“Y menciono solo algunos”, quiso especificar.
Cuatro de ellos tenían un carácter
espiritual, emocional y simbólico, en tiempos remotísimos religioso, aunque esa
enorme aceptación y arraigo entre las hadas en todos los rincones del planeta y
el gigantesco disfrute por su parte y por todos los otros seres elementales los
convertían prácticamente en obligatorios y no laborales. Correspondían al
vigesimoprimer día de los meses de Marzo, Junio, Septiembre y Diciembre, y
marcaban el inicio de las cuatro estaciones climáticas – otoño, invierno,
primavera y verano –. En los hemisferios sur y norte, respectivamente, estaban transcurriendo
los últimos días del invierno y del verano, estando esta última vigente en
Insulandia. Otro de los feriados, en este caso uno obligatorio, trascendía cada
frontera y el motivo se celebraba en todo el mundo, y había sido establecido
catorce mil años atrás – tres mil ochocientos noventa y seis antes de que
ocurriera el Primer Encuentro, el evento histórico más importante de todos –:
ese era el “Día de la familia”, una institución que los seres feéricos equiparaban
al poder político y a la que veían como la más importante fuente de desarrollo
de la sociedad, de la cual era uno de sus pilares. En Agosto, el decimosegundo
día era uno de los feriados nacionales insulares, y cada país tenía el suyo
propio: alrededor de cinco milenios antes del Primer Encuentro, los reyes, el
Consejo Real y demás funcionarios públicos insulares habían consensuado y dado
el visto bueno, consulta popular mediante, a la reforma a su ley primera (la
sexta hasta la fecha) y la creación de sus otros símbolos patrios. Cada país
tenía su propio “Día de la Patria”, y poseía, además de su Ley Primera, un
escudo, una bandera y un himno, que en el caso del reino insular estaban a poco
de cumplir los quince mil doscientos cuatro años de existencia ininterrumpida. Otro
feriado de carácter obligatorio, uno que se celebraba también en todos los países,
con lo que por tanto tenía alcance planetario, correspondía al anteúltimo día del
mes de Octubre y había sido establecido cuando se cumplieran los primeros y
exactos trescientos sesenta y cinco días desde que ocurriera el Primer
Encuentro, aunque por esos tiempos las hadas usaban su antiguo calendario (todavía
vigente), uno creado con base en una religión feérica hoy desaparecida, de la
cual quedan solo los textos y archivos históricos, además de objetos de culto.
Tan trascendental e importante había resultado el acontecimiento que la
cronología había empezado a contarse desde cero, finalizando así un extensísimo
período de veintisiete mil trescientos cinco años – unos más unos menos, la
fecha exacta se había perdido en el tiempo – y la fecha correspondiente al
trigésimo día de Octubre fue declarada como el “Día de la Diversidad Étnica y
Cultural”, una de las fechas más importantes en ambos calendarios. Veintinueve
de Noviembre, establecido novecientos años atrás, era el más nuevo de los
festivos obligatorios, se celebraba también en todo el planeta y, debido a su
importancia, arraigo y aceptación en el conjunto de los seres elementales, hadas
incluidas, había pasado de ser un feriado simbólico a uno obligatorio tan solo
nueve años después de haber sido establecido. Mediante un complejo, profundo y
exhaustivo estudio a escala planetaria que se había prolongado durante los
setenta y dos meses previos a su establecimiento, las hadas y los demás seres elementales
pudieron realizar el conteo de formas de vida, su especiación y clasificación,
en el planeta: cincuenta y un millones setecientos cuarenta mil ochocientas
diecisiete especies vegetales, trece millones novecientas noventa y un mil
novecientas del reino animal y treinta y siete mil quinientas veintitrés fungis
(hongos). A esa fecha de Noviembre se la conocía como “Día de la Diversidad
Natural y Biológica”. El segundo día del mes de Febrero era una fecha
seleccionada al azar hacía tres mil seiscientos sesenta y tres años en ambos
hemisferios, consensuada por unanimidad por cada uno de los delegados (miembros
de las familias reales) que participaron de la reunión, y esa fecha era
conocida hoy como “Jornada de la Buenaventura”, en la que se expresaban y
afloraban, celebración mediante, sentimientos y emociones tales como el amor,
la solidaridad, la concordia, la fraternidad, la paz, la amistad y la armonía.
El séptimo día de Abril se celebraba con toda la pompa el “Día de la Tradición
y la Cultura”, una fecha por demás importante que estaba a menos de un mes de
cumplir los veinticinco milenios y cinco años de existencia: había sido pensada
y puesta en vigencia por el conjunto de las familias reales con el propósito de
lograr el fortalecimiento permanente de cada uno de los aspectos culturales y
sociales de la especie. Ese día, su equivalente en el antiguo calendario
feérico, tan lejano (lejanísimo), la población mundial de hadas por primera vez
había alcanzado una cifra redonda, de trescientos millones. Una fecha aplicable
solamente al reino de Insulandia era variable y correspondía al “Natalicio de
la Reina”. En el país, como en los otros setenta y cinco, la fecha cambiaba con
la llegada al trono de una nueva hada, aunque se tomaba en cuenta no el día de
la ascensión al puesto más alto del poder, sino el de su nacimiento. En el
reino insular, actualmente estaba vigente la “Era de Lili”, que estaba a poco
de alcanzar las once décadas de vigencia - ¡ciento once años!, la reina insular
no aparentaba más de… ¿treinta y tres? -, y lo haría una vez que llegara el veintisiete
de Abril. Los otros tres festivos, obligatorios y mundiales, eran los días uno
de Enero, uno de Mayo y treinta y uno de Diciembre, por el “Año Nuevo”, el “Día
del trabajo” y el “Fin de Año”, respectivamente. Además había otras fechas, simbólicas,
que ocupaban cada día en el calendario, como el “Día de los muertos” (cinco de
Diciembre), donde las hadas rendían tributo y homenaje a quienes ya no estaban;
el de la fundación de las ciudades y otros lugares habitados (el de la Ciudad
Del Sol era el ocho de Octubre) y el del Consejo Real (nueve de Enero), el
máximo organismo político insular. Esa fecha era una de las más importantes
entre las simbólicas, y los consejeros se alegraban por ello: era el único día
del año en que estaban cien por ciento libres de cualquier obligación laboral.
_... Y de manera individual, mis congéneres y
yo consideramos como uno festivo al día de nuestro cumpleaños. Es así desde
tiempos remotísimos – concluyó el hada de la belleza, ya durante el viaje de
vuelta a la vivienda en la periferia, y luego de haberse ambos distendido con
otro poco de información sobre los habitantes del Agua, incluidos algunos de
sus nombres históricamente célebres. Estaban otra vez circunvalando el área
verde con la puerta espacial y varios seres feéricos aparecían o desaparecían
con habitualidad por el marco de oro. Continuaba estando allí el cántaro con
las monedas, y también la misma hada guardiana. Eduardo hubiera pensado, de no
ser porque antes la había visto moverse, que se trataba de una estatua – En nuestros
casos particulares, Cristal y yo hacemos algo sencillo. No más de una docena de
invitados, por ejemplo. Son nuestras amistades más cercanas y nos reunimos… que
se yo, en nuestras viviendas o en un área verde, un parque público que está
lindante a La Bonita, es el lago más grande de esta isla. Sesenta y seis punto
cinco kilómetros cuadrados, veintidós kilómetros al sureste de mi casa, más
allá del límite de la Ciudad. En parte, mi hermana y yo nacimos de un arbusto
floral que todavía crece en ese parque, a unos treinta metros de la orilla del lago.
Por ese motivo, para Cristal y para mi ese lugar, el lago y su parque
circundante, es un símbolo.
_¿Qué día nacieron Cristal y vos?., quiso
saber Eduardo, reparando con atino en lo conveniente que había sido pegar la
vuelta, pues ya se estaban precipitando las primeras gotas de una lluvia
tropical que no pensaba permanecer en esa
condición.
El cielo estaba muy oscuro y los relámpagos
abundaban.
_Mi hermana el doce de Octubre de diez mil
ciento ochenta y dos, a las cuatro horas con quince minutos, hora insular. Este
año cumple diecinueve – contestó Isabel, retrocediendo en el tiempo su mente.
Cristal era dos años más joven que ella – y yo a las diecisiete horas con
cuarenta y cinco minutos del treinta de diciembre de diez mil ciento setenta y
nueve… ¿qué pasa, Eduardo?.
Su nuevo y flamante amigo le había dado un
sorpresivo abrazo, a la vez que fraternal, como el que se daban los grandes
amigos de la vida que se reencontraban después de años, y fue más allá de eso,
aunque conservando siempre la no existencia de dobles intenciones. Para alegría
de la hermana de Cristal (ella no había esperado ni imaginado esto), un beso en
cada mejilla y otro más en la frente. Su aura volvió a expandirse, en señal de
alegría y emociones positivas.
_Igual que yo, Isabel – dijo el originario de
Las Heras, visiblemente contento al
conocer aquella información. Había descubierto otro punto en común con
el hada y eso, no había lugar para las dudas, le había agradado mucho –. El mismo
día y el mismo mes. Lo que difiere es la cifra y la cronología. Yo nací el
treinta de Diciembre de mil novecientos noventa y nueve. La única razón por la
que parecen diferentes es porque tu raza y la mía cuentan el tiempo, los años, a
partir de distintos sucesos trascendentes. La mía lo hace por motivos
religiosos, y la tuya, es decir los seres feéricos… por motivos
socioculturales, si se quiere – y pidió al hada –. Si te parece y estás de
acuerdo con esto, los dos podríamos llevar a cabo el par de celebraciones en el
mismo lugar, en ese parque del que hablaste o en tu casa. ¿Cuál es tu opinión
de eso?, ¿te gusta la idea?.
_¡Que bien!, ¡claro que estoy de acuerdo con
eso, Eduardo!. Me gusta esa idea que tuviste – celebró su “hada madrina",
sonriente, cuando la distancia que restaba para llegar a su casa se redujo a
exactos cien metros –. Me gusta mucho y… ¡un momento! – pareció entonces saber caído
en la cuenta de algo. De algo que deseaba, y habló con esperanzas de sobra en
su tono –. Un momento, por favor. ¿Quiere eso decir que tu deseo es quedarte a
vivir en…?
_¿… tu casa?. Si, Isabel; me decidí – quiso Eduardo
– Siempre y cuando continúe en vigencia aquella propuesta que me hiciste. Voy a
requerir de un lugar para vivir, ahora que el único camino a seguir es cambiar
la localidad de Las Heras en mi mundo por este barrio en el tuyo. ¿Todavía
querés que me quede en tu casa, no?.
Finalmente, y al tiempo que hacía una
afirmación con la cabeza, el hada de aura lila pudo derramar la primera
lágrima.
Una de felicidad.
Un deseo se le había cumplido.
--- CLAUDIO ---
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
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