_Cómo
siguen tu pie y tú mano?., se interesó y preocupó el Cuidador del Vinhäe, a
poco de aparecer a un lado de la puerta espacial.
Desde
allí hasta su destino tenían una distancia de cincuenta kilómetros, que por
precaución cubrirían a pie, por ese camino de ripio que serpenteaba, abrupta o
lentamente según un tramo en particular. Dada la naturaleza de la zona y su
geología, podrían haber ilios ocultos, listos para emboscar a cualquiera que pasara por allí, fuera un
hada u otro ser elemental.
_Me
casqué los dedos con dos ratoneras y duele, Eduardo, pero puedo seguir. Y
mantengo lo que dije. Los dos que defienden el Nem-Kal son míos - insistió
Lidia, de a ratos ayudándose con su bastón para caminar -. No es solo porque
quiero demostrar que en este caso no soy una nena, sino porque me parece lo
justo.
_Está
bien, yo coincido con eso - aceptó Eduardo, y de buena gana, caminando a su
lado y, como la híbrida, con los sentidos atentos, especialmente los ojos y los
oídos -. Antes yo estuve peleando y vos recuperaste uno de los fragmentos.
Ahora tiene que ser al revés.
_Lo
decís en serio? - reaccionó la nena, con sorpresa -. Vas a dejar que sea yo la
que luche?.
_Si.,
contestó el Cuidador.
Le
dijo entonces que para él ya no había ninguna necesidad de oponerse a la idea
de que una persona de esa edad, diez años, protagonizara una batalla de esa
magnitud, porque sabía de lo que era y lo que sería capaz. Lidia había heredado
de su madre las habilidades y poderes de las de fuego, que estaban entre las
hadas más poderosas, y de su padre la resistencia al daño y la pasión con que
iban a la lucha, dos de las características que distinguían a los vampiros.
Además estaba usando el Impulsor y era una Selecta, y por si eso no fuera
suficiente, durante su exploración al templo de la etnia Oi, había demostrado
que podía enfrentarse sola y sin ayuda a múltiples enemigos - ese día había
eliminado a varias centenas de ilios -. Más a su favor, para demostrar y
confirmar su postura, había sido Lidia quien salvara a sus colegas, al
revelarse como una Selecta, lo que había establecido otra marca, porque ningún
ser feérico, mucho menos uno híbrido, había alcanzado antes esa condición
siendo tan joven y careciendo además de experiencia en combates reales.
_Que
bien, hay un escéptico menos - se alegró Lidia -. Y hablando de eso... Vamos a
apostar mil soles a que los venzo en menos tiempo que vos.
_Hecho.,
aceptó Eduardo, y estrecharon las manos para sellar el compromiso.
Su
destino era el templo de los Nem, los ilios llegados a Iluria desde Florentina,
y estaba enclavado en una zona montañosa, parte de una extensa cordillera que
dividía al reino de Mubge en dos y se extendía por más de cien mil kilómetros,
abarcando incluso a sus países vecinos. El Nem-Kal estaba en medio de la
cordillera, rodeado por picos que en altura no eran inferiores a los tres mil
metros. Y el hecho de estar en esa zona le añadía un peligro que siempre debía
tomarse en cuenta. "Los terremotos", había dicho el Cuidador del
Vinhäe, al estar estudiando las condiciones geográficas y geológicas del lugar,
en preparación para la peligrosa misión. Era cierto que se trataba esa de una
zona calma, que llevaba más de cinco siglos sin registrar movimientos sísmicos,
pero el peligro siempre estaba allí, por eso había hadas cuyo atributo o don
estaba relacionado con el elemento tierra trabajando en esa zona, para la
seguridad de quienes cruzaban a uno u otro lado de la cordillera.
_Y
esa es otra de las razones por las que querés que yo me quede a pelear -
adivinó la nena, caminando ambos a ritmo normal, pero atentos -. Dudo que
exista un mayor riesgo allí abajo.
_Sería
completamente devastador y desmoralizador el que, llegado el caso, una nena de
diez años muera aplastada al colapsar las estructuras a consecuencia de un
terremoto, eso por un lado. Y por otro, que influye, yo no quedaría bien parado
de pasar aquello. Permitir que una mujer menor de edad corra el mayor riesgo...
No lo creo. Es verdad, insisto, que se trata de un lugar en el que no hubo
terremotos en los últimos quinientos años, pero nunca se sabe - postuló
Eduardo, para quien era la primera vez, desde que Biqeok lo nombrara como su
sucesor, usando sus capacidades en este tipo de terrenos -. Mejor entro yo.
Además es lo justo. Antes luché yo y entraste vos. Ahora tiene que ser al
revés.
_Debería
poder transformarme en una Alta Selecta - deseó Lidia -, de ese modo tendría
menos dificultades peleando contra los monstruos, o directamente no las tendría
Por
ser lo que eran - Cuidadores -, estaban en contacto con sus colegas, y tanto la
nena híbrida como Eduardo sintieron, aún estando a miles de kilómetros de
distancia, un incremento en la energía vital de Marina y Qumi, y eso solo podía
significar que ambas habían alcanzado el máximo poder al que podían aspirar las
hadas, quizás por encontrarse, o hacerse encontrado, en situaciones de extremo
peligro. Así lo habían confirmado, además, con otro de esos mensajes
tranquilizadores de la reina de Insulandia, y por eso los dos marchaban ahora
más confiados y animados hacia el templo de la etnia Nem, conociendo que dos de
los suyos eran ya lo bastante fuertes como para, llegado el caso, enfrentarse a
los máximos peligros y amenazas por sí solos y sin ayuda. Esa era la parte que
no les agradó a Eduardo y Lidia, quienes advirtieron que si Marina y Qumi
peleaban solas en algún momento, eso significaba que ellos dos, Kevin y Zümsar
habrían cruzado al otro lado de la puerta. Los Cuidadores del Vinhäe y el
Vinhuiga hallaban tranquilidad y consuelo en el hecho de saber que podrían con
los mint-hu sin ser Altos Selectos.
_Te
recomiendo ir despacio para algo como esto - indicó Eduardo, aún atento.
Estaban a poco más de la mitad del camino y, para acelerar el paso, desplegaron
sus alas y encararon una velocidad lenta, casi planeando en lugar de volar,
sobre el camino -. Se que es algo complicado y que requiere de cierta
preparación previa. De acuerdo, lograste la hazaña de convertirte en una
Selecta hace menos de una quincena, y siendo tan joven. Pero esto es
complicado.
_Estoy
lista para el desafío, se que lo estoy - replicó Lidia, convencida. Si pudo
revelarse como Selecta sin tener conocimientos y preparación, podría con esto
-. Cuando llegue el momento, lo voy a conseguir. Te prometo acá y ahora que los
monstruos que están defendiendo el Nem-Kal no van a sobreviví por mucho más
tiempo después de que hayamos llegado allí y yo haya empezado a pelear contra
ellos.
_Detecto
una gran decisión en esas palabras - observó Eduardo, imposibilitado de
dedicarle su concentración únicamente a la conversación con la Cuidadora del
Vinhuiga. Disfrutaría del panorama, de todo lo que lo rodeaba, sino fuera por
el hecho de estar sometido a la presión que significaban los posibles ilios
ocultos en algún punto de esa cordillera y el templo más adelante, en donde debían
recuperar el otro fragmento, el segundo de este dúo -. Está bien, Lidia.
Ganaste. No voy a decir más nada, excepto que te deseo toda la suerte... y otra vez que
acepto la apuesta.
_Te
agradezco la confianza., correspondió la nena.
_De
nada. Y a propósito, me gustaría saber cuál de los dos se lo cuenta a Kuza y
Lara cuando hayamos vuelto a la Ciudad Del Sol, a Plaza Central.
_Me
gustaría ser yo - pidió Lidia -. Cuando les cuente las cosas que hice van a
estar orgullosos y desaparecer cualquiera de las dudas que pudieran quedar en
ellos acerca de mis capacidades. Se que están preocupados y eso, y pienso que
este es el momento oportuno para convencerlos del todo, por lo que puedo
lograr.
_Una
pieza clave en la derrota definitiva de los ilios.
_Por
eso mismo - confirmó la Cuidadora -. Si puedo hacer mí parte, contribuir, voy a
ser una nena solo en esto - su carta personal asomó por uno de los bolsillos
del pantalón -. Y en relación al Vinhuiga va a desaparecer lo único que de
verdad representó ayer y representa hoy una preocupación. Seguro que también
para los nuestros y para vos... No es así?.
Eduardo
le hizo el gesto de afirmación con la cabeza y continuaron el viaje a través
del camino sinuoso, planeando sobre este, retomando una de las conversaciones
que abordaran desde su salida del Mel-Kal - fue la híbrida quien pidió dejar
los cuentos infantiles para otro momento menos acuciante, demostrando con eso
que podía razonar y pensar como una persona adulta -, sobre qué harían no bien
estuvieran en su siguiente objetivo. Llegarían transformados en Selectos,
lanzando las suficientes descargas para distraer a los mint-hu, lo cual le
daría al Cuidador del Templo del Agua la oportunidad para colarse en el Nem-Kal
y recuperar el recipiente. Entre tanto, su colega del Templo del Fuego se
ocuparía de los dieciocho enemigos en la superficie. Para buena fortuna de los
dos, atravesaron el camino sin sorpresas ni contratiempos, aunque eso no evitó
que hubieran permanecido alertas, ni que Lidia por poco haya lanzado un rayo hacia
una gigantesca ladera, confundiéndose y creyendo que aquellas aves en su nido
eran en realidad ilios que los estuvieron observando. "Es la
tensión", dijo, bajando el brazo derecho y continuando el repaso de la
misión, contenta por lo inminente que era la obtención de otro recipiente, y
coincidiendo ella y Eduardo que no tenían que perder el tiempo, pues si Zümsar,
Qumi, Kevin y Marina o habían llegado ya al templo de la etnia Aig, cercano a
la frontera que compartían los reinos de Sâmqei y Ribeobe, lo harían de un
momento a otro. "Preparada" - indicó Eduardo -, "en cien metros,
al doblar esa curva, nos esperan otros cien antes de llegar al predio", a
lo que Lidia le contestó asegurando que estaba lista para cumplir con su parte.
Como medida previa, transformaron sus bastones y acto seguido sus Impulsores,
antes de convertirse ellos mismos en Selectos, dándose la mano para generar
confianza.
_Como
lo pensamos., observó la nena.
En
el predio, dispuestos en pares, estaban los monstruos, a la espera.
_Confío
en que vas a poder con ellos, seas o no una Alta Selecta - dijo Eduardo -...
Como lo ensayamos?.
_Como
lo ensayamos.
Volvieron
entonces a darse la mano y, al grito de "A la carga!", emergieron a
la carrera, lanzando múltiples descargas hacia los monstruos, quienes se
pusieron en movimiento no bien los Cuidadores traspasaron el perímetro del
templo.
Los
monstruos más poderosos se concentraron en aquella pequeña figura compuesta por
fuego, pues era lo único que podían ver que de verdad representaba una amenaza
para la integridad del templo subterráneo, habiendo asumido que la otra figura,
más alta y firmada por agua, pudo ser un truco, algún engaño diseñado por su
rival para intentar distraerlos, de manera que los mint-hu emprendieron sus
ataques, con una estrategia que consistió en turnarse los grupos, porque una
parte de su misión consistía en no permitir que esa figura de fuego pudiera
acercarse al acceso único al Nem-Kal. "Es mí oportunidad para demostrar
que valgo y soy fuerte", todavía insistía la Cuidadora del Vinhuiga,
cayendo sobre los hombros de uno de los monstruos, valiéndose de su principal
ventaja en la batalla, la superioridad del fuego sobre la piedra, para
asestarle un golpe y echarlo al piso. Elevó tanto su temperatura corporal que
el contacto dejó una ardiente marca roja en los hombros del monstruo. No bastó
para destruirlo, pero hizo que perdiera una parte de su poder, y las marcas de
las pisadas le indicaron que con una presión más fuerte, con una temperatura
más elevada, sería suficiente para reducir el número de enemigos a diecisiete.
"Nada que un segundo intento no pueda remediar", dijo, contraatacando
con los latigazos, una de las técnicas básicas de las hadas de fuego, que su
madre le enseñara a usar correctamente, y azotando reiteradamente a los
mint-hu, impidiendo que se acercaran a ella y provocándoles quemaduras en las
manos y los brazos. Al cabo de unos dos minutos, más de la mitad de los
monstruos habían sido alcanzados por los látigos de fuego, aunque eso no los
detuvo, ni mucho menos a los otros, y continuaron con su tarea imperativa,
lanzando uno tras otro los golpes, que podrían tranquilamente pulverizar a lo
que sea que le dieran. "Que bueno que soy chiquita y hábil", se
alegró Lidia, consciente de que su estatura de un metro con diez centímetros
(pegaría el estirón de un momento a otro) y la consecuente maniobrabilidad la
estaban salvando del final, o por lo menos de severas heridas y daños que
podrían incluir huesos rotos. Estaba comprometida y decidida a no fallar, pues
no solo estaba en juego la supervivencia de todos los seres feéricos y
elementales, sino su necesidad de probarse, y eso haría. Eso hizo, al sujetar a
uno de los monstruos con ambos látigos y aumentar tanto la presión y la
temperatura que en un instante se le acabaron todas las posibilidades. El
primer monstruo había sido destruido.
Al
poner los pies en el deteriorado suelo, apenas un instante luego de haber
dejado a su colega y amiga en la superficie, Eduardo se convenció de que, en
cuanto al mobiliario y los artículos en este, no existían diferencias con
respecto al Oi-Kal. "Idénticos en todo", concluyó, dando los primeros
pasos, salvándose por poco de una trampa caza bobos, ubicada justo a un lado de
donde se posara; en este caso, más fragmentos oxidados de metal que cayeron
desde un punto en el techo, lo cual lo instó a moverse con sumo cuidado y sus
sentidos en alerta tanto en las recámaras como en los corredores, sin olvidarse
de la celeridad. "Mejor empiezo ya", dijo, y se abocó a la tarea de
remover los artículos en una góndola, repasando en su mente una parte de los
preparativos en la que aprendieran los Cuidadores a reconocer el acero mágico,
algo que los organizadores consideraron importante, y mucho, dado que ese
material no poseía algo que le fuera distintivo ni ninguna característica.
Pronto estuvo removiendo y desparramando los artículos a medida que recorría
los muebles, sabiendo que eso eventualmente sería perjudicial para los ilios:
estos se enfurecerían no solo por advertir que un individuo de la especie que
ellos más detestaban (las hadas) había estado en el templo, sino porque aquel,
a entender de los ilios, le había faltado el respeto a su cultura, religión e
historia, al desorganizar los artículos dispuestos en los muebles, al menos los
que les eran propios, y esa ira les haría cometer errores en su esfuerzo en la
guerra. Ese hecho, el de mancillar el contenido de este templo, entendía el
Cuidador del Vinhäe, sería peor dado que sus colegas habían estado en otros
cinco templos - supo de parte de la reina Lili que Kevin y Zümsar habían estado
en el Yau-Kal y el Bol-Kal, Marina en el Oi-Kal y Qumi en el Eri-Kal - y que,
estando juntos, los Cuidadores, la peor pesadilla para los ilios, harían
exactamente lo mismo en el templo restante, el Aig-Kal. Provocarlos y causar en
ellos esta ira sería una ventaja, continuaba asegurando Eduardo en su mente, a
medida que iba repasando con los ojos el contenido de la primera recámara,
porque eso les impediría pensar y concentrarse. Así, abandonó el recinto, después
de convencerse de que el recipiente de acero mágico no se encontraba allí,
repasando ese otro dato que era tanto o más importante que los demás, algo
contra lo que los ilios bien podrían no tener ninguna defensa: los seis
Cuidadores.
Preocupada,
pero a la vez extasiada. Así estaba Lidia a consecuencia de la situación en que
se encontraba, una batalla contra los monstruos más poderosos, que constituía
una parte de la campaña con la que cada una de las especies elementales
buscaban derrotar a los ilios de una vez y para siempre. La nena estaba
consciente de eso, y de su papel en la guerra, lo venía estando desde su
incursión en el Oi-Kal, cuando se revelara como una Selecta y tanto ella como
los demás (sus colegas, sus padres, el personal del Vinhuiga...) advirtieran
que sería una pieza clave en dicha campaña, algo que trajo como consecuencia el
que aumentara el ritmo en que iban desapareciendo las dudas y el escepticismo
respecto de su condición, una nena híbrida de diez años con tantas responsabilidades
sobre los hombros - la más grande de todas, sin lugar a dudas, la supervivencia
de todos y cada uno de los seres elementales -, ni de sus capacidades. La
Cuidadora se encontraba en este momento contribuyendo, haciendo méritos y
correspondiendo a la confianza que depositaran en ella. Había destruido al
segundo minhu, dejándolo primero envuelto en llamas, con un descomunal rayo de
fuego que hiciera impacto en el pecho, y después dándole un fuerte golpe con el
pie derecho, una patada, en la parte trasera del cuello. Era cierto que estos
monstruos perfectos, construidos o creados sin errores, podían tener cierta
resistencia a las llamas y las altas temperaturas, pero con el daño previo
había estado perdiendo energía y fuerza, las suficientes como para restarle
movilidad, maniobrabilidad y hacer que tanto el rayo como la patada fueran
mucho más de lo que habría podido soportar en esas condiciones. Lidia vio en
ese triunfo otro impulso anímico, y se concentró en el al momento de emprender
su ataque contra los otros, lanzando las descargas con la mano izquierda y
azotándolos a latigazos con la derecha. Observando, descubrió que los mint-hu
podían sentir el fuego, pues les quedaban esas candentes marcas en varias
partes del cuerpo, pero ignoraban esos efectos (Lidia se preguntó si sentirían
el dolor), porque para ellos no había que borrar del mapa a cualquiera que
intentara perturbar la tranquilidad de este templo, tal como los otros lo
hicieran en los demás, y como lo harían aquellos destacados en el Aig-Kal. Y lo
demostraron desde el principio, atacando con todo y sin descanso a la
Cuidadora, quien esquivaba los golpes, a veces con más dificultades y a veces
con menos, y contraatacaba también con todo.
Después
de andar atento por uno o dos minutos en el oscuro y lúgubre corredor, Eduardo
llegó a la segunda recámara, empezando a registrarla al instante, a la vez que
una parte de sus pensamientos se concentraban en las cosas que sus colegas y el
podrían hacer trabajando juntos (como el equipo que eran... como la familia que
eran). Obrando constantemente como un grupo, quizás fueran capaces, todos lo
creían y afirmaban, de lograr que la guerra terminara antes que este primer mes
del año. "Que eso que parece una locura se convierta en realidad",
pensó, viendo una colección de imágenes en blanco y negro robadas por los ilios
de los lugares grandiosos aún carentes de sus dos figuras de autoridad, dando
por sentado que estos seres habrían visto en esas ausencias una debilidad a la
que pudieran explotar, y contento porque los líderes del Consejo Supremo
Planetario y la Mancomunidad Elemental, además de los organismos continentales,
como la Unión Centrálica, lo hubieran previsto y dispuesto medidas
extraordinarias de seguridad. "Espero que resulten suficientes para que
sigan inexpugnables", deseó Eduardo, descubriendo, sin saberlo el, que
estaba compartiendo con su colega de la Casa de la Magia el mismo pensamiento,
la misma visión, sobre qué podría pasar si en lugar de seis hubiera más
Cuidadores. O, expresado de otra forma, qué podría pasar si el juego de catorce
estuviera completo. Era cierto que, a excepción de dos, los lugares grandiosos
no se relacionaban con tal o cual elemento de la naturaleza o las artes
mágicas, pero tenían la misma importancia para la sociedad, cultura e historia
de las hadas y otros seres elementales, por todo cuanto representaron y
representaban, y sus Cuidadores fueron tan hábiles y poderosos como los del
Vinhäe, el Vinhuiga, la Casa de la Magia, el JuSe, la MabDe y el Tep-Wo. Los
propósitos de esos lugares grandiosos aún carentes de sus figuras de autoridad
habían estado desde sus orígenes vinculados al desarrollo de los seres
feéricos, tanto como los otros elementales, pero a diferencia de aquellos seis
ya con los Cuidadores estaban vinculados a los aspectos culturales, artísticos,
científicos, deportivos e intelectuales. Eduardo había leído sobre ellos y sus
Cuidadores, de los cuales la mayoría había logrado convertirse en Selectos, lo
que dio cuenta de cuan poderosos fueron en vida. Eso había sido tomado como una
rareza, porque siempre se había dado por sentado que tal condición únicamente
podía ser alcanzada por las hadas, Cuidadoras o no, de los elementos de la
naturaleza.
Cuando
advirtiera que los látigos y rayos con que atacaba a los monstruos empezaran a
surtir un efecto mayor, como la piedra al rojo vivo y los parates breves antes
de reanudar sus movimientos, la Cuidadora del Templo del Fuego se dio cuenta de
que si no había alcanzado ya la condición de Alta Selecta, lo haría de un
momento a otro, porque eso era lo único que podía explicar que estuviera
teniendo ese éxito contra sus oponentes. Su colega y amigo, que estaba ahora
buscando uno de los fragmentos, le había explicado y hablado con detalles sobre
su enfrentamiento contra los mint-hu en el Mel-Kal, diciéndole que aún con la
condición de Selecto había tenido dificultades para destruirlos, porque sus
enemigos demostraron que no serían tan fáciles de derrotar, y el Cuidador se
vio en la necesidad de dar lo mejor de sí para hacer su parte. Lidia, en
cambio, sabía la impresión de no estar teniendo esas dificultades, al menos no
en el mismo nivel que su colega del Vinhäe. Su altura, contextura y peso eran
las claves que le permitían esa destacada gama de movimientos contra los que
los mint-hu no podían hacer más que lanzar uno tras otro los golpes, confiando
en que acertarían no bien la Cuidadora cometiese un error. Al mismo tiempo,
sabían (también la híbrida) que no podían ponerle una mano encima sin sentir
los efectos de la técnica que estaba aplicando la nena, la cual consistía en
elevar la temperatura hasta tal punto que nada podría tocarla sin quemarse o
recibir otros daños similares. La Cuidadora usó eso a su favor, y contraatacó,
destruyendo al tercer monstruo, y casi al instante al cuarto, al alcanzarlos,
ejerciendo tanta presión y temperatura que los mint-hu no pudieron responder, y
para el momento en que se estuvieron arriesgando al tomar los látigos para
intentar zafarse ya fue tarde, pues las piedras que los conformaban ya estaban ardiendo
y, a consecuencia de es5, desintegrándose. "Lo logré, soy una Alta
Selecta!", advirtió Lidia por instinto, sonriendo y dando un salto hacia
arriba, para protegerse de los violentos ataques de los mint-hu restantes, no
dándose cuenta aún que tal vez no fuera necesario que se cubriera o alejara en
situaciones como esa, pues esta nueva condición la volvería prácticamente
invulnerable. "Seguro que no lo aprobarían", dijo, pensando en sus
padres, quienes no verían con buenos ojos que su hija alardeara de sus poderes
y habilidades en este contexto tan apremiante y alarmante. De manera que
decidió conservar la compostura y seriedad, concentrándose en la catorcena de
enemigos que quedaban. "Ahora es su turno", les dijo, sin alardear,
reanudándose entonces el enfrentamiento.
"Y
si estuviéramos todos, la guerra se terminaría esta misma noche" - apostó
el Cuidador, de camino a la recámara número tres -, "no haría falta que
reuniéramos los siete fragmentos ni descubrir el mensaje oculto, tal vez".
Esos otros lugares grandiosos eran el Vit-U, o "Palacio de los
Deportes", el cual se encontraba en Lunaris, más específicamente en el
reino de Umebuzuk (la patria natal de la Cuidadora del Vinhuiga y sus padres);
el Teq-Ju, u "Hogar de la Sapiencia", en el reino centrálico de
Uzekû; la SeNu, o "Morada de la Flora", en Sâmqei, también en
Centralia, al igual que la PeNu, o "Morada de la Fauna", está en
Ribeobe; la UpDe, o "Casa de la Unión", en el reino de Miaqbo, en
Reikuvia; el Vi-Tep, o "Santuario de las Artes", en Alba del Centro,
en el reino de Kurseum; el "Palacio de los Astros", el Vsu-U, en
Uqezare, uno de los dos países que formaban Florentina; y la PitDe, o
"Casa de los Dones", en el reino de Vurxi, en el continente polar del
sur, Polus. Todos estaban equipados y contaban con las instalaciones de punta
para la práctica, ensayos y las mismas funciones que los otros lugares
grandiosos - estudios, comprensión y análisis -, y, fueran feéricos o
individuos de las otras especies elementales, sus empleados y notables estaban
plenamente calificados para sus respectivos puestos laborales. Estos "ocho
pilares" de la sociedad, cultura e historia, porque eso eran exactamente,
llevaban varios siglos sin sus figuras de autoridad, y cada uno de los
empleados y notables que llegaron, estuvieron y se fueron lo hicieron sin ver
nunca ese período de grandeza. Hoy estaban, como todos los seres feéricos y
elementales, con una espada pendiendo sobre sus cabezas, ante esta realidad que
era la guerra definitiva contra los ilios. Cientos de tropas de los reinos de
Umebuzuk, Uzekû, Sâmqei, Ribeobe, Miaqbo, Kurseum, Uqezare y Vurxi estaban
abocadas a su continua protección, una tarea que se extendería por tiempo
indefinido. "Depende de nosotros seis", dijo Eduardo, hablando
también por sus colegas, mientras abandonaba la tercera recámara, desilusionado
por no haber hallado en ella el recipiente de acero mágico. El Vinhäe y los
otros trece lugares grandiosos estaban exigidos como nunca desde la Guerra de
los Veintiocho. Seis de ellos corrían con suerte, al tener a sus Cuidadores,
tres hombres y tres mujeres, pero los otros ocho no, y era por esto que el
sexteto tenía esa otra exigencia: se habían propuesto, en la medida que les
fuera posible, defenderlos en esta guerra, si en su curso no aparecían sus
máximas figuras de autoridad.
Lidia
estaba con suerte, de eso no había dudas. Pudo destruir a otro trío de enemigos
sin hacer grandes esfuerzos, aunque no exenta de peligros. Siendo una Alta
Selecta, era prácticamente invulnerable, pero a estos los sentía, y hubo
chances que los monstruos no desperdiciaron. Esos golpes bien pudieron destruir
cualquier cosa que hubieran tenido frente a ellos y, en el caso de las hadas,
haber acelerado su paso al otro lado de la puerta. Con los mint-hu reducidos a
once, la Cuidadora se sintió animada y duplicó sus esfuerzos, sabiendo que eso
podría no ser necesario, ahora que era una Alta Selecta. Aplicando de nuevo su
técnica de los látigos de fuego, comprendió que se trataba de una manera
excelente tanto para defenderse, haciendo girar a toda velocidad en torno a
ella misma uno de los látigos, y azotando con el otro a los monstruos, quienes,
aún con esa desventaja, no dejaban de atacar, ignorando completamente los daños
que causaba el fuego en sus cuerpos, especialmente en las manos, algo que supo
aprovechar la híbrida. En un momento, el látigo alcanzó tal temperaturas que
traspasó a uno de los monstruos - debieron ser no menos de quinientos grados -
desde adelante hacia atrás en el hombro derecho, y agitándolo logró seccionarle
el brazo al minhu, destruyéndolo pocos segundos después con un nuevo azote,
esta vez a la altura del cuello. "Uno menos", dijo la Cuidadora,
cayendo al suelo, dispuesta a seguir con esa técnica, habiendo observado los
excelentes resultados, y pensando en sus padres. Sabía que estarían orgullosos
por esto (una menor de diez años destruyendo no uno, sino dieciocho de los
monstruos más poderosos... toda una marca que podría tranquilamente figurar en
la crónica ecuménica de este año), no así su reacción inmediata; quizás si su
padre porque los vampiros eran más propensos a la batalla - en cada aldea
vampírica, por ejemplo, dos machos, el líder y un retador, mayor este a los
veinte años, peleaban entre sí el cuarto día hábil de cada año por el liderazgo
del poblado -, pero su madre estaría con toda seguridad con una crisis
nerviosa, algo que debería contener y atenuar si quería mantener la integridad
del Vinhuiga y su personal. Los mensajes de la reina Lili, con los que esta
tranquilizaba a los Cuidadores, le habían hecho saber que Lara al final se
había resignado a que su hija estuviera expuesta a estos riesgos, entendiendo
que de los dos era el mal menor. "Cuando esto termine, no se va a tener
que preocupar" - dijo la híbrida -, "... nunca más", y redujo la
cantidad de enemigos a la mitad, destruyendo a otro, combinando el látigo con
un rayo, y enviando los restos en todas las direcciones, manteniéndose en las
alturas para evitar convertirse en una víctima de sus propias acciones.
Al
entrar en la recámara número cuatro, el Cuidador del Vinhäe demostró poca, muy
poca o ninguna sorpresa, pues halló un panorama igual al de las otras tres y
las del Oi-Kal. "El grato recuerdo de la etnia Nem", se burló
Eduardo, haciendo la inspección ocular inicial de los artículos, entre los
cuales destacaban tres frascos con tierra herméticamente cerrados. "Así
que no tomaban aspectos culturales de los demás, mucho menos de las hadas"
- volvió a burlarse -, "... ahora sabemos que no fue así". Esa era una
costumbre que los seres feéricos empezaron a adoptar en los años inmediatamente
posteriores al máximo evento histórico, con la que quisieron demostrar el
descomunal apego que sentían por su origen, o su lugar de nacimiento. Cuando,
por el motivo que fuere, especialmente si se trataba de algo permanente, un
hada abandonaba su país llevaba consigo un frasco con tierra, para no olvidarse
jamás de donde provenía ni cuál era su origen, y eso representaba una de sus
posesiones más valiosas. Eduardo había aprendido eso al poco tiempo de haber
recuperado el conocimiento, y poco después supo que Kevin, por esos días su
amigo, tenía uno de esos frascos, con tierra que sus padres trajeran consigo
del reino de Espal, al que se llevará con el a la Casa de la Magia; y lo propio
había hecho Cristal, con esa tierra que tomara de su casa en Barraca Sola.
Probablemente, pensaba el Cuidador del Vinhäe, notando inscripciones
alfanuméricas sobre la repisa en que estaban los frascos, los ilios hubieran
vuelo al lugar de origen de la etnia Nem, el continente florentino, en algún
momento a mediados del cuarto siglo posterior al Primer Encuentro, cuando la
costumbre de los frascos con tierra ya estaba arraigada en la sociedad de las
hadas y traído ese elemento creyendo que podrían usarlo como un refuerzo y un
tributo a una de las siete etnias originales. El resto de los artículos eran
antiguos objetos de los ilios Nem vinculados al aspecto religioso y, por
supuesto, a sus planes para la dominación total de Iluria. Había imágenes,
bosquejos, una variedad de armas... y Eduardo concluyó que la única razón por
la que estaban allí, expuestos de esa manera, era que, sintiendo las hadas por
los ilios el mismo desprecio e igual desconfianza, simplemente no tendrían
interés alguno en colarse a ese templo, ni a los otros, para saber qué
elementos estaban en el. "Hasta ahora", dijo el Cuidador, dando por
finalizada la observación del contenido de la recámara, sin haber podido
encontrar el recipiente de acero mágico.
Otro
cuarteto de rayos de fuego fueron suficientes para que Lidia redujese la cifra
de enemigos de nueve a seis. Los tres desafortunados quedaron envueltos entre
llamas, y, aunque continuaron moviéndose y atacando, su suerte había quedado
sellada. El fuego les iba consumiendo la energía y desgastando el material de
que fueran creados (piedras teóricamente resistentes), por lo cual la Cuidadora
no tuvo que molestarse en atacarlos nuevamente, sabiendo que se despedazarían
en uno o dos minutos. “Ahora, los otros seis”, dijo firme y decidida, no
demorando un instante. El látigo de juego enlazando a un minhu, aumentando
tanto la presión como la temperatura; el remolino haciéndose más pequeño, veloz
e intenso a medida que encerraba a otro monstruo; la propia Cuidadora
transformándose en una bala en caída libre desde las alturas y a una velocidad
enorme; una seguidilla de fuertes patadas a otro más, la mayoría concentradas
en los brazos, porque el monstruo había intentado cubrirse; y un quinto ataque,
otro rayo, canalizado este con el bastón de mando y usando además el Impulsor.
Ante semejante demostración de fuerza y habilidades, ninguno de los mint-hu
tuvo oportunidades, habiendo además quedado debilitados a consecuencia de la
prolongada batalla contra una Alta Selecta, y todos fueron cayendo en el curso
de los siguientes treinta minutos. “Ya viene”, advirtió la Cuidadora,
refiriéndose a su colega del Templo del Agua, porque estaba sintiendo la marca
del fuego en la frente, así que no
perdió un momento y destruyó al último de los monstruos, con la idea de que
Eduardo tuviera el camino libre cuando volviera a la superficie. Pero no fue el
marido de Isabel a quien tuvo cerca suyo, sino a Marina, Kevin, Qumi y Zümsar,
quienes aparecieron de pronto desde una de las elevaciones, reasumiendo la
forma feérica al llegar junto a la nena híbrida.
En
la quinta recámara, Eduardo aplicó el método de desparramar el contenido de los
muebles para acelerar el tiempo de salida. Una a una recorrió las piezas,
dispuestas contra los muros y en el centro, y teniendo los elementos esparcidos
observó con más detalles, diferenciando con claridad más de media decena de
materias primas empleadas en la producción de los artículos. Hubo allí madera,
oro, piedra, metales, vidrio… “¡Pero nada de acero mágico!”, se disgustó,
habiendo tenido como reacción el haber hecho aquello que lo destacara por sobre
la aplastante mayoría de las hadas con su mismo atributo: crear el elemento
agua, así que pronto el contenido de la recámara, los objetos más livianos, estuvieron
navegando, chocando unos con otros, en el agua, que había trepado hasta los
diez centímetros antes de empezar a escurrirse por el corredor, junto con los
artículos y el propio Cuidador, quien se marchó chapoteando rumbo a la
siguiente recámara, contento por haber hecho aquello, pues tanto el agua como
los objetos fueron despejándole el camino de las trampas caza bobos. Eduardo,
andando ahora más despreocupado, se preguntó si el recipiente podría estar en
la última recámara, en lugar de en la sexta o la séptima, porque si su
contenido era tan valioso para los ilios, estos habrían hecho hasta lo
imposible por mantenerlo oculto, y eso implicaba esconderlo en el lugar más
alejado del acceso único al Nem-Kal. “¿Debería ir directamente allí, salteando
los otros dos espacios?”, se preguntó, a la vez que sentía la aparición en la
frente del símbolo del agua, lo cual significaba que Lidia había entrado al templo.
Era más plausible eso, considerando que los otros Cuidadores estaban a miles de
kilómetros, camino al templo Aig. “Si es así, Lidia tuvo que haber completado
su parte exitosamente”, se alegró Eduardo.
“Era
tu momento de gloria”, le contestó Qumi, cuando, tras los saludos, la nena les
preguntara a sus colegas por su presencia en este lugar, y por qué no
intervinieron en la batalla, y antes de que Kevin Y Zümsar se perdieran en el
acceso único al templo, para esperar a Eduardo en la primera recámara. “¡Entonces,
si confiaron en mi capacidad!”, se alegró Lidia, dándose cuenta recién ahora
que habían sido ellos cuatro aquellas luces que serpentearon entre las cumbres
cercanas, de cuatro colores diferentes (rojo sangre, verde oliva, blanco y
rosa) hasta ubicarse en un punto a buena distancia del lugar en que estaba
desarrollándose la batalla. “Nunca dudamos”, le contestó Marina, observando con
asombro los escombros, humeantes casi todos, en que se transformaran los
defensores del Nem-Kal. La Cuidadora del JuSe, por su lado, dijo a la híbrida
que se encontraban en viaje Zümsar y
ella (lo mismo que Kevin y Marina) hacia el Aig-Kal cuando recibieron otro de
los mensajes de la reina Lili, quien les había pedido que fueran al templo de
la etnia Nem antes de su último objetivo, pues estarían exhaustos después de
las experiencias vividas, y considerando que se trataba ese de un caso
especial, porque los ilios habrían tomado medidas excepcionales – los ilios, al
final, se enteraron de la misión de los Cuidadores, aunque ignoraban si habían
podido apoderarse de los recipientes de acero mágico - , requerirían estar
descansados y con sus fuerzas renovadas. “Pensamos que Eduardo y vos estaban en
peligro” – avisó Marina –, “y resultó un entretenimiento. Nos alegramos mucho
por eso”. “Que bueno que fue un susto” – complementó Qumi –, “te felicitamos
por esta hazaña, y por haber encontrado uno de los recipientes”. “Y yo les
agradezco que hayan confiado en mi”, correspondió la Cuidadora del Vinhuiga, en
tanto las tres se sentaban sobre el suelo, a pocos metros del acceso al templo,
a intercambiar sus experiencias y vivencias, tanto en las duras batallas contra
los mint-hu (“¡Somos Altas Selectas!”, dijeron alegres, al unísono) como en la
búsqueda de los recipientes, y pensando una estrategia que pudieran aplicar en
el templo de la etnia Aig. Eso hicieron
durante escasos cinco minutos, hasta que vieron emerger a los hombres, primero
en su forma de esferas brillantes y adoptando inmediatamente después la forma
feérica.
A
último momento, el Cuidador del Templo del Agua había abandonado aquella
posibilidad de ir desde la quinta hasta la octava recámara sin escalas
intermedias. “Mejor prevengo”, reconoció, entrando en el sexto espacio y no
detectando diferencias con respecto a los anteriores. Todavía sentía la
llamada, el símbolo del agua en su frente, aunque más débil, y eso solo podía
significar que Lidia se había quedado quieta en la recámara número uno. “Espero
que no le haya pasado nada malo”, deseó, pero no tuvo el tiempo para
preocuparse por eso en este momento, ni tampoco en que le diría a Lara y Kuza
si la situación de la híbrida no llegaba a ser buena al final de la misión o en
algún momento de esta. “¡Qué bueno que previne!”, se alegró, apenas tres
minutos después de haber entrado a esta recámara, porque en una de las antiguas
y desvencijadas góndolas, sepultado entre decenas de artefactos de materiales
muy parecidos y colores idénticos, se encontraba el recipiente de acero mágico.
“¡El lugar perfecto para ocultarlo!”, siguió Eduardo alegrándose, apoderándose
del objeto luego de haber tomado las precauciones necesarias – una descarga mínima
de su energía destruyó todos los objetos, menos ese, y además suprimió
cualquier trampa caza bobos que pudiera haber estado allí – y emprendiendo la
salida, no preocupándole que pudieran contener las dos últimas recámaras, pues
sus congéneres y él se ocuparían de eso no bien la guerra hubiese terminado y
los templos antiguos quedaran a merced de las hadas y los demás seres
elementales. Sosteniendo el recipiente
con la diestra y el bastón de mando con la zurda, Eduardo anduvo por parte de
los corredores y algunos de los recintos, y al llegar al primero hallo el porqué
de la marca en su frente, otra vez sintiéndola con mayor intensidad. Allí
estaban dos de sus colegas, Zümsar y Kevin, con los brazos cruzados,
conversando entre si acerca de la misión, y no ocultaron la alegría al verlo sano
y salvo con el recipiente. “¿Qué hacen acá?”, les preguntó, después de los
saludos, y los hombres le explicaron que la reina Lili les había pedido que
usaran al Nem-Kal como una escala para recuperarse, porque deberían estar al
máximo de sus capacidades para el último punto del itinerario. “¿Así que los
ilios ya lo saben?” – dijo Eduardo, en tanto se transformaban para salir del
templo –, “bueno, eso no cambia las cosas”. Y los tres estuvieron en la
superficie en un instante.
_Tardaron
menos en el Nem-Kal que nosotros en cualquiera de los otros templos, y que
incluso ustedes mismos en el Mel-Kal – indicó Kevin, estando ya reunidos con
las damas en la superficie – En la capital insular ya están enterados.
Eran
las doce horas con trece minutos y los seis estaban dispuestos alrededor de los recipientes,
contemplándolos, conscientes de la hazaña lograda en poco más de seis horas.
Ciento veintiocho de los monstruos más poderosos destruidos sin mayores
complicaciones, cuarenta y ocho recámaras y ocho mil ochocientos kilómetros de
corredores inspeccionados a fondo… en conjunto, representaban un reto al que
nunca ellos ni sus congéneres creyeron que habrían de enfrentarse, y ahora
estaban descansando, porque se habían tomado en serio las palabras de la reina
de Insulandia. Partirían hacia el Aig-Kal a las trece y veinte.
-¿Qué
creen que haya en estos recipientes?., inquirió Qumi, acercando sus ojos a uno
de ellos.
_Vamos
a abrirlos para comprobarlo., propuso Lidia, tomando a uno y empezando a
ejercer sobre el cierta presión.
_Mejor
no – se negó Marina, preparando el
cilindro mágico para guardar nuevamente los seis recipientes –, no es el lugar
ni tampoco el momento. Creo que lo mejor es esperar a llegar a Plaza Central, o
el edificio del CSP.
_Estoy
de acuerdo con eso – coincidió el Cuidador de la MabDe, comprobando que sus
equipos protectores estuvieran bien colocados –. Ahora que los ilios están al tanto
de lo que estuvimos haciendo, van a ser capaces de cualquier cosa para
recuperar estos recipientes. De hecho, podrían estar viniendo hacia acá en este
momento.
_Y
fortificando como nunca las defensas en el templo de la etnia Aig, sin dudas –
aportó Eduardo –. Al menos, tenemos la seguridad de que el fragmento sigue
allí.
El
y los demás sabían a ciencia cierta que los ilios no se arriesgarían a un
traslado en este momento, sabiendo que había hadas y otros seres elementales
buscando cualquier rastro de anormalidades, combatiendo a cuanto ilio se
encontraran en su camino, y, lo peor para estos, los Cuidadores estarían en el
Aig-Kal en un instante. Además, lo supieron de parte de la reina de Insulandia,
los agentes Qar´u apostados a una distancia prudencial de ese templo – ante la
realidad de la guerra, las fronteras entre los países centrálicos estaban más
vigiladas que nunca – no habían reportado nada inusual allí. Nadie había
entrado ni salido, y los ilios no recurrieron a la tele transportación para
llevarse el recipiente sin ser detectados.
_No
se ustedes, pero yo creo que lo peor que puede pasarnos a nosotros es que no
podamos cumplir nuestra promesa de estar de vuelta en la Ciudad Del Sol a mitad
de la tarde de hoy – dijo Qumi a sus colegas –. Somos lo bastante poderosos
como para vencer a todos los monstruos que hayan destacado para defender el
Aig-Kal, y a los ilios. Y tampoco vamos a tener dificultades en obtener el
último de los fragmentos.
_Espero
que estés en lo correcto – deseó Eduardo, incorporándose, tomando su bastón y
observando el entorno. No se veía nuevo movimiento enemigo en los alrededores.
Desplegó sus alas y llamó –. ¿Nos vamos ya?. Cada segundo cuenta.
_Vamos
– coincidió Kevin, y tanto este como Zümsar y las mujeres también se pusieron
de pie – El templo de la etnia Aig va a ser el mayor reto de todos, ahora que
los ilios nos descubrieron, y lo que estamos haciendo. Ya vamos a decidir quiénes
se quedan a pelear y quiénes van por el recipiente al templo subterráneo.
Así,
los Cuidadores remontaron el vuelo, ubicándose por encima de todo, convencidos
de que estaban cerca del triunfo final sobre los ilios, decididamente más cerca
de lo que nadie, ni siquiera Iris y sus guerreros del Movimiento Elemental
Unido, estuvieron alguna vez, y si esa hazaña se lograba – pensaban otra vez –
ningún ser elemental tendría que volver a pelear ni dedicarse a problemas como
ese nunca más.
FIN
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CLAUDIO ---
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