martes, 12 de junio de 2018

23) Si, acepto: parte 1


Pasado el primer cuarto de hora en la oficina, lapso que usaron para llenar con sus datos personales e información relevante una serie de documentos legales con casilleros e indicaciones en ambas carillas, el empleado del CAF leyó en voz alta lo consignado, puso el sello legal y estampó su firma al pie de la séptima y última página, justo al lado de donde lo hicieran los solicitantes. Acto seguido, guardó los documentos en un archivero atestado con otros papeles de la misma especialidad (casamientos), puso las monedas que le diera la pareja en un frasco de vidrio y tomó un libro de anotaciones y un almanaque, buscando una fecha que le fuera cómoda a Eduardo e Isabel, que le pidieron una que no fuera tan cercana, para que tuvieran el suficiente tiempo para la organización y los preparativos. Al final, habiendo pasado algunas páginas del libro, el empleado ubicó una fecha disponible, que creyó era la que necesitaba la pareja, y les dijo "Esta les parece bien, es la correcta?". Los interesados miraron, y viéndose entre si para demostrar que era la indicada, contestaron que si al empleado de la CAF, que apuntó el evento para ese momento. "Eso fue todo?", se extrañó el Cuidador, frotándose el anillo de compromiso, mientras salía de la oficina, entre palabras de felicitaciones y aliento por parte de las hadas. "Esperabas otra cosa, algo más solemne, tal vez?", inquirió su prometida, también acreedora de esos saludos. "La verdad es que si", reconoció Eduardo, y dispuso del tiempo que les demandó volver a su casa (no se cruzaron con Iulí y Wilson en ningún momento) para explicarle como era el mismo trámite en su lugar natal. "Acá es más sencillo y menos burocrático", dijo Isabel, ya estando en la sala, donde revolvió el contenido de un armario hasta dar con lo que buscaba. Un calendario editado por el Consejo EMARN con ilustraciones de los trece paisajes más característicos insulares, distintivos de este país en el mundo, dispuestos los días en el calendario antiguo. "Lo complejo no es pedir una fecha, sino los preparativos", agregó, tomando una pluma y trazando una línea azul en torno a la fecha designada, sonriendo al saber que el matrimonio sería un hecho dentro de casi ciento nueve días, no pudiendo ni queriendo contenerse y dibujando un corazón junto a esa fecha.

Eduardo e Isabel iban a casarse a las nueve horas con cincuenta y cinco minutos del diecinueve de Mayo, o, en el calendario antiguo, Uumsa número veintitrés.

Cuando se sentaron alrededor de la mesa, lo hicieron sin arrepentirse de lo dicho al empleado del CAF, respecto de la fecha, aunque ninguno borró del todo su escepticismo con respecto a algunos detalles de los preparativos. Isabel dijo, y Eduardo estuvo de acuerdo, que lo primero y principal que debían resolver era, ahora que tenían el horario y la fecha, el lugar, que teniendo a este les sería más fácil proceder con lo demás. Y para esto tendrían que hacer reservaciones y llenar otro tanto de papeles y formularios, siendo diferente la cantidad según el lugar que eligieran. Aunque no lo descartaron del todo, la idea de llevar a cabo la boda en el parque La Bonita había caído ante otras posibilidades tanto o más tentadoras, y de persistir, de volver a figurar coma primera opción, deberían pedir un permiso a la Dirección se Espacios Públicos, el organismo del Consejo de Parques Reales que se ocupaba del mantenimiento y administración del parque. Otras de las posibilidades, las que estuvieron dando una y otra vuelta en la mente de ambos, compitiendo entre sí para ver cuál prevalecía, desde los tiempos inmediatamente posteriores a la propuesta de Eduardo aquella noche difícil, la de la Gran Catástrofe, fueron o continuaban siendo aquellos más importantes para la pareja, los que visitaban con más frecuencia y marcaban su vida a diario. Descartada, una de las primeras fue la estructura que daba nombre al barrio donde vivían, porque no podían suspenderse sus funciones como centro de acopio y redistribución de mercancías, y con el constante movimiento de estas, de los obreros y los transportes sería "inapropiado" para llevar a cabo esa ceremonia, a la que rara vez un hadas repetía dos o más veces (las estimaciones del CAF sugerían un caso en más de medio millón de individuos), porque los matrimonios duraban  para siempre y ningún hombre ni ninguna mujer sentía que quería faltarle a la fidelidad jurada a su alma gemela casándose nuevamente. Así lo veían casi todos los seres feéricos, para quienes la fidelidad se prolongaba aún después del fallecimiento de uno de los componentes del matrimonio, durando tanto como la misma vida del viudo o la viuda. "Una opción menos", había dicho en su momento Eduardo, a lo que Isabel ratificó con su lamento "Lástima, parecía buena". Otras posibilidades había sido la sede social del club Kilómetro Treinta y Ocho, un privilegio que tenían sus socios, y Eduardo lo era, el salón de bailes cercanía su casa, en cuyo caso únicamente habría que reordenar el mobiliario por unas pocas horas, mientras se desarrollara la ceremonia; la plaza pública principal de Barraca Sola, para lo cual deberían desviar todo el tráfico de peatones y de transportes, además de establecer un perímetro; y el salón en el Castillo Real idea reservado exclusivamente para esta clase de eventos familiares (ya se había confirmado que la reina Lili y el príncipe Elías se casarían en ese lugar, en Abril). Pensaron Eduardo e Isabel que esas cuatro, como otro tanto de las opciones, bien podrían descartarse, o no, dependiendo de dos factores igual de complejos e importantes: la cantidad total de invitados, que no había la pareja considerado, y cuan grandiosa y memorable deseaban ellos que fuera la ceremonia nupcial. "De momento que sigan en nuestra mente", prefirieron, estando tan concentrados desde que volvieron a su casa que no advirtieron como pasaron los minutos uno tras otro hasta llegar las dieciocho treinta, no habiendo reparado en ello de no ser porque los suaves golpes al otro lado de la puerta los hicieron reaccionar y volver a la realidad. Wilson e Iulí entraron, a la indicación de los anfitriones, que todavía pensaban en las posibilidades, que llegaban a tres docenas. Lo primero que hicieron los recién llegados fue felicitar a los locales, con la misma calidez e intensidad de aquella noche en que Isabel hiciera el maravilloso anuncio. "Los dos estamos orgullosos", dijo Wilson, hablando también por su eterna compañera, que a su vez añadió". El paso que dieron fue el más importante, no lo duden". Los padres vieron la fecha enmarcada con un corazón en el calendario, que Isabel había dejado sobre la mesa, y la lista con los potenciales lugares, tres de los cuales, al haber sido descartados, por uno o más motivos, estaban tachados con tinta azul. Fue Wilson quien hizo reír a los anfitriones, al sugerirles que contemplaran otra posibilidad, una que no figuraba en esa lista. Su propia casa, para estrenar con esa tan solemne ceremonia las obras que estaban empezando a encarar. Isabel tuvo que cubriese la boca, porque en ella la risa fue más evidente, y dijo "Es un tema serio" a su padre, antes de recuperar la compostura, o creyendo haberla recuperado, y decirle, también a su madre, que si lo que buscaban era que la boda fuera un evento grandioso y solemne que quedara grabado en su memoria para siempre, lo último que necesitaban era la obra en construcción a medio terminar, con los materiales y herramientas dispersas en el suelo, y el consecuente desorden. "Lo dije en serio", insistió Wilson, ofreciendo como argumento para defender esa posibilidad el hecho de que la pareja no debería pasar un lapso de tiempo determinado haciendo uno y otro trámite para conseguir permisos y o, ni tendrían que ponerse en gastos a consecuencia de eso. Iulí expuso luego su propio argumento, diciendo a su hija y su futuro yerno que era una tradición antiquísima que aún practicaba la mayoría de los seres feéricos; los casamientos, así como otras ceremonias familiares - cumpleaños, nacimientos, la llegada a la mayoría de edad legal... incluso los funerales, antes de trasladar los restos - solían hacerse en el lugar de residencia de los protagonistas. "Creo que el espacio físico, de última, va a depender de la cantidad de invitados", interpretó Eduardo, que hasta ahora no había pensado en esa parte, en cuánta gente invitarían al evento grandioso, en quien parecieron influir, o empezar a hacerlo, los argumentos de los padres de la novia. Isabel, callada, intentó visualizar en su mente ese postulado, ponerse en su lugar para ver cómo sería el evento más importante de su vida llevándose a cabo en el patio, reconociendo en silencio que le estaba demandando un esfuerzo superior, y sin reparar en la frase "Tiempo al tiempo", que tantas veces escuchara desde inicios de este mes. Si accedía a lo que, consideraba, era una broma de su padre, las obras tendrían que terminar al menos una quincena antes del diecinueve de Mayo / Uumsa número veintitrés, porque ese, creyó ella, era el tiempo que iba a demandarles aplicar cada aspecto de los preparativos y la organización, lo cual, llegado ya el fin de las obras, deberían tener totalmente resuelto, sin ningún cabo suelto, sin nada librado al azar. "Tres meses para empezar, seguir y terminar las obras, debería alcanzar y sobrar ese lapso", aportó Eduardo, a quien, pasados unos pocos minutos desde que su suegro lo sugirieron, no le pareció un imposible. A fuerza de sacrificios, voluntad y méritos, su prometida y el alcanzaron durante el año pasado la prosperidad económica que no les impediría hoy, a raíz de su enlace, acelerar las obras, contratando la suficiente mano de obra, debiendo para eso retomar la idea de publicar avisos en las oficinas del Consejo IO, en el MC-C e incluso en la vía pública. Pensó que tal vez cuatro o cinco obreros allí, trabajando ocho horas diarias de lunes a viernes sería lo necesario como para que, llegados los últimos días de Abril y los primeros de Mayo, quedarán listas todas las obras, todos los proyectos. "Necesito pensarlo bien antes de contestar que sí o que no", dijo Isabel, notando como su novio ya había sido absorbido por la idea de Wilson e Iulí, a lo que los tres le pidieron que no demorara y mostrara celeridad, porque de esto dependía todo lo demás, sabiendo que los preparativos y la organización de un evento como este no podían resolverse en tres o cuatro días. Además, en su caso y el de Eduardo, debían no solo ocuparse de ese glorioso día, sino de sus obligaciones en el Templo del Agua, a las que no pocas veces comparaban, por la responsabilidad y la importancia, con el trabajo de los Consejeros Reales, y el embarazo. Respecto a este, podrían determinar el sexo del bebé con los estudios ginecológicos, casi para los días inmediatamente previos al del casamiento. "Las dos cosas me emocionan mucho, y una no opaca a la otra", declaró, leyendo varias veces las posibilidades, la lista con los potenciales lugares para llevar a cabo la boda, pensando que al hacerlo se podría decidir por la respuesta definitiva que le reclamaban su prometido y sus padres. Al final, pidió que fueran a ver el patio, creyendo que al hacerlo tendría una idea más clara de cómo podría verse de aquí a finales de Mayo, ante la idea de sus padres. "Es un ejercicio" - dijo -, "estoy suponiendo que ya contesté afirmativamente y quiero tener una idea concreta". Iulí y Wilson, mirándose entre si y sonriendo, creyendo que al fin el escepticismo de su hija desaparecería, la secundaron, y Eduardo cerró la marcha. Vieron el paisaje típico de las últimas cuatro horas del día, caminaron unos pocos pasos y contemplaron la escena, Isabel haciéndolo con mayores detalles y cuidadosamente, procurando evadirse de los sonidos y voces más distantes o menos; cruzando los brazos, erguida, dio varias vueltas sobre su eje, contemplando todo cuanto la rodeaba, enfocando un particular interés en aquello que pudiera pasar inadvertido a causa de su significancia. También, como lo hacían su novio y sus padres, imaginaba ese mismo lugar en caso de que aceptara llevar a cabo la boda allí. Pensaba en cuál sería la mejor ubicación para los contrayentes y sus testigos, el juez de paz (un funcionario designado por el CAF) y los invitados, el mobiliario y todo cuanto formara parte de los preparativos, como la decoración, las comidas y bebidas, el musiquero, un lugar apropiado para los obsequios y la mesa junto con las sillas, porque, era costumbre antiquísima de las hadas, la ceremonia nupcial incluía un gran festejo del que formaban parte todos los presentes, y que tenía a los protagonistas ocupando las cabeceras de la mesa. "Está bien, acepto", accedió finalmente a las palabras de sus padres y su prometido. Hasta último momento estuvo luchando por no ceder a ellas, por considerar que su casa, con el espacio limitado, el cual implicaría la cifra acotada de invitados, y las condiciones de este, con una obra ya empezada, no era el mejor lugar para llevar a cabo el evento grandioso. Al final lo hizo, porque por un instante pudo visualizar la decoración y los preparativos dispuestos con toda la pulcritud, engalanado la propiedad, tal cual lo imaginara, no esta casa sino el lugar de la boda, numerosas veces desde que Eduardo le hiciera la propuesta. Iulí y Wilson aplaudieron para celebrar la decisión de su hija, advirtiendo así que esta conservaba una de las tradiciones más antiguas de las hadas, y recordando como a ellos mismos sus padres, los abuelos maternos y paternos de Isabel y Cristal, hoy fallecidos, también contrajeron matrimonio en sus casas, en los terrenos adyacentes a estas. Volviendo ya a la sala, insistieron en que, llegado ese día, toda la propiedad quedaría de punta en blanco, lista y con las obras finalizadas.

La cena - jugo de naranja y pastas para cuatro -, al amparo de la tranquilidad en la sala les proporcionaba ese entorno ya conocido, con música folclórica como fondo y la iluminación adecuada, los anfitriones y huéspedes no dejaron de pensar en y ultimar los detalles con respecto a La Fragua, 5-16-7, con la intención, como dijeran (y se prometieran) desde que Wilson hiciera la sugerencia, de no dejar librado al azar ni siquiera el detalle más insignificante. Isabel completó su visión de las obras ya finalizadas, y teniendo ese panorama impecable, los cuatro pudieron empezar a imaginar la disposición de todos los elementos y participantes de la ceremonia nupcial. Ninguno puso objeciones a la propuesta del novio de trasladar temporalmente, dos o tres días antes del gran evento, todo cuanto hubiera en el ambiente usado como cobertizo para hacer acopio de la comida y las bebidas, que por supuesto, como la situación lo ameritaba, serían abundantes en esa jornada. "Un problema menos", coincidieron Isabel y sus padres tomando notas de todo en la mente. A la pregunta de Eduardo, posterior a la ingesta de otro bocado, sobre las agencias de eventos y otras especializadas en la organización de casamientos, su prometida le dijo que tales empresas no existían en este mundo - ya había el novio hablado sobre ellas a las hadas con quienes estaba compartiendo la mesa -, que eran los protagonistas de las ceremonias nupciales y sus parientes quienes se ocupaban de esas labores, porque nadie mejor que ellos para decidir cuáles cosas preferían para organizar ese evento grandioso. "Nadie nos conoce mejor que nosotros", sintetizó Iulí, recordando cómo había sido su boda, como ella, Wilson (su "alma gemela") y los familiares de ambos estuvieron al frente de todo desde el mismo instante en que el padre de las hermanas, ramo de rosas blancas en mano, se presentara ante el hada de la belleza y le hiciera la propuesta. "De ese día aún me acuerdo, y con casi todos los detalles", revivió Wilson la ceremonia, cerrando los ojos para buscar la concentración. Esa misma noche, el e Iulí, hijos únicos, habían organizado una cena con sus padres en la periferia de la Ciudad Del Sol, en la misma casa (y en la misma sala) en que estaban ahora con su hija mayor y de esta su prometido, y las opiniones y reacciones aquella noche ya lejana en el tiempo fueron casi iguales en su totalidad a las de ahora. Desde el primer instante, los padres de uno comprendieron que la otra persona era la pareja perfecta e ideal para su descendencia, no por la situación económica, sino por la pureza de sus sentimientos, su alma y la ausencia total de maldad y negatividad. Ahora había pasado exactamente lo mismo, venía pasando desde que Eduardo estuviera por primera vez, en Marzo pasado, en el Banco Real de Insulandia. Desde ese día, Wilson e Iulí vieron en el hombre, de la misma profesión que su hija, al compañero perfecto para ella, detectando lo mismo en Kevin para Cristal, observando que no tenía el mínimo indicio siquiera de todo aquello que desaprobaban las hadas - egoísmo, avaricia, mezquindad, mala predisposición... -. No dudaron en que Eduardo y Kevin jamás harían sufrir ni sentir desdichadas a las hermanas ni en verlos ellos mismos como amigos. Más que eso, como quedara demostrado esa misma jornada, como familia. Tal cual lo explicaran numerosas oportunidades, esa pertenencia no tenía por qué limitarse a los lazos parentales y la sangre, que los grandes amigos podían considerarse como familia entre si y por los demás. "Nosotros e Iris somos una prueba de eso", dijo Wilson, cruzando los cubiertos sobre el plato, terminada la cena. "Dentro y fuera del reino, una de las más conocidas, por lo que fuimos", agregó Iulí, imitando los gestos de su marido, sabiendo que ellos y la princesa, por ser quienes eran, o quienes fueron, las únicas almas solitarias en el suelo insular, debían permanecer juntos, conviviendo e interactuando constantemente. Así fue que dividieron sus palabras y pensamientos entre las definiciones de familia y lo que estos grupos significaban para las hadas, uno de los pilares fundamentales de su sociedad y su civilización, y el casamiento de Eduardo e Isabel. Convinieron en que lo prioritario era esta casa, el lugar donde lo llevarían a cabo, y allí estuvieron dirigidos cada uno de sus pensamientos y sus palabras. Aun cuando los padres de la novia estuvieran saliendo de La Fragua, 5-16-7, unos minutos pasados de las veintidós, continuaron los cuatro hablando de eso, no solo de las obras a empezar con efecto inmediato, sino también de la estructura poligonal, de dejarla en impecables condiciones, quitando todo rastro de desaseo y deterioro (hicieron algo parecido no hacía mucho) en todos los ambientes y pasillos. "Tenemos que lograr que ese día no desaparezca se nuestra memoria", dijo Isabel, con una determinación absoluta, observando a sus padres entrar a su casa al otro lado de la calle (La Fragua, 5-11-8), dando por terminado el tema de la locación y los preparativos, aunque solo por hoy, pensando que el maravilloso evento sería, lo sabía ella tanto como Eduardo,, uno con estado público inmediato. Los dos eran personas famosas, y por eso cualquier cosa que hicieran, o al menos la inmensa mayoría, figurarían en los medios gráficos y los comentarios. Por quienes fueron, eran y lo que hacían, a lo que se tenía como un gigantesco aporte a la sociedad, la cultura y la historia (la dirección y vice dirección del Templo del Agua) era habitual que aquello pasara, y el casamiento no pasaría inadvertido, sobre todo desde que los novios fueran vistos por las hadas entrar a la oficina del Comité de Asuntos Familiares y eligieran una ventanilla específica. "De milagro allí no estuvieron los amarillistas", se alegraron, durante el viaje de vuelta a la periferia.

La mente de ambos no dejó de trabajar ni cuando estuvieron acostados y a oscuras (ni siquiera cuando estuvieron "ocupados íntimamente"), ya tratando de relajarse y dormir. No con el nivel e intensidad que demostraran más temprano, pero siguieron pensando en el evento. Habiendo repasado, esta vez de forma breve, el factor locación, cerraron los ojos, se durmieron tomados de la mano y sonrientes, en el completo conocimiento de que habían dado los dos máximos pasos que las parejas podían dar para demostrar el amor que sus miembros se profesaban mutuamente: la nueva vida que había empezado a gestarse en el vientre de Isabel a finales de la primera quincena del mes (el fruto del amor y la continuidad por otra generación de ese grupo familiar) y el casamiento. "Hay otras maneras mejores que esas?", había llamado Isabel luego de apagar las luces, de manera que la única fuente de iluminación dentro del dormitorio fue el extremo de los cigarrillos. Su novio y futuro marido contestó que no las había. "Al menos, no las conozco", agregó, consciente de lo mucho que quería y amaba a Isabel, hoy tanto como ayer, como todos los días desde que la viera por primera vez y conociera aquella tarde de Marzo pasado. Este fue un caso de amor a primera vista y no dejaban pasar ninguna oportunidad de demostrarlo y reafirmarlo. Los besos, las caricias, los abrazos, el hecho de ir tomados de la mano o de los brazos, obsequios que uno le hacía al otro con total atino en las preferencias y otras tantas demostraciones, además de ser cosas de todos los días, obligaban a los novios a pensar y afirmar una y otra vez que eran las dos mitades del todo y que bajo ninguna circunstancia podían imaginar, como ya lo plantearan en sus conversaciones respecto a los temas relacionados directa e indirectamente con el amor - la fuerza más poderosa de todas -, como serían sus vidas si hubiera habido otra historia desde aquel día de Enero pasado. No tenían respuestas a las posibilidades alternas, ajenas totalmente a lo que hubo de ocurrir: el punto de partida de la mejor etapa, hasta ahora, en la vida de los dos. Junto, como amigos, y un día después, como novios, habiendo descubierto lo que era esa fuerza tan poderosa y misteriosa.

Así, pasaron seis horas exactas antes que los componentes de la pareja abrieran nuevamente los ojos e iniciaran sus andanzas en el último día del mes, el primero del segundo en el calendario antiguo. Antes que llegaran las cinco y media, Eduardo e Isabel estuvieron de pie, vestidos y calzados (se cambiarían e higienizarían antes de salir), dejaron en orden la habitación y, ya en la cocina, prepararon el desayuno. "Lo de todos los días", comentó Eduardo, vertiendo el agua hirviendo en el par de tazas, tan convencido como su compañera de que debían encontrar una manera o varias para romper esa rutina, antes que abarcara otro aspecto de la convivencia dentro y fuera de la vivienda. "Hasta el paisaje en este momento del día", añadió Isabel, echando un vistazo por la ventana. Aún no había salido el Astro Rey y el ruido era el habitual para los últimos instantes de la madrugada: el canto de los pájaros, las voces y pasos, inferiores en número, de los individuos que hubieron de salir a divertirse desde ayer a la noche, adolescentes y adultos muy jóvenes en su mayoría, algún que otro transporte andando en solitario por la calle La Fragua, un grupo de vampiros que había dado por concluida su actividad nocturna, el globo que en cuestión de segundos quedara estático e inmóvil en el aire, y los primeros vendedores ambulantes del día. Sus destinos inmediatos eran el Mercado Central de la Construcción, cuyo nuevo horario laboral, desde las cinco y media hasta las diecinueve y media, dos jornadas de siete horas, había sido puesto en vigencia el segundo día hábil del año, y el Consejo de Infraestructura y Obras, en una de las torres del Castillo Real. En lo que demoraban preparando el desayuno, convinieron la contratación de cinco albañiles, la cifra que creyeron correcta para que las obras quedasen completas antes del diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés. Acordaron para cada uno una paga de quinientos soles, veinticinco por ciento más que el piso que establecía la ley para las contrataciones particulares de trabajadores del sector de la construcción. Siendo ambos personas adineradas, no tuvieron ni tendrían problemas en invertir todo cuanto fuera necesario para dejar su casa, las obras en esta, concluidas en la mayor brevedad posible. Isabel le explicó a su novio que en uno y otro lugar de destino no tenían más que ir a las oficinas de recepción de avisos, donde les tomarían los pedidos, publicarían en el boletín y dejarían las copias en el pizarrón con los anuncios. "En total, entre ambos lugares, ciento cincuenta soles", contestó el hada de fuego, cuando Eduardo le preguntara por el costo de las publicaciones. Si había suerte, pensaban, podrían contratar esta mañana a los obreros de la construcción y estos empezarían mañana temprano sus labores. Aunque buscarían descansar, no dejaron de pensar en lo difícil que les sería eso: quedaban los demás elementos de la ceremonia para resolver, como la organización y los preparativos y la lista de invitados, la cual, hicieron un cálculo rápido, no podría ser superior a la decena de personas, cuando mucho, haciendo el suficiente espacio, doce. Tampoco les sería fácil decidir cuáles serían los otros seis u ocho, porque cuatro de ellos eran sus parientes (Wilson, Iulí, Kevin y Cristal). Y no solo debían dedicarle tiempo y esfuerzos a ese gran evento, sino también a sus obligaciones en el Templo del Agua y el embarazo. "De manera que mejor no nos ilusionemos mucho con descansar", prefirió Eduardo, cuando estuvieron ya saliendo de La Fragua, 5-16-7. "Estoy de acuerdo", coincidió Isabel.

 No volvieron a su casa sino hasta las diecisiete, pues durante toda la mañana y la tarde se divirtieron paseando por la zona histórica de Plaza Central. "Donde empezó el reino de Insulandia, su historia... nuestra historia", dijo Isabel, leyendo tal cual la inscripción en una placa que pusieran en la mañana de ayer en la base del reloj de péndulo. Este barrio era el único que superaba la décima parte de millón de habitantes, siendo su cifra cien mil novecientos veinte, según el último censo, y se extendía por toda la zona céntrica de la capital, abarcando todos los puntos cardinales. En el habla un movimiento al menos cuatro y media veces mayor al de cualquiera de los otros barrios, sobre todo los periféricos. Turistas, ejecutivos, comerciantes, oficinistas, transportistas y todos cuantos estaban por allí formaban una verdadera marea de gente en movimiento, prestando su parte a este individuos de otras especies elementales que le otorgaban, además, la característica mezcla de culturas tan propia de este y todos los países del mundo. Esas masas colmaban la mayoría de los espacios públicos, dedicándose a numerosas formas de entretenimiento, siendo las principales de estas los pic-nics y los juegos de mesa, dominando entre estos el ajedrez, las barajas y las damas. También los museos, salones de exposiciones, el Castillo Real, los clubes sociales, centros culturales, los teatros y otros lugares de concurrencia masiva estaban colmados de visitantes. "Eso también lo conozco, lo veía a diario en la Tierra", comunicó Eduardo a su prometida, en referencia a los transportes estacionados a uno u otro lado de los caminos, porque sus conductores y acompañantes descargaban toda clase de mercancías en los comercios. Igual de conocidas y habituales le resultaron las cuadrillas de higiene, mantenimiento y limpieza, del Consejo EMARN (Ecológica, Medio Ambiente y Recursos Naturales) y la empresa pública CONLISE (Conserve Limpio Insulandia, Sociedad del Estado), ocupándose, como todos los días, de mantener las altísimas condiciones ambientales y sanitarias de la ciudad y esa bandera que tanto defendían las hadas, la conciencia ecológica; los empleados de ambos organismos, con sus overoles celestes y rosas dependiendo del sexo, se ganaban aplausos y felicitaciones a diario por este enorme servicio que prestaban al país y a la sociedad. "Eso seguro que también lo viste, y posiblemente cada día", agregó Isabel, combinando las palabras con un gruñido preventivo, señalando un punto delante de ellos, a un lado del camino, donde dos mujeres de mala nota, con escotes muy pronunciados y minifaldas minísimas aguardaban a sus potenciales clientes (cualquiera de los hombres que pasaba por allí podría serlo) en el frente de un albergue transitorio. "En realidad, no me molestan, no podrían hacerlo", explicó, viendo como un hombre no mayor que ella y Eduardo se detenía allí y entablaba las primeras palabras, porque las mujeres públicas - prostitutas, mujeres públicas, de mala nota, suripantas, perdidas... había más de cincuenta sinónimos - representaban una parte muy arraigada e incuestionable, además de irrenunciable, de la cultura y la sociedad de las hadas. Aclarando que de ningún modo se refería a Eduardo (aunque no hizo falta, quiso hacerlo), dijo que lo que no aprobaba era a los hombres casados o comprometidos, ni siquiera a los que estaban de novios, contratando los servicios de las mujeres que elegían esta profesión. Tampoco faltaron en este paseo, como en ninguno de los anteriores, los menores de edad de ambos sexos dedicándose a sus entrenamientos preferidos, dominando los juegos con una pelota en el masculino y las muñecas en el femenino, ni los adolescentes, también de uno y otro sexo, pero ocupados en asuntos propios de gente desde los trece o catorce años hasta los diecisiete. "Hablando de similitudes con la Tierra", reaccionó el Cuidador del Templo del Agua, sin omitir en este paseo las señales que evidenciaban el costoso y complejo proceso de urbanización de la Ciudad Del Sol, puntualmente el principal de sus barrios. Allí estaban los postes para el alumbrado público, instalados justo en el centro de las esquinas y otros pocos en el frente de algunas construcciones, instalados más por funciones de referencia que para iluminar, porque las hadas podían ver en la oscuridad; los carteles que mostraban el nombre de los caminos, junto al número de barrio y el de cada bloque, figurando la nomenclatura completa en las placas puestas en el frente de esas estructuras; las obras en construcción, unas cien, de diversa magnitud, en ese barrio, siguiendo el esquema de urbanización en espiral, el mismo que seguían esas otras obras que apuntaban al loteo, en cuatrocientas parcelas, los once bloques baldíos más próximos a la plaza central ( el casco histórico y urbano); las tareas de mantenimiento en la red de caminos y los drenajes, así como su ampliación; y las estructuras que desde mediados del siguiente mes habrían de ser usadas para otro de esos proyectos gigantescos en los que se trabajaba desde la función pública, algo que haría que Eduardo hallara otro punto en común entre las hadas y los humanos. "Vías férreas", reaccionó, al ver a tres operarios instalando un riel en el suelo. "Eso es nuevo para nosotros", comentó Isabel, observando el cruce de las vías con la calle Las Dalias - el comercio de antigüedades de Zümsar estaba a menos de doscientos metros -, y remitiendo su memoria a un artículo publicado en la última edición de El Heraldo Insular, que mencionaba este aspecto de las obras. Todavía viendo a los trabajadores instalando los relucientes rieles, había leído que las tareas iban a terminar a finales de año, y entonces habría un tendido de trescientos kilómetros en dirección al suroeste, y eso daría nacimiento a la empresa EFEI, la "Empresa de Ferrocarriles del Estado Insular". La Ciudad Del Sol había pasado los últimos años dando un paso atrás de otro en su carrera para convertirse en lo que actualmente era: una ciudad pujante en todos los aspectos - comercio, industria, economía... - que había terminado convirtiéndose en una de las capitales más importantes del planeta, la más poblada del continente, con más de quinientos treinta y cinco mil habitantes, y la cuarta a nivel mundial. "Y es solo la ciudad, todo el reino está bajo el proceso de urbanización", complementó Isabel, deteniéndose, unos pocos segundos, en el comercio de antigüedades, donde vieron a su propietario acomodando unos cuantos artículos en uno de los anaqueles. "Me encantan las personas que se dedican a esto", dijo el hada de fuego, luego de los saludos formales, mirando la impresionante variedad de artículos que atestaban en el comercio. "Yo lo llevé al nivel máximo", contestó Zümsar, ofreciendo a las visitas un aperitivo, refiriéndose al hecho de ganarse la vida restaurando y comerciando antigüedades. “Y estás prosperando", observó Eduardo, detectando que ahora había ocho empleados.  "Lo vengo haciendo desde mediados de Abril del año pasado", explicó Zümsar, señalando una foto detrás del mostrador, en la que aparecía junto a su familia, fallecida esta durante la Gran Catástrofe, y agregando que en homenaje a ellos había duplicado y triplicado sus esfuerzos económicos, físicos y psíquicos para hacer progresar a esos niveles al comercio. En este transcurrieron las dos últimas horas de Eduardo e Isabel fuera de su casa. Pusieron a su amigo al tanto de las enormes obligaciones en el Templo del Agua, a lo que el hada del rayo intentó imaginar cómo sería llevar de por vida semejante responsabilidad, y de su casamiento el diecinueve de Mayo / Uumsa número veintitrés. "Ya me enteré de eso, y los felicito", dijo el anfitrión, deseándoles toda la suerte, y contando a ambos que algunos de los individuos que estuvieron en la oficina del CAF pasaron por el comercio más temprano, coincidiendo su partida con la llegada de un chimentero. "Están exaltadísimos con todo esto", tradujo Zümsar el accionar de aquellos individuos, en referencia a la ola de embarazos, casamientos y propuestas entre las personas famosas. Rápidamente, los tres olvidaron la conversación sobre los chimenteros y amarillistas, las "pesadillas" de personas como ellos, y se concentraron en la boda del Cuidador con su segunda, y la propuesta del comerciante a Iris. Aún no habían puesto una fecha, porque estaban tapados de trabajo, con muy poco tiempo libre para cualquier otra cosa. "Pensamos ir a la oficina del CAF a mediados de Febrero", les informó la princesa Iris, entrando en ese momento, y no pasó mucho tiempo para que los visitantes descubrieran que "sobraban" en ese lugar, pues los enamorados no demoraron en empezar las demostraciones de cariño (besos, caricias y abrazos). "Pero antes tienen que saber esto...", dijo Eduardo, a lo que Isabel asintió con un gesto facial, y les pidió que estuvieran en La Fragua, 5-16-7 el día de la boda, como invitados. Eduardo e Isabel salieron de Las Dalias, 17-21-11 (la dirección del anticuario), lamentando que sus visitas no pudieran darse con más frecuencia ni durar más tiempo.

Sus ocupaciones y responsabilidades eran y serían demasiadas.



Asumieron y afirmaron que la suerte continuaba acompañándolos, porque a menos de quince minutos de haber estado en su casa, cinco obreros de la construcción se presentaron en ella. Eran jóvenes, y quizá un tanto inexpertos, pero no dejaron que eso los desanimara. Eduardo e Isabel les mostraron la casa y explicaron cuál sería su trabajo en ella, a lo que los trabajadores, que vivían en el barrio Kilómetro Uno, aseguraron poder completar las tareas en el plazo de veintitrés días, si trabajaban, como lo indicaban las leyes laborales, ocho horas diarias los días hábiles. Eso significaba que en algún momento del cinco de Marzo / Nint número cuatro, una fecha por demás especio para los empleadores - al día siguiente se cumpliría el primer aniversario del despertar de Eduardo -, estos podrían empezar a beneficiarse de las obras que habían ideado para embellecer su casa. "Aún falta algo", hizo saber Eduardo a los obreros y a su prometida, hablando a los seis sobre la idea de contratar los servicios de un hada de las plantas para, una vez que las obras hubiesen concluido, hicieran su "magia" con los árboles y arbustos que habían en la propiedad. "Ningún problema", prometió uno de los obreros, en tanto que uno de sus colegas dijo que se mantenía el plazo de veintitrés días para la concreción total de las tareas. Estudiando de aquellas su complejidad, la cantidad y variedad de materiales e insumos, el equipo de albañiles estimó un presupuesto de quince mil quinientos soles, que sumados a los salarios, de quinientos per cápita (un total de cincuenta y siete mil quinientos), implicarían una inversión de setenta y tres mil hacia el día cinco de Marzo / Nint número cuatro, para dejar a La Fragua, 5-16-7 en las mejores y ya estipuladas condiciones. En el curso de los siguientes quince minutos, la pareja explicó a los albañiles que les gustaría que estuvieran allí, en la vivienda, cada día hábil, antes de las siete treinta, el momento en que la pareja dejaba su casa para empezar su trabajo en el lugar grandioso, a las ocho. Les mostraron el cobertizo, en el fondo de la casa, diciéndoles que todos los elementos allí (herramientas, materiales, equipos...) estaban a su disposición, lo mismo que cualquier otra cosa de la vivienda que necesitaran. Y, antes de marcharse, los albañiles hicieron lo mismo que todas las hadas con quienes tuvieron trato y conversaciones Eduardo e Isabel desde que dejaran la oficina del Comité de Asuntos Familiares, felicitarlos por haber decidido fijar la fecha para su enlace matrimonial (tres de los obreros eran casados y con descendientes, y los otros dos contraerían nupcias en Julio y Agosto) y por su futura paternidad, además de desearles suerte por su responsabilidad vitalicia en el Templo del Agua. "Se los agradecemos mucho", correspondieron los locales esas palabras, acompañando las suyas con los clásicos gestos manuales, a medida que el quinteto iba ganando altura, felices ellos por haber asegurado está nueva asignación laboral a menos de doce horas de terminada la anterior, pues eso les permitía su propio sustento y el de sus familias. Habiéndolos perdido de vista, los novios, otra vez en la sala, se dejaron caer con fuerza en el sofá, dando un pronunciado suspiro. Estaban aliviados por haber terminado, al fin, en un lapso mucho menor al que imaginaran al principio, uno de los principales factores de todos cuantos implicaban su casamiento: el espacio físico. Esa era una razón demás para encarar mañana su trabajo con un ánimo y predisposición mayores que en los días que demandaron las exposiciones de los notables.

Pensaron y expusieron con palabras, durante la cena y mientras se acostaban (no faltó el "premio", por supuesto), que no era este maravilloso evento, su planificación, algo que los debía dejar, más tarde o más temprano, al borde del colapso, o directamente inmersos en este.  Con la concreción de la primera parte, la del espacio físico, resuelta en menos de tres días y sabiendo que su casa estaría en condiciones para los preparativos setenta y cuatro días antes del diecinueve de Mayo / Uumsa número veintitrés, las tensiones disminuyeron y sus nervios recuperaron algo de esa tranquilidad que perdieran desde que Eduardo heredara el cargo de Cuidador. Lamentaron, sin embargo, que esa tranquilidad y disminución no fueran totales, porque quedaba por resolver la mayor parte del trabajo respecto a la boda, incluida la lista de invitados, decidir cuáles serían los seis restantes - decidieron que fueran doce, y Zümsar, Iris y sus parientes representaban la mitad -, los controles ginecológicos que debería hacerse Isabel, una rutina necesaria en las mujeres embarazadas, por su salud y buen estado tanto como por la de esa nueva vida, y sus responsabilidades laborales, a reanudarse el día de mañana. Se durmieron antes de las veintidós y recién se despertaron a las cinco en punto del uno de Febrero / Entoh número dos. "Muy buenos días para vos", saludaron al unísono, incorporándose e iniciando la jornada. Un rato más tarde, estaban desayunando, olvidados momentáneamente de cualquier cosa relacionada directa e indirectamente con la boda y el embarazo, porque la jornada lo ameritaba. Ahora, sus responsabilidades en el Templo del Agua eran el asunto al cual dedicarle la prioridad, y la primera conversación del día. Eduardo como la máxima figura de autoridad, e Isabel formando parte del equipo de profesionales de la arqueología del lugar, además de tener que asumir, llegados el caso y la necesidad, el mando interino en el lugar grandioso cuando el Cuidador estuviera ausente. También estaban a la espera de noticias provenientes de la Casa de la Magia, sabiendo que Kevin, Cristal y los miembros del primer contingente llegarían a ella en dos días. Sabían que sus familiares, quienes no bien hubieran llegado escribirían una carta con destino a Barraca Sola, atravesarían lo mismo que ellos durante los próximos días, quizás incluso más, considerando que, a diferencia del Templo del Agua o el del Fuego, la Casa de la Magia llevaba siglos (milenios) sin que un hada u otro ser elemental pusiera allí sus pies. Fuera de esas obligaciones, el artesano-escultor y la médica atravesarían las mismas situaciones que Eduardo e Isabel. También ellos, profesándose mutuamente un inmenso amor, y llevando Cristal dentro suyo el fruto de ese amor, deberían empezar a planificar el enlace matrimonial. "Su caso va a ser más complejo", insistió Eduardo, vaciando la taza. Estando la Casa de la Magia vacía de personal y oficinas, habría mucho para hacer antes de que la pareja pudiera dedicarle tiempo a la boda. Tenían que instalar e inaugurar primero, por ejemplo, varias oficinas y reparticiones (incluida la sala médica, que sería el área de trabajo de Cristal) que facilitaran la gobernabilidad y administración de la isla, antes de poder dedicarse a ese evento que los tenía como protagonistas. "También a ellos les sonríe la suerte", se alegró Isabel, dejando su silla, con los modales característicos de una dama, tomando los utensilios y echándolos a la pileta, intentando trasladar sus pensamientos y mentía algún punto en el océano cercano a aquella isla, específicamente a su hermana, por lo difícil que les había sido la despedida. A la distancia, no tuvo menos que buenos pensamientos y augurios para ella y Kevin. "Se lo merecen", pensó, con una amplia sonrisa.

Los albañiles fueron puntuales, y uno de ellos agitó la campanilla para anunciarse. Fue Eduardo quien salió a su encuentro (Isabel ultimaba los detalles para la salida) y los condujo al patio. Los recién llegados miraron atentamente el entorno, prestando especial atención a las especies vegetales, a las que tratarían de dejar intactas, decidiendo cómo y por donde empezar. El hada de fuego se les unió un rato después, agregando, inmediatamente posterior al saludo, que de un momento a otro llegaría a la casa el personal de una planta TCD (Tratamiento, Clasificación y Destrucción de residuos) para traer un enorme contenedor metálico, indispensable para acopiar cualquier escombro y otros restos resultantes de las obras. "Se quedan en su casa", les dijo Isabel, mochila a la espalda, pasando el bastón de mando a su prometido, demostrando con esa frase la confianza que depositaba en los albañiles, que aseguraron que sabrían corresponder a ese estado, además de reiterar su promesa de completar el trabajo en veintitrés días. "Magnífico", se alegró Eduardo. Unas breves palabras sobre las obras persistieron hasta las ocho menos veinte, cuando los residentes dejaron la casa, despidiéndose con gestos manuales de los obreros. No les demandó más de quince minutos el llegar al Templo del Agua, y al estar en el acceso vieron el panorama idéntico al de los días de las exposiciones. Los notables estaban allí, nuevamente con sus mejores galas, además de periodistas de diversos medios gráficos insulares y extranjeros, unos cuantos visitantes y empleados de diversos rangos. Otra vez se produjo el tradicional saludo de bienvenida en el idioma antiguo de las hadas (Hemes fewo, fusfedoa imfi Vinhae, etc diwo imfi Vinhae!), cuando Eduardo e Isabel se detuvieron ante la multitud e hicieron un movimiento con las manos en lo alto. "Hoy empieza su trabajo, ya saben cómo es esto",  indicó uno de los notables, explicando a la pareja que lo que estaban sintiendo no era algo desconocido ni propio de ellos. "Todos sentimos lo mismo en nuestro momento, en nuestro primer día", dijo uno de sus colegas, y Eduardo entendió que se había referido al debut en una nueva ocupación. El debut con un nuevo trabajo no era distinto al de la primera vez con cualquier otra cosa, especialmente lo que fuera relevante e importante. Aparecían las expectativas, temores y preocupaciones - la obsesión, o casi, por no querer cometer errores, mucho menos en el primer día, y alcanzar los logros e hitos que de uno se esperaban en un tiempo breve o muy breve - por estar frente a algo nuevo, no conocido más allá de la teoría y por relatos. Eduardo había sentido eso al empezar su trabajo en el museo de ciencias naturales, en la Tierra, y demoró alrededor de una quincena en acostumbrarse a ese puesto. Aquí, en Insulandia, se dio la misma situación. Sus primeros tiempos en el Museo Real de Arqueología, el MRA, le sirvieron para interiorizarse acerca de cómo se trabajaba allí, y más tarde tuvo su primera asignación, de la que formaron parte Isabel, Kevin y Cristal, quienes sin saberlo habían desencadenado uno de los eventos más extraordinarios de todos los tiempos, la reversión del hechizo que creaba a las almas solitarias. "No, no lo fue", discrepó Eduardo, ya trepando por la escalera caracol hacia su oficina, porque Isabel le había dicho, en tanto, además, los notables se dispersaban hacia sus respectivas oficinas, que básicamente se trató del mismo trabajo: una persona de ciencias versada en la arqueología submarina que empezaba sus obligaciones en un ámbito para el que estuvo preparándose durante años. Eduardo sabía que el trabajo era el mismo, pero a la vez diferente, algo que saltaba a la vista. Era otro mundo, otra sociedad, otra civilización y múltiples razas, todo desconocido para el hasta mediados de Enero del año pasado, y reconoció que adaptarse rápidamente se debió a que quiso causar una buena impresión a las hadas desde el primer momento... eso y que conocía el trabajo. Abriendo la puerta que conectaba la antesala con la oficina, volvió a afirmar, como lo venía haciendo desde la revelación de Biqeok, que este trabajo era distinto, una responsabilidad diferente, a lo que el hada de fuego reaccionó con la frase "Otra vez lo mismo". "Si", contestó Eduardo sentado ya en su sillón, descargando parte del contenido de su mochila, no pudiendo evadirse de esos pensamientos. Al final concluyó que debería darle tiempo al tiempo, como lo hiciera otras veces, y se dijo en su mente que era hora de empezar este trabajo, siendo lo primero repasar y ampliar la nómina. "Vas a estar bien sin mí?", se interesó (se preocupó) Isabel, para quien era también el momento de empezar sus obligaciones, en la oficina de arqueología. Eduardo contestó que si, aunque lo hizo con un tono dubitativo, por lo que le pidió que, si podía, se diera una vuelta de tanto en tanto por la dirección. "Hecho", prometió la dama, y abandonó el recinto luego del beso y el abrazo a su futuro marido.

Pero este uno de Febrero / Entoh número dos transcurrió sin una sola dificultad ni contratiempo para ambos, y al final de la jornada, a las dieciocho, Eduardo pudo aflojar las preocupaciones, dudas y tanto el como Isabel reconocieron que no fue tan soporífero como imaginaron, y que en lo sucesivo del futuro podrían incluso divertirse con sus nuevas y vitalicias responsabilidades. El Cuidador estuvo casi toda la jornada encerrado en la oficina, abandonándola apenas cuarenta minutos al mediodía, para almorzar, leyendo la nómina, concluyendo que la ampliaría en el curso de este y el siguiente mes hasta lograr que el Templo del Agua tuviera dos mil setecientos empleados, un cincuenta por ciento más que la cifra actual. Apenas tuvo dos interrupciones en las diez horas en su oficina, siendo la primera de ellas la del director de la oficina de empleo y asuntos laborales, a eso de las once y cuarto, para alcanzarle, por pedido del Cuidador, los archivos del año anterior del personal de mantenimiento. La otra interrupción fue a mitad de la tarde, cuando el personal de la oficina de arqueología e historia le reportó el hallazgo, en un punto dentro de la línea de árboles frondosos que formaban parte del perímetro, de piezas que databan de los inicios de la Guerra de los Veintiocho, perteneciente al MEU (movimiento Elemental Unido), algo que supieron por las inscripciones y emblemas grabados en las mismas piezas. “Directo al laboratorio, para los análisis”, pidió Eduardo a esos empleados, emocionado por el hallazgo. Lo registró en un libro de actas, detallando las primeras impresiones y la fecha exacta, y volvió a concentrarse en la nómina. Eso hizo hasta un cuarto de hora antes del final de la jornada, cerrando la última carpeta, decidiendo que las devolvería a la oficina correspondiente cuando se estuviera marchando del lugar grandioso. Guardó sus posesiones en la mochila, se echó esta a los hombros, tomó el bastón y fue a la antesala, en el mismo momento en que Isabel llegaba a ella.-

El primer día del hada de fuego, en cambio, transcurrió de un lado a otro en el área intelectual, donde se concentraba el grueso del trabajo de oficina en la cual había empezado a trabajar. En líneas generales, Isabel estuvo haciendo lo mismo este día que su compañero sentimental (y jefe) en la segunda quincena del mes anterior: interiorizándose acerca de sus nuevas obligaciones. Eso no hubo de demandarle grandes esfuerzos, puesto que ya tenía experiencia y conocimientos, habiendo pasado todo lo que llevaba de su edad laboral, desde que la adolescencia le cediera su espacio a la adultez, en el Museo Real de Arqueología. “Nada del otro mundo, nada que no conozca”, fue una de las frases que más dijo, junto a otras parecidas, en las diez horas que pasaron, mientras inspeccionaba las instalaciones, conocía al personal – superiores, iguales y subalternos – y adquiriendo ese poco de conocimiento que aun le faltaba, vinculado estrictamente al Templo del Agua. Su primera tarea llegó después de esos dos tercios de hora que se tomara para almorzar, habiendo tenido que supervisar la tala, llevada a cabo por dos leñadores, de tres árboles que estuvieron “muriendo lentamente” durante los últimos años, al ser asfixiados por una tenaz enredadera, que estuvieron pegados a un yacimiento arqueológico, y debía asegurarse que este no sufriera alteraciones. Faltando menos de cinco minutos para el fin de la jornada, empezó a empacar sus pertenencias, animada por escuchar a sus nuevas compañeras de trabajo darle palabras y gestos de ánimo acerca de las tres responsabilidades supremas que estaba encarando: el enlace matrimonial, el embarazo y su trabajo en el lugar grandioso.

_Al final me convencí – repitió Eduardo al estar de vuelta en La Fragua, 5-16-7 –. Esos pensamientos y preocupaciones eran producto de mi imaginación. Era el suspenso que aparece por estar frente a algo nuevo, desconocido o las dos cosas. Si en teoría todos los días de mi vida van a ser como el de hoy, no voy a tener de que alarmarme. Es cierto todo lo que me estuvieron diciendo desde que dejamos la oficina de dirección a mediados de Enero. ¿A vos qué te parece?.
_Que acertaste con lo del convencimiento – coincidió Isabel, quitándose el calzado y en preparación para un baño. El de hoy había sido un día tan húmedo y caluroso como cualquier otro. “Razón demás para que el templo haya estado lleno”, pensó, recordando como las piscinas, los espacios y cursos de agua fueron los principales puntos de reunión elegidos por los visitantes –. Ahora que pasó el primer día de trabajo, los demás nos van a resultar más llevaderos, más cómodos. A mi, al menos, porque ya estaba preparada para las tareas como la de esta jornada.

Desde la ventana, vio el estado de las obras, y advirtió que en una sola jornada los albañiles habían terminado de trabajar en el perímetro, reemplazándolo en su totalidad por tablones de madera de un metro y medio de altura por treinta centímetros de ancho por cinco de grosor, a los que unieron con varillas de metal – las hadas de las plantas se ocuparían de las enredaderas, cuando las obras hubiesen finalizado –, y construido parte de los muros del nivel superior en el cobertizo, en la parte trasera de la casa. Los obreros, antes de irse, habían dejado una nota en la que garantizaban su presencia mañana a la misma hora que hoy.
_Lo disfrutaste – advirtió Eduardo. Lo venía haciendo desde el mediodía –. Desde que estuvimos almorzando que no se te borra de la cara esa expresión de felicidad.
_Claro que lo disfruté – se emocionó la hermana de Cristal, buscando otra muda de ropa limpia en uno de los cajones de la cómoda –. Trabajar al aire libre es lo que más me gusta. Lo fue ayer, lo es hoy y lo va a ser mañana. Deberías intentarlo seguido. Así la responsabilidad de ser Cuidador no va a serte tan aburrida ni rutinaria.
_Quisiera – deseó su novio y futuro marido –, pero ese trabajo me va a mantener cada hora en esa oficina. Cuando mucho voy a salir para encontrarme con los notables, para almorzar y eso. Pero nada más.
_Todavía te faltan cosas por aprender respecto al hecho de ser Cuidador – discrepó el hada de fuego. Con la ropa limpia y una bata en sus manos, quiso completar esta conversación antes de dejar el dormitorio –. Tus tareas no se limitan a leer y firmar documentos, repasar la nómina, los archivos legales, los contables y eso. No, hay más. Parte de tu trabajo, y también el de Kevin y Lidia, consiste en recorrer cada parte del lugar grandioso, en tu caso el Templo del Agua. Ver como van las cosas, interactuar con los turistas y el personal, formar parte de los grupos que hacen cualquiera de las cosas allí, como eso que estuviste haciendo hoy. Como sos el Cuidador, tenés que dedicarle una parte de la jornada a eso. También, si quisieras, usar las piscinas para practicar deportes, los gimnasios para ejercitarte e incluso poner tus destrezas y habilidades a prueba, contra uno o más monstruos a la vez. Y hay al menos una reunión mensual conmigo, como la segunda al mando, y los dieciséis notables, para ponernos al corriente del estado del lugar grandioso, de ese lugar como un todo y de las diferentes áreas como partes del todo. Eso y lo demás seguro van a lograr que tu puesto no sea, como dije, aburrido ni rutinario.
_Eso no lo sabía., se emocionó Eduardo.
Un gesto de alegría se dibujó en su cara.
Saber que no era necesario que permaneciera en la dirección toda o casi toda la jornada era un alivio destacado. Lo animaría, de esto no cabían dudas, a encarar el trabajo de maneras más alegres, sabiendo, o conociendo, que la rutina tal vez fuera otro producto de la preocupación y las dudas por lo desconocido.
“¡Excelente!”, exclamó en su mente.
_Todos los días se aprende algo nuevo. Mirá a los notables, sino. Ninguno de ellos pasa su jornada nada más que dentro de sus oficinas – insistió Isabel, echando vistazos al exterior. Ahora que el primer día había quedado atrás, y habiendo aliviado su mente, podía dedicarle un pequeño espacio de su tiempo, en este caso el previo a darse el baño, a visualizar el terreno ya terminado y con la decoración para la boda, donde el blanco sería poco o muy poco menos que monopólico – También Nadia, Oliverio o cualquiera de los Consejeros Reales e incluso la reina Lili. Sus tareas están dentro y fuera de sus despachos.
_¿Lidia y Kevin lo sabrán?.
_Por supuesto que si. Ellos crecieron en este mundo y están al tanto de la historia de los lugares grandiosos. Las cosas no fueron diferentes, ni lo son, en el Vinhuiga ni en la Casa de la Magia, puntualmente las labores de los Cuidadores. Tu caso es otro, y fueron tus palabras. Ignoraste la existencia del Templo del Agua hasta que Kevin y la princesa Elvia te hablaron de el, cuando los tres viajaron a esa isla para conseguir las piedras oculares. Te va a demandar más tiempo que a ellos, pero al final vas a adquirir toda la información habida y por haber del lugar grandioso del que sos Cuidador – contestó la dama, y agregó, para ir cerrando el tema –. Hoy, ahora, aprendiste algo nuevo, sobre las obligaciones de los Cuidadores. Mañana, o cualquiera de los días que siguen, va a ser otra cosa.
Y se incorporó, dirigiéndose a la puerta.
_Isabel, te agradezco esas palabras. Me tranquilizaron., correspondió Eduardo, dedicándole una sonrisa.
_De nada., contestó su novia y prometida, dejando al fin el dormitorio, y al
Cuidador contemplando su bastón, teniéndolo como su última visión de ese espacio.
Sentado plácidamente en la mecedora, el experto en arqueología submarina buscaba repasar las experiencias de hoy en el Templo del Agua, sin olvidarse del hallazgo de las piezas arqueológicas, a lo que sin dudas calificó como lo más sobresaliente y llamativo de la jornada. “Excelente forma de empezar el trabajo”, opinó en silencio. Ese hallazgo sin dudas despertaría el interés de la comunidad arqueológica insular y, considerando el origen de las piezas halladas (la Guerra de los Veintiocho) y la importancia del templo, de todo el mundo.

El mes de Febrero (Entoh número uno al veintinueve, en el calendario antiguo) transcurrió fenomenalmente rápido, y cuando quisieron acordarse, ya estaban Eduardo e Isabel en Marzo. El primer día (Entoh número treinta) los recibió extremadamente felices, colmados de dicha y con grandes expectativas para el futuro. El día doce recibieron una de las cosas que más venían esperando desde mediados del mes pasado: noticias de la Casa de la Magia. Ni Kevin, su Cuidador, ni Cristal, la segunda al mando, pudieron ni quisieron resistirse a escribir una carta extensísima de diez páginas (“¡Es una redacción!”, opinaron los destinatarios al abrir el sobre) contando con todos los detalles como habían sido sus primeras tres semanas allí, en ese lugar tan aislado y lejano. Fue la reina Lili quien estuvo allí los días veinticinco y veintiséis de Febrero, para hacer su primera observación e inspeccionar las tareas iniciales en la isla; a causa de estas y del dinamismo demostrado por el primer grupo llegado allí, el día tres, el segundo y el dieciocho – dos más, un total de doscientas personas, arribarían los días nueve y veintidós de Marzo -  no dudó en afirmar que a medio plazo, o tal vez menos, la Casa de la Magia se encontraría una vez más en su época de oro. En la dos horas previas a la partida, la reina insular y su comitiva tomaron más de una centena de cartas y encomiendas que los locales, ya establecidos, quisieron hacerles llegar  a aquellos que dejaron atrás en diferentes partes del mundo, siendo, en el caso del reino archipiélago, la estatal EICOPSE (Empresa Insular de Comunicación Postal, Sociedad del Estado) la encargada de distribuirlas. Así, en la mañana del veintisiete de Febrero / Entoh número veintiocho un Jueves,  Eduardo e Isabel, que se preparaban para almorzar en el Templo del Agua, recibieron esa “redacción”. También lo hicieron Iulí, en la agencia donde trabajaba enseñando modelaje – había participado en un desfile en la primera semana, cosechando aplausos y felicitaciones – y Wilson, en el CoDeP, el Complejo Deportivo de Precisión, mientras entrenada en preparación para una competencia.  En esa extensa carta de una decena de páginas, el artesano-escultor y la médica (a su profesión se dedicaba Cristal en una improvisada salita, hasta tanto inauguraran la actual) detallaron sus primeros veintitrés días en el antiquísimo, importante e histórico lugar, describiendo como eran sus vidas y jornadas allí como individuos, como pareja y como partes del grupo de feéricos establecidos en esa isla, que recién vería culminadas todas las obras, así definió la pareja, a mediados o finales de Agosto. Kevin y Cristal también se ocuparon de dedicar un párrafo a la enorme soledad y sensación (o realidad) de aislamiento que los envolvía, igual que sus congéneres, debido a estar a semejante distancia, de varias decenas de miles de kilómetros no solo de Barraca Sola, el barrio que los vio crecer, sino también de cualquier isla u otra porción de tierra, y en cierta forma atrapados, al estar establecidas y firmes las defensas mágicas en su nuevo hogar. Para cerrar su carta, la pareja dejó una cálida y enorme felicitación a Iulí, Wilson, Eduardo e Isabel por los embarazos y, en el caso de los dos últimos, el enlace matrimonial. Las damas, en particular, se emocionaron sobre manera al saber que habían empezado con el pie derecho su nueva, vitalicia y enorme responsabilidad, y por parte de ambos dúos las respuestas no se hicieron esperar: escribieron cartas igual de extensas y las llevaron a la oficina de la empresa EICOPSE en Barraca Sola, confirmándoles el empleado que saldrían dentro de una semana, formando parte del primer envío a la Casa de la Magia. “Son excelentes noticias”, habían coincidido Isabel, sus padres y su futuro marido, cuando se reunieron a cenar en La Fragua, 5-11-8 (la casa de Iulí y Wilson) en la noche del veintisiete, sonrientes, mostrando las damas, cada una, la decena de páginas. No hacía más que aumentar la propia, la que los cuatro tenían, la dicha del artesano-escultor, el descendiente en línea directa de Ukeho, una de las hadas que fundaron la Casa de la Magia, y la médica, que nunca hubiera imaginado que el resto de su vida transcurriría en aquel lugar, como una de las máximas figuras de autoridad. Ninguno tuvo otros planes más allá de continuar viviendo y trabajando en la Ciudad Del Sol. Al final, concluyeron que estaba cumplido su deseo de arrancar de forma excelente al año diez mil doscientos cinco. “Y este año recién empieza”, comentó Eduardo durante la cena.

La suerte también sonrió al Cuidador e Isabel con otra de las tareas que más los mantuvo ocupados durante el mes de Febrero: su casa. En tiempo y forma, la media decena de albañiles completó las obras encaradas a inicios de aquel en La Fragua, 5-16-7, a lo que los residentes reaccionaron con la exclamación “¡Es magnífica!, ¡excelente!”, al volver en las últimas horas de la tarde de ese jueves cinco de Marzo / Nint número cuatro. Habían visto como esas obras avanzaban y progresaban con el correr de los veintitrés días estipulados, pero llegar una tarde-noche y encontrarlas finalizadas les produjo una enorme sensación de triunfo y alegría que se vio amplificada cuando, habiendo gratificado a los albañiles según lo convenido (a lo que se sumaron otros veinte mil soles simplemente por lo contentos que quedaron Eduardo e Isabel) y despedido de ellos, apenas pasadas las dieciocho treinta, recorrieron la casa, de esta uno a uno los puntos en que se desarrollaron las obras. Vieron el perímetro, una impecable hilera de tablones y varillas que no superaba el metro y medio de altura y las tranqueras en las dos mitades de los jardines frontales, de tres metros de uno a otro extremo y también de madera, pero de un tipo definitivamente más resistente (y eran solo dos de las obras). “Vamos a llamarla mañana”, propuso Isabel, en referencia al hada delas plantas, una experta del Consejo EMARN, que debería hacer crecer, usando sus habilidades, la parra enredadera en el nuevo perímetro, para cubrir y embellecer las varillas y los tablones, los rosales en las dos mitades del jardín delantero y otro tanto en torno al torno del ciruelo. Los caminos empedrados eran por si solos otro lujo, luego de las obras, y estaban delimitados por ladrillos (sobrantes de la construcción del nivel superior en el cobertizo) empotrados en el suelo en posición diagonal, y conducían al cobertizo, además de rodear al ciruelo y moverse junto a los tablones y varillas. “Hecho”, aceptó Eduardo, avanzando con la observación, rodeando al ciruelo, detectando otro poco de la magnificencia en ambos postes para el alumbrado artificial, las dos tomas de agua y el letrero con la dirección de la casa en los jardines delanteros

No era eso muy distinto a lo que había antes. De hecho, era exactamente lo mismo, pero todo nuevo y reluciente. Los postes serían más que nada referencias, como casi todo el alumbrado artificial, las flores elementos decorativos, además de nutritivos (las hadas adoraban el néctar) y el letrero era el indicativo de la dirección de la casa. De vuelta en el patio, se maravillaron de igual forma, al ver el excelente estado del ciruelo, el cobertizo que ahora tenía dos plantas, las flores, el nuevo perímetro y los caminos empedrados.  El toque final lo daría el hada de las plantas, cuando usara sus poderes para hacer brotar de la nada las nuevas enredaderas y las flores alrededor del tronco. La belleza del patio se completaba con el césped cortado al ras, cortesía de los trabajadores de la construcción, la ausencia total de cualquier sobrante de las obras (cascotes, piedritas, polvo, cartones...), estando estos en el contenedor, fuera de la vivienda, y los tablones en perfecta posición vertical. "De verdad que no podía haber quedado en mejor estado", todavía insistía Isabel, observando el reluciente blanco en las paredes del cobertizo, que durante la ceremonia nupcial sería usado para acopiar la comida, las bebidas u otras amenidades. Insistiendo en que su casa era una joya que se superaba asimisma en cuanto a la magnificencia - "Sobrevivió a la Gran Catástrofe, eso ya es mucho', dijo el hada de fuego - se quedaron un buen rato en el patio recostados contra una de las paredes del cuerpo principal, contemplando el nuevo paisaje, por este agradeciendo aún a los albañiles, que les permitía hacer visualizaciones definitivamente más evidentes y nítidas de como podría verse el diecinueve de Mayo / Uumsa número de y los tres o cuatro días previos a ese. En la mente de ambos fueron apareciendo uno atrás de otro los paisajes en los que dominaba el blanco. Allí estuvieron los arreglos florales, los manteles para cubrir las mesas, las sillas, el pastel, siendo este uno de los componentes principales de esta clase de eventos, la cinta con que el juez de paz envolvía las manos de los contrayentes, algo que simbolizaba la unión de aquellos (lo que más esperaban y deseaban Eduardo e Isabel) y todo cuanto formara parte de la decoración.. También, por supuesto, el vestido y los zapatos de la novia. "Hay tanto para organizar...", dijo Eduardo, sin tener la noción del tiempo, conscientes de que en setenta y tres días deberían haber resuelto todo lo que quedaba pendiente. "O sea, todo menos la locación", tradujo Isabel. La lista con los invitados aun tenía seis lugares vacíos, y dos de estos bien podrían ser los testigos, que tampoco estaban definidos; los novios confiaban poder completar esta parte durante el paseo que habían planificado para dentro de tres días, cuando, por la noche, fueran al parque La Bonita para conmigo su primer aniversario, y confiaban con que el entorno y el contexto les sirvieran como musas. "Y para reafirmar el amor que nos profesamos mutuamente", quiso añadir el Cuidador, a lo que su prometida reaccionó con aplausos y una sonrisa. "Adoro escuchar esos comentarios" - agradeció Isabel, sin dejar de permanecer recostada contra el hombro derecho de Eduardo -, "a mi corazón y mi alma le hacen muy bien, u me mantienen alegre y dichosa". Eduardo ya había advertido que la presencia constante del hada de fuego a su lado habían ejercido sobre el un profundo y gradual cambio en ese aspecto, porque antes de conocerla, rara vez había sido amigo de demostrar esos sentimientos y emociones para con las mujeres. Podía experimentarlos, de acuerdo,  pero no exteriorizarlos. Compartiendo su vida con una persona como Isabel durante el último año habían hecho que diera un giro de ciento ochenta grados, y frases como esa eran uno de los mejores ejemplos de ese cambio, de ese "nuevo Eduardo".

Marzo - Entoh número treinta a Llol número dos - también transcurrió sin que se dieran cuenta, prácticamente a la misma velocidad que el mes anterior. Eduardo e Isabel estuvieron tan ocupados con su gigantesca responsabilidad en el Templo del Agua, los preparativos para el casamiento y el embarazo del hada de fuego que difícilmente tuvieron el tiempo para prestar atención a los relojes y el calendario. De los tres, el lugar grandioso fue, por supuesto, lo que más esfuerzos les demandaran. Cincuenta y cinco horas semanales que para ellos representaron extenuantes e intensas jornadas, que a Eduardo le sirvieron para asimilar al completo lo que era, la máxima figura de autoridad allí. Fue cierto que no necesitó pasar ese tiempo encerrado en su oficina para cumplir sus obligaciones, descubriendo todo lo ciertas que fueron las palabras de Isabel, sobre que aquellas no se limitaban al nivel más alto de la torre central; así pudo encontrarle el lado  divertido el Cuidador a su trabajo, y con eso una forma de no caer en la rutina. Vio lo entretenido de ir de un punto a otro dentro del inmenso predio, conociendo esos lugares, aprendiendo e instruyéndose acerca de ellos y además interactuando con el personal y los turistas. También para determinar donde debería ponerse mayor énfasis a la hora de aplicar un mayor presupuestos e incrementar las tareas de mantenimiento y refacciones. Fuera de esas responsabilidades, las laborales, Eduardo e Isabel se mantuvieron ocupados con otros tantos de los eventos a lo largo del mes. Estuvieron los cumpleaños de Oliverio, Nadia y Lía, los días uno, once y dieciocho de Marzo - Entoh número treinta y Nint números diez y diecisiete -, siendo experiencias cien por ciento nuevas para el experto en arqueología submarina; ceremonias sencillas, sobrias y discretas que no carecieron de diversión y entretenimiento. También la ceremonia del cambio de estaciones climáticas, el verano por el otoño, el veintiuno de Marzo / Nint número veinte, que esta vez tuvo a la pareja celebrando en el Templo del Agua, porque aun siendo un día festivo no pudieron, ni quisieron, resignar sus obligaciones laborales allí. "Tenemos que dar el ejemplo", dijeron, al verlos aparecer en el umbral la mañana de ese día, un viernes, y les preguntaran por qué no se habían tomado el día libre. Tal cual lo acordaron, los días ocho y nueve de Marzo - Nint números siete y ocho - la pareja continuó haciendo reformas en su casa, cambiando las cosas de lugar en cada uno de los ambientes, de manera que pudiesen hacer espacio en todos estos, y como resultado había hoy una mayor libertad para moverse por cada uno, especialmente en esa torre de tres niveles que destinaban a su pasatiempo, la sala principal y la biblioteca. Fueron esos mismos los días en que el hada de las plantas, una experta del Consejo EMARN, estuvo en La Fragua, 5-16-7, y haciendo uso de sus prodigiosas habilidades, hizo crecer una descomunal parra, partiendo únicamente de cuatro semillas (una en cada lateral y otras dos en el vallado trasero), que en un abrir y cerrar de ojos se extendieron hasta cubrir las varillas y tablones y las paredes en ambos niveles del cobertizo, aunque en este formaron figuras bien definidas: los símbolos del agua y del fuego. Esta hada también hizo crecer los florales en torno al tronco del ciruelo, a este mismo árbol y a las plantas en los jardines delanteros, a las que a último momento decidieron los residentes cambiar por dos magníficos jazmines que ahora estaban repletos de flores blancas. "Ahora, más que nunca, podemos dedicarle todo el tiempo que queramos", dijo Isabel, consumiendo el néctar de una de las flores, en referencia al casamiento, después de despedir a la experta en el frente de la vivienda. "Empecemos hoy mismo", agregó Eduardo, sin dejar de desear resolver el tema de los testigos e invitados antes que cualquier otra cosa, entendiendo que completar la nómina de asistentes era y continuaba siendo, de todo, lo más complejo.
En lo que a sus vidas se refería, Abril - Llol número tres a Uumsa número cuatro, en el calendario antiguo - no fue diferente a Febrero y Marzo. Sus responsabilidades laborales incluyeron el primer interinato de Isabel al frente del lugar grandioso, porque Eduardo había caído víctima de la fiebre tropical y estuvo incapacitado por cinco días, entre el cinco y el diez, lo que hizo que no estuviera presente en Plaza Central el siete, para las grandiosas celebraciones del Día de la Tradición y la Cultura. Ese problema de salud, que lo mantuvo en cama con temperaturas que rondaron los cuarenta y un grados, y el interinato del hada de fuego fueron lo que hubo de destacar, logrando alterar una forma de vida que, aunque no lo quisieran, era rutinaria. También durante ese período había sido el cumpleaños de Iulí, el seis de Abril, quien, ante la ausencia (justificadísima) de su futuro yerno, por enfermedad, y de sus hijas, una de estas por hallarse a medio mundo de distancia y la otra por estar sumamente ocupada con el interinato y sus irrenunciables deberes como veladora de Eduardo, decidió que este año no haría un evento llamativo, tan propios estos de la cultura de las hadas, y en su lugar tuvo una discreta reunión en su casa (La Fragua, 5-11-8) con su marido y su grupo de mejores amigas del barrio y del instituto de modelaje. Además, madre e hija fueron juntas en la segunda semana de ese mes a la sala médica, a metros de las casas de ambas, para hacerse el necesario control ginecológico, y salieron con amplísimas sonrisas al descubrir que ni los embriones ni ellas corrían peligros. "Motivo adicional para estar felices", reaccionaron Wilson y Eduardo, al verlas salir de la sala médica, el último apenas recuperado de la fiebre tropical. Una y la otra pareja, aun con todas las obligaciones que llevaban sobre los hombros, no dejaron de pensar y concentrarse en los embarazos - supieron, con las cartas que recibieron, que Kevin y Cristal hacían exactamente lo mismo -, ese otro motivo que los tenía sonrientes y felices desde mediados de Enero. Respecto al casamiento, Eduardo e Isabel resolvieron el problema de los invitados y los testigos, lo que más esfuerzos les demandara, porque el tiempo era limitado y no fue fácil incorporar esos seis nombres que faltaban. También estuvieron en el Mercado Central Textil, el MC-T, tomándose las medidas para la confección de los trajes, indumentaria que debía ser solemne y perfecta, dado el contexto, por eso la habían encargado con tanta antelación, porque los empleados de la sastrería les dijeron que si buscaban prendas de la mejor calidad (solemnes y perfectas, habían dicho) debían darles al menos tres semanas, lo cual significaba que ambos arqueólogos recién tendrían sus pedidos el séptimo u octavo día de Mayo; y entre el catorce y el diecisiete de Abril (Llol números dieciséis a diecinueve) realizaron y completaron uno a uno los trámites requeridos por el Comité de Asuntos Familiares, el CAF. Así, finalizado el último día del cuarto mes – neo calendario -, los novios se fueron a dormir sabiendo que dentro de unas pocas horas deberían, más que nunca, poder encontrar el tiempo suficiente para combinar las habituales tareas en el Templo del Agua, que exigían lo mejor de si en cada jornada, con el control ginecológico que implicaba la emoción de conocer el sexo del bebé, y la organización del casamiento, incluido uno de sus aspectos más antiguos: Eduardo e Isabel tendrían que vivir separados en los tres días previos al diecinueve de Mayo ) Uumsa número veintitrés, lapso en el cual no podrían verse ni mantener ninguna clase de contacto, pudiendo recién estar juntos nuevamente en el momento en que la hija de Wilson e Iulí, de la mano del padrino, hiciera su aparición en el patio de La Fragua, 5-16-7. "Preparados y listos", dijeron al mismo tiempo, antes de apagar las luces y cerrar los ojos.

Y, al final, llegó el uno de Mayo / Uumsa número cinco.

_Nos pareció tan lejano en su momento., rememoró Isabel, en una de las cabeceras de la mesa.
Como todos los hábiles (hoy era jueves), la pareja desayunaba, previo a empezar su trabajo. Pero solo Eduardo iría al Templo del Agua, porque el de hoy era un día especial para su prometida. Ayer por la tarde, en el momento en que volvían a Barraca Sola, a poco de aparecer de este lado de la puerta espacial, fueron alcanzados por la modista que estaba a cargo de la confección de los trajes para el casamiento. Le había dicho a la hija de Wilson e Iulí que su vestido, "precioso" de acuerdo al pedido de la novia y las opiniones de las diseñadoras, había sido terminado y debía pasar por el comercio en el MC-T para usarlo por primera vez y comprobar que no hubiera que hacerle ninguno cambio ni retoque. Debía ir por la mañana porque, si esos trabajos eran necesarios, las modistas querrían completarlo por la tarde. "La idea es que puedas llevártelo mañana mismo", le dijo la experta, explicándole a continuación, previo a retirarse, como debía conservarlo y cuidarlo hasta la llegada de ese felicísimo día. "Bien los vale, eso no se discute", dijo, totalmente convencida, Isabel, observando a la modista alejarse por aire, a baja altura, en referencia a los seis mil cuatrocientos soles establecidos como costo de su vestido. El traje de Eduardo, con el mismo valor, ya sabían ambos, estaría listo para la mitad de la mañana del cuatro de Mayo.
_Y algo con un nivel tan alto de complejidad que nos pareció que ciento nueve días no iban a ser suficientes para los preparativos y la organización de la ceremonia - agregó Eduardo, leyendo una lista con los artículos que formaban parte de la decoración, al tiempo que desayunaba -. Sin embargo, pudimos con todo. Con nuestro casamiento, con tu inmensa carga - sonrió al señalar con la vista el vientre ya desarrollado de Isabel, quien posó allí sus manos. Haciendo eso, podía ya advertir los movimientos de la nueva vida, como también lo podía hacer cualquiera que acercara sus orejas, porque el oído y el tacto estaban mucho más desarrollados en las hadas que en los seres humanos - y muestras tareas en el Templo del Agua.
La lista incluía arreglos florales, pero no unos pocos, sino varias decenas, un total de cien, y pensaban ubicarlos por toda la vivienda. Incluían una gran variedad de flores blancas (jazmines, claveles, rosas...) y su inmensa mayoría estaría en el patio, dispuestos los arreglos, cuya cantidad de flores iba desde las cinco hasta las once unidades, contra los muros en el cuerpo principal de la casa (la estructura poligonal), aquellos ambientes con los que lindaba el patio - la torre de tres niveles, su anexo ya habilitado, una sala vacía y el cobertizo temporal - y la estructura de dos plantas al fondo del terreno, los postes para el alumnado artificial, los caminitos empedrados y el tronco del ciruelo. Además habría otros en las mesas donde se ubicarían los invitados, para la fiesta posterior al casamiento, y otro par a los lados a los lados del atrio en que los novios, sus testigos, el juez de paz y de este su asistente se convertirían en los protagonistas del evento y, por tanto, blanco de todas las miradas.
_Desafortunadamente, aún nos quedan detalles por resolver, y espero que dos semanas sean suficientes - lamentó Isabel, haciéndolo, sin embargo, con un tono de optimismo, esperanzada por tener todo listo en ese lapso -. Pasamos jornadas enteras ocupándonos de todos los preparativos, como los arreglos florales y los trajes, y sería una pena que quedara un cabo suelto. Mi vestido, por ejemplo. Por fin ese asunto concluye hoy, en unas pocas horas. No bien lo tenga en mi poder lo guardo en uno de esos cilindros que fabricaron Kevin y sus antiguos socios, y allí va a quedarse hasta el gran día.
_Y yo no voy a poder verlo? - llamó Eduardo, viendo el segundo ítem de la lista, que mencionaba la vajilla y los utensilios, piezas tan finas como inmaculadas que pensaban comprar en algún momento de esta semana. "Tiene que ser esplendoroso, cada detalle", pensó -. Ni vos el mío?. Es por la costumbre?.
_Por eso mismo - confirmó Isabel, visualizándose con el vestido y los zapatos ese día tan especial, caminando radiante de la mano del padrino hacia el atrio -, por costumbre. Las hadas creemos que las parejas, sus componentes, no pueden ver ni los trajes ni el calzado antes de ese momento, porque trae mala suerte. Más que eso, sostenemos que ese suspenso, si se lo quiere llamar así, es algo positivo, porque cuando los novios están al fin cara a cara se muestran más felices y emocionados con el evento, el casamiento, y con el futuro que les espera desde ese momento en adelante.
_Y es por lo mismo que no pueden verse ni mantener contacto de ninguna clase durante los tres días previos a la ceremonia., agregó Eduardo, pensando en ese otro aspecto del ritual del casamiento.
_Exacto – dijo su prometida, terminando el desayuno – pero va más allá. No solo no podemos vernos nosotros, sino que durante las veinticuatro horas previas al inicio de la ceremonia no podemos poner los pies en cualquier espacio cerrado o abierto de nuestra casa. O sea que el UUmsa número veintidós, o dieciocho de Mayo, tenemos que contentarnos con ver solamente la fachada. Yo, al menos. En esos tres días previos voy a vivir con mi mamá y mi papá.
Ni siquiera había tenido que pedirlo, porque Wilson e Iulí no dudaron un instante en ofrecerle la posibilidad de quedarse en su casa durante ese lapso, y eso también era parte del ritual de casamiento de las hadas. Los novios se quedaban en compañía de sus padres en las setenta y dos horas previas al inicio de la ceremonia nupcial. Ante esa ausencia, Eduardo iba a quedarse en la casa de Zümsar (avenida 29, 17-22-5), en Plaza Central. El era uno de los invitados al gran evento, y tampoco tuvo problemas en ofrecer su hogar, porque sintió que aun le debía un favor, le había salvado la vida a inicios de Diciembre, y además era muy difícil que Eduardo e Isabel no se cruzaran o se vieran, aunque fueran estas vistas fugaces, viviendo a ambos lados de la calle La Fragua.
_Desde allí voy a ir directamente, o venir, hasta aquí, a las nueve y media – comunicó Eduardo, hablando acerca del horario en que, según lo ya acordado, los invitados estarían en sus lugares, en el patio, y el juez de paz en el atrio. Las hadas empezarían a llegar a La Fragua, 5-16-7 apenas pasadas las ocho horas con treinta minutos –. Los dos, mejor dicho, el es tu testigo. Y antes de que puedas preocuparte, voy a estar bien sin tu compañía en esos tres días. ¿Y vos sin mi?.
La elección de los testigos tampoco había sido sencilla, de entre las seis posibilidades de que disponían. En los casamientos de las hadas, los testigos no podían ser parientes del novio ni de la novia, y cada uno de los contrayentes debía elegir a una persona del sexo opuesto. Isabel no necesitó pensar demasiado para elegir al comerciante de antigüedades, quien no dudó en aceptar la oferta, sintiendo que aun estaba en deuda con ambos. Eduardo, por su lado, había elegido a Lía, la Consejera de Desarrollo Comunitario y Social (DCS), con quien la unía una gran amistad  desde finales de Marzo del año pasado, hacía ya más de un año, cuando Eduardo salvara tanto su vida como la de su hijo. La lista de invitados se completaba con Lidia, la Cuidadora del Templo del Fuego, la “colega” del novio, y sus padres, Kuza y Lara, con quienes ambos contrayentes hubieron de entablar una profunda amistad desde el principio, aquel día en que se hiciera la ceremonia para presentar a los tres nuevos Cuidadores; la princesa heredera Elvia fue otra de las invitadas, una de las grandes y más sólidas amistades de Isabel y Eduardo, habiendo compartido con este último aquel peligroso viaje a la Casa de la Magia y con la novia ese lazo, la amistad, desde que Isabel era aun una nena; y Olaf, el jefe de la Guardia Real.
_Si… siempre y cuando no sean más que esos tres días. No imagino nuestra vida separados – insistió el hada de fuego, dejando su silla –. Al mismo tiempo, y esto no es en broma ni nada parecido, me gustaría tener la certeza de algo desde este momento, Eduardo, y quisiera que no contestaras con otra cosa que al verdad.
_Te lo prometo, no vamos a hablar de eso.
La transformación involuntaria de Eduardo en el megalodón.
El control mental ejercido sobre Zümsar que puso en riesgo la vida de decenas.
_¿De qué cosa?.
_De nuestros incidentes el año pasado – avisó Eduardo, insistiendo con la sinceridad en esas palabras –. Los dos concluimos que un casamiento es algo muy alegre y emocionante como para enturbiarlo con esos eventos, hablar de esos recuerdos.
El incidente del Cuidador del Templo del Agua había ocurrido el treinta y uno de Mayo /Tnirta número once, y el de Zümsar el dos de Diciembre /Nios número uno. Ambos implicaron la presencia de materiales tóxicos de origen vegetal en los hombres. Saber exactamente como habían actuado quienes lo hicieron y su motivo eran aun incógnitas y los expertos de la División de Misterios, la DM, continuaban desconcertados, tanto como las víctimas. Estas, sin embargo, habían desarrollado su propia teoría, compartiéndola entre si, aunque no con otros, por precaución. Eduardo, a los ojos de los ilios, era un monstruo a quien las hadas habían incluido en su sociedad, en el mundo y a quien hubieron de enseñarle todo tipo de artes malignas, como esos seres calificaban a las  ramas de la magia e incluso las habilidades tan características de los seres feéricos, como la telequinesia y la capacidad para volar. Y si los ilios sentían aversión por cualquiera nativo del planeta que no fueran ellos, mayor sería con respecto a alguien que “no era de este mundo”. Zümsar, por su parte, era un descendiente del conde Baqe, del reino de Nimhu, quien fuera en su momento la segunda figura de autoridad en el Movimiento Elemental Unido, el MEU. El arqueólogo urbano, consciente de que los ilios llevaban como banderas eternas el rencor, el odio, el deseo de venganza y la envidia, y que tenían además memoria selectiva, así la llamaban las hadas – únicamente se acordaban de lo que les convenía, y de los aspectos positivos de su pasado –, no dudó en hacerlos responsables de su incidente, que puso en peligro a los nagas aquel día.  Su caso, sin embargo, era distinto, ya que no tendría idea de por qué los ilios habrían querido atacar a esos seres, o, de otra forma, que habrían querido lograr con esa acción. “Borrarte del mapa”, apostó Eduardo, cuando Zümsar comento y compartió su teoría.
_Dejen que la DM se ocupe de eso – le pidió Isabel, no deseando prolongar, como cualquiera de sus congéneres, una conversación obre los ilios, y menos estando tan cerca el “gran evento” –. No fallaron hasta hoy, y no van a hacerlo con estos casos. Pueden demorar, de acuerdo Eso depende de la complejidad. Prefiero, no se… te gustan las antigüedades, concéntrense en eso. O miren y lean “Ciento Veintitrés”, algo que de seguro van a encontrar más entretenido que hablar de los ilios.
_Hecho., se entusiasmó Eduardo, sonriendo y aplaudiendo.
…antes de pronunciar la onomatopeya “¡ay!”.
_¡Lo dije en broma! – protestó el hada de fuego, después del codazo –… al final voy a terminar pensando que eso que dijo iris el día de nuestro cumpleaños es cierto.
_¿Qué cosa?.
_Todos los hombres son unos calentones.
El Cuidador sonrió.
_Dijiste cualquier cosa menos hablar de los ilios, ¿no? – se excusó Eduardo, encogiéndose de hombros. Eran las siete treinta y cinco y, dejados los utensilios en la pileta (ya los lavarían a la noche), iban ahora al dormitorio, a prepararse para dejar la casa –… en fin, ya vamos a encontrar algo. De momento me gustaría hacer un repaso de estos tres días previos. No vamos a poder vernos en ese lapso, y durante las veinticuatro horas que anteceden a nuestro casamiento  tampoco podemos hacer otra cosa respecto de esta casa que no sea ver la fachada. Y eso es algo que no logro entender… a lo mejor se me escapó algo y yo no me di cuenta.
Concentrado con la responsabilidad que era dirigir uno de los lugares grandiosos, el embarazo (o la emoción que implicaba la paternidad) y los aspectos de la boda que más esfuerzos y tiempo le demandaron, Eduardo no se había interiorizado del todo acerca de estos eventos.
_¿Qué cosa?., se interesó Isabel.
_si nosotros no podemos estar en nuestra casa, ¿cómo nos vamos a ocupar de los preparativos y la organización?.
_De eso se ocupan los invitados, siempre fue así – contestó la novia, seleccionando un calzado que le pareció liviano. Cerca suyo, el novio ya estaba listo para salir, y empacaba unas pocas de sus posesiones en la mochila –. Es una forma de rendir tributo a los contrayentes, casi tan antigua como los casamientos mismos.
La hija de Iulí y Wilson explicó, mientras se calzaba y posaba frente al espejo (tan bella como todos los días), que esta costumbre había empezado a surgir aproximadamente tres o tres y media décadas después de que las hadas instauraran este tipo de uniones,  viéndolo como una forma útil e ideal para terminar de afianzar esa institución a la que definían y tenían como uno de sus principales pilares, para grupos e individuos: la familia. No había pasado un lapso extenso para que aquellas personas que formaban parte de la ceremonia advirtieran que no debían estar allí sin más, solo por el pedido de los contrayentes. Primero surgieron los obsequios, algo que les sirviera a ambos por igual en su vida diaria – utensilios de cocina, juegos de sábanas, muebles de diverso tamaño… – y al poco tiempo algunos empezaron a creer que eso no era suficiente, hasta que, en un casamiento, a los invitados se les ocurrió la idea de dedicarse ellos mismos a la decoración y los preparativos allí donde fuera a desarrollarse el casamiento, permitiendo a los contrayentes dedicar esas veinticuatro horas previas al evento al ocio, y solo a eso. En pocos años, la costumbre fue extendiéndose y convirtiéndose, con eso, en uno de los aspectos más antiguos de este tipo de ceremonias.
_Necesito leer más sobre este tema, para estar preparado para ese gran día – advirtió Eduardo, que, bastón en mano y mochila al hombro, dejaba el dormitorio principal –. No vaya a ser cosa que estemos ene l diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés  y me equivoque en una o más cosas, no sepa que o como responder, ni que hacer y cuando. Y no te podría pedir ayuda, tampoco a los testigos ni invitados, porque sería una vergüenza y arrancaría risas… yo me reiría.
_Me parece que en ese caso no va a hacer falta que leas – dudó Isabel, que solo llevaba un bolsito con las monedas y sus efectos personales. No bien hubiera dejado el MC-T, pasaría el día con sus antiguas compañeras del museo –. Sin advertirlo estás aprendiendo cada aspecto, cada detalle, y cuando llegue ese día tan especial para nosotros la perfección va a saltar a la vista. Al final, cuando el último de los invitados haya abandonado nuestra casa vas a terminar por reírte de vos mismo y reconocer cuan errado estuviste, que eso no fue más que el temor propio de estar frente a algo desconocido, de estar llevándolo a la práctica. Eso es algo que ya hablamos, y no solo por este gran evento, sino por todo. Por el embarazo y la emoción de ser padres, por nuestras obligaciones vitalicias en el templo… y no creas que las dudas no me conciernen. Yo también las tengo.
Un último vistazo en el espejo. Estaba lista.
_¿En serio?.
_Si, en serio – insistió Isabel –. Las reacciones son las mismas ante lo que nunca hicimos. Ese aprendizaje inadvertido del que hablé fue una constante en vos de que recuperaste el conocimiento, en una de las habitaciones de esta casa, y va a serlo quien sabe por cuánto tiempo. Mi caso es distinto, por supuesto. Yo nací y crecí en este mundo, en esta sociedad. Se lo que nos espera. La boda, por ejemplo. Estuve preparada desde que me hiciste la propuesta, diría que incluso desde antes. Estuve conociendo desde mi infancia más temprana cuan importante era el matrimonio para nuestra sociedad, así que cuando estuvimos yendo a la oficina del CAF en Enero, a fines de ese mes, estuve completamente al corriente de que era lo que tenía, o teníamos, que hacer – salieron de La Fragua, 5-16-7 y se detuvieron en el acceso a la sala –, aunque, claro, quedaba pendiente la planificación. Y con eso si requerí de ayuda.
_El diario de Iulí, por ejemplo., aportó Eduardo, mirando el entorno.
Era el mismo paisaje de todas las mañanas. Transportistas y peatones en mayor o menor cantidad andaban por ese y los otros caminos, el canto de decenas de aves se hacía sentir y el calor se presentaba con su habitual rigor.
_Si, fue de gran ayuda – reconoció Isabel, volviendo a caminar. Habían querido detenerse para contemplar la fachada y visualizarla en su mente. “¿Cómo va a ser ese día?”, parecieron preguntarse en silencio –. Las experiencias de mi mamá resultaron ser toda una ayuda, como dije. Aprendí mucho con eso y reforzó mi conocimiento.
_También con el embarazo.
_También. Sus vivencias cuando nos tuvo a mi hermana y a mi son las referencias más cercanas que tengo. Con esto estoy tan preparada y lista como con lo del casamiento – pasaron por la sala médica y la vieron ingresar en un consultorio, dejando a Wilson en la entrada. Para Iulí era el momento del rutinario control ginecológico, y lo más probable era que la pareja abandonara la instalación conociendo el sexo del bebé; Isabel se haría ese mismo estudio mañana por la mañana, en la enfermería del Templo del Agua –. A medida que nos vayamos acercando al diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés, todo eso va a quedar puesto en evidencia, y también tu aprendizaje inadvertido.
_Te tomo la palabra., apostó su futuro marido, a lo que la hermana de Cristal (esta y Kevin estarían en barraca Sola dentro de diez días) le dedicó una sonrisa.

Estando ya frente a la puerta espacial se produjo la despedida, con un prolongado abrazo y el acostumbrado beso, la demostración que llevaban a la práctica cuando el Cuidador entraba a su oficina y su prometida se marchaba rumbo a l oficina de arqueología e historia. Eduardo vio como se perdía lentamente entre la distancia y las copas, volteando Isabel de a ratos para seguir saludando con los brazos y las manos, e ingresó al marco, tras echar una moneda de cien soles al cántaro. “¿Seguro que no es una estatua?”, se preguntó, en referencia al arquero que había a un lado del marco, arrancando risas por parte del trío de hadas con quienes se cruzó en el instante previo a desaparecer. Brevísimos segundos después tuvo la deslumbrante silueta del lugar grandioso a la vista y a los notables que lo esperaban en el acceso, como lo hacían a diario. Los alcanzó y saludó, a la vez que cruzaban el umbral, dando inicio a la jornada laboral, y cada uno se dispersaba rumbo a sus respectivas oficinas. “Me gusta este trabajo”, hacía aceptado, al final, el experto en arqueología submarina.



FIN



--- CLAUDIO ---

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