sábado, 21 de julio de 2018

35) El 10 de Enero

El ataque al Vinhäe empezó a las cinco horas con diez minutos del diez de Enero, cuando todavía faltaban cincuenta y cinco a ciento setenta y cinco minutos para que la mayoría del personal empezara sus actividades de los fines de semana (hoy era sábado), tomando prácticamente desprevenidos y por sorpresa a los defensores, aún aquellas hadas en vuelo y el trío de nagas machos que patrullaban rodeando el exterior, y al Cuidador y su segunda, quienes a tiempo alcanzaron a interponerse entre el lugar grandioso y el voluminosos tronco, al que destruyeron con sendas descargas, que arrancara uno de los monstruos y lanzara fuerte y violentamente hacia adelante. "Eso dolió", se quejó Isabel, mientras empezaba a escuchar la estridente sirena que alertaba sobre la inminencia de un ataque, porque unas pocas astillas, resultantes de haber destruido el árbol a pocos metros, se incrustaron en sus manos, brazos y otra más en el cuello, de donde le brotó una minúscula gota de sangre. "Están aprendiendo, hablo de los ilios", observó Eduardo, entrando el e Isabel al Templo del Agua, atacando a los monstruos desde una altura y distancia prudenciales, lanzándoles más descargas. Empezó a advertir que estos seis mï-nuqt, la misma cantidad de uc-nuqt y los cuatro pares de mint-hu eran superiores a todos aquellos con los que había peleado el año pasado. Estos, se dio cuenta, eran tan poderosos y estaban "fabricados" con una calidad idéntica a los que salían de alguna de las instalaciones de la COMDE, lo que los indujo a pensar que los otros monstruos bien pudieron ser ensayos para los ilios. Estos habrían evaluado sus aciertos y errores en sus creaciones anteriores y en base a los resultados obtenidos ver cuál cosa o cuáles tenían que mejorar para asegurar el éxito en las futuras batallas. "Y esto es el fruto de sus esfuerzos", corroboró Isabel, porque su marido compartió ese pensamiento con ella.
Unas pocas de las hadas de entre las que estaban en el lugar grandioso, aquellas que sabían cómo usar sus poderes y habilidades a modo de defensa (como armas) se unieron a la batalla, lanzando una atrás de otra las descargas, con las cuales lo único que lograron fue que los mint-hu replantearan su estrategia, y que los uc-nuqt y mï-nuqt no recibieran otra cosa en sus voluminosos cuerpos que daños absolutamente menores.  También los nagas se unieron a la lucha, abalanzándose velozmente armas en mano, aunque sus dagas, filosas, apenas rasparon el material constitutivo en la veintena de enemigos, con lo que estos descomunales seres elementales apelaron entonces a sus dos mayores fortalezas, siendo estas su tamaño y resistencia. "Nosotros los vamos a contener" - dijo uno de los nagas -, "y si podemos a destruir". Y el Cuidador supo captar la idea. El y su segunda tenían que organizar todas las defensas mágicas, incluidas las trampas caza bobos, poner a punto las catapultas y los seis cañones incorporados a mediados del mes pasado - había catastrofistas trabajando en el Templo del Agua, incluso en el cuerpo de notables, los que insistieron a Eduardo con la necesidad de incorporar la artillería moderna a la defensa, por si sus postulados resultaran ser ciertos -, poner a resguardo al personal en las estructuras, que resistían los embates de los monstruos, ordenar a las hadas guardianas que no abandonaran sus posiciones hasta nuevo aviso, establecer a los agentes Qar'u alrededores de la torre y dentro de esta y enviar a la primera línea a todos los seres feéricos que pudieran usar sus poderes, incluido el mismo, como armas. "Te necesito en la dirección" - pidió a Isabel -, "ellos deben estar allí". "Nuestra familia", advirtió la segunda al mando, torciendo la cabeza en dirección a la torre, alegrándose por ver la seguridad adicional que proporcionaran los ornímodos, uno posado sobre el techo y otro volando en círculos.
Iulí, sabía su hija, porque esta se lo había pedido, se encontraba en estos momentos en la oficina principal, desde la cual Eduardo, su yerno, dirigía el lugar grandioso, lamentando que este primer aniversario hubiera pasado prácticamente inadvertido, debido a estas circunstancias tan especiales y particulares, que empezaron con la vuelta de Qumi. Ahora estaba sentada en uno de los sofás, meciendo con el brazo izquierdo a su hijo y con el derecho a su nieta, consciente del peligro que estaba cundiendo sobre el lugar grandioso y todos cuantos se hallaban en el. Iulí estaba, como cualquier individuo de uno y otro sexo de la suya y las otras especies, con el corazón en la boca desde el mismo instante en que Marina e Iris atraparan a los ilios, porque sabía lo que eso significaba, y ahora que era realidad sus temores y preocupaciones eran exactamente iguales a las de los demás. Sentada allí, Iulí dudaba que esta vez Eduardo y los defensores tuvieran el mismo éxito que con los ataques del mes pasado, porque sabía que, con una guerra abierta, los ilios no pondrían reparo alguno en atacar con todo desde el principio. Nunca tuvo dudas, había reconocido al final, de que esos seres fueron los organizadores de aquella embestida contra el Vinhäe, en un momento en que el Cuidador estaba ausente y en el extranjero, asistiendo al nombramiento de otra de sus colegas, Marina, en el Santuario del Viento. Quizás creyeron que este lugar estaría desprotegido", dijo en voz baja, moviendo pausada y rítmicamente los brazos, al tiempo que la puerta se abría y entraba Isabel, respirando entrecortadamente y agitada. "Son veinte", le dijo, en referencia a la cantidad de atacantes, ubicándose a su lado y recuperando a Melisa, en quien detectó ese ya conocido gesto con que manifestaba una relajación total, el mismo que cualquiera de los bebés feéricos al estar en los brazos de alguno de sus padres. Ante la pregunta de su madre (y preparando su Impulsor, por las dudas), Isabel empezó a explicarle lo acontecido.
A las cinco y cuarto, la artillería hizo su debut en un enfrentamiento bélico - había un escriba tomando notas, para el registro histórico -, disparando dos de los cañones contra el primero de los monstruos, un uc-nuq, en traspasar el umbral del Templo del Agua. Las cargas disparadas fueron bolas metálicas de treinta centímetros de diámetro con su interior hueco relleno con pólvora, las que al impactar se incrustaron contra el pecho del enemigo, debido a la velocidad y la fuerza de los lanzamientos. Entonces hicieron explosión, y este segundo ruido causó un súbito temor, idéntico al que produjeran las descargas. Ninguno de los feéricos ni Elementales había escuchado alguna vez algo como eso, y comprendieron cuanto poder destructivo podía tener la artillería al contemplar el daño significativo en el uc-nuq, que con dar unos pocos pasos cayó al suelo y sus restos se esparcieron en los alrededores. Eduardo y los defensores observaron los restos, coincidiendo en que dejarían para otro momento ese debate que surgiera espontáneamente al apreciar la fuerza de ambas explosiones - básicamente y en líneas generales, si a muy largo plazo los cañones podrían reemplazar a las catapultas, arietes y otras piezas similares en los ejércitos -. Ahora la urgencia era contener y destruir a los otros dieciocho atacantes, los cuales marchaban decididos. Los nagas, por su parte, pudieron destruir al mï-nuq con el que estuvieron peleando, pero a un costo muy elevado, porque uno de ellos, aún con sus descomunales altura y fortaleza, no fue capaz de sobrevivir a la lucha y ahora estaba tendido en el suelo, con los brazos cruzados sobre el pecho y sujetando su daga con ambas manos. Sus congéneres lo dejaron así, porque esa era su costumbre, cuando uno de los suyos fallecía, y al ver ese cuerpo sin vida, las hadas comprendieron que si no atacaban con todas sus fuerzas desde el principio, los monstruos podrían adentrarse peligrosamente y tal vez llegar hasta la torre central. "Y eso no pienso consentirlo", fijo Eduardo con toda la determinación.

Pero había factores definitivamente en contra. Los nagas sobrevivientes y las hadas sabían que se enfrentaban, quizás por primera vez desde el fin de la Guerra de los Veintiocho, a monstruos creados específicamente para luchar, lo que significaba que todas sus capacidades estaban al máximo. Si su intención era el éxito inmediato, los defensores, con el Cuidador a la cabeza, deberían destruir a los atacantes de s uno a la vez, concentrando gran parte de sus energías, lo que dejaría exhaustos a los seres humanos, al no estar estos acostumbrados a aplicar esa clase de habilidades. Eso, además, haría que se descuidaran de los movimientos y ataques de los otros enemigos. La mayoría de las armas (lanzas, flechas, mazos...) tendría poco o nulo efecto y el tiempo que tomaba recargar un cañón y tenerlo listo para un nuevo disparo era de cinco minutos, lapso durante el cual, con toda seguridad, los monstruos tranquilamente podrían dar varios pasos en el interior. Para el parámetro convencional sería pura suerte que lograran destruir a otro, porque tendrían que reubicar a la mayoría de las piezas en una distancia de, y segura, dentro de su rango de alcance, y esperar a que el objetivo no modificara su ritmo ni su velocidad. Habría individuos heridos, por supuesto, y no serían unas pocas decenas, sino mucho más que eso, como en su momento lo fueron en los tiempos de la Guerra de los Veintiocho y aún después de ella. Esa era otra de las grandes preocupaciones para el Cuidador y los notables, quienes a consecuencia de esas graves necesidades e idénticas urgencias, que aparecieran en el curso de los últimos días, estuvieron en el Vinhäe preparándose para lo peor y ocupándose de la organización y los preparativos. Habiendo una guerra que se extendería por todos los rincones del país e incluso más allá, sabían que los heridos, unos más graves que otros, se contarían por centenas en los primeros días, sino era que más - ahora que fueron descubiertos, los ilios tendrían menos reparos y sigilo, y eso implicaba que reaccionarían al movimiento, atacando primero y preguntando después. Cualquiera cerca de ellos sería considerado como un enemigo de ahora en adelante -, y de ser así el lugar grandioso automáticamente agregaría a sus obligaciones la tarea en extremo importante de convertirse en un centro de refugiados, a la vez que también en un hospital. En el tiempo transcurrido desde la captura de los ilios, un hecho ya registrado como el inicio oficial de la guerra, hasta las últimas horas de ayer se encontraron los notables y gran parte del personal preparando cada una de las estructuras para esas eventualidades, tal cual ocurriera no solo en aquella devastadora guerra, sino también, el ejemplo más reciente, en los días posteriores a la Gran Catástrofe, un evento de proporcionar continentales, mientras decenas de hadas guardianas patrullaban atentamente por tierra, aire y agua, con todos sus sentidos en alerta. Todos los suministros médicos, desde el menos hasta el más importante, unos cincuenta mil de acuerdo al inventario, y los alimenticios habían sido acopiados en dos galpones otrora usados como almacenes de materias primas para los aserraderos, los cuales contaban ahora con una protección preferencial que se extendía más allá de las defensas mágicas de las estructuras, a las que volvían prácticamente invulnerables. También habían reordenando y reagrupado más de la mitad del mobiliario e inventario en una veintena de estructuras que se usaban para practicar y entrenarse, de manera que quedara el espacio suficiente para dar atención médica y asistencia a las decenas de heridos y refugiados que irían llegando en lo sucesivo del futuro al lugar grandioso. Desesperadamente deseaban que eso no pasara, pero si en efecto lo hacía estarían preparados, especialmente ahora, al estar viendo como el armamento convencional parecía no tener efecto ni causar daño alguno en los mï-nuqt, uc-nuqt y mint-hu, estando casi todos estos a pasos de atravesar el bosque perimetral, y que unos pocos seres feéricos eran los únicos que estaban logrando algo, contenerlos y retrasar su avance, con esas descargas de diversos colores, coincidentes con las auras, que les lanzaban en sucesión rápida. Con ese panorama, los temores de los notables parecieron volverse realidad. Observaron al Cuidador atacando desde el aire, describiendo círculos en torno a los monstruos, desconcertados. Los notables, que por pedido expreso de su jefe continuaban con la tarea de poner a salvo al personal y mantener las defensas (nidos, trampas caza bobos, cañones, catapultas...) en su máximo nivel de alerta, se miraron unos a otros, y se preguntaron por qué razón no ejecutaba Eduardo una transformación e inmediatas luego la otra, pues con la forma combinada podría acabar fácilmente con todos los enemigos en cuestión de un cuarto de hora, tal vez menos, y descubrieron la contestación cuando uno de ellos, el militar que estaba a cargo de la seguridad, quien estaba por demás sobre exigido, propuso en voz alta, con los otros notables y todas las hadas que estaban cerca suyo, que con hacer tal cosa, ejecutar esa técnica, Eduardo crearía inevitablemente daños colaterales, al exponer a sus congéneres y a los nagas a los fragmentos y restos en que se convertirían los dieciocho monstruos, que saldrían veloz y violentamente disparados en todas las direcciones. De momento, el y los otros, además de los nagas buscaban contenerlos, impedir que se adentraran en el predio más allá del bosque, y expulsarlos, entendiendo cuan imperioso era eso y recordando lo que había pasado la última vez, al iniciar el mes pasado, cuando los monstruos atacaron el Templo del Agua. "Una vez que hayamos conseguido expulsarlos, dejen en mis manos su destrucción", pidió el Cuidador, sabiendo de sobra que entonces, si, podría pelear con su poder y fuerza al máximo, al poder moverse y maniobrar con mayor libertad. Estudiando y observando, a la vez que luchaba, los movimientos de estos enemigos, descubrió, al igual que lo hicieron los demás, que los monstruos parecían tener como su objetivo principal la torre central, porque sabían (los ilios sabían) que con causarle daños secretos o destruirla provocarían sin dudas una desorganización generalizada en el lugar grandioso, el caos en este, y, lo que era decididamente peor, un golpe moral y anímico mayúsculo para la raza feérica e incluso otros individuos elementales, los que también tenían al Vinhäe como un componente clave de su cultura e historia, además de que eso dejaría mal parado, derrotado y expuesto a la certificación mundial al Cuidador por el resto de su vida. Desde su llegada a este mundo, un hecho que se encontraba a poco más de una semana de cumplir su segundo aniversario, Eduardo no le había fallado a las hadas ni las había defraudado, y estaba cien por ciento determinado a no hacerlo ahora, especialmente sabiendo que estaban en juego cientos de vidas, sino era que más. Pidió a sus congéneres y a los nagas que encontraran una manera para distraerlos, de lograr que los monstruos pospusieran momentáneamente su objetivo principal - los defensores dedujeron que después atacarían y destruirían las otras construcciones - para concentrarse en estas amenazas, pues si lograban "suprimirlas" no tendrían grandes obstáculos en su camino hacia el centro neurálgico del Templo del Agua. En ese momento, cuando el Cuidador y parte de los defensores consiguieron destruir a uno de los uc-nuqt, porque fue imposible no aprovechar la oportunidad de tenerlo rodeado por una pared de fuego ("Isabel...", agradeció el Cuidador en silencio), una nueva preocupación surgió en la mente de Eduardo, a la vez que veía como los monstruos restantes coincidían en ocuparse primero de estas amenazas, cuando una de las hadas a su lado le preguntara acerca de la posibilidad de que el Vinhuiga, el Tep-Wo, el JuSe e incluso la Casa de la Magia corrieran la misma suerte. "Espero que no", le contestó, queriendo descreer la idea de que los ilios pudieran lanzar un ataque coordinado a tan poco tiempo de iniciada la guerra, más uno de semejante magnitud. Lidia todavía estaba en la sala médica en el Castillo Real y le darían el alta en unas pocas horas, Qumi atravesaba esa situación tan particular que implicaba su reinsertarse y readaptación a todo después de haber pasado los últimos doscientos años transformada en una estatua de vulcanita, Marina llevaba esa enorme dicha que significaba el embarazo, lo que impedía a las mujeres que pudieran actuar, pensar y comportarse con normalidad en los primeros días, hasta que se hubiesen acostumbrado a esa dicha, y además el hecho de haber descubierto recientemente su responsabilidad e identidad como Cuidadora implicaba e indicaba que aún restaban unos pocos detalles por resolver. Y Kevin, por su lado, había abandonado el reino de Dios convencido de que la distancia gigantescas que separaba a esa isla de cualquiera otra porción de tierra sería eventualmente su principal fortaleza y ventaja, aunque sabía que tarde o temprano la Guerra alcanzaría a la Casa de la Magia, y en ese sentido el, Cristal, las hadas guardianas y la población en general tendrían que enfrentar a los enemigos, sin que de estos importaran su número ni su condición o su naturaleza, sin esperar ayuda del exterior o, por lo menos, sin recibirla en el corto plazo, pues en todos los rincones del mundo estarían ocupados lidiando sus propias batallas. Al parecer, la mejor defensa del Vinhäe serían Eduardo, las hadas que permanecían a su lado, los nagas, aquel par de ornímodos que vigilaban la torre, Isabel atacando desde la distancia y los cañones, a los que desesperada y enconadamente se buscaba reubicar para efectuar nuevos disparos. Entre eso y las tácticas de distracción, los monstruos efectivamente pospusieron su ataque a la torre central y los defensores empezaron a presionarlos e impedir que traspasaran el bosque. Uno de los mint-hu cayó al suelo y las hadas lo acribillaron a descargas, sabiendo que era una oportunidad única. Con un atacante menos, nadie allí perdió el tiempo y se dedicaron todos a los otros dieciséis.

Los mint-hu eran los más poderosos y, por lo tanto, la principal amenaza, ya que su semi inteligencia suponía un reto adicional. Y descubrieron sus contrincantes, no sin preocupación ni temor, como parecían dejar la tarea de erradicar a los defensas, entre estos el Cuidador, mientras ellos, aprovechando un descuido de las hadas y los nagas, enteraban nuevamente en el predio con la intención de reasumir su misión prioritaria, con una nueva y alarmante táctica, la de dividirse en dos grupos de dos y otro de tres e intentar llegar a la torre por caminos diferentes. "Estamos en problemas", comentó Eduardo, sabiendo que no disponía de mucho tiempo y que no debía distraerse. Como era de esperarse, fue tras los monstruos semi inteligentes, confiando a los defensores l la tarea de destruir a los uc-nuqt y mï-nuqt. Las hadas y los nagas accedieron haciendo el gesto de afirmación con la cabeza, y observaron como el Cuidador ascendía velozmente para luego descender en picado en un punto del Templo del Agua.
De inmediato empezó una encarnizada batalla en la zona donde el bosque perimetral daba contra el área de los gimnasios, y tuvo como entrada un súbito y fuerte temblor en el suelo que derribó al menos a media catorcena de árboles. Eduardo había impactado con toda su fuerza a uno de los monstruos en la espalda, al que luego redujo a escombro de varias formas y tamaños. "Esto por los muertos", dijo a otro de los mint-hu, al que sujetó por el cuello y lanzó violentamente contra otro árbol y destruyó mediante golpes con los puños en sucesión rápida. El Cuidador sabía que ahora podía moverse y pelear con libertad, porque la evacuación había terminado y apenas quedaban unas pocas hadas guardianas en el exterior, aquellas que operaban los cañones y las catapultas, las cuales dispararon para cubrir a Eduardo de un ataque del último monstruo que quedaba de ese grupo de tres, el que estuvo más cerca de la torre central, pero un minhu era definitivamente más resistente al daño que los otros monstruos, porque este volvió a incorporarse y, levantando la cabeza,  esbozando algo que podía ser interpretado como un gruñido, hizo saber a sus pares que tenían que posponer otra vez el ataque a la torre y ocuparse primero del Cuidador, en quien este mint-hu identificó a la principal amenaza a sus planes e incluso a su éxito. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de pensar o efectuar algún movimiento, Eduardo se estuvo abalanzando sobre el, fallando por muy poco el que hubiera sido el único y mortal golpe. Descubrió que esta forma combinada lo hacía más fuerte y grande, pero no más ágil. De hecho, lo ralentizaba y le restringía la maniobrabilidad, lo que lo indujo a pensar en la suerte que tuvo al destruir con pocos movimientos y un esfuerzo mínimo a los otros componentes del trío. "También yo tuve suerte en Diciembre", le dijo Isabel, que había aparecido imprevistamente serpenteando entre algunas de las copas, aplicando al hacerlo la forma combinada, ubicándose frente a la mole en que se había convertido su marido. "Te agradezco lo de antes", fueron sus primeras palabras, en referencia al monstruo envuelto por las llamas. "No iba a quedarme en la torre sin mover un dedo", dijo, enlazando al minhu, que ya se estaba incorporando, y aumentando la temperatura de los látigos (una de las técnicas de las hadas de fuego), haciendo arder con eso la estructura corporal del enemigo, detectando con cierto temor como se acercaban los cuatro mint-hu restantes. En tanto entre ambos destruían al enlazado, reduciéndolo a escombros chamuscados,  sostuvieron brevemente unas pocas palabras sobre aquello que pasara el diecinueve de Mayo / Uumsa número veinticinco, el casamiento, y que las obligaciones de los contrayentes eran estar uno al lado del otro no solo en los buenos momentos, sino también en los malos. "Y este es malo", afirmó Isabel, con los monstruos abriéndose paso violentamente y a las apuradas entre los árboles, desde dos direcciones diferentes. "Cuatro contra dos, me gusta", celebró el Cuidador, flexionando los músculos en ambos brazos, apretando los puños y estudiando la situación, analizando cuál sería la forma más rápida para acabar con estas amenazas - a los golpes, de acuerdo, pero como hacerlo sin causar tanto daño ni alterar demasiado el entorno - e ir a ayudar a sus congéneres y los nagas, quienes, a juzgar por el ruido y los sacudones en la superficie, estaban teniendo ciertas dificultades en contener a los monstruos, aunque hubieran logrado destruir a tres de los invasores, un uc-nuq y dos mï-nuq. "Cómo están?", quiso saber Eduardo, en lo que se reanudaba la pelea. Iulí debía tener el corazón en la boca, temiendo por la suerte de su hija y su yerno, y sabiendo que, en el peor de los escenarios, sería la encargada de defender la torre si Isabel y Eduardo caían. "Melisa se dio cuenta, y no exagero, ni tampoco imaginé cosas", contestó la segunda al mando, y le explicó que, si bien estuvo tranquila la mayor parte del tiempo, su hija tuvo fugaces momentos en que experimentó temblores corporales, como si estuviera nerviosa, y súbitos e inexplicables movimientos en su aura violeta, lo que indujo a su madre tanto como a su abuela a pensar en la alocada posibilidad de que la bebé, desde la comodidad que le proporcionaba el moisés, pudiera tener el conocimiento de los peligros potencialmente mortales que estaba corriendo su padre al pelear solo contra los monstruos más poderosos. Coincidieron en que tratarían de resolver ese misterio más adelante, cuando dispusieran del suficiente tiempo, pues ahora su obligación, o su urgencia, era otra. No por nada los mint-hu eran los monstruos más poderosos y estaban demostrando todo lo que Eduardo esperaba de un oponente: que valiera la pena.  "Isabel, abajo!", exclamó de pronto, interponiéndose entre su compañera y un fuerte golpe con el puño por parte de uno de los atacantes. Desde el suelo, el hada de fuego recurrió una vez más a los látigos, pero otro de los monstruos advirtió ese movimiento, los tomó con ambas manos, agitó e hizo que Isabel diera fuertemente contra un tronco, a lo que Eduardo, en lo que fuera una reacción puramente instintiva, pegó una violenta patada en el centro del pecho al minhu, lo que marcó el fin de la existencia para este, convirtiéndose instantáneamente en fragmentos, los que no dejaron de ser peligrosos, porque sus tres pares los tomaron y lanzaron contra el cetáceo gigante que, sin dudarlo, se abalanzó sobre ellos. Muy cerca de allí, tambaleándose apenas y sacudiéndose, Isabel se puso de pie y, sabiendo que se recuperaría por completo en cuestión de segundos, se unió nuevamente a la lucha y lanzó un poderoso rayo de fuego contra otro de los mint-hu, y el impacto lo catapultó hacia uno de los arroyos. "Excelente!", la elogió su marido, aprovechando la oportunidad y arremetiendo contra el par restante, lanzándolos en la misma dirección. "También en las batallas hacemos un buen dúo", apreció Isabel, sabiendo que eso no detendría a los monstruos, ni mucho menos los destruiría. Ambos vieron a los mint-hu emerger del arroyo salpicando agua a raudales, y, para cuando se dieron cuenta, los tres se hallaban a la carrera, destrozándolo todo a su paso. "Así que era cierto" - reconoció el Cuidador -, "son ágiles", y entonces vio como uno de ellos daba un impresionante salto, para luego caer produciendo un enorme estrépito justo delante de Isabel, que, en una reacción también instintiva, creó un escudo de fuego delante suyo, tan intenso y ardiente que las manos del monstruo empezaron a quemarse, y después sus brazos, hasta convertirse el par de extremidades en cenizas humeantes y ennegrecidas entremezcladas con el césped. Eso fue lo lo que necesitó Isabel para destruirlo, dando unos pocos pasos y ejecutando movimientos que serían comparables solo a los de los mejores luchadores de artes marciales; una patada que fue desde la rodilla izquierda hasta el costado derecho de la cintura y otra más desde la oreja derecha hasta la entrepierna, describiendo una curva leve en ese trayecto. Los restos del monstruo, al haber el hada aplicado tanta temperatura, se quemaron prácticamente al instante y convirtieron en cenizas antes de dar contra el césped. "Los latigazos, el remolino... necesito ponerle un nombre a eso", comentó, satisfecha y sorprendida por esta nueva técnica, al tiempo que Eduardo destruía al otro de los monstruos lanzándole una descomunal cantidad de agua combinada con su propia energía (había, evidentemente, recordado la Cuadrícula de los Elementos, y confirmar que era una de esas pocas hadas que no solo podían dominar uno de esos, sino también crearlo),  reduciéndolo a escombros. "Los dos juntos", quisieron, lanzándose al unísono contra el minhu restante, y, combinando agua con fuego, lo envolvieron en una densa e hirviente nube de vapor de la que el oponente fue incapaz de liberarse; Isabel lo sujetó firmemente con los látigos y Eduardo, entrelazando los dedos, asestó el golpe final, con lo que obtuvieron el triunfo sobre los monstruos más fuertes. Volvieron a la normalidad y lo celebraron con un abrazo y un beso - lamentaron, sin embargo, los daños cuantiosos que quedaran en los alrededores, en un área de no menos de quinientos metros de radio -, sabiendo que había sido parcial, pues aún quedaban los mï-nuq y uc-nuqt. Hacia allí fueron, por aire y a gran velocidad, y en menos de cinco minutos hallaron un desastre aún mayor. Era cierto que las hadas y los nagas habían destruido a otros cuatro monstruos, pero todavía quedaban tres, un mï-nuq y dos uc-nuqt, el área de la batalla era un caos, la mayoría de los defensores estaban heridos y los caídos en el llegaban ya a ocho, entre estos dos de los nagas. "Esto es un desastre", lamentó el Cuidador, contemplando la escena y pidiendo a Isabel que se ocupara de llevar ordenadamente a los heridos a un lugar seguro, como paso previo a la instalación médica.
A lo mejor se debió a que hubo de volverse muy poderoso, o por la rabia que surgiera en el al ver al segundo naga muerto y los cadáveres de sus congéneres, o porque antes había visto a su compañera en peligro y estaba ahora reaccionando del todo, o porque sabía que su hija y dos de sus familiares (su suegra y su cuñado, Iulí e Ibequgi) todavía podían correr serios riesgos, quedando estos tres monstruos, o por lo que fuere... el caso es que el Cuidador del Vinhäe tuvo suficiente por ahora. Habiendo reunido una gran cantidad de energía para expulsarla, confiando en que la onda expansiva tumbara a los enemigos, se llevó una sorpresa, porque fue involuntario y no estuvo entre sus planes, al descubrir que podía ejecutar correctamente y en su primer intento, la misma técnica que hacía poco menos de tres días aplicara Lidia, su colega del Templo del Fuego, al creer que y ver como aquellos hombres y mujeres que eran sus pares y amistades podían no salir airosos de su expedición al Oi-Kal.

Eduardo era también un Selecto.

No sabía que la rabia o la ira hubieran sido el detonante para que descubrieron su identidad como uno de los más poderosos entre los seres feéricos, y eligió inclinarse por la posibilidad de que hubiera sido por el hecho de saber al peligro al que estaban expuestos sus familiares y tantos otros, encontrando una base para esto en el cambio que había experimentado Isabel hacía más de un año, al suponer esta que Eduardo, por entonces su novio y prometido, podría no haber salido airoso de su batalla contra Zümsar, hoy uno de los mejores amigos de ambos, cuando el hada del rayo se encontrara bajo un control mental ejercido por los ilios. Aquel día, la hija mayor de Wilson e Iulí cambió el don o atributo de la belleza por el del elemento fuego cuando vio a Eduardo en dificultades, y también el color de su aura, del lila, heredado de su madre, al violeta, de su padre. Gracias a ese evento extraordinario y la posterior batalla en uno de los gimnasios del Vinhuiga, que tuvo como objetivo a las hermanas, se había conseguido demostrar, después de siglos de exhaustivos análisis e investigaciones, por qué algunas hadas sufrían cambios. Eduardo, recordando aquellos días, concluyó que la preocupación por la suerte que pudieran correr otros era lo que había motivado esta reacción, la de revelarse como un Selecto - Lidia había visto a los suyos expuestos al peligro, y por eso expulsó su energía hasta alcanzar esa hazaña -, con la cual pudo destruir a los tres monstruos que quedaban en pie en menos de treinta segundos, y con un único ataque. Ese único rayo perforó el pecho de uno de los uc-nuqt, dio luego al otro en las piernas e impactó por último al mï-nuq, reduciendo al trío a escombros que muy pronto fueron convertidos en cenizas, al atacarlos Isabel con su técnica de los látigos de fuego. "Hice lo mismo con los otros", informó, señalando con la vista un punto más allá del bosque perimetral, donde unas débiles columnas de humo que ya empezaban a esfumarse provenían de las mismas locaciones donde quedaran los restos de los mint-hu, y sin dejar de mostrarse impresionada con este nuevo logro de su marido, quien, luego de mirarse los brazos y las piernas, confirmando que su constitución era idéntica a la de la nena híbrida, excepto por el elemento, preguntó, más para si que para Isabel o cualquiera de los individuos que se acercaban. "Y ahora, cómo salgo de esto?". De nuevo, apreció, fue una suerte tener a Isabel a su lado, y ella le dijo que no necesitaba más que calmarse, y, ya estando relajado, concentrarse por unos breves instantes en el fin de esta técnica. Eduardo hizo caso y en menos de cinco segundos estuvo otra vez asumiendo su forma original. No había sido una defensa exitosa, pensó, porque dos nagas y seis hadas habían dejado sus vidas protegiendo el lugar grandioso y los heridos superaban la treintena. No tuvieron que pensar demasiado para darse cuenta de que no podrían abandonar el templo, al menos no este día. Había cuantiosos destrozos que restaurar, evaluarlos y en base a eso determinar el presupuesto, la cantidad de materiales y la de los obreros que participarían de las tareas.  Ante la posibilidad de nuevos ataques, que de seguro los habría, este día o los siguientes, se debería mantener un estado de alerta particularmente elevado de manera constante, lo que implicaba decenas de hadas guardianas vigilando por tierra y aire en pared o grupos de entre tres y cinco componentes, y, eventualmente, pedir refuerzos a los cuarteles cercanos. Respecto a los heridos, enviarlos sin pérdida de tiempo a las salas médicas y confiar en las pericias y la experiencia de los profesionales de la salud. Los muertos representaban el mayor reto, no porque no supieran que hacer, sino porque nadie querría tener la responsabilidad, o, dicho de otra forma, la peor tarea, de dar la mala noticia a los familiares, amigos y otros seres queridos de las víctimas. "Es lo primero que tenemos que resolver", decidió Eduardo, inclinándose para identificar uno de los cuerpos, el del jefe de ceremonial y protocolo, uno de los seres feéricos que, por esa excepcionalidad que demostrara, la de saber usar su energía como arma, había estado en la línea del frente. Eso hizo que tanto el Cuidador como su segunda aceptaran la idea de que habría que pasar varias horas en los gimnasios del Vinhäe, entrenando y practicando, poniendo a punto cada una de las habilidades y técnicas de las hadas, porque, como bien advirtieron, el armamento convencional, los cañones y las catapultas tendrían poco o ningún efecto contra los monstruos. "Resumiendo, las urgencias son muchas y el tiempo no", lamentó Isabel, mientras un grupo de hadas encabezado por la heredera insular quedaba visible e iniciaba el descenso.

_Lamento tener que decir que si - contestó la princesa Elvia momentos más tarde, en la amplia oficina de dirección del lugar grandioso -. Fueron dos. Uno de ellos contra el Vinhuiga, y el otro contra el JuSe.
Tal como sospecharan, los ataques simultáneos serían una realidad desde el principio. Para cuando se cumplieron las ocho y media, Elvia había informado con detalles sobre un ataque al Templo del Fuego, del que participaran una docena y media de monstruos, de las tres clases en iguales cantidades, y, a diferencia del Vinhäe, un contingente de cuarenta ilios, quienes estuvieron estrenando parte de sus armas, puntualmente esas píldoras esféricas con las que podían duplicar e incluso triplicar su fuerza y los potenciadores de cualidades, aquellos que se hiciera ver a las masas ilias como un regalo divino. Pero tanto un grupo de atacando como el otro fueron incapaces de llegar a la oficina de mando del Vinhuiga, porque madre e hija se los impidieron. Lidia y Lara fueron mucho más de lo que cualquier monstruo hubiera podido resistir, y también los ilios, aún con sus nuevas armas funcionando correctamente. "Claro que hubieron bajas, fueron veintinueve" - lamentó la princesa -, y los heridos llegaron a ciento dos, incluyéndome". Se subió la camisa y reveló una herida cortante en el vientre, producida por una flecha lanzada desde una ballesta. Al final, cuando los atacantes que quedaban, tres monstruos y la mitad de los ilios, parecieron tener las oficinas a su alcance, las máximas figuras de autoridad aparecieron, se sumaron a la lucha y Lidia, asumiendo nuevamente su condición de Selecta, demoró menos de un minuto en destruir a los monstruos, reduciéndolos a escombros humeantes, y eliminar a los ilios, que, impotentes, vieron la inutilidad de las píldoras y los potenciadores de cualidades ante un enemigo tan poderoso.
_Lidia advirtió que era el mejor momento para atacar el Vinhuiga, si ella y su madre estaban ausentes - dedujo Isabel, que en uno de los sofás estaba ocupándose de sus labores que, aún con la guerra, eran impostergables. Era el momento del primer alimento, la leche materna, para Melisa -. Así que supongo que ella misma se dio el alta. No me canso de repetir que esa nena lleva demasiado sobre los hombros. Y con el Oi-Kal se sumó algo que aún a los adultos les cuesta, no me importa que se trate de los ilios.
_Matar - tradujo Iulí, haciendo el mismo trabajo con Ibequgi. Miró a la heredera y dijo -. Seguro que pensaron lo mismo respecto al Hogar de la Tierra, y se habrán llevado una sorpresa.
El JuSe, en cambio, había sido atacado exclusivamente por los ilios, unos ciento veinte y todos armados, además de con sus armas características (arcos, lanzas y cuchillos), con los guantes que posibilitan absorber los poderes y habilidades de otros seres elementales por lapsos de hasta cinco minutos. Allí se enfrentaron a dos mil de los mejores combatientes del reino de Austronesia, a una bandada de ornímodos machos en la plenitud de la vida y en excelente estado físico, y, por supuesto, a la Cuidadora. Fue sin dudas una fuerza colosal contra la que los ilios, ni siquiera contando con sus nuevas armas ni perteneciendo todos a la clase guerrera, no tuvieron oportunidades.
_Ciento diecinueve fueron eliminadas, unos por los guardias, otros por los ornímodos y otros más por Qumi... Saben que también ella es una Selecta? - informó Elvia, aceptando la taza con el humeante te verde que le ofreciera Isabel, que la movió con la telequinesia. Aunque sabía que sus responsabilidades y obligaciones eran muchas y el tiempo poco, quería darse este lujo, el de pasar un momento ameno con personas de confianza, que además estaban entre sus grandes amistades, porque sabía que no podría tener otra oportunidad en mucho tiempo -. Habiendo vuelto Qumi hace pocos días, su situación y la del Hogar de la Tierra son particulares, y los ilios lo saben. Habrán pensado en una vulnerabilidad que a fin de cuentas no existió.
Para haberse desatado hacía menos de una semana, la guerra había alcanzar proporciones enormes, y Elvia no dudó en aseverar que el único lugar a salvo podría ser la Casa de la Magia. Los reportes que llegaban desde el noroeste del país daban cuenta de quinientas hadas guardianas caídas en combate, del quíntuple de heridas, que lograron salir con vida porque hubo alguien particularmente fuerte en el momento justo, que los ilios, cuyas bajas llegaban ya a tres mil, habían creado a decenas de mï-nuq, uc-nuqt y un centenar de mint-hu para después soltarlos en diferentes puntos de El Palomar Alto de la Colonia de los Rosales, con la única e imperativa orden de sembrar el caos y la destrucción a su paso, que las fuerzas navales insulares y las de los otros países centrálicos ya estaban preparando un ataque combinando contra las posiciones ilias, que todos los lugares con mayor concentración o movimiento habían adoptado especiales medidas de seguridad, lo mismo que aquellos que revestían valor histórico y cultural. Desde el inicio había sido absolutamente necesario que los funcionarios de todos los rangos y organismos estuvieron allí para dar respuestas, decidiendo los planes de acción en las áreas que eran de su competencia e incluso en otras, cooperación e interacción mediante con sus colegas y, en algunos casos, formando parte de las tropas que estaban en la línea del frente, combatiendo cara a cara con los ilios y los monstruo, algo que servía de inspiración tanto para el pueblo en general como para las otras especies elementales e incluso los funcionarios de todos los rangos.
_La verdad es que hay desorganización, y es lo mismo en todo Centralia - reconoció la princesa, incorporándose. Su tiempo en el Vinhäe había terminado y debía volver a Plaza Central a seguir con sus intensas y exhaustivas tareas, las cuales incluían parte de la coordinación -. En una guerra convencional sabríamos que hacer, también cómo y cuándo. Pero esto es diferente, y creo que van a pasar varios días hasta que todos los seres elementales, por lo pronto nosotras tres y cualquiera de los nuestros quedemos listos. Si por lo menos los agentes de la PoSe ya hubieran vuelto de sus misiones de exploración, conoceríamos una parte de los planes y estrategias de los ilios, y eso nos daría una ventaja. Isabel - miró a la "anfitriona" -... supongamos que Eduardo y vos están necesitando algo en este momento.
Apenas había visto unos pocos minutos al Cuidador, pues este había decidido que la prioridad no era la oficina de dirección (lo hizo unos instantes y nada más, para saber cómo estaban su suegra, Iulí, su cuñado, Ibequgi, y, por supuesto, su hija), sino ocuparse de ir de un lado a otro en el Templo del Agua viendo los daños más o menos graves, permanecer junto a los heridos para tranquilizarlos y darles palabras de aliento, contactar a los familiares de los caídos, porque el mismo había decidido que esa era su responsabilidad ("Mí obligación como Cuidador, como su jefe", dijo para si mismo, en silencio) y comprobar que siguiera vigente el máximo nivel de alerta.
_Refuerzos - contestó Isabel, terminando con el trabajo de amamantar, unos segundos antes que su madre -. Elvia, no se si se pueda, dadas las circunstancias y peligros más graves que hay en otras partes, pero necesitamos que Olaf envié al menos dos centenas de tropas adicionales. Si este fue solo el primer ataque, voy a asumir que los ilios lo hicieron para conocer nuestras defensas y comprobar su eficacia.
_Voy a hacer todo lo que esté en mis manos, Isabel - se comprometió la princesa -. Ustedes cuídense. No se expongan a menos que sea necesario. Melisa e Ibequgi las necesitan. Y también a Eduardo y a Wilson
_Cómo está el, mí marido? - había intentado Iulí no pensar para no alargar, pero llegado este punto le fue imposible -. No tengo noticias suyas desde la mañana de ayer.
_Podés estar tranquila - aseguró Elvia, tomando el pomo de la cerradura y abriendo la puerta. Al verla asomarse, los guardias al otro lado, en el recibidor, adoptaron la posición de firmes -. Volvió sano y salvo a La Fragua 5-11-8 a las seis y cuarto, y si no fuera porque tiene otras obligaciones laborales ya habría venido. Me dijo que piensa hacerlo antes del mediodía.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Iulí e Isabel, y la emoción que surgiera en ambas al enterarse de que Wilson había superado con éxito su primera jornada - el temor por la suerte de los seres queridos sería una constante mientras hubiera guerra - las acompañó aún después de que la heredera hubiera desaparecido de la vista, perdiéndose en la inmensidad rumbo al marco dorado. Cuando el Cuidador estuvo nuevamente con ellas, al tomarse un receso, también se contagió de ese sentimiento. "Son excelentes noticias!", se alegró, y estuvo casi seguro, tanto como Isabel, que Iulí estaba fuertemente tentada de hacer un viaje relámpago hasta Barraca Sola, antes que Wilson hubiera dejado su casa para venir hasta el Vinhäe. "Me parece que eso no va a ser necesario", le indicó su hija, señalando a la figura masculina que estaba a poco de traspasar el umbral; Iulí observó y, sin poder contenerse, puso a Ibequgi en las manos de su yerno y se lanzó en picado desde uno de los amplios ventanales de la dirección.

A medida que fue avanzando el caluroso día, la situación en el Templo del Agua continuó siendo tensa. El temor a un nuevo ataque se estuvo palpando en el aire y fue imposible que las personas allí no lo tuvieran como uno de los temas de conversación excluyentes. Las tareas habituales no se detuvieron ni suspendieron, aunque al mismo tiempo no se pudo conservar el ritmo y quienes se ocuparon de ellas no lo hicieron con el entusiasmo acostumbrado que les era característico. Allí estuvieron los empleados de mantenimiento, aquellos con algunas de las tareas más extenuantes, y sobre los que recayera también la tarea de remover los escombros y recuperar los daños que causaran los monstruos; las hadas guardianas, que más que nunca debían permanecer atentas a todo, vigilando cada rincón del predio; el personal médico, debido a la cantidad de pacientes, sentía que estaba volviendo a las jornadas inmediatamente posteriores a la Gran Catástrofe, por la cantidad de heridos o refugiados que saturaron los consultorios y habitaciones; unos pocos de los empleados de relaciones institucionales y relaciones con la comunidad, de prensa y difusión y de ceremonial y protocolo ya trabajaban en un proyecto que describiría detalladamente los pasos a seguir por todos los individuos, entre estos Eduardo e Isabel, ante esta muy complicada situación; los expertos del área de comercio y producción habían hecho sus manos sobre los árboles y otras especies vegetales que se perdieran durante el avance de los monstruos, pues todo ese material se usaría como materia prima en las instalaciones fabriles del Vinhäe, para la industria maderera; los científicos (arqueología e historia, ciencias e investigaciones y conservación de bienes) prácticamente remitieron sus actividades al hecho de poner a salvo gran parte, cuando no todas, de las posesiones y materiales vinculados directa e indirectamente a esas áreas; las oficinas de contaduría, de empleo y asuntos laborales y de planeamiento y coordinación vieron suspendidas la mayoría de sus actividades hasta tanto la situación del lugar grandioso y su personal se hubieran estabilizado; una situación similar empezaron a experimentar en las áreas de logística y de promoción turística, cultural y recreación, y la oficina de asuntos legales tuvo la nada grata tarea de expedir los certificados de defunción, recibir a los familiares de las seis hadas fallecidas (un contingente de nagas se ocupó de sus muertos tras el ataque), en lo que en efecto fue una tarea que nadie hubiera querido ni deseado tomar, y elegir el lugar adecuado para la pira ardiente. Definitivamente, esa había sido la parte triste por excelencia de la jornada, y, por la magnitud del ataque y lo que describiera la princesa Elvia durante su estadía, Eduardo e Isabel asumieron que el enemigo había decidido atacar con todo desde el principio, lanzándose contra cualquiera que se cruzara en su camino.

Ni siquiera esos poco más de cincuenta minutos hasta las doce cuarenta y cinco, que le dedicaron al almuerzo (pastel de papas y jugo de naranja para cuatro) les fue útil para relajarse y recuperarse de la conmoción, ni tampoco lo disfrutaron, algo que era frecuente en ellos. Un claro contraste, el polo opuesto, con lo que fueran las celebraciones por el vigésimo sexto cumpleaños de Eduardo e Isabel y la ceremonia de Transición, las que no carecieron del característico esplendor de las festividades de las hadas. Y no fueron los únicos en mostrarse poco afectos a la idea de relajarse y disfrutar de la comida. Ambos matrimonios, con sus respectivas descendencias dormidas luego de la segunda ración del día de leche materna, estuvieron en el local gastronómico en uno de los sectores que rodeaban al principal (puntualmente el área social), en una mesa junto a uno de los amplios ventanales, echando cada tanto fugaces miradas al exterior, esperando que ocurriera, pero al mismo tiempo deseando que no, debido a las consecuencias negativas que implicaría, cualquier cosa fuera de lo normal, lo que pese a todo seguía considerándose como tal, como hadas u otros seres elementales que repentinamente aceleraran sus pasos, monstruos o ilios que hubieran podido traspasar las defensas perimetrales en la franja de árboles, incluidas las trampas caza bobos, y adentrarse en el lugar grandioso, o escuchar la estridente sirena que advirtiera sobre otro ataque. Con oírse unos a otros, entre bocados y sorbos, resultó por demás evidente que tanto el Cuidador, a quien poco o nada le importó descubriese como un Selecto (había otras cosas que requerían de su atención y la de los demás), como su suegro compartían las mismas opiniones, pues ambos hombres estaban formando parte de ese grupo de hadas y elementales que sostenían que lo mejor que todos podían hacer era atacar a los ilios de la misma forma en que estos se lanzaban contra los demás, con todo desde el principio, para limitar de una vez su esfuerzo de guerra y evitar, o por lo menos posponer por un largo tiempo, sus planes para la dominación total de Iluria. Algunas hadas, la mayoría pertenecientes a los postulados catastrofistas, proponían uno de esos ataques masivos por aire, tierra y agua que en su momento fueron propios de Iris y los combatientes del MEU, evitando con una acción de esas magnitudes que se extendieran más allá del oeste-noroeste centrálico. "Se que no lo van a hacer, pero sería mejor no correr riesgos" - creyó conveniente Wilson, después de ingerir el último bocado, y tomando otra vez el menú, para elegir el postre -. "Me aburrí mucho en la madrugada". Y les describió a grandes rasgos cómo había sido su jornada en uno de los accesos a la capital insular, y la de sus compañeros, un lapso de ocho horas que careció de cualquier cosa que pudiera alterar la rutina en ese lugar, más allá del hecho de que Wilson, siendo un deportista reconocido y prestigioso a nivel mundial, había servido, o empezado a servir, como fuente de inspiración, porque hubieron individuos de ambos sexos que le aseguraron, al pasar por allí, que se enrolarían como voluntarios en el Ejercito o la Armada para unirse a la lucha (definitiva) contra los ilios. "Me gustaría que eso no pase, no es bueno para vos ni para nadie", opinó su hija, y con esas palabras quedó demostrado que todavía estaba en desacuerdo con la decisión de su padre (e Iulí con la de su marido) de aportar su granito de arena en el esfuerzo bélico contra los ilios. A Isabel le preocupaba la suerte de sus padres y la de su familia en general, por todo lo que representaba esta para la sociedad feérica, siendo de esta uno de sus pilares fundamentales, y porque desde aquel crucial momento, cuando Iris y Marina capturaran a tres de los cuatro ilios, no dejaba de tener uno o más pensamientos oscuros y tristes acerca del porvenir de sus seres queridos, puntualmente sus padres. Y su caso, también el de Cristal, tenía un motivo que lo hacía destacar por sobre los demás. Durante años había tenido que resignarse a que sus padres fuesen almas solitarias, y pasar estos uno tras otro sus días en un mismo lugar, con la posibilidad de desaparecer si llegaban a ausentarse por períodos prolongados. Y ahora que estaban con ella nuevamente, Isabel llevaba constantemente presente el temor de que algo malo les pasara. Esa sensación sr había puesto especialmente de manifiesto cuando su padre le hizo saber las intenciones de ofrecerse como voluntario, y ahora parecieron aumentar, debido al ataque al Vinhäe y esa teoría que Wilson compartía acerca de movilizaciones masivas contra los ilios, además del hecho de que aquel sirviera como musa para otros. "El futuro me asusta", reconoció, algo que por supuesto ya era conocido, y compartir, por sus padres y Eduardo, quienes comprendían que los riesgos eran tan inevitables como necesarios.

Pasado ya el almuerzo, y estando los cuatro recorriendo parte de las estrellas, ambas madres llevando en brazos a sus bebés, tuvieron las primeras noticias de Iris y Zümsar desde que estos se marcharan raudos del castillo. Había pasado lo que supusieron que pasaría, ni más ni menos, y, como no solo ellos sino todos cuantos hubieran sabido de la salida, advirtieron que los dos tal vez habrían hallado lo segundo más importante, después de Mizûk, su hijo nacido en la última semana de Septiembre. "Una masacre, cierto?", inquirió Isabel al enterarse de lo acontecido, a lo que el mensajero, un empleado de la estatal EICOPSE, le contestó afirmativamente moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, antes de dar a conocer los pocos detalles de que disponía, sabiendo que el y sus compañeros de trabajo estarían expuestos constantemente, porque no serían pocas las veces en que tuvieran que viajar de un lado a otro para transmitir, como ahora, noticias, mensajes e información. "Lo que se no es mucho", avisó, antes de empezar a hablar. La aldea Diecinueve, aquel asentamiento desde el que partieran los ilios encargados de matar a Qumi a pocas horas de su recuperación, temiendo que aquella pudiese compartir las cosas que descubriera involuntariamente, algo envuelto en el misterio, había sido completamente destruida, y en su lugar había ahora pilas más o menos grandes y deformes de escombros humeantes y cenizas, además los cuerpos sin vida, carbonizados, de más de doscientos de sus habitantes. Un conjunto de lanceros del Ejército insular había llegado a los quince minutos, alertados por la posibilidad de que allí, o en algún punto cercano, se estuviera produciendo un incendio forestal, un desastre que, sabían y lamentaban, por las consecuencias negativas para el medio para, sería habitual en la guerra. Las hadas y otros seres elementales que andaban por allí, conscientes de la angustiante realidad, asumieron que se habría producido una batalla, y reportaron a las tropas, que cumplían una tarea de patrullaje, gigantescas nubes que se elevaban varias decenas de metros y tenían tonalidades más bien oscuras de negro y gris. Cuando los soldados llegaron al lugar, creyendo que verían la aldea intacta, hallaron la devastación total, y se dieron cuenta que lo que había ocurrido en ese emplazamiento no fue un incendio forestal. Lo confirmaron con ver también el símbolo de los sentidos, uno de los dones o atributos de las hadas, en un único trozo de madera que, aunque chamuscado, había sobrevivido al desastre, junto al emblema del antiguo ("Pero no obsoleto ni olvidado", corroboró uno de los soldados) Movimiento Elemental Unido. Iris había estado allí, cumpliendo con su promesa de terminar aquello que dejara inconclusa hacía milenios, y que, a juzgar por los cuerpos de esas más de dos centenas de ilios, se había asegurado que ninguno quedara con vida. Hallando las hadas guardianas únicamente un sobreviviente, que muriera casi al instante (intentó atacar, pero estando herido de gravedad, aceleró lo inevitable, al haberse esforzado por incorporarse), advirtieron, debido a sus escasos balbuceos, que las descargas eléctricas fueron las causan de la destrucción total de las treinta y nueve viviendas, el templo en el centro de la aldea y otras este, siendo tales descargas particularmente numerosas sobre la construcción religiosa, lo que hizo asumir a los integrantes de la patrulla que Zümsar también había estado allí y hecho lo mismo que su compañera. Entre los dos, habiendo posiblemente atacado con todas sus fuerzas, redujeron a ruinas la totalidad de la aldea, eliminando a sus pobladores, no demorando un momento en lanzarse a la persecución de los sobrevivientes que intentaban escapar a la vez que en vano intentaron dar pelea. Encontraron a todos - relataba el empleado de la EICOPSE - y los mataron, con una única excepción, antes que cualquiera hubiera podido alejarse más de un kilómetro de la aldea. Aquel sobreviviente no lo fue porque Iris y Zümsar hubieran querido que viviera, sino porque se advirtieron, debido a las joyas que llevaba, que se trataba no solamente del líder de esa aldea. "Parece que es el líder ilio de Insulandia", concluyó el mensajero, a lo que Eduardo e Isabel creyeron que podría tratarse de ese individuo que permaneciera en la sombra mientras daba las instrucciones a los cuatro que estuvieron tan cerca del centro neurálgico de la Ciudad Del Sol, aquel que apareciera, y que los demás conocieran, con los recuerdos de los propios ilios. Indudablemente era, interpretaron los seres feéricos y elementales, un triunfo significativo, porque al tener un prisionero de esa jerarquía afectarían la cadena de mando ilia, especialmente en el reino de Insulandia.

A mitad de la tarde, en una zona despejada de estructuras y especies arbóreas y arbustivas del área de servicios, Isabel hizo aparecer en la palma de su mano izquierda seis pequeñas esferas y las lanzó hacia adelante. A diez metros estaban los montículos fabricados con todo tipo de elementos combustibles, principalmente madera, que al ser alcanzados por las descargas ardieron con extrema facilidad, enviado una columna de humo gris y las chispas hacia arriba. Eran las piras ardientes, sobre las que una cuadrilla de obreros de la oficina de empleo y asuntos laborales había dispuesto los cuerpos, envueltos en enormes telas blancas de seda, de las hadas que murieran en la batalla. Cerca de allí, se dieron cita al menos quinientas personas. Alrededor de las piras, dispuestas formando un rectángulo, estaba la guardia de honor, dos docenas de lanceros en dos filas, firmes, sosteniendo con la diestra las espadas ceremoniales, en dirección a las piras, a las que miraban fijamente, pensando sin dudas en lo mismo que los demás, que esos montículos pasarían a formar parte del paisaje en este y otros lugares a lo largo y ancho del globo. Conforme avanzara y se extendiera los guerra, las bajas también aumentarían y se verían estas escenas, cuyo punto principal era la pira con el cuerpo envuelto en una seda blanca, que había sido negra en los tiempos de la religión - la personificación de la muerte y la oscuridad, Aldem, sostenían los textos, usaba indumentaria y calzado de una tonalidad muy oscura de negro -. En el momento en que las piras terminaron de arder y los últimos rastros del humo se disiparon en el aire, varios de los asistentes de ambos sexos tuvieron la prudencia y la oportunidad de cubrirle los ojos a los menores de edad (hijos o nietos de las hadas fallecidas) que presenciaron la ceremonia fúnebre e inmediatamente luego los instaron a conocer otras áreas del Vinhäe durante los siguientes veinte a treinta minutos, porque, si lo que seguía podía ser "fuerte" e impresionable para un adulto, más lo sería para los infantes y cualquiera que no superara cierta edad. Los guardias rompieron su formación y adoptaron otra, formando dos filas de diez componentes, ubicándose a los lados del camino que llevaba al acceso al lugar grandioso. Los empleados de logística, particularmente consternados, pues era de los suyos uno de los muertos, se acercaron a los remanentes de las piras y, siguiendo el ritual funerario, retiraron los cuerpos, huesos ennegrecidos, y con suma delicadeza los depositaron en los ataúdes de madera en cuyas tapas estaban grabados los símbolos que identificaban a los atributos de los fallecidos, haciendo los familiares una profunda reverencia de respeto y despedida, pues los veían por última vez, en tanto se prolongó esa parte del ritual. Los ataúdes, ya cerrados, fueron colocados cuidadosamente en el transporte, una carroza fúnebre, la primera vez que se veía una desde los días de la Gran Catástrofe, y a los pocos minutos empezó la marcha. Una procesión que cubriría los noventa kilómetros hacia el cementerio próximo al Templo del Agua, el único en la zona que no "colapsara" con el advenimiento de la Guerra de los Veintiocho. Las viudas de cinco de ellos (uno de los fallecidos no era casado) se situaron a la cabeza y fueron las primeras en iniciar la caminata, seguidas por los veinticuatro individuos de ambos sexos que llevaban los ataúdes - cada uno de estos tenía cuatro asas -, cerrando el cortejo unas trescientas personas, todas de riguroso negro desde la cabeza hasta los pies, y diez guardias desplazándose a velocidad lenta por aire, por seguridad, pues no fueron pocas las voces que arriesgaron la posibilidad de que esta multitud fuera víctima de un ataque de los ilios. Cuando la desconcentración al fin empezó, Eduardo, Isabel, Wilson e Iulí esta vez llevando los padres a los bebés, y observando perderse en la distancia a los últimos integrantes de la procesión funeraria, volvieron a la oficina de dirección. No era mucho el tiempo que le quedaba al suegro del Cuidador antes que tuviera que volver a su casa, y querían pasarlo juntos, como la familia que eran.  Fue ese el tema excluyente, aunque no monopólico. De a ratos hablaron de cómo les gustaría reunirse una vez más, invocando también a Kevin y Cristal, y de estos su hijo, Akmlolu,  tal como hicieran en varias fechas importantes. "Necesitamos que la guerra termine pronto" - deseó Eduardo, en voz alta -, "si de verdad los cuatro queremos eso". Con palabras así, y un tono como ese, no les fue fácil hacer que aflorara ese carácter alegre tan distintivo de las hadas, más sabiendo que cada hombre y mujer debería estar atravesando y experimentando lo mismo.

Y las sorpresas - las tragedias - no terminaron con ese ritual funerario y la postura procesión hasta el cementerio.

En tanto pasaron los últimos minutos de las diecisiete y los primeros de las dieciocho, una fatalidad golpeó de cerca, y mucho, a Eduardo e Isabel, y no hizo falta que a ese respecto formularan preguntas ni nada parecido, porque les bastó con echar un rápido vistazo al umbral, ya siendo reparado, para darse cuenta que nada bueno podía haber pasado en algún lugar fuera del Vinhäe. Solo eso podía ser la causa, no había otras, de que un hada guardiana se posara delante de ellos, descubriera la cabeza y colocara el casco bajo el brazo derecho. "No, no fueron ellos", creyó oportuno decir en primer lugar, al notar fácilmente como al hada de fuego parecía salírsele el alma del cuerpo y sus nervios empezaban a colapsar. Más temprano, sus padres habían dejado el lugar grandioso para volver a Barraca Sola, porque Wilson necesitaba quedar presentable y descansar unas pocas horas, tal vez dos y media, antes de quedar listo para sus nuevas tareas de vigilancia en la periferia de la ciudad, e Iulí quería estar completamente segura de que llegara sano y salvo a su casa primero y después quedarse con el hasta que efectivamente llegara empezara esa nueva jornada, antes de volver al Vinhäe, donde había dejado a Ibequgi, por la seguridad que implicaba el lugar grandioso. "Quién fue, entonces...?", llamó Eduardo, apoyando las manos en los hombros de su compañera para tranquilizarla, o intentarlo, a lo que el hada guardiana, del regimiento de arqueros, le mencionó el nombre, quizás la víctima más famosa de los ilios hasta ahora. "Lursi", contestó, provocando que no solo Isabel y Eduardo, sino todos cuantos oyeron ese nombre, quedaran repentinamente paralizados, incapaces de hacer otra cosa más que desconcertarse y quedar consternados a causa de este fallecimiento de una personalidad tanto como por el hecho de que no importaba cuantas precauciones se hubieran tomado ni se tomaran; los ilios estaban dispuestos a todo si eso los dejaba un paso más cerca de la dominación del mundo. Les costaba dar crédito a lo que habían oído, porque conocían las capacidades y habilidades del marido de Nadia. "Qué fue lo que pasó?", quiso saber Isabel, dejando a Melisa en el moisés, advirtiendo que con esta consternación y su estado nervioso era poco prudente sostenerla en sus brazos, recuperando la capacidad de hablar al cabo de unos pocos segundos, en los que buscó recuperar la compostura que ya estaba perdiendo y conservarse serena, en tanto Eduardo, en silencio por esa misma consternación, comprendía que tendría que abandonar temporalmente el Templo del Agua e ir al barrio capitalino Altos del Norte, donde estaba la casa del matrimonio y Yok'a, su hija nacida el año pasado. Esa era la costumbre cuando una determinada cantidad de individuos, sin importar si hubieran sido mujeres u hombres, sellaban su amistad con un convenio de sangre, si uno de ellos moría. Y Lursi, Kevin, Oliverio y Eduardo habían hecho uno de esos convenios, durante la ceremonia del otoño de diez mil doscientos cuatro. "Fue un ataque sorpresa", dijo el hada guardiana, que, no bien empezara a hablar, notó que al menos doce o trece decenas de individuos feéricos y de otras especies elementales se habían reunido a su alrededor, en respetuoso silencio, tan asombrados porque alguien pudiera haber atacado y eliminado a un funcionario de tan alta jerarquía, pues la última vez que pasara algo así había sido en los días de la Guerra de los Veintiocho. Eso hizo asumir a todos, y evacuar las dudas que quedaran a ese respecto, que esta nueva guerra se pondría definitivamente peor en muy poco tiempo. Más que eso, muchas voces ya consideraban que uno de los dos grupos desaparecería para siempre quedando únicamente en los recuerdos del otro, el que sobreviviría. Iris y la plana mayor del MEU habían "empezado el trabajo" luego del asesinato de los dos guardias en el año sesenta y cuatro del Siglo cincuenta y uno, motivados por el deseo de vengar esas dos muertes y ponerle fin a las ambiciones ilias, algo por entonces no compartido por todos los elementales, aun sabiendo cómo eran aquellos seres y de lo que eran capaces. Terminada la guerra, y convertida en un alma solitaria, Iris, quizás motivada por sus propios pensamientos, o quizás por haber descubierto que el sentimiento anti-ilio estuvo totalmente lejos de desaparecer el día del fin de la confrontación, empezó a postular que algún día, cuando la guerra empezara otra vez, ese trabajo se completaría. Los seres elementales parecieron mantener aquello como una bandera, especialmente los catastrofistas y la propia Iris, quienes decidieron no perder un solo instante. Tampoco los ilios, con sus ataques casi simultáneos a los Templos del Agua y del Fuego, el Hogar de la Tierra, el Tep-Wo y, además, habiendo sido capaces de eliminar a Lursi.

En toda guerra, sin importar sus proporciones ni cuántas especies de vieran involucrados en una u otra forma, los funcionarios de todas las jerarquías debían asegurarse que las dependencias e instituciones estatales operaran mejor que en cualquiera otra circunstancia, o, dicho de otra manera, que funcionaran al ciento uno por ciento, especialmente aquellas relacionadas con asuntos y temas tan importantes como la infraestructura y obras civiles, el desarrollo social, el comercio interno, la salud. Y era precisamente eso lo que estuvieron haciendo en los últimos informes previos al mediodía Lursi y Nadia. Inspeccionan una serie de instalaciones médicas (hospitales, salas de primeros auxilios, postas sanitarias, laboratorios, almacenes de suministros e insumos...) qué había en las aldeas, caseríos y parajes cercanos a una línea demarcar Iris, estacas con que desde hacía milenios, desde unos pocos años después del fin de la Guerra de los Veintiocho, cuando la idea del manifiesto y las intenciones ocultas pareció cobrar una fuerza que al final resultó efímera, las hadas señalizaban en los países centrálicos la superficie de la región ilúrica, tanto por razones higiénicas que les eran comunes (el origen del nombre de esa región) como para evitar que los ilios buscaran apropiaran de cualquier cosa fuera de esa región. Nunca habían consentido perder un metro cuadrado dentro, mucho menos lo harían más allá de ellas. Por eso no era raro que en esas poblaciones hubieran las mismas van, o casi, de guardias de varios grupos (arqueros, hacheros, ballesteros, granaderos...) e iguales movimientos de estos que en el interior de la propia Iluria. La misión de Lursi y Nadia, uno de esos matrimonios en que ambos componentes tenían la misma profesión, era relativamente sencilla y habían calculado que no les demandaría más de cinco o cinco y media horas, por lo que dejaron sus oficinas en la capital a las nueve en punto, confiando en estar de vuelta con los resultados de las inspecciones no después de las quince. Así, los dos, felices y contentos de que su hija se hubiese quedado en esas excelentes manos - en la guardería del castillo aceptaron con la mejor voluntad a Yok'a, uno de los veinticinco bebés a su cargo -, viajaron al noroeste y, pasadas ya las presentaciones protocolares, empezaron a revistar dichas instalaciones. De pronto, cuando se disponían a dejar uno de los laboratorios que la empresa estatal LAMISE administraba en esa aldea, en el que lo que más les llamó la atención fue lo obsesionados que estaban el personal y los directivos con la pulcritud, una horda ilia de más de cincuenta individuos armados con toda clase de armas apareció de la nada, de entre una espesa línea de arbustos a la vera de un camino que llevaba a ese laboratorio. Las hadas no tuvieron tiempo para alegrarse por haber comprobado con sus propios ojos como estos seres, en efecto, dominaban la técnica de la tele transportación, pues inmediatamente después de que saltaran al camino, lanzas y puñales en mano unos y bastones y guantes otros (dos de las armas nuevas), empezó una batalla que, desde el inicio, fue violenta y feroz. Ilios de un lado, al instante auxiliados por tres monstruos mï-nuq y la misma cantidad de uc-nuqt, y hadas del otro lado, que cuadruplicaban en número a los atacantes. Pero esa superioridad numérica no implicaba, al menos en este caso, la ventaja, ni tampoco el triunfo. Las hadas sabían que estaban en una posición incómoda, porque intentaban defender el laboratorio (no les costó esfuerzos advertir que este era el objetivo principal del enemigo) y todos cuantos estaban dentro de el, además de a los habitantes de esa aldea. Rápidamente, las tropas insulares formaron dos filas y buscaron ahuyentar a los ilios, o eliminarlos, disparando una flecha atrás de otra, en forma continua con sus arcos y ballestas, exactamente lo mismo que hacían los ilios. Por su lado, Nadia y Lursi se hicieron cargo de los monstruos, atacándolos con esas descomunales descargas gris perla y blancas, los colores de sus auras, logrando que se detuvieran en seco con los impactos, pero no logrando que retrocedieran, ni mucho menos eliminarlos.  "Estos son nuestros", decidieron, y se lo hicieron saber a las hadas guardianas, quienes estaban confirmando el alcance de los poderes de las armas nuevas de los ilios; los bastones, que lanzaban rayos a gran escala, poniendo a prueba la resistencia de los equipos protectores de los guardias, y los guantes al ver como uno de los ilios dominó por un breve lapso de tiempo el elemento aire. Y de seguro, concluyeron, habrían ingerido esas píldoras que los volvían más fuertes, porque esas flechas en el pecho hubieran significado una muerte segura.

Se armó entonces una batalla feroz. Cada uno de los ilios lanzaba uno atrás de otro sus ataques, haciéndolo primero aquellos que portaban los bastones, similares estos a los que usaban los Cuidadores, a lo que las hadas guardianas respondieron con una lluvia de flechas por parte de los arqueros y ballesteros. En efecto, los ilios tenían como su objetivo es el laboratorio, porque muchos arrojaron con todas sus fuerzas una gran cantidad de piedras y todo tipo de objetos contra la estructura, aunque sin causarle daños. Eran cincuenta y dos individuos machos en la plena juventud, tal fue la apreciación, o la aproximación, de las hadas, porque a menos que ellos lo informaran (y nunca lo hicieron, ni mucho menos lo harían) nadie podía conocer la edad de un ilio. Cada uno luchaba enceguecidamente sin preocuparse por la posibilidad de que resultaran heridos o, peor, muertos. Para ellos, su irrenunciable ambición y su fe estaban antes que todo lo demás, que cualquier otra cosa, y si tenían que dejar la vida simplemente lo harían. Y, en efecto, lo hicieron. Uno por uno fueron cayendo los ilios, víctimas en su mayoría de las flechas y lanzas, aunque no sin causarles heridas, unas más graves que otras, a una veintena de hadas, incluyendo a tres de los empleados que quisieron unirse a la tarea de defender el laboratorio, y eliminar a cuatro de ellas, las que cayeron víctimas de esos guantes que absorbían temporalmente los poderes de otros seres elementales, en este caso los de un hada del rayo, una de las víctimas fatales, lo que les permitió lanzar descargas eléctricas contra los defensores, matando a cuatro de ellos. Las hadas empezaron a presionar con más fuerza no bien advirtieron los primeros heridos entre sus filas y, alrededor de un cuarto de hora después se alzaron con el triunfo, en gran medida gracias a la superioridad numérica y la carencia de coordinación en la fila enemiga. Tomaron los bastones y guantes que dejaran los muertos, pensando que el personal de la DM y la PoSe y los expertos de la COMDE podrían averiguar como estaban diseñados, con cuales materiales, encontrar en base a eso una o más maneras para contrarrestarlos y, si la suerte los seguía acompañando, descubrir donde estaba la fábrica de esas armas nuevas, atacarla, destruirla y causar con eso un gran golpe a los ilios y su esfuerzo de guerra. Los daños al laboratorio fueron mínimos y tanto los guardias como el personal concluyeron que los monstruos habían tenido mejores posibilidades, pero estos fueron reducidos a escombros, y después de esos quince minutos, Nadia y Lursi peleaban contra el último monstruo, un mï-nuq.
Pero uno de los ilios no estaba muerto, y tomó su bastón.
Vio a Nadia distraída, batallando contra el último monstruo en pie.
De a ratos la pelea había estado inclinándose a favor de los monstruos, pero el matrimonio de médicos demostró sr oponentes formidables y, por supuesto, poderosos. Nadia y Lursi se turnaron, distrayendo uno de ellos a los enemigos para que el otro pudiera atacar fácilmente y sin interrupciones. Con eso, fueron destruyendo a los monstruos, aunque no sin hacer sus esfuerzos ni descuidarse porque ellos estaban perfectamente diseñados, su resistencia era notable y devolvían los ataques. Desde el primer momento había resultado evidente que Lursi no estuvo dispuesto a permitir que su compañera corriera riesgos ni mucho menos que le asestaran uno o más golpes, y con eso en mente buscó tomar constantemente la delantera, manteniendo a Nadia alejada del peligro, o intentándolo, porque la jefa de SAM había decidido no quedarse atrás mientras su marido corría todos los riesgos, e hizo exactamente lo mismo que el, buscando protegerlo a la vez que atacaba. Con eso, los dos se vieron inmersos en una tarea todavía más compleja, debiendo ahora preocuparse por y asegurarse de que ni el laboratorio ni su personal sufrieran daños, ni tampoco las hadas que luchaban contra aquellos ilios, sino también hacerlo por el otro componente del matrimonio, al tiempo que daban curso a la extenuante batalla contra estos rivales, que, en lo que a fuerza y resistencia se refería, eran definitivamente superiores a sus creadores. Al final, Lursi y Nadia, optaron con respecto a esto hacer lo mismo que con cualquier otra cosa: trabajar a dúo, como la pareja (el matrimonio) que eran , y sin hacer a un lado aquella táctica de distraerlos uno mientras el otro atacaba, empujaron a los monstruos y los destruyeron uno por uno, sintiendo cierto agotamiento por haber usado grandes cantidades de sus energías para reducir a escombros a los mï-nuqt y uc-nuqt. El matrimonio empezó a celebrar el triunfo casi al mismo tiempo que los defensores, sabiendo que no había sido perfecto, pues allí estaban las cuatro hadas caídas en combate; Lursi y Nadia, tomados de la mano, sin sonreír a consecuencia del fallecimiento de sus congéneres, empezaron a acercarse a los sobrevivientes, cuando todos advirtieron que uno de los ilios supuestamente abatido en realidad estaba herido. Grave y con al menos una decena de huesos aplastados y su sangre cayendo al suelo, pero con la suficiente fuerza como para incorporarse, tomar una ballesta de una de las hadas muertas y elegir el blanco para su último ataque. Todo había pasado tan rápido que los vencedores no supieron que había pasado hasta que, de hecho, pasó. “¡Nadia, cuidado!”, quiso advertir Lursi a su compañera, pero entendió que la única alternativa que le quedaba era interponerse entre ella y la flecha, recibir el impacto en la espalda, sabiendo que esa acción, aunque heroica, le costaría la vida.

_Nadia en persona me lo contó., concluyó el Cuidador su explicación.
Eran las veintidós cuarenta y cinco y, en los dos tercios de hora pasadas desde su vuelta al templo, le había contado a su compañera y a Iulí lo que viera y oyera en el hospicio funerario de Lursi, organizado por Nadia (la viuda) en persona. Oliverio y Kevin, de este una estadía relámpago, también habían estado allí, compartiendo los tres los mismos sentimientos de tristeza de cualquiera de los asistentes a la casa del matrimonio, donde la Consejera había querido llevar a cabo el velatorio.
_Es un golpe muy grande. No solo para ella, sino para todos nosotros – declaró Isabel, después de secarse los ojos con un pañuelo –, y dudo mucho que vayamos a recuperarnos rápido de esta pérdida. Yo conocí a Lursi casi desde la cuna, fue una persona excelente y desde el principio supe que el y Nadia estuvieron hechos el uno para el otro. Tenemos que estar presentes, Eduardo, los dos – quiso –. Se que es un riesgo dejar este lugar, para nosotros y para el templo mismo, pero esta desafortunada y trágica situación lo amerita.
La costumbre de las hadas era que los velatorios se extendieran durante las veinticuatro horas posteriores al fallecimiento de un individuo, lo cual indicaba que el féretro con los restos mortales de Lursi (armaron la pira en el mismo lugar en que el hombre perdiera la vida atravesado por la flecha) estaría en la sala de la vivienda hasta las diecisiete veinte de mañana, antes de que se organizara la procesión hasta el cementerio.
_O los tres – agregó Iulí, meciendo a Ibequgi –. Seguridad es algo que no va a faltar, sobre todo después del ataque de esta mañana. A mi me gustaría darle personalmente el pésame a Nadia, pero no quiero estar presente cuando se organice la procesión, ni formar parte de ella. Eso es algo que me puso y pone muy triste. Si no les importa, quiero ir… no se, al mediodía, tal vez. Puedo aprovechar para preguntarle a Nadia si le puedo ayudar en algo, en lo que sea.
Los tres se pusieron de pie, las damas con toda la delicadeza al estar cargando con ambos brazos a sus respectivos bebés.
_Pero no sola – prefirió su yerno, usando sus habilidades telequinéticas para cerrar las persianas y ventanas. Acto seguido, tomó el bastón y salieron todos de la oficina principal. A su gesto, las mujeres lo hicieron en primer lugar –. Ni Isabel ni yo queremos eso, y de seguro que tampoco lo querría Wilson. Vayamos los tres al mediodía, si les parece a las dos.
_Yo estoy de acuerdo – coincidió Isabel, sintiendo más fuertes las voces y el sonido del trío al ir bajando los escalones. Era de noche y tal vez ellos y la quincena de hadas guardianas fueran los únicos individuos presentes en la torre central –. Además, nosotros dos, Eduardo, tenemos que hacer nuestra parte para tranquilizar a la población. Convencerlos de que no vamos a permitir que este lugar grandioso se venga abajo. Sobre todo a las personas que van a estar en la casa de Lursi y Nadia cuando lo hagamos nosotros.
_Porque ellos no van a estar tranquilos, y creo que es lo mismo que van a pensar decenas de miles de los nuestros y también de otras especies elementales – intervino Iulí, haciendo un brevísimo alto en un ventanal. Al otro lado, tan solo los guardias se encontraban en movimiento, patrullando por tierra y aire –. Van a pensar lo mismo que yo, y que ustedes y aquellos que estuvieron defendiendo el laboratorio. Si los ilios pudieron asesinar a un funcionario de alto rango, eso quiere decir que son una amenaza superior a la que se cree, y que están dispuestos a cualquier cosa. Y no me caben dudas de que ya deben haber cientos queriendo vengar no solo a Lursi, sino a los guardianas que cayeron en esa batalla… a todos cuantos murieron a manos de los ilios o las de sus monstruos en estos últimos días – y añadió, estando ya en la planta baja, silenciosa y custodiada por cuatro agentes Qar´u, las fuerzas especiales  insulares –. ¿Les confieso algo?, entre esos cientos estoy yo.
_Y yo., coincidió su hija.
_No se olviden de mi., pidió su yerno.
El paisaje nocturno era muy distinto al acostumbrado en el Templo del Agua. Hasta la misma madrugada en la que se diera la recuperación de Qumi, lo usual para estos momentos de la noche, faltando alrededor de sesenta minutos para la llegada del nuevo día, era ver a los últimos visitantes, aquellos que estuvieron tan a gusto que no quisieron marcharse sino hasta que algún empleado les hubiera anunciado que iban a cerrar de un momento a otro. Tampoco hubieran faltado en esos tiempos de paz y calma las cuadrillas de limpieza e higiene, dejando nuevamente al lugar grandioso de punta en blanco para que cuando se reanudara el horario de visitas, a las seis cada día hábil y a las siete los fines de semana, estas se llevaran la mejor de las impresiones. Las hadas guardianas, no más de cinco decenas, serían una presencia mínima y estarían cumpliendo sus obligaciones sin ninguna preocupación más allá de aquella que representaban las trampas caza bobos, un verdadero problema para cualquiera. Eran las mismas jornadas en las que Eduardo e Isabel podían volver a su casa absolutamente tranquilos y libres de preocupaciones porque sabían que en la jornada siguiente el Templo del Agua continuaría siendo, como lo era a diario, un lugar donde la quietud y la paz abundaban y se sentían en el aire.
Esta noche, en cambio, la situación y las sensaciones eran otras.
El polo opuesto.
Y eso también se sentía en el aire.

_Ojalá no fuera así., volvió a lamentar Isabel.
Habiéndose asegurado de que Iulí e Ibequgi estuvieran a salvo en su habitación  - funcionaba una hostería en uno de los sectores que rodeaban al central, en el lugar grandioso – ella y Eduardo estuvieron en la suya. Tras dejar a su hija en la cuna, se descalzaron y contemplaron el entorno, tan confundidos y desconcertados a causa de los eventos de este día que terminaba.
_Esos tiempos van a volver y más pronto de lo que creemos – apostó su marido, chasqueando los dientes al ver la herida que le quedara en el torso, el único vestigio de la batalla contra los monstruos en horas de la mañana –. Tus palabras y las de los nuestros me terminaron por convencer, Isabel. Esta vez la guerra no va a prolongarse por veintiocho años. Ni siquiera por la mitas o la cuarta parte. Se que puede ser una locura, pero casi estoy convencido de que va a terminar antes que lo haga este año.
Fue hasta la cama y tuvo la ocurrencia de dejar caer cerca el bastón. Había hadas guardianas patrullando la hostería y esta estructura, como las otras, estaba dotada de esas defensas que la volvían prácticamente indestructibles, pero no estaba dispuesto a descuidare ni correr riesgos.
_No es una locura – dijo Isabel, elevando un poco la voz para que escuchara Eduardo. Ella estaba en el cuarto de baño, también usado como cambiador, un ambiente adicional de la habitación –. No es solo por lo que vivimos hoy. Quiero decir que estos eventos, incluido el asesinato de Lursi, van a motivar a cientos de miles de los nuestros y otros seres elementales a lanzarse a la batalla contra los ilios. Más que eso, las cosas que se descubrieron con la recuperación del manifiesto sirvieron para convencernos a todos de qué clase de seres son los ilios, malignos y perversos como ellos solos.
Reapareció en la habitación, caminando descalza y llevando un fumcé (como las hadas llamaban al baby-doll) de color violeta y con encaje, en lugar de su habitual camisón. En aquellas otras circunstancias, su marido habría dicho alguno que otro de sus comentarios “pícaros”, pero ahora el Cuidador estaba distraído, desconcertado y consternado. La guerra, el fallecimiento de seis hadas de todas las que estaban bajo sus órdenes y el de uno de sus mejores amigos y la posibilidad de que empeorara la situación le impedían pensar y comportarse con normalidad. Salvando las distancias, era lo mismo que experimentara y sintiera al advertir la presencia de Isabel, Nadia y la reina Lili en una de las habitaciones de su casa.
_Ahí es cuando volvemos a lo de la superioridad numérica., insistió Isabel, tomando las mismas precauciones y dejando el Impulsor sobre la mesita de luz.
_Tendríamos que enumerar las ventajas que tenemos nosotros y los seres elementales en general – propuso Eduardo, sabiendo que las conversaciones acerca de tal o cual aspecto de la guerra continuarían hasta el mismo instante en que los dos se quedaran dormidos – y una es la superioridad. Solo las hadas, más de cuatro mil doscientas millones contra menos de treinta y cinco millones de ilios. La diferencia es de… ¿cuánto?... ¿ciento cuarenta y nueve o ciento cincuenta a uno?.
_Hay cinco Cuidadores y tres de ustedes son Selectos., aportó Isabel, convencida de que en el corto plazao se revelarían como tales los otros dos, pues Kevin y Marina estaban expuestos a las mismas situaciones que motivaran a Lidia y a su marido a alcanzar esa condición.
_Tenemos a Iris de nuestro lado – agregó el Cuidador, aun distraído con esos pensamientos negativos. La sola idea de que uno o varios de sus seres queridos resultara herido, o, peor, muerto, era extremadamente difícil de sobrellevar –. Lo que ella despierta en los ilios es sin dudas un arma.
Recordó las palabras de su superior en el museo, a ese respecto: “Creo que lo único que los mantendría a raya, por el miedo que sentirían, sería tener a Iris otra vez con nosotros, con su antiguo cuerpo y sus poderes y habilidades. Justo como antes y durante la Guerra de los Veintiocho”.
Unas pocas horas después, Eduardo y Kevin se enteraban de que existía una posibilidad de que aquello se convirtiera en realidad.
_O que apareciera un cuidador o Cuidadora para la MabDe – postuló Isabel, intentando visualizar esa posibilidad en su mente –. Se completaría el juego de seis.
MabDe era el correcto nombre, en el idioma antiguo de las hadas, para otro de los lugares grandiosos, aquel dedicado al estudio, la comprensión y el análisis del elemento luz, uno de los principales y que, como los otros cuatro, tenía sus propias ramificaciones, siendo las que más destacaban el rayo y la luz solar, por ser las más estudiadas y mejor comprendidas. Si estos seis Cuidadores estuviesen juntos, serían capaces de lograr una fuerza contra la que ni los ilios ni ninguno de sus monstruos ni sus armas nuevas tendrían posibilidades.
_Leí varios textos acerca de eso – indicó Eduardo, que agregó, creyendo que podría despejar su mente y ordenar sus pensamientos con dormir tres horas o cuatro – Un poder incomparable e ilimitado. Pero dejemos eso para dentro de unas horas, Isabel. Necesitamos descansar un poco.
_Estoy de acuerdo con eso – coincidió la dama, arrimando la cuna a su lado de la cama, antes de acostarse –. Solo una cosa – quiso –. Se que va a ser complicado, pero tratemos de que no sea un sueño profundo, Eduardo, porque no sabemos que es lo que nos va esperar.
_Me parece bien., aceptó su marido, observándola apagar las velas con otra de sus técnicas, atrayendo el fuego hacia sus palmas y absorbiéndolo a través de estas.

Fue evidente que estaban cansados y tenían sueño, porque no pasaron muchos minutos hasta que se quedaran dormidos. No había faltado el acostumbrado beso de las buenas noches, ni tampoco el saludo de despedida a Melisa, la otra razón, igual de importante, para no tener el sueño profundo. Cuando abrieron los ojos y miraron el reloj, descubrieron que eran poco más de las tres de la mañana del domingo (once de Enero / Baui número once)  y la causa de que se hubieran despertado abruptamente no fue la intranquilidad, sino la insistencia con que alguien los llamaba golpeando la puerta al otro lado de la habitación, en el pasillo. Temiendo lo peor, Eduardo e Isabel se incorporaron, echaron las batas para taparse y tomaron el bastón y el Impulsor, tras lo que fueron hacia la puerta. El Cuidador la abrió y descubrió al agente Qar´u que estaba allí haciendo guardia, quien le hizo saber que en un auditorio en el área social lo estaba esperando la reina Lili. “Necesita de tu presencia con carácter de urgente”, indicó el hada guardiana, a lo que  Eduardo, mediante unos pocos gestos, le hizo saber que estaría allí en no más de cinco minutos. Acto seguido, cerró la puerta y empezó a vestirse, indicando a Isabel que se preparara, por si también fuera necearía su presencia.



FIN




--- CLAUDIO ---

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