El Templo del Fuego, o, como se lo conocía en
el idioma antiguo de las hadas, Vinhuiga. Toda una joya de la arquitectura y la
ingeniería cuya existencia se remontaba a milenios, tanto como su contraparte
del agua, el Vinhäe. Ciento diecinueve
largos y cuarto al sur de la Ciudad Del Sol, rodeada por los
característicos bosques tropicales insulares tan espesos, se erguía imponente y
majestuosa la serie de edificaciones y columnas que conformaban el lugar tan
venerado y admirado hoy como ayer. En tiempos religiosos y luego de estos
estuvo dedicado íntegramente a la comprensión, el estudio y el análisis del
elemento fuego, sus aplicaciones en todos los aspectos de la sociedad de las
hadas (comercio, economía, industria…) y lo bueno y lo malo que podía ser su obra
directa e indirecta. En aquellos días, además, había sido un importantísimo
lugar de culto y tributos a Vica y Aldem, a quienes se atribuyera su invención.
Hoy, había perdido el aspecto religioso y todos cuantos iban a el cada día no
eran más que turistas (insulares y extranjeros) que se maravillaban una vez que
traspasaban las columnas exteriores, las cuales formaban el perímetro, teniendo
a la arquitectura como el aspecto más llamativo, y los expertos e
intelectuales, también de todas partes del mundo, que iban allí para reforzar
su conocimiento sobre el fuego o ampliarlo. El otro punto en común con el
Templo del Agua era que carecía de un protector, aquella persona que por
destino debía asumir todas las obligaciones y hacerse cargo de todo en la colosal
y antigua estructura, una ausencia hoy compensada por la comisión que formaban
el Consejo insular de Cultura y el Consejo Supremo Planetario, que anualmente
destinaban el presupuesto para su manutención, las eventuales reformas,
modernizaciones y el desarrollo de las actividades académicas, turísticas y
deportivas. Tan fuerte y tan grande era el Vinhuiga que la Gran Catástrofe, a
fines de Marzo, apenas hubo de ocasionarle daños menores, nada significativos,
y sirvió como refugio durante el trimestre siguiente, para las personas que
tuvieron daños parciales so totales en sus casas y otras propiedades.
El Templo del Fuego abarcaba un área cuadrada
de quinientos metros por quinientos, delimitada por columnas de granito de
veinte metros de alto por seis de circunferencia, tan relucientes y resistentes
hoy como el primer día, en cuyos extremos ardían prácticamente todo el tiempo
las enormes llamas, a través de un complejo mecanismo alimentado con carbón
vegetal. En el centro del predio estaba la estructura principal, una gigantesca
torre seis veces más alta y cinco más ancha (ciento veinte por treinta) que las
columnas perimetrales, dividida en doce niveles, de los cuales el inferior era
un amplísimo salón vacío, los diez intermedios tenían una serie de oficinas y
espacios dedicados a la administración, incluida la sala donde se desarrollaban
las reuniones entre los líderes del Vinhuiga (seguridad, prensa,
mantenimiento…), y el más alto, el duodécimo, tenía la oficina del Cuidador.
Era un espacio de seis metros de diámetro en el centro, rodeado por columnas y
muros que formaban un laberinto para obstaculizar la llegada a la oficina, una
prueba que debían pasar quienes quisieran encontrarse con el Cuidador. Ese
nivel llevaba décadas sin uso y únicamente se iba a el con motivos de limpieza
y, si hiciera falta, mantenimiento. Las demás edificaciones estaban dispuestas
en líneas rectas que se dirigían a los principales puntos cardinales: norte,
oeste, sur, este, noroeste, suroeste, sureste y noreste. La línea del norte
tenía seis estructuras rectangulares de quince metros de frente por veinticinco
de fondo por diez de alto con techos a dos aguas – exactamente iguales eran las
del este, sur y oeste – y eran las enormes bibliotecas temáticas con varios
miles de publicaciones de las que tan
orgullosas estaban las hadas: los niveles inferiores eran las salas de lecturas
con mesas simples, dobles y triples (para cuatro, seis y ocho personas), y los
superiores estaban repletos de góndolas, estanterías y vitrinas con aquellas
publicaciones, que ascendían a cincuenta mil. La línea que iba al oeste y la
del sur eran amplios salones en los que las hadas de fuego podían entrenar a su
completo gusto y poner a prueba sus destrezas y habilidades, porque eran
estructuras tan fuertes que incluso los seres feéricos más poderosos no podían
hacerles otra cosa más grave que rayar la pintura. En la línea del este había
seis almacenes que contenían todo tipo de elementos e insumos que se combinaban
con el fuego, o requerían de este, para la práctica de cualquiera de las artes
mágicas. Al noroeste estaba el sector destinado al Ejército insular y la línea
constaba de una barraca rectangular de cuarenta metros por doce por diez
(frente por fondo por alto) destinada a los cien efectivos cuya misión era la
seguridad del Vinhuiga y todos cuantos estuvieran en el, dividiéndose esa
dotación en cuatro grupos de veinticinco, para cubrir las cuatro jornadas
laborales; había además un galpón que usaban como arsenal, otro tanto de
oficinas administrativas en una tercera estructura y un gimnasio que usaban
como área de entrenamiento. La línea del suroeste tenía cinco edificaciones,
idénticas en dimensiones y alto a la barraca del Ejército, con un sinfín de
herramientas, materiales y equipos para el mantenimiento, reformas,
reparaciones y mejoras en el Vinhuiga, y cientos de piezas y objetos ocupaban
cada espacio disponible. La línea sureste era el área con auditorios y salas de
prensa y constaba de cuatro estructuras cuadrangulares de veinte por veinte por
veinte, muy espaciosas y confortables; y la línea noreste estaba integrada por
media docena de salones de iguales dimensiones a las del sureste, dedicadas a
exposiciones artísticas alegóricas y temáticas. Otras estructuras menores –
bancos y mesas, bebederos, pérgolas, estatuas y bustos… – engalanaban el
paisaje arbolado y se entremezclaban con las numerosas especies vegetales, que
sumado a la diversidad de fauna, creaban ese ambiente natural armónico de que
tan orgullosos se sentían los seres feéricos y elementales. Hoy, como venía
ocurriendo desde el fin de la religión, en el Templo del Fuego, o Vinhuiga, la
actividad académica e intelectual y el turismo eran las casi únicas y casi
monopólicas razones que motivaban a la
gente a ir allí, llegando muchos de los visitantes a quedarse por horas
enteras. La entrada era gratuita, libre y el lugar, todo un símbolo para la
raza feérica, permanecía abierto las veinticuatro horas los días hábiles y
entre las seis y las veintiuna los fines de semana y festivos, y allí se
ganaban su sustento quinientas personas que vivían en la región sur de
Insulandia.
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El día Viernes seis de Diciembre – Nios
número cinco, en el calendario antiguo –, apenas antes de que la sonora
campanada anunciara las siete en punto. El clima era el de siempre, muy
caluroso y prometía aumentar a medida que pasaran las horas. Cuando al fin se anunciaron
las siete, con esa campanada proveniente del interior del Templo del Fuego,
cuatro pares de pie se posaron justo a un metro del acceso principal, allí
donde hacía punta una ruta real. Eran Isabel, Cristal, Iulí y Wilson, que
traspasaron con decisión la reluciente marca en el suelo, una franja roja que
indicaba el límite del enorme predio, del cual formaban, junto con las columnas
de granito. Este era el lugar en el que debían estar los cuatro, y lo primero
que hicieron, no bien dieron los primeros pasos, fue consultar el mapa que
había a un lado del sendero, aunque ya sabían que su destino inmediato era la
oficina de información al visitante, y luego la línea del norte, donde estaban
las bibliotecas. Isabel sabía de sobra, desde el momento de la batalla contra
el cocodrilo rey, que este era el lugar en el que tenía que estar si quería
aclarar el misterio que empezara aquella jornada, eso que impresionara a su
prometido cuando se reencontraran en la planta baja del Hospital Real (a todo
el mundo, en realidad): ¿por qué motivo su aura había cambiado de color y
adoptado el mismo que su padre?, ¿por qué el violeta había reemplazado al
lila?. Tanto ella como su hermana especularon que una posible explicación para
ese cambio podría radicar en la recuperación física de sus progenitores, aunque
no tuvieron una sola palabra para otro par de misterios relacionados con aquel:
¿por qué había un lapso de tiempo tan amplio entre eso y la vuelta de Wilson e
Iulí?; ¿y por qué no había cambiado el aura de la hermana menor?.
Isabel había caído en la cuenta de que algo
muy raro le estaba pasando en el instante que tratara de impedir a Eduardo
lanzarse a la persecución del cocodrilo rey, creyendo que tendría muy pocas
oportunidades contra semejante monstruo, o, peor, ninguna. Al hacer un
movimiento con las manos, ilustrando su convencimiento de la imposibilidad de
ganar la batalla, advirtió la fugaz presencia del color violeta, de la misma
tonalidad que la de su padre, La segunda y definitiva señal la tuvo al
recuperar el conocimiento en el campo de batalla, hallándose tendida sobre un
árbol caído, producto la reacción del gran estrépito que provocara su novio al
dar bruscamente contra el suelo. Pudo apreciar que su aura había cambiado, que
ya no era solamente lila, sino que combinaba ese color con el violeta. Era
difícil que se preocupara por ese misterioso cambio en ese momento, ya que no
muy lejos de allí había dos monstruos en plena batalla y su novio le estaba
dando una paliza al otro peleador, a quien doblaba en altura y musculatura.
Cuando la batalla terminó y ambos combatientes fueron llevados sin conocimiento
al hospital Isabel hubo de experimentar el cambio total en el color de su aura,
mientras le estuvo explicando a las hadas guardianas lo que había pasado, y lamentando,
el estado en que quedara el claro. Pasó tal cual ella lo vaticinara: la noticia
del cambio de un color por otro en su aura y la batalla se esparcieron
velozmente y entre los primeros en enterarse fueron sus padres, su hermana y el
prometido de esta, Kevin, que no dudaron un momento en olvidar todo lo que
estaban haciendo y dirigirse sin pérdida de tiempo al barrio Plaza Central. Al
llegar, supieron de la batalla con detalles de boca de la propia Isabel, que
había participado en ella, y advirtieron, como todo el mundo lo vino haciendo,
que su aura era violeta. Fue Wilson a quien se le ocurrió que tal vez su hija
pudiera hallar la respuesta a ese misterio en el Vinhuiga, pensando en que su
don y aura podrían tener alguna relación con aquel. “Tal vez tu aura no sea lo
único diferente” – le dijo, camino al cuarto donde los médicos hubieron de
llevar a Eduardo –, “¿y el don, del fuego?. Wilson había teorizado aquello en
base a que si el padre y su hija compartían ahora el aura, tal vez también
podrían hacerlo con el don. Sin embargo, decidieron que ese misterioso cambio
debía esperar, ya que la prioridad en este momento era otra. Se trataba de una
escena repetida, siendo la tercera vez en el año que Eduardo terminaba
internado después de un incidente y sin conocimiento.
Isabel decidió que no haría otra cosa hasta
no verlo recuperarse y dejar el hospital. Sus parientes, incluido Kevin, la
imitaron. Fueron menos de dos días en el que el quinteto estuvo yendo de la
recepción a la habitación, preocupándose por el estado de Eduardo. Su novia se
había convertido en una estrella, o reafirmando ese estado, debido a la
batalla. Los dos le salvaron la vida a un ser feérico que atravesaba serios
problemas – ese incidente ya estaba en boca de todos, y había motivado la
intervención del grupo especial DM, de la Guardia Real – y eso les valió una
mención de parte del Consejo Real, algunos de cuyos funcionarios fueron al
hospital para enterarse de lo ocurrido. Los expertos de ese organismo, entre
ellos Nadia, compartieron con Wilson la posibilidad de que en el Vinhuiga
pudieran hallar las respuestas acerca del cambio en el aura de Isabel y,
también, por qué no había ocurrido lo mismo, al menos hasta ahora, con Cristal.
La hija mayor de Iulí y Wilson mantuvo su decisión de no hacer otra cosa y la
cumplió tal cual hasta las ocho horas con cuatro minutos del cuatro de
Diciembre, cuando Eduardo volviera a abrir los ojos y se viera nuevamente
internado… recordando la apuesta de quinientos soles con Nadia. Además de los
sentimientos por el, Isabel era la tutora de su prometido, quien le había
conferido un poder legal para casos como este, y como tal su deber era velar
por el. Ahora que estaba consciente y libre para dejar el Hospital Real, su
prometida podía dedicarse al misterio que, si bien no la asustaba ni
preocupaba, le provocaba intriga. La familia entera estuvo en Barraca Sola
antes del mediodía, hablando tanto del color del aura de Isabel – que lo hizo
cambiar y por qué – como de la batalla y como habían logrado derrotar a un hada
del rayo que se encontraba transformada en ese animal tan grande. “¿Ustedes
también lo creen, eh?”, reaccionó Eduardo, cuando les contó, ya durante el
almuerzo, que el, Nadia y Zümsar tenían la sospecha de que podrían los ilios
haber estado detrás del ataque, aunque de momento no tenían pruebas que
avalaran esa teoría. El día fue bastante animado y alegre para los seis, que
pasaron el tiempo totalmente entretenidos pensando en que cosas podrían hacer,
y en donde, para las festividades por venir (Isabel necesitaba como abordar
discretamente el tema del viaje al Vinhuiga): el Día de los Muertos, la llegada
del verano, ambos cumpleaños y el Fin de Año. Todos convinieron en que este año
la celebración sería diferente, mucho más divertida y magnificente.
Una vez que aparecieron los primeros rayos
solares del cinco de Diciembre, atravesando unas pocas nubes blancas, Isabel
estaba totalmente decidida a visitar el Templo del Fuego para buscar las
respuestas que necesitaba. Pero tenía igual que su hermana, un problema: ¿Cómo
impedir que sus hombres fueran con ellas?. Al igual que ellos se preocupaban a
diario por la suerte de las atractivas hermanas, estas correspondían tales
gestos de la misma manera. No deseaban que Eduardo y Kevin redujeran a
escombros cualquier cosa que tuvieran a su alcance ni que causaran un
pandemonio, si llegaban a ver a las chicas en alguna clase de dificultades o
problemas. El más reciente antecedente de eso había sido la batalla contra el
monstruo reptil en que hubo Zümsar de convertirse, Isabel no dudó en relacionar
la reacción tan brusca de su compañero sentimental, emergiendo del arroyo
transformado exitosamente en el monstruo cetáceo, con los ataques que ella
recibiera y su desmayo al golpearse la cabeza contra el tronco de un árbol.
Eduardo y Kevin reaccionarían así al ver en peligro a sus novias, y sin
dudarlo. La solución a ese problema vino a mitad de la mañana, de la mano de un
artículo en “El Deportivo”, que hacía referencia a un partido amistoso de
balonmano entre los clubes Kilómetro Treinta y Ocho y Puerto Nuevo, en el
estadio del primero de ellos, en Barraca Sola.
Ese evento, que empezaría a las once de la
mañana, mantendría ocupados y concentrados a los hombres desde al menos dos
horas antes del inicio. Al compartir otro almuerzo en grupo, el día cinco de
Diciembre, las hermanas les hicieron saber que pasarían la mañana en el parque
La Bonita, en una de las habituales reuniones allí con los sirénidos, y era
probable que después del mediodía fueran al Parque Real Central, como se
conocía al área protegida que diera en el pasado su nombre a esa región
insular, cuyo punto central y principal atractivo era la curiosa formación
geológica, que asemejaba a rocas apiladas, cubierta de especies vegetales, y
que contaba con su propio ecosistema. Curiosamente, habían sido Eduardo y Kevin
quienes dieran la idea a sus novias, indirecta e involuntariamente. Cuando
ambos viajaron a la Casa de la Magia en Junio, no dijeron una palabra a las
hermanas sobre su destino y propósito, y no lo hicieron sino hasta haber estado
de vuelta en Del Sol, lo mismo que hiciera la princesa Elvia; los hombres les
habían dicho que pasarían el día en el Banco Real de Insulandia. Como pasó con
las chicas aquella vez, los hombres ahora no sospecharon nada e incluso las
alentaron a que hicieran ese viaje. Para ellos, el seis de Diciembre no había
algo más importante que ese evento de balonmano.
Si viajarían con ellas, en cambio, sus
padres. Como había sido el autor de la sugerencia, además de ser poseedor del
elemento fuego como atributo o don, Wilson debía estar presente y, por
consiguiente, también lo estaría Iulí. No dejarían de estar ausentes en el
Vinhuiga si sus hijas se encontraran en algún peligro. Y así lo hicieron. A las
seis de la mañana, una vez terminado el desayuno, los seis abandonaron la
vivienda y se dividieron en dos grupos: Eduardo y Kevin pusieron rumbo al este
del barrio, en el límite con Dos Arcos, al estadio del club Kilómetro Treinta y
Ocho, y las hermanas, Wilson e Iulí no muy lejos de allí, a pie hasta la puerta
espacial. Ese viaje de pocos segundos los dejó a diez kilómetros de su destino,
al que llegaron a las siete menos cinco, Para las hadas y otros seres
elementales que los vieron, estaban allí en calidad de visitantes, pero la
realidad era otra. Lo hacían para resolver el misterio de las hermanas, por qué
una había tenido el cambio en su aura y la otra no. Observaron el mapa e
instintivamente advirtieron que las bibliotecas en la línea del norte era
adonde tenían que ir, no sin antes dirigirse a la oficina de información al
visitante. Tal cual lo pensaron, allí les dijeron que si deseaban resolver el
misterio era a esa franja a donde debían dirigirse. Una corta caminata a pie
por un sendero rodeado de arbustos con flores rojas y amarillas (los colores
que mejor imitaban al fuego), cruzándose con sus congéneres en algunos tramos y
agradecidos de haber venido bien temprano. Detestarían haberlo hecho al
mediodía o a la tarde, con el calor pronosticado para hoy.
_Prueben con estos, los que más se acercan al
problema de ustedes., les aconsejó una bibliotecaria a las hermanas, unos
minutos después de que ellas le plantearan la consulta.
Los progenitores se habían quedado en la
planta alta, ayudando a otro trío de empleados en la siempre ardua, aunque
apasionante (el hábito de la lectura era otro distintivo de las hadas), de
ordenar las varias centenas de libros y otras publicaciones, con lo que
estarían ocupados quizás por un lapso mayor al que sus hijas en la planta baja.
Ocupando una mesa simple y alumbradas por las arañas de múltiples brazos y
candiles – las velas ya se iban apagando, a medida que el Sol se colaba por las
amplias ventanas –, Cristal e Isabel leyeron los títulos de la media decena de
volúmenes, creyendo que así encontrarían
el indicado para empezar. Estaban los volúmenes uno y dos de “Auras y Elemento
Fuego”, de cien páginas cada uno; la edición del siglo uno de “Ecumenia” previo
al Primer Encuentro, compuesto únicamente por cuarenta páginas; “Los grandes
misterios de las hadas de fuego”, de doscientas diez; y “La evolución de los
seres feéricos”, de trescientas setenta. Este último, tal fuera la apreciación
y comparación de Eduardo al enterarse de su existencia, era para las hadas lo
que “El origen y la evolución de las especies” para los seres humanos. Las
hermanas no pudieron decidir por ninguno, porque los índices mostraban temas y
referencias con vínculos, algunos más probables que otros, al problema que
trataban de resolver. Al final, optaron por leer el volumen ecuménico anterior
al Primer Encuentro, pensando que si lo de ellas era un misterio, allí podría
haber, sino una respuesta, indicios que apuntaran a ella. En esos libros
únicamente se asentaban los eventos más trascendentales y llamativos de las
hadas (por eso el ejemplar tenía nada más que cuarenta páginas), y este en
particular tenía el registro de tres eventos, descriptos con lujo de detalles:
el de un hada de los reptiles que a causa de sus extraordinarios conocimientos
en hechicería y medicina había reunido en su personas la capacidad de
transformarse en cada una de las especies de reptiles de las que fuera
contemporánea, nacida un siglo antes del evento máximo y fallecida uno después;
el caso de un ser feérico que había nacido poseyendo el don de los elementos
antagónicos por excelencia, el agua y el fuego, legados por su madre y su
padre, respectivamente, llegado al mundo en el primer minutos de ese siglo
previo al Primer Encuentro; y un evento ocurrido dos meses antes del suceso
trascendental que determinara el cambio cronológico – las hermanas parecieron
haber dado con lo que buscaban, y enfocaron los ojos – la historia de un hombre
que sufrió un cambio en su aura a consecuencia de una situación de extrema
tensión. “Tenemos que leer esto”, coincidieron al unísono las hermanas,
concentrándose aún más en la lectura referida a un hombre del reino de Uzekü,
vecino de Insulandia, que, estando en combate contra formas primitivas de
MiNüqt (muy anteriores a estos, mucho de verdad) una pelea por el decidida para
conocer sus límites, experimentó un cambio radical en el color de su aura,
pasando esta de un tono claro y brillante de blanco a uno oscuro y opaco de
negro. “Eso fue lo que pasó conmigo, estuve bajo una situación de peligro, de
tensión”, observó Isabel, releyendo la crónica de aquel evento. El individuo
había salido victorioso después de un
combate de once minutos, dejando reducidos a restos humeantes s sus oponentes y
habiendo conocido sus límites; el mismo había tomado notas del suceso –
agregadas más tarde a la crónica ecuménica – incluido el cambio en el aura, que
lo asociara a la tensión, algo después confirmado pro estudios médicos. Este
evento, el primero de su tipo, razón que justificara su presencia en un
registro ecuménico, solo había vuelto a ocurrir dos veces en los más de diez
milenios posteriores, y ambos por tratarse de individuos que estuvieron
sometidos a la tensión: una mujer
integrante del Movimiento Elemental Unido durante la Guerra de los Veintiocho,
cuando tuvo que hacerle frente sin ayuda a una centuria militar en el
continente ártico, y un hombre al iniciar el siglo noventa y uno, viéndose
perdido, o creyéndose, a causa de un terremoto. En ninguno de los tres casos,
sin embargo, hubo cambios en los dones.
“Entonces, eso fue lo que pasó”, dijo Isabel,
sin dejar de mostrarse impresionada. Cristal también lo estaba, y ambas por lo
mismo. Una batalla siempre era motivo de tensión y estrés, por las
consecuencias de diferente tenor que podía implicar, de las que la más grave
era la muerte. Pero las hermanas, en parte ajena a lo que pasaba en la
biblioteca, a ese movimiento y luz natural que de a poco iban aumentando,
tampoco podían ocultar su desconcierto y dudas respecto a posibles relaciones
entre el caso de Isabel y el mencionado en el texto que estuvieron leyendo, o
los otros dos que fueron posteriores a ese. Las hermanas podían especular y
calcular, de momento nada más allá de eso. Comparativamente, un combate contra
cuatro monstruos artificiales primitivos para conocer los propios límites, la
pelea contra la centuria en solitario y el gran temor a perder la vida
aplastado durante un terremoto eran superiores a hallarse acompañada por otra
persona frente a un hada transformada que estaba sometida, así se creía, a un
control sobre sus movimientos y su mente. Con eso dando vueltas en la cabeza de
ambas, las hermanas, teniendo las auras (una lila, Cristal, y la otra violeta,
Isabel) estáticas a causa de sus sentimientos, como el suspenso y la
incertidumbre, intentaron encontrar algo que relacionara los tres casos,
cualquier cosa, aparte de las situaciones tensas, en la crónica ecuménica, los
otros libros que habían en la mesa y otros cuatro que había traído la prometida
de Kevin. No hallaron algo importante
que conectara a esas personas, solo datos y cosas que al lado de este asunto no
poseían la menor relevancia. Lo principal, que eran los dones, la era en que
vivieron y el contexto en que sufrieron el cambio, eran distintos. “Acá tampoco
hay nada”, lamentó Cristal, cerrando un libro, que hablaba de las relaciones
entre los dones o atributos de las hadas y sus auras, de estas el o los
colores, y apartándolo de los demás. “Tal vez no haya nada que buscar”, empezó
Isabel a resignarse, atando cabos en su cabeza, moviendo la vista sin un orden
en el índice del volumen uno de “Auras y Elemento Fuego” – su padre había
sugerido la posibilidad de que también cambiara el atributo –. Tal vez,
pensaba, la respuesta estaba frente a sus ojos y tanto ella como su hermana no
la podían ver, porque, y esto era casi un dogma, lo más simple y obvio a veces
pasaba inadvertido. Ese fue, entonces, su nuevo enfoque. Lo obvio. “Pero, ¿qué
es lo obvio?”, se preguntaron, cerrando los libros, viendo las últimas velas
apagarse, a los demás lectores, oyendo las voces por lo bajo, entre todas las
de sus padres en la planta alta, y vocalizaciones de los animales en el
exterior. A las nueve en punto, otra campanada así lo anunció, cerraron los
ojos, en busca de una mayor concentración, ayudadas para eso con el entorno, en
ese aspecto siempre era agradable el hallarse en una biblioteca. Habiendo leído
antes las historias de esos tres seres feéricos, dos hombres y una mujer,
intentaron visualizarse y representarse
las propias hermanas en aquellas situaciones de tensión, procurando
captar algún mínimo detalle que hubiera quedado olvidado y pasado por alto
cuando se registraran por escrito las historias. Monstruos primitivos creados
con materiales de origen natural, cien tropas del reino de Ártica, en el
continente del mismo nombre, y una avalancha ocurrida en una zona montañosa
Tropicana (el gentilicio de Trópica, otra de las grandes masas de tierra del
planeta); hadas que fueron puestas a prueba en diferentes circunstancias, una
vuelta más fuerte, otra fallecida y una más viva de milagro…
… Cristal e Isabel llegaron incluso a perder
la noción del tiempo y del espacio – en la biblioteca creyeron que se habían
quedado dormidas –, tan concentradas que estuvieron. No supieron si habían
vuelto a la realidad y salido de su ensimismamiento por Iulí y Wilson, cuya
ocupación en la planta alta ya estaba terminada, o esa voz que escucharon, o
creyeron escuchar, que les hablaba con delicadeza y claridad para decirles que
tenían que dirigirse a las líneas del oeste o las del sur en el Templo del
Fuego, donde estaban los gimnasios y otras estructuras que usaban las hadas
para entrenarse y mantener su forma, porque allí podrían estar un paso más
cerca de resolver el problema del aura cambiante de Isabel, y ver si pasaría lo
mismo con Cristal. “¿Y qué vamos a hacer allí?”, preguntó la mayor de las
hermanas en voz alta, sin darse cuenta, lo que motivara a su padre a
preguntarle, antes de saber si habían descubierto algo, sobre aquello. “¿A
hacer qué y dónde?”, llamó, mientras
Iulí, notando que la permanencia en la biblioteca estaba finalizada, llevó los
volúmenes nuevamente al mostrador. Las hermanas, camino a las instalaciones en
la línea sur, les contaron sobre los artículos que habían leído, y de como con
el registro escrito de la crónica ecuménica, y con los casos idénticos
posteriores, advirtieron que el cambio de Isabel constituía el cuarto exponente
de ese misterio atribuido a situaciones de tensión. Y fue recién allí, cuando bordeaban una de las estructura
destinadas a las exposiciones artísticas, en la línea noreste, que tanto los
padres como sus hijas especularon con que esta visita a los gimnasios y otras
áreas de entrenamiento bien podrían haber surgido para darle a la menor de las
hermanas una oportunidad, la oportunidad de cambiar su aura lila por otra
violeta. “¿Cómo puede ser eso?”, planteó esta, envuelta, al igual que sus
parientes, en el característico movimiento y ruido que por la mañana
presentaban lugares como el Vinhuiga. Las especulaciones y vaticinios
estuvieron dándoles vueltas durante el viaje hasta la línea del sur, y fue
entonces que, esta vez los cuatro, escucharon de nuevo esa voz, indicando una
edificación en particular – “La tercera empezando desde el centro”, dijo –, y
reconociendo a Lili, la reina de Insulandia, en ese tono tan relajado y
tranquilizador. “¿Sabe ella que estamos acá?”, se asombró Isabel. “¿Cómo se
enteró?”, agregó Cristal. Ambas chicas y sus padres vieron en eso un nuevo
misterio y decidieron que ya pensarían en el; ya le dedicarían tiempo y
esfuerzos cuando hubieran resuelto lo del cambio del aura en la hermana mayor
y, posiblemente, en la menor. Al menos ya tenían un posible indicio, el porqué
de esa mutación. En esta había actuado la tensión. La razón jamás había sido descubierta, y
todos los estudios e investigaciones de ayer y de hoy a ese respecto apuntaron
a que esas situaciones ejercieron presión (era imposible que tal cosa no
ocurriera) y causado alguna reacción biológica y química que motivara el
cambio.
El lugar de destino tenía todo el aspecto, al
menos por fuera, de ser una vieja unidad fabril abandonada a su suerte, pero
distaba mucho de eso y el aspecto era consecuencia de la combinación peculiar e
tonos y colores en las paredes y el techo, e incluso simulaban la presencia de
óxido e hierbas invasivas a nivel del suelo y en los marcos de las ventanas. Se
trataba de una barraca de veinte metros de altura que ocupaba una superficie de
cincuenta por diecisiete punto cinco, con un techo abovedado y paredes
extremadamente gruesas, una condición que se podía apreciar aun desde la
distancia. Al estar junto a la entrada, marcos tan relucientes como la puerta,
las hermanas y sus padres advirtieron, tallado sobre ese marco, el símbolo del
fuego superpuesto al emblema de la religión extinta, algo de lo que quedaba de aquella
época. Wilson empujó la puerta y se hizo a un lado, indicando mediante gestos
que las damas pasaban primero. “De este lugar sacaron Kevin y sus socios la
idea cuando decidieron crear esos recipientes”, informó cristal, mirando el
interior de la estructura, y sus padres y hermana de inmediato se dieron cuenta
el motivo. El lugar, tan majestuoso, estaba literalmente encantado, con una
magia cuya existencia se remontaba a los primeros tiempos del Templo del Fuego,
que hacía que, cuando hubiera alguien en el interior, este adquiriera una
superficie diez veces mayor, mientras que por fuera no había ni se percibía
cambio alguno. Dentro, incluso la resistencia de las paredes, el piso y el
techo se incrementaban por diez. El motivo de ese hechizo amplificador radicaba
en que la estructura había sido concebida para que las hadas de fuego tuvieran
un lugar donde desarrollar, sin riesgos para terceros ni para el entorno,
entrenamientos extremos e incluso batallas entre si o contra los monstruos
artificiales, desatando toda su increíble, y a veces incontenible, gama de
poderes y habilidades, y por tanto era esta la estructura uno de los pocos
lugares, cuando no el único, donde buscar conocer sus límites, y, si les fuera
posible, superarlos. La resistencia al daño también radicaba en otro
encantamiento aplicado al momento de su construcción, uno que hacía que las
descargas y ataques malogrados se transformaran en energía, la cual era
absorbida por la estructura. Esta podía, gracias a eso, sobrevivir al tiempo y
los entrenamientos y combates que se desarrollaban en su interior.
“Por eso quedó literalmente intacta durante
la Guerra de los Veintiocho”, agregó Iulí, recordando las conversaciones con
Iris sobre aquellos días. Los cuatro descubrieron que con semejantes dimensiones
quedaban absolutamente reducidas, muy pequeñas, todas las cosas que había allí
dentro, que no eran muchas. Tan solo una pequeña grada con capacidad para diez
personas, dos pequeños armarios y un trío de repisas con varios objetos de
diversos colores, formas y tamaños, de estos ninguno superior a los dos
centímetros. El resto era espacio vacío, donde lo llamativo eran los colores en
las paredes, un combinación de rojo y amarillo que imitaba al fuego, y el
gráfico en la baldosas, que representaba al Templo del Fuego visto desde el
aire. Aparte de ellos cuatro, solo había un hada allí. Una mujer que por su
uniforme e insignias se presentó como una empleada de la empresa COMDE –
Compañía Mixta de Desarrollos especiales – y anunció que estaba allí por pedido
expreso de Nadia, Lursi, Olaf y la reina Lili, para dar curso al desafío
venidero. La soberana insular y los funcionarios habían previsto que las
hermanas irían allí para resolver este misterio, lograrían averiguar lo de las
situaciones de tensión en alguna de las bibliotecas y quedarían entonces en una
duda, al no saber dar, ni tampoco cual era, el siguiente paso. La empleada de
la COMDE, que había sido advertida de aquello, no bien Eduardo e Isabel,
también Zümsar, estuvieran en el Hospital Real, estaba en este momento en el
Templo del Fuego para darles una mano a las desconcertadas hermanas. Lo hizo
con palabras y gestos, movimientos estos con las manos para señalar una de las
repisas con los pequeños objetos.
El hada dio con lo que buscaba. Un pocillo no
muy grande que los padres creyeron reconocer, similar al usado aquel día en que
ellos e Iris lograron recuperar sus cuerpos, habilidades y poderes, los que
usaron la princesa Elvia, Kevin y Eduardo para llevar a la práctica la fórmula
desarrollada por Mücqeu antes de la guerra y de esta sus primeros días. La
empleada de la COMDE extrajo, además, una botella repleta con agua y un
elemento cortante.
Sus ojos se enfocaron en la menor de las
hermanas.
Cristal, sin posibilidad de errores, tendría
que hacerle frente a un mï-nuq.
En lo que la empleada empezaba los
preparativos, l compañera de Kevin se reunió con su familia, siguiendo
indicaciones, en uno de los extremos de la estructura (la empleada estuvo
pronto en el otro), los pasos de los cuatro resonando ante el silencio y el
enorme vacío del espacio. Cristal no podía ocultar los temor4es ni el
nerviosismo en vistas de lo que vendría. Con la batalla, tratarían de
convertirla en el quinto caso en miles de años en que un hada sufría ese cambio
tan radical en su aura, el segundo en menos de una semana. Ambos ocurridos en
el mismo reino. Cristal buscaba ayuda pidiendo a sus padres consejos, pues era
una experiencia que ella jamás había soñado con vivir, y a su hermana que le
contara que sentimientos había tenido y como había reaccionado al empezar a
notar el cambio y al completarse este.
Isabel pensó que si se trataba simplemente
del cambio de un color por otro en el aura de su hermana, el combate tal vez no
fuera lo indicado, o, al menos, no lo suficiente. Si fuera por eso, pensaba,
todas las hadas que pelearan contra uno de esos monstruos, o que estuviesen en
una situación de tensión, tendrían ese cambio. Cristal, a su favor, tenía el
hecho de que su oponente era un ser creado con piedras – la experta ya había
arrojado al pocillo un polvo muy fino, resultante de haber transformado una
roca exactamente idéntica a la que estaba, de momento, en el suelo –, lo que
representaba la ventaja en el combate. “La cuadrícula de los elementos”, se
alegró, refiriéndose a aquel libro que describía las ventajas y desventajas de
las hadas que por dones tenían a uno de los elementos de la naturaleza. Era
verdad que no poseía ninguno de ellos, pero en los últimos meses había
descubierto, y en esto radicaban las sospechas de Wilson, sobre que tal vez no
fuera el color del aura lo único cambiante en las hermanas (no había razones
para no tenerle confianza a Cristal), como cada vez que hacía uso de sus
poderes, canalizando su energía a través de descargas expulsadas desde las palmas
de sus manos, estas alcanzaban nuevos niveles, por encima de los estándares de
las hadas de la belleza. Entre esos nuevos niveles estaban, justamente, las
descargas, que ahora eran capaces de llegar a temperaturas mayores, tanto, o
casi, como el fuego, lo que la animó, si era el ánimo algo que no tenía, a ver
como la empleada de la COMDE continuaba y completaba el proceso de creación. Al
polvillo en el pequeño recipiente le agregó una única gota de su sangre,
extraída de la punta del dedo índice izquierdo con la herramienta cortante, y
una buena cantidad de agua. Al tiempo que daba inicio a la mezcla, Cristal
detectó una ventaja, pensando, como antes, en la Cuadrícula de los Elementos.
Pelearía, por supuesto, estando transformada en el monstruo vegetal, aquel ser
de tres metros de altura formado solo por esa materia, y al hacerlo tendría esa
superioridad, tanto por su constitución como por sus técnicas y ataques, contra
el mï-nuq. “Vamos a estar a tu lado”, la tranquilizó su madre, fijándose y
oyendo como, a unos trescientos metros, el hada pronunciaba una serie de
palabras en el idioma antiguo y hacía pases con sus manos sobre y alrededor del
pocillo. “No” – se negó Cristal, preparándose para la transformación, y con los
ojos señalando a la pequeña grada –, “necesito hacer esto sola. Gracias de
todas formas, pero voy a estar bien. ¿Pueden ir allí?, no voy a tardar mucho”.
Aunque con dudas y temores, su hermana y sus padres obedecieron.
“¡UPDONEGUSVSET!”, exclamó con voz clara, y
al instante la elegante y atractiva figura femenina dio paso, con un fugaz
resplandor, al grotesco y feo monstruo con brazos, piernas y cuerpo donde se
entremezclaban ramas con lianas y hojas, esas raíces que brotando de los dedos
de los pies se enroscaban en estos y en los tobillos, las largas garras en los
dedos de las manos, el grueso cuello y la feroz cabeza con las mandíbulas
llenas de dientes, abriéndose y cerrándose. Cristal ya estaba lista para la
batalla. Aunque estaba nerviosa, pues esta era su primera experiencia, se
plantó firme en el suelo, adoptando una inconfundible pose agresiva, afirmando
las piernas. “que bien, porque tu oponente también está listo” – comentó desde
la distancia la experta, que acto seguido lanzó la exclamación –, “¡CESOE,
MÏ-NUQ!”. También al instante, una luz muy brillante brotó del pocillo, y eso
dio origen a otro monstruo, uno de la misma altura que su oponente, pero más
voluminoso, compuesto por rocas y de un aspecto amenazante por donde se lo
mirara. “El monstruo responde a mi, de modo que pase lo que pase no abandonen
la grada” – pidió la creadora a Isabel, Iulí y Wilson –, “llegado el caso voy a
detenerlo”. El mï-nuq estaba sin hacer movimiento alguno y era imposible saber
si escuchaba las voces y sonidos, si veía lo que estaba pasando y si comprendía
la situación. Lo más probable era que tanto uno como el otro los sentidos de la
vista y el oído estuvieran bastante limitados, condición que mantendrían hasta
que la experta le impartiera sus órdenes, lo mismo que la comprensión.
Básicamente, era lo mismo que los otros monstruos, un ser sin conciencia, alma
ni voluntad propia, y recién adquiría esos tres factores en el momento en que
su creador le ordenaba el cumplimiento de dichos designios. De momento, la
experta prefirió no hacerlo, porque le preocupaba más conocer el estado físico
de Cristal y, por supuesto, el anímico. No estaba convencida, no del todo al
menos, como lo estuvo y estaba demostrando Isabel con gestos, de que solo con
este combate fuera a tener ese cambio el aura de la prometida de Kevin; como
Isabel, la experta pensaba que cualquier situación tensa motivaría la mutación
en todas las hadas, siempre que estas se vieran sometidas a una. Los cinco
seres feéricos allí concluyeron que debería ocurrir algo excepcional y
verdaderamente tenso, y tampoco había certezas totales con eso. Cristal, sus
padres y su hermana habían asumido que si después de haber leído la crónica del
primer caso y repasado los otros dos. Un minuto exacto después del surgimiento
del mï-nuq de piedra, el hada creadora miró a Cristal a los ojos y le preguntó
“¿Estás lista?”, a lo que la retadora contestó, sin titubeos y con toda firmeza
“Lo estoy”. “Muy bien” – dijo la otra hada, observando a los parientes de
Cristal y tranquilizándolos con la mirada. Apoyó su mano en el voluminoso
cuerpo del monstruo y, también sin titubear, dijo con voz clara –. “Ese es tu
objetivo”. Señaló al ser compuesto por materia vegetal, que aguardaba firme a
unos trescientos metros, y el mï-nuq efectuó entonces su primer movimiento.
Levantó la pierna izquierda y dio un paso hacia adelante, al tiempo que, tal
cual lo advirtiera Cristal, tal cual lo advirtieran todos, su audición y visión
quedaban a toda capacidad.
Empezó la batalla.
Con asombrosos y ágiles movimientos que
hicieron temblar el suelo, el monstruo alcanzó a Cristal antes que esta hubiera
podido hacer otra cosa que usas sus manos para frenar el golpe dado con el puño
derecho. Y luego otro con el izquierdo, y otros dos más con cada mano, antes
que su oponente decidiera cambiar su estrategia y su rival sacudiera ambas
manos (algunas hojas se desprendieron y cayeron al suelo), haciendo equilibrio
para no caerse de espaldas. El monstruo de piedra formó una maza entrelazando
los dedos, dio otro enorme salto haciendo alarde de su agilidad, e intentó
asestar un golpe directo en la cabeza de su rival, que alcanzó a correrse de la
línea de ataque a último momento. “Les dije que la situación estaba bajo
control”, recordó el hada a sus tres parientes un minuto más tarde, cuando los
progenitores y la hermana mostraron todas las señales de incorporarse,
abandonar la grada y auxiliar a Cristal, cuando esta, después de haber
contenido al menos dos docenas de golpes, al fin diera contra el piso. Apenas
tuvo el monstruo derribado el tiempo necesario para levantarse y agitar el
grueso cuello, para sacudirse de la caída, porque su rival esta vez recurrió a
sus pies para reanudar el ataque. Nada más que un fuerte pisotón bastó para
causar una grieta en el suelo, que debido a las extraordinarias cualidades de
la estructura desapareció al cabo de pocos segundos, y entonces comprendió
Cristal que primero tendría que dejar inmovilizado al enemigo, si quería tener
sobre este su oportunidad. Lo distrajo bombardeándolo con una decena atrás de
otra de las filosas espinas lanzadas desde los codos – el mismo ataque que
usara Isabel contra el cocodrilo rey, tan solo unos días atrás –, aun sabiendo
que eso causaría poco o ningún efecto, e inmediatamente recurrió a las lianas
que brotaron de sus dedos, para sujet6arlo con firmeza de los pies y tobillos y
restringir las posibilidades de movimiento de su oponente. Las lianas se
enroscaron rápidamente, formando un capullo verduzco que envolvió al monstruo
de piedra desde las rodillas hacia abajo, y su oponente de materia vegetal no
desaprovechó el momento. Probablemente, no tendría otra oportunidad como esta.
A las lianas tensando al mï-nuq para impedirle el escape, realizó un ataque
doble, una vez más bombardeándolo con las espinas y soplando un polen de color
lila, brevemente violáceo, sobre su cabeza – en la grada, las hadas se
emocionaron; esa era la señal que estuvieron esperando –, sabiendo que con este
último no lograría gran cosa. Si se hubiera tratado de un ser orgánico, o un
mï-nuq creado con esa clase de materia, ese polen habría dejado desorientada a
su víctima el tiempo suficiente como para lograr sobre ella el triunfo (esos
efectos no duraban mucho), pero este no era el caso. El oponente de Cristal
había sido creado usando una piedra y el polen no tuvo efectos más graves que
una obstrucción muy breve de sus ojos. El monstruo vegetal sabía lo que estaba
en juego. Miró a la grada y uno a uno a sus cuatro ocupantes, que lanzaban
consignas y hacían gestos para darle ánimos. “¡Esta batalla es mía!”, exclamó,
mirando sin pestañar al mï-nuq, ignorando el hecho de si la habría escuchado y
comprendido o no, saltando y volviendo a apoyar los pies en el suelo. Detuvo
ambos ataques y gradualmente fue aflojando las lianas, hasta liberar las
piernas del rival, quien no tuvo dudas al decidir ponerse de pie, idear una
nueva estrategia y adoptar una postura distinta. Pero ya sabía Cristal lo que
tenía que hacer.
Quizás ella si lo supiera, pero no los demás,
y esta fue la razón por la que Isabel, Wilson, Iulí y la experta de la COMDE se
miraron entre ellos con desconcierto. Todavía tentado de ponerse de pie y
lanzar un rayo de fuego al mï-nuq, el padre de Cristal se preguntó en que
estaría su hija pensando, que la habría motivado a cesas todos los ataques y
darle la oportunidad a su oponente (“No lo tendría que haber hecho”, pensó),
que de inmediato, viéndose libre de los impedimentos en las piernas, reanudó
sus embates, usando ambos puños como martillos, tratando de asestarle los
golpes a un ser que, en menos de un parpadeo, cambió de forma, con esta acción
detectándose de nuevo el color violáceo, tan fugaz como el anterior. Tras el
resplandor, Cristal pasó de ser un monstruo nada bonito de tres metros de
altura con unas mandíbulas repletas de dientes a una figura tan atractiva como
la “versión original”. Allí estaba la retadora, disfrutando de estas ventajas
que eran el menor tamaño y la mejor maniobrabilidad, examinándose así misma,
observando las largas garras en los dedos de las manos, los tonos claros de
verde en el cuerpo y oscuros en las articulaciones, laos fugaces destellos
violáceos y las largas matas de su lacio cabello negro. “¡Grande y lento, una pésima combinación”, exclamó, en
referencia al mï-nuq.
Se abalanzó sobre el con saltos y movimientos
increíblemente ágiles y, valiéndose de sus garras, traspasó su resistente
constitución y le seccionó el brazo izquierdo, que cayó al suelo con estrépito
y se deshizo en numerosos fragmentos, rocas de diversos tamaños que formaron
dicha extremidad y eran ahora un pilón deforme. En la grada aplaudieron con
ganas, demostrando así lo impresionadas que quedaron las hadas por la audacia y
el éxito con el primer ataque certero – Isabel pensó que si hubiera tenido la
oportunidad de llevar a cabo esa arremetida, Zumsär probablemente hubiera
resultado herido de gravedad –. Pero el monstruo no estaba derrotado ni mucho
menos; Cristal sabía eso y no permitió que influyera en su ánimo, como tampoco
el que su aura hubiera vuelto a ser completamente lila, pues ya hubo de
confirmar la veracidad de los textos históricos, sobre que los momentos tensos
podían motivar un cambio en el aura. El hada sabía lo que tenía que hacer y
repitió el ataque anterior. Seccionó el otro brazo de su oponente, ejecutando
los mismos movimientos sorprendentes, aumentando el número de escombros en el
suelo. Aun con las extremidades faltantes, el monstruo de piedra continuó con
su objetivo, pero su suerte ya estaba decidida, ahora con esta segunda
desventaja (la otra era su tamaño y, por consiguiente, la lentitud y una
maniobrabilidad inferior a la de su oponente). El tercer ataque de Cristal fue
el último. Las filosas garras pronto estuvieron atravesando la base del cráneo
del mï-nuq, y el hada se apartó antes que su estructura, de esta lo que
quedaba, empezara a desmoronarse. En cuestión de segundos, quedaron los
escombros, ya sin señales de actividad ni vida, y Cristal volvió a la
normalidad. Volvió a ser el monstruo vegetal de tres metros de alto, y acto
seguido la figura femenina atractiva de cabello oscuro y piel blanca que levantó
sus brazos en señal de victoria e hizo una reverencia en dirección a la grada,
desde la que prorrumpieron en aplausos y ovaciones. Su primea vez en combate no
había durado más de diez minutos.
_Nada mal, nada mal – calificó la experta, de
todos la primera en ir a su encuentro –.
Es una marca, diría yo. Triunfaste en tu debut en batalla en menos de un sexto
de hora. Y tu nombre va a quedar registrado en Ecumenia. Es el quinto caso en
la historia, el segundo en menos de una semana, de un cambio en el color del
aura producto de una situación tensa. Mis felicitaciones por eso.
Todavía saboreando el éxito, sonriendo a
causa de eso, Cristal se reunió con su hermana y su padres para celebrar
(aplausos, abrazos y palmadas), dejando que la experta se ocupara de los restos
del mï-nuq destruido. Los redujo a un finísimo polvo y a este lo guardó en una
caja de madera. Habían allí logrado de manera exitosa esa primera parte de lo
que estuvieron buscando. El aura de Cristal cambiaba de colores, variando
fugazmente de lila a violeta, pero no había sido permanente, como el caso de
Isabel. Como ya lo dijeran, si fuera por las situaciones tensas esos cambios no
se encontrarían entre los eventos más infrecuentes de todos. Lo había sido esta
batalla, pero no con la intensidad necesaria o requerida, no la tuvo, como para
que el cambio en Cristal fuera completo, o permanente.
_Y ni siquiera estoy agitada ni cansada. No
podría haberlo estado nada más que con un combate de… ¿cuánto?, ¿nueve minutos
con cuarenta y tres segundos? – se alegró, moviéndose sin detenerse. La emoción
tendría para rato –; Isabel, ¿cómo fue tu caso?.
_Exactamente igual a este – contestó su
hermana –, quizás no tanto la duración de la batalla, pero si el contexto, y
las reacciones al terminar. Las dos dimos lo mejor cuando estuvimos bajo esas
situaciones tensas. Es verdad que un caso fue este mï-nuq y el otro un
depredador enorme que en realidad era un hada transformada, pero no creo que
importe eso.
_No lo hace – ratificó la experta de la
COMDE, ya concluida la tarea de recolección del polvo, y yendo de nuevo a la
repisa. Al parecer, se avecinaba otra prueba –. Cristal, ¿estás lista para otra
prueba?, ¿lo están ustedes?. Podríamos intentar que sea el cambio algo
permanente.
“Lo estamos”, respondieron los cuatro, los
padres con sus reservas, la hermana mayor alentando a Cristal y esta, cesando
los movimientos, dispuesta cien por ciento a aceptar el nuevo reto.
_Pues en ese caso vayan allí y aguarden un
momento., pidió el hada, creyendo haber descubierto, luego de tantos años, de
tantos milenios, el motivo del cambio de colores, algo no vinculado exclusivamente
a las situaciones de tensión.
“Ahora vamos a hacer algo diferente”.,
anunció a sus congéneres, y echó sus manos al contenido de la repisa. De allí
extrajo ahora ocho objetos, que inmediatamente fueron dispuestos en el suelo,
donde antes hubo de estar la piedrita. La experta puso en el suelo un par de
hojas que por su color parecían haber sido arrancadas recientemente, un trozo
muy pequeño y viejo de madera al que hizo arder con sus poderes y transformó en
un carbón encendido, un fragmento de un hueso muy pequeño, otras tres piedritas
minúsculas, una de estas un canto rodado, y una pluma. A nadie le cupieron
dudad sobre cuál era el siguiente desafío, un segundo combate contra ocho
mï-nuqt al mismo tiempo, los cuales, de acuerdo a las explicaciones y palabras
de la creadora, habrían de usar como elementos constitutivos o base una hoja de
un rosal de flores rojas y otra de una acacia, un viejo fragmento seco y podado
de esa misma especie arbórea, el único hueso, de este una ínfima parte, de una
rana muerta hallada esa misma mañana en uno de los accesos al Vinhuiga, un
fragmento de cuarzo, una piedra caliza, otra de canto rodado y la pluma de la
cola de una paloma. En tanto se ocupaba de uno por uno de los procesos de
creación, el hada de la COMDE dio las instrucciones al grupo familiar, pidiendo
a Wilson e Iulí que, como lo hicieran la oportunidad anterior, permanecieran en
la grada, sentados, a Cristal que se ubicara en la misma posición que en su
debut y a Isabel en el punto central del lateral opuesto al de la grada,
indicando a las hermanas, además, que no debían recurrir a la transformación
sino hasta que no quedara otra solución, que hicieran aparecer sus alas y que
recurrieran, para atacar tanto como para defenderé, solo a descargas que
pudieran proyectar y lanzar desde sus manos. Aparentemente, este segundo reto
incluía también a la hermana mayor. “Si, a las dos”, ratificó firme la experta,
dando los últimos pasos en la producción y recurría a la telequinesia para
revolver el contenido en los pocillos. “¡Cesoe, mï-nuqt!”, exclamó al cabo de
unos pocos segundos, y los monstruos, tan amenazadores unos como otros,
emergieron en medio de resplandores y espesas nubes oscuras. Los seres recién
surgidos se alinearon a la espera de órdenes, y su creadora se puso delante de
ellos, anunciando con voz clara y alta que con este evento buscarían que
hubiese un cambio definitivo en el aura de Cristal, y confirmar las sospechas
acerca de que ella e Isabel podrían incluso estar experimentando un cambio en
su don o atributo.
_¡Atención, mï-nuqt! – llamó su creadora con
voz potente, y los cuatro pares de monstruos
giraron la cabeza hacia ella. Había llegado el momento de impartirles su
orden –. Sus objetivos, aquellos individuos contra los que tienen que combatir,
son esas dos personas que están allí – y concluyó con otra exclamación, en
tanto sus creaciones empezaban a ver y escuchar, ya contando con la orden –…
¡elimínenlas!.
Su dedo índice izquierdo, sin embargo, no
apuntó a las hermanas.
Iulí y Wilson eran los objetivos de los
monstruos.
Para el momento en que hubo el matrimonio de
reaccionar y darse cuenta del peligro, enorme o no, que se estaba avecinando,
con los ocho seres grotescos y enormes a pasos de ambos, las hermanas,
demostrando nuevamente sus destacados reflejos e increíble velocidad, se
interpusieron en la línea de ataque y enviaron al grupo de mï-nuqt,
literalmente, al lugar en que estuvo Cristal con una acción, combinando las
descargas de energía con sus habilidades telequinéticas, implicando esos
rápidos movimientos la destrucción de uno de los atacantes, aquel nacido de una
pluma (cientos de estas quedaron esparcidas en el inmaculado suelo). Esa
fracción de tiempo en que estuvieron a su lado, pronunciando unos pocos
monosilábicos y gesticulando para pedir explicaciones, tuvo su recompensa y
resultados esperados al escuchar las palabras del hada de la COMDE, que, para
empezar, sonriendo, hizo destacar la ingenuidad de las chicas. “¿De verdad lo
creyeron?, me extraña de ustedes dos”, fueron sus primeras palabras, y tanto
Isabel como Cristal adoptaron inconfundibles gestos de desconcierto. La
experta, sabiendo que sus siete creaciones restantes no demorarían en
recuperarse de la conmoción – ya estaban haciéndolo, de hecho –, de manera que
no disponía de mucho tiempo. Se limitó a decir, siendo breve, que la situación
estaba absolutamente controlada y pactada, que lo estuvo desde la conversación
sostenida con la reina Lili, quien se había comunicado mentalmente con los
padres de las hermanas y la propia creadora de los monstruos cuando Cristal estuvo sosteniendo su primera
batalla: los mï-nuqt serían destruidos antes que cualquiera de ellos hubiera
tenido el tiempo siquiera de ponerle encima un dedo a Iulí o a Wilson. “Para los
monstruos, sin embargo, esa orden es literal y la tienen que cumplir”, concluyó
el hada, señalando un punto en la estructura, donde los mï-nuqt se habían
puesto de pie, y reanudado su tarea. Las hermanas, aun tratando de captar
aquello de que no existía peligro alguno para sus progenitores, que no era otra
cosa que algo pactado, no tuvieron tiempo de procesar al completo la
información ni preguntar (ya lo harían después de la batalla), porque los
monstruos se abalanzaron en simultáneo contra ellas y sus padres.
_Claro que estamos ante un descubrimiento
nuevo – presagió la experta, dirigiéndose al matrimonio, en tanto las hermanas
llevaban la batalla lejos de la grada – hablo de lo que motiva el cambio de un
color por otro en las auras, aunque, claro, el origen continúa siendo
desconocido. Tal vez solo ocurra y ya, y lo del motivo de una teoría, que
podríamos confirmar yendo a la biblioteca otra vez – y concluyó anunciando –.
Miren a Cristal, su aura ya es completamente violeta.
Allí estaba la hermana menor.
Había usado su energía a modo de escudo, para
defenderse de los mï-nuqt vegetales.
Pero había sido su aura lo llamativo, como
dijera la experta. Ambas hermanas poseían ahora un fino halo que bordeaba sus
curvilíneos cuerpos de la misma tonalidad de violeta que la de su padre.
Ninguna tuvo tiempo de concentrarse en eso ni tampoco su motivo, porque debían
impedir que uno o más de los monstruos se acercaran a sus padres por un lado y
derrotarlos por otro. Eran siete y, como bien pudieron advertir, todos estaban
llevando sus capacidades al máximo. Muy pronto, surcaron el aire pequeñas rocas
/carbones encendidos de tamaños diversos, en tanto que los mï-nuqt vegetales se
ocuparon de exhalar una tenue capa de polvillo que quedó flotando a baja altura
(“¡Cuidado con eso, es un somnífero!”, se dijeron al unísono las hermanas, que
podían realizar esa técnica estando transformadas) y el surgido en base a un
hueso empleaba sus enormes manos para atacar a sus objetivos, usando esas
extremidades como mazos. Las hermanas estaban en un aprieto, hallando más urgentes
la seguridad e integridad de sus padres que lograr la victoria sobre estos
enemigos. Al final optaron por transformarse y al verse como esos enormes seres
constituidos por materia vegetal lograron la confianza que necesitaban. Usaron
la técnica de las lianas para capturar a uno de los oponentes, aquel creado con
cuarzo, lo sujetaron lo más firme que pudieron y, mientras procuraban mantener
alejados a los otros mï-nuqt, destruyeron a la presa bombardeándola durante
alrededor de veinte segundos con las filosas espinas. Estas se incrustaron en
todas las articulaciones del enemigo, que no supo como responder y acabó vuelto
escombros, cuando las rocas que lo formaban cedieron a los cortes y la fuerza
ejercida por las espinas. Cristal e Isabel celebraron levantando los brazos y
se asombraron al descubrir lo poderosas que se habían vuelto, algo que
indudablemente asociaron al radical cambio en sus auras. “Vamos por los otros
seis”, se dijeron.
_¿El cambio puede haberles dado esta nueva
fuerza?., planteó Iulí, no muy contenta al ver a sus hijas ser golpeadas por
los mï-nuqt de piedra.
Pareció que todos los monstruos comprendieron
que si tenían que cumplir su misión, lo primero en su agenda debía ser la
“supresión” de estas interrupciones.
_No, puede no. Lo hizo, de hecho – confirmó
la experta, observando atentamente la batalla –. Pasó lo mismo con los tres
casos anteriores, y sus hijas están viviendo y experimentando lo mismo que
aquellas hadas. Ellas se convirtieron en celebridades, y no les quepan dudas de
que Isabel y Cristal van a serlo después de esto, aunque si me lo preguntan
creo que ya lo son.
_Iulí y yo, tal vez esa fama se deba a lo que
fuimos, a lo que intentamos hace muchos años y que resultó en un fracaso
absoluto – detectó Wilson, observando pendiente. Las chicas estaban en
inferioridad numérica y los mï-nuqt demostraban ser todavía más fuertes –. A
propósito, eso del descubrimiento nuevo… ¡ agáchense!.
Tres enormes rocas se estrellaron con gran
estruendo contra la pared atrás de ellos, un ataque del mï-nuq de piedra caliza
con el que quiso intentar reanudar su objetivo primario.
Ese fue un desacierto que le costó la
existencia. Las hermanas pronto le cayeron encima y tuvieron una nueva prueba,
al tener que ser sus ataques lo bastante fuertes como para dañar y traspasar la
piedra caliza. Mediante la telequinesia hicieron que se detuviera en seco y con
sendas patadas al pecho y el abdomen lo enviaron al suelo. “Este es mío”, quiso
Cristal, haciendo al mismo tiempo señas a su hermana para advertir del peligro
que representaban los cinco enemigos a la carrera. “Hecho”, contestó Isabel, a
la vez que ambas ejecutaban la segunda transformación. Pero esta vez fue
diferente, como bien advirtieron ellas mismas, sus padres y la experta de la
COMDE. Su aspecto físico continuaba siendo idéntico al anterior – la
constitución, la altura, el largo del cabello, las curvas… – igual que sus
agraciados movimientos y el andar, siempre tan femeninos, algo (heredado de su
madre) que conservarían hasta su último día. No podían decir lo mismo del color
en la piel y el del cabello, además de los ojos. Estos dos últimos eran ahora
decididamente negros, de ese mismo tomo oscuro que el de Wilson, y la piel ya
no mostraba las tonalidades claras de verde y algo más oscuras en las articulaciones;
la dermis era totalmente de verde clara, sin una sola diferencia, más allá del
color, respecto de la “versión original” (Eduardo y Kevin hubieran hecho
destacar las curvas de las hermanas y estas, como de costumbre, se hubieran
sonrojado). Lo diferente, y tal vez también alucinante, eran las articulaciones
en los hombros, codos, muñecas, rodillas y tobillos, que, literalmente, estaban
en llamas. Ninguna de las hermanas era dañada por ese misterioso fuego que le
brotaba en los brazos y las piernas, aunque si las hubo de impresionar cuando
vieron aparecer las llamas, lo que resultara en la primera distracción, hasta
ese momento, en el combate. “Concéntrense y dejen las preguntas y explicaciones
para después”, les advirtió el hada creadora de los monstruos desde la grada, a
lo que Cristal e Isabel reaccionaron dedicándose de lleno a sus oponentes.
_Pero, ¿qué pasó allí?., se preguntó Iulí,
viendo como su hija menor destruía sin esfuerzo alguno al mï-nuq de piedra
caliza, lanzándolo con fuerza contra un muro.
En el lugar de impacto solo quedaron
escombros humeantes, y Wilson, con una sonrisa, pudo respirar tranquilo por
primera vez desde que se enterara que su hija iba a ser evaluada en una
batalla.
_¿Oficialmente?., habló la experta de la
COMDE.
_Si, ¿qué fue lo que pasó?., quiso saber
Iulí.
_Isabel y Cristal son, sin dudas, hadas de
fuego.
Los siguientes Mí-nuqt en pasar a la historia
fueron los vegetales, aquellos nacidos de una hoja de acacia y otra de un
rosal. Estando constituidos por esa materia, no hubieran tenido jamás una
oportunidad contra un ser feérico cuyo don o atributo era el fuego, mucho menos
contra dos. Las hermanas sabían eso. No tuvieron que esforzarse ni pensar
demasiado para caer en la cuenta de su nueva condición y aceptarla de inmediato,
sin planteos ni cuestionamientos: el fuego era superior a los vegetales. Cuando
atacaron las hermanas, supieron lo que tenían que hacer y como, tanto por
instinto como por recuerdos. Habían visto a las hadas de fuego, su padre
incluido, poner a prueba sus destrezas, habilidades y técnicas especiales, en
entrenamientos y prácticas, y no les resultó difícil imitarlas. Isabel y
Cristal, admitiendo que no sabían cuando les podría demandar el
acostumbramiento y dominio del nuevo don, se lanzaron de lleno contra los
mï-nuqt vegetales, recurriendo a la telequinesia nuevamente para distraer y
mantener ocupados a los otros tres, y les lanzaron sendos rayos de fuego al
pecho a ambos oponentes. Incendiándose velozmente, los mï-nuqt vegetales
anduvieron tambaleándose unos breves instantes, antes de caer fulminados y
quedar rápidamente reducidos a cenizas. Para cuando esos dos pasaron a la
historia, las hermanas advirtieron que la llama en sus hombros ya no se
encontraba allí, aunque no se alarmaron por eso, porque sabían que lo mismo les
ocurría a las hadas de fuego una vez que entablaban su primera batalla. El
siguiente enemigo en ser derrotado y destruido fue aquel creado en base al
carbón vegetal, poseedor de una fuerza que por poco no estuvo a la par de la de las hermanas. Fue básicamente
fuego contra fuego, y el tiempo que las chicas no demoraron luchando contra los
monstruos vegetales lo usaron contra este, y para el momento en que el sexto
mï-nuq fue destruido, el reloj de péndulo y la campanada distante anunciaron
las trece horas en punto. Isabel y Cristal estaban cansadas, no solo a causa de
los combates, sino también, quizás principalmente, debido a los sentimientos y
las emociones que estaban experimentando.
_No se preocupen, supongo que es normal que pase
eso – tranquilizó el hada de la COMDE a Iulí y Wilson – Sus hijas cambiaron de
atributo y hasta donde se es la segunda vez que pasa eso desde el surgimiento
de la raza feérica. A las dos va a demandarles tiempo para ejercer pleno
control sobre el elemento fuego. Con el entrenamiento correcto y la práctica
van a lograrlo.
_Y ahora deben continuar esta pelea –observó
Iulí. Eran dos contra dos, y ese par de mï-nuqt, de los ocho totales, eran los
más fuertes –; un poco más y su evaluación va a quedar terminada.
De inmediato quedó puesto de manifiesto que
esos dos monstruos no iban a ser tan fáciles de vencer ni destruir como los
otros. Cristal e Isabel, de entrada, le lanzaron los mismos rayos de fuego con
que eliminaran a los mï-nuqt vegetales, moviendo sus brazos de manera tal que
las llamaradas cubrieran desde los pies hasta la cabeza a los últimos
oponentes. Estos cayeron al suelo, pero se levantaron increíblemente rápido,
moviéndose y agitándose para apagar las llamas, reduciéndolas a humo casi al
instante. Los mï-nuqt apenas sufrieron un ennegrecimiento en sus estructuras
corporales, un daño insignificante que de ningún modo les impidió responder a
la agresión con un par de golpes que lanzaron a toda velocidad hacia adelante,
apenas dando tiempo a las chicas para cubrirse juntando las manos. Los golpes
fueron tan potentes que Isabel y Cristal cayeron al suelo, y faltó muy poco
para que quedaran aplastadas bajo los enormes pies de sus poderosos oponentes.
La batalla estaba empatada y no solo en número. Los mï-nuqt respondían a la
maniobrabilidad y agilidad de las hadas con su tamaño de más de tres metros de
altura y su resistencia, y llegado un momento pareció establecerse un ciclo:
las hijas de Wilson e Iulí atacaban, los oponentes caían y de inmediato se levantaban,
y aún estaba el riesgo de que las creaciones de la experta retomaran su misión
original. “¿Esto es todo lo que tienen?”, reaccionaron las chicas, dirigiéndose
a los monstruos, para darse ánimos y confianza; palabras que llegaron a los
oídos de la creadora, quien respondió anunciando “Si así lo quieren, hay más”
“¡Que haya más!”, pidieron Cristal e Isabel, a lo que la experta se puso de pie
y, llevando sus manos con los dedos extendidos en dirección al mï-nuq de hueso
y al de canto rodado, exclamó “¡Upöa!” – “unión”, en el idioma antiguo de las
hadas –. Los monstruos se atrajeron uno contra el otro y al cabo de veinte
segundos dieron origen a uno solo, más grande y amenazador. También más
resistente y poderoso, como pronto descubrieron las hermanas, que lo atacaron
con todo su poder sin causarle daños. El monstruo contuvo los ataques y acto
seguido los desvió en forma de haces y chispas en todas las direcciones,
provocando tal espectáculo de luces y estruendo que, además de obligar a
agacharse y cubrirse a las cinco hadas presentes allí, camufló la ya de por si
discreta entrada, a través de una de las ventanas, de la anaconda real que
buscó refugio debajo de la grada.
Una y otra vez impactaron las descargas
contra el enorme monstruo, que ante tales ataques no hacía otra cosa que
sacudirse levemente, o bien detenerlos con sus manos y desviarlos. El monstruo
era, sencillamente, muy resistente, y las hermanas no encontraban la manera de
dejarlo fuera de combate. Ejecutaron con éxito parcial la mayor parte de las
técnicas (no era para menos, era su debut con ellas) que vieron alguna vez
hacer a las hadas de fuego, incluidos su padre y ambos miembros de la familia
real insular, la reina Lili y la princesa Elvia. Los daños en el monstruo eran
mínimos, cuando no inexistentes. Cristal e Isabel, ahora turnándose para
atacarlo, adujeron la falta de éxito a lo que ellas, sus padres y la experta de
la COMDE ya sabían: las hermanas estaban viviendo sus primeros momentos con el
nuevo atributo y eso, el cero acostumbramiento, algo completamente inesperado y
sorpresivo, sumado a las batallas que se habían extendido por tanto tiempo, las
hubo de dejar extenuadas. En la grada se combinaban la preocupación y la
alegría, como era de esperarse. Wilson e Iulí estaban colmados de orgullo por
lo que habían logrado sus hijas derrotando uno a uno a los mï-nuqt, trabajando
todo el tiempo como equipo (como hermanas… como familia), recurriendo a esa
variedad de movimientos y técnicas que a cada rato ocasionaban aplausos y
ovaciones, muchas, por no decir todas, adquiridas durante el transcurso de las
batallas, y a la vez preocupados porque estas y el consecuente agotamiento
físico pudiera lastimarlas. Veían como las chicas, pese a estar cansadas, no
daban señales de querer rendirse o retroceder, y no dejaban de agradecerle la
mayoría de las veces que pasaban cerca, a la experta por haber unido en un solo
ente a los dos mï-nuqt restantes. Aunque de todos se trataba del que más
trabajo y esfuerzos les estaba demandando, no podían dejar de reconocer lo útil
que resultaba para ambas el mï-nuq que combinaba hueso con canto rodado. Un ser
así, tan fuerte y resistente, tal vez fuera lo que Isabel y Cristal necesitaban
para confirmar ellas mismas su nueva condición de hadas de fuego y poner a prueba
sus recién adquiridas habilidades. Concluyeron, en tanto esquivaban por poco un
golpe de puño, que quedaría para más adelante el estudio, también la
comprensión, de tales adquisiciones, igual que las implicancias que pudieran o
no haber en los cambios del aura y el atributo. “Lo que perdimos no tiene
relevancia alguna”, le dijo la hermana mayor a la menor, pensando en esa
técnica que poseían las hadas de la belleza para caminar bajo las lluvias sin
mojarse ni ensuciarse. “Cierto”, coincidió la prometida de Kevin, planteándose
en silencio cuanto tiempo habría de transcurrir antes de que empezaran a
extrañar, e incluso sentir nostalgia, por el don de la belleza y el aura lila.
“¡Mejor concéntrense!”, volvió a advertirles la experta, cuando el monstruo hizo
uso por primera vez de una de sus habilidades especiales. Extendiendo sus
dedos, lanzó en dirección a las hermanas un sinfín de piedras pequeñas o muy
pequeñas a gran velocidad, las cuales, al entrar en contacto con la pared de
fuego creada por sus oponentes para protegerse, se transformaron en un peligro
todavía mayor, pasando a ser fragmentos en llamas que quedaron esparcidos en el
suelo, lo que suponía una amenaza para las hermanas y el mï-nuq. En un corto
período, apenas pocos minutos, esos fragmentos serían absorbidos por la
estructura, lo que contribuiría a su invulnerabilidad, pero mientras eso no
ocurriera Cristal e Isabel se tendrían que mover con cuidado. “No podemos volar
estando transformadas”, lamentó la primera, a lo que su hermana replicó “Eso no
lo sabemos, tal vez ahora si podamos”. Para sorpresa y gran alegría de ambas,
descubrieron que la más característica y distintiva de todas las técnicas de
los seres feéricos ahora podían usarla – no le era posible a ninguna hada de la
belleza, que supieran, en tanto mantuvieran una u otra las transformaciones – y
ese descubrimiento les confirió algo de aliento y esperanzas, eso que
necesitaban para inclinar la balanza a su favor. Moverse en el aire era sin
dudas una ventaja enorme, la más importante, y eso, sumado a su tamaño,
dimensiones y agilidad podrían ser la clave para vencer. En la grada, las hadas
volvieron a vivar a las hermanas y, en el suelo, oculta por las tablas y el
fragor del combate, la anaconda real, al parecer relajándose, apoyó la cabeza
sobre el piso y se dedicó a observar con atención.
La capacidad para volar, no cupieron dudas,
fue una ventaja total desde el principio, aunque, pronto Cristal e Isabel lo
descubrieron, no bastó para derrotar al monstruo, que, valiéndose de su tamaño,
aspecto feroz y ese “bombardeo” de piedras que lanzaba desde las manos,
espantaba a las hermanas cada vez que estas se hallaban lo bastante cerca de
el. Además, lamentaron que ocurriera, la permanencia en el aire, con las
maniobras y velocidades diversas, era otro factor que contribuía al agotamiento
físico. Sabiendo eso, decidieron ignorarlo y pensar únicamente en el triunfo,
con mayor intensidad esta vez. Volando en círculos u óvalos a una distancia
prudencial, lanzaron las llamaradas en forma de látigos dando al mï-nuq al
menos dos docenas de fuerte azotes en diferentes partes del cuerpo, dejándolas
al rojo vivo, antes de decidir sujetarlo con fuerza de los tobillos y muñecas,
logrando con esta acción, por fin, tumbarlo. Las hermanas, sin dejar de
concentrarse ni advertir que estaban aplicando una buena cantidad de energía,
lo que les quedaba de esta, tensaron los látigos de fuego – esa técnica que usara la princesa
Elvia para delatar las trampas en la Casa de la Magia – y de a poco fueron
acortando la distancia que las separaba del monstruo, que bastante empeño ponía
en liberarse, con la idea de darle el golpe final. Para su desgracia, el mï-nuq
pudo soltarse de las ataduras y retroceder con un espectacular movimiento,
justo cuando Isabel y Cristal intentaron rematarlo dándole tantos golpes como
pudieran en la base del cráneo, el punto débil de estos seres. “Vamos, está
distraído”, alentó Isabel a su hermana, y las dos hicieron lo impensable, que
dejó boquiabiertas a las hadas en la grada y la serpiente bajo esta. La acción
que tuvo tiempo en los siguientes diez segundos fue fenomenalmente rápida y con
ella las hermanas pusieron en juego lo que les quedaba de energía. Viendo al
mï-nuq adoptar la inconfundible pose de ataque, se lanzaron a toda velocidad y
de lleno contra el, sin reparar en que pudieron haber sido golpeadas en ese
instante, y, concentrando grandes cantidades de energía que confluyeron en un
único punto, en el centro del pecho de su oponente. Fue tal el estruendo y
tanta la energía liberada que las chicas salieron expulsadas con violencia, cayendo
al suelo bruscamente e incorporándose con dificultad. “¡Lo logramos!” – se alegró
Cristal sobre manera, observando el hueco en el pecho del monstruo, el ataque
lo había atravesado y hecho caer de rodillas – “…o casi”. Una y otra, ya casi
sin energías y apoyando las manos entre si para incorporarse, y las personas en
la grada, se preguntaron como era posible que el mï-nuq hubiera podido ponerse
de pie después de haber recibido semejante ataque. Aunque con dificultades y
tambaleándose, lo hizo. Era evidente que el ataque lo había afectado, pero no
lo suficiente como para derrotarlo o dejarlo incapacitado, y reanudó su avance,
ignorando el daño recibido en el pecho y las dificultades en su andar. Wilson e
Iulí ya estaban poniéndose de pie, y la empleada de la COMDE los detuvo con un
sutil movimiento de sus manos. Dijo que, si bien la situación era apremiante
para sus hijas, estas ya tenían el triunfo asegurado. “No lo parece”, opinó
Wilson, viendo al mï-nuq moverse hacia Cristal e Isabel y a estas haciendo
denodados esfuerzos por conservarse firmes y no rendirse. Dando un paso hacia
adelante, dijeron que, pasara lo que pasara, no intervinieran en la batalla,
que serían ellas las encargadas de destruir al monstruo. “Nosotras lo pedimos”,
dijo Isabel mirando a sua padres y a la experta. “Usemos lo que nos queda de
energía”, agregó Cristal, y ambas una vez más se lanzaron con todo lo que
tenían contra el tambaleante pero poderoso mï-un, golpeándolo con tanta fuerza
en el mismo momento en que el monstruo las golpeara a ellas con uno de sus
enormes puños. Hubo una nueva explosión, más fuerte que las anteriores, tanto
que los enfrentados tuvieron daños y fueron expulsados a varios metros de
distancia desde el punto de impacto de los golpes. Las hermanas de aura violeta
finalmente agotaron todas sus fuerzas y ante tal situación se vieron obligadas
a retomar su (atractiva) forma primigenia – forma feérica – siendo brevemente
esos monstruos de tres metros compuestos por pura materia vegetal.
A consecuencia de esa espectacular colisión,
y habiendo terminado agotadas, las hermanas perdieron el conocimiento y quedaron
desmayadas en el suelo, a merced del monstruo que, pese a haber sufrido un daño
mucho mayor, la pérdida del brazo derecho, pudo volver a levantarse y reanudar
su avance. “¡Es todo!”, exclamó una voz desde debajo de la grada que hizo
sobresaltar al hada de la COOMDE, Wilson e Iulí. La anaconda real emergió velozmente,
arrastrando en dirección al mï-nuq sus quince metros de longitud, con decisión,
sin temores y exhibiendo sus grandes colmillos. En segundos pudo alcanzar al
debilitado monstruo y se enroscó en su cuerpo,
cortándole todas las posibilidades
de reacción y, por supuesto, de escape. La fuerza y presión ejercidas por la
gigantesca serpiente fueron tales que al momento de entrar en contacto con su
objetivo la piedra y el hueso empezaron a agrietarse, a resquebrajarse, y solo
dejó de asfixiar a su víctima cuando, alrededor de treinta segundos más tarde,
vio como se separaba el otro brazo en el maltratado y agrietado cuerpo del
monstruo. La anaconda real lo soltó, quedándose erguida cerca de el para
contemplar su obra, ver como diminutos fragmentos de canto rodado y hueso se
desprendían cayendo al suelo e impactando con un sonido que se confundía con el
de la batalla que ya se terminaba, ahora que al mï-nuq ya no le quedaba mucho
con vida. Estaba tan dañado a causa de
los poderosos ataques de las hadas de fuego y la constricción que para el debió
ser una tarea muy difícil el continuar en movimiento, decidiendo contra quien
debía combatir ahora, porque lo harías hasta el momento de su destrucción. “¡Tu
turno!”, exclamó la serpiente, hablándole a la puerta y alejándose rápidamente,
lo que hizo advertir del peligro a los asombrados seres feéricos en la grada.
Las impecables puertas de la estructura se abrieron e hizo su ingreso un
gigantesco monstruo de treinta metros de alto, acentuada musculatura, la piel
cubierta de escamas grisáceas y la terrorífica cabeza de un cetáceo que abría y
cerraba sus mandíbulas, tan grandes como amenazantes, lanzando una seguidilla
de rugidos que obligaron a las hadas a cubrirse los oídos. Este nuevo monstruo,
tan conocido ya como la anaconda real, demoró pocos segundos y pocos pasos en
alcanzar al mï-nuq, agitando su larga y gruesa cola y la aleta en la espalda.
Exclamó “¡Las hadas de agua mandan!”, y con un único golpe en la boca del
estómago lo envió violenta y rápidamente hacia arriba, hasta impactarlo contra
el techo, con tal fuerza que el monstruo de piedra y hueso quedó incrustado
allí, en lo alto, situación que aprovechara el recién llegado para lanzarle una
enorme cantidad de agua a presión desde ambas manos, al mismo punto donde lo
golpeara. Este ataque fue tan poderoso y violento que, sumado al anterior y a
la constricción, terminaron por pulverizar al mï-nuq, reduciéndolo literalmente
a escombros que cayeron con fuerza al suelo y se esparcieron en una gran área.
Rápidos de reflejos, la anaconda real y el inmenso tiburón cubrieron a las
hadas recurriendo a sus voluminosos cuerpos. El reptil irguiéndose en forma de
espiral en torno al hada de la COMDE, Iulí y Wilson, y el segundo, valiéndose
de sus manos únicamente, porque no requirió de otra cosa, protegiendo a las
hermanas sin conocimiento. Cuando ese peligro que significaron los fragmentos
de hueso y canto rodado quedaron atrás, el monstruo cetáceo las levantó con sus
manos y llevó junto a sus padres, en el momento en que la anaconda real
desaparecía y cedía su espacio al prometido de Cristal, visiblemente feliz por
esta victoria (“¡Y por el seis a cero del partido que ganó Kilómetro Treinta y
Ocho!”, se ocupó de hacer notar, con una exclamación), lo que implicaba el
haberle salvado la vida a su compañera y a su futura cuñada. Acto seguido hizo
su presentación Eduardo, habiendo vuelto a dejar por un breve lapso al
gigantesco megalodón en el suelo, alegre por las mismas dos razones que su
mejor amigo. “Tuvimos la suerte de llegar a tiempo”, dijo a sus futuros
suegros, entre respiraciones irregulares a causa del viaje, y de haber querido
finiquitar cuanto antes al último mï-nuq, y asombrado, tanto como Kevin, como
todos allí, del radicalísimo cambio que hubieron de experimentar las hermanas. “Nuevo
don, nueva aura… sencillamente increíble”, agregó el artesano-escultor,
inclinándose para detectar el débil pulso y débil respiración en Cristal e
Isabel, concluyendo que debían llevarlas inmediatamente al centro médico más
cercano.
_¿Cómo lo supieron?., les preguntó Iulí,
minutos más tarde.
Eran las catorce horas con quince minutos y
todos estaban en la recepción de la sala médica del Vinhuiga, de este una de
sus edificaciones auxiliares dispersas – el hada de la COMDE ya había dejado al
grupo familiar, tras asegurarse que las chicas no tuvieron ningún daño ni
herida grave, y retomado sus tareas –. Para alegría de los cuatro, ni Isabel ni
Cristal habían resultado con lesiones que ameritaran una internación prolongada
en un centro de mayor complejidad. Tan solo, como les explicaran los médicos, un
agotamiento físico extremo por haber empleado todas sus fuerzas en la batalla y
la conmoción producto del cambio radical. Las hermanas ahora estaban durmiendo,
recuperando esas energías, y era más que probable que ambas pudieran marcharse
antes que finalizara el día.
_Iris nos lo dijo – contestó Eduardo, leyendo
fugazmente un afiche que informaba que hacer en caso de quemaduras u otros
accidentes provocados por el fuego –. Cuando terminó el partido de balonmano
fuimos a El Tráfico a festejar, y al poco tiempo, diría que un tercio de hora
después, apareció ella. Nos dijo donde habían ido y por qué. Kevin y yo nos
dimos cuenta al instante que la prioridad absoluta eran las chicas, y no el
festejo. No tuvimos que pensarlo dos veces y dejamos el bar. Cuando llegamos
acá nos dijeron donde estaban ustedes y fuimos allí.
_Aprovechamos el tumulto para camuflar
nuestra llegada y mi entrada – añadió Kevin –; me quedé oculto bajo la grada
para ver como se desarrollaban las cosas. Iris nos advirtió que teníamos que
mantenernos al margen a toda costa, porque ellas debían solucionar esto por su
cuenta, hablo de cristal e Isabel. Por supuesto que el desmayo era una
excepción de las que nos habló Iris. Y no íbamos a quedarnos mirando como el
mï-nuq continuaba atacando a las chicas, sabiendo que podíamos evitarlo. Dado
que yo estaba más cerca, fui el primero en atacar y cortarle cualquier
posibilidad de movimiento y reacción a ese monstruo.
_Los oídos de Iris son una joya – opinó Wilson,
recordando como la jefa del antiguo MEU les hablaba de su don, el de los
sentidos –. Seguro escuchó a la reina Lili hablando sobre nuestra estancia en
el Vinhuiga con el hada de la COMDE.
_En parte, eso fue lo que pasó., dijo Kevin.
El y Eduardo hablaron entonces a sus futuros
suegros de una teoría de invención suya para explicar el cambio de colores en
las auras, un cambio producto de una situación de tensión que revestía peligro
para uno o más seres queridos. Ese había sido el caso del hombre que podía
asumir la forma de todas las especies de reptiles, un siglo antes del Primer
Encuentro, la única solución para preservar la vida de su alma gemela había
sido el desarrollo de esa extraordinaria capacidad – nunca se supo, sin embargo,
la relación entre dicho talento y la dama en cuestión – el del hombre que
poseía los dones antagónicos por excelencia, que tuvo que salvar a sus padres
de una horda de monstruos primitivos descontrolados, y el de otro individuo del
sexo masculino también en combate contra esos mismos seres, quien pensó que
probar los límites de su fuerza y resistencia sería la manera perfecta para
proteger a los suyos, en caso de que las tensiones y hostilidades con los ilios
pasaran a mayores. También los casos de la mujer del Movimiento Elemental Unido
que atacó sin ayuda a cien soldados árticos, de los cuales once fallecieron en
la batalla, cuando rescatara a su marido e hijos, también miembros del MEU, que
habían sido tomados prisioneros, y el hombre que creyó ser víctima de un
terremoto junto a su hermano, a quien pudo salvarle la vida. Según la teoría de
Iris, que ya circulaba en boca de todos, era posible ver el vínculo entre la
tensión producto de seres queridos en peligro y el cambio de un color por otro
en el aura de un ser feérico.
_No dudo de la inteligencia de Iris ni de sus
capacidades, pero eso es algo que ya se conoce, y me parece que queda
confirmado con el caso de las chicas, porque Wilson y yo estuvimos en peligro
desde el surgimiento de los ocho mï-nuqt., dijo Iulí.
_Eso es verdad, pero lo que piensa ella –
comenzó a hablar Eduardo, haciendo referencia
a Iris –, así nos lo hizo saber, aplica solo a Cristal e Isabel.
Según esta teoría, que sonaría increíble y
radical desde el principio, ya lo era para el arqueólogo y el
artesano-escultor, el cambio del don de la belleza por el del fuego tenía su
origen en el “resurgimiento” de Wilson. Cuando las chicas llegaron al mundo adquirieron
el don o atributo de su madre, que conservaron aún después de que ella y su
padre se transformaran en almas solitarias. “Hasta ahí lo que ya se conoce”,
había dicho Iris a los hombres, de camino a la puerta espacial en el barrio
periférico. La actual jefa de Compras del Banco Real de Insulandia apostó a que
el regreso de Wilson era la causa del cambio de la belleza por el del fuego en
los dones de sus hijas, que tuvo que haber en el momento alguna reacción
(química, hereditaria, genética o cualquiera otra) que diera el impulso inicial
al cambio, y que este tuvo que empezar a completarse en el momento en que las
hermanas estuvieron sometidas a las situaciones de tensión, primero Isabel al
ver en peligro a Eduardo, cuando tuvieron frente a si a un hada transformada
víctima de alguna clase de control mental, y luego Cristal, al encontrarse cara
a cara con el mï-nuq solitario de piedra, suponiendo ella que habría un peligro
para sus padres, su hermana y la experta de la COMDE. Esta última podría haber
logrado la total concreción del cambio, al ordenarle a los ocho monstruos que
eliminaran a Iulí y Wilson, algo que de todos modos nunca habría pasado. Este hecho,
fueron de Iris las palabras finales, reafirmaba la presencia de las hermanas en
la siguiente edición de Ecumenia.
_Ya vamos a poder resolver todo lo que estuvo
pasando desde el encuentro con Zumsar – decidió Iulí – y de ver cuales aspectos
van a cambiar en las chicas y cuáles no, ahora que poseen otro don, y de ver cuánto
tiempo va a demandarles adaptarse… ¡qué pasa, Eduardo?.
_Me di cuenta de algo raro.
_¿Qué cosa?., quiso saber Wilson.
_Isabel y Cristal tuvieron un durísimo enfrentamiento
contra nueve mï-nuqt en su debut en batalla. Es verdad que fue muy complejo,
sobre todo con el último de los monstruos, ese que combinó canto rodado con
hueso. Las dos salieron airosas y no tuvieron nada más grave que el desmayo,
que no fue producto del ataque, sino de haber empleado todas sus energías y sus
recién estrenadas habilidades y técnicas como hadas de fuego. Van (vamos) a
dejar este lugar antes que termine el día y la razón por la que ahora están en
la habitación es porque les dieron un sedante para que pudiesen dormir unas
cinco o seis horas y recuperen con eso algo de las fuerzas perdidas. ¿Se
entendió hasta ahí? – Wilson, Kevin e Iulí contestaron que si moviendo la
cabeza – Pues bien… a mi se me quiebra una uña o tengo un cortecito
insignificante por haber estado trabajando y como mínimo me sugieren dos o tres
días de internación. ¿Cómo se explica eso?. Debería ser al revés.
Su mejor amigo y sus futuros suegros
sonrieron.
Enumeraron los misterios que ya dieron por
resueltos, porque, de hecho, lo fueron, empezados con los fugaces destellos de
color violeta en el aura de Isabel unos días atrás, cuando ella y Eduardo tuvieron
que enfrentar a un hada transformada que no estaba ejerciendo dominio sobre sus
habilidades. En ese mismo enfrentamiento, su aura cambió completamente al ver a
su alma gemela en peligro, al reaccionar y verlo peleando con su segunda
transformación, creyendo que lo peligroso venía demás de la mano de esa técnica
desconocida por Eduardo (“Puede ser un problema para el”, había pensado,
mientras se incorporaba, viendo como triunfaba sobre su oponente). Misterio que
hubo de incrementarse al advertir que el aura de Cristal continuaba siendo
lila, con quien, además, llegó a pensar por un fugaz momento en lo que ahora
estuvo teorizando Iris, que el cambio en el aura de las chicas y su don,
alteraciones que no influyeron en su atractivo físico ni en su constitución,
podían haberse debido a la restauración de su padre.
_Es muy pronto para sacar conclusiones sobre
eso. Creo que para confirmarlo van a tener que repasar la mitad de los
registros históricos del reino. Esos textos son una excelente fuente de
información – precisó Wilson, ojeando a través de la ventana. Un movimiento
constante que era característico del Vinhuiga en este momento del día no
ocultaba los pasos del columnista de la sección “Curiosidades” de El heraldo
Insular avanzando hacia el centro médico por un camino adoquinado, y estimó que
llegaría en uno o dos minutos –. Lo que de verdad me preocupa es el tiempo que
a Cristal e Isabel va a demandarles adaptarse y acostumbrarse al don del fuego.
Las dos van a necesitar a alguien con experiencia y que les inspire confianza
para… oh, ya entró – se refirió al periodista –. Iulí, vamos. Alguien tiene que
explicar y somos los indicados. Los dos estuvimos allí desde el inicio.
_Vamos., convino su compañera.
Querían interceptarlo antes de que llegara al
pasillo (las hermanas necesitaban tranquilidad), de modo que se levantaron y
dejaron allí a Eduardo y Kevin.
_Los mï-nuqt combinados son los más
poderosos, sobre todo los que emplean materiales resistentes, como el hueso y
el canto rodado. A esos se los usa solamente para las batallas, quiero decir en
situación de guerra – ilustró el prometido de Cristal a su amigo –; si a eso se
le suma la escasa o nula experiencia de las chicas en combate, y a su conmoción
por haber cambiado el don de la belleza por el del fuego… no fue de extrañar
que no tuvieran éxito en aquella última pelea.
Eso era justamente lo mismo que le habían
explicado los expertos locales a ambos y los padres de las chicas. Todo lo
vivido y sentido en tanto duraron esas batallas, incluso la experiencia previa
de Isabel contra el cocodrilo rey, había llevado a las hermanas a ese desmayo,
inmediatamente después de golpear fuertemente al monstruo y lograr arrancarle
uno de los brazos. Tal fue el agotamiento que ambas volvieron a su estado
original involuntariamente, y, como ya coincidieran todos, sería cuestión de
tiempo para que se acostumbraran a lo que ahora eran.
_¿Se los incluye también en la Cuadrícula de
los Elementos?., quiso saber Eduardo, sabiendo que, con su don del agua, estuvo
por encima del último mï-nuq, lo cual le permitió derrotarlo en un instante.
_Desde luego que se incluyen, como a
cualquier otro ser inteligente o semi inteligente; la cuadrícula no se limita a
las hadas – contestó Kevin, reconociendo que no era extraño que Eduardo lo
ignorara. Recién había sabido de la existencia de ese trabajo cuatro días atrás
– También están incluidos los monstruos y otros seres elementales. Muchos no lo
leen ni dan importancia porque su contenido no fue pensado para aplicarse en el
día adía, sino en situaciones de riesgo, como la que vivieron nuestras novias.
_O, peor, la guerra., agregó Eduardo.
La “Cuadrícula de los Elementos” había sido
desarrollada a lo largo de los últimos dos años de la Guerra de los Veintiocho
y editada en el semestre posterior a ella, en formato de libro. El instructivo
había sido descripto e ideado como el medio más eficaz para emplear
correctamente y dominar sin errores los diferentes elementos de la naturaleza.
Quienes lo crearon estuvieron orgullosos de su trabajo desde el inicio, porque,
además de ser un instructivo, había evitado guerras y otros conflictos entre
dos o más países, cuando los combatientes hubieran recurrido a sus dones en
batalla –, algo que era permitido solo en casos excepcionales y de máxima
necesidad – sobre todo aquellos como el fuego y el agua, que eran tanto
benignos como malignos (algo siempre dependiente de su usuario), lo que
tranquilamente podría llevar los enfrentamientos a un mayor nivel de violencia
y destrucción. Aun con su baja popularidad en lo referido a la cantidad de
lectores, era uno de los textos más característicos y distintivos de la
literatura feérica. “Ese fue y sigue siendo su principal objetivo”, dijo Kevin
para ilustrar las palabras de su amigo, dándole a la cuadrícula un aspecto de
diplomacia.
El Sol caluroso del viernes había empezado a
ocultarse después de las veinte, como casi todos los días de Diciembre y Enero
en Insulandia y gran parte de Centralia. Los cuatro habían estado de vuelta en
la sala médica después de finalizada la visita a fondo a varias de las
estructuras que complementaban el majestuoso predio del Vinhuiga. “Nos
divertimos, matamos el tiempo y aprendemos”, había dicho Iulí al hacer la
propuesta, a mitad de la tarde. Como era un hecho que las hermanas no
despertarían sino hasta muy tarde, ninguno puso objeciones a la sugerencia y
pronto estuvieron caminando a paso lento por los caminos del predio, hacia el primer
punto de su itinerario, un amplio taller de dos niveles en el que restauraban
las estatuas, bustos, monolitos y monumentos que engalanaban el templo del
Fuego – Kevin estuvo en las nubes, sobre todo cuando vio allí una de sus obras,
un monolito con grabados que representan los espíritus que, en tiempos de la
religión, decían las hadas que moraban en el fuego, al cual podían dominar a
voluntad – estaban en ese momento restaurando varias de esas piezas que
engalanaban los accesos a las estructuras principales. También estuvieron en
una sala museo que a través de fotografías, documentación importante, efectos
personales y otros objetos mostraban la obra de los “Cuidadores” que tuvo el
Vinhuiga desde su inauguración; en una sala donde se hallaba una imponente
maqueta del templo, de seis metros por seis, que a menudo usaba la comisión
administradora para planear y ejecutar obras para el predio y todo cuando había
en el, y por último en esa otra torre en cuyo punto más alto estaba la campana
que tañía cada hora.
_Trabajo extenuante el de los cuidadores.,
opinó Eduardo al final del paseo, otra vez en el pasillo, ya a la espera de que
las chicas abrieran los ojos.
Ya sabía que las labores a cargo de las hadas
en lugares como el Vinhuiga, el Templo del Agua e incluso la Casa de la Magia
eran por demás complejas, agotadoras y pesadas, y que por eso quienes las
ejercían llevaban sobre sus hombros una enorme responsabilidad. Debían estar
preparadas para y aceptar trabajar fuera de esas jornadas cada vez que fuera
necesario, sin importar el motivo, e incluso pasar allí, en sus puestos, días
enteros.
_Eso pasó durante la Guerra de los Veintiocho
– ilustró Wilson, cuando hablara su futuro yerno sobre los días y horarios –.
Siempre hubieron los rumores de grupos grandes y chicos de setwes atacando los
lugares como ese, intentando causar un golpe moral y anímico en el Movimiento
Elemental Unido y los defensores. Jamás lo hicieron, porque habrían muerto no
bien los hubieran visto acercarse. Pero por esos días los cuidadores se
encontraron bajo mucha presión. La marca fue de la cuidadora del TeqJu, u “Hogar
del Conocimiento”, en el reino de Moaqbo, del continente reikuviano. Es básicamente
una biblioteca gigante, y por volumen y densidad y el contenido ninguna es
siquiera la vigésima parte de grande. La cuidadora, un hada del intelecto, creo
que ese fue su don, estuvo dos meses sin moverse de allí, casi sin abandonar su
postura de combate. No fue paranoia ni nada parecido; solo se había tomado todo
lo en serio que pudo sus obligaciones. Y el TeqJu tenía que ser protegido a
toda costa.
_Porque el conocimiento es sin dudas el
recurso más valioso y la mejor arma con que cuentan todas las especies –
intervino Iulí, consultando el reloj en la pared. El sedante que le dieran a
Cristal e Isabel perdería su efecto de un momento a otro y ambas despertarían
al fin –. Si por alguna causa el motivo se perdiera, fuera destruido o no
llegase al común de la gente, eso supondría un problema. Es exactamente lo
mismo que los acontecimientos históricos. No podríamos desarrollarnos como
grupos ni como individuos si uno y otro no estuvieran allí, a disposición,
cuando los necesitemos. Por eso el TeqJu es quizás el más importante de los
lugares grandiosos, así se los conoce. También los Templos del Agua y del Fuego
y la Casa de la Magia. Pero estos solo se dedican a una especialidad, son
temáticos – vio acercarse a la misma médica de antes y eso la animó –. Aun sin
la religión, esas construcciones continúan siendo importantísimas para las
hadas, para nuestra sociedad y cultura. Son más que cualquier otra cosa
símbolos histórico-culturales.
Eduardo ya conocía eso, y de sobra. Lo había
estado advirtiendo desde que sostuviera su primer diálogo con las hadas (la
reina Lili, Nadia e Isabel), como estos veneraban y estudiaban a diario
momentos en particular de su pasado – actividades del día a día, obras de
teatro, lectura de textos y libros de historia… – procurando no olvidar esas
épocas que para ellos e incluso para otras especies elementales fueron idílicas
en todos los aspectos. Era a causa de esa fascinación, había afirmado el
prometido de Isabel, que organismos como los Consejos de arqueología y
genealogía y de Cultura eran enormemente
populares y concurridos y que las hadas
expertas en disciplinas como la historia, la genealogía, la arqueología, la
sociología y la heráldica eran vista con admiración, porque su tarea consistía
en eso que tano apasionaba a los seres elementales: las épocas pasadas. “Iris
es un ejemplo de eso”, dijo en voz alta, casi sin darse cuenta.
_¿De qué?., reaccionó Kevin.
_Del respeto por las costumbres y tradiciones
– avisó Eduardo –. Isabel y yo estuvimos en el Castillo Real en octubre, cuando
ella estuvo enferma, y fuimos a visitarla. Todas sus posesione, su dormitorio,
la ropa y el calzado que usa a diario… todo está como ella lo dejó al transformarse
en un alma solitaria. Su estilo me gusta mucho. Iris es una persona que no
tiene ningún problema en asimilar ni adaptarse a la modernidad, pero que es
incapaz de rechazar y olvidar lo antiguo. Quiero decir que halló en ella misma
la convivencia armónica entre lo nuevo y lo viejo. La ropa y el calzado, por
ejemplo – llamó la atención elevando el índice derecho –. Nunca la vi usando
otra cosa que no sea alguno de esos vestidos y zapatos tradicionales para ir a
todos lados, incluso al trabajo en el banco Real, pero que a la vez no tiene
inconvenientes en usar un traje de baño de dos piezas cada vez que va a… que se
yo, al balneario o a la playa.
_Lo cual es algo muy bueno y agradable a la
vista., agregó Wilson entre risas, y acto seguido pronunció la onomatopeya “¡ay!”,
en respuesta al pellizco de Iulí, que también soltó una risita.
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A las
veintiuna en punto, la médica volvió a salir de la habitación y, con una
sonrisa amplia, anunció al cuarteto:
_Isabel y cristal ya despertaron. Aún están
algo desorientadas y soñolientas, pero no se preocupen. Son los últimos efectos
de los sedantes, van a desaparecer en unos minutos. Ya les advertí que no hagan
esfuerzo al menos durante una semana. Calculo que ese es el lapso que les va a
demandar recuperarse de la conmoción.
_¿Podemos pasar a verlas?., preguntó Kevin.
_Por supuesto – accedió la médica, contenta y
satisfecha por haber salvado a dos de sus congéneres –. Pero hablen bajo y no
hagan mucho ruido. Recuerden que estamos en un centro médico.
“Hecho”, aceptaron los cuatro, e ingresaron a
la habitación. Primero lo hicieron los padres, tomados de la mano, seguidos por
el artesano-escultor, y el arqueólogo cerró la marcha, empujando la puerta
hacia adentro tras su paso. Los cuatro observaron el entorno (Eduardo ya estaba
“familiarizado”) e inmediatamente se concentraron en el par de camas, donde las
atractivas hermanas, ahora con un aura violeta estable, se esforzaban por
incorporarse. Vieron a sus compañeros de amores y a sus padres, felices y
sonriendo por verlas despiertas, sanas y salvas, y se contagiaron a l instante
esa alegría. “Hola”, saludaron débilmente, al unísono.
FIN
--- CLAUDIO ---
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