Y continuaron el viaje hacia el balneario.
Era bastante lo que quedaba recorrer y aún restaba la tercera parte, de
modo que el hada de la belleza decidió abordar una conversación que había
quedado pendiente desde el paseo en la tarde de ayer, sobre los barrios que
conformaban la ciudad capital del reino insular, sobre su etimología y
población. Sería algo superficial, por supuesto, pues ya habría tiempo para que
Eduardo conociese la historia a fondo.
Todas las divisiones internas administrativas habían sido creadas
mediante un decreto conjunto de los reyes y consejeros reales hacía ya diez mil
seiscientos años, un evento previo al Primer Encuentro, una vez que concluyera
una encuesta pública, sobre si avanzar o no con la creación de los barrios, que
había discurrido durante los treinta días previos a la promulgación del
decreto. Entonces, ya con los barrios creados, por unanimidad entre los
componentes del poder político, los sectores hubieron de permanecer sin nombre
y designados con un número hasta que, en la mañana del último día laboral de
ese año, se les otorgara su denominación, se instalara un mástil en el centro
geográfico de cada uno, con la bandera patria insular, revalidaran sus límites
y se optara por un esquema de urbanización radial, desde el centro de cada
barrio hasta su periferia. Hoy los barrios conjuntaban cuatrocientos treinta y
dos mil cuatrocientos habitantes, lo que convertía a la ciudad en la séptima
más habitada del mundo, y, en el curso de Mayo y Junio, la reina Lili y el
Consejo Real en pleno trabajarían en un proyecto para la autonomía local, con
lo que Del Sol pasaría a ser otra región, la novena, de las que conformaban el
reino. Ese era un fenómeno que se estaba dando en todo el mundo, auspiciado por
vastos sectores entre las hadas, que buscaban que las ciudades capitales se
convirtieran en regiones independientes de otras en sus respectivos países.
Con una población de once mil ciento cuarenta
seres feéricos, Altos del Norte era un barrio que debía su nombre a las
elevaciones, las únicas en varios kilómetros a la redonda, del emplazamiento en
que había sido puesta la piedra fundacional, que conformaban un cerro de
escasos noventa metros de altura. Un cerro que con el paso del tiempo, el clima
y las sucesivas obras públicas había ido perdiendo parte de su altura, hasta
quedar a comienzos del siglo en la vigésima parte del original. En ese preciso
lugar había sido construida la plaza pública principal del barrio, con una
fuente rebosante de agua en el centro, a un lado del punto donde hubo de
emplazarse el mástil con la bandera insular. La fuente representaba una de las
obras de arte más reconocidas en el
mundo, era el permanente orgullo para los pobladores del barrio y una gran musa
de inspiración para los artistas de ambos sexos. Estaba en el norte de la
ciudad y su nomenclatura era 1N-ADN.
Arcoíris era otro de los barrios, tenía doce
mil ciento sesenta habitantes y su nombre había surgido de las coloridas luces
en el cielo durante aquella mañana en que debía ser bautizado, producto de la
tormenta tropical que había azotado a una vasta región en las treinta y seis
horas anteriores a que se eligiera el nombre, mediante el voto de la población.
También estaba al norte de la ciudad capital, y su nomenclatura legal era
2N-AI. El orgullo eterno del barrio era el salón de juegos, que estaba entre
los lugares más concurridos del país, una edificación de tres niveles que
conjuntaban quince metros de altura, y
un subsuelo, que diariamente convocaba a multitudes de seres feéricos de ambos
sexos e individuos de otras especies elementales. Este club permanecía abierto
desde el primer minuto del martes hasta el último del domingo y su fama
alcanzaba cada rincón del reino insular.
Arroyo brillante, en el centro-suroeste y el
oeste de la ciudad, tenía trece mil noventa y tres pobladores de la raza
feérica, y tenía 3C.SO.O-AB como nomenclatura. Las hadas de la antigüedad se
habían inclinado por ese nombre al reparar en el hecho, que todavía era
calificado como “esplendoroso y mágico”, de que durante las noches en que había
Luna llena, este satélite natural, con su brillo tan majestuoso y quebrado por
aquella línea celeste – agua – provocaba que el cristalino líquido de ese curso
de cuatro metros de ancho por cinco de profundidad por mil quinientos de
extensión adquiriese el aspecto tan reluciente en tanto estuviese presente la
Luna con esa fase, y era el arroyo, con ese brillo y su considerable diversidad
de formas de vida acuáticas, peces en su mayoría, lo que tanto caracterizaba al
barrio y sus habitantes.
Con dieciocho mil habitantes exactos, Aserradero
Ema era el único lugar de la ciudad que por si solo tenía paridad entre los
sexos, se encontraba al sur de la capital, su nomenclatura legal era 4S-AE y su
nombre era un marcado y merecido homenaje a aquella hada que había creado (o
fundado) y dirigido hasta el mismo instante de su fallecimiento una unidad
industrial del sector maderero, básicamente un aserradero, que había sido el
primero en su tipo “fronteras adentro” de la ciudad, y que durante cada uno de
los milenios en que hubo de estar operativo había sido el más importante del
país, por su rentabilidad, la calidad de las producciones y manufacturas y el
personal empleado. Cerrado dos siglos atrás al morir los propietarios, y no
habiendo estos dejado descendencia, no fue mucho el tiempo que transcurriera
para que el Consejo de Cultura le otorgara el título de “patrimonio cultural,
social e histórico”, convirtiéndose con ello en un importante atractivo para el
turismo y en todo un distintivo para la sociedad.
Al sur y suroeste se encontraba el barrio
barraca Sola, con una población de veinte mil doscientos treinta y cinco seres
feéricos, el cual tenía la nomenclatura legal 5S.SO-BS. El nombre obedecía a
aquel barracón hoy abandonado, sin uso alguno, invadido por toda clase de
vegetación y repleto de signos de deterioro – cuna, así y todo, de los
enamorados por las noches, de modo que si tenía un “uso” – de cincuenta metros
de frente, veinte de fondo y dieciséis punto cuatro de altura. Tenía amplios
portones corredizos, dos en el frente y otros dos en la parte trasera, techo de
tejas a dos aguas y gruesas paredes de ladrillos. En mejores tiempos había sido
un almacén para granos y toda una gama de productos cerealeros, hasta que las
nuevas inversiones en el MC-CG fueron aplacando y sepultando ese esplendor. Hoy
existía, sin embargo, un proyecto para restaurarlo, devolverle sus antiguas
funciones y recuperar esa gloria perdida.
Con veinticuatro mil doscientos noventa y
cuatro habitantes, Campo de los Naranjos, 6ENO.NO-CDN según su nomenclatura
legal, estaba al este-noroeste y al noroeste de la ciudad capital. Su nombre
era una alusión más que clara al árbol dominante en el barrio, en cuanto a los
frutales. Crecían en el más de cinco mil de esos árboles, por lo que desde las
alturas y desde la distancia se observaban salpicones y manchones de diversas
dimensiones. Los árboles estaban plantados formando líneas rectas, formando el
límite entre lotes, adornando ambos laterales de cada uno de los caminos
principales del barrio o actuando a veces como puntos de referencia. La
excesiva cantidad de naranjas, siempre deliciosas, eran el orgullo del barrio,
su distintivo y la quinta fuente de ingresos para el treinta por ciento de las
hadas que vivían en ese sector de la ciudad, de la que era otro de sus rasgos
característicos.
Campo del Cielo tenía veintidós mil
doscientos noventa y dos pobladores feéricos y el origen de su nombre era otra
alusión más que obvia, una que obedecía a causas astronómicas. Aún con ese
enorme “escudo” que era un planeta sesenta veces más grande que este, algunos
asteroides lograban evadirlo. Uno de ellos lo había hecho, escapando a su
inconmensurable gravedad, y había penetrado en la atmósfera de este,
partiéndose en decenas de fragmentos, en los tiempos de la sociedad feérica
primitiva, provocando cráteres más o menos profundos – sería perjudicial,
considerando que la zona de impacto fue un área deprimida e inundable – en la
superficie, que hubo de quedar inhóspita durante un largo tiempo, hasta que las
condiciones estuvieron nuevamente dadas para la reforestación y la repoblación.
Para los seres elementales había sido uno de los mayores peligros a los que alguna
vez hubiesen estado expuestos, y no sería el último. Una parte de los
fragmentos cayeron en la ciudad primitiva, y varios años después, ese evento
fue la musa para dar el nombre a ese barrio, cuya nomenclatura legal, con el
tiempo, pasó a ser 7N-CDC, pues estaba al norte de la ciudad.
Colonia Florida, al noreste, debía su nombre
a la gran diversidad en tamaños, formas y aromas de las flores que existían no
solo en los espacios públicos ni a la vera de los caminos o en los viveros, de
los cuales había una docena, sino también aquí y allá en las viviendas que en
la actualidad eran el hogar para veintiún mil treinta y nueve hadas. Del mismo
modo, las flores estaban presentes, en cantidades diferentes, en cada una de
las demás estructuras, públicas y privadas por igual, de este barrio del oeste
de la ciudad, del que la nomenclatura legal era 8O-CF, cuyo orgullo máximo era
un monumento de piedra caliza, en la plaza principal junto al mástil, que
rendía culto a la flore feérica por excelencia: la campanilla. La cantidad de
flores era tal que incluso opacaba, en los puntos en que era mayor la
concentración, al verde de los árboles y arbustos.
Uno de los barrios que estaba en la zona sur
de la ciudad era Dos Arcos, sus pobladores feéricos – en los censos no se
contaba como conjunto a todas las especies que formaban el reino elemental –
ascendían a treinta mil trescientos tres y su nomenclatura legal era 9S-DA. Dos
pares de altas palmeras, de más de veinte metros, que hubieron de existir en un
tiempo, previo a la creación de los barrios, cerca del emplazamiento en el que
se construyera su plaza pública e instalara el mástil, resultaron inclinadas
severamente a causa de un fuerte viento huracanado, uno de los mayores azotes
de las regiones tropicales, formando con esa disposición espacial dos formas
ovaladas cuya altura y anchura máximas habían sido de dieciséis y veinte
metros, y mientras estuvieron en pie, hasta una década después de la nominación
del barrio, de este fueron uno de sus más grandes orgullos.
El Mirador era un barrio del oeste que estaba
habitado por quince mil seiscientas treinta hadas, y su nombre hacía la
referencia a la primera torre planificada para asistencia, prevención y
vigilancia que se construyera en la Ciudad Del Sol y la región central (Los
Paraísos del Arroyo de las Piedras Altas, o C-PAPA), la cual tenía una altura
de cuarenta metros, un diámetro de treinta y dominaba un área de más de
cincuenta kilómetros en todas las direcciones. La torre era resistente en
extremo, estando construida principalmente con piedra caliza y ónix, y la
prueba radicaba en que, a lo largo de sus más de diez milenios de existencia se
había mantenido prácticamente intacta a las grandes inclemencias climáticas e
incluso a la Guerra de los Veintiocho. La fama de la torre trascendía incluso
las fronteras insulares, y eso constituía el orgullo para el barrio. De este,
10O-EM era la nomenclatura legal.
Otro de los barrios del oeste tenía 11O-EC
como nomenclatura y su nombre era Empalme Cinco, en cuya superficie residían
diecinueve mil ochocientos cincuenta seres feéricos. Su nombre obedecía a que
en un área de trescientos metros por trescientos a pocos pasos del centro
geográfico se unían cinco rutas muy transitadas, una local, una regional y dos
reales. Ese era, a la vez, uno de los puntos más concurridos de la ciudad
capital insular y, por ende, una de las que mayores movimientos tenían en su
superficie. Ese empalme en particular era un hervidero e incluso en una plena
madrugada podían los individuos tener que mirar a los lados antes de seguir su
paso por dicho entronque, sobre el que se erguían dos puentes, para facilitar
el paso de los peatones.
Kilómetro Uno estaba al Este, su nomenclatura
legal era 12E-KU y era habitado por veintitrés mil seiscientos sesenta y seis
habitantes feéricos. Su nombre se debía que, tan solo a diez metros de su
centro geográfico, allí donde estaba la plaza principal con el mástil, tenía la
marca de mil metros la única ruta real que, a diferencia de las demás, no nacía
en la avenida de Circunvalación, ese fabuloso camino que bordeaba la Ciudad Del
Sol, sino en el interior de la ciudad misma, en ese barrio en el cual estaban
sus primeros mil quinientos metros, siendo la marca de los mil uno de los
puntos llamativos por excelencia (y no solo por lo bello y ornamentado del
cartel señalizador). Algo tan simple como una marca de distancia también podía
incidir en la historia, habían pensado las hadas al momento de seleccionar el
nombre para este barrio, fijándose en esa señal.
La Paloma era el nombre de otro de los
barrios, uno ubicado al oeste-noroeste, de nomenclatura 13ONO-LP, y que estaba
habitado por dieciocho mil seiscientas veintidós hadas. Una simple y única
paloma blanca caminando y hurgando entre las pasturas en busca de comida, cerca
del centro geográfico del barrio, el día en que los seres feéricos pensaban en
como llamarlo, había motivado a aquellos, integrantes del disuelto “Departamento
de Zonificación, Catastro y Urbanismo”, al ponerle ese nombre al barrio, el séptimo
de mayor superficie de la capital insular. En el poder político hoy se
trabajaba en la división y consecuente creación de dos barrios, usando un
arroyo como el límite: La Paloma Este y La Paloma Oeste. En el actual, el orgullo
local, lo que tanto distinguía a los habitantes, era justamente un palomar: un
aviario dedicado a la reproducción y cría que funcionaba casi desde la
fundación misma del barrio.
Las Riberas estaba al noroeste, su
nomenclatura era 14NO-LR y su población feérica llegaba a los quince mil
quinientos noventa, apenas superando por dos los hombres a las mujeres. Era el
barrio en el que estaba el balneario público más conocido de la Ciudad Del Sol,
el cual constituía desde sus primeros días el orgullo local máximo. Un tramo en
particular del arroyo que corría a nivel (un segundo curso era subterráneo) era
la causa de ese orgullo, al que los propios habitantes del barrio habían
modificado para convertirlo en un área de esparcimiento. Ambas orillas, o
riberas, eran simplemente pequeñas porciones de tierra donde se mezclaban el
césped con la arena, de esta una cantidad dispersa y no muy grande, en tanto
que ese sector del arroyo era el “hogar” de unas pocas plantas acuáticas y de
peces que se beneficiaban con la comida que les arrojaban, accidental o intencionalmente,
los eventuales paseantes. Ere era otro de los lugares más concurridos de la
capital del reino.
El barrio número quince, Los Sauces, estaba
en el suroeste de la capital insular, su población ascendía a catorce mil
cuatrocientos setenta y ocho individuos feéricos y 15SO-LS era su designación o
nomenclatura. Siendo el sauce la especie vegetal arbórea que dominaba, ocho
árboles de diez en promedio (según el tramo en particular del barrio había más
sauces o menos), se había optado por ese cuando hubo de llegar el momento de
pensar un nombre, siendo este criterio el mismo que emplearan los funcionarios insulares
para bautizar el barrio Campo de los Naranjos. Los sauces formaban una capa
espesa a muy baja altura y se expandían a un ritmo tan rápido que requerían de
manutención y poda en forma casi constante, entre otras cosas para que no
obstaculizaran el paso de los peatones ni el de los transportistas, o la visión
desde las alturas. Era uno de los escasos árboles de los cuales los seres
feéricos no dejaban una parte sin usar: raíces, hojas, tallos y demás tenían al
menos una aplicación o uso.
Al sur-suroeste de la ciudad estaba
Piedritas, cuyo nombre remitía a la cantidad más que inmensa de pequeñas
piedras, de formas varias, que ocupaban áreas de un metro de ancho formando un
contorno alrededor de la plaza pública principal y en los límites de este con
los barrios que lo rodeaban, piedras que tenían la particularidad de haber sido
tratadas con procesos meticulosos que incluyeron las artes mágicas, para hacer
que cambiaran por si solas de color cada vez que llegaba una nueva estación
climática, adoptando los que más representaban a cada una (verano, otoño,
invierno y primavera). Esas piedritas estaban a su vez delimitadas por pequeñas
varillas que advertían a las hadas y otros seres elementales de su presencia.
Este barrio tenía la nomenclatura 16SSO-P y era habitado por diecinueve mil
novecientas noventa y dos hadas.
Quince de Diciembre era el nombre que había
sufrido una modificación conforme fue ganando su lugar y aceptación el “neo-calendario”.
En realidad, el nombre era el mismo, pues lo que se había modificado era la
fecha: el quince de Diciembre correspondía al decimocuarto día del decimotercer
mes en el antiguo sistema de medición de las hadas. Su nomenclatura era 17E_QD,
pues estaba en el este de la Ciudad Del
Sol, y tenía dieciséis mil trescientos veintidós habitantes feéricos. Fue el
único caso, respecto a la nominación de los barrios, en que los funcionarios
fueron incapaces de hallar un nombre que loe quedaras, pues no vieron absolutamente
nada que destacara y con ello que sirviera para dar un nombre al barrio, de
manera que este pasó simple y sencillamente a tener como tal la fecha de
creación.
Otro barrio era Villa Rossa, estaba al este y
tenía catorce mil cuatrocientos ochenta y cuatro habitantes. Su nombre
anterior, Diez de Mayo – decimocuarto día del quinto mes, en el antiguo
calendario de las hadas –, había sido modificado debiéndose ese día al del
establecimiento de los primeros pobladores. Esa denominación había sido
cambiada una vez que finalizara la Guerra de los Veintiocho, mediante un
decreto de los reyes recién entronizados. Rossa había sido la reina de
Insulandia que pudo vencer al hada malvada (madre e hija… fueron eso además de
enemigas o adversarias), en un combate tan espectacular, sensacional y de tal
duración que tenía incluso tres libros históricos exclusivos (un evento épico
que por poco provoca otra alteración en la cronología), donde se hacía una
narración hasta con el detalle más insignificante de todos del encuentro. Había
allí, donde Rossa atacara por última vez, un monumento de tamaño real, que
señalaba el tributo a la monarca a la vez que el fin de la contienda. Ese
cambio de nombre había inducido al de su nomenclatura y al de casi todos los
barrios de la Ciudad Del Sol, teniendo ahora Villa Rossa 19E-VR como designación.
Plaza Central era el más grande y poblado de los
diecinueve barrios, abarcando además del centro media decena de puntos
cardinales: nor-noroeste, noroeste, norte, noreste y nor-noreste. Era el más
importante de todos los barrios, por encontrarse en el una décima parte de los
comercios de la ciudad capital, el Castillo real de Insulandia, en el cual tenían
sus oficinas principales gran parte de los organismos del poder político,
algunos de los lugares públicos más conocidos e importantes y un condominio en
el que funcionaban las representaciones diplomáticas (consulados) de los demás
países del continente centrálico. El por qué del nombre de ese barrio era
evidente, debiéndose al gigantesco espacio público circular cuyo diámetro era de quinientos cincuenta y
seis metros y cuarto, que era el orgullo máximo del barrio, de la ciudad, del
reino y formaba parte del patrimonio cultural e histórico de Insulandia. La
nomenclatura era 18C.NNO.NO.N.NE.NNE-PC y era el único de los barrios que
superaba la población de cien mil, muy por encima de los demás, llegando Plaza
Central a tener ciento un mil cien residentes de la raza feérica.
_La urbanización se hace en espiral desde el
punto central de cada barrio – hubo de concluir Isabel –. Por eso es que en los
mapas y desde las alturas las estructuras y redes de caminos más densas o menos
parecen núcleos poblacionales unidos por una determinada cantidad de caminos,
rodeadas y entremezcladas con el verde de árboles, arbustos y pasturas.
Continúa...
--- CLAUDIO ---
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