lunes, 18 de junio de 2018

25) Si, acepto: parte 3

El día de gloria que venía gestándose desde mediados del primer mes del año al fin había llegado. Todos los preparativos y la organización eran tal cual los protagonistas de este esplendoroso evento lo desearon. Todo en La Fragua, 5-16-7 era perfecto, careciendo de cualquier indicio o rastro que mostrara algo que no hubiese sido ni salido bien, e incluso los factores externos iban a hacer de este un día por demás bello. El clima y las condiciones atmosféricas eran excelentes, sin una sola nube en el cielo, con viento suave y una temperatura que durante todo el día habría de mantenerse por debajo de los veinticinco grados, la habitual en los otoños insulares. Aunque las dimensiones eran reducidas, la casa se había transformado en ese espacio con que tanto hubieron de soñar, entusiasmarse y emocionarse, sin que existiera una sola diferencia entre la imaginación y la realidad. Cada uno de los espacios verdes estaba ahora atestado con esos arreglos florales tan magníficos como deslumbrantes, bordeando el perímetro, las estructuras y el atrio, habiendo otra buena cantidad de flores, también blancas, encima de las mesas y rodeando los postes para el alumbrado artificial. Las mesas, espléndidas piezas construidas específicamente para tan importante evento, estaban dispuestas juntas formando una única pieza rectangular, y esta estaba cubierta por un amplio y blanco mantel de seda, sobre el que habían puesto los utensilios, vasos, copas y otros elementos, todo preparado para los instantes posteriores al punto cumbre, el primer beso de Eduardo e Isabel siendo ya un matrimonio. En el almacén provisorio, adyacente a las mesas, ya habían sido prolijamente ubicadas las bebidas y otros refrigerios, otros utensilios y elementos de cocina y una destacada gama de artículos que tanto los novios como los invitados pensaban usar en algún momento del día. Los amplificadores de sonido estaban estratégicamente ubicados, en los extremos del patio, de manera tal que la música pudiese escucharse con claridad, una serie de minúsculos tubos metálicos, que como la situación lo ameritaba, fueron pintados de un tono brillante de blanco, los conectaban al musiquero. Ya tenían lista una docena de cilindros con canciones y melodías folclóricas, verdaderas joyas musicales insulares, además de una lista de temas alegóricos a estos eventos. Tampoco iba a faltar el entretenimiento durante esta gloriosa jornada, porque allí estaban, en el almacén, la decena de juegos de mesa, las fotos familiares, infaltables estas en los casamientos, uno de los mejores momentos para traer al presente aquellas épocas, te otro poco de pirotecnia. Las hadas reunidas en esa casa pensaban usar la telequinesia para llevarlas a una altura prudencial y hacerlas estallar, sin que representaran un peligro. El pastel de cuatro pisos ocupaba un espacio razonable dentro del almacén temporario, y recién por la tarde lo llevarían al patio; coincidieron, contemplando su belleza, en que les resultaría difícil, emocionalmente hablando, empezar a cortarlo e ir repartiendo las porciones entre los participantes del evento.. "Fíjense y díganme que no es perfecto", planteó Iuli al momento de ingresarlo en la propiedad. Los obsequios para los contrayentes estaban en la estructura poligonal, cajas cuadradas y rectangulares más grandes o menos que formaban una pila en un rincón de la sala, con envoltorios discretos, pero de una amplia gama de tonos y colores; algunos eran para el novio, otros para la novia y otros más para ambos. También había un par de gruesos sobres encima de la mesa para Eduardo e Isabel, de parte del personal del MRA y el Consejo de Arqueología y Genealogía, y ninguno de los remitentes tuvo problemas en decir, al momento de llevar los sobres a La Fragua, 5-16-7, que se trataba de cartas en las que, desde ambos organismos, les deseaban a los contrayentes una buena suerte, dicha y prosperidad constantes, y que el grosor de los sobres se debía a que en uno y otro caso los remitentes no pudieron, ni quisieron, resistirse a escribir cartas que superaban las diez páginas, lo que las hacía parecer redacciones, expresando detalladamente todos los buenos pensamientos y deseos. "Otro entretenimiento", había definido Wilson en la tarde de ayer, sabiendo que su hija y Eduardo no resistirían el impulso de abrir los sobres y leer el contenido cuando estuvieran sentados alrededor de la mesa, en esas sillas tan confortables que también habían sido compradas, en el Mercado Central de Muebles, para este evento. Esa catorcena de piezas, verdaderas joyas de roble tan magníficas como la mesa, estaban ahora dispuestas formando una línea recta, orientada esta hacia el altar. Las de los extremos quedarían vacías, porque eran las que, no bien el momento cumbre quedara atrás, usarían los componentes del flamante matrimonio, en tanto que los testigos se ubicarían en el centro, luego de haber escoltado a los novios al altar, aguardando el llamado del juez de paz para su participación en la ceremonia, y los invitados usarían las restantes. Pasado ese momento, las sillas quedarían dispuestas alrededor de la mesa. En cuanto a la organización y los preparativos, no era esta una ceremonia diferente, además en lo estético, a la de los dos cumpleaños y la Transición. Pero lejos estaba de ser como aquellas porque, en términos de simbolismo e importancia, el casamiento superaba al aniversario de nacimiento de los individuos y competía de igual a igual con la ceremonia de fin de año y año nuevo. "Como mínimo", había comparado Lara, que seguía recordando su propia boda, al que calificaba y veía como uno de los eventos más felices de su vida, como todas las mujeres feéricas.

Restando un minuto para las ocho, había llegado la mayoría de los invitados a La Fragua, 5-16-7, y esta vez fueron el Cuidador de la Casa de la Magia y Cristal, que desde su vuelta a Insulandia se alojaban en esta casa, quienes les abrieron la puerta. Los padres de las hermanas aparecieron en primer lugar, tomados de la mano mientras cruzaban la calle; después lo hizo Iris, acompañada por Elvia, las dos sonrientes y felices, porque las mantenía ocupadas una emocionante conversación sobre sus embarazos y sus propios casamientos, en los que ya se encontraban tanto ellas como sus novios trabajando, haciendo los planes; y por último la Cuidadora del Vinhuiga, sus padres y la Consejera de DCS, está, para variar sosteniendo a su primogénito con ambos brazos. Aparte de las emociones y sentimientos rebosantes de alegría y las ganas de empezar a soltar los buenos deseos y palabras de aliento con vistas a todos los plazos ("De aquí hasta su último minuto", insistía Kuza, observando los frutos del duro trabajo hecho en los últimos tres días), lo que tenían en común estos hombres y mujeres era la sobriedad y discreción en el calzado y la ropa, porque así lo indicaba, así era, la tradición. Las prendas, masculinas y femeninas, eran de materiales finísimos, tenían amplias mangas y cuello cerrado, siendo en el caso de las mujeres un vestido tan largo que les cubría incluso los pies y el de los hombres un pantalón y una camisa. Ambos sexos completaban la vestimenta con una capa con capucha, que llevaban sujeta al cuello y los hombros, tan largas las prendas como los vestidos de las damas, y tenían un cinturón en cuyo frente destacaba una hebilla dorada que tenía estampado el símbolo que mejor representaba el atributo o don de sus propietarios, del color del aura de estos. La tradición indicaba que los invitados debían tener la cabeza cubierta en tanto los novios estuvieran en el altar y hasta que se dieran el primer beso. "La verdad es que ni idea", contestó la heredera insular a la Cuidadora del Vinhuiga, cuando esta le preguntó el por qué de esa costumbre. "No fue mi culpa, quiero aclarar", se defendió Iris, porque el registro histórico había sido destruirlo seis años después del inicio de la Guerra de los Veintiocho. Siempre se sostuvo que un reducido grupo de combatientes del MEU había destruirlo los archivos porque estos estuvieron en una recámara invadida por los ilios - "Mátenlos donde los encuentren", era una de las órdenes más frecuentes que daba Iris a los guerreros del MEU, en referencia a los ilios -, y no fue sino hasta hace unos pocos años que las hadas empezaron a poner en duda aquel postulado. "Algún día quizás recuperemos esos recuerdos" - deseó Lía, quien, tras consultar su reloj, llamó a Lidia, dándole a entender que era el momento de ir a la vivienda al otro lado de la calle (La Fragua, 5-11-8), a ocuparse de la novia -, "... dejo un tesoro en tus manos, confío en vos", se dirigió, entonces, a Cristal, en sus manos dejando, con cuidado y suavemente, a su hijo. En tanto veía como los ojos de su hija y los de las damas se deshacían en gestos de ternura y los hombres allí no demoraban en enfrascarse en sus acostumbradas conversaciones acerca del balonmano y otros deportes, Iuli acompañó a la nena híbrida y Lía al interior de la estructura poligonal, donde ambas tomaron uno de los cilindros desarrollados en parte por Kevin, en cuyo interior, excepto el vestido y los zapatos, estaban los elementos que habría de lucir y llevar Isabel, y de allí a la vereda. Las observó cruzar la calle, no sabiendo cual de las dos ayudaba a la otra, si Lía a Lidia porque esta era menor de edad o Lidia a Lía, pues esta esperaba a su segunda descendencia, y al cabo de no más de quince segundos las vio entrar en la casa, donde por un brevísimo instante alcanzó a divisar a la novia, cuando esta asomó apenas para abrir la puerta. "Ojalá les vaya bien", deseó en silencio, hablando también por el futuro e inminente yerno, que a estas alturas ya debía estar preparándose, auxiliado por Zümsar, en la casa de este, y Olaf. Los hombres estarían en La Fragua, 5-16-7 a las nueve menos cuarto, de acuerdo a lo previsto, y las damas exactos sesenta minutos después. "Allí es cuando todo empieza", siguió alegrándose Iuli, de camino al patio, donde, de momento, ella y las hadas no tenían otra cosa que hacer más que esperar.

---------

_No vayas a perder la cabeza., le aconsejó Olaf a Eduardo, luego que este, ya calzado y vestido, volviera a poner los pies en la sala.
Aunque el estilo era el miso que el de los invitados de uno y otro sexo que aguardaban en La Fragua, el traje de Eduardo era distinto al de aquellos individuos. La camisa, el pantalón y la capa con capucha, el trío de prendas que conformaban el traje, eran de una tonalidad oscura de negro, el único en ellas, apenas quebrado ese monopólico tono por los botones en la camisa por uno un tanto más claro y el broche en el cinturón, en que destacaba la hebilla plateada con l símbolo del agua, en azul y celeste. Por supuesto, el traje era una verdadera joya salida, del Mercado Central Textil, en la que no existía una sola imperfección ni se observaba un solo indicio de polvo u otro rastro de suciedad, y había sido mantenido en tal hermetismo que todavía conservaba unas pocas marcas hechas por las empleadas, cuando lo doblaron para empaquetarlo. “Que bueno, acertaron completamente con el talle”, se alegró el novio cuando, en una de las habitaciones, se estuvo vistiendo. También los zapatos, tan negros como el traje, eran una joya. No apretaban ni le quedaban grandes y el fruto de haber estado pasándoles lustre durante un tercio de hora era que ambos brillaban cuando los impactaba alguna fuente de iluminación.
_no puedo, no es sencillo – advirtió el novio, abrochándose el botón del cuello de la camisa, observándose frente a un espejo que le había llevado el anfitrión, el testigo elegido por Isabel –. No es solo por mi obsesión de que todo, hasta lo más insignificante, tiene que salir perfecto el día de hoy. Es por el evento en si. Si es uno de los acontecimientos más importantes en la vida de los individuos, de cualquiera de los nuestros, lo lógico es encontrarse como yo ahora, al menos esa es mi opinión. No pude calmarme del todo en los meses que precedieron a este, ni en los días que precedieron a este, mucho menos lo voy a hacer ahora, estando a… ¿cuántos?, ¿cuarenta minutos?. En dos tercios de hora vamos a salir a Barraca Sola y yo voy a ser uno de los protagonistas del evento, de uno con el que nunca había pensado, soñado ni imaginado sino hasta mediados del primer mes de este año. ¿Cómo hago, entonces, para no perder la cabeza?.
Se observó detenidamente frente al espejo y dijo “Estoy perfecto”, porque no había visto un solo rastro de barba ni bigotes y el cabello, corto, estaba prolijamente peinado. También las uñas eran un lujo, cortadas al ras, y la dentadura era una impecable hilera blanca que en los días anteriores había sido encomendada a una experta en odontología del Hospital Real. Una cirugía cosmética, también en los últimos días, había borrado en el todas las marcas de su cuerpo producto de su trabajo en el Templo del Agua, de, por ejemplo, las batallas contra los mï-nuqt, de las que participara para entrenarse y mantenerse en forma, y las tareas de mantenimiento, cuando colaboraba con el personal de maestranza. En esta madrugada apenas había dormido unas pocas horas, no más de cuatro, y allí radicaba el único aspecto que tanto el como Olaf y Zümsar calificaban como negativo: el sueño. Era verdad que el organismo y la biología de las hadas estaban preparadas para resistir tanto aquello como el cansancio, pero eso era en circunstancias normales. Y esta, por supuesto, no lo era. “Lo bueno es que puedo resistirlos”, se alegró el novio. 
_De cualquier manera inténtalo – insistió el hada del rayo, trayendo consigo el bastón, al que estuvo lustrando, y la cinta de mando, que el novio iba a usar en el antebrazo izquierdo –. Después de todo, estuviste preparándote para este día desee mediados de Enero, y haber ensayado una y otra vez cada cosa de las que van a pasar el día de hoy es suficiente, debería serlo, para tener la certeza de que nada va a salir mal. Y esa es una recomendación.
Ayudó al arqueólogo a ponerse la cinta en el lugar indicado, mientras el novio reparaba en tales ensayos. Todos los días, unos más tiempo y otros menos, había estado ocupado, lo mismo que Isabel, con la planificación integral de la ceremonia nupcial y la reunión posterior, que habría de extenderse, como mínimo, hasta la medianoche. A medida que algo quedaba fijo (la disposición del mobiliario en el patio, una parte de la decoración, la comida y su cantidad…), el y su compañera conversaban sobre eso, procurando que no quedara u solo detalle librado al azar y que lo pudieran aprender de memoria. Aun con todo lo que los mantenía ocupados, especialmente esas dos inmensas responsabilidades que eran el embarazo, con los controles ginecológicos mensuales, y el Templo del Agua, el lugar grandioso del que eran los máximos responsables, fueron capaces de hallar el tiempo suficiente para los ensayos, y el esfuerzo conservar para tal tarea. Al final, terminaban deseando, casi implorando, que esos ensayos y prácticas bastaban para la perfección total durante el gran evento.
_Y espero que Lía y las demás se lo hayan recordado a Isabel – agregó Olaf, mirando el antebrazo izquierdo del Cuidador. La cinta quedó en su lugar, con el símbolo del agua orientado hacia afuera –. Si ustedes son tal para cual, seguro que ella está ahora envuelta en una crisis idéntica a la tuya. La conozco desde hace mucho, casi desde que nació, y la única vez que la vi atravesar un estado así fue cuando la oficializaron como profesional empleada en el MRA, aunque creo que la intensidad fue menor ese día.
Eduardo ya estaba al tanto de esas reacciones, otro punto en común entre los seres humanos y los feéricos. Sentimientos y emociones tales como la preocupación, el temor y la incertidumbre aparecían, manifestándose con mayor o menos intensidad, siempre que un individuo se encontraba ante un nuevo reto, una experiencia que nunca antes hubiese vivido. El mismo había reaccionado así decenas de veces en este mundo, ante cosas para las que las hadas eran completamente naturales y habituales, y recordado como la primera había sido su participación en la danza de los espirales, en el momento cumbre de la ceremonia del otoño del año pasado. “Esta es la más nueva”, pensó, refiriéndose a la boda, y dándole la razón a Olaf con aquello de que la novia debía estar pasando por lo mismo, y Lía y Lidia estarían  a su lado haciendo lo mismo con ella que estos dos hombres con el: intentando infundirle tranquilidad.
_Seguro que a ustedes dos les va a sobrevenir el mismo estado que a mi en este momento – aventuró Eduardo, conociendo que de ello las probabilidades eran altas – .No bien hayan fijado sus fechas, y a medida que aquellas se vayan acercando, van a ser y estar como yo, a sentir lo mismo que yo. Quiero decir que eso que piden ustedes es algo teórico, y la teoría en este caso es fácil. Pero la práctica es otra cosa, definitivamente más compleja.
Encendió un cigarrillo de la CTISE, aunque no por placer, ni tampoco para calmarse, porque sabía de sobra que esta vez no surtirían efecto. “Simplemente para mantenerme ocupado”, dijo a los hombres, que lo imitaron. Los tres ya estaban listos, pero como restaban aun alrededor de treinta minutos para tener que dejar la casa de Zümsar, pensaron que los cigarrillos eran una forma de pasar el tiempo, en tanto que otra, por supuesto, a pedido del novio, era un nuevo repaso de lo inmediato. “¿En qué momento vs a estar con  Isabel, y Lía conmigo?”, le preguntó a Zümsar, que de inmediato le respondió que los testigos tenían que estar al lado del contrayente del sexo opuesto no bien el novio estuviera en el lugar donde se habría de llevar a cabo el casamiento. “En este caso tu casa”, complementó Olaf, echando la ceniza en un pequeño recipiente.
_Una vez que haya saludado a los demás en tu casa – dirigió la vista al novio –, voy al otro lado de la calle y me quedo con Isabel hasta que llegue nuestro momento. Las chicas que están con ella van a hacer lo mismo y Lía va a estar a tu lado. Entre uno y otro paso hay una franja de tiempo de cincuenta y cinco minutos. Supongo que Isabel y vos van a continuar pensando en este evento, deseando que impere la perfección.
El novio le pidió que no dudara de aquello, sonriendo de una forma que dio claramente a entender que aquello no debía ponerse en dudas. El con la testigo (¡Acepto serlo!, se alegró lía, cuando Eduardo se lo propusiera) y su compañera con Zümsar en La Fragua, 5-11-8. No había dudas de que uno y otro los protagonistas del “gran evento” estarían hasta el último minuto, hasta el instante en que se hallaran lado a lado, con ese estado de nervios tan alterado. Aunque las hadas les aseguraron numerosas veces que la perfección era un hecho, a veces con palabras y a veces con gestos, bien sabían que Eduardo e Isabel no se calmarían del todo ni por casualidad. “Simplemente no podemos”, se defendían, a la vez que entendían que, pasado este día, especialmente el momento cumbre – las firmas en el libro de actas y el primer beso –, sus nervios podrían empezar a normalizarse.

_No les quepan dudas que eso es lo que va a pasar, como con todo lo demás. Fíjense lo que pasó a medida que fue acercándose su primer día en el Templo del Agua – avisó Olaf, apagando su cigarrillo, trasladando su aura naranja a sus ojos, los que hubieron de adquirir aquel color –. O lo que pasó con el embarazo y lo que pasa con el. De a poco fueron desapareciendo los temores, al menos una parte de ellos. Va a ser, como dije, lo mismo con esto.
Ese era otro componente de los casamientos de las hadas, que a excepción de los contrayentes, todos los participantes debían hacer esa técnica y mantenerla vigente hasta tanto se produjera el primer beso del flamante matrimonio. Así, durante alrededor de treinta y cinco minutos, entre las nueve cincuenta y cinco y las diez treinta, Lía e Iris tendrían en sus ojos el color turquesa, Wilson y Cristal el violeta, Iulí el lila, Kevin el rojo sangre, Zümsar el verde oliva, la princesa Elvia una combinación de amarillo con rojo, Lara y Lía el negro oscuro y Olaf, como se vio, el naranja. “Kuza no va a tener problemas con eso”, vaticinó el testigo, pensando que los vampiros no poseían aura.
_Y según mi opinión, de esas tres cosas lo más complejo, lo que más esfuerzos va a demandar de tu parte y de la de Isabel es su hija – consideró Zümsar, cuya aura verde oliva ya estaba desapareciendo y ese color estando ya en sus ojos –. No son solo estos meses que quedan hasta el nacimiento ni este evento. Son todos los días, cada uno y sin excepciones, hasta que haya cumplido los dieciséis… o los dieciocho años, si prospera la idea de Lía al respecto.
La Consejera de DCS veía trabajando desde finales del año pasado en un proyecto para subir la mayoría de edad legal en uno y otro sexo a los dieciocho. Algo que no prosperaba debido a la existencia de temas más urgentes a los que dedicarles el tiempo y los esfuerzos, pero que podría retomarlo no bien llegara el segundo semestre. La idea de Lía era que hubiera un mismo año para la llegada de ambas mayorías: la legal y la biológica. Advirtió Eduardo que su amigo se había referido a que las obligaciones como padres habrían de mantenerse durante los siguientes ciento noventa y cuatro a doscientos dieciséis meses.
_Eso no nos asusta, ni a Isabel ni a mi – aseguró Eduardo con una sonrisa. Pensar en este futuro que nunca había imaginado hasta Enero, siendo padre, lo calmaba sobre manera –. De hecho, no vemos la hora de que llegue la segunda semana de Septiembre. De todo lo que estamos viviendo hoy en día, es lo que más nos emociona, más que la bosa. Y llegamos a pensar que los dos despertaban la misma emoción e interés, y nuestra responsabilidad en el Templo del Agua.
Los contrayentes sabían que, no bien hubiera terminado este día, su mayor prioridad sería el embarazo, seguida inmediatamente de cerca por el lugar grandioso. Respecto al primero, al que calificaron desde el primer momento como la mejor noticia desde que empezaran su relación sentimental coincidieron en que harían hasta lo imposible porque a su hija, y a otros descendientes que pudieran llegar, nunca les faltara algo y para que creciera libre de cualquier peligro.
_Es lo mismo que prometimos Lía y yo, no solo por Rafael, sino también por nuestro hijo. Los dos son nuestros, de hecho, pero hay una diferencia – indicó el jefe de la Guardia real –. Su caso es una de las rarezas más grandes de todas, por no decir la más grande. Lo que se dice un milagro. NO me requirió para engendrar una nueva vida, pero así y todo me comprometí totalmente con su primer hijo, para que creciera teniendo una figura paterna. Era lo correcto, de manera que lo hice, y ahora estamos esperando… ¿cómo lo digo?... el “trabajo conjunto”.
Los casos de partenogénesis eran fenomenalmente raros y ni la ciencia ni la medicina tenían aun una respuesta concreta que evacuara ese misterio. Medio en serio y medio en broma, las hadas sostenían que eso ocurría debido a la firme decisión de las mujeres de querer ser madres. “La voluntad y el deseo pueden más que la biología”, era una de las frases que más pronunciaban a ese respecto.
_Volviendo a lo de mi casamiento – quiso el novio, incorporándose, comprobando que la capa estaba finalmente sujeta y el símbolo del agua en la cinta continuaba orientado hacia afuera, pues en unos diez minutos dejarían la casa de Zümsar e iniciarían el viaje hacia Barraca Sola –, que de todo lo que estuvimos hablando es sin dudas lo más urgente… ¿seguros que estoy bien así?, ¿no me estoy olvidando de nada?.
_De tranquilizarte – insistió el hada de los sentidos, pues ese era el atributo del jefe de la Guardia Real –… y ya que hablamos de volver, volvemos al principio. Nada va a salir mal, con semejante esfuerzo y tiempo que ustedes dos dedicaron a la planificación. ¿Se salió algo hasta ahora?. Por supuesto que no.
_Apuesto a que desde mañana Isabel y vos van a mirar hacia atrás y reírse de estos meses que pasaron, de cada instante que pasaron teniendo en la cabeza nada más que este día – vaticinó el testigo del casamiento, consultando su reloj de bolsillo, una pieza de más de dos siglos de antigüedad. Eran las ocho con treinta y cinco minutos –. Van a reconocer lo infundados que fueron sus temores porque algo pudiera salir mal en todo o en parte. El día de hoy va a ser tal cual lo desearon y planificaron.
_Supongo que va a ser así, pero eso no vamos a saberlo sino hasta los primeros minutos de mañana – dijo el novio –, pero relajarse es algo que nos va a llevar tiempo. Sería imposible que Isabel y yo lo logremos de un día para otro.

_Hablando de tu prometida – llamó Olaf, estando ya de pie los tres – No son solamente Wilson e Iulí los que están dejando un tesoro en tus manos el día de hoy, Eduardo. Todos cuantos vamos a estar en su casa, en la casa de ustedes dos, lo hacemos. Ella es una excelente persona, y en lo personal quiero agregar que fue una excelente investigadora, me gustó lo que vi una vez que me pidió ayuda – porque Isabel había estado trabajando en un yacimiento y, ante rumores de ilios en la zona, le había pedido a Olaf, que pasaba por allí en ese momento, que se quedara vigilando – Nos vas a dar a Zümsar y a mi tu palabra de que Isabel nunca va a desilusionarse, entristecerse ni sentirse desdichada?.
_La doy, por supuesto que la doy., garantizó el novio, y no hizo falta que sus amigos le reiteraran la pregunta.
La firmeza y decisión en esa respuesta fueron totales. Para Eduardo, Isabel había sido el primer amor verdadero y lo había demostrado todos y cada uno de los días que pasaran desde el primer beso, en La Bonita. Y ella veía lo mismo en el. De modo que lo que no harían sería que uno estuviera defraudado por el comportamiento y los actos del otro. "Nos amamos", dijo el Cuidador, pensando que la principal prueba de eso era su hija.
_Pues, en ese caso - avisó Zümsar, mirando la puerta -... Vamos?.

Y los tres salieron de la casa.

La emoción del gran evento los mantenía sonrientes y alegres.

_Es... magnífico!.
Esa fue la opinión de la novia al tener el vestido frente a ella, tendido sobre la cama, al llegar su momento de prepararse. Confirmó que semejante belleza justificaba el precio que había pagado por el. En tanto se vestía, no hizo más que reafirmar aquello que tanto ella como su futuro marido venían sosteniendo desde su visita a la oficina del CAF. "El día más feliz de nuestra vida". Ya con el vestido puesto, se vio cuidadosa y detalladamente frente al espejo montado en la puerta del armario, en el lado interior, y quedó fascinada con lo que vio. Una única pieza íntegramente blanca tan magnífica que pensó que sería prácticamente una falta muy grave dejar que se ensuciara o estropeara en algún momento de esta jornada. Dio una vuelta sobre su eje y descubrió que era perfecto, sin una costura mal hecha y del talle correcto. Sus pies quedaron absolutamente cubiertos apenas dio un paso hacia adelante, continuando con la observación, en tanto la Cuidadora del Vinhuiga y Lía, la testigo, entraban al dormitorio trayendo la cinta de terciopelo con el símbolo del elemento de la novia, el fuego, los zapatos, un impecable par que combinaba perfectamente con el vestido, y las medias (piezas de una seda finísima que le llegaron hasta por encima de las rodillas, a las que había sujetado con ligas, también blancas), la capa, el cinturón, de un tono blanco apenas más opaco, y una corona fabricada con decenas de pequeñísimas flores blancas. "Mejor que quede para lo último", prefirió Lía, observando que aún había que trabajar con el cabello de la novia. De esta, el aspecto estético era, por supuesto, una joya, incluso más que de costumbre. Y no era para menos, considerando que había pasado las últimas tres horas y media arreglándose y preparándose.
_ Estás poniendo atención?., preguntó Isabel a la híbrida, concluyendo con la observación; las amplias mangas le conferían una cuota de comodidad al vestido y, sabía, le daban un atractivo adicional.
_Si - contestó Lidia, enfocando sus orejas y captando voces y sonidos. Los vampiros tenían muy desarrollado el sentido de la audición, y la Cuidadora, siendo uno de ellos en parte, poseía esa habilidad; y había escuchado aplausos y cánticos provenientes de la casa al otro lado de la calle. Eduardo, Olaf y Zümsar debieron haber llegado -, Por qué?.
El desconocimiento de la nena hizo reír levemente a ambas mujeres adultas, tras lo que Lía tomó la palabra.
_Porque algún día vas a estar en el lugar donde Isabel se encuentra ahora, por eso - empezó a explicar la testigo de la boda, aún sonriendo -. En el futuro, cuando seas más grande, vas a encontrar a una persona del sexo opuesto que te guste, y viceversa. Entonces van a decidir para los dos el casamiento. Quiero decir que lo que sientan va a ser tan fuerte e intenso que van a querer dar el siguiente paso en su relación, que es lo que Isabel y Eduardo están haciendo el día de hoy.
_Y van a transformarse en un matrimonio., agregó la segunda al mando del Templo del Agua.
_ Cómo voy a saber cuándo llegue? - reaccionó Lidia, con una evidente expresión de desconcierto en la cara -... Y cómo lo voy a reconocer?.
_Lo vas a saber cuándo llegue, y también reconocerlo; algo instintivo, si querés llamarlo así - contestó Isabel -. Pero faltan años para eso. Sos demasiado joven, y a medida que vayas creciendo vas a ir aprendiendo y adquiriendo conocimientos, como por ejemplo la capacidad para saber cuándo aparezca ese hombre. Y si tuviera que darte una edad... no se, podría pasar ... A los quince años?, A los dieciséis?.
_Falta mucho - observó Lidia, sin interés en ese futuro -. De verdad voy a tener que hallar un compañero?. La verdad es que no tengo interés en eso.
_Es natural, sos una nena de nueve años. Muy joven, como dije - insistió la novia, mientras Lía le colocaba la cinta en el antebrazo izquierdo -. A tu edad, lo único que Lía y yo queríamos era jugar, divertirnos y dormir hasta tarde todos los días de la semana. Pero conforme fueron pasando los años cambiamos. Y con vos va a pasar lo mismo. Tus gustos y preferencias van a ser diferentes. Y eso incluye al sexo opuesto.
_En serio?.
Aunque la Cuidadora del Vinhuiga estaba demostrando interés, principalmente con el tono de esa pregunta, resultó evidente para las mujeres adultas que a la híbrida no le atraía la idea de encontrar un alma gemela, y era, por supuesto, a causa de su edad.
 _Si, en serio - relevó Lía a la novia -. Cuando encuentres al indicado no vas a poder pensar en otra cosa, en ni estar con nadie más. O casi. Y después, ya casados, van a poder enviar una encomienda a la Isla de los Nacimientos pidiendo que envíen una cigüeña con el bebé. Y los dos van a ser padres.
La cigüeña, el repollo, los rayos solares que impactan en el vientre femenino...
Esas eran tres de las formas con que los adultos explicaban a los menores de edad de ambos sexos el origen de los bebés.
Así, por la expresión de Lidia y su sonrisa, Lía e Isabel se alegraron de no tener que seguir dando explicaciones sobre "ese asunto".  "Que suerte, porque se estaba volviendo incómodo", dijo la novia al oído de la testigo. Observando a la Cuidadora, advirtieron que seguía sin interesarse en aquella etapa, para la cual faltaban seis a siete años. Con unas pocas palabras y gesticulaciones, dio a entender, mientras las tres volvían a concentrarse en el gran evento, que todo lo que pretendía y quería era no equivocarse con respecto a su responsabilidad en el Templo del Fuego - lo era más para ella, siendo una híbrida y teniendo nueve años, que para Eduardo y Kevin - y, por supuesto, algo que venía repitiendo desde su nombramiento, llevar una vida normal y acorde, todo cuanto pudiera, a su edad.
_Seguro que el está sintiendo lo mismo en este momento., dijo Lía a la novia, refiriéndose a Eduardo.
A Isabel le estaba costando trabajo mantener lla serenidad y compostura, ante la inminencia del instante de felicidad por excelencia. Se movía nerviosa por la habitación y miraba una y otra vez en el espejo, observándose ella misma y al magnífico vestido de mangas amplias y cuello cerrado. La forma de aquel y su diseño hacían que el embarazo de cinco meses quedara disimulado, entre los pliegues y las delicadas telas mismas. "Es precioso", insistía Isabel, girando otra vez sobre su eje y viendo la espalda, a lo que arqueó las cejas. "Qué pasa?", llamó Lidia, advirtiendo aquella mirada. "Extraño el cabello largo", reconoció la novia, que por acto reflejo y costumbre se pasó las manos por los hombros, buscando correr hacia atrás la inexistente cabellera. Su pelo era ahora corto, aunque conservaba el abundante flequillo, no pasaba del cuello y tenía un prolijo corte de taza. Había pasado alrededor de cuarenta minutos ocupándose de ese detalle exclusivamente, buscando que quedara perfecto, y ahora, habiéndolo conseguido, no pudo menos que, entre risas de satisfacción, decir que le gustaba ese nuevo estilo. "Creo que lo voy a conservar", empezó a decidir, girando a uno y otro lado la cabeza, observando con esos movimientos, además, lo maravilloso que había quedado su cutis después de otra buena cantidad de tiempo aplicándose varios productos de belleza y, por supuesto, su propia belleza, algo que no había perdido con el cambio de un don por otro en los inicios de Diciembre. La cosmética había mantenido ocupada a la novia los cincuenta minutos posteriores al desayuno e incluso depilación (Eduardo ya había advertido, anteriormente, diferencias entre este método y los usados en la Tierra), manicura y pedicura, quedando al cabo de ese lapso vuelta una preciosidad de mujer, definitivamente mucho más que lo habitual.  "Eso habría opinado Eduardo", dijo Lía cuando vio aparecer a la novia después de bañarse, envuelta en una bata. "Eso va a opinar", confirmó la protagonista de esta gloriosa jornada, ya que, en el primer minuto del día de mañana, el flamante matrimonio dejaría La Fragua, 5-16-7 para tener su noche de bodas, otro de los componentes que no podían dejar de estar presentes en estas ceremonias, en un hotel de lujo en Plaza Central. "El mejor día de mi vida", insistió, concentrándose otra vez, observando fugazmente un reloj. "Incluido el hotel", agregó Lía, ya conociendo, porque ella y Olaf habían pasado una noche allí, para celebrar el primer cuatrimestre de su noviazgo; la atención y las comodidades justificaban perfectamente los mil quinientos a cuatro mil setecientos soles diarios que tenía como tarifas, según la clase de habitación que eligieran los huéspedes. "El más caro del país", continuó Isabel, tomando la capa y echándosela sobre los hombros. Nuevamente posó frente al espejo, sin dejar de verse linda. "Ahora esto", indicó Lidia, sosteniendo esa corona con las delicadas y espectaculares flores. Isabel dispuso esa pieza sobre su cabellera, sonriendo a causa de la dicha, se colocó la capucha y la quitó, tras lo que pregunte "Y bien?, Cómo me veo?". "Parecés una princesa como las de los cuentos". Lía e Isabel se miraron entre si, preguntándose qué significaba ese comentario de Lidia, a lo que esta les habló sobre un fragmento de la reunión que sostuviera días atrás con sus colegas en el Vinhuiga. Cuando, durante un receso, le pidió a Eduardo que le hablara sobre entretenimiento femenino infantil, aquel le mencionó los cuentos que tenían como protagonistas a Blanca Nieves (la única historia de este tipo que era de su agrado) y Cenicienta. "Me parecieron historias excelentes", volvió a afirmar Lidia, quien estuvo oyendo con atención todo lo que comentaba el arqueólogo a ese respecto. "Y yo me parezco a una de esas princesas?", habló Isabel, haciendo comparaciones entre el aspecto que ahora presentaba, inmaculado, y lo que había dicho la híbrida, sobre aquellos cuentos que terminaban con el casamiento de la doncella y el príncipe. "Se que pasaste la edad, pero podrías pedirle que te hable de esas historias", indicó Lidia, creyendo en la posibilidad de que cualquiera de las mujeres feéricas y vampíricas, sin importar cuantos años tuvieran, pudiera sentirse atraída. "Se lo voy a pedir", aceptó Isabel, que acto seguido volvió a concentrarse en su aspecto, sabiendo que dentro de pocos minutos Zümsar se presentaría en esa casa, y Lía iría al otro lado de la calle. "Serena y con confianza", volvió a decir , a pedir, la Consejera a su amiga, ante la inminencia de ese momento, porque el aura violeta de Isabel era una línea que oscilaba descontroladamente en torno a su cuerpo. "Quisiera...", deseó la novia , convencida de cuán difícil le era incluso no empeorar en ese aspecto. "Leíste el diario de Iulí, usá sus anotaciones como ayuda, pensá en ellas", le sugirió la Cuidadora, quien la única vez que vivió una experiencia tan emocionante, lo bastante como para alterar sus nervios de esa manera, fue en su primer día de trabajo en el Templo del Fuego. "O pensá algo lindo", apostó Lía. "Compartir la mesa con los ilios", dijo la nena híbrida, y se alegró de que la risa hubiera funcionado (eso quiso provocar con ese comentario), porque la novia logró algo de relajación, manifestada esta con la vuelta a la normalidad de su aura, otra vez una franja estática. "Les agradezco que me hayan ayudado en este momento", agradeció Isabel a una y la otra, dándoles un cálido abrazo y dedicándoles una sonrisa, al tiempo que las tres escuchaban como alguien agitaba el llamador en la puerta que daba a la calle. La Cuidadora fue a responder y al otro lado encontró al testigo de la boda, en cuyas facciones se notaba fácilmente que ya estaban divirtiéndose en la vereda opuesta.  "Hola", se saludaron al unísono, y mientras Lidia le permitía el paso las otras dos mujeres aparecieron en la sala z Lía sosteniendo por ambos hombros a Isabel para animarla y tranquilizarla.
_Con razón., fueron las primeras palabras del hada del rayo, posteriores al saludo.
_Con razón qué?., inquirió Lía, ofreciéndole una de las sillas.
_Olaf y Eduardo están por las nubes con dos mujeres tan lindas, o sea el mismo estado que yo por la suerte de haberme ganado el amor y afecto de Iris - dijo Zümsar, y ambas damas se sonrojaron ligeramente al oír el piropo -. Allí ya está todo listo y están a la espera. Eduardo aguarda tu presencia, Lía. Falta nada más que se empiece a comer las uñas por la ansiedad y la emoción que siente.
Consultó su reloj.
Eran las diez menos veinte.
En cinco minutos o menos, el novio y su testigo deberían estar en el altar.
_O sea, igual que yo., tradujo Isabel.
_Exacto - corroboró Zümsar, viendo como Lía y Lidia se ceñían sus capas, listas para ir a la vivienda de los contrayentes -. Olaf y yo hicimos lo que pudimos en mi casa, para  tratar de calmarlo, y también ahora, pero nuestro éxito no fue completo, y por lo que veo tampoco el de ustedes.
La híbrida de nueve años y el hada de las flores hicieron gestos de resignación.
_Lo intentamos - contestó la Cuidadora, recuperando su bastón, que por poco no tenía su misma altura -, y de varias maneras.
_ Ojalá que vos tengas más éxito que Lidia y yo, con un poquito alcanza - se dirigió Lía al testigo, deseando que de verdad lo tuviera. A continuación se dirigió a la novia, le dio un último abrazo y, a modo de despedida, le dijo -. Va a salir todo perfecto y los dos van a formar un matrimonio excelente, eso no lo dudes, Isabel.
A la emoción que sentía el hada de fuego se le agregaron las lágrimas de felicidad una vez más, esas que de a ratos estuvieron apareciendo desde que abriera los ojos.
_Eduardo y vos se vienen preparando desde mediados de Enero para este día, no van a equivocarse con nada, eso lo sé. Todos los sabemos - dijo Lidia, para despedirse y -. Eso también se lo voy a decir a el, ahora que lo encuentre. Coincido con las palabras de Lía, sobre que nada va a salir mal.
_ Ojalá te escuche. Como sos una Cuidadora, puede que tengas más éxito que yo., deseó Zümsar, acompañando a las damas esos pocos pasos hacia la puerta.
 Lía y Lidia cruzaron la calle volteando a cada rato para saludar a ambos, que movían la diestra en lo alto, correspondiendo así aquellos gestos.
_Mi familia cómo está?., quiso saber Isabel, ya cuando su amigo estuvo dentro de la sala, preparándose ambos para la salida inminente.
_A la espera y con ansias, como todos los demás, te lo aseguro - contestó el hada del rayo. Ante esa inminencia, no volvió a ocupar la silla, sino que permaneció de pie, observando los cuadros que engalalaban las paredes de la sala, mientras Isabel se daba los últimos retoques. Básicamente, acomodarse el cinturón, la corona y la capa -. Isabel, lo que está a minutos de empezar no solo nos entusiasma a nosotros, a tu novio y a Lía, como protagonistas que somos, sino a todos cuantos van a formar parte del evento y presenciarlo. De modo que los sentimientos y las emociones son compartidas.
_Me gustan esas palabras, Zümsar - se complació la novia, sonriente, en el momento en que el minutero del reloj en la pared señaló el número nueve. Era el momento de dejar La Fragua, 5-11-8 -. Vamos?.
_Vamos - convino el testigo, siguiendo la tradición de ir tomados de la mano, la izquierda de la novia y la derecha del hombre -. Esas palabras se las debo en parte a Iris. Estar con ella me hizo tanto bien como no podés imaginarte.

----------

Aproximándose en vuelo bajo a velocidad normal, luego de haber aparecido a un lado de la puerta espacial, los tres hombres esbozaron amplias sonrisas de satisfacción y uno de ellos, el testigo, señalando discretamente un punto en la inmediata distancia, no más de quinientos metros por delante, exclamó "Llegamos!", orientándose, como los otros dos, un poco hacia abajo situándose el trío, con una maniobra perfecta, justo delante de la puerta de la sala de la casa. "Ensayando bien y seguido conseguimos hacerlo", celebró Olaf, tomando el llamador y oyendo al instante un suave tintinear. Escucharon tacos en la sala, golpeando suavemente el suelo, y antes que se hubieran cumplido tres segundos de su llegada, Iulí, tan elegante como atractiva - la suerte de Wilson era enorme -, salió a su encuentro, les abrió la puerta y cedió el paso. "Bienvenidos", se emocionó al verlos, dirigiéndose con especial énfasis al novio de su hija mayor, quien no pudo, ni quiso, ocultar la emoción por volver a poner los pies en la sala de la casa, que en cuestión de minutos habría de transformarse en un bien compartido. "Hacía falta preguntar eso?", intervino el jefe de la Guardia Real, cuando Iulí, de camino al patio, le preguntara a Eduardo cómo se encontraba y si estaba tranquilo y relajado. "Creo que no va a calmarse sino hasta que la noche de bodas haya quedado atrás", apostó Zümsar, convencido de que aquello era cierto. Unos pocos pasos más y segundos luego se hallaron los cuatro en el patio, y el novio contempló con los ojos abiertos de par en par y una expresión que manifestaba asombro absoluto el paisaje con que el y su compañera estuvieron pensando y obsesionándose desde mediados de Enero. "Es fantástico!", fue su primera e inmediata impresión, al ir sus ojos desplazándose velozmente y sin pausas entre el mobiliario, la decoración, la enorme cantidad de flores, el contenido en el ambiente de dos niveles y, por supuesto, los invitados de ambos sexos, con sus mejores galas y a la espera del inicio de la gloriosa ceremonia. Miró el altar con el atrio a un lado y los pedestales al otro, la impecable hilera de sillas, la mesa ya cubierta por el impecable mantel y decenas de elementos, entre estos los platos y utensilios, las enormes telas blancas erguidas gracias al armazón que montaran los hombres, la impecable disposición de los jazmines, claveles, malvones, rosas y otras flores, con una sonrisa ( las hadas consumirían el néctar hasta el hartazgo), los postes para el alumbrado, a los que, Como la situación lo ameritaba, habían cubierto con un vidrio que aumentaba por cinco el brillo y también la luminosidad, el tubo junto a la chimenea, los amplificadores de sonido, el impecable estado del suelo... "Era nuestro deber", le contestó el Cuidador de la Casa de la Magia, quien había, tanto como Cristal, aprovechado esa atmósfera festiva que imperaba para decidirse del todo: no bien estuvieran nuevamente en aquella isla, y sin demora alguna, pondrían una fecha para su propia boda. Restando aun algunos minutos para el inicio de la ceremonia, el novio y los invitados - todavía no llegaban el juez de paz y su asistente - se reunieron en las proximidades del altar, enfrascándose al instante en una animada conversación sobre los preparativos desarrollados en el curso de los últimos días. Solo con ello, y con su observación ni bien puso los pies en el patio, Eduardo pudo, al fin, recuperar una parte, ínfima, de esa tranquilidad que perdiera hacía meses. Las tareas y arreglos en La Fragua, 5-16-7 se concluyeron en tiempo y forma, quedando, como, comprobara, tal cual la imaginaran los novios. Por fin pudo el Cuidador del Templo del Agua quitarse una carga de los hombros y empezar a pensar en que podía ser cierto aquello con que tanto insistieran las hadas, que la tensión habría de desaparecer, los nervios volverían a la normalidad y ambos habrán sido, con lo que estaba pasando ahora, injustificados. "Al final puede ser cierto, Isabel y yo vamos a reírnos", reconoció, escuchando, como los otros, el tintinear, la señal de que alguien había agitado el llamador. Esta vez fue Wilson quien estuvo yendo desde el jardín hasta la sala, y al cabo de otro breve instante volvió trayendo consigo al par de funcionarios del CAF. "Perdón por la tardanza", se disculparon, empezando con la tanda de saludos y preparando sus elementos de trabajo. "Esa es mi señal", advirtió entonces el hada del rayo, yendo hacia uno de los laterales de la casa.
Zümsar debía ir al otro lado de la calle, a la casa de Wilson e Iulí, para encontrarse con las mujeres. Con Lía y Lidia, para avisarles que debían volver, y, en el caso de la Consejera, asumir su rol de testigo, puesto que ya estaban presentes el juez de paz y su asistente, un padre y su hija que durante esta jornada tenían otras tres ceremonias nupciales en diferentes puntos de la Ciudad Del Sol. El arqueólogo urbano se quedaría en La Fragua, 5-11-8 para escoltar a la novia a su momento de gloria máxima, hasta el altar. "Debe estar igual que vos en este momento", apostó, dirigiéndole la palabra al novio antes de emprender la salida, lamentando nuevamente que semejante espectacularidad no durara más allá de este día. "Otra vez el mismo pensamiento?", advirtió Cristal, yendo a su lado. Su futura cuñada estaba al tanto de cada cosa que pasaba por la mente de Eduardo, porque este había hablado acerca de todas esas preocupaciones que daban una y otra vuelta en su cabeza desde que los responsables de la Casa de la Magia volvieran a Barraca Sola. "No lo puedo evitar_, se excusó el novio, de pie junto al altar, consciente que de un momento a otro todos los ojos estarían puestos en su persona y en Isabel. Sabía, al mismo tiempo, que las hadas tenían razón cuando le decían a ambos contrayentes que, no bien concluida esta jornada se reirían, al descubrir cuan equivocados estuvieron al obsesionarse de esa manera con la perfección. "Pensá en otra cosa, algo que te guste y logre que te relajes_, aconsejó el juez de paz, disponiendo el libro de actas, un frasco con tinta y la pluma sobre el púlpito, creyendo que con eso lograría cierta calma, que todas las parejas experimentaran sentimientos y emociones así a medida que iba acercándose el "día de gloria" para ellas. "Si fuera tan sencillo...", dijo el novio, reconociendo que solo ahora, hacía unos poquísimos segundos, había logrado esa parte ínfima de calma. "Pensá en la noche de bodas", intervino Kevin, acercándose al altar. "Lo sabía, solo piensan en eso!", protestó Cristal, pellizco y enrojecimiento incluidos, obteniendo la aprobación de la hija y asistente del juez de paz. "Eso hago, pero así y todo no me puedo tranquilizar", dijo Eduardo, agudizando el sentido del oído. Segundos más tarde, Iris volvió acompañada por Lidia y Lía, quienes lo primero que hicieron fue efectuar un saludo general, moviendo los brazos en alto, demostrando efusividad y alegría (lo dicho, la atmósfera festiva estaba envolviendo a todos) a medida que, saludando, sus ojos iban de uno a otro los individuos allí presentes. "Igual que vos", informó la testigo a Eduardo, cuando este, sin poder ni querer evitarlo, le preguntara por el estado emocional y anímico de la novia. "Es una suerte que haya aprendido a dominar a su voluntad el elemento fuego" - se alegró Wilson, suspirando por eso y recordando -, "porque con una situación como esta...". Los allí presentes comprendieron lo que había dicho y mezclaron en sus expresiones faciales risas con preocupación, a consecuencia de lo que pudieron ser accidentes potencialmente peligrosos. En sus primeros días como hada de fuego, Isabel había tenido problemas para dominar sus nuevos poderes y habilidades. Hubo casos extremos en los que, sintiendo emociones particularmente fuertes, por lo alegres, le resultaba imposible contenerse y no expulsar energía contra todo lo que tuviese cerca. Por eso sus sesiones de práctica y entretenimiento se convirtieron en un asunto urgente para las hadas, especialmente para Eduardo, cuyo elemento podía, eventualmente, actuar como una eficaz contramedida, porque el agua superaba al fuego, y Wilson, que desde el primer momento había asumido el rol de instructor. Al final, con esmero, voluntad y dedicación, Isabel y Cristal aprendieron a ejercer ese correcto dominio (y a no poner, por consiguiente, en peligro a nada ni a nadie), sorprendiendo a y arrancando aplausos de parte de todos cuantos en su instrucción hubieron de participar, no solo su padre. "Seguras que no encontraron un Impulsor?", llamó Iris, remitiendo su memoria a armas especiales desarrolladas por los expertos del MEU, que hacían que las hadas que dominaban los elementos de la naturaleza, en este caso el fuego, se volvieran extremadamente poderosas, tanto incluso como los Cuidadores. Y justo cuando se disponían a ilustrar a Eduardo sobre esas armas...

Había un reloj de péndulo instalado en la estructura poligonal, aquel que habitualmente Eduardo e Isabel tenían en la sala.

El minutero había llegado al número siete.

_Es el momento., anunció el juez de paz, acompañando esa simple frase con un sobrio gesto con ambas manos.
Eran las nueve horas con treinta y cinco minutos, cuando los invitados fueron ocupando las sillas, teniendo una vista perfecta del escenario principal, donde ya estaban ubicados ambos funcionarios del CAF, a un lado, y el novio y la testigo al otro. Los cuatro expectantes. Sobre el atrio, el libro de actas abierto en las páginas sesenta y sesenta y uno, completamente en blanco hasta que los funcionarios, contrayentes y testigos empezaran a escribir y estampar sus firmas. También había allí una botella sin etiquetas u otras marcas e inscripciones, con la cantidad suficiente de vino tinto Como para llenar esas dos copas que habían a su lado, porque parte del ritual del casamiento implicaba la realización de un convenio de sangre, con los brazos entrelazados y sosteniendo las copas con las dos manos. Siguiendo la costumbre, el novio dejó allí, a un lado del libro de actas, los anillos, piezas de oro puro tan lujosas como majestuosas, que tenían grabados los símbolos del agua y del fuego. En las sillas, los invitados de ambos sexos ya estaban en silencio, sin sus auras expuestas. Kevin, Cristal, Iulí, Wilson, Iris, Lidia, Lara, Kuza, Elvia, sosteniendo esta al hijo de la testigo, y Olaf contemplaban el panorama delante de ellos, sin pronunciar palabras ni sonidos y casi inmóviles. Sabían como se sentía el novio, que miraba alternativamente el libro de actas, la botella, las copas y los anillos. No podían comprender, al menos no del todo, como una persona podía tener esa intranquilidad. "Nosotros no la tuvimos", recordó el padre de la novia, a lo que Iulí coincidió moviendo la cabeza de arriba hacia abajo. Al final concluyeron, mientras el minutero llegaba al número ocho, que el problema radicaba en el Cuidador del Templo del Agua y en nadie ni nada más. Aún subsistían, advirtieron, las emociones e impresiones que despertaran en el arqueólogo en los primeros días del mes de Marzo del año pasado, cuando recuperará el conocimiento y descubriera que se hallaba en otro planeta y quiénes formaban una parte de sus habitantes, la especie dominante. Y el novio, en quien aún a la distancia se podían detectar esos leves temblores en las manos (insignificantes, pero allí estaban), recordaba de esa manera, o de otras muy parecidas, cada vez que frente a sí había tenido una situación en extremo trascendente, importante, divertida y emocionante. Al momento fueron cuatro, sin contar lo que ahora estaba viviendo. Su cumpleaños y la ceremonia de Transición fueron las primeras los primeros eventos de ese tipo en este mundo, y casi inmediatamente después la responsabilidad que significaba ser el Cuidador del Templo del Agua y el embarazo...
_Ese es mi trabajo., anunció la asistente e hija del juez de paz, abandonando su lugar a un lado del atrio e ingresando a la estructura poligonal.
... porque los individuos en el patio habían vuelto a escuchar un tintinear desde la vereda, y eso solamente podía significar una cosa.
Isabel, la novia, y Zümsar, el testigo, ya estaban aquí.
_Serenidad., le pidió Lía a Eduardo.
Al verlos aparecer por uno de los laterales, los invitados se pusieron de pie y aplaudieron, combinando sobriedad con efusividad, y resultó evidente que la dama compartía con su inminente marido el mismo nivel de nerviosismo y estrés. Moviéndose despacio, arrastrando la cola del vestido y sosteniendo un ramo de flores con ambas manos, a la altura de la cintura, y con el cabello cubierto por la corona, la novia, risueña y con un ligero enrojecimiento en las mejillas, escoltada por Zümsar, caminó los pocos pasos hasta situarse al lado de su prometido, y ambos se tomaron de la mano. "Estás bellísima", le dijo Eduardo, a lo que Isabel, sonriendo a causa de la enorme dicha, respondió "Gracias, lo mismo digo", en tanto el testigo masculino se situaba a la izquierda del hada de fuego, la femenina a la derecha del Cuidador y los invitados de uno y otro sexo, colocándose la capucha, volvían a sentarse.
_Es una obviedad, pero tengo que preguntarlo. Protocolo y costumbre - anunció el juez de paz, mojando la pluma en el tintero, dirigiéndose primero a la novia -. Isabel... Estás lista para esto, cien por ciento lista?.
_Lo estoy., confío el hada de fuego, con toda la firmeza.
_Eduardo... Estás listo para esto, cien por ciento listo?.
_Lo estoy., contestó el hada del agua, también con una firmeza total.
Y por último a los testigos.
_Ustedes lo están?.
_Lo estamos., aseguraron Lía y Zümsar al unísono.
El funcionario se alegró por haber escuchado aquello y acto seguido hizo las primeras anotaciones en la página sesenta, algo que su hija leyó inmediatamente después de estampado el punto final, con voz clara y alta.
_Ceremonia nupcial - así empezaba la leyenda en esa página - del diecinueve de Mayo / Uumsa número veintitrés del año diez mil doscientos cinco. La séptima estructura del decimosexto bloque del quinto barrio de la Ciudad Del Sol, ciudad capital del reino de Insulandia. Enlace matrimonial entre Isabel, hada de fuego, hija mayor de Iulí, hada de la belleza, y Wilson, hada de fuego, y Eduardo, hada del agua...
Por ley y costumbre, se mencionaba a los progenitores de ambos contrayentes al momento de iniciar las ceremonias, estuvieran vivos o muertos, pero en el caso del novio se había hecho la excepción.
_... Isabel, de profesión arqueóloga, nacida el treinta de Diciembre / Nios número veintinueve del año diez mil ciento setenta y nueve - prosiguió la asistente -. Eduardo, de profesión arqueólogo, nacido el treinta de Diciembre / Nios número veintinueve de mil novecientos ochenta y nueve, cronología terrestre, y de diez mil ciento setenta y nueve, nuestra cronología.
Concluye su lectura y el juez de paz empezó con una exposición sobre el matrimonio, breve pero instructiva e importante. Explicó que era la base de la familia, vital para que esta pudiera surgir y sostenerse, lo que implicaba la procreación, y uno de los pilares de la sociedad; que debían basarse en y primar las emociones y sentimientos mutuos como el amor, el respeto, la confianza, la felicidad y la armonía; que debía durar para siempre y finalizar recién con el fallecimiento de uno de sus integrantes y que estos tenían que permanecer juntos en todo momento y bajo todas las circunstancias que los afectaran, para bien o para mal, directa e indirectamente.
_Aceptan eso tal cual lo escucharon?.
Era otra pregunta más que obvia, pero el funcionario debía hacerla.
_Acepto., contestó Isabel, sin dudarlo.
_Acepto., contestó Eduardo, convencido.
La asistente destapó entonces la botella y sirvió el contenido en el par de copas, en partes iguales, una acción que despertó todo el interés en los contrayentes, sus testigos y los invitados, que observaban inmóviles y casi sin pestañear lo que estaba pasando.
_Lo que van a hacer ahora, lo que están haciendo, va a mantenerlos unidos de por vida, y esto es algo que nuestra especie valora y aprecia mucho - dijo el funcionario del CAF, acercando ambas copas a la pareja, a esta dando a entender que se requerían dos gotas de sangre de cada uno de sus integrantes -. Es el acto simbólico por excelencia para unirlos en matrimonio. Isabel - llamó -, las damas primero.
La atractiva novia, aún temblando a consecuencia de la emoción y los nervios, se provocó un corte muy leve en la muñeca izquierda y dejó caer un par de gotas en una de las copas, tras lo cual usó sus habilidades para cauterizar esa insignificante herida. La asistente (e hija) del juez de paz, entonces, revolvió el contenido y acercó la copa al novio, dejándola lista para el ritual.
_Eduardo, es tu turno., anunció el funcionario.
El Cuidador repitió tal cual el procedimiento y dejó caer las dos gotas en la otra copa, apretándose la muñeca izquierda con el pulgar derecho para detener ese leve sangrado, mientras la asistente, a la vez que revolvía el contenido, acercaba la copa a Isabel. Buscando serenarse, el novio observó ambos recipientes y se concentró en este inminente acto.
_Ahora, tomen las copas., indicó el juez de paz.
Los contrayentes obedecieron, asiendo los objetos con la diestra, y entrelazaron los brazos, tomando entonces las copas con las dos manos.
_No tengo que explicarles lo que sigue., dijo el funcionario, con una risa, y haciendo un gesto con las manos, a estas moviéndolas hacia adelante.
Estando los testigos e invitados listos para una nueva tanda de sobrios aplausos, Isabel y Eduardo, bien cerca uno del otro, levantaron las copas (los brazos entrelazados no representaban un obstáculo), las llevaron a su boca y bebieron la totalidad del contenido con únicamente tres tragos, y, como la costumbre lo indicaba, pusieron las elegantes piezas boca abajo sobre el atrio, a un lado de la botella, escuchando los aplausos y unas pocas palabras por lo bajo con las que hicieron mención de lo emocionados y a gusto que estaban con la ceremonia. El juez de paz se dirigió entonces a los invitados y les hizo una pregunta que, sabía, iba a ser "no" la respuesta, pero era el (aburrido y rutinario) protocolo:
_Alguien de entre ustedes se opone a que se establezca este matrimonio?.
Todas las personas movieron la cabeza de un lado a otro.
_Zümsar y Lía - continuó el funcionario del CAF -, Qué dicen ustedes?.
_No me opongo., aseguró la Consejera de DCS.
_Tampoco yo., mostró su acuerdo el hada del rayo.
Unas cuantas anotaciones después, las suficientes como para completar la página sesenta del libro de actas, el juez de paz hizo un nuevo planteo, el que los novios y cada uno de los presentes allí estaba esperando.
_Lo que ustedes van a hacer en este momento - empezó, enfocando sus palabras y la vista en los contrayentes - es, como dije, algo que los va a marcar para toda la vida, como individuos y como dúo. Y para continuar con esta ceremonia es preciso que haga la pregunta final, algo que despeje, si esta existiere, la duda más insignificante...
A los novios se les iluminó la cara.
Sabían cuál era la pregunta, y era eso lo que estaban esperando.
... Las damas primero - prosiguió el funcionario -. Isabel... Es tu deseo y decisión que este hombre sea tu compañero hasta que a uno de los dos le llegue el momento de cruzar al otro lado de la puerta?.
Algunos aspectos religiosos, puntualmente esa expresión para referirse a la muerte, continuaban vigentes.
_Lo son., contestó la novia, ya sin poder (ni querer) detener aquella solitaria lágrima de felicidad que le caía a un lado de la nariz.
Su convencimiento fue decididamente mayor ahora que cuando el funcionario hizo su exposición sobre el matrimonio, y concluyó, en tanto aquel hombre escribía ya las primeras anotaciones en la página sesenta y uno, que fueron pocas las veces en que no solo su convencimiento, sino también su decisión y su firmeza, alcanzaron un nivel tan alto.
_Eduardo - llamó el juez de paz -... Es tu deseo y tu decisión que esta mujer sea tu compañera hasta que a uno de los dos le llegue el momento de cruzar al otro lado de la puerta?.
A nadie se le hubiera ocurrido dudar acerca de la respuesta. Además, había sido el Cuidador quien formulara la propuesta en primer lugar, a finales de Marzo del año pasado.
_Lo son., contestó el novio, reconociendo, por fin, la finalización de buena parte de sus temores y preocupaciones.
Pareció que ambos testigos y los invitados lo advirtieron, porque esta vez aplaudieron olvidándose del protocolo y la sobriedad. Eduardo mismo desconoció que era lo que estuvo necesitando para hallar de nuevo la serenidad, que el juez de paz formulara esa pregunta clave y el la contestara afirmativamente ("Si, acepto", pensó). Incluso los temblores empezaron a ser cosa del pasado.
_Pues, en ese caso, queda esto., indicó el funcionario.
Su asistente e hija hizo girar el libro de actas y ofreció el tintero y la pluma a los contrayentes. Había llegado el momento de firmar dicho libro, en dos de los espacios consignados al final de un párrafo que dejaba otra constancia del matrimonio. Figuraban allí, además, los números personales de los novios: mil doscientos doce millones cincuenta y tres mil ochocientos noventa y nueve el de Eduardo, a causa de un error cometido veinticinco años atrás en la Dirección de Identidades, el organismo dependiente del Consejo DCS encargado de las cartas personales, y mil doscientos doce millones cincuenta y tres mil novecientos el de Isabel. Esta tuvo el honor de estampar su firma y la aclaración en primer lugar, tras lo que resonaron los aplausos entre los testigos e invitados, y esa demostración, que por supuesto estuvo acompañada por exclamaciones de júbilo, se repitió otras tres veces, habiendo sido luego el turno del Cuidador del Templo del Agua y más tarde el de los testigos. Estando ya las cuatro firmas y sus respectivas aclaraciones, la asistente dio por finalizada la presencia del libro de actas, cerrándolo y retirándolo del atrio, tras lo que su padre, a quien le fue imposible no verse envuelto en y contagiarse de esa enorme atmósfera festiva, señalando los anillos y dirigiendo la vista al flamantísimo matrimonio - eso pasaron a ser Eduardo e Isabel, al firmar en la página sesenta y uno -, señaló:
_Ahora es el momento de estas piezas.
Hizo uso de sus habilidades telequinéticas para elevarlas y mostrarlas a los presentes antes de dejarlas nuevamente en las cajitas igual de elegantes, reiterando la frase "Las damas primero". Isabel tomó uno de los anillos, visiblemente emocionada, pero sin temblar ni sentirse con el colapso nervioso, y, con movimientos coreográficos y lentos, lo puso en el dedo anular de la mano izquierda de Eduardo, quien acto seguido lo enseñó a los invitados levantando dicha extremidad  en el aire, y los aplausos se oyeron una vez más. "Ahora es tu turno", indicó el funcionario, en tanto su asistente e hija guardaba en un bolso las copas y la botella, y Eduardo agarró con ambas manos el otro anillo, experimentando la misma sensación que su compañera, lo llevó a y colocó en su anular izquierdo. Isabel lo enseñó a los invitados y se produjo otra salva de aplausos, mientras la asistente retiraba del atrio los últimos elementos, la pluma y el tintero..
_Y el paso final de la ceremonia., indicó el funcionario del CAF, haciendo un gesto manual, observando al flamantísimo matrimonio.
Los testigos también captaron la idea, y, con un suave batir de sus alas, se elevaron hasta alcanzar la chimenea en la estructura poligonal, listos para encender el par de piezas pirotécnicas.
Era el momento del beso.
_Lista?., llamó el marido, quitándole la capucha.
No hizo falta alguna esa pregunta, reconoció, porque el hada de fuego, tanto como el mismo, venía esperando este momento desde hacía casi un año y sexto. Los invitados en las sillas, los testigos encaramados a las tejas, listos para encender la pirotecnia, y los funcionarios del CAF contemplaban la escena; tan repentina e inminente fue la acción que tuvo lugar a continuación que Eduardo e Isabel estuvieron dándose ese primer beso, siendo ya un matrimonio, antes que cualquiera de los presentes hubiera tenido tiempo de reaccionar y darse cuenta de lo que estaba pasando. Wilson e Iulí fueron los primeros en levantarse y aplaudir con total efusividad, al tiempo que los imitaban cada uno de los invitados, los funcionarios y el par de testigos (Olaf consintió con que Lía hiciera este esfuerzo) encendía las dos piezas de pirotecnia, las cuales, a los pocos segundos, habiendo, calcularon los presentes, alcanzado el kilómetro de altura, estallaron produciendo un gran estruendo y una multitud particularmente numerosa de chispas violetas, azules jacinto y celestes, los colores de las auras de los contrayentes. Esas chispas permanecieron en las alturas, despejadas, por el mismo espacio de tiempo que durara el beso, y por consiguiente las reacciones de los invitados, alrededor de sesenta segundos, tras los cuales Isabel, aún sintiéndose en el instante más dichoso de su vida, se quitó la corona de flores y, junto al arreglo que sostuvo al caminar, los arrojó a las mujeres que formaban una línea y pugnaban por ver cuál de todas se quedaba con las piezas. "Es mía!", exclamó la Cuidadora del Vinhuiga, pegando un salto y elevándose por sobre sus competidoras para hacerse con la corona. Iris, con orgullo y sonrisas, se valió únicamente de su altura para tomar con la diestra el ramo de flores. Ya con los pies nuevamente sobre el suelo, los testigos se reunieron con sus "otras mitades", tomando Lía a Rafael, su hijo, con ambos brazos, delicadamente (y justo a tiempo, porque había llegado el momento de otra ración de alimento, para lo cual fue al interior de la estructura poligonal, acompañada por Iulí), mientras que Zümsar e Iris, sosteniendo los dos el ramo, no hicieron más que reafirmar ese enorme amor que se profesaban mutuamente. El último acto en La Fragua, 5-16-7 de los funcionarios del CAF, llegadas las once menos cuarto, fue informar a la pareja, al flamante matrimonio, que tendrían listo el certificado de su boda (un librito de doce páginas) a más tardar en la tarde del veintidós de Mayo / Tnirta número dos. "Lo que pasó hoy va a ser cien por ciento legal en cuanto tengan ese ver en sus manos", fue lo último que dijo el juez de paz, antes de emprender, junto a su hija, el viaje por aire, llevándose ambos una excelente impresión de todo cuanto vieron y vivieron esta mañana. "Se los agradecemos mucho!",, exclamaron Isabel y Eduardo, abrazados y saludándolos con el brazo libre en lo alto, volviendo al patio al mismo tiempo que Iulí y Lía. "Vengan los cuatro, hay que inmortalizar este momento", pidió la princesa Elvia al flamante matrimonio y sus testigos, tomando una cámara fotográfica e indicando mediante señas una correcta disposición al cuarteto, y al cabo de unos segundos se produjo el destello, en el momento en que observaran Eduardo, Isabel, Zümsar y Lía la lente en el extremo del fuelle. "En una semana van a tener lista la toma_, informó, en tanto, empezando los preparativos para la reunión festiva, ubicaban las sillas alrededor de la mesa. "Ustedes dos en los extremos", indicó Cristal, invitándolos a ocupar desde ahora esos lugares. "Y nada de moverse y trabajar, de eso nos vamos a ocupar nosotras", agregó Lara, viendo aparecer a su marido y Kevin con dos enormes fuentes y media decena de botellas. "Los aperitivos", anunció Kuza, prefiriendo, así lo hizo saber al nuevo matrimonio, dejarlos para dentro de un rato, porque el y los demás creyeron que era más emocionante ir abriendo los regalos. Eduardo e Isabel no objetaron esa preferencia y se lo hicieron saber al vampiro con un único gesto facial. "Vamos a por ellos", coincidieron los padres de Lidia e Iris, dejando a los demás inmersos en una interesante conversación sobre todo lo que había pasado el día de hoy en La Fragua, 5-16-7.

_Y? - llamó la Cuidadora del Vinhuiga -... Pudieron calmarse, al menos una parte?.
Había empezado a escucharse la música folclórica y las hadas congregadas alrededor de la mesa sintieron orgullo y emoción no bien por los amplios llegaron las primeras notas. Allí ya habían dispuesto todo para dedicarle el tiempo necesario, al que calcularon en noventa minutos, a los obsequios. Los presentes en el patio apenas tenían al alcance de la mano un vaso con la bebida no alcohólica.
_Si - le contestó su colega del Templo del Agua, cigarrillo en mano, y contemplando el anillo, que brillaba con los rayos solares -. Yo lo hice, pero no del todo. Es verdad que no hubo contratiempos, y que gracias a eso pude al fin empezar a relajarme, pero la jornada aún no termina. U creo que cuando lo haga voy a seguir sin calmarme del todo. Pienso que eso va a demandarme alrededor de una semana.
_Y eso con suerte - agregó Isabel, desde el otro extremo, absteniéndose de encender un cigarrillo. Estando en la dulce espera, debía omitir este hábito por lo menos hasta una semana después del nacimiento -. El de hoy es un día muy importante para Eduardo y para mi, y todo lo que vivimos desde nuestra presencia en la oficina del CAF, lo que experimentamos y lo que sentimos, los temores y preocupaciones que surgieron a causa de eso, no van a desaparecer solo porque el diecinueve de Mayo le deje su lugar al veinte... allí vienen.
Trasladando los paquetes de diversos tamaños, Kuza, Lara e Iris aparecieron nuevamente en el patio, moviéndose despacio y recurriendo las mujeres a la telequinesia para no perder el equilibrio. Con suavidad, dejaron los obsequios, una treintena, todos con un envío discreto y con una tarjeta que tenía la inscripción "Epti ditmogi fut vitusdup / Sean felices los consortes", los dos idiomas de las hadas, algunos teniendo el nombre de uno de los contrayentes y otros el de ambos, y estos eran la aplastante mayoría, veintidós de treinta, aunque, claro, eso no implicaba que uno no pudiera usar los obsequios destinados al otro. "Cuando quieran", llamó Olaf, haciendo un gesto e invitando a Eduardo e Isabel a abrir los regalos. El matrimonio dejó ambas cabeceras, sin dejar de sentir el gusto por esa magnífica música que se escuchaba y tratando de volver a la normalidad, y fue al centro de la mesa. "Empecemos con este", coincidieron los miembros, tomando el paquete de mayor tamaño, sin haber tenido uno y otro que esforzarse para advertir que se trataba de sábanas - lo dicho, eran objetos para compartir -, algo que confirmaron al quitar el envoltorio y descubrir no uno sino tres juegos de esas magníficas piezas de seda blanca, pulcra y prolijamente dobladas. Después fueron desenvolviendo otros cuatro pares de los paquetes y al hacerlo se encontraron con que las hadas les habían obsequiado vajilla (soperas, boles, ensaladeras, jarras, teteras, fuentes, platos y tazas) por un total de veinticinco piezas, estas de cerámica o porcelana y con grabados u otros detalles muy bonitos. También había cuchillos, tenedores y cucharas (cubiertos) se seis tipos diferentes, habiendo un par en cada uno de estos; utensilios de cocina (para descorchar y abrir, para rallar y moler, para medir, coladores, escurridores, elementos para repostería...) que llegaban a cincuenta y dos piezas, la mayoría pequeñas; y una colección de herramientas y elementos para el mantenimiento de la casa, aunque este regalo era en realidad un documento legal que indicaba que aquellos artículos, doce en total, los traerían mañana antes del mediodía. "Aparatosos e incómodos como para haberlos traído hoy", explicó Zümsar al nuevo matrimonio, atribuyéndose la autoría de ese obsequio. Al desenvolver el décimo paquete, el más pequeño, Eduardo e Isabel descubrieron que Iris les había obsequiado la suscripción para lo que quedaba de este año y los diez siguientes del principal medio gráfico del país, El Heraldo Insular (un empleado del Mercado Central Editorial y Grafico, el MC-EG, llevaría a La Fragua, 5-16-7 un ejemplar no bien este saliera de las rotativas). La princesa Elvia les regaló, en su nombre y el de la Familia Real insular, dos docenas y cuarto de esos novedosos cristales enfriadores que permitían, entre otras aplicaciones, conservar por más tiempo los alimentos perecederos, y esos veintisiete cristales, calcularon los miembros del matrimonio, les resultarían suficientes hasta el veintiséis de Noviembre (al único que les quedaba se le terminaría la energía en aproximadamente dos días). Otro de los obsequios, de parte de Kevin y Cristal, consistía en un par de cilindros mágicos de una versión más sofisticada de los originales, el proyecto en que trabajara hasta último momento (antes de salir para la Casa de la Magia), con una mayor capacidad de carga, y sin que eso supusiera esfuerzos por parte de la persona que los estuviera llevando consigo. También había cilindros en el décimo tercer paquete que desenvolvieron, pero estos eran musicales y cada uno contenía cinco joyas folclóricas de esas que tanto gustaban a Eduardo e Isabel. Otro paquete, también pequeño, era más bien un sobre y contenía otro documento legal, la constancia de que en tres días traerían a La Fragua, 5-16-7 un armario de doce espacios para poner en la sala ("En los muebles allí no queda espacio", justificó el padre de Lidia su regalo), y acompañaban al documento fotos y páginas que describían las características del mueble. Otros tres paquetes, cajas de tamaño mediano, contuvieron una treintena de artículos de oficina, incluidos cuatro frascos con tinta de diferentes colores (azul, negra, roja y verde), tan necesarios para el trabajo de ambos no solo en el Templo del Agua, sino también en su casa. Eduardo e Isabel encontraron un antiguo y magnífico reloj como obsequio, de parte de Wilson, una pieza tan perfectamente elaborada y cuidada que, sino fuera porque el remitente les dijo que tenía más de dos siglos de existencia, su hija y su yerno habrían pensado que recién había salido de la fábrica no más de una semana atrás. Los últimos cuatro obsequios comunes a ambos miembros del matrimonio fueron manteles, cortinas y otro juego de sábanas y toallas (uno de cada uno), tan bellas todas estas piezas como las primeras. Los otros seis, en partes iguales para Isabel y Eduardo, consistieron en calzado y ropa, y no carecieron, por supuesto, de belleza ni esplendor, y los destinatarios se alegraron al descubrir que las tallas eran las correctas con una mirada fugaz. "Me cambiaría ahora mismo", pensó Isabel, todavía sosteniendo que el vestido blanco era demasiado elegante y hermoso como para dejarlo expuesto por más tiempo a, por ejemplo, las comidas que se avecinaban. "Las pastas no combinan ni por equivocación con esa ropa. Vamos", la alentó su hermana, e Isabel, antes de dirigirse a la estructura poligonal con Cristal, hizo lo mismo que Eduardo: agradecerles profundamente a todos los invitados allí no solo el gesto que fueron esos regalos, sino uno definitivamente mayor, su presencia allí, en La Fragua, 5-16-7. "No nos va a alcanzar el tiempo para hacerlo", concluyó su flamante marido, que pronto se encontró agradeciendo una a una a las hadas, Lidia y Kuza, observando a su compañera y su cuñada entrar en la estructura. "Era nuestra obligación moral", le dijo su suegro, aclarando que no era necesario el agradecimiento, en lo que los hombres, trabajando en equipo, recurriendo a la telequinesia, reunían los envoltorios y las cajas en un rincón entre el cobertizo y el ciruelo. "Y qué hacemos con todo esto?", inquirió la nena híbrida, señalando con la vista la pila de regalos sobre la mesa y a un lado de esta. "Vamos a llevarlos a la casa"  - quiso Iulí, y de inmediato obtuvo una aprobación general -, "aquí estorban". Uno a uno fueron tomando los obsequios, no permitiendo que Eduardo se les uniese, porque este era su día ("Nada de trabajar ni hacer otros esfuerzos", le dijo Zümsar), y formaron una fila uniendo el patio con la estructura poligonal.
_Será que siempre estuvimos equivocados con tener esas preocupaciones sobre que la perfección no hubiera sido total., admitió Eduardo unos minutos después.
Había quedado en un extremo de la mesa, acompañado por los testigos de la boda e Isabel, que estaba de vuelta luego de cambiarse el vestido de novia por ropa informal, conservando, sin embargo, la sobriedad. Estrenaba el regalo de su madre, la camisa de mangas cortas y el pantalón, ambas prendas de jean y, como el calzado de taco corto, negras. Los cuatro estaban reunidos en esa punta de la mesa, compartiendo una ínfima parte de los aperitivos y una botella con jugo de naranja, decididos a concluir con este tema antes que los invitaos estuvieran de vuelta en el patio, y eso ocurriría en aproximadamente un tercio de hora. Kevin, Cristal, Iulí, Wilson, Lidia, Lara, Kuza, la princesa Elvia y Olaf estaban en ese momento yendo a o viniendo de la cocina-comedor diario, la sala central y el almacén provisorio, ocupándose de dejar listo hasta el último de los preparativos para el almuerzo.
_¿Vieron? – se alegró el hada del rayo, con un aplauso solitario –. Al final, nosotros tuvimos razón. Lía y yo, por ejemplo. Vinimos insistiendo desde Enero con que ese estado que mostraron ustedes no era necesario. Como vieron y pueden ver, la perfección es total. Ahora continúen relajados y disfrutando de este día tan glorioso para los dos.
_Y quiero recordarles que no es obligatorio que el único tema que hablemos desde este momento hasta la medianoche sea el del casamiento, al menos no exclusivamente, porque de seguro lo estarán pensando, o lo habrán pensado – quiso agregar Lía, deleitándose, como los otros tres, con la música como una parte del todo, de la jornada festiva, y con esta como el todo mismo –. El de hoy es un día de enorme gloria no solo para ustedes dos,  Zümsar y yo, sino para todos cuantos estuvimos y estamos acá. Aun queda mucho tiempo antes de la medianoche y dedicarlo todo a un solo tema… no se, me parece un desperdicio.
_¿Qué dicen del período de gracia? – les planteó el testigo de la boda –. ¿Bahía Rocosa de la Bella Vista?, ¿eso planearon?. Pues si es así los felicito, porque es un lugar muy bello. Y creo que les puedo dar una mano.
Eduardo e Isabel habían coincidido en pasar todos los días entre el veintiuno y el veinticuatro de Mayo / Tnirta números uno al cuatro en el parque real, un bello y enorme espacio creado en torno a la formación geológica que daba su nombre a la región sur del país. Era verdad que noventa y seis horas no serían suficientes para recorrer y contemplar semejante belleza en su totalidad ni disfrutar de cada sector del parque, pero por las posiciones que ocupaban ambos, siendo el dúo responsable de uno de los lugares grandiosos, no tendían otro espacio como ese para dedicarle al ocio y el entretenimiento. “Así dijeron Cristal y Kevin hace unos días”, recordó Eduardo, pensando también en cambiarse el traje por algo menos formal (lo haría, de seguro, antes del almuerzo). “Y tienen razón”, coincidió Zümsar con ellos, hablando al matrimonio acerca de uno de sus mejores amigos de toda la vida, quien vivía desde hacía una década y media en aquel lugar, donde se dedicaba al rubro hotelero, siendo el propietario de una hostería a menos de cien metros de la costa. “La vista desde allí es espectacular”, comunicó el hada del rayo, que en una de sus expediciones al sur del país se había alojado en aquel lugar. “Podría hablar con mi amigo para que les reserve una habitación, porque cuando llega esta época del año el número de turistas crece, les puede hacer un descuento o algo parecido”, avisó Zümsar al matrimonio, cuyos componentes se miraron entre ellos, y para cuando quisieron devolverle la vista, el testigo del casamiento ya había decidido, así se los hizo saber, que el alojamiento (unos trescientos cincuenta soles diarios) correría por su cuenta, pidiendo a Eduardo e Isabel que lo tomaran como otro obsequio de bodas de su parte. “Y además siento que todavía les debo la vida”, agregó, recordando el incidente de Diciembre pasado, que lo tuvo como protagonista, el cual puso a las hadas y la caravana de nagas en peligro. La idea de la flamante pareja era salir en el primer minuto del veintiuno de Mayo / Tnirta número uno y dejar el parque real en los últimos del veinticuatro, descansar el día siguiente y reanudar sus tareas y su vida el veintiséis, incluido su trabajo en el lugar grandioso.
_Es la cereza del postre – agregó Lía, moviendo con suavidad los brazos de un lado a otro, buscando que su hijo se durmiera. Unos minutos antes, le había tocado otra ración de alimento. “Observá esto”, había dicho Isabel, para quien el acto de amamantar se transformaría en parte de la rutina, teniendo que hacerlo, no bien hubiese nacido su hija, por lo menos cuatro o cinco veces al día –. ¿Qué mejor manera de ponerle punto final a este ciclo tan esplendoroso?. Cuatro días en uno de los lugares más maravillosos del reino y los dos van a volver libres de cualquiera de esas preocupaciones y temores que tienen ahora, y ni hablar de los que tuvieron hasta hace unos minutos.
_Recuerdos infundados de algo que nunca pasó., aportó el arqueólogo urbano.
_Y que ni se les vaya a ocurrir mover un dedo para limpiar y ordenar su casa, todo lo que ven ahora – anticipó la jefa del Consejo DCS, acompañando esa advertencia con un sutil gesto manual, señalando el patio – De eso nos vamos a ocupar Zümsar, yo y todas las personas que están allí adentro. Aun cuando esta jornada memorable se termine, ustedes van a continuar siendo los protagonistas, los homenajeados. Por eso no tienen que trabajar ni esforzarse.
_Ya hicieron demasiado por Isabel y por mi – indicó Eduardo, agudizando los oídos. En cualquier momento, los invitados finalizarían sus tareas en la casa y volverían al patio –. No me parece justo ni correcto que se ocupen de limpiar todo esto, de desmontar las estructuras y eso.
_además todos ustedes van a terminar muy agotados – intervino el hada de fuego, mirando alternativamente su anillo, donde su nombre y el símbolo de su elemento habían adquirido una tonalidad violeta. “Fueron tratados con magia”, advirtió con emoción, pensando que ese detalle lo hacía más bello, y, observó, también la pieza que llevaba su marido, en la cual resaltaba la combinación de dos colores –. Mejor dedíquense a lo mismo que nosotros – ella y Eduardo se tomaron de las manos –, descansar el día entero, antes de reasumir cualquier actividad, como limpiar y ordenar todo.
_No se preocupen y dejen el trabajo en nuestras manos – insistió Zümsar, sirviéndole otra ración de jugo a ambos componentes del flamante matrimonio –. Lo vamos a hacer, ya lo decidimos así, durante la jornada de ayer, en la madrugada. Mientras ustedes dos estén en el hotel de lujo en el centro de la ciudad, pasando la noche de bodas. Y cuando estén de vuelta van a encontrar su casa nuevamente de punta en blanco. Y esa es una promesa que hago en mi nombre y en el de todos cuantos estuvieron hoy acá.
_Y respecto a lo demás, hablo puntualmente del embarazo y sus tareas en el Templo del Agua, ya saben que no tienen que ponerse tan obsesivos ni preocuparse de la misma forma, o con una parecida, con que lo hicieron por esta ceremonia – dijo, aconsejando, Lía, incorporándose. Era el momento de asear a su hijo, un hábito que se mantendría durante los siguientes diez a doce meses, porque los bebés feéricos aprendían a contenerse cuando rondaban los dos años –. Piensen en mi, por ejemplo. Ya tengo un hijo, viene otro en camino y sobre los hombros llevo la gran responsabilidad de dirigir uno de los Consejos Reales. Así y todo logro conservarme serena. Es verdad que no estoy sola con eso, y que fue una suerte que Olaf haya llegado a mi vida, pero la decisión de serenarme fue y es mía. Quiero decir que no importa cuanta ayuda tenga ni cual sea su procedencia, soy yo la que decide. Y lo mismo aplica para ustedes, o para cualquiera.
_Ojalá nos pase a Eduardo y a mi., deseó Isabel.
_Así va a ser., insistió Lía, dejando al matrimonio y a Zümsar y yendo a la estructura poligonal.
La vieron entrar, cruzándose con Lara e Iris en el camino, las dos llevando una fuente repleta de polvillo de varios colores que, reconocieron, era el fertilizante, que esparcieron fuera de la propiedad. Debían ser las sobras de los ingredientes con que estaban preparando la comida. Las damas los saludaron agitando las manos antes de ingresar nuevamente en el cuerpo principal.
_Aprovechando que estamos solos… no digo que sea ilegal. No lo es ni por error, por supuesto, ni tampoco está mal visto por las hadas, pero estas cosas continúan despertando polémica – llamó Zümsar –. Isabel – dirigió sus palabras y la vista a su congénere de fuego –. Esto es para vos. Consideralo como otro obsequio de bodas de mi parte. Además, pienso que te podría hacer más falta que a mi. Ojalá que no pase eso, de verdad lo deseo, pero si estoy en un error conviene prevenir y prepararse.
Extrajo del bolsillo de la camisa un anillo muy pequeño, pero a la vez muy bello. Era una pieza de oro puro, uno de los metales (eso era el oro) más abundantes en el mundo, sin grabados u otros ornamentos más allá de una piedrita aun más diminuta, de color verde oliva, que, al cambiar de manos, de Zümsar a Isabel, se tornó violeta. “Esa piedra adquiere el color del aura del hada que la esté sosteniendo, o llevando puesto el anillo”, explicó el arqueólogo urbano a su colega submarino. “Se lo que es esto, pero… ¿cómo la conseguiste, Zümsar?”, reaccionó Isabel, impresionándose lo suficiente como para hacer a un lado el casamiento, el embarazo y las responsabilidades en el Templo del Agua.”¿?Es lo que encontré yo hace unos días?”, intervino Eduardo, no compartiendo, por desconocimiento, la misma impresión que su compañera. En efecto, el la halló, cuando estuvo colaborando con el orden y la actualización del inventario en el anticuario. Le había mostrado y entregado la pieza dorada a Zümsar, no habiendo reparado en los gestos y el asombro de aquel, y pensando que simplemente se trataba de un anillo olvidado allí, perdido entre el inventario. “No es solo un adorno para las manos. Es mucho más que eso. Esto es un Impulsor”, informó el testigo de la boda, que ante el desconocimiento explícito de Eduardo le habló sobre ellos, incluidos sus motivos para habérselo dado a Isabel. Los Impulsores eran armas desarrolladas por los mejores expertos del MEU, que en el curso de los primeros cinco años de la Guerra de los Veintiocho habían combinado la tecnología e ingeniería de punta en la época con las artes mágicas en un intento por obtener un arma que fuera lo bastante poderosa como para rivalizar con los Cuidadores, e incluso derrotarlos en una eventual batalla; objetos que lograron que las hadas que dominaban los elementos de la naturaleza aumentaran exponencialmente sus poderes y habilidades. Habían sido un éxito, inicialmente, para el Movimiento Elemental Unido, porque los diez mil dispositivos que llegaron a construirse en el curso de un año y medio les otorgaron amplias y marcadas ventajas en la sucesión de enfrentamientos. Tuvieron, además, éxito al descubrir que quedaba una carga residual en las hadas, cuando estas se quitaban los Impulsores, la cual lograba que aquellas tuvieran un poco más de fuerza y poder en relación a lo que poseyeran antes de usarlo. Así, esas hadas, llegado el momento, veían incrementarse sus poderes de forma natural cuando no llevaban puesto el Impulsor. “Algunas llegaron a cuadruplicar su poder”, continuó hablando Zümsar, más para Eduardo que para Isabel. El hombre procuraba no perderse una palabra, pues estaba aprendiendo algo completamente desconocido, y la mujer parecía pensar más en el motivo por el cual el hada del rayo habría querido dárselo. “¿Hicieron diez mil Impulsores?, ¿cómo fue que el MEU perdió la guerra, entonces?”, se extrañó Eduardo. “Fallas de seguridad”, informó Iris, que, de camino hacia el patio, inadvertida, había escuchado la conversación, explicando que un equipo de las fuerzas especiales insulares y nimhuit habían capturado el arsenal donde se fabricaban los Impulsores, destruido esas instalaciones, eliminado a los expertos y puesto sus manos sobre los dispositivos que quedaron. Con eso, la balanza había cambiado y los oponentes del MEU adquirieron una ventaja que les había sido desconocida, y que permitió que seis mil quinientos noventa seres feéricos incrementasen sus poderes. Hacia el final de la Guerra de los Veintiocho, sobrevivieron mil Impulsores, siendo novecientos ochenta de aquellos destruidos por el temor de que cayeran en malas manos, y otros trescientos nueve, los restantes, perdidos. “Poder e invulnerabilidad son dos cosas diferentes”, dijo iris, quien explicó que el hecho de poseer esos dispositivos no volvía invencibles a las hadas de uno u otro bando. “Y hasta hoy, con ese “ – Zümsar señaló con la vista el anillo de sello que ahora sostenía Isabel –, “se recuperaron diecisiete de los que quedaron perdidos después de la guerra”. Los otros dieciséis, explicaron los dos a Isabel y Eduardo, estaban resguardados en una ubicación apenas conocida por algunos y protegidos por los hechizos de defensa y los mejores elementos de las fuerzas especiales insulares, por el persistente temor de que cayeran en malas manos. “Y eso, por supuesto, se remite a los ilios”, advirtió Eduardo, obteniendo la aprobación de los otros tres.
Entonces, con esa sola frase, su compañera descubrió la razón de que Zümsar le hubiera dado el Impulsor con la forma de anillo de sello, diciéndole que le podría servir más a ella. La función de esas armas, de acuerdo a las directivas de Iris y los demás dirigentes del MEU, no había sido únicamente la de borrar del mapa a los ilios en el menor tiempo que fuera posible, el objetivo principal de ese grupo, sino contar con un arma que les permitiera rivalizar con los seres feéricos y elementales más poderosos, y eso incluía a los responsables máximos de los lugares grandiosos, por ese entonces sacerdotes y sacerdotisas, y sus segundos. “Nunca matarlos, ni mucho menos destruir esos lugares”, rememoró iris, recitando tal cual la frase que había dicho al conde Báqe y los otros jerarcas del MEU, sabiendo que un triunfo sobre esos individuos implicaría una ventaja táctica, además de anímica y un golpe moral para todos sus oponentes. Cuando la mayoría de los Impulsores fueron robados, los combatientes a las órdenes de Iris se vieron en un aprieto del que les costó tiempo y esfuerzos recuperarse. Los oponentes del MEU no tardaron en usar los Impulsores para proteger las instituciones que revistieran trascendencia e importancia para la historia y la cultura, la industria, el comercio, la economía y, por supuesto, su esfuerzo en la Guerra de los Veintiocho. Pero los sacerdotes, sacerdotisas y sus segundos no solo debían sostener esas batallas contra los seguidores de Iris, sino también contra los ilios, que no desaprovecharon la oportunidad de lanzarse a la guerra con el MEU y el otro bando al mismo tiempo, argumentando que no podían distinguir cual ser feérico y elemental pertenecía a que facción, que los responsables máximos de los lugares grandiosos eran una amenaza tan grave para ellos como iris y el MEU y que los Impulsores restantes también debían ser destruidos, sin que importaran las vidas que pudieran perderse, pues esos dispositivos habían sido concebidos y creados con el propósito principal de eliminarlos a ellos. Así, hubo hordas de setwes (las “fuerzas especiales” de los ilios) atacando los lugares grandiosos, como los Templos del Agua y del Fuego, aunque sin haber tenido alguna vez un éxito significativo. Durante el curso de la Guerra de los Veintiocho, cinco mil doscientos noventa de los Impulsores fueron destruidos, porque las hadas que los portaban caían en combate, hayan pertenecido a un bando o al otro – los miembros del MEU pudieron recuperar algunos – y otros novecientos ochenta lo fueron finalizado el conflicto, por temor a que se hiciera abuso o mal uso de ellos, pero treinta y dos decenas permanecieron perdidos y desde el fin de la guerra, como explicara el arqueólogo urbano, apenas se recuperaron dieciséis, que ahora estaban en un lugar ultra secreto y con estrictas medidas de seguridad, además del que había dado el a Isabel. “Quien sabe como fue a terminar en una estantería de mi negocio”, se extrañó Zümsar, creyendo que tal vez sus padres lo hubieran dejado allí y olvidado entre ese inventario tan abultado. El hada del rayo e Iris estaban entre quienes sostenían que tarde o temprano los ilios iban a alzar los puños contra todos los seres elementales, incluidas las hadas, y si eso ocurría los lugares grandiosos, en este caso el Templo del Agua, podrían ser un blanco prioritario. “Por eso conviene que estés preparada”, concluyó iris, dirigiendo a Isabel tales palabras.
“Por eso tenés que mantenerlo oculto”, insistió Zümsar, remarcándole que si los ilios se llegaran a enterar de que un Impulsor no estaba en aquel lugar ultra secreto y tan vigilado no dudarían en interpretar que lo usarían contra ellos y todo cuanto representaban.  “Catastrofistas, así nos llaman”, informó Iris, refiriéndose a quienes postulaban una guerra inminente, diciendo, respecto a eso tanto como a la propietaria del anillo de sello (el decimoséptimo Impulsor), que en uno y otro caso, que Isabel y Eduardo estarían entre los primeros en verse obligados a responder a ese hipotético ataque. “¿Todos esos dispositivos tuvieron la forma de este, de un anillo de sello?”, inquirió Eduardo, a lo que el hada de los sentidos, tal era el atributo de Iris, le contestó que no, que habían tenido centenas de formar, casi todas estas joyas (anillos, aros, dijes…), maniobrables, livianas y fáciles para mantener ocultas. “¡No vayas a comentar ninguna guarangada!”, exclamó de pronto Isabel, dirigiéndose a su marido, porque este había visto el lugar donde guardara el anillo de sello, un poco más abajo del cuello. “De acuerdo”, aceptó Eduardo (pero lo había pensado, por supuesto), que ante su posterior pregunta sobre quienes estaban en conocimiento del hallazgo de este nuevo Impulsor, Iris le  contestó que el presidente de la COMDE – Compañía Mixta de Desarrollos Especiales –, que se encargaba de este tipo de invenciones,  los reyes insulares, por ser las cabezas del poder político y quienes en definitiva tenían la última palabras respecto a estos asuntos, Olaf, debido a su papel como jefe de la Guardia Real, y los futuros monarcas, justamente por esos roles, Elvia y Oliverio. Iris explicó a Eduardo e Isabel que, si bien aquellos “poderosos” estaban de acuerdo con que la hermana de Cristal pudiera conservar el Impulsor (el rey Elías se reconoció así mismo como uno de los “catastrofistas”), mantenían cierta duda respecto a dicha posesión. No por desconfianza hacia Isabel, sino por el temor que venía implícito en el hecho de que los ilios supiesen de la existencia del objeto en cuestión.  “Por eso quieren, queremos, que el Impulsor no salga a la luz, ni mucho menos que lo uses, a menos que de verdad no quede otra alternativa”, pidió Zümsar  Isabel, aunque sus palabras fueron también para Eduardo. Ambos lo aceptaron y prometieron guardar silencio respecto al descubrimiento de otro Impulsor. “Cuenten con nuestro silencio”, aseguraron al unísono.
“Y esto les pido que tampoco lo divulguen” – quiso agregar Iris –, “pero los reyes están pensando en la posibilidad de dar dos Impulsores, llegado el caso, a Lara y  Cristal,”. La idea de Lili y Elías era que ambas hadas de fuego, una en el Vinhuiga y la otra en la Casa de la Magia, fueran tan capaces de defender esos lugares grandiosos en un hipotético ataque, combatiendo lado a lado con los Cuidadores, tanto como Isabel lo haría en el Templo del Agua, junto a su marido. “Demás está decirles que ellas no se tienen que enterar de esto sino hasta el momento en que por fin se opte por darle a cada una un Impulsor”, quiso remarcar Zümsar, alegrándose por escuchar, acto seguido, como Eduardo e Isabel le daban a el e Iris la promesa de eso. “¿Y los catastrofistas, como se dieron en llamar?, ¿de verdad creen eso acerca del futuro?”, quiso saber el Cuidador, buscando una manera para cerrar la conversación, pues, por las voces que escuchaba y los tonos, provenientes de la estructura poligonal, y habían terminado con los preparativos para el almuerzo. “Apostamos nuestras vidas, al menos algunos”, aseguró Iris, consciente plenamente  de que su vuelta, en Junio del año pasado, pudo, sin desearlo ella ni cualquiera de sus congéneres, haber hecho aflorar toda clase de sentimientos y emociones negativas en los ilios, un peligro latente para el común de las especies que formaban el reino elemental, mostrándose aquellos más activos que antes. Saliendo ya los individuos de la vivienda, lo último que hizo iris fue desear que, si ese futuro llegaba, fueran los ilios quienes hicieran el primer movimiento.
Uno a uno, los invitados fueron ocupando los lugares en torno a la mesa, entre estos Elvia y Olaf, quienes, a juzgar por esas fugaces expresiones, comprendieron que Zümsar e Iris le habían dado el Impulsor a Isabel. A ese respecto, no hicieron más que un sutil gesto con la cabeza, dándole a entender que estaban de acuerdo con que lo conservara, pero, como indicara Iris,. Con sus temores de que los ilios se enterasen de su existencia.  Isabel garantizó y prometió guardar silencio nuevamente, correspondiendo en igual forma al sutil gesto del par de invitados. Y con ello, ocupadas ya todas las sillas, dieron por concluida la conversación sobre los Impulsores, volviendo a concentrarse todos los presentes de ambos sexos en la feliz ceremonia que estaban viviendo.

Unos pocos minutos después empezaron con los aperitivos, alegres y animados por el motivo de este encuentro, y deleitándose con la música folclórica. El clima continuaba estando de su parte y no habían solo indicio de la cercanía de amarillistas intentando espiar sobre la medianera o sobrevolar la propiedad. “Mi mamá y Elías les pidieron que no viniera”, explicó  , explicó la princesa heredera a Eduardo e Isabel, quienes comprendieron con eso una parte de la perfección de esta jornada. Aquellos periodistas todavía no traspasaban el límite que era un pedido de buena manera de los reyes insulares. “Excelente”, se alegraron.



FIN



--- CLAUDIO ---

No hay comentarios:

Publicar un comentario