hacía esperar, calificando a sus futuros maridos con los motes ya acostumbrados, como alarmistas y exagerados. Aún con eso, las hermanas sabían hasta donde llegar, nadie mejor que ellas podía conocer cuál era su límite, por su seguridad y la de esos "tesoros" que llevaban en el vientre. Esto, juzgaron, los chapoteos en la orilla, no eran peligrosos ni por equivocación, así que allí se quedaron durante al menos un tercio de hora, y los hombres conversando sobre el casamiento en las reposeras, hasta que vieron aparecer a Wilson e Iulí desde un punto cercano, la puerta espacial no muy lejana.  "La idea es quedarnos acá hasta que anochezca", comentó Isabel, yendo con ellos a la cabaña, con su hermana, Kevin y Eduardo cerrando la marcha. "Al fin alguien que conoce lo que es el entretenimiento", se alegró su padre con una sonrisa, consciente de que jornadas como la de hoy, poder tomarse libre uno de los hábiles, no eran frecuentes. Tampoco para su eterna compañera, aunque esta había mostrado ciertas dudas respecto al descanso en la playa, por lo mismo que sostenían los Cuidadores. "Allí tienen!", exclamó el artesano-escultor, mirando a las hermanas, algo ratificado por el arqueólogo con la frase "Deberían seguir el ejemplo de su madre". Insistiendo con lo del alarmismo y la exageración, las mujeres ingresaron a su vestidor y salieron alrededor de cinco minutos más tarde, al tiempo que Wilson dejaba el espacio contiguo, y los Cuidadores dejaban sus mochilas en una de las estanterías. "Volvamos", coincidieron los seis, dejando la cabaña. Y el día, advirtieron, era prometedor, tanto como cualquier otro. Con el correr de la mañana, más hadas y otros elementales fueron llegando a la playa, con eso dando su forma característica al paisaje, las masas y su acostumbrado multiculturalismo uno de los escenarios que abundaban y mejor representaban a Insulandia. "Las playas", tradujo Eduardo, mirando a la multitud, sonriente, feliz y buscando, como el y su grupo, disfrutar de la jornada. Entre las interrupciones y el bullicio que reinaban, Eduardo, Kevin, Wilson, Isabel, Cristal e Iulí hallaron la manera de concentrarse en el gran evento, cada vez más cercano. No fue lo único de lo que conversaron mientras estuvieron allí, pero si lo que los mantuvo tanto o más concentrados que todo lo demás en conjunto, incluidos los tres embarazos y sus obligaciones laborales. Respecto al enlace matrimonial, hicieron un repaso de todo cuanto hubieron de hacer y decir desde su presencia en la oficina del CAF. "Precauciones más que necesarias", dijo Eduardo, obsesionado con que el evento tenía que ser perfecto en todos los aspectos, en cada detalle desde el más insignificante hasta el más importante. Wilson les dijo una vez más, por experiencia propia y conocimiento, queque se sentirían su hija y su futuro yerno inmensamente orgullosos, dichosos y realizados cuando ese día al fin llegara. Prometió a ambos que al poner los pies en el patio, frente al altar, hallarían a ese y los otros espacios de la casa tal cual los estuvieron imaginando desde mediados de Enero: grandiosos y vueltos un lujo que no querrían desmantelar.

A media mañana del jueves quince de Mayo / Uumsa número diecinueve, mientras comprobaban lo magnífica que era la sombra que ofrecía el ciruelo - las habilidades usadas por el hada de las plantas hizo que la copa alcanzara una circunferencia nada despreciable, de siete y medio metros -, tomándose un descanso después de haber estado los últimos noventa minutos haciendo otro repaso, visualizando este mismo paisaje dentro de cuatro días con los dieciséis individuos presentes en el. El Cuidador de la Casa de la Magia hizo a Eduardo e Isabel una pregunta que ocasionó entre ellos un repentino temblor y un motivo adicional que los tendría ocupados. Este, sin embargo, era un tanto acuciante y para ser resuelto quizás en los próximos tres a cuatro días que seguían, incluidos el actual y el del gran evento, porque implicaba llevar a la práctica aquello en que reparara Kevin no bien el diecinueve de Mayo le dejara su lugar al veinte, eso sí los contrayentes querían aprovechar a lo grande y todo cuanto pudieran de la semana libre que había entre su casamiento y la vuelta al Templo del Agua. "Ya pensaron en algo para el periodo de gracia?", fue la pregunta del artesano-escultor, con la que obtuvo toda la atención, tanto de uno como del otro, y también de Cristal. Así se referían las hadas a la luna de miel, una franja de tiempo siempre variable, no necesariamente posterior a la ceremonia nupcial en lo referente a la inmediatez, que el flamante matrimonio empleaba para distenderse después del evento. Por costumbre, las parejas no hacían gran cosa más allá de, naturalmente, un repaso integral de su vida y existencia, desde el mismo instante en que empezara el compañerismo sentimental, como las hadas llamaban al noviazgo, y la planificación completa de su futuro a todos los plazos. Kevin propuso a su amigo y su futura cuñada que no desaprovecharan esos siete días, argumentando que era poco probable que, con sus responsabilidades en el Templo del Agua y el nacimiento para mediados de Septiembre, tuvieran otra oportunidad como esta. "No al menos este año", complementó Cristal, decidida también a animar a su hermana y Eduardo a que tomaran el periodo de gracia. Era evidente que los anfitriones no se habían detenido a pensar en eso, al menos no demasiado, desde su visita a la oficina del CAF, pero también que les gustaba aquello que planteara Kevin en primer lugar. "Es cierto lo de la oportunidad única_, reconoció Isabel, pensativa. Con sus tareas en el lugar grandioso y esa gigantesca responsabilidad que era su hija, eso sin contar todo lo demás, quizás el próximo período relativamente libre de que podrían disfrutar serían los dos últimos días de este año y el primero del siguiente. Lo  primero que hicieron fue descartar la villa turística La Blanquita, porque, coincidieron, era un lugar muy esplendoroso y magnífico como para que una semana resultara suficiente para disfrutarlo al completo. "Me parece un lugar para vacaciones prolongadas", opinó Isabel, a lo que su hermana y los hombres mostraron la coincidencia con gestos faciales. Rápidamente, sin alejarse de la sombra, se metieron en este nuevo tema, que no quedó limitado a los anfitriones, porque el Cuidador de la Casa de la Magia dijo "Cristal y yo también deberíamos, nuestro evento podría ser a finales del cuarto bimestre del año". No teniendo algo planificado para hoy, y sin deseos de salir de ese refugio que era la sombra del ciruelo, cada uno empezó a arrojar las posibilidades sobre el destino que fuera de preferencia para ambas parejas. Y la conversación fue más que animada desde el primer momento, era de esperarse. Tan emocionados como estaban, no pudieron menos que aportar una idea espectacular (y costosa) atrás de otra. Mencionaron todas las regiones del país, varias locaciones de cada una, e incluso de más allá, lo cual de concretarse, sería la segunda vez de Eduardo fuera de Insulandia, si contaba como primera su visita a la Casa de la Magia. Apostaron incluso la formación geológica que daba su nombre a la región sur del país, Bahía Rocosa de la Bella Vista. "De verdad que es un lugar magnífico y en extremo lindo" - insistió Cristal, creyendo haber acertado con la opción, porque si sus sentidos estuvieron alertas, a Eduardo e Isabel les apareció una cierta expresión de conformidad en la cara, " y el caserío allí tiene un hotel". “Y la experiencia de estar ahí... no se puede explicar", agregó Kevin, planteándose en silencio si Cristal y el no deberían estar allí para su propio periodo de gracia. Esta vez no hubo dudas que amagaran con permanecer por más o menos tiempo en la mente de Isabel y Eduardo u, para cuando al fin dejaron de estar al amparo de la sombra, restando treinta minutos para el mediodía, ambos concluyeron que ese era el lugar indicado. Isabel había estado allí una vez, un parque real, y su novio y futuro marido escuchó maravillas de el, aquel día en que, en su segunda salida, surgiera el noviazgo. "Y además ya estamos bastante ocupados", agregó Eduardo entre risas, al ingresar a la sala, y su prometida mostró todo el acuerdo. El enlace matrimonial, el embarazo y el Templo del Agua, en conjunto y por separado, eran demasiado por el momento.

_Salgo mañana a las cuatro, o tal vez cuatro y media - comunicó Eduardo, ya entrada la noche, que los encontró inspeccionando el contenido del ambiente al fondo de la propiedad. En el día del casamiento estaría lleno con los artículos para dicho evento -. Zümsar me dijo que a esa hora ya está despierto, desde que formalizó su vínculo e Iris se fue a vivir con el. El caso es que cuando llegue los voy a hallar de pie.
El último tercio de hora del día los encontró en la parte trasera de la casa, disfrutando juntos de los últimos instantes finales antes de que tuvieran que separarse. Según la antigua costumbre feérica, los novios no podían verse ni mantener contacto alguno durante las setenta y dos horas previas a la ceremonia nupcial, y de común acuerdo  entre ellos decidieron que fuera el hombre quien dejara la casa y estuviera fuera de ella por ese lapso. "Las puertas de mi casa están abiertas", le había dicho en su momento el hada del rayo, cuando Eduardo e Isabel empezaran la planificación. El Cuidador ya tenía uno de los cilindro   desarrollados por Kevin (este y Cristal ya debían estar durmiendo) con lo que el creía que iba a necesitar en estos tres días, remitido prácticamente todo el contenido a calzado y ropa.
_Tan temprano? - se extrañó el hada de fuego, cerrando una caja que contenía vasos y copas de un vidrio muy fino, reiterando en su mente que una ocasión tan solemne e importante merecía esa clase de lujos y los justificaba -. Si no me equivoco, los tres días empiezan a las ocho en punto, cuando mucho unos pocos minutos después. Podemos compartir un momento juntos hasta que llegue a su fin el primer tercio del día, incluido el desayuno.
_No se, le dije a Zümsar e Iris que iba a estar en Plaza Central no después de las cuatro y media, así que supongo que me van a estar esperando - dudó el Cuidador, todavía emocionado al estar frente a los artículos e imaginando como se vería la vivienda durante el gran evento. Pocas veces (o ninguna) había vislumbrado un futuro que lo tuviera como uno de los componentes de un matrimonio. "Tampoco como padre", pensó -. Iris se va muy temprano al Banco Real, antes de las seis, y Zümsar sale a las siete para el anticuario. Si llego en el horario convenido causaría otra buena impresión. Me voy a ir con el al comercio de antigüedades a darle una mano, contó que van a traer varias cosas y piensa que no van a alcanzar las manos para actualizar el inventario. Eso va a formar parte de mi itinerario mañana.
Naturalmente que uno y otro los novios ya tenían diagramadas actividades para los tres días que quedaban antes del gran evento. Eduardo, por su parte, tenía una jornada completa en el comercio de antigüedades de uno de sus mejores amigos, que era además el testigo que la novia eligiera para el enlace matrimonial. El diecisiete de Mayo / Uumsa número veintiuno estaría en el Museo Real de Arqueología, visitando a sus antiguos compañeros de aquel que fuera su primer lugar de trabajo en este mundo y esta sociedad. Y al día siguiente, el último, había planificado la visita, junto al artesano-escultor, al Vinhuiga, el Templo del Fuego, para la mañana y la tarde, para dar forma a la primera reunión, una informal, de los tres Cuidadores. Ambos habían escuchado que Lidia, al final, se las había ingeniado para llevar sobre los hombros esa carga sin mayores inconvenientes, acostumbrándose con el paso de estos cinco meses a ser, a su corta (cortísima) edad una persona poderosa, famosa a nivel planetario y muy querida, sobre todo entre las hadas, vampiros e híbridos.
_Que bueno que por lo menos uno de nosotros tiene por delante jornadas entretenidas y divertidas - se alegró Isabel, apagando las seis piezas de cera que alumbraban el ambiente, con media docena de pestañeos. Una de las tantas habilidades que poseían las hadas de su tipo era la de hacer el fuego, bastándole una única e ínfima chispa. En este caso, una del cigarrillo que su futuro marido sostuvo entre los dedos -. No digo que lo que me espera no lo vaya a ser, pero es un caso distinto.
_Por qué?., quiso saber Eduardo.
_Porque se me cae la cara de vergüenza sabiendo que en los tres días que siguen voy a estar casi sin hacer otra cosa que descansar mientras todos los invitados se van turnando para decorar y preparar nuestra casa - contestó la dama, deteniéndose en el medio del patio para contemplar el paisaje nocturno, en el que no faltaba el "cri-cri" de los grillos. "Kuza y Lidia", pensó con una risita, porque los vampiros e híbridos tenían a los insectos en su dieta -. Ese no es mi estilo, Eduardo. La tradición dice que ninguno de los contrayentes tiene que mover un dedo con respecto a la organización de la boda. Pero yo voy a estar acá mañana y pasado, viendo como progresan los preparativos. No se que hacer... estar sentada en uno de los sofás de la sala todo el día, viendo a la gente entrar y salir...
Quiso no pensar en ese panorama, viendo una distracción en los insectos que daban vueltas alrededor de uno de los faroles. Eso mismo se repetiría en la noche del diecinueve. Los novios idearon una reunión que no concluiría antes del alba del veinte de Mayo / Uumsa número veinticuatro. Era parte de su decisión y deseo de que la ceremonia fuera tan grandiosa como la vivieron imaginando desde el primer momento.
_Podrías ir con Cristal a un campamento de dos días en... que se yo, Cinco Arroyos, por ejemplo. A las dos, que son muy unidas, les encanta ese lugar - sugirió Eduardo, consciente del error que podría estar cometiendo. Aquello implicaba que Isabel se relajara completamente y disfrutar de un día o dos mientras los invitados de ambos sexos preparaban la vivienda -... o lo que sea. Cualquier cosa que haga que vos no pienses en eso, al menos no demasiado. Además, todos ellos van a estar acá siguiendo una costumbre muy antigua, y porque sienten que es lo correcto. Cristal, Kevin y los demás van a ocuparse voluntaria y desinteresadamente de acondicionar este lugar.
Hablando con las hadas en la última semana, convinieron que Elvia, Lia, Lara, Lidia, Iris, Iulí y Cristal estuvieran en la casa en la mañana del viernes; Kevin, Wilson, Zümsar, Kuza y Olaf el sábado y los doce individuos, juntos, el domingo, un día en que los novios no solo no podrían verse ni mantener contacto, sino que tampoco podrían poner los pies en la casa. "Contentarnos con mirar la fachada", había dicho Eduardo cuando le hablaron por primera vez de este aspecto que hacía al rito del casamiento de las hadas.
_Y se supone que lo tengo que resolver ahora? - reaccionó la novia, apartando la vista del farol y enfocándola en el extremo de la chimenea, donde instalarían un tubo metálico para lanzar esas fabulosas piezas pirotécnicas en el mismo instante en que, ya formando un matrimonio, Eduardo e Isabel se dieran el primer beso. Las dos piezas causarían un enorme estruendo y cientos de chispas con los colores de las auras de los contrayentes - ... Que bueno que mis nervios se recuperaron y no hay estrés! - celebró -. Creo que voy a hacer eso que propusiste, aunque es justamente lo que no quiero, porque implica relajarme mientras los demás trabajan y se esfuerzan. Se lo voy a pedir a Cristal en el desayuno, mañana. Y hablando de estos tres días - quiso decir, en tanto volvían a la estructura poligonal, por el acceso a la cocina-comedor diario-almacén -. No dudo de tu palabra, Eduardo, como no lo hice ayer y no lo voy a hacer mañana, pero me gustaría escucharte decir de nuevo que Zümsar y vos no van a hablar de sus incidentes, de los ilios ni nada de eso. Quisiera dormir tranquila sabiendo que no lo van a hacer. Insisto con que los que siguen son días muy fantásticos como para entristecerlos y opacarlos con estos temas.
Entraron en el cuerpo principal de la casa.
_Te lo prometo, Isabel. Nada de eso vamos a hablar.
Estaba diciendo la verdad, siendo totalmente sincero, y el hada de fuego se sintió aliviada. "Te lo agradezco", dijo, a lo que su futuro marido contestó que no tenía necesidad de hacerlo, porque el mismo había reconocido, con el paso de las últimas semanas, y el padrino de la boda mostró su acuerdo con eso, que sería un desperdicio y un desacierto hablar sobre esto en estos días tan emocionantes.

Apenas después de las ocho, no más de cinco minutos, del día siguiente, visiblemente alegres por su situación y lo que estaban por empezar, llegaron las mujeres, todas juntas, a La Fragua, 5-16-7. Iulí estuvo allí, en el frente, para darles la bienvenida, y cuando Iris, Lidia, Lara, Lía y Elvia llegaron, posando los pies en el suelo con suavidad, las hizo ingresar a la sala. "Nada mal, nada mal", opinó la Consejera de DCS, en cuyos brazos su hijo estaba profundamente dormido, al descubrir y ver el estado en que estaba el ambiente principal de la casa, inmaculado y ordenado. La última vez que estuvo había sido en Octubre, cuando los anfitriones la invitaran, también al jefe de la Guardia Real, a almorzar, y en aquella oportunidad no había visto siquiera el mínimo indicio de deterioro ni falta de mantenimiento. "Eso me gusta", opinó Lidia, observando una foto enmarcada, que mostraba a los Cuidadores, sonrientes y bastones en mano, aquel día en que se presentaran formalmente, en el Castillo Real. "Alguna vez se sintieron chiquitas?", agregó, notando que había al menos un metro y quinto de altura entre ella y sus dos colegas. Las mujeres estaban conscientes de que su intervención en los preparativos y la organización de la ceremonia no les demandaría más de cinco horas, y dado que estaban libres de cualquier otra obligación el día de hoy - se tomaron libre la jornada, algo muy infrecuente en ellas -, pensaron que distraerse observando el contenido de los ambientes las animaría todavía más en las tareas que tenían asignadas. "Además, hay que separar algunas cosas que vayan a usarse el lunes", apuntó Iris, para quien sería su primera vez en una boda fuera del ámbito familiar. "Nos dejaron una nota", anunció Lara al grupo, tomando la hoja que Isabel dejara sobre la mesa en la cocina, y leyéndola en voz alta. El hada de fuego avisaba e indicaba a su madre y las damas que podían hacer y usar todo cuanto quisieran para cumplir con su parte de las tareas. "Vamos a tomarle la palabra, entonces", asumió la heredera insular, viendo el contenido de una alacena, varias tazas y platos dispuestos con un orden absoluto en dicho mueble. "Y por dónde empezamos?", llamó Iulí, dirigiéndose al quinteto, como si estuviera buscando el consenso para dar inicio a su parte en la organización. Al final, tras un quinto de hora de estar deliberando a ese respecto, concluyeron que lo primero era una limpieza e higiene a fondo de la estructura poligonal, la torre de tres niveles y el ambiente de dos al final del terreno, tanto por dentro como por fuera, confiando con que al final de esta tarea no quedaría ni el menor rastro de suciedad ni desaseo. "No vamos a demorar mucho, entonces", tradujo Lara, que hacía alarde de sus habilidades de hada de fuego encendiendo y apagando la docena de velas en ese ambiente, y advirtiendo que tales piezas, de diversos tamaños y con la cera acumulándose en los pocillos, debían ser removidas, formando aquello parte de la estética. Siguiendo con la idea del aseo integral, las damas se dividieron en dos grupos y empezaron a trabajar, decidiendo ambas responsables del Vinhuiga, la hija y la madre - como supusieron, la Cuidadora había madurado bastante desde que Seuju le legara el mando del lugar grandioso -, y Lía, todavía meciendo con suavidad a su primogénito, se dirigieron al patio y el cobertizo ahora de dos niveles, dejando a Elvia, Iuli e Iris en la estructura principal, decidiendo este trío empezar por ese mismo espacio, la cocina, y continuar luego por los otros, en el sentido de las agujas del reloj. "Manos a la obra", corearon, y empezaron a trabajar, conscientes de que descansarían de tanto en tanto, porque al final surtieron efecto las palabras de los hombres, acerca de no esforzarse demasiado, y, en el caso de Lía, cumplir con sus obligaciones irrenunciables como madre. "Y ya va siendo tiempo de otra ración de alimento", dijo, con lo que Lidia y Lara comprendieron que podían aplazar unos minutos el inicio de sus tareas.
Antes de cumplidas las primeras tres horas de su presencia en esa casa, en grupos el "elenco femenino" pudo dejar las estructuras en el impecabilísimo estado con que tanto soñaron Eduardo e Isabel. Pasado ese tiempo, las mujeres observaron complacidas el fruto de su trabajo. Ni un rastro de polvo, tierra ni suciedad en general quedó en pie en las paredes dentro y fuera del cuerpo principal, el bicicletero y el cobertizo; unas cuantas telarañas fueron retiradas de los rincones más caprichosos e incluso se animaron a treparse al techo a cuatro aguas para una limpieza en las tejas, reemplazando aquellas que estaban rotas por otras nuevas que temporalmente habían sido trasladadas al cuerpo principal. Fue cuando estuvieron ordenando las herramientas, que habían también sido movidas, a otro ambiente desocupado, que se produjo un momento para la risa, al llamar la Cuidadora del Vinhuiga "Está bien si me quedo con esto?", y cuando Iulí le preguntó "Qué cosa?", la nena híbrida contestó "Un aperitivo", atrapando a un grillo en pleno salto.  "Ay, nena!", protestó su madre entre risas, viendo a Lidia (su hija y jefa) hacer una serie de gestos con los que pareció indicar "Me dio hambre". Aprovecharon ese instante de hilaridad para tomarse un receso, decidiendo que después de este, que incluía el almuerzo, se ocuparían del raleo en el ciruelo, las parras y los arbustos en el patio y ambas mitades del jardín, a propósito de lo cual Iulí dijo "El postre", usando la telequinesia para recolectar varias decenas de uvas y ciruelas. Pasados el receso y el almuerzo, las mujeres abandonaron la comodidad de la sala y retomaron sus tareas. Ralearon las especies vegetales de tal manera que las copas pasaron a tener formas geométricas bien definidas (lo mismo que había hecho aquella hada con el árbol), las enredaderas en el perímetro apenas sufrieron modificaciones y esos magníficos arbustos en el jardín no fueron la excepción a la perfección. "Juntemos y transformemos todo esto", propuso Lía, sin haberse nunca desprendido de su hijo (Rafael, así se llamaba, había requerido cuatro tandas de leche materna en lo que iba de la jornada y una de aseo). En pocos minutos, reunieron las centenas de ramas, hojas, flores y otros restos vegetales del raleo y, recurriendo a una de sus habilidades más conocidas, una común a todas las hadas e híbridos, los convirtieron en el polvillo fertilizante. Debieron ser al menos cuatro kilos, calcularon, a los que, casi al instante de haberlos creado, esparcieron fuera de la vivienda, en los inmediatos alrededores de esta. "Terminaron nuestras tareas", se alegró la heredera insular, con las manos en la cintura, observando la belleza en que hubo de transformarse el patio. "Ojalá siguiera tu habitación en el castillo, y con más frecuencia", deseó Iris, despertando otra vez las risas entre las damas. La princesa Elvia silbó y omitió mirarlas, sabiendo las reacciones que adoptarían. "Lo hago seguido", se defendió. "Oliverio dice que no", agregó Lía. "Y que cuando van a dormir tiene que ir esquivando ese desorden", aportó Iulí, a lo que Lara dijo "Era cierto entonces, lo del desorden. Pensé que era un mito". La nota graciosa de esta conversación la dio la nena híbrida al preguntar a las mujeres "Por qué duermen juntos en la misma habitación?", demostrando que, en esos temas, seguía acorde a su edad. "En otro momento te digo, cuando seas más grande", contestó su madre entre risas, volviendo todas a la sala.

El día del Cuidador del Templo del Agua fue bastante entretenido, además de haberle servido, por supuesto, para incorporar nuevo conocimiento acerca del pasado de la sociedad de las hadas, en particular del archipiélago insular. Zümsar y los empleados le fueron explicando todo sobre los artículos más nuevos, aquellos que debían distribuir en los anaqueles y estanterías, y los más llamativos, muchos de estos formando parte de los objetos exhibidos en las vidrieras. Todo allí estaba debida y pulcramente ubicado según un rubro (indumentaria, entretenimiento, muebles, joyas...) y había precios entre dos soles y dos mil, algo que, le explicaron a Eduardo, obedecía al estado de los artículos, el valor económico de los materiales con que estaban fabricados y su antigüedad. "Menos este, que cuesta diez mil", informó e ilustró el propietario, cuando, mirando uno de los anaqueles del rubro editorial, hallaron un ejemplar, con sus treinta páginas blanco y negro en condiciones impecables, de la primera edición de El Heraldo Insular. Así fue casi toda la jornada para el Cuidador del Templo del Agua, entre anaqueles y otras estructuras, acomodando los artículos, incluidos aquellos nuevos que habían llegado, actualizando el inventario, una decena de biblioratos repletos de páginas con toda clase de datos e información, y efectuando cuatro ventas ("Nada mal", opinaron los empleados y el propietario) sin ayuda de nadie. Aun habiendo demostrado esa capacidad, y la concentración que esa y las otras actividades demandaron, la mente de Eduardo no estuvo evadida del todo del acontecimiento máximo que estaba a menos de tres días. Sus pensamientos aun rondaban en la decoración y los preparativos, en que todo debía ser perfecto - era, en efecto, una obsesión - desde el principio hasta el fin, y no contribuyó a que sus nervios se calmaran el hecho de que en el comercio estuvieran, tanto para su comercialización como formando parte del decorado, varios artículos relacionados con los casamientos, entre estos numerosas fotos que tenían como protagonistas a los contrayentes. "Nada va a salir mal, con semejante preparación que los dos llevaron adelante desde Enero", trató de tranquilizarlo Zümsar, cuando, al terminar la jornada, emprendían la vuelta a la casa del hada del rayo, sabiendo que su éxito no sería total. No importa que hicieran o dijeran, Eduardo, y tampoco Isabel, no se calmarían sino hasta el día después de su casamiento.
Para la novia, la jornada fue entretenida y divertida, en la grata compañía de su hermana en Cinco Arroyos, aunque de ninguna manera pudo evitar que pensara en que, en su casa, las mujeres se estaban esforzando y dando lo mejor de si para dejarla en óptimas condiciones, en lo estético y lo cosmético, mientras ella se relajaba y descansaba. Las hermanas armaron el campamento cerca de la oficina del Consejo TRE (Turismo, Recreación y Esparcimiento), a no más de doscientos metros del límite del bosque. Allí pusieron una manta, sobre el suelo, y en ella dos botellas repletas con jugo de naranja, abundante comida y algunos elementos que quisieron llevar para entretenerse: el cuaderno que Iulí había dado a Isabel con la constancia escrita de todo cuanto sintió y sus emociones y las fotos de lo que iba de este año y de todo el anterior, que mostraban a las hermanas con y sin la compañía de sus futuros maridos. "Esto siempre nos anima", había dicho Cristal al empacar los objetos. Estando las dos allí, con este entretenimiento tan antiguo como característico de las hadas, no dejaron de observar, o de advertir, que eran uno de los blancos de los ojos de los seres feéricos que pasaban por allí, fueran empleados de tal o cual organismo público o paseantes que, como ellas, estuvieran allí para descansar; y había razones para eso. Isabel y Cristal eran dos de las mujeres más bellas del país, y ese era un atractivo que circunstancialmente se encontraba atravesando un marcado incremento, porque las dos estaban embarazadas, y esa (felicísima) condición hacia que las mujeres en general, aquellas que la atravesaran se volvieran aún más hermosas. El otro hecho era el casamiento que tendría lugar en unos días en Barraca Sola, y el de la menor de las hermanas, que tampoco estaba muy distante. "Eso sin contar lo demás", comentó la prometida de Kevin, refiriéndose a cada hecho que las involucraba directa e indirectamente y las convertían en personas famosas. Comentaron nuevamente, algo que tanto ellas como sus novios planteaban con frecuencias muy cortas en tanto miraban una foto del encuentro de los tres Cuidadores en el Castillo Real, aquella ilusión de poder llevar alguna vez una vida normal. "Apuesto que nunca", dijo Isabel con sarcasmo y risas, sabiendo de sobra la imposibilidad de un futuro así, por quienes eran y lo que eran, y convencidas, algo que reafirmaban todos los días de ese enorme esfuerzo de su parte que deberían poner para mitigar esa realidad inalterable, asegurando que sus vidas, ningún aspecto de estas, se volviera rutinario y, por consiguiente, aburrido. "Tarea por demás descomunal", opinaron al mismo tiempo.

Con el alba del diecisiete de Mayo / Uumsa número veintiuno, llegaron los hombres a La Fragua, 5-16-7. Primero fueron Olaf y Kuza, inmersos en una discusión sobre como las hadas y los vampiros, a veces, se alegraban de que fueran pocas, tenían que estar con todos los sentidos en alerta en el oeste-noroeste del continente centrálico, la región del planeta que concentraba más habitantes ilios que ninguna otra, aunque ignoraban la cifra por la imposibilidad de interactuar con los individuos de esa especie. "Imaginá que algún día se descubra y lo podamos demostrar", se emocionó el padre de Lidia, visualizando en su mente un futuro en que los seres elementales al fin descubrían que los ilios practicaban una o más de las artes mágicas, algo innoble e inmoral para esa raza, que constantemente despotricaban contra la magia por considerarla algo maligno en grado extremo. Un rato después llegó Zümsar, acompañando por Iris, algo que llamó poca atención, si se consideraba que rara vez se los veía a uno sin el otro, pero al mismo tiempo mucha debido a quien era Iris, lo que fuera en otras épocas, la lideresa del MEU y un alma solitaria durante milenios, y lo que era, una mujer embarazada. Ella se quedó allí lo suficiente para saludar a los hombres, hablarles unas pocas palabras acerca del estado en que dejaran la vivienda las mujeres al final de la jornada de ayer y desearles suerte en las tareas de hoy, antes de continuar con su viaje, siendo su destino inmediato la puerta espacial de Barraca Sola, y luego el Banco Real. Los hombres la vieron emprender el viaje, a velocidad lenta y baja altura, y acto seguido entraron en la sala. Wilson estuvo allí para recibirlos, tal como Iulí hiciera ayer con las damas, y no bien estuvieron en la sala decidieron tomarse el siguiente cuarto de hora para estudiar una manera correcta para ejecutar sus tareas, optando también por dividirse y trabajar en pares. Lo que ellos debían hacer era, básicamente, ocuparse de las reparaciones que quedaran pendientes, todas menores en calidad y cantidad, algo que no habría de demandarles más de tres horas, calculando que las podrían terminar antes del mediodía, y disponer en uno de los ambientes, aquel que habitualmente se usaba como cobertizo, todo lo que habría de emplearse el día del gran evento (muebles, vajilla, bebidas, piezas decorativas, la pirotecnia...), a las que los invitados de uno y otro sexo ubicarían e instalarían durante la tarde de mañana, el día en que los novios ni siquiera podrían, por tradición, poner los pies en su casa. Pasado ese cuarto de hora, el deportista de precisión y el cartógrafo, Wilson y Kuza, se quedaron con la tarea de las restauraciones y refacciones en los accesos a la vivienda, el perímetro, cada uno de los espacios abiertos y el nuevo nivel en el cobertizo, a causa de ser estructuras prácticamente nuevas, en tanto que el arqueólogo urbano y el jefe de la Guardia Real, Zümsar y Olaf, con las mismas tareas, pero en el cuerpo principal. Observando el entorno, sin la necesidad de hacerlo con profundidad, concluyeron, estando en el patio, con unas cuantas herramientas en sus manos, llegaron a comparar, aún antes de empezar, que tal vez, de los dos grupos, el de las mujeres, ayer, haya sido el de las actividades más intensas. Observando fugazmente, porque con eso les resultaba suficiente, advirtieron que Eduardo e Isabel no dejaban nada librado a su suerte y que a diario se ocupaban de su casa, tanto de las condiciones estructurales como de la parte estética, lo que incluía la limpieza e higiene. "Nos lo dejaron fácil, vamos a empezar", habló el padre de la novia, para si mismo y para los otros tres, tras lo que ambos pares, con las tareas ya repartidas, empezaron a trabajar, estando tan animados como dispuestos.
Y no era para menos, juzgaron. El casamiento era uno de los más importantes y solemnes eventos sociales y familiares, lo era desde su establecimiento, para las hadas, y el amplísimo espectro de emociones y sentimientos no se limitaba a los novios, sino que abarcaba a cada uno de los individuos que participaban de el. Era imposible que los invitados no se alegraran a causa de una ceremonia tan trascendental, la cual daba base a una de las instituciones más importantes de todas: la familia. Y, considerando eso, la ceremonia tenía que ser todo lo grandiosa que fuera posible. De allí venían los pensamientos tan obsesivos y el convencimiento de los contrayentes, especialmente de Eduardo, de que cada aspecto, desde el menos hasta el más importante, tenía que ser por demás perfecto. "Va a serlo", insistió Wilson, habiendo visto de cerca aquel comportamiento a diario, hablando a Kuza sobre como su futuro yerno y su hija dedicaron no menos de tres horas cada día solo a hablar de la boda, de todo lo que implicaba, ajenos a cualquier otra cosa, incluido el embarazo, una responsabilidad tan grande como todas las demás en conjunto. "Excepto la boda misma y el Templo del Agua", imaginó el vampiro, habiendo dado por terminadas las tareas en el acceso al extremo izquierdo del jardín. Los cuatro accesos a La Fragua, 5-16-7 (a la sala, el bicicletero y las dos mitades del jardín), el perímetro y todo allí donde estuvieron trabajando quedó en las mejores condiciones en solo una hora y media, lapso tras el cual los autores de la tarea contemplaron su obra desde las alturas. Viendo la chimenea, Wilson y Kuza coincidieron en que lo único que les costó cierto esfuerzo fueron los accesos, sobre los que no tuvieron que hacer otra cosa que darles una nueva capa de pintura, de colores discretos. "Lo dicho, en pocas horas", corroboró contento el padre de la novia. Por su lado, Olaf y Zümsar tampoco tuvieron que hacer grandes esfuerzos, más al unírseles los otros dos hombres. Como bien apreciaron desde el momento de su ingreso a la sala, y con el reconocimiento inmediatamente posterior, Isabel y Eduardo no dejaban nada descuidado, de manera que, cualitativa y cuantitativamente, sus tareas fueron menores a lo que habían calculado. Instalaron un tubo metálico a un lado de la chimenea, para el lanzamiento de la pirotecnia en el instante posterior a la firma de los contrayentes en el libro de actas y, por supuesto, el beso, que sería por lejos el momento cumbre, el más importante, sentimentalmente hablando, de la ceremonia. Habiendo terminado las tareas, los hombres hicieron un segundo reconocimiento de la casa, a unos pocos metros del suelo, tanto las áreas verdes como las estructuras. Los cuatro coincidieron en que los dos grupos, el femenino ayer y ellos hoy, simplemente desperdiciaron ambas jornadas. La casa como un todo presentaba condiciones tan impecables, con esos rastros mucho menos que insignificantes de deterioro, que les hubiera alcanzado con las horas de Sol de la mañana para ocuparse de ellas y de la infraestructura y demás obras planificadas para el dieciocho de Mayo / Uumsa número veintidós. Al igual que las mujeres lo hicieran ayer, los hombres lamentaron ahora que tanto esfuerzo, preparativos e inversión fueran nada más que para un día.

En este segundo día de ausencia de La Fragua, 5-16-7, Eduardo pasó la mayor parte del tiempo en el Museo Real de Arqueología, haciendo una visita social a sus antiguos compañeros de aquel que fuera su primer (y único) empleo formal. Poco había cambiado allí desde que el Cuidador del Templo del Agua concluyera sus tareas el año pasado, existiendo aun el mismo nivel e intensidad con respecto al movimiento. Los arqueólogos (sus colegas), otros científicos y demás empleados iban y venían cargando en uno o ambos brazos diversos documentos y un sinfín de elementos de trabajo. Le mostraron los resultados de las últimas expediciones y actividades  en las disciplinas de la arqueología, entusiasmados con la confirmación de que tales hallazgos reportarían solo durante este año un notable avance respecto del entendimiento de como era la sociedad en tiempos muy pasados y lejanos. “Mi primer trabajo de campo”, se emocionó el Cuidador, al ir leyendo las planillas con la información actualizada de aquella expedición que hiciera con Isabel, Kevin y Cristal, advirtiendo, casi sin darse cuenta cierta nostalgia por aquellas tareas que hiciera al terminar los estudios universitarios. “Esto te va a encantar”, le dijo su antiguo jefe, mostrándole otra serie de diez páginas, y Eduardo vio un informe fechado en Mayo, el día seis, sobre el hallazgo de un nuevo material arqueológico, en el noroeste insular, con evidencias mucho más que notorias de la sociedad en los tiempos inmediatamente anteriores al Primer Encuentro; eran piezas de cerámica, algunas en mejor estado que otras, y totalizaban nueve elementos. “No les va a gustar nada, y menos que el hallazgo haya sido allí”, opinó Eduardo, porque este yacimiento arqueológico estaba en una región de Insulandia donde vivían los ilios, y si había algo que a esos seres les molestaba y disgustaba, quizás más que cualquier otra cosa, era todo descubrimiento e invención que apuntara a reforzar la historia, cultura y tradición de las demás especies, sobre todo de las hadas. “Pocas veces se muestran así de iracundos… más que otras”, manifestó el antiguo jefe del hoy Cuidador, señalando uno de los  párrafos del reporte, que indicaba la presencia de guardias, una veintena de estos, para proteger el yacimiento, a pedido del equipo a cargo de las tareas. “¿No te da la sensación que últimamente se muestran  más activos?”, dijo el funcionario, viendo los archivos, a lo que Eduardo contestó afirmativamente moviendo la cabeza, buscando no faltar a la palabra que diera a Isabel, de no hablar de ningún tema que involucrara a los ilios. Pero no podía evitar pensar, como lo hacían numerosas hadas, que aquellos seres podrían ser los primeros en decidir que la paz ya no podía ser mantenida.
Isabel había estado con su hermana en el parque La Bonita, disfrutando las dos de ese otro lugar que tanto les gustaba. No quisieron quedarse en el Bosque de los Cinco Arroyos porque la segunda al mando todavía pensaba en que mientras ella estaba divirtiéndose y descansando habían individuos que trabajaban arduamente para dejar su casa en las condiciones óptimas. Seguía pasando tal cosa, aun con el cambio de un lugar por otro, pero saber que estaban a esa menor distancia había logrado que mitigara ese sentimiento. Cristal tuvo la idea, en tanto se preparaban para dormir, anoche. Creyó, así se lo hizo saber a su hermana, que reducir la distancia a veintidós kilómetros que las separara de Del Sol sería un consuelo. “Tenés razón”, reconoció Isabel, para sorpresa tanto de su hermana como de ella misma, apagando el alumbrado artificial, un sol de noche que funcionaba con aceite, decidiendo ambas que, con el alba y ya despiertas, levantarían el campamento e irían a su nuevo destino. Y así lo hicieron. No bien surgieron los primeros rayos solares, unas pocas y débiles lucecitas que lograban traspasar la gruesa espesura de las copas, se incorporaron las siempre atractivas hermanas, usaron la telequiensia para desinstalar la carpa y reunir cada una de sus pertenencias, tras lo cual emprendieron la salida de ese magnífico lugar, por el mismo camino que usaron para entrar, sin dejar de pensar en y hablar de los embarazos y casamientos, temas que se mantuvieron prácticamente monopólicos durante la jornada de hoy, tanto como en la de ayer. Y La Bonita fue el lugar ideal, porque allí había empezado todo para las dos. Isabel experimentó en el ese sentimiento hasta entonces desconocido para ella, el amo, cuando llegaba a su fin el paseo con Eduardo, y este le diera el primer beso, algo que el hada, por entonces de la belleza y poseedora de aun aura lila, halló extremadamente gratificante. También para Cristal poseía un simbolismo ese lugar, porque su primera cita con Kevin, a la que no consideraban como tal, sino como un paseo de dos amigos para disfrutar de la jornada, había sido allí, cuando ambos tenían doce años. “Todavía recuerdo ese día, con casi todos los detalles”, dijo Cristal a su hermana, a lo que esta contestó que también tenía recuerdos. “Me pareció que tenían que venir solos”, advirtió, porque a una de las hermanas casi nunca se le habría ocurrido salir sin la compañía de la otra. Pero ese día había sido distinto, e Isabel, que ya era adulta y “entendía esos temas”, creyó que empezaban a ser innecesarias las presencias de terceros, puntualmente la suya, cuando su hermana y Kevin decidían dar paseos como aquel, que hasta entonces no incluyeron nada más que la amistad pura e incondicional.

Y llegó el día dieciocho de Mayo /Uumsa número veintidós.

El último antes del gran evento.

Poco después de las trece treinta, los invitados de ambos sexos llegaron a la casa para ejecutar las últimas tareas que quedaban pendientes, y al ir agitando el llamador fueron recibidos por los padres de la novia. Primero hicieron su aparición Zümsar e Iris, tomados de la mano y concentrados en los primeros planes e ideas para su propio casamiento; después la familia bitmebuzuk – el gentilicio plural de todos los nacidos en el reino de Umebuzuk –, Kuza y Lara a los lados llevando de la mano a Lidia, su hija, quien llevaba el cetro enganchado en la cintura, como si fuera una espada, aun sintiendo que había disfrutado de y aprendido con la reunión que durante la mañana sostuviera en el Templo del Fuego con sus colegas Cuidadores; más tarde, no más de cinco minutos, Lía y Olaf, la dama como siempre sosteniendo a Rafael, su hijo, con ambos brazos, demostrando la acostumbrada ternura que tanto la caracterizaba (el de este bebé era uno de esos rarísimos y totalmente esporádicos casos de partenogénesis, en los que el feto se desarrollaba sin que previamente hubiera existido la participación del hombre, en el acto que originaba la concepción), y por último (otro de los casos de partenogénesis, uno de los más grandes misterios que las hadas no lograban resolver) la princesa Elvia, la heredera al trono insular. Estando ya todos en la sala, llevaron a la práctica un esquema no muy distinto al de los días anteriores, las mujeres el viernes dieciséis y los hombres el sábado diecisiete: reunirse alrededor de la mesa y repartirse las diversas tareas luego de estudiarlas y repasarlas con minuciosidad, procurando retener cada detalle. “Buscando el resultado perfecto”, acotó lidia, en puntas de pie y mirando un dibujo que representaba el patio. Habiendo transcurrido no más de un tercio de hora desde la llegada de la heredera, la opinión común entre hombres y mujeres fue que culminarían las tareas antes de que los rayos del Sol empezaran su retirada. “Apenas un poco más de tiempo que el viernes y ayer”, observó, con todo acierto, Elvia, sabiendo cuan breves fueron las tareas en las jornadas anteriores, en la complejidad y su duración. A ella y a la Cuidadora del Vinhuiga les tocó la tarea de seleccionar los platos, cubiertos, vasos, copas y otros utensilios que en poco más de medio día, llegando a su fin el primer cuarto de la mañana, estarían sobre una mesa rectangular de nueve metros por uno que los padres de Lidia montarían a un metro de la estructura poligonal y cubrirían con un precioso mantel blanco, una condición que se perdería no bien empezaran a correr las comidas y bebidas.  La tarea asignada a Zümsar e Iris era la de montar las enormes telas blancas en los soportes que los hombres instalaran en la jornada de ayer, y juego de eso dejar listas las dos piezas de pirotecnia en el tubo instalado junto a la chimenea. Iulí y Wilson quedaron a cargo de la puesta de las artesanías y otros objetos decorativos alegóricos y el amplificador mecánico de sonido. “Lo demás lo hacemos entre todos”, quiso Wilson, y estuvieron de acuerdo con el, refiriéndose a cualquier actividad y tarea en los instantes previos al inicio de la ceremonia nupcial, como la preparación de las tres comidas que habría luego del momento cumbre (aperitivo, plato principal y postre), la recepción de aquel enorme pastel de cuatro pisos que habían encargado una semana antes y la instalación del atrio junto a los elementos que usarían los contrayentes, sus testigos y ambos funcionarios del CAF. “¿Y de ellos?, ¿quiénes de nosotros nos vamos a ocupar?”, inquirió Iris, en tanto se disponían a iniciar sus respectivas tareas, porque de entre todos debían elegir a cuatro individuos que auxiliaran a los novios en tanto esto estuvieran  preparándose. “Dos de ellos ya están a mano, es la tradición”, le recordó Iulí, refiriéndose a Zümsar y Lía, los testigos del casamiento, quienes, concluida esta parte del ritual, deberían ir con el novio, la Consejera de DCS, y la novia, el arqueólogo urbano. “¿Puedo ir yo con Isabel?”, quiso Lidia, para quien era la primera vez en un evento de esta naturaleza, siendo por esto que se ofreció a desempeñar ese papel. Nadie se opuso, sino todo lo contrario, en tanto Lara, su madre, pensaba que todo cuanto estaban viviendo y lo que vivirían a este respecto le servirían algún día a la nena híbrida para ver lo que ella misma experimentaría alguna vez como protagonista. “Decidido, Lidia y yo nos ocupamos de Isabel”, habló Lía, a su hijo meciendo con suavidad, observando como los hombres hablaban entre ellos decidiendo cual sería el otro asistente de Eduardo, además de Zümsar, y al cabo de una breve charla, tres de ellos coincidieron en y pronunciaron al mismo tiempo el nombre del jefe de la Guardia Real para ocupar ese rol. El novio y los hombres estarían en la casa de Zümsar y si todo salía como esperaban podrían dejar el barrio Plaza Central apenas pasadas las nueve menos veinte, demorando apenas cinco minutos en llegar a Barraca Sola  (el esquema de horarios había tenido unas pocas modificaciones, lo ameritaba la organización de la ceremonia). La novia, lidia y Lía, en cambio, estarían al otro lado de la calle y llegarían a su destino a las nueve horas con cuarenta y cinco minutos, un sexto de hora antes del inicio de la ceremonia. “Por lo menos ese horario se mantuvo”, se alegraron los invitados, a medida que al fin empezaban con sus tareas, sabiendo que en menos de u día ambos arqueólogos estarían viviendo el que tal vez vaya a ser el momento más feliz, o uno de los más felices, de sus vidas.
Aún no habían llegado las ocho de la mañana y una multitud estaba reunida en el acceso al Templo del Fuego, a la espera de que llegasen los otros dos Cuidadores. Eduardo, del Templo del Agua, y Kevin, de la Casa de la Magia. Lidia ya estaba allí, y también su madre, las dos con sus mejores galas, como la situación lo ameritaba – la visita a un lugar grandioso de los responsables de otros –, y cuando los vieron aparecer, además de saludar deseándoles larga vida, aplaudieron con sobriedad, pero también con efusividad. Estando los tres Cuidadores en el umbral, no pudo decirse cuál de todos despertó mayor popularidad e interés, porque cada uno tenía algo que lo hacía destacar. Estaba Lidia, una híbrida de nueve años que sobresalía a causa de esa edad y su naturaleza, Kevin, que dirigía el más importante de los lugares grandiosos, y de quien ya circulaban los rumores sobre su parentesco con Ukeho, y Eduardo, un desconocido hasta Enero del año pasado que había aprendido a ejercer un control descomunal sobre el elemento agua, aventajando a algunas de las hadas con más experiencia. Estando ya en el interior del Vinhuiga, se entretuvieron un buen rato con la magnificencia y espectacularidad del paisaje, el impecable orden de las estructuras mezclándose con espacios arbolados y despejados, antes de dirigirse a la oficina de dirección, que Lidia había decorado y arreglado, de acuerdo a sus gustos, en el punto central del enorme predio – en cuanto a la disposición de las construcciones y de estas el estilo arquitectónico, los Templos del Agua y del Fuego eran muy parecidos –, también en lo alto de una torre. Allí estuvieron los Cuidadores hasta el mediodía, intercambiando conocimientos, experiencia e información acerca de sus respectivas responsabilidades y obligaciones. Al final descubrieron que las tareas al frente de los lugares grandiosos no hubieron de ser tan aburridas y estresantes como pensaron, que eso se había debido, como ya plantearan varias veces, por supuesto, al hecho de estar ante algo nuevo, a los temores e incertidumbre que aquello implicaba. Ni siquiera Lidia había, pasados ya los primeros y lejanos días, tenido problemas para adaptarse y aceptar que tendría este trabajo hasta que su tiempo se terminara, lo mismo que Eduardo y Kevin.
El último día de soltera de Isabel transcurrió en la más absoluta tranquilidad y paz, siempre con la grata compañía de su hermana. Felices y orgullosas por lo que estaban viviendo y lo que vivirían, las dos, después de levantar el campamento en el parque La Bonita y empacar sus posesiones, anduvieron sin un rumbo fijo hasta los primeros instantes de la tarde, volando bajo y lento o bien planeando, contemplando los paisajes naturales y el movimiento de peatones y transportes, a veces saludando con gestos y a veces con palabras, y deteniéndose cuando observaron algo que destacara, como los reyes insulares inspeccionando una estación de transferencia de cargas de inauguración reciente, un matrimonio consolidado que, por ser quienes eran sus componentes y lo que estaban haciendo despertaron el interés, congregando alrededor a mil individuos solo de la raza feérica. “No somos las únicas en estar felices”, dijo Cristal en ese parate, reparando en la dicha que mostraba la reina Lili. “Y tampoco el rey Elías”, agregó Isabel, retomando la marcha, otra vez hacia ningún lado. Fue recién a las trece, pasado el almuerzo, que encontraron un lugar para descansar y pasar la tarde, una feria de artesanías hecha con madera no muy lejana a los límites de la capital, atestada tanto de objetos que estaban a la venta o para canjes como de visitantes, posibles compradores. “Quedémonos acá”, propuso la mayor de las hermanas. “Hasta que anochezca”, agregó la menor, decidiendo que volverían a Barraca Sola cuando estuvieran en el último cuarto de este día. No fueron pocas las voces que felicitaron a Isabel y le desearon toda la suerte, sobre todo las mujeres, en este nuevo desafío que estaba a horas de emprender, contándole, para animarla e infundirle (palabras que se hicieron extensivas a Cristal) sus propias experiencias y vivencias, unas más extensas que otras, a lo que la segunda al mando del Templo del Agua no pudo menos que ir agradeciendo con gestos y palabras a cada individuo que le decía esas palabras de aliento, las que no dejaron de incluir, por supuesto, el embarazo y la maternidad. Con todo, Isabel sintió que su felicidad era la mayor en sus veinticinco años.



FIN




--- CLAUDIO ---

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