sábado, 24 de junio de 2017

2.8) Los barrios de la ciudad

Y continuaron el viaje hacia el balneario.

Era bastante lo que quedaba  recorrer y aún restaba la tercera parte, de modo que el hada de la belleza decidió abordar una conversación que había quedado pendiente desde el paseo en la tarde de ayer, sobre los barrios que conformaban la ciudad capital del reino insular, sobre su etimología y población. Sería algo superficial, por supuesto, pues ya habría tiempo para que Eduardo conociese la historia a fondo.  Todas las divisiones internas administrativas habían sido creadas mediante un decreto conjunto de los reyes y consejeros reales hacía ya diez mil seiscientos años, un evento previo al Primer Encuentro, una vez que concluyera una encuesta pública, sobre si avanzar o no con la creación de los barrios, que había discurrido durante los treinta días previos a la promulgación del decreto. Entonces, ya con los barrios creados, por unanimidad entre los componentes del poder político, los sectores hubieron de permanecer sin nombre y designados con un número hasta que, en la mañana del último día laboral de ese año, se les otorgara su denominación, se instalara un mástil en el centro geográfico de cada uno, con la bandera patria insular, revalidaran sus límites y se optara por un esquema de urbanización radial, desde el centro de cada barrio hasta su periferia. Hoy los barrios conjuntaban cuatrocientos treinta y dos mil cuatrocientos habitantes, lo que convertía a la ciudad en la séptima más habitada del mundo, y, en el curso de Mayo y Junio, la reina Lili y el Consejo Real en pleno trabajarían en un proyecto para la autonomía local, con lo que Del Sol pasaría a ser otra región, la novena, de las que conformaban el reino. Ese era un fenómeno que se estaba dando en todo el mundo, auspiciado por vastos sectores entre las hadas, que buscaban que las ciudades capitales se convirtieran en regiones independientes de otras en sus respectivos países.

Con una población de once mil ciento cuarenta seres feéricos, Altos del Norte era un barrio que debía su nombre a las elevaciones, las únicas en varios kilómetros a la redonda, del emplazamiento en que había sido puesta la piedra fundacional, que conformaban un cerro de escasos noventa metros de altura. Un cerro que con el paso del tiempo, el clima y las sucesivas obras públicas había ido perdiendo parte de su altura, hasta quedar a comienzos del siglo en la vigésima parte del original. En ese preciso lugar había sido construida la plaza pública principal del barrio, con una fuente rebosante de agua en el centro, a un lado del punto donde hubo de emplazarse el mástil con la bandera insular. La fuente representaba una de las obras de arte más reconocidas  en el mundo, era el permanente orgullo para los pobladores del barrio y una gran musa de inspiración para los artistas de ambos sexos. Estaba en el norte de la ciudad y su nomenclatura era 1N-ADN.

Arcoíris era otro de los barrios, tenía doce mil ciento sesenta habitantes y su nombre había surgido de las coloridas luces en el cielo durante aquella mañana en que debía ser bautizado, producto de la tormenta tropical que había azotado a una vasta región en las treinta y seis horas anteriores a que se eligiera el nombre, mediante el voto de la población. También estaba al norte de la ciudad capital, y su nomenclatura legal era 2N-AI. El orgullo eterno del barrio era el salón de juegos, que estaba entre los lugares más concurridos del país, una edificación de tres niveles que conjuntaban  quince metros de altura, y un subsuelo, que diariamente convocaba a multitudes de seres feéricos de ambos sexos e individuos de otras especies elementales. Este club permanecía abierto desde el primer minuto del martes hasta el último del domingo y su fama alcanzaba cada rincón del reino insular.

Arroyo brillante, en el centro-suroeste y el oeste de la ciudad, tenía trece mil noventa y tres pobladores de la raza feérica, y tenía 3C.SO.O-AB como nomenclatura. Las hadas de la antigüedad se habían inclinado por ese nombre al reparar en el hecho, que todavía era calificado como “esplendoroso y mágico”, de que durante las noches en que había Luna llena, este satélite natural, con su brillo tan majestuoso y quebrado por aquella línea celeste – agua – provocaba que el cristalino líquido de ese curso de cuatro metros de ancho por cinco de profundidad por mil quinientos de extensión adquiriese el aspecto tan reluciente en tanto estuviese presente la Luna con esa fase, y era el arroyo, con ese brillo y su considerable diversidad de formas de vida acuáticas, peces en su mayoría, lo que tanto caracterizaba al barrio y sus habitantes.

Con dieciocho mil habitantes exactos, Aserradero Ema era el único lugar de la ciudad que por si solo tenía paridad entre los sexos, se encontraba al sur de la capital, su nomenclatura legal era 4S-AE y su nombre era un marcado y merecido homenaje a aquella hada que había creado (o fundado) y dirigido hasta el mismo instante de su fallecimiento una unidad industrial del sector maderero, básicamente un aserradero, que había sido el primero en su tipo “fronteras adentro” de la ciudad, y que durante cada uno de los milenios en que hubo de estar operativo había sido el más importante del país, por su rentabilidad, la calidad de las producciones y manufacturas y el personal empleado. Cerrado dos siglos atrás al morir los propietarios, y no habiendo estos dejado descendencia, no fue mucho el tiempo que transcurriera para que el Consejo de Cultura le otorgara el título de “patrimonio cultural, social e histórico”, convirtiéndose con ello en un importante atractivo para el turismo y en todo un distintivo para la sociedad.

Al sur y suroeste se encontraba el barrio barraca Sola, con una población de veinte mil doscientos treinta y cinco seres feéricos, el cual tenía la nomenclatura legal 5S.SO-BS. El nombre obedecía a aquel barracón hoy abandonado, sin uso alguno, invadido por toda clase de vegetación y repleto de signos de deterioro – cuna, así y todo, de los enamorados por las noches, de modo que si tenía un “uso” – de cincuenta metros de frente, veinte de fondo y dieciséis punto cuatro de altura. Tenía amplios portones corredizos, dos en el frente y otros dos en la parte trasera, techo de tejas a dos aguas y gruesas paredes de ladrillos. En mejores tiempos había sido un almacén para granos y toda una gama de productos cerealeros, hasta que las nuevas inversiones en el MC-CG fueron aplacando y sepultando ese esplendor. Hoy existía, sin embargo, un proyecto para restaurarlo, devolverle sus antiguas funciones y recuperar esa gloria perdida.

Con veinticuatro mil doscientos noventa y cuatro habitantes, Campo de los Naranjos, 6ENO.NO-CDN según su nomenclatura legal, estaba al este-noroeste y al noroeste de la ciudad capital. Su nombre era una alusión más que clara al árbol dominante en el barrio, en cuanto a los frutales. Crecían en el más de cinco mil de esos árboles, por lo que desde las alturas y desde la distancia se observaban salpicones y manchones de diversas dimensiones. Los árboles estaban plantados formando líneas rectas, formando el límite entre lotes, adornando ambos laterales de cada uno de los caminos principales del barrio o actuando a veces como puntos de referencia. La excesiva cantidad de naranjas, siempre deliciosas, eran el orgullo del barrio, su distintivo y la quinta fuente de ingresos para el treinta por ciento de las hadas que vivían en ese sector de la ciudad, de la que era otro de sus rasgos característicos.

Campo del Cielo tenía veintidós mil doscientos noventa y dos pobladores feéricos y el origen de su nombre era otra alusión más que obvia, una que obedecía a causas astronómicas. Aún con ese enorme “escudo” que era un planeta sesenta veces más grande que este, algunos asteroides lograban evadirlo. Uno de ellos lo había hecho, escapando a su inconmensurable gravedad, y había penetrado en la atmósfera de este, partiéndose en decenas de fragmentos, en los tiempos de la sociedad feérica primitiva, provocando cráteres más o menos profundos – sería perjudicial, considerando que la zona de impacto fue un área deprimida e inundable – en la superficie, que hubo de quedar inhóspita durante un largo tiempo, hasta que las condiciones estuvieron nuevamente dadas para la reforestación y la repoblación. Para los seres elementales había sido uno de los mayores peligros a los que alguna vez hubiesen estado expuestos, y no sería el último. Una parte de los fragmentos cayeron en la ciudad primitiva, y varios años después, ese evento fue la musa para dar el nombre a ese barrio, cuya nomenclatura legal, con el tiempo, pasó a ser 7N-CDC, pues estaba al norte de la ciudad.

Colonia Florida, al noreste, debía su nombre a la gran diversidad en tamaños, formas y aromas de las flores que existían no solo en los espacios públicos ni a la vera de los caminos o en los viveros, de los cuales había una docena, sino también aquí y allá en las viviendas que en la actualidad eran el hogar para veintiún mil treinta y nueve hadas. Del mismo modo, las flores estaban presentes, en cantidades diferentes, en cada una de las demás estructuras, públicas y privadas por igual, de este barrio del oeste de la ciudad, del que la nomenclatura legal era 8O-CF, cuyo orgullo máximo era un monumento de piedra caliza, en la plaza principal junto al mástil, que rendía culto a la flore feérica por excelencia: la campanilla. La cantidad de flores era tal que incluso opacaba, en los puntos en que era mayor la concentración, al verde de los árboles y arbustos.

Uno de los barrios que estaba en la zona sur de la ciudad era Dos Arcos, sus pobladores feéricos – en los censos no se contaba como conjunto a todas las especies que formaban el reino elemental – ascendían a treinta mil trescientos tres y su nomenclatura legal era 9S-DA. Dos pares de altas palmeras, de más de veinte metros, que hubieron de existir en un tiempo, previo a la creación de los barrios, cerca del emplazamiento en el que se construyera su plaza pública e instalara el mástil, resultaron inclinadas severamente a causa de un fuerte viento huracanado, uno de los mayores azotes de las regiones tropicales, formando con esa disposición espacial dos formas ovaladas cuya altura y anchura máximas habían sido de dieciséis y veinte metros, y mientras estuvieron en pie, hasta una década después de la nominación del barrio, de este fueron uno de sus más grandes orgullos.

El Mirador era un barrio del oeste que estaba habitado por quince mil seiscientas treinta hadas, y su nombre hacía la referencia a la primera torre planificada para asistencia, prevención y vigilancia que se construyera en la Ciudad Del Sol y la región central (Los Paraísos del Arroyo de las Piedras Altas, o C-PAPA), la cual tenía una altura de cuarenta metros, un diámetro de treinta y dominaba un área de más de cincuenta kilómetros en todas las direcciones. La torre era resistente en extremo, estando construida principalmente con piedra caliza y ónix, y la prueba radicaba en que, a lo largo de sus más de diez milenios de existencia se había mantenido prácticamente intacta a las grandes inclemencias climáticas e incluso a la Guerra de los Veintiocho. La fama de la torre trascendía incluso las fronteras insulares, y eso constituía el orgullo para el barrio. De este, 10O-EM era la nomenclatura legal.

Otro de los barrios del oeste tenía 11O-EC como nomenclatura y su nombre era Empalme Cinco, en cuya superficie residían diecinueve mil ochocientos cincuenta seres feéricos. Su nombre obedecía a que en un área de trescientos metros por trescientos a pocos pasos del centro geográfico se unían cinco rutas muy transitadas, una local, una regional y dos reales. Ese era, a la vez, uno de los puntos más concurridos de la ciudad capital insular y, por ende, una de las que mayores movimientos tenían en su superficie. Ese empalme en particular era un hervidero e incluso en una plena madrugada podían los individuos tener que mirar a los lados antes de seguir su paso por dicho entronque, sobre el que se erguían dos puentes, para facilitar el paso de los peatones.

Kilómetro Uno estaba al Este, su nomenclatura legal era 12E-KU y era habitado por veintitrés mil seiscientos sesenta y seis habitantes feéricos. Su nombre se debía que, tan solo a diez metros de su centro geográfico, allí donde estaba la plaza principal con el mástil, tenía la marca de mil metros la única ruta real que, a diferencia de las demás, no nacía en la avenida de Circunvalación, ese fabuloso camino que bordeaba la Ciudad Del Sol, sino en el interior de la ciudad misma, en ese barrio en el cual estaban sus primeros mil quinientos metros, siendo la marca de los mil uno de los puntos llamativos por excelencia (y no solo por lo bello y ornamentado del cartel señalizador). Algo tan simple como una marca de distancia también podía incidir en la historia, habían pensado las hadas al momento de seleccionar el nombre para este barrio, fijándose en esa señal.

La Paloma era el nombre de otro de los barrios, uno ubicado al oeste-noroeste, de nomenclatura 13ONO-LP, y que estaba habitado por dieciocho mil seiscientas veintidós hadas. Una simple y única paloma blanca caminando y hurgando entre las pasturas en busca de comida, cerca del centro geográfico del barrio, el día en que los seres feéricos pensaban en como llamarlo, había motivado a aquellos, integrantes del disuelto “Departamento de Zonificación, Catastro y Urbanismo”, al ponerle ese nombre al barrio, el séptimo de mayor superficie de la capital insular. En el poder político hoy se trabajaba en la división y consecuente creación de dos barrios, usando un arroyo como el límite: La Paloma Este y La Paloma Oeste. En el actual, el orgullo local, lo que tanto distinguía a los habitantes, era justamente un palomar: un aviario dedicado a la reproducción y cría que funcionaba casi desde la fundación misma del barrio.

Las Riberas estaba al noroeste, su nomenclatura era 14NO-LR y su población feérica llegaba a los quince mil quinientos noventa, apenas superando por dos los hombres a las mujeres. Era el barrio en el que estaba el balneario público más conocido de la Ciudad Del Sol, el cual constituía desde sus primeros días el orgullo local máximo. Un tramo en particular del arroyo que corría a nivel (un segundo curso era subterráneo) era la causa de ese orgullo, al que los propios habitantes del barrio habían modificado para convertirlo en un área de esparcimiento. Ambas orillas, o riberas, eran simplemente pequeñas porciones de tierra donde se mezclaban el césped con la arena, de esta una cantidad dispersa y no muy grande, en tanto que ese sector del arroyo era el “hogar” de unas pocas plantas acuáticas y de peces que se beneficiaban con la comida que les arrojaban, accidental o intencionalmente, los eventuales paseantes. Ere era otro de los lugares más concurridos de la capital del reino.

El barrio número quince, Los Sauces, estaba en el suroeste de la capital insular, su población ascendía a catorce mil cuatrocientos setenta y ocho individuos feéricos y 15SO-LS era su designación o nomenclatura. Siendo el sauce la especie vegetal arbórea que dominaba, ocho árboles de diez en promedio (según el tramo en particular del barrio había más sauces o menos), se había optado por ese cuando hubo de llegar el momento de pensar un nombre, siendo este criterio el mismo que emplearan los funcionarios insulares para bautizar el barrio Campo de los Naranjos. Los sauces formaban una capa espesa a muy baja altura y se expandían a un ritmo tan rápido que requerían de manutención y poda en forma casi constante, entre otras cosas para que no obstaculizaran el paso de los peatones ni el de los transportistas, o la visión desde las alturas. Era uno de los escasos árboles de los cuales los seres feéricos no dejaban una parte sin usar: raíces, hojas, tallos y demás tenían al menos una aplicación o uso.

Al sur-suroeste de la ciudad estaba Piedritas, cuyo nombre remitía a la cantidad más que inmensa de pequeñas piedras, de formas varias, que ocupaban áreas de un metro de ancho formando un contorno alrededor de la plaza pública principal y en los límites de este con los barrios que lo rodeaban, piedras que tenían la particularidad de haber sido tratadas con procesos meticulosos que incluyeron las artes mágicas, para hacer que cambiaran por si solas de color cada vez que llegaba una nueva estación climática, adoptando los que más representaban a cada una (verano, otoño, invierno y primavera). Esas piedritas estaban a su vez delimitadas por pequeñas varillas que advertían a las hadas y otros seres elementales de su presencia. Este barrio tenía la nomenclatura 16SSO-P y era habitado por diecinueve mil novecientas noventa y dos hadas.

Quince de Diciembre era el nombre que había sufrido una modificación conforme fue ganando su lugar y aceptación el “neo-calendario”. En realidad, el nombre era el mismo, pues lo que se había modificado era la fecha: el quince de Diciembre correspondía al decimocuarto día del decimotercer mes en el antiguo sistema de medición de las hadas. Su nomenclatura era 17E_QD, pues estaba en  el este de la Ciudad Del Sol, y tenía dieciséis mil trescientos veintidós habitantes feéricos. Fue el único caso, respecto a la nominación de los barrios, en que los funcionarios fueron incapaces de hallar un nombre que loe quedaras, pues no vieron absolutamente nada que destacara y con ello que sirviera para dar un nombre al barrio, de manera que este pasó simple y sencillamente a tener como tal la fecha de creación.

Otro barrio era Villa Rossa, estaba al este y tenía catorce mil cuatrocientos ochenta y cuatro habitantes. Su nombre anterior, Diez de Mayo – decimocuarto día del quinto mes, en el antiguo calendario de las hadas –, había sido modificado debiéndose ese día al del establecimiento de los primeros pobladores. Esa denominación había sido cambiada una vez que finalizara la Guerra de los Veintiocho, mediante un decreto de los reyes recién entronizados. Rossa había sido la reina de Insulandia que pudo vencer al hada malvada (madre e hija… fueron eso además de enemigas o adversarias), en un combate tan espectacular, sensacional y de tal duración que tenía incluso tres libros históricos exclusivos (un evento épico que por poco provoca otra alteración en la cronología), donde se hacía una narración hasta con el detalle más insignificante de todos del encuentro. Había allí, donde Rossa atacara por última vez, un monumento de tamaño real, que señalaba el tributo a la monarca a la vez que el fin de la contienda. Ese cambio de nombre había inducido al de su nomenclatura y al de casi todos los barrios de la Ciudad Del Sol, teniendo ahora Villa Rossa 19E-VR como designación.

Plaza Central era el más grande y poblado de los diecinueve barrios, abarcando además del centro media decena de puntos cardinales: nor-noroeste, noroeste, norte, noreste y nor-noreste. Era el más importante de todos los barrios, por encontrarse en el una décima parte de los comercios de la ciudad capital, el Castillo real de Insulandia, en el cual tenían sus oficinas principales gran parte de los organismos del poder político, algunos de los lugares públicos más conocidos e importantes y un condominio en el que funcionaban las representaciones diplomáticas (consulados) de los demás países del continente centrálico. El por qué del nombre de ese barrio era evidente, debiéndose al gigantesco espacio público circular  cuyo diámetro era de quinientos cincuenta y seis metros y cuarto, que era el orgullo máximo del barrio, de la ciudad, del reino y formaba parte del patrimonio cultural e histórico de Insulandia. La nomenclatura era 18C.NNO.NO.N.NE.NNE-PC y era el único de los barrios que superaba la población de cien mil, muy por encima de los demás, llegando Plaza Central a tener ciento un mil cien residentes de la raza feérica.


_La urbanización se hace en espiral desde el punto central de cada barrio – hubo de concluir Isabel –. Por eso es que en los mapas y desde las alturas las estructuras y redes de caminos más densas o menos parecen núcleos poblacionales unidos por una determinada cantidad de caminos, rodeadas y entremezcladas con el verde de árboles, arbustos y pasturas.


Continúa...



--- CLAUDIO ---

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