Pasado
el primer cuarto de hora en la oficina, lapso que usaron para llenar con sus
datos personales e información relevante una serie de documentos legales con
casilleros e indicaciones en ambas carillas, el empleado del CAF leyó en voz
alta lo consignado, puso el sello legal y estampó su firma al pie de la séptima
y última página, justo al lado de donde lo hicieran los solicitantes. Acto seguido,
guardó los documentos en un archivero atestado con otros papeles de la misma
especialidad (casamientos), puso las monedas que le diera la pareja en un
frasco de vidrio y tomó un libro de anotaciones y un almanaque, buscando una
fecha que le fuera cómoda a Eduardo e Isabel, que le pidieron una que no fuera
tan cercana, para que tuvieran el suficiente tiempo para la organización y los
preparativos. Al final, habiendo pasado algunas páginas del libro, el empleado
ubicó una fecha disponible, que creyó era la que necesitaba la pareja, y les
dijo "Esta les parece bien, es la correcta?". Los interesados
miraron, y viéndose entre si para demostrar que era la indicada, contestaron
que si al empleado de la CAF, que apuntó el evento para ese momento. "Eso
fue todo?", se extrañó el Cuidador, frotándose el anillo de compromiso,
mientras salía de la oficina, entre palabras de felicitaciones y aliento por
parte de las hadas. "Esperabas otra cosa, algo más solemne, tal
vez?", inquirió su prometida, también acreedora de esos saludos. "La
verdad es que si", reconoció Eduardo, y dispuso del tiempo que les demandó
volver a su casa (no se cruzaron con Iulí y Wilson en ningún momento) para
explicarle como era el mismo trámite en su lugar natal. "Acá es más sencillo
y menos burocrático", dijo Isabel, ya estando en la sala, donde revolvió
el contenido de un armario hasta dar con lo que buscaba. Un calendario editado
por el Consejo EMARN con ilustraciones de los trece paisajes más
característicos insulares, distintivos de este país en el mundo, dispuestos los
días en el calendario antiguo. "Lo complejo no es pedir una fecha, sino
los preparativos", agregó, tomando una pluma y trazando una línea azul en
torno a la fecha designada, sonriendo al saber que el matrimonio sería un hecho
dentro de casi ciento nueve días, no pudiendo ni queriendo contenerse y
dibujando un corazón junto a esa fecha.
Eduardo
e Isabel iban a casarse a las nueve horas con cincuenta y cinco minutos del
diecinueve de Mayo, o, en el calendario antiguo, Uumsa número veintitrés.
Cuando
se sentaron alrededor de la mesa, lo hicieron sin arrepentirse de lo dicho al
empleado del CAF, respecto de la fecha, aunque ninguno borró del todo su
escepticismo con respecto a algunos detalles de los preparativos. Isabel dijo,
y Eduardo estuvo de acuerdo, que lo primero y principal que debían resolver
era, ahora que tenían el horario y la fecha, el lugar, que teniendo a este les
sería más fácil proceder con lo demás. Y para esto tendrían que hacer
reservaciones y llenar otro tanto de papeles y formularios, siendo diferente la
cantidad según el lugar que eligieran. Aunque no lo descartaron del todo, la
idea de llevar a cabo la boda en el parque La Bonita había caído ante otras
posibilidades tanto o más tentadoras, y de persistir, de volver a figurar coma
primera opción, deberían pedir un permiso a la Dirección se Espacios Públicos,
el organismo del Consejo de Parques Reales que se ocupaba del mantenimiento y
administración del parque. Otras de las posibilidades, las que estuvieron dando
una y otra vuelta en la mente de ambos, compitiendo entre sí para ver cuál
prevalecía, desde los tiempos inmediatamente posteriores a la propuesta de
Eduardo aquella noche difícil, la de la Gran Catástrofe, fueron o continuaban
siendo aquellos más importantes para la pareja, los que visitaban con más
frecuencia y marcaban su vida a diario. Descartada, una de las primeras fue la
estructura que daba nombre al barrio donde vivían, porque no podían suspenderse
sus funciones como centro de acopio y redistribución de mercancías, y con el
constante movimiento de estas, de los obreros y los transportes sería
"inapropiado" para llevar a cabo esa ceremonia, a la que rara vez un
hadas repetía dos o más veces (las estimaciones del CAF sugerían un caso en más
de medio millón de individuos), porque los matrimonios duraban para siempre y ningún hombre ni ninguna mujer
sentía que quería faltarle a la fidelidad jurada a su alma gemela casándose
nuevamente. Así lo veían casi todos los seres feéricos, para quienes la
fidelidad se prolongaba aún después del fallecimiento de uno de los componentes
del matrimonio, durando tanto como la misma vida del viudo o la viuda.
"Una opción menos", había dicho en su momento Eduardo, a lo que
Isabel ratificó con su lamento "Lástima, parecía buena". Otras posibilidades
había sido la sede social del club Kilómetro Treinta y Ocho, un privilegio que
tenían sus socios, y Eduardo lo era, el salón de bailes cercanía su casa, en
cuyo caso únicamente habría que reordenar el mobiliario por unas pocas horas,
mientras se desarrollara la ceremonia; la plaza pública principal de Barraca
Sola, para lo cual deberían desviar todo el tráfico de peatones y de
transportes, además de establecer un perímetro; y el salón en el Castillo Real
idea reservado exclusivamente para esta clase de eventos familiares (ya se
había confirmado que la reina Lili y el príncipe Elías se casarían en ese
lugar, en Abril). Pensaron Eduardo e Isabel que esas cuatro, como otro tanto de
las opciones, bien podrían descartarse, o no, dependiendo de dos factores igual
de complejos e importantes: la cantidad total de invitados, que no había la
pareja considerado, y cuan grandiosa y memorable deseaban ellos que fuera la
ceremonia nupcial. "De momento que sigan en nuestra mente",
prefirieron, estando tan concentrados desde que volvieron a su casa que no
advirtieron como pasaron los minutos uno tras otro hasta llegar las dieciocho
treinta, no habiendo reparado en ello de no ser porque los suaves golpes al
otro lado de la puerta los hicieron reaccionar y volver a la realidad. Wilson e
Iulí entraron, a la indicación de los anfitriones, que todavía pensaban en las
posibilidades, que llegaban a tres docenas. Lo primero que hicieron los recién
llegados fue felicitar a los locales, con la misma calidez e intensidad de
aquella noche en que Isabel hiciera el maravilloso anuncio. "Los dos
estamos orgullosos", dijo Wilson, hablando también por su eterna
compañera, que a su vez añadió". El paso que dieron fue el más importante,
no lo duden". Los padres vieron la fecha enmarcada con un corazón en el
calendario, que Isabel había dejado sobre la mesa, y la lista con los
potenciales lugares, tres de los cuales, al haber sido descartados, por uno o
más motivos, estaban tachados con tinta azul. Fue Wilson quien hizo reír a los
anfitriones, al sugerirles que contemplaran otra posibilidad, una que no
figuraba en esa lista. Su propia casa, para estrenar con esa tan solemne
ceremonia las obras que estaban empezando a encarar. Isabel tuvo que cubriese
la boca, porque en ella la risa fue más evidente, y dijo "Es un tema
serio" a su padre, antes de recuperar la compostura, o creyendo haberla
recuperado, y decirle, también a su madre, que si lo que buscaban era que la
boda fuera un evento grandioso y solemne que quedara grabado en su memoria para
siempre, lo último que necesitaban era la obra en construcción a medio
terminar, con los materiales y herramientas dispersas en el suelo, y el
consecuente desorden. "Lo dije en serio", insistió Wilson, ofreciendo
como argumento para defender esa posibilidad el hecho de que la pareja no
debería pasar un lapso de tiempo determinado haciendo uno y otro trámite para
conseguir permisos y o, ni tendrían que ponerse en gastos a consecuencia de
eso. Iulí expuso luego su propio argumento, diciendo a su hija y su futuro
yerno que era una tradición antiquísima que aún practicaba la mayoría de los
seres feéricos; los casamientos, así como otras ceremonias familiares -
cumpleaños, nacimientos, la llegada a la mayoría de edad legal... incluso los
funerales, antes de trasladar los restos - solían hacerse en el lugar de
residencia de los protagonistas. "Creo que el espacio físico, de última,
va a depender de la cantidad de invitados", interpretó Eduardo, que hasta
ahora no había pensado en esa parte, en cuánta gente invitarían al evento
grandioso, en quien parecieron influir, o empezar a hacerlo, los argumentos de
los padres de la novia. Isabel, callada, intentó visualizar en su mente ese
postulado, ponerse en su lugar para ver cómo sería el evento más importante de su
vida llevándose a cabo en el patio, reconociendo en silencio que le estaba
demandando un esfuerzo superior, y sin reparar en la frase "Tiempo al
tiempo", que tantas veces escuchara desde inicios de este mes. Si accedía
a lo que, consideraba, era una broma de su padre, las obras tendrían que
terminar al menos una quincena antes del diecinueve de Mayo / Uumsa número
veintitrés, porque ese, creyó ella, era el tiempo que iba a demandarles aplicar
cada aspecto de los preparativos y la organización, lo cual, llegado ya el fin
de las obras, deberían tener totalmente resuelto, sin ningún cabo suelto, sin
nada librado al azar. "Tres meses para empezar, seguir y terminar las
obras, debería alcanzar y sobrar ese lapso", aportó Eduardo, a quien,
pasados unos pocos minutos desde que su suegro lo sugirieron, no le pareció un
imposible. A fuerza de sacrificios, voluntad y méritos, su prometida y el
alcanzaron durante el año pasado la prosperidad económica que no les impediría
hoy, a raíz de su enlace, acelerar las obras, contratando la suficiente mano de
obra, debiendo para eso retomar la idea de publicar avisos en las oficinas del
Consejo IO, en el MC-C e incluso en la vía pública. Pensó que tal vez cuatro o
cinco obreros allí, trabajando ocho horas diarias de lunes a viernes sería lo
necesario como para que, llegados los últimos días de Abril y los primeros de
Mayo, quedarán listas todas las obras, todos los proyectos. "Necesito
pensarlo bien antes de contestar que sí o que no", dijo Isabel, notando
como su novio ya había sido absorbido por la idea de Wilson e Iulí, a lo que
los tres le pidieron que no demorara y mostrara celeridad, porque de esto
dependía todo lo demás, sabiendo que los preparativos y la organización de un
evento como este no podían resolverse en tres o cuatro días. Además, en su caso
y el de Eduardo, debían no solo ocuparse de ese glorioso día, sino de sus
obligaciones en el Templo del Agua, a las que no pocas veces comparaban, por la
responsabilidad y la importancia, con el trabajo de los Consejeros Reales, y el
embarazo. Respecto a este, podrían determinar el sexo del bebé con los estudios
ginecológicos, casi para los días inmediatamente previos al del casamiento.
"Las dos cosas me emocionan mucho, y una no opaca a la otra",
declaró, leyendo varias veces las posibilidades, la lista con los potenciales
lugares para llevar a cabo la boda, pensando que al hacerlo se podría decidir
por la respuesta definitiva que le reclamaban su prometido y sus padres. Al
final, pidió que fueran a ver el patio, creyendo que al hacerlo tendría una
idea más clara de cómo podría verse de aquí a finales de Mayo, ante la idea de
sus padres. "Es un ejercicio" - dijo -, "estoy suponiendo que ya
contesté afirmativamente y quiero tener una idea concreta". Iulí y Wilson,
mirándose entre si y sonriendo, creyendo que al fin el escepticismo de su hija
desaparecería, la secundaron, y Eduardo cerró la marcha. Vieron el paisaje
típico de las últimas cuatro horas del día, caminaron unos pocos pasos y
contemplaron la escena, Isabel haciéndolo con mayores detalles y
cuidadosamente, procurando evadirse de los sonidos y voces más distantes o
menos; cruzando los brazos, erguida, dio varias vueltas sobre su eje,
contemplando todo cuanto la rodeaba, enfocando un particular interés en aquello
que pudiera pasar inadvertido a causa de su significancia. También, como lo
hacían su novio y sus padres, imaginaba ese mismo lugar en caso de que aceptara
llevar a cabo la boda allí. Pensaba en cuál sería la mejor ubicación para los
contrayentes y sus testigos, el juez de paz (un funcionario designado por el
CAF) y los invitados, el mobiliario y todo cuanto formara parte de los
preparativos, como la decoración, las comidas y bebidas, el musiquero, un lugar
apropiado para los obsequios y la mesa junto con las sillas, porque, era
costumbre antiquísima de las hadas, la ceremonia nupcial incluía un gran
festejo del que formaban parte todos los presentes, y que tenía a los
protagonistas ocupando las cabeceras de la mesa. "Está bien, acepto",
accedió finalmente a las palabras de sus padres y su prometido. Hasta último
momento estuvo luchando por no ceder a ellas, por considerar que su casa, con
el espacio limitado, el cual implicaría la cifra acotada de invitados, y las
condiciones de este, con una obra ya empezada, no era el mejor lugar para
llevar a cabo el evento grandioso. Al final lo hizo, porque por un instante
pudo visualizar la decoración y los preparativos dispuestos con toda la
pulcritud, engalanado la propiedad, tal cual lo imaginara, no esta casa sino el
lugar de la boda, numerosas veces desde que Eduardo le hiciera la propuesta.
Iulí y Wilson aplaudieron para celebrar la decisión de su hija, advirtiendo así
que esta conservaba una de las tradiciones más antiguas de las hadas, y
recordando como a ellos mismos sus padres, los abuelos maternos y paternos de
Isabel y Cristal, hoy fallecidos, también contrajeron matrimonio en sus casas,
en los terrenos adyacentes a estas. Volviendo ya a la sala, insistieron en que,
llegado ese día, toda la propiedad quedaría de punta en blanco, lista y con las
obras finalizadas.
La
cena - jugo de naranja y pastas para cuatro -, al amparo de la tranquilidad en
la sala les proporcionaba ese entorno ya conocido, con música folclórica como
fondo y la iluminación adecuada, los anfitriones y huéspedes no dejaron de
pensar en y ultimar los detalles con respecto a La Fragua, 5-16-7, con la
intención, como dijeran (y se prometieran) desde que Wilson hiciera la
sugerencia, de no dejar librado al azar ni siquiera el detalle más
insignificante. Isabel completó su visión de las obras ya finalizadas, y
teniendo ese panorama impecable, los cuatro pudieron empezar a imaginar la
disposición de todos los elementos y participantes de la ceremonia nupcial.
Ninguno puso objeciones a la propuesta del novio de trasladar temporalmente,
dos o tres días antes del gran evento, todo cuanto hubiera en el ambiente usado
como cobertizo para hacer acopio de la comida y las bebidas, que por supuesto,
como la situación lo ameritaba, serían abundantes en esa jornada. "Un
problema menos", coincidieron Isabel y sus padres tomando notas de todo en
la mente. A la pregunta de Eduardo, posterior a la ingesta de otro bocado,
sobre las agencias de eventos y otras especializadas en la organización de
casamientos, su prometida le dijo que tales empresas no existían en este mundo
- ya había el novio hablado sobre ellas a las hadas con quienes estaba
compartiendo la mesa -, que eran los protagonistas de las ceremonias nupciales
y sus parientes quienes se ocupaban de esas labores, porque nadie mejor que
ellos para decidir cuáles cosas preferían para organizar ese evento grandioso.
"Nadie nos conoce mejor que nosotros", sintetizó Iulí, recordando
cómo había sido su boda, como ella, Wilson (su "alma gemela") y los familiares
de ambos estuvieron al frente de todo desde el mismo instante en que el padre
de las hermanas, ramo de rosas blancas en mano, se presentara ante el hada de
la belleza y le hiciera la propuesta. "De ese día aún me acuerdo, y con
casi todos los detalles", revivió Wilson la ceremonia, cerrando los ojos
para buscar la concentración. Esa misma noche, el e Iulí, hijos únicos, habían
organizado una cena con sus padres en la periferia de la Ciudad Del Sol, en la
misma casa (y en la misma sala) en que estaban ahora con su hija mayor y de
esta su prometido, y las opiniones y reacciones aquella noche ya lejana en el
tiempo fueron casi iguales en su totalidad a las de ahora. Desde el primer
instante, los padres de uno comprendieron que la otra persona era la pareja
perfecta e ideal para su descendencia, no por la situación económica, sino por
la pureza de sus sentimientos, su alma y la ausencia total de maldad y
negatividad. Ahora había pasado exactamente lo mismo, venía pasando desde que
Eduardo estuviera por primera vez, en Marzo pasado, en el Banco Real de
Insulandia. Desde ese día, Wilson e Iulí vieron en el hombre, de la misma
profesión que su hija, al compañero perfecto para ella, detectando lo mismo en
Kevin para Cristal, observando que no tenía el mínimo indicio siquiera de todo
aquello que desaprobaban las hadas - egoísmo, avaricia, mezquindad, mala
predisposición... -. No dudaron en que Eduardo y Kevin jamás harían sufrir ni
sentir desdichadas a las hermanas ni en verlos ellos mismos como amigos. Más
que eso, como quedara demostrado esa misma jornada, como familia. Tal cual lo
explicaran numerosas oportunidades, esa pertenencia no tenía por qué limitarse
a los lazos parentales y la sangre, que los grandes amigos podían considerarse
como familia entre si y por los demás. "Nosotros e Iris somos una prueba
de eso", dijo Wilson, cruzando los cubiertos sobre el plato, terminada la
cena. "Dentro y fuera del reino, una de las más conocidas, por lo que
fuimos", agregó Iulí, imitando los gestos de su marido, sabiendo que ellos
y la princesa, por ser quienes eran, o quienes fueron, las únicas almas
solitarias en el suelo insular, debían permanecer juntos, conviviendo e
interactuando constantemente. Así fue que dividieron sus palabras y
pensamientos entre las definiciones de familia y lo que estos grupos
significaban para las hadas, uno de los pilares fundamentales de su sociedad y
su civilización, y el casamiento de Eduardo e Isabel. Convinieron en que lo
prioritario era esta casa, el lugar donde lo llevarían a cabo, y allí
estuvieron dirigidos cada uno de sus pensamientos y sus palabras. Aun cuando
los padres de la novia estuvieran saliendo de La Fragua, 5-16-7, unos minutos
pasados de las veintidós, continuaron los cuatro hablando de eso, no solo de
las obras a empezar con efecto inmediato, sino también de la estructura
poligonal, de dejarla en impecables condiciones, quitando todo rastro de
desaseo y deterioro (hicieron algo parecido no hacía mucho) en todos los
ambientes y pasillos. "Tenemos que lograr que ese día no desaparezca se
nuestra memoria", dijo Isabel, con una determinación absoluta, observando
a sus padres entrar a su casa al otro lado de la calle (La Fragua, 5-11-8),
dando por terminado el tema de la locación y los preparativos, aunque solo por
hoy, pensando que el maravilloso evento sería, lo sabía ella tanto como
Eduardo,, uno con estado público inmediato. Los dos eran personas famosas, y
por eso cualquier cosa que hicieran, o al menos la inmensa mayoría, figurarían
en los medios gráficos y los comentarios. Por quienes fueron, eran y lo que
hacían, a lo que se tenía como un gigantesco aporte a la sociedad, la cultura y
la historia (la dirección y vice dirección del Templo del Agua) era habitual
que aquello pasara, y el casamiento no pasaría inadvertido, sobre todo desde
que los novios fueran vistos por las hadas entrar a la oficina del Comité de
Asuntos Familiares y eligieran una ventanilla específica. "De milagro allí
no estuvieron los amarillistas", se alegraron, durante el viaje de vuelta
a la periferia.
La
mente de ambos no dejó de trabajar ni cuando estuvieron acostados y a oscuras
(ni siquiera cuando estuvieron "ocupados íntimamente"), ya tratando
de relajarse y dormir. No con el nivel e intensidad que demostraran más
temprano, pero siguieron pensando en el evento. Habiendo repasado, esta vez de
forma breve, el factor locación, cerraron los ojos, se durmieron tomados de la
mano y sonrientes, en el completo conocimiento de que habían dado los dos
máximos pasos que las parejas podían dar para demostrar el amor que sus miembros
se profesaban mutuamente: la nueva vida que había empezado a gestarse en el
vientre de Isabel a finales de la primera quincena del mes (el fruto del amor y
la continuidad por otra generación de ese grupo familiar) y el casamiento.
"Hay otras maneras mejores que esas?", había llamado Isabel luego de
apagar las luces, de manera que la única fuente de iluminación dentro del
dormitorio fue el extremo de los cigarrillos. Su novio y futuro marido contestó
que no las había. "Al menos, no las conozco", agregó, consciente de
lo mucho que quería y amaba a Isabel, hoy tanto como ayer, como todos los días
desde que la viera por primera vez y conociera aquella tarde de Marzo pasado.
Este fue un caso de amor a primera vista y no dejaban pasar ninguna oportunidad
de demostrarlo y reafirmarlo. Los besos, las caricias, los abrazos, el hecho de
ir tomados de la mano o de los brazos, obsequios que uno le hacía al otro con
total atino en las preferencias y otras tantas demostraciones, además de ser
cosas de todos los días, obligaban a los novios a pensar y afirmar una y otra
vez que eran las dos mitades del todo y que bajo ninguna circunstancia podían
imaginar, como ya lo plantearan en sus conversaciones respecto a los temas
relacionados directa e indirectamente con el amor - la fuerza más poderosa de
todas -, como serían sus vidas si hubiera habido otra historia desde aquel día
de Enero pasado. No tenían respuestas a las posibilidades alternas, ajenas
totalmente a lo que hubo de ocurrir: el punto de partida de la mejor etapa,
hasta ahora, en la vida de los dos. Junto, como amigos, y un día después, como
novios, habiendo descubierto lo que era esa fuerza tan poderosa y misteriosa.
Así,
pasaron seis horas exactas antes que los componentes de la pareja abrieran
nuevamente los ojos e iniciaran sus andanzas en el último día del mes, el
primero del segundo en el calendario antiguo. Antes que llegaran las cinco y
media, Eduardo e Isabel estuvieron de pie, vestidos y calzados (se cambiarían e
higienizarían antes de salir), dejaron en orden la habitación y, ya en la
cocina, prepararon el desayuno. "Lo de todos los días", comentó
Eduardo, vertiendo el agua hirviendo en el par de tazas, tan convencido como su
compañera de que debían encontrar una manera o varias para romper esa rutina,
antes que abarcara otro aspecto de la convivencia dentro y fuera de la
vivienda. "Hasta el paisaje en este momento del día", añadió Isabel,
echando un vistazo por la ventana. Aún no había salido el Astro Rey y el ruido
era el habitual para los últimos instantes de la madrugada: el canto de los
pájaros, las voces y pasos, inferiores en número, de los individuos que
hubieron de salir a divertirse desde ayer a la noche, adolescentes y adultos
muy jóvenes en su mayoría, algún que otro transporte andando en solitario por
la calle La Fragua, un grupo de vampiros que había dado por concluida su
actividad nocturna, el globo que en cuestión de segundos quedara estático e
inmóvil en el aire, y los primeros vendedores ambulantes del día. Sus destinos
inmediatos eran el Mercado Central de la Construcción, cuyo nuevo horario
laboral, desde las cinco y media hasta las diecinueve y media, dos jornadas de
siete horas, había sido puesto en vigencia el segundo día hábil del año, y el
Consejo de Infraestructura y Obras, en una de las torres del Castillo Real. En
lo que demoraban preparando el desayuno, convinieron la contratación de cinco
albañiles, la cifra que creyeron correcta para que las obras quedasen completas
antes del diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés. Acordaron para cada uno
una paga de quinientos soles, veinticinco por ciento más que el piso que
establecía la ley para las contrataciones particulares de trabajadores del
sector de la construcción. Siendo ambos personas adineradas, no tuvieron ni
tendrían problemas en invertir todo cuanto fuera necesario para dejar su casa,
las obras en esta, concluidas en la mayor brevedad posible. Isabel le explicó a
su novio que en uno y otro lugar de destino no tenían más que ir a las oficinas
de recepción de avisos, donde les tomarían los pedidos, publicarían en el
boletín y dejarían las copias en el pizarrón con los anuncios. "En total,
entre ambos lugares, ciento cincuenta soles", contestó el hada de fuego,
cuando Eduardo le preguntara por el costo de las publicaciones. Si había
suerte, pensaban, podrían contratar esta mañana a los obreros de la
construcción y estos empezarían mañana temprano sus labores. Aunque buscarían
descansar, no dejaron de pensar en lo difícil que les sería eso: quedaban los
demás elementos de la ceremonia para resolver, como la organización y los
preparativos y la lista de invitados, la cual, hicieron un cálculo rápido, no
podría ser superior a la decena de personas, cuando mucho, haciendo el
suficiente espacio, doce. Tampoco les sería fácil decidir cuáles serían los
otros seis u ocho, porque cuatro de ellos eran sus parientes (Wilson, Iulí,
Kevin y Cristal). Y no solo debían dedicarle tiempo y esfuerzos a ese gran
evento, sino también a sus obligaciones en el Templo del Agua y el embarazo.
"De manera que mejor no nos ilusionemos mucho con descansar",
prefirió Eduardo, cuando estuvieron ya saliendo de La Fragua, 5-16-7.
"Estoy de acuerdo", coincidió Isabel.
No volvieron a su casa sino hasta las
diecisiete, pues durante toda la mañana y la tarde se divirtieron paseando por
la zona histórica de Plaza Central. "Donde empezó el reino de Insulandia,
su historia... nuestra historia", dijo Isabel, leyendo tal cual la
inscripción en una placa que pusieran en la mañana de ayer en la base del reloj
de péndulo. Este barrio era el único que superaba la décima parte de millón de
habitantes, siendo su cifra cien mil novecientos veinte, según el último censo,
y se extendía por toda la zona céntrica de la capital, abarcando todos los
puntos cardinales. En el habla un movimiento al menos cuatro y media veces
mayor al de cualquiera de los otros barrios, sobre todo los periféricos.
Turistas, ejecutivos, comerciantes, oficinistas, transportistas y todos cuantos
estaban por allí formaban una verdadera marea de gente en movimiento, prestando
su parte a este individuos de otras especies elementales que le otorgaban,
además, la característica mezcla de culturas tan propia de este y todos los
países del mundo. Esas masas colmaban la mayoría de los espacios públicos,
dedicándose a numerosas formas de entretenimiento, siendo las principales de
estas los pic-nics y los juegos de mesa, dominando entre estos el ajedrez, las
barajas y las damas. También los museos, salones de exposiciones, el Castillo
Real, los clubes sociales, centros culturales, los teatros y otros lugares de
concurrencia masiva estaban colmados de visitantes. "Eso también lo
conozco, lo veía a diario en la Tierra", comunicó Eduardo a su prometida,
en referencia a los transportes estacionados a uno u otro lado de los caminos,
porque sus conductores y acompañantes descargaban toda clase de mercancías en
los comercios. Igual de conocidas y habituales le resultaron las cuadrillas de
higiene, mantenimiento y limpieza, del Consejo EMARN (Ecológica, Medio Ambiente
y Recursos Naturales) y la empresa pública CONLISE (Conserve Limpio Insulandia,
Sociedad del Estado), ocupándose, como todos los días, de mantener las
altísimas condiciones ambientales y sanitarias de la ciudad y esa bandera que
tanto defendían las hadas, la conciencia ecológica; los empleados de ambos
organismos, con sus overoles celestes y rosas dependiendo del sexo, se ganaban
aplausos y felicitaciones a diario por este enorme servicio que prestaban al
país y a la sociedad. "Eso seguro que también lo viste, y posiblemente
cada día", agregó Isabel, combinando las palabras con un gruñido
preventivo, señalando un punto delante de ellos, a un lado del camino, donde
dos mujeres de mala nota, con escotes muy pronunciados y minifaldas minísimas
aguardaban a sus potenciales clientes (cualquiera de los hombres que pasaba por
allí podría serlo) en el frente de un albergue transitorio. "En realidad,
no me molestan, no podrían hacerlo", explicó, viendo como un hombre no
mayor que ella y Eduardo se detenía allí y entablaba las primeras palabras,
porque las mujeres públicas - prostitutas, mujeres públicas, de mala nota,
suripantas, perdidas... había más de cincuenta sinónimos - representaban una
parte muy arraigada e incuestionable, además de irrenunciable, de la cultura y
la sociedad de las hadas. Aclarando que de ningún modo se refería a Eduardo
(aunque no hizo falta, quiso hacerlo), dijo que lo que no aprobaba era a los
hombres casados o comprometidos, ni siquiera a los que estaban de novios,
contratando los servicios de las mujeres que elegían esta profesión. Tampoco
faltaron en este paseo, como en ninguno de los anteriores, los menores de edad
de ambos sexos dedicándose a sus entrenamientos preferidos, dominando los
juegos con una pelota en el masculino y las muñecas en el femenino, ni los
adolescentes, también de uno y otro sexo, pero ocupados en asuntos propios de
gente desde los trece o catorce años hasta los diecisiete. "Hablando de
similitudes con la Tierra", reaccionó el Cuidador del Templo del Agua, sin
omitir en este paseo las señales que evidenciaban el costoso y complejo proceso
de urbanización de la Ciudad Del Sol, puntualmente el principal de sus barrios.
Allí estaban los postes para el alumbrado público, instalados justo en el
centro de las esquinas y otros pocos en el frente de algunas construcciones,
instalados más por funciones de referencia que para iluminar, porque las hadas
podían ver en la oscuridad; los carteles que mostraban el nombre de los
caminos, junto al número de barrio y el de cada bloque, figurando la nomenclatura
completa en las placas puestas en el frente de esas estructuras; las obras en
construcción, unas cien, de diversa magnitud, en ese barrio, siguiendo el
esquema de urbanización en espiral, el mismo que seguían esas otras obras que
apuntaban al loteo, en cuatrocientas parcelas, los once bloques baldíos más
próximos a la plaza central ( el casco histórico y urbano); las tareas de
mantenimiento en la red de caminos y los drenajes, así como su ampliación; y
las estructuras que desde mediados del siguiente mes habrían de ser usadas para
otro de esos proyectos gigantescos en los que se trabajaba desde la función
pública, algo que haría que Eduardo hallara otro punto en común entre las hadas
y los humanos. "Vías férreas", reaccionó, al ver a tres operarios
instalando un riel en el suelo. "Eso es nuevo para nosotros", comentó
Isabel, observando el cruce de las vías con la calle Las Dalias - el comercio
de antigüedades de Zümsar estaba a menos de doscientos metros -, y remitiendo
su memoria a un artículo publicado en la última edición de El Heraldo Insular,
que mencionaba este aspecto de las obras. Todavía viendo a los trabajadores
instalando los relucientes rieles, había leído que las tareas iban a terminar a
finales de año, y entonces habría un tendido de trescientos kilómetros en
dirección al suroeste, y eso daría nacimiento a la empresa EFEI, la
"Empresa de Ferrocarriles del Estado Insular". La Ciudad Del Sol
había pasado los últimos años dando un paso atrás de otro en su carrera para
convertirse en lo que actualmente era: una ciudad pujante en todos los aspectos
- comercio, industria, economía... - que había terminado convirtiéndose en una
de las capitales más importantes del planeta, la más poblada del continente,
con más de quinientos treinta y cinco mil habitantes, y la cuarta a nivel
mundial. "Y es solo la ciudad, todo el reino está bajo el proceso de
urbanización", complementó Isabel, deteniéndose, unos pocos segundos, en
el comercio de antigüedades, donde vieron a su propietario acomodando unos
cuantos artículos en uno de los anaqueles. "Me encantan las personas que
se dedican a esto", dijo el hada de fuego, luego de los saludos formales,
mirando la impresionante variedad de artículos que atestaban en el comercio.
"Yo lo llevé al nivel máximo", contestó Zümsar, ofreciendo a las
visitas un aperitivo, refiriéndose al hecho de ganarse la vida restaurando y
comerciando antigüedades. “Y estás prosperando", observó Eduardo,
detectando que ahora había ocho empleados.
"Lo vengo haciendo desde mediados de Abril del año pasado",
explicó Zümsar, señalando una foto detrás del mostrador, en la que aparecía
junto a su familia, fallecida esta durante la Gran Catástrofe, y agregando que
en homenaje a ellos había duplicado y triplicado sus esfuerzos económicos,
físicos y psíquicos para hacer progresar a esos niveles al comercio. En este
transcurrieron las dos últimas horas de Eduardo e Isabel fuera de su casa.
Pusieron a su amigo al tanto de las enormes obligaciones en el Templo del Agua,
a lo que el hada del rayo intentó imaginar cómo sería llevar de por vida
semejante responsabilidad, y de su casamiento el diecinueve de Mayo / Uumsa
número veintitrés. "Ya me enteré de eso, y los felicito", dijo el
anfitrión, deseándoles toda la suerte, y contando a ambos que algunos de los
individuos que estuvieron en la oficina del CAF pasaron por el comercio más
temprano, coincidiendo su partida con la llegada de un chimentero. "Están
exaltadísimos con todo esto", tradujo Zümsar el accionar de aquellos
individuos, en referencia a la ola de embarazos, casamientos y propuestas entre
las personas famosas. Rápidamente, los tres olvidaron la conversación sobre los
chimenteros y amarillistas, las "pesadillas" de personas como ellos,
y se concentraron en la boda del Cuidador con su segunda, y la propuesta del
comerciante a Iris. Aún no habían puesto una fecha, porque estaban tapados de
trabajo, con muy poco tiempo libre para cualquier otra cosa. "Pensamos ir
a la oficina del CAF a mediados de Febrero", les informó la princesa Iris,
entrando en ese momento, y no pasó mucho tiempo para que los visitantes
descubrieran que "sobraban" en ese lugar, pues los enamorados no
demoraron en empezar las demostraciones de cariño (besos, caricias y abrazos).
"Pero antes tienen que saber esto...", dijo Eduardo, a lo que Isabel
asintió con un gesto facial, y les pidió que estuvieran en La Fragua, 5-16-7 el
día de la boda, como invitados. Eduardo e Isabel salieron de Las Dalias,
17-21-11 (la dirección del anticuario), lamentando que sus visitas no pudieran
darse con más frecuencia ni durar más tiempo.
Sus
ocupaciones y responsabilidades eran y serían demasiadas.
Asumieron
y afirmaron que la suerte continuaba acompañándolos, porque a menos de quince
minutos de haber estado en su casa, cinco obreros de la construcción se
presentaron en ella. Eran jóvenes, y quizá un tanto inexpertos, pero no dejaron
que eso los desanimara. Eduardo e Isabel les mostraron la casa y explicaron
cuál sería su trabajo en ella, a lo que los trabajadores, que vivían en el
barrio Kilómetro Uno, aseguraron poder completar las tareas en el plazo de
veintitrés días, si trabajaban, como lo indicaban las leyes laborales, ocho
horas diarias los días hábiles. Eso significaba que en algún momento del cinco
de Marzo / Nint número cuatro, una fecha por demás especio para los empleadores
- al día siguiente se cumpliría el primer aniversario del despertar de Eduardo
-, estos podrían empezar a beneficiarse de las obras que habían ideado para
embellecer su casa. "Aún falta algo", hizo saber Eduardo a los
obreros y a su prometida, hablando a los seis sobre la idea de contratar los
servicios de un hada de las plantas para, una vez que las obras hubiesen
concluido, hicieran su "magia" con los árboles y arbustos que habían
en la propiedad. "Ningún problema", prometió uno de los obreros, en
tanto que uno de sus colegas dijo que se mantenía el plazo de veintitrés días
para la concreción total de las tareas. Estudiando de aquellas su complejidad,
la cantidad y variedad de materiales e insumos, el equipo de albañiles estimó
un presupuesto de quince mil quinientos soles, que sumados a los salarios, de
quinientos per cápita (un total de cincuenta y siete mil quinientos),
implicarían una inversión de setenta y tres mil hacia el día cinco de Marzo /
Nint número cuatro, para dejar a La Fragua, 5-16-7 en las mejores y ya
estipuladas condiciones. En el curso de los siguientes quince minutos, la
pareja explicó a los albañiles que les gustaría que estuvieran allí, en la
vivienda, cada día hábil, antes de las siete treinta, el momento en que la
pareja dejaba su casa para empezar su trabajo en el lugar grandioso, a las
ocho. Les mostraron el cobertizo, en el fondo de la casa, diciéndoles que todos
los elementos allí (herramientas, materiales, equipos...) estaban a su disposición,
lo mismo que cualquier otra cosa de la vivienda que necesitaran. Y, antes de
marcharse, los albañiles hicieron lo mismo que todas las hadas con quienes
tuvieron trato y conversaciones Eduardo e Isabel desde que dejaran la oficina
del Comité de Asuntos Familiares, felicitarlos por haber decidido fijar la
fecha para su enlace matrimonial (tres de los obreros eran casados y con
descendientes, y los otros dos contraerían nupcias en Julio y Agosto) y por su
futura paternidad, además de desearles suerte por su responsabilidad vitalicia
en el Templo del Agua. "Se los agradecemos mucho", correspondieron
los locales esas palabras, acompañando las suyas con los clásicos gestos
manuales, a medida que el quinteto iba ganando altura, felices ellos por haber
asegurado está nueva asignación laboral a menos de doce horas de terminada la
anterior, pues eso les permitía su propio sustento y el de sus familias.
Habiéndolos perdido de vista, los novios, otra vez en la sala, se dejaron caer
con fuerza en el sofá, dando un pronunciado suspiro. Estaban aliviados por
haber terminado, al fin, en un lapso mucho menor al que imaginaran al
principio, uno de los principales factores de todos cuantos implicaban su
casamiento: el espacio físico. Esa era una razón demás para encarar mañana su
trabajo con un ánimo y predisposición mayores que en los días que demandaron
las exposiciones de los notables.
Pensaron
y expusieron con palabras, durante la cena y mientras se acostaban (no faltó el
"premio", por supuesto), que no era este maravilloso evento, su
planificación, algo que los debía dejar, más tarde o más temprano, al borde del
colapso, o directamente inmersos en este.
Con la concreción de la primera parte, la del espacio físico, resuelta
en menos de tres días y sabiendo que su casa estaría en condiciones para los
preparativos setenta y cuatro días antes del diecinueve de Mayo / Uumsa número
veintitrés, las tensiones disminuyeron y sus nervios recuperaron algo de esa
tranquilidad que perdieran desde que Eduardo heredara el cargo de Cuidador.
Lamentaron, sin embargo, que esa tranquilidad y disminución no fueran totales,
porque quedaba por resolver la mayor parte del trabajo respecto a la boda,
incluida la lista de invitados, decidir cuáles serían los seis restantes -
decidieron que fueran doce, y Zümsar, Iris y sus parientes representaban la
mitad -, los controles ginecológicos que debería hacerse Isabel, una rutina
necesaria en las mujeres embarazadas, por su salud y buen estado tanto como por
la de esa nueva vida, y sus responsabilidades laborales, a reanudarse el día de
mañana. Se durmieron antes de las veintidós y recién se despertaron a las cinco
en punto del uno de Febrero / Entoh número dos. "Muy buenos días para
vos", saludaron al unísono, incorporándose e iniciando la jornada. Un rato
más tarde, estaban desayunando, olvidados momentáneamente de cualquier cosa
relacionada directa e indirectamente con la boda y el embarazo, porque la
jornada lo ameritaba. Ahora, sus responsabilidades en el Templo del Agua eran
el asunto al cual dedicarle la prioridad, y la primera conversación del día.
Eduardo como la máxima figura de autoridad, e Isabel formando parte del equipo
de profesionales de la arqueología del lugar, además de tener que asumir,
llegados el caso y la necesidad, el mando interino en el lugar grandioso cuando
el Cuidador estuviera ausente. También estaban a la espera de noticias
provenientes de la Casa de la Magia, sabiendo que Kevin, Cristal y los miembros
del primer contingente llegarían a ella en dos días. Sabían que sus familiares,
quienes no bien hubieran llegado escribirían una carta con destino a Barraca
Sola, atravesarían lo mismo que ellos durante los próximos días, quizás incluso
más, considerando que, a diferencia del Templo del Agua o el del Fuego, la Casa
de la Magia llevaba siglos (milenios) sin que un hada u otro ser elemental
pusiera allí sus pies. Fuera de esas obligaciones, el artesano-escultor y la
médica atravesarían las mismas situaciones que Eduardo e Isabel. También ellos,
profesándose mutuamente un inmenso amor, y llevando Cristal dentro suyo el
fruto de ese amor, deberían empezar a planificar el enlace matrimonial.
"Su caso va a ser más complejo", insistió Eduardo, vaciando la taza.
Estando la Casa de la Magia vacía de personal y oficinas, habría mucho para hacer
antes de que la pareja pudiera dedicarle tiempo a la boda. Tenían que instalar
e inaugurar primero, por ejemplo, varias oficinas y reparticiones (incluida la
sala médica, que sería el área de trabajo de Cristal) que facilitaran la
gobernabilidad y administración de la isla, antes de poder dedicarse a ese
evento que los tenía como protagonistas. "También a ellos les sonríe la
suerte", se alegró Isabel, dejando su silla, con los modales
característicos de una dama, tomando los utensilios y echándolos a la pileta,
intentando trasladar sus pensamientos y mentía algún punto en el océano cercano
a aquella isla, específicamente a su hermana, por lo difícil que les había sido
la despedida. A la distancia, no tuvo menos que buenos pensamientos y augurios
para ella y Kevin. "Se lo merecen", pensó, con una amplia sonrisa.
Los
albañiles fueron puntuales, y uno de ellos agitó la campanilla para anunciarse.
Fue Eduardo quien salió a su encuentro (Isabel ultimaba los detalles para la
salida) y los condujo al patio. Los recién llegados miraron atentamente el
entorno, prestando especial atención a las especies vegetales, a las que
tratarían de dejar intactas, decidiendo cómo y por donde empezar. El hada de
fuego se les unió un rato después, agregando, inmediatamente posterior al
saludo, que de un momento a otro llegaría a la casa el personal de una planta
TCD (Tratamiento, Clasificación y Destrucción de residuos) para traer un enorme
contenedor metálico, indispensable para acopiar cualquier escombro y otros
restos resultantes de las obras. "Se quedan en su casa", les dijo
Isabel, mochila a la espalda, pasando el bastón de mando a su prometido,
demostrando con esa frase la confianza que depositaba en los albañiles, que
aseguraron que sabrían corresponder a ese estado, además de reiterar su promesa
de completar el trabajo en veintitrés días. "Magnífico", se alegró
Eduardo. Unas breves palabras sobre las obras persistieron hasta las ocho menos
veinte, cuando los residentes dejaron la casa, despidiéndose con gestos
manuales de los obreros. No les demandó más de quince minutos el llegar al
Templo del Agua, y al estar en el acceso vieron el panorama idéntico al de los
días de las exposiciones. Los notables estaban allí, nuevamente con sus mejores
galas, además de periodistas de diversos medios gráficos insulares y
extranjeros, unos cuantos visitantes y empleados de diversos rangos. Otra vez
se produjo el tradicional saludo de bienvenida en el idioma antiguo de las
hadas (Hemes fewo, fusfedoa imfi Vinhae, etc diwo imfi Vinhae!), cuando Eduardo
e Isabel se detuvieron ante la multitud e hicieron un movimiento con las manos
en lo alto. "Hoy empieza su trabajo, ya saben cómo es esto", indicó uno de los notables, explicando a la
pareja que lo que estaban sintiendo no era algo desconocido ni propio de ellos.
"Todos sentimos lo mismo en nuestro momento, en nuestro primer día",
dijo uno de sus colegas, y Eduardo entendió que se había referido al debut en
una nueva ocupación. El debut con un nuevo trabajo no era distinto al de la
primera vez con cualquier otra cosa, especialmente lo que fuera relevante e
importante. Aparecían las expectativas, temores y preocupaciones - la obsesión,
o casi, por no querer cometer errores, mucho menos en el primer día, y alcanzar
los logros e hitos que de uno se esperaban en un tiempo breve o muy breve - por
estar frente a algo nuevo, no conocido más allá de la teoría y por relatos.
Eduardo había sentido eso al empezar su trabajo en el museo de ciencias
naturales, en la Tierra, y demoró alrededor de una quincena en acostumbrarse a
ese puesto. Aquí, en Insulandia, se dio la misma situación. Sus primeros
tiempos en el Museo Real de Arqueología, el MRA, le sirvieron para
interiorizarse acerca de cómo se trabajaba allí, y más tarde tuvo su primera
asignación, de la que formaron parte Isabel, Kevin y Cristal, quienes sin
saberlo habían desencadenado uno de los eventos más extraordinarios de todos
los tiempos, la reversión del hechizo que creaba a las almas solitarias.
"No, no lo fue", discrepó Eduardo, ya trepando por la escalera
caracol hacia su oficina, porque Isabel le había dicho, en tanto, además, los
notables se dispersaban hacia sus respectivas oficinas, que básicamente se
trató del mismo trabajo: una persona de ciencias versada en la arqueología
submarina que empezaba sus obligaciones en un ámbito para el que estuvo
preparándose durante años. Eduardo sabía que el trabajo era el mismo, pero a la
vez diferente, algo que saltaba a la vista. Era otro mundo, otra sociedad, otra
civilización y múltiples razas, todo desconocido para el hasta mediados de
Enero del año pasado, y reconoció que adaptarse rápidamente se debió a que
quiso causar una buena impresión a las hadas desde el primer momento... eso y
que conocía el trabajo. Abriendo la puerta que conectaba la antesala con la
oficina, volvió a afirmar, como lo venía haciendo desde la revelación de
Biqeok, que este trabajo era distinto, una responsabilidad diferente, a lo que
el hada de fuego reaccionó con la frase "Otra vez lo mismo".
"Si", contestó Eduardo sentado ya en su sillón, descargando parte del
contenido de su mochila, no pudiendo evadirse de esos pensamientos. Al final
concluyó que debería darle tiempo al tiempo, como lo hiciera otras veces, y se
dijo en su mente que era hora de empezar este trabajo, siendo lo primero
repasar y ampliar la nómina. "Vas a estar bien sin mí?", se interesó
(se preocupó) Isabel, para quien era también el momento de empezar sus
obligaciones, en la oficina de arqueología. Eduardo contestó que si, aunque lo
hizo con un tono dubitativo, por lo que le pidió que, si podía, se diera una
vuelta de tanto en tanto por la dirección. "Hecho", prometió la dama,
y abandonó el recinto luego del beso y el abrazo a su futuro marido.
Pero
este uno de Febrero / Entoh número dos transcurrió sin una sola dificultad ni
contratiempo para ambos, y al final de la jornada, a las dieciocho, Eduardo
pudo aflojar las preocupaciones, dudas y tanto el como Isabel reconocieron que
no fue tan soporífero como imaginaron, y que en lo sucesivo del futuro podrían incluso
divertirse con sus nuevas y vitalicias responsabilidades. El Cuidador estuvo
casi toda la jornada encerrado en la oficina, abandonándola apenas cuarenta
minutos al mediodía, para almorzar, leyendo la nómina, concluyendo que la
ampliaría en el curso de este y el siguiente mes hasta lograr que el Templo del
Agua tuviera dos mil setecientos empleados, un cincuenta por ciento más que la
cifra actual. Apenas tuvo dos interrupciones en las diez horas en su oficina,
siendo la primera de ellas la del director de la oficina de empleo y asuntos
laborales, a eso de las once y cuarto, para alcanzarle, por pedido del
Cuidador, los archivos del año anterior del personal de mantenimiento. La otra
interrupción fue a mitad de la tarde, cuando el personal de la oficina de
arqueología e historia le reportó el hallazgo, en un punto dentro de la línea
de árboles frondosos que formaban parte del perímetro, de piezas que databan de
los inicios de la Guerra de los Veintiocho, perteneciente al MEU (movimiento
Elemental Unido), algo que supieron por las inscripciones y emblemas grabados
en las mismas piezas. “Directo al laboratorio, para los análisis”, pidió
Eduardo a esos empleados, emocionado por el hallazgo. Lo registró en un libro
de actas, detallando las primeras impresiones y la fecha exacta, y volvió a
concentrarse en la nómina. Eso hizo hasta un cuarto de hora antes del final de
la jornada, cerrando la última carpeta, decidiendo que las devolvería a la
oficina correspondiente cuando se estuviera marchando del lugar grandioso.
Guardó sus posesiones en la mochila, se echó esta a los hombros, tomó el bastón
y fue a la antesala, en el mismo momento en que Isabel llegaba a ella.-
El
primer día del hada de fuego, en cambio, transcurrió de un lado a otro en el
área intelectual, donde se concentraba el grueso del trabajo de oficina en la
cual había empezado a trabajar. En líneas generales, Isabel estuvo haciendo lo
mismo este día que su compañero sentimental (y jefe) en la segunda quincena del
mes anterior: interiorizándose acerca de sus nuevas obligaciones. Eso no hubo
de demandarle grandes esfuerzos, puesto que ya tenía experiencia y
conocimientos, habiendo pasado todo lo que llevaba de su edad laboral, desde
que la adolescencia le cediera su espacio a la adultez, en el Museo Real de
Arqueología. “Nada del otro mundo, nada que no conozca”, fue una de las frases
que más dijo, junto a otras parecidas, en las diez horas que pasaron, mientras
inspeccionaba las instalaciones, conocía al personal – superiores, iguales y
subalternos – y adquiriendo ese poco de conocimiento que aun le faltaba,
vinculado estrictamente al Templo del Agua. Su primera tarea llegó después de
esos dos tercios de hora que se tomara para almorzar, habiendo tenido que
supervisar la tala, llevada a cabo por dos leñadores, de tres árboles que
estuvieron “muriendo lentamente” durante los últimos años, al ser asfixiados
por una tenaz enredadera, que estuvieron pegados a un yacimiento arqueológico,
y debía asegurarse que este no sufriera alteraciones. Faltando menos de cinco
minutos para el fin de la jornada, empezó a empacar sus pertenencias, animada
por escuchar a sus nuevas compañeras de trabajo darle palabras y gestos de ánimo
acerca de las tres responsabilidades supremas que estaba encarando: el enlace
matrimonial, el embarazo y su trabajo en el lugar grandioso.
_Al
final me convencí – repitió Eduardo al estar de vuelta en La Fragua, 5-16-7 –.
Esos pensamientos y preocupaciones eran producto de mi imaginación. Era el
suspenso que aparece por estar frente a algo nuevo, desconocido o las dos
cosas. Si en teoría todos los días de mi vida van a ser como el de hoy, no voy
a tener de que alarmarme. Es cierto todo lo que me estuvieron diciendo desde
que dejamos la oficina de dirección a mediados de Enero. ¿A vos qué te parece?.
_Que
acertaste con lo del convencimiento – coincidió Isabel, quitándose el calzado y
en preparación para un baño. El de hoy había sido un día tan húmedo y caluroso
como cualquier otro. “Razón demás para que el templo haya estado lleno”, pensó,
recordando como las piscinas, los espacios y cursos de agua fueron los
principales puntos de reunión elegidos por los visitantes –. Ahora que pasó el
primer día de trabajo, los demás nos van a resultar más llevaderos, más
cómodos. A mi, al menos, porque ya estaba preparada para las tareas como la de
esta jornada.
Desde
la ventana, vio el estado de las obras, y advirtió que en una sola jornada los
albañiles habían terminado de trabajar en el perímetro, reemplazándolo en su
totalidad por tablones de madera de un metro y medio de altura por treinta
centímetros de ancho por cinco de grosor, a los que unieron con varillas de
metal – las hadas de las plantas se ocuparían de las enredaderas, cuando las
obras hubiesen finalizado –, y construido parte de los muros del nivel superior
en el cobertizo, en la parte trasera de la casa. Los obreros, antes de irse,
habían dejado una nota en la que garantizaban su presencia mañana a la misma
hora que hoy.
_Lo
disfrutaste – advirtió Eduardo. Lo venía haciendo desde el mediodía –. Desde
que estuvimos almorzando que no se te borra de la cara esa expresión de
felicidad.
_Claro
que lo disfruté – se emocionó la hermana de Cristal, buscando otra muda de ropa
limpia en uno de los cajones de la cómoda –. Trabajar al aire libre es lo que
más me gusta. Lo fue ayer, lo es hoy y lo va a ser mañana. Deberías intentarlo
seguido. Así la responsabilidad de ser Cuidador no va a serte tan aburrida ni rutinaria.
_Quisiera
– deseó su novio y futuro marido –, pero ese trabajo me va a mantener cada hora
en esa oficina. Cuando mucho voy a salir para encontrarme con los notables,
para almorzar y eso. Pero nada más.
_Todavía
te faltan cosas por aprender respecto al hecho de ser Cuidador – discrepó el
hada de fuego. Con la ropa limpia y una bata en sus manos, quiso completar esta
conversación antes de dejar el dormitorio –. Tus tareas no se limitan a leer y
firmar documentos, repasar la nómina, los archivos legales, los contables y
eso. No, hay más. Parte de tu trabajo, y también el de Kevin y Lidia, consiste
en recorrer cada parte del lugar grandioso, en tu caso el Templo del Agua. Ver
como van las cosas, interactuar con los turistas y el personal, formar parte de
los grupos que hacen cualquiera de las cosas allí, como eso que estuviste
haciendo hoy. Como sos el Cuidador, tenés que dedicarle una parte de la jornada
a eso. También, si quisieras, usar las piscinas para practicar deportes, los
gimnasios para ejercitarte e incluso poner tus destrezas y habilidades a
prueba, contra uno o más monstruos a la vez. Y hay al menos una reunión mensual
conmigo, como la segunda al mando, y los dieciséis notables, para ponernos al
corriente del estado del lugar grandioso, de ese lugar como un todo y de las
diferentes áreas como partes del todo. Eso y lo demás seguro van a lograr que
tu puesto no sea, como dije, aburrido ni rutinario.
_Eso
no lo sabía., se emocionó Eduardo.
Un
gesto de alegría se dibujó en su cara.
Saber
que no era necesario que permaneciera en la dirección toda o casi toda la
jornada era un alivio destacado. Lo animaría, de esto no cabían dudas, a
encarar el trabajo de maneras más alegres, sabiendo, o conociendo, que la
rutina tal vez fuera otro producto de la preocupación y las dudas por lo
desconocido.
“¡Excelente!”,
exclamó en su mente.
_Todos
los días se aprende algo nuevo. Mirá a los notables, sino. Ninguno de ellos
pasa su jornada nada más que dentro de sus oficinas – insistió Isabel, echando
vistazos al exterior. Ahora que el primer día había quedado atrás, y habiendo
aliviado su mente, podía dedicarle un pequeño espacio de su tiempo, en este
caso el previo a darse el baño, a visualizar el terreno ya terminado y con la
decoración para la boda, donde el blanco sería poco o muy poco menos que
monopólico – También Nadia, Oliverio o cualquiera de los Consejeros Reales e
incluso la reina Lili. Sus tareas están dentro y fuera de sus despachos.
_¿Lidia
y Kevin lo sabrán?.
_Por
supuesto que si. Ellos crecieron en este mundo y están al tanto de la historia
de los lugares grandiosos. Las cosas no fueron diferentes, ni lo son, en el
Vinhuiga ni en la Casa de la Magia, puntualmente las labores de los Cuidadores.
Tu caso es otro, y fueron tus palabras. Ignoraste la existencia del Templo del
Agua hasta que Kevin y la princesa Elvia te hablaron de el, cuando los tres
viajaron a esa isla para conseguir las piedras oculares. Te va a demandar más
tiempo que a ellos, pero al final vas a adquirir toda la información habida y
por haber del lugar grandioso del que sos Cuidador – contestó la dama, y
agregó, para ir cerrando el tema –. Hoy, ahora, aprendiste algo nuevo, sobre
las obligaciones de los Cuidadores. Mañana, o cualquiera de los días que
siguen, va a ser otra cosa.
Y
se incorporó, dirigiéndose a la puerta.
_Isabel,
te agradezco esas palabras. Me tranquilizaron., correspondió Eduardo,
dedicándole una sonrisa.
_De
nada., contestó su novia y prometida, dejando al fin el dormitorio, y al
Cuidador
contemplando su bastón, teniéndolo como su última visión de ese espacio.
Sentado
plácidamente en la mecedora, el experto en arqueología submarina buscaba
repasar las experiencias de hoy en el Templo del Agua, sin olvidarse del
hallazgo de las piezas arqueológicas, a lo que sin dudas calificó como lo más
sobresaliente y llamativo de la jornada. “Excelente forma de empezar el
trabajo”, opinó en silencio. Ese hallazgo sin dudas despertaría el interés de
la comunidad arqueológica insular y, considerando el origen de las piezas
halladas (la Guerra de los Veintiocho) y la importancia del templo, de todo el
mundo.
El
mes de Febrero (Entoh número uno al veintinueve, en el calendario antiguo)
transcurrió fenomenalmente rápido, y cuando quisieron acordarse, ya estaban
Eduardo e Isabel en Marzo. El primer día (Entoh número treinta) los recibió
extremadamente felices, colmados de dicha y con grandes expectativas para el
futuro. El día doce recibieron una de las cosas que más venían esperando desde
mediados del mes pasado: noticias de la Casa de la Magia. Ni Kevin, su
Cuidador, ni Cristal, la segunda al mando, pudieron ni quisieron resistirse a
escribir una carta extensísima de diez páginas (“¡Es una redacción!”, opinaron
los destinatarios al abrir el sobre) contando con todos los detalles como
habían sido sus primeras tres semanas allí, en ese lugar tan aislado y lejano.
Fue la reina Lili quien estuvo allí los días veinticinco y veintiséis de
Febrero, para hacer su primera observación e inspeccionar las tareas iniciales
en la isla; a causa de estas y del dinamismo demostrado por el primer grupo
llegado allí, el día tres, el segundo y el dieciocho – dos más, un total de
doscientas personas, arribarían los días nueve y veintidós de Marzo - no dudó en afirmar que a medio plazo, o tal
vez menos, la Casa de la Magia se encontraría una vez más en su época de oro.
En la dos horas previas a la partida, la reina insular y su comitiva tomaron
más de una centena de cartas y encomiendas que los locales, ya establecidos,
quisieron hacerles llegar a aquellos que
dejaron atrás en diferentes partes del mundo, siendo, en el caso del reino
archipiélago, la estatal EICOPSE (Empresa Insular de Comunicación Postal,
Sociedad del Estado) la encargada de distribuirlas. Así, en la mañana del
veintisiete de Febrero / Entoh número veintiocho un Jueves, Eduardo e Isabel, que se preparaban para
almorzar en el Templo del Agua, recibieron esa “redacción”. También lo hicieron
Iulí, en la agencia donde trabajaba enseñando modelaje – había participado en
un desfile en la primera semana, cosechando aplausos y felicitaciones – y
Wilson, en el CoDeP, el Complejo Deportivo de Precisión, mientras entrenada en
preparación para una competencia. En esa
extensa carta de una decena de páginas, el artesano-escultor y la médica (a su
profesión se dedicaba Cristal en una improvisada salita, hasta tanto
inauguraran la actual) detallaron sus primeros veintitrés días en el
antiquísimo, importante e histórico lugar, describiendo como eran sus vidas y
jornadas allí como individuos, como pareja y como partes del grupo de feéricos
establecidos en esa isla, que recién vería culminadas todas las obras, así
definió la pareja, a mediados o finales de Agosto. Kevin y Cristal también se
ocuparon de dedicar un párrafo a la enorme soledad y sensación (o realidad) de
aislamiento que los envolvía, igual que sus congéneres, debido a estar a
semejante distancia, de varias decenas de miles de kilómetros no solo de
Barraca Sola, el barrio que los vio crecer, sino también de cualquier isla u
otra porción de tierra, y en cierta forma atrapados, al estar establecidas y
firmes las defensas mágicas en su nuevo hogar. Para cerrar su carta, la pareja
dejó una cálida y enorme felicitación a Iulí, Wilson, Eduardo e Isabel por los
embarazos y, en el caso de los dos últimos, el enlace matrimonial. Las damas,
en particular, se emocionaron sobre manera al saber que habían empezado con el
pie derecho su nueva, vitalicia y enorme responsabilidad, y por parte de ambos
dúos las respuestas no se hicieron esperar: escribieron cartas igual de
extensas y las llevaron a la oficina de la empresa EICOPSE en Barraca Sola,
confirmándoles el empleado que saldrían dentro de una semana, formando parte
del primer envío a la Casa de la Magia. “Son excelentes noticias”, habían
coincidido Isabel, sus padres y su futuro marido, cuando se reunieron a cenar
en La Fragua, 5-11-8 (la casa de Iulí y Wilson) en la noche del veintisiete,
sonrientes, mostrando las damas, cada una, la decena de páginas. No hacía más
que aumentar la propia, la que los cuatro tenían, la dicha del
artesano-escultor, el descendiente en línea directa de Ukeho, una de las hadas
que fundaron la Casa de la Magia, y la médica, que nunca hubiera imaginado que
el resto de su vida transcurriría en aquel lugar, como una de las máximas
figuras de autoridad. Ninguno tuvo otros planes más allá de continuar viviendo
y trabajando en la Ciudad Del Sol. Al final, concluyeron que estaba cumplido su
deseo de arrancar de forma excelente al año diez mil doscientos cinco. “Y este
año recién empieza”, comentó Eduardo durante la cena.
La
suerte también sonrió al Cuidador e Isabel con otra de las tareas que más los
mantuvo ocupados durante el mes de Febrero: su casa. En tiempo y forma, la
media decena de albañiles completó las obras encaradas a inicios de aquel en La
Fragua, 5-16-7, a lo que los residentes reaccionaron con la exclamación “¡Es
magnífica!, ¡excelente!”, al volver en las últimas horas de la tarde de ese
jueves cinco de Marzo / Nint número cuatro. Habían visto como esas obras
avanzaban y progresaban con el correr de los veintitrés días estipulados, pero
llegar una tarde-noche y encontrarlas finalizadas les produjo una enorme
sensación de triunfo y alegría que se vio amplificada cuando, habiendo gratificado
a los albañiles según lo convenido (a lo que se sumaron otros veinte mil soles
simplemente por lo contentos que quedaron Eduardo e Isabel) y despedido de
ellos, apenas pasadas las dieciocho treinta, recorrieron la casa, de esta uno a
uno los puntos en que se desarrollaron las obras. Vieron el perímetro, una
impecable hilera de tablones y varillas que no superaba el metro y medio de
altura y las tranqueras en las dos mitades de los jardines frontales, de tres
metros de uno a otro extremo y también de madera, pero de un tipo
definitivamente más resistente (y eran solo dos de las obras). “Vamos a
llamarla mañana”, propuso Isabel, en referencia al hada delas plantas, una
experta del Consejo EMARN, que debería hacer crecer, usando sus habilidades, la
parra enredadera en el nuevo perímetro, para cubrir y embellecer las varillas y
los tablones, los rosales en las dos mitades del jardín delantero y otro tanto
en torno al torno del ciruelo. Los caminos empedrados eran por si solos otro
lujo, luego de las obras, y estaban delimitados por ladrillos (sobrantes de la
construcción del nivel superior en el cobertizo) empotrados en el suelo en
posición diagonal, y conducían al cobertizo, además de rodear al ciruelo y
moverse junto a los tablones y varillas. “Hecho”, aceptó Eduardo, avanzando con
la observación, rodeando al ciruelo, detectando otro poco de la magnificencia
en ambos postes para el alumbrado artificial, las dos tomas de agua y el
letrero con la dirección de la casa en los jardines delanteros
No
era eso muy distinto a lo que había antes. De hecho, era exactamente lo mismo,
pero todo nuevo y reluciente. Los postes serían más que nada referencias, como
casi todo el alumbrado artificial, las flores elementos decorativos, además de
nutritivos (las hadas adoraban el néctar) y el letrero era el indicativo de la
dirección de la casa. De vuelta en el patio, se maravillaron de igual forma, al
ver el excelente estado del ciruelo, el cobertizo que ahora tenía dos plantas,
las flores, el nuevo perímetro y los caminos empedrados. El toque final lo daría el hada de las
plantas, cuando usara sus poderes para hacer brotar de la nada las nuevas
enredaderas y las flores alrededor del tronco. La belleza del patio se completaba
con el césped cortado al ras, cortesía de los trabajadores de la construcción,
la ausencia total de cualquier sobrante de las obras (cascotes, piedritas,
polvo, cartones...), estando estos en el contenedor, fuera de la vivienda, y
los tablones en perfecta posición vertical. "De verdad que no podía haber
quedado en mejor estado", todavía insistía Isabel, observando el
reluciente blanco en las paredes del cobertizo, que durante la ceremonia
nupcial sería usado para acopiar la comida, las bebidas u otras amenidades.
Insistiendo en que su casa era una joya que se superaba asimisma en cuanto a la
magnificencia - "Sobrevivió a la Gran Catástrofe, eso ya es mucho', dijo
el hada de fuego - se quedaron un buen rato en el patio recostados contra una
de las paredes del cuerpo principal, contemplando el nuevo paisaje, por este
agradeciendo aún a los albañiles, que les permitía hacer visualizaciones
definitivamente más evidentes y nítidas de como podría verse el diecinueve de
Mayo / Uumsa número de y los tres o cuatro días previos a ese. En la mente de ambos
fueron apareciendo uno atrás de otro los paisajes en los que dominaba el
blanco. Allí estuvieron los arreglos florales, los manteles para cubrir las
mesas, las sillas, el pastel, siendo este uno de los componentes principales de
esta clase de eventos, la cinta con que el juez de paz envolvía las manos de
los contrayentes, algo que simbolizaba la unión de aquellos (lo que más
esperaban y deseaban Eduardo e Isabel) y todo cuanto formara parte de la
decoración.. También, por supuesto, el vestido y los zapatos de la novia.
"Hay tanto para organizar...", dijo Eduardo, sin tener la noción del
tiempo, conscientes de que en setenta y tres días deberían haber resuelto todo
lo que quedaba pendiente. "O sea, todo menos la locación", tradujo Isabel.
La lista con los invitados aun tenía seis lugares vacíos, y dos de estos bien
podrían ser los testigos, que tampoco estaban definidos; los novios confiaban
poder completar esta parte durante el paseo que habían planificado para dentro
de tres días, cuando, por la noche, fueran al parque La Bonita para conmigo su
primer aniversario, y confiaban con que el entorno y el contexto les sirvieran
como musas. "Y para reafirmar el amor que nos profesamos mutuamente",
quiso añadir el Cuidador, a lo que su prometida reaccionó con aplausos y una
sonrisa. "Adoro escuchar esos comentarios" - agradeció Isabel, sin
dejar de permanecer recostada contra el hombro derecho de Eduardo -, "a mi
corazón y mi alma le hacen muy bien, u me mantienen alegre y dichosa".
Eduardo ya había advertido que la presencia constante del hada de fuego a su
lado habían ejercido sobre el un profundo y gradual cambio en ese aspecto,
porque antes de conocerla, rara vez había sido amigo de demostrar esos
sentimientos y emociones para con las mujeres. Podía experimentarlos, de
acuerdo, pero no exteriorizarlos.
Compartiendo su vida con una persona como Isabel durante el último año habían
hecho que diera un giro de ciento ochenta grados, y frases como esa eran uno de
los mejores ejemplos de ese cambio, de ese "nuevo Eduardo".
Marzo
- Entoh número treinta a Llol número dos - también transcurrió sin que se
dieran cuenta, prácticamente a la misma velocidad que el mes anterior. Eduardo
e Isabel estuvieron tan ocupados con su gigantesca responsabilidad en el Templo
del Agua, los preparativos para el casamiento y el embarazo del hada de fuego
que difícilmente tuvieron el tiempo para prestar atención a los relojes y el
calendario. De los tres, el lugar grandioso fue, por supuesto, lo que más
esfuerzos les demandaran. Cincuenta y cinco horas semanales que para ellos
representaron extenuantes e intensas jornadas, que a Eduardo le sirvieron para
asimilar al completo lo que era, la máxima figura de autoridad allí. Fue cierto
que no necesitó pasar ese tiempo encerrado en su oficina para cumplir sus
obligaciones, descubriendo todo lo ciertas que fueron las palabras de Isabel,
sobre que aquellas no se limitaban al nivel más alto de la torre central; así
pudo encontrarle el lado divertido el
Cuidador a su trabajo, y con eso una forma de no caer en la rutina. Vio lo
entretenido de ir de un punto a otro dentro del inmenso predio, conociendo esos
lugares, aprendiendo e instruyéndose acerca de ellos y además interactuando con
el personal y los turistas. También para determinar donde debería ponerse mayor
énfasis a la hora de aplicar un mayor presupuestos e incrementar las tareas de
mantenimiento y refacciones. Fuera de esas responsabilidades, las laborales,
Eduardo e Isabel se mantuvieron ocupados con otros tantos de los eventos a lo
largo del mes. Estuvieron los cumpleaños de Oliverio, Nadia y Lía, los días
uno, once y dieciocho de Marzo - Entoh número treinta y Nint números diez y
diecisiete -, siendo experiencias cien por ciento nuevas para el experto en
arqueología submarina; ceremonias sencillas, sobrias y discretas que no
carecieron de diversión y entretenimiento. También la ceremonia del cambio de
estaciones climáticas, el verano por el otoño, el veintiuno de Marzo / Nint
número veinte, que esta vez tuvo a la pareja celebrando en el Templo del Agua,
porque aun siendo un día festivo no pudieron, ni quisieron, resignar sus
obligaciones laborales allí. "Tenemos que dar el ejemplo", dijeron,
al verlos aparecer en el umbral la mañana de ese día, un viernes, y les
preguntaran por qué no se habían tomado el día libre. Tal cual lo acordaron,
los días ocho y nueve de Marzo - Nint números siete y ocho - la pareja continuó
haciendo reformas en su casa, cambiando las cosas de lugar en cada uno de los
ambientes, de manera que pudiesen hacer espacio en todos estos, y como
resultado había hoy una mayor libertad para moverse por cada uno, especialmente
en esa torre de tres niveles que destinaban a su pasatiempo, la sala principal
y la biblioteca. Fueron esos mismos los días en que el hada de las plantas, una
experta del Consejo EMARN, estuvo en La Fragua, 5-16-7, y haciendo uso de sus
prodigiosas habilidades, hizo crecer una descomunal parra, partiendo únicamente
de cuatro semillas (una en cada lateral y otras dos en el vallado trasero), que
en un abrir y cerrar de ojos se extendieron hasta cubrir las varillas y
tablones y las paredes en ambos niveles del cobertizo, aunque en este formaron
figuras bien definidas: los símbolos del agua y del fuego. Esta hada también
hizo crecer los florales en torno al tronco del ciruelo, a este mismo árbol y a
las plantas en los jardines delanteros, a las que a último momento decidieron
los residentes cambiar por dos magníficos jazmines que ahora estaban repletos
de flores blancas. "Ahora, más que nunca, podemos dedicarle todo el tiempo
que queramos", dijo Isabel, consumiendo el néctar de una de las flores, en
referencia al casamiento, después de despedir a la experta en el frente de la
vivienda. "Empecemos hoy mismo", agregó Eduardo, sin dejar de desear
resolver el tema de los testigos e invitados antes que cualquier otra cosa,
entendiendo que completar la nómina de asistentes era y continuaba siendo, de
todo, lo más complejo.
En
lo que a sus vidas se refería, Abril - Llol número tres a Uumsa número cuatro,
en el calendario antiguo - no fue diferente a Febrero y Marzo. Sus
responsabilidades laborales incluyeron el primer interinato de Isabel al frente
del lugar grandioso, porque Eduardo había caído víctima de la fiebre tropical y
estuvo incapacitado por cinco días, entre el cinco y el diez, lo que hizo que
no estuviera presente en Plaza Central el siete, para las grandiosas
celebraciones del Día de la Tradición y la Cultura. Ese problema de salud, que
lo mantuvo en cama con temperaturas que rondaron los cuarenta y un grados, y el
interinato del hada de fuego fueron lo que hubo de destacar, logrando alterar
una forma de vida que, aunque no lo quisieran, era rutinaria. También durante
ese período había sido el cumpleaños de Iulí, el seis de Abril, quien, ante la
ausencia (justificadísima) de su futuro yerno, por enfermedad, y de sus hijas,
una de estas por hallarse a medio mundo de distancia y la otra por estar
sumamente ocupada con el interinato y sus irrenunciables deberes como veladora
de Eduardo, decidió que este año no haría un evento llamativo, tan propios
estos de la cultura de las hadas, y en su lugar tuvo una discreta reunión en su
casa (La Fragua, 5-11-8) con su marido y su grupo de mejores amigas del barrio
y del instituto de modelaje. Además, madre e hija fueron juntas en la segunda
semana de ese mes a la sala médica, a metros de las casas de ambas, para
hacerse el necesario control ginecológico, y salieron con amplísimas sonrisas
al descubrir que ni los embriones ni ellas corrían peligros. "Motivo
adicional para estar felices", reaccionaron Wilson y Eduardo, al verlas
salir de la sala médica, el último apenas recuperado de la fiebre tropical. Una
y la otra pareja, aun con todas las obligaciones que llevaban sobre los
hombros, no dejaron de pensar y concentrarse en los embarazos - supieron, con
las cartas que recibieron, que Kevin y Cristal hacían exactamente lo mismo -,
ese otro motivo que los tenía sonrientes y felices desde mediados de Enero.
Respecto al casamiento, Eduardo e Isabel resolvieron el problema de los invitados
y los testigos, lo que más esfuerzos les demandara, porque el tiempo era
limitado y no fue fácil incorporar esos seis nombres que faltaban. También
estuvieron en el Mercado Central Textil, el MC-T, tomándose las medidas para la
confección de los trajes, indumentaria que debía ser solemne y perfecta, dado
el contexto, por eso la habían encargado con tanta antelación, porque los
empleados de la sastrería les dijeron que si buscaban prendas de la mejor
calidad (solemnes y perfectas, habían dicho) debían darles al menos tres
semanas, lo cual significaba que ambos arqueólogos recién tendrían sus pedidos
el séptimo u octavo día de Mayo; y entre el catorce y el diecisiete de Abril
(Llol números dieciséis a diecinueve) realizaron y completaron uno a uno los
trámites requeridos por el Comité de Asuntos Familiares, el CAF. Así,
finalizado el último día del cuarto mes – neo calendario -, los novios se
fueron a dormir sabiendo que dentro de unas pocas horas deberían, más que
nunca, poder encontrar el tiempo suficiente para combinar las habituales tareas
en el Templo del Agua, que exigían lo mejor de si en cada jornada, con el
control ginecológico que implicaba la emoción de conocer el sexo del bebé, y la
organización del casamiento, incluido uno de sus aspectos más antiguos: Eduardo
e Isabel tendrían que vivir separados en los tres días previos al diecinueve de
Mayo ) Uumsa número veintitrés, lapso en el cual no podrían verse ni mantener
ninguna clase de contacto, pudiendo recién estar juntos nuevamente en el
momento en que la hija de Wilson e Iulí, de la mano del padrino, hiciera su
aparición en el patio de La Fragua, 5-16-7. "Preparados y listos",
dijeron al mismo tiempo, antes de apagar las luces y cerrar los ojos.
Y,
al final, llegó el uno de Mayo / Uumsa número cinco.
_Nos
pareció tan lejano en su momento., rememoró Isabel, en una de las cabeceras de
la mesa.
Como
todos los hábiles (hoy era jueves), la pareja desayunaba, previo a empezar su
trabajo. Pero solo Eduardo iría al Templo del Agua, porque el de hoy era un día
especial para su prometida. Ayer por la tarde, en el momento en que volvían a
Barraca Sola, a poco de aparecer de este lado de la puerta espacial, fueron
alcanzados por la modista que estaba a cargo de la confección de los trajes
para el casamiento. Le había dicho a la hija de Wilson e Iulí que su vestido,
"precioso" de acuerdo al pedido de la novia y las opiniones de las
diseñadoras, había sido terminado y debía pasar por el comercio en el MC-T para
usarlo por primera vez y comprobar que no hubiera que hacerle ninguno cambio ni
retoque. Debía ir por la mañana porque, si esos trabajos eran necesarios, las
modistas querrían completarlo por la tarde. "La idea es que puedas
llevártelo mañana mismo", le dijo la experta, explicándole a continuación,
previo a retirarse, como debía conservarlo y cuidarlo hasta la llegada de ese felicísimo
día. "Bien los vale, eso no se discute", dijo, totalmente convencida,
Isabel, observando a la modista alejarse por aire, a baja altura, en referencia
a los seis mil cuatrocientos soles establecidos como costo de su vestido. El
traje de Eduardo, con el mismo valor, ya sabían ambos, estaría listo para la
mitad de la mañana del cuatro de Mayo.
_Y
algo con un nivel tan alto de complejidad que nos pareció que ciento nueve días
no iban a ser suficientes para los preparativos y la organización de la
ceremonia - agregó Eduardo, leyendo una lista con los artículos que formaban
parte de la decoración, al tiempo que desayunaba -. Sin embargo, pudimos con
todo. Con nuestro casamiento, con tu inmensa carga - sonrió al señalar con la
vista el vientre ya desarrollado de Isabel, quien posó allí sus manos. Haciendo
eso, podía ya advertir los movimientos de la nueva vida, como también lo podía
hacer cualquiera que acercara sus orejas, porque el oído y el tacto estaban
mucho más desarrollados en las hadas que en los seres humanos - y muestras
tareas en el Templo del Agua.
La
lista incluía arreglos florales, pero no unos pocos, sino varias decenas, un
total de cien, y pensaban ubicarlos por toda la vivienda. Incluían una gran
variedad de flores blancas (jazmines, claveles, rosas...) y su inmensa mayoría
estaría en el patio, dispuestos los arreglos, cuya cantidad de flores iba desde
las cinco hasta las once unidades, contra los muros en el cuerpo principal de
la casa (la estructura poligonal), aquellos ambientes con los que lindaba el
patio - la torre de tres niveles, su anexo ya habilitado, una sala vacía y el
cobertizo temporal - y la estructura de dos plantas al fondo del terreno, los
postes para el alumnado artificial, los caminitos empedrados y el tronco del
ciruelo. Además habría otros en las mesas donde se ubicarían los invitados,
para la fiesta posterior al casamiento, y otro par a los lados a los lados del
atrio en que los novios, sus testigos, el juez de paz y de este su asistente se
convertirían en los protagonistas del evento y, por tanto, blanco de todas las
miradas.
_Desafortunadamente,
aún nos quedan detalles por resolver, y espero que dos semanas sean suficientes
- lamentó Isabel, haciéndolo, sin embargo, con un tono de optimismo,
esperanzada por tener todo listo en ese lapso -. Pasamos jornadas enteras
ocupándonos de todos los preparativos, como los arreglos florales y los trajes,
y sería una pena que quedara un cabo suelto. Mi vestido, por ejemplo. Por fin
ese asunto concluye hoy, en unas pocas horas. No bien lo tenga en mi poder lo
guardo en uno de esos cilindros que fabricaron Kevin y sus antiguos socios, y
allí va a quedarse hasta el gran día.
_Y
yo no voy a poder verlo? - llamó Eduardo, viendo el segundo ítem de la lista,
que mencionaba la vajilla y los utensilios, piezas tan finas como inmaculadas
que pensaban comprar en algún momento de esta semana. "Tiene que ser
esplendoroso, cada detalle", pensó -. Ni vos el mío?. Es por la
costumbre?.
_Por
eso mismo - confirmó Isabel, visualizándose con el vestido y los zapatos ese
día tan especial, caminando radiante de la mano del padrino hacia el atrio -,
por costumbre. Las hadas creemos que las parejas, sus componentes, no pueden
ver ni los trajes ni el calzado antes de ese momento, porque trae mala suerte.
Más que eso, sostenemos que ese suspenso, si se lo quiere llamar así, es algo
positivo, porque cuando los novios están al fin cara a cara se muestran más
felices y emocionados con el evento, el casamiento, y con el futuro que les
espera desde ese momento en adelante.
_Y
es por lo mismo que no pueden verse ni mantener contacto de ninguna clase
durante los tres días previos a la ceremonia., agregó Eduardo, pensando en ese
otro aspecto del ritual del casamiento.
_Exacto
– dijo su prometida, terminando el desayuno – pero va más allá. No solo no
podemos vernos nosotros, sino que durante las veinticuatro horas previas al
inicio de la ceremonia no podemos poner los pies en cualquier espacio cerrado o
abierto de nuestra casa. O sea que el UUmsa número veintidós, o dieciocho de
Mayo, tenemos que contentarnos con ver solamente la fachada. Yo, al menos. En
esos tres días previos voy a vivir con mi mamá y mi papá.
Ni
siquiera había tenido que pedirlo, porque Wilson e Iulí no dudaron un instante
en ofrecerle la posibilidad de quedarse en su casa durante ese lapso, y eso
también era parte del ritual de casamiento de las hadas. Los novios se quedaban
en compañía de sus padres en las setenta y dos horas previas al inicio de la
ceremonia nupcial. Ante esa ausencia, Eduardo iba a quedarse en la casa de
Zümsar (avenida 29, 17-22-5), en Plaza Central. El era uno de los invitados al
gran evento, y tampoco tuvo problemas en ofrecer su hogar, porque sintió que
aun le debía un favor, le había salvado la vida a inicios de Diciembre, y
además era muy difícil que Eduardo e Isabel no se cruzaran o se vieran, aunque
fueran estas vistas fugaces, viviendo a ambos lados de la calle La Fragua.
_Desde
allí voy a ir directamente, o venir, hasta aquí, a las nueve y media – comunicó
Eduardo, hablando acerca del horario en que, según lo ya acordado, los
invitados estarían en sus lugares, en el patio, y el juez de paz en el atrio.
Las hadas empezarían a llegar a La Fragua, 5-16-7 apenas pasadas las ocho horas
con treinta minutos –. Los dos, mejor dicho, el es tu testigo. Y antes de que
puedas preocuparte, voy a estar bien sin tu compañía en esos tres días. ¿Y vos
sin mi?.
La
elección de los testigos tampoco había sido sencilla, de entre las seis
posibilidades de que disponían. En los casamientos de las hadas, los testigos
no podían ser parientes del novio ni de la novia, y cada uno de los
contrayentes debía elegir a una persona del sexo opuesto. Isabel no necesitó
pensar demasiado para elegir al comerciante de antigüedades, quien no dudó en
aceptar la oferta, sintiendo que aun estaba en deuda con ambos. Eduardo, por su
lado, había elegido a Lía, la Consejera de Desarrollo Comunitario y Social (DCS),
con quien la unía una gran amistad desde
finales de Marzo del año pasado, hacía ya más de un año, cuando Eduardo salvara
tanto su vida como la de su hijo. La lista de invitados se completaba con
Lidia, la Cuidadora del Templo del Fuego, la “colega” del novio, y sus padres,
Kuza y Lara, con quienes ambos contrayentes hubieron de entablar una profunda
amistad desde el principio, aquel día en que se hiciera la ceremonia para
presentar a los tres nuevos Cuidadores; la princesa heredera Elvia fue otra de
las invitadas, una de las grandes y más sólidas amistades de Isabel y Eduardo,
habiendo compartido con este último aquel peligroso viaje a la Casa de la Magia
y con la novia ese lazo, la amistad, desde que Isabel era aun una nena; y Olaf,
el jefe de la Guardia Real.
_Si…
siempre y cuando no sean más que esos tres días. No imagino nuestra vida
separados – insistió el hada de fuego, dejando su silla –. Al mismo tiempo, y
esto no es en broma ni nada parecido, me gustaría tener la certeza de algo
desde este momento, Eduardo, y quisiera que no contestaras con otra cosa que al
verdad.
_Te
lo prometo, no vamos a hablar de eso.
La
transformación involuntaria de Eduardo en el megalodón.
El
control mental ejercido sobre Zümsar que puso en riesgo la vida de decenas.
_¿De
qué cosa?.
_De
nuestros incidentes el año pasado – avisó Eduardo, insistiendo con la
sinceridad en esas palabras –. Los dos concluimos que un casamiento es algo muy
alegre y emocionante como para enturbiarlo con esos eventos, hablar de esos
recuerdos.
El
incidente del Cuidador del Templo del Agua había ocurrido el treinta y uno de
Mayo /Tnirta número once, y el de Zümsar el dos de Diciembre /Nios número uno.
Ambos implicaron la presencia de materiales tóxicos de origen vegetal en los
hombres. Saber exactamente como habían actuado quienes lo hicieron y su motivo
eran aun incógnitas y los expertos de la División de Misterios, la DM,
continuaban desconcertados, tanto como las víctimas. Estas, sin embargo, habían
desarrollado su propia teoría, compartiéndola entre si, aunque no con otros,
por precaución. Eduardo, a los ojos de los ilios, era un monstruo a quien las
hadas habían incluido en su sociedad, en el mundo y a quien hubieron de
enseñarle todo tipo de artes malignas, como esos seres calificaban a las ramas de la magia e incluso las habilidades
tan características de los seres feéricos, como la telequinesia y la capacidad
para volar. Y si los ilios sentían aversión por cualquiera nativo del planeta
que no fueran ellos, mayor sería con respecto a alguien que “no era de este
mundo”. Zümsar, por su parte, era un descendiente del conde Baqe, del reino de
Nimhu, quien fuera en su momento la segunda figura de autoridad en el
Movimiento Elemental Unido, el MEU. El arqueólogo urbano, consciente de que los
ilios llevaban como banderas eternas el rencor, el odio, el deseo de venganza y
la envidia, y que tenían además memoria selectiva, así la llamaban las hadas –
únicamente se acordaban de lo que les convenía, y de los aspectos positivos de
su pasado –, no dudó en hacerlos responsables de su incidente, que puso en
peligro a los nagas aquel día. Su caso,
sin embargo, era distinto, ya que no tendría idea de por qué los ilios habrían
querido atacar a esos seres, o, de otra forma, que habrían querido lograr con
esa acción. “Borrarte del mapa”, apostó Eduardo, cuando Zümsar comento y
compartió su teoría.
_Dejen
que la DM se ocupe de eso – le pidió Isabel, no deseando prolongar, como
cualquiera de sus congéneres, una conversación obre los ilios, y menos estando
tan cerca el “gran evento” –. No fallaron hasta hoy, y no van a hacerlo con
estos casos. Pueden demorar, de acuerdo Eso depende de la complejidad.
Prefiero, no se… te gustan las antigüedades, concéntrense en eso. O miren y
lean “Ciento Veintitrés”, algo que de seguro van a encontrar más entretenido
que hablar de los ilios.
_Hecho.,
se entusiasmó Eduardo, sonriendo y aplaudiendo.
…antes
de pronunciar la onomatopeya “¡ay!”.
_¡Lo
dije en broma! – protestó el hada de fuego, después del codazo –… al final voy
a terminar pensando que eso que dijo iris el día de nuestro cumpleaños es
cierto.
_¿Qué
cosa?.
_Todos
los hombres son unos calentones.
El
Cuidador sonrió.
_Dijiste
cualquier cosa menos hablar de los ilios, ¿no? – se excusó Eduardo,
encogiéndose de hombros. Eran las siete treinta y cinco y, dejados los
utensilios en la pileta (ya los lavarían a la noche), iban ahora al dormitorio,
a prepararse para dejar la casa –… en fin, ya vamos a encontrar algo. De
momento me gustaría hacer un repaso de estos tres días previos. No vamos a
poder vernos en ese lapso, y durante las veinticuatro horas que anteceden a
nuestro casamiento tampoco podemos hacer
otra cosa respecto de esta casa que no sea ver la fachada. Y eso es algo que no
logro entender… a lo mejor se me escapó algo y yo no me di cuenta.
Concentrado
con la responsabilidad que era dirigir uno de los lugares grandiosos, el
embarazo (o la emoción que implicaba la paternidad) y los aspectos de la boda
que más esfuerzos y tiempo le demandaron, Eduardo no se había interiorizado del
todo acerca de estos eventos.
_¿Qué
cosa?., se interesó Isabel.
_si
nosotros no podemos estar en nuestra casa, ¿cómo nos vamos a ocupar de los
preparativos y la organización?.
_De
eso se ocupan los invitados, siempre fue así – contestó la novia, seleccionando
un calzado que le pareció liviano. Cerca suyo, el novio ya estaba listo para
salir, y empacaba unas pocas de sus posesiones en la mochila –. Es una forma de
rendir tributo a los contrayentes, casi tan antigua como los casamientos
mismos.
La
hija de Iulí y Wilson explicó, mientras se calzaba y posaba frente al espejo
(tan bella como todos los días), que esta costumbre había empezado a surgir
aproximadamente tres o tres y media décadas después de que las hadas
instauraran este tipo de uniones,
viéndolo como una forma útil e ideal para terminar de afianzar esa
institución a la que definían y tenían como uno de sus principales pilares,
para grupos e individuos: la familia. No había pasado un lapso extenso para que
aquellas personas que formaban parte de la ceremonia advirtieran que no debían
estar allí sin más, solo por el pedido de los contrayentes. Primero surgieron
los obsequios, algo que les sirviera a ambos por igual en su vida diaria –
utensilios de cocina, juegos de sábanas, muebles de diverso tamaño… – y al poco
tiempo algunos empezaron a creer que eso no era suficiente, hasta que, en un
casamiento, a los invitados se les ocurrió la idea de dedicarse ellos mismos a
la decoración y los preparativos allí donde fuera a desarrollarse el
casamiento, permitiendo a los contrayentes dedicar esas veinticuatro horas
previas al evento al ocio, y solo a eso. En pocos años, la costumbre fue
extendiéndose y convirtiéndose, con eso, en uno de los aspectos más antiguos de
este tipo de ceremonias.
_Necesito
leer más sobre este tema, para estar preparado para ese gran día – advirtió
Eduardo, que, bastón en mano y mochila al hombro, dejaba el dormitorio
principal –. No vaya a ser cosa que estemos ene l diecinueve de Mayo /Uumsa
número veintitrés y me equivoque en una
o más cosas, no sepa que o como responder, ni que hacer y cuando. Y no te
podría pedir ayuda, tampoco a los testigos ni invitados, porque sería una
vergüenza y arrancaría risas… yo me reiría.
_Me
parece que en ese caso no va a hacer falta que leas – dudó Isabel, que solo
llevaba un bolsito con las monedas y sus efectos personales. No bien hubiera
dejado el MC-T, pasaría el día con sus antiguas compañeras del museo –. Sin
advertirlo estás aprendiendo cada aspecto, cada detalle, y cuando llegue ese
día tan especial para nosotros la perfección va a saltar a la vista. Al final,
cuando el último de los invitados haya abandonado nuestra casa vas a terminar
por reírte de vos mismo y reconocer cuan errado estuviste, que eso no fue más
que el temor propio de estar frente a algo desconocido, de estar llevándolo a
la práctica. Eso es algo que ya hablamos, y no solo por este gran evento, sino
por todo. Por el embarazo y la emoción de ser padres, por nuestras obligaciones
vitalicias en el templo… y no creas que las dudas no me conciernen. Yo también
las tengo.
Un
último vistazo en el espejo. Estaba lista.
_¿En
serio?.
_Si,
en serio – insistió Isabel –. Las reacciones son las mismas ante lo que nunca
hicimos. Ese aprendizaje inadvertido del que hablé fue una constante en vos de
que recuperaste el conocimiento, en una de las habitaciones de esta casa, y va
a serlo quien sabe por cuánto tiempo. Mi caso es distinto, por supuesto. Yo nací
y crecí en este mundo, en esta sociedad. Se lo que nos espera. La boda, por
ejemplo. Estuve preparada desde que me hiciste la propuesta, diría que incluso
desde antes. Estuve conociendo desde mi infancia más temprana cuan importante
era el matrimonio para nuestra sociedad, así que cuando estuvimos yendo a la
oficina del CAF en Enero, a fines de ese mes, estuve completamente al corriente
de que era lo que tenía, o teníamos, que hacer – salieron de La Fragua, 5-16-7
y se detuvieron en el acceso a la sala –, aunque, claro, quedaba pendiente la
planificación. Y con eso si requerí de ayuda.
_El
diario de Iulí, por ejemplo., aportó Eduardo, mirando el entorno.
Era
el mismo paisaje de todas las mañanas. Transportistas y peatones en mayor o
menor cantidad andaban por ese y los otros caminos, el canto de decenas de aves
se hacía sentir y el calor se presentaba con su habitual rigor.
_Si,
fue de gran ayuda – reconoció Isabel, volviendo a caminar. Habían querido
detenerse para contemplar la fachada y visualizarla en su mente. “¿Cómo va a
ser ese día?”, parecieron preguntarse en silencio –. Las experiencias de mi
mamá resultaron ser toda una ayuda, como dije. Aprendí mucho con eso y reforzó
mi conocimiento.
_También
con el embarazo.
_También.
Sus vivencias cuando nos tuvo a mi hermana y a mi son las referencias más
cercanas que tengo. Con esto estoy tan preparada y lista como con lo del casamiento
– pasaron por la sala médica y la vieron ingresar en un consultorio, dejando a
Wilson en la entrada. Para Iulí era el momento del rutinario control
ginecológico, y lo más probable era que la pareja abandonara la instalación
conociendo el sexo del bebé; Isabel se haría ese mismo estudio mañana por la
mañana, en la enfermería del Templo del Agua –. A medida que nos vayamos
acercando al diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés, todo eso va a quedar
puesto en evidencia, y también tu aprendizaje inadvertido.
_Te
tomo la palabra., apostó su futuro marido, a lo que la hermana de Cristal (esta
y Kevin estarían en barraca Sola dentro de diez días) le dedicó una sonrisa.
Estando
ya frente a la puerta espacial se produjo la despedida, con un prolongado
abrazo y el acostumbrado beso, la demostración que llevaban a la práctica cuando
el Cuidador entraba a su oficina y su prometida se marchaba rumbo a l oficina
de arqueología e historia. Eduardo vio como se perdía lentamente entre la
distancia y las copas, volteando Isabel de a ratos para seguir saludando con
los brazos y las manos, e ingresó al marco, tras echar una moneda de cien soles
al cántaro. “¿Seguro que no es una estatua?”, se preguntó, en referencia al
arquero que había a un lado del marco, arrancando risas por parte del trío de
hadas con quienes se cruzó en el instante previo a desaparecer. Brevísimos
segundos después tuvo la deslumbrante silueta del lugar grandioso a la vista y
a los notables que lo esperaban en el acceso, como lo hacían a diario. Los alcanzó
y saludó, a la vez que cruzaban el umbral, dando inicio a la jornada laboral, y
cada uno se dispersaba rumbo a sus respectivas oficinas. “Me gusta este trabajo”,
hacía aceptado, al final, el experto en arqueología submarina.
FIN
---
CLAUDIO ---
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