martes, 27 de marzo de 2018

14) El Templo del Fuego


El Templo del Fuego, o, como se lo conocía en el idioma antiguo de las hadas, Vinhuiga. Toda una joya de la arquitectura y la ingeniería cuya existencia se remontaba a milenios, tanto como su contraparte del agua, el Vinhäe. Ciento diecinueve  largos y cuarto al sur de la Ciudad Del Sol, rodeada por los característicos bosques tropicales insulares tan espesos, se erguía imponente y majestuosa la serie de edificaciones y columnas que conformaban el lugar tan venerado y admirado hoy como ayer. En tiempos religiosos y luego de estos estuvo dedicado íntegramente a la comprensión, el estudio y el análisis del elemento fuego, sus aplicaciones en todos los aspectos de la sociedad de las hadas (comercio, economía, industria…) y lo bueno y lo malo que podía ser su obra directa e indirecta. En aquellos días, además, había sido un importantísimo lugar de culto y tributos a Vica y Aldem, a quienes se atribuyera su invención. Hoy, había perdido el aspecto religioso y todos cuantos iban a el cada día no eran más que turistas (insulares y extranjeros) que se maravillaban una vez que traspasaban las columnas exteriores, las cuales formaban el perímetro, teniendo a la arquitectura como el aspecto más llamativo, y los expertos e intelectuales, también de todas partes del mundo, que iban allí para reforzar su conocimiento sobre el fuego o ampliarlo. El otro punto en común con el Templo del Agua era que carecía de un protector, aquella persona que por destino debía asumir todas las obligaciones y hacerse cargo de todo en la colosal y antigua estructura, una ausencia hoy compensada por la comisión que formaban el Consejo insular de Cultura y el Consejo Supremo Planetario, que anualmente destinaban el presupuesto para su manutención, las eventuales reformas, modernizaciones y el desarrollo de las actividades académicas, turísticas y deportivas. Tan fuerte y tan grande era el Vinhuiga que la Gran Catástrofe, a fines de Marzo, apenas hubo de ocasionarle daños menores, nada significativos, y sirvió como refugio durante el trimestre siguiente, para las personas que tuvieron daños parciales so totales en sus casas y otras propiedades.

El Templo del Fuego abarcaba un área cuadrada de quinientos metros por quinientos, delimitada por columnas de granito de veinte metros de alto por seis de circunferencia, tan relucientes y resistentes hoy como el primer día, en cuyos extremos ardían prácticamente todo el tiempo las enormes llamas, a través de un complejo mecanismo alimentado con carbón vegetal. En el centro del predio estaba la estructura principal, una gigantesca torre seis veces más alta y cinco más ancha (ciento veinte por treinta) que las columnas perimetrales, dividida en doce niveles, de los cuales el inferior era un amplísimo salón vacío, los diez intermedios tenían una serie de oficinas y espacios dedicados a la administración, incluida la sala donde se desarrollaban las reuniones entre los líderes del Vinhuiga (seguridad, prensa, mantenimiento…), y el más alto, el duodécimo, tenía la oficina del Cuidador. Era un espacio de seis metros de diámetro en el centro, rodeado por columnas y muros que formaban un laberinto para obstaculizar la llegada a la oficina, una prueba que debían pasar quienes quisieran encontrarse con el Cuidador. Ese nivel llevaba décadas sin uso y únicamente se iba a el con motivos de limpieza y, si hiciera falta, mantenimiento. Las demás edificaciones estaban dispuestas en líneas rectas que se dirigían a los principales puntos cardinales: norte, oeste, sur, este, noroeste, suroeste, sureste y noreste. La línea del norte tenía seis estructuras rectangulares de quince metros de frente por veinticinco de fondo por diez de alto con techos a dos aguas – exactamente iguales eran las del este, sur y oeste – y eran las enormes bibliotecas temáticas con varios miles de publicaciones  de las que tan orgullosas estaban las hadas: los niveles inferiores eran las salas de lecturas con mesas simples, dobles y triples (para cuatro, seis y ocho personas), y los superiores estaban repletos de góndolas, estanterías y vitrinas con aquellas publicaciones, que ascendían a cincuenta mil. La línea que iba al oeste y la del sur eran amplios salones en los que las hadas de fuego podían entrenar a su completo gusto y poner a prueba sus destrezas y habilidades, porque eran estructuras tan fuertes que incluso los seres feéricos más poderosos no podían hacerles otra cosa más grave que rayar la pintura. En la línea del este había seis almacenes que contenían todo tipo de elementos e insumos que se combinaban con el fuego, o requerían de este, para la práctica de cualquiera de las artes mágicas. Al noroeste estaba el sector destinado al Ejército insular y la línea constaba de una barraca rectangular de cuarenta metros por doce por diez (frente por fondo por alto) destinada a los cien efectivos cuya misión era la seguridad del Vinhuiga y todos cuantos estuvieran en el, dividiéndose esa dotación en cuatro grupos de veinticinco, para cubrir las cuatro jornadas laborales; había además un galpón que usaban como arsenal, otro tanto de oficinas administrativas en una tercera estructura y un gimnasio que usaban como área de entrenamiento. La línea del suroeste tenía cinco edificaciones, idénticas en dimensiones y alto a la barraca del Ejército, con un sinfín de herramientas, materiales y equipos para el mantenimiento, reformas, reparaciones y mejoras en el Vinhuiga, y cientos de piezas y objetos ocupaban cada espacio disponible. La línea sureste era el área con auditorios y salas de prensa y constaba de cuatro estructuras cuadrangulares de veinte por veinte por veinte, muy espaciosas y confortables; y la línea noreste estaba integrada por media docena de salones de iguales dimensiones a las del sureste, dedicadas a exposiciones artísticas alegóricas y temáticas. Otras estructuras menores – bancos y mesas, bebederos, pérgolas, estatuas y bustos… – engalanaban el paisaje arbolado y se entremezclaban con las numerosas especies vegetales, que sumado a la diversidad de fauna, creaban ese ambiente natural armónico de que tan orgullosos se sentían los seres feéricos y elementales. Hoy, como venía ocurriendo desde el fin de la religión, en el Templo del Fuego, o Vinhuiga, la actividad académica e intelectual y el turismo eran las casi únicas y casi monopólicas  razones que motivaban a la gente a ir allí, llegando muchos de los visitantes a quedarse por horas enteras. La entrada era gratuita, libre y el lugar, todo un símbolo para la raza feérica, permanecía abierto las veinticuatro horas los días hábiles y entre las seis y las veintiuna los fines de semana y festivos, y allí se ganaban su sustento quinientas personas que vivían en la región sur de Insulandia.

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El día Viernes seis de Diciembre – Nios número cinco, en el calendario antiguo –, apenas antes de que la sonora campanada anunciara las siete en punto. El clima era el de siempre, muy caluroso y prometía aumentar a medida que pasaran las horas. Cuando al fin se anunciaron las siete, con esa campanada proveniente del interior del Templo del Fuego, cuatro pares de pie se posaron justo a un metro del acceso principal, allí donde hacía punta una ruta real. Eran Isabel, Cristal, Iulí y Wilson, que traspasaron con decisión la reluciente marca en el suelo, una franja roja que indicaba el límite del enorme predio, del cual formaban, junto con las columnas de granito. Este era el lugar en el que debían estar los cuatro, y lo primero que hicieron, no bien dieron los primeros pasos, fue consultar el mapa que había a un lado del sendero, aunque ya sabían que su destino inmediato era la oficina de información al visitante, y luego la línea del norte, donde estaban las bibliotecas. Isabel sabía de sobra, desde el momento de la batalla contra el cocodrilo rey, que este era el lugar en el que tenía que estar si quería aclarar el misterio que empezara aquella jornada, eso que impresionara a su prometido cuando se reencontraran en la planta baja del Hospital Real (a todo el mundo, en realidad): ¿por qué motivo su aura había cambiado de color y adoptado el mismo que su padre?, ¿por qué el violeta había reemplazado al lila?. Tanto ella como su hermana especularon que una posible explicación para ese cambio podría radicar en la recuperación física de sus progenitores, aunque no tuvieron una sola palabra para otro par de misterios relacionados con aquel: ¿por qué había un lapso de tiempo tan amplio entre eso y la vuelta de Wilson e Iulí?; ¿y por qué no había cambiado el aura de la hermana menor?.
Isabel había caído en la cuenta de que algo muy raro le estaba pasando en el instante que tratara de impedir a Eduardo lanzarse a la persecución del cocodrilo rey, creyendo que tendría muy pocas oportunidades contra semejante monstruo, o, peor, ninguna. Al hacer un movimiento con las manos, ilustrando su convencimiento de la imposibilidad de ganar la batalla, advirtió la fugaz presencia del color violeta, de la misma tonalidad que la de su padre, La segunda y definitiva señal la tuvo al recuperar el conocimiento en el campo de batalla, hallándose tendida sobre un árbol caído, producto la reacción del gran estrépito que provocara su novio al dar bruscamente contra el suelo. Pudo apreciar que su aura había cambiado, que ya no era solamente lila, sino que combinaba ese color con el violeta. Era difícil que se preocupara por ese misterioso cambio en ese momento, ya que no muy lejos de allí había dos monstruos en plena batalla y su novio le estaba dando una paliza al otro peleador, a quien doblaba en altura y musculatura. Cuando la batalla terminó y ambos combatientes fueron llevados sin conocimiento al hospital Isabel hubo de experimentar el cambio total en el color de su aura, mientras le estuvo explicando a las hadas guardianas lo que había pasado, y lamentando, el estado en que quedara el claro. Pasó tal cual ella lo vaticinara: la noticia del cambio de un color por otro en su aura y la batalla se esparcieron velozmente y entre los primeros en enterarse fueron sus padres, su hermana y el prometido de esta, Kevin, que no dudaron un momento en olvidar todo lo que estaban haciendo y dirigirse sin pérdida de tiempo al barrio Plaza Central. Al llegar, supieron de la batalla con detalles de boca de la propia Isabel, que había participado en ella, y advirtieron, como todo el mundo lo vino haciendo, que su aura era violeta. Fue Wilson a quien se le ocurrió que tal vez su hija pudiera hallar la respuesta a ese misterio en el Vinhuiga, pensando en que su don y aura podrían tener alguna relación con aquel. “Tal vez tu aura no sea lo único diferente” – le dijo, camino al cuarto donde los médicos hubieron de llevar a Eduardo –, “¿y el don, del fuego?. Wilson había teorizado aquello en base a que si el padre y su hija compartían ahora el aura, tal vez también podrían hacerlo con el don. Sin embargo, decidieron que ese misterioso cambio debía esperar, ya que la prioridad en este momento era otra. Se trataba de una escena repetida, siendo la tercera vez en el año que Eduardo terminaba internado después de un incidente y sin conocimiento.

Isabel decidió que no haría otra cosa hasta no verlo recuperarse y dejar el hospital. Sus parientes, incluido Kevin, la imitaron. Fueron menos de dos días en el que el quinteto estuvo yendo de la recepción a la habitación, preocupándose por el estado de Eduardo. Su novia se había convertido en una estrella, o reafirmando ese estado, debido a la batalla. Los dos le salvaron la vida a un ser feérico que atravesaba serios problemas – ese incidente ya estaba en boca de todos, y había motivado la intervención del grupo especial DM, de la Guardia Real – y eso les valió una mención de parte del Consejo Real, algunos de cuyos funcionarios fueron al hospital para enterarse de lo ocurrido. Los expertos de ese organismo, entre ellos Nadia, compartieron con Wilson la posibilidad de que en el Vinhuiga pudieran hallar las respuestas acerca del cambio en el aura de Isabel y, también, por qué no había ocurrido lo mismo, al menos hasta ahora, con Cristal. La hija mayor de Iulí y Wilson mantuvo su decisión de no hacer otra cosa y la cumplió tal cual hasta las ocho horas con cuatro minutos del cuatro de Diciembre, cuando Eduardo volviera a abrir los ojos y se viera nuevamente internado… recordando la apuesta de quinientos soles con Nadia. Además de los sentimientos por el, Isabel era la tutora de su prometido, quien le había conferido un poder legal para casos como este, y como tal su deber era velar por el. Ahora que estaba consciente y libre para dejar el Hospital Real, su prometida podía dedicarse al misterio que, si bien no la asustaba ni preocupaba, le provocaba intriga. La familia entera estuvo en Barraca Sola antes del mediodía, hablando tanto del color del aura de Isabel – que lo hizo cambiar y por qué – como de la batalla y como habían logrado derrotar a un hada del rayo que se encontraba transformada en ese animal tan grande. “¿Ustedes también lo creen, eh?”, reaccionó Eduardo, cuando les contó, ya durante el almuerzo, que el, Nadia y Zümsar tenían la sospecha de que podrían los ilios haber estado detrás del ataque, aunque de momento no tenían pruebas que avalaran esa teoría. El día fue bastante animado y alegre para los seis, que pasaron el tiempo totalmente entretenidos pensando en que cosas podrían hacer, y en donde, para las festividades por venir (Isabel necesitaba como abordar discretamente el tema del viaje al Vinhuiga): el Día de los Muertos, la llegada del verano, ambos cumpleaños y el Fin de Año. Todos convinieron en que este año la celebración sería diferente, mucho más divertida y magnificente.

Una vez que aparecieron los primeros rayos solares del cinco de Diciembre, atravesando unas pocas nubes blancas, Isabel estaba totalmente decidida a visitar el Templo del Fuego para buscar las respuestas que necesitaba. Pero tenía igual que su hermana, un problema: ¿Cómo impedir que sus hombres fueran con ellas?. Al igual que ellos se preocupaban a diario por la suerte de las atractivas hermanas, estas correspondían tales gestos de la misma manera. No deseaban que Eduardo y Kevin redujeran a escombros cualquier cosa que tuvieran a su alcance ni que causaran un pandemonio, si llegaban a ver a las chicas en alguna clase de dificultades o problemas. El más reciente antecedente de eso había sido la batalla contra el monstruo reptil en que hubo Zümsar de convertirse, Isabel no dudó en relacionar la reacción tan brusca de su compañero sentimental, emergiendo del arroyo transformado exitosamente en el monstruo cetáceo, con los ataques que ella recibiera y su desmayo al golpearse la cabeza contra el tronco de un árbol. Eduardo y Kevin reaccionarían así al ver en peligro a sus novias, y sin dudarlo. La solución a ese problema vino a mitad de la mañana, de la mano de un artículo en “El Deportivo”, que hacía referencia a un partido amistoso de balonmano entre los clubes Kilómetro Treinta y Ocho y Puerto Nuevo, en el estadio del primero de ellos, en Barraca Sola.
Ese evento, que empezaría a las once de la mañana, mantendría ocupados y concentrados a los hombres desde al menos dos horas antes del inicio. Al compartir otro almuerzo en grupo, el día cinco de Diciembre, las hermanas les hicieron saber que pasarían la mañana en el parque La Bonita, en una de las habituales reuniones allí con los sirénidos, y era probable que después del mediodía fueran al Parque Real Central, como se conocía al área protegida que diera en el pasado su nombre a esa región insular, cuyo punto central y principal atractivo era la curiosa formación geológica, que asemejaba a rocas apiladas, cubierta de especies vegetales, y que contaba con su propio ecosistema. Curiosamente, habían sido Eduardo y Kevin quienes dieran la idea a sus novias, indirecta e involuntariamente. Cuando ambos viajaron a la Casa de la Magia en Junio, no dijeron una palabra a las hermanas sobre su destino y propósito, y no lo hicieron sino hasta haber estado de vuelta en Del Sol, lo mismo que hiciera la princesa Elvia; los hombres les habían dicho que pasarían el día en el Banco Real de Insulandia. Como pasó con las chicas aquella vez, los hombres ahora no sospecharon nada e incluso las alentaron a que hicieran ese viaje. Para ellos, el seis de Diciembre no había algo más importante que ese evento de balonmano.
Si viajarían con ellas, en cambio, sus padres. Como había sido el autor de la sugerencia, además de ser poseedor del elemento fuego como atributo o don, Wilson debía estar presente y, por consiguiente, también lo estaría Iulí. No dejarían de estar ausentes en el Vinhuiga si sus hijas se encontraran en algún peligro. Y así lo hicieron. A las seis de la mañana, una vez terminado el desayuno, los seis abandonaron la vivienda y se dividieron en dos grupos: Eduardo y Kevin pusieron rumbo al este del barrio, en el límite con Dos Arcos, al estadio del club Kilómetro Treinta y Ocho, y las hermanas, Wilson e Iulí no muy lejos de allí, a pie hasta la puerta espacial. Ese viaje de pocos segundos los dejó a diez kilómetros de su destino, al que llegaron a las siete menos cinco, Para las hadas y otros seres elementales que los vieron, estaban allí en calidad de visitantes, pero la realidad era otra. Lo hacían para resolver el misterio de las hermanas, por qué una había tenido el cambio en su aura y la otra no. Observaron el mapa e instintivamente advirtieron que las bibliotecas en la línea del norte era adonde tenían que ir, no sin antes dirigirse a la oficina de información al visitante. Tal cual lo pensaron, allí les dijeron que si deseaban resolver el misterio era a esa franja a donde debían dirigirse. Una corta caminata a pie por un sendero rodeado de arbustos con flores rojas y amarillas (los colores que mejor imitaban al fuego), cruzándose con sus congéneres en algunos tramos y agradecidos de haber venido bien temprano. Detestarían haberlo hecho al mediodía o a la tarde, con el calor pronosticado para hoy.
_Prueben con estos, los que más se acercan al problema de ustedes., les aconsejó una bibliotecaria a las hermanas, unos minutos después de que ellas le plantearan la consulta.

Los progenitores se habían quedado en la planta alta, ayudando a otro trío de empleados en la siempre ardua, aunque apasionante (el hábito de la lectura era otro distintivo de las hadas), de ordenar las varias centenas de libros y otras publicaciones, con lo que estarían ocupados quizás por un lapso mayor al que sus hijas en la planta baja. Ocupando una mesa simple y alumbradas por las arañas de múltiples brazos y candiles – las velas ya se iban apagando, a medida que el Sol se colaba por las amplias ventanas –, Cristal e Isabel leyeron los títulos de la media decena de volúmenes, creyendo que así  encontrarían el indicado para empezar. Estaban los volúmenes uno y dos de “Auras y Elemento Fuego”, de cien páginas cada uno; la edición del siglo uno de “Ecumenia” previo al Primer Encuentro, compuesto únicamente por cuarenta páginas; “Los grandes misterios de las hadas de fuego”, de doscientas diez; y “La evolución de los seres feéricos”, de trescientas setenta. Este último, tal fuera la apreciación y comparación de Eduardo al enterarse de su existencia, era para las hadas lo que “El origen y la evolución de las especies” para los seres humanos. Las hermanas no pudieron decidir por ninguno, porque los índices mostraban temas y referencias con vínculos, algunos más probables que otros, al problema que trataban de resolver. Al final, optaron por leer el volumen ecuménico anterior al Primer Encuentro, pensando que si lo de ellas era un misterio, allí podría haber, sino una respuesta, indicios que apuntaran a ella. En esos libros únicamente se asentaban los eventos más trascendentales y llamativos de las hadas (por eso el ejemplar tenía nada más que cuarenta páginas), y este en particular tenía el registro de tres eventos, descriptos con lujo de detalles: el de un hada de los reptiles que a causa de sus extraordinarios conocimientos en hechicería y medicina había reunido en su personas la capacidad de transformarse en cada una de las especies de reptiles de las que fuera contemporánea, nacida un siglo antes del evento máximo y fallecida uno después; el caso de un ser feérico que había nacido poseyendo el don de los elementos antagónicos por excelencia, el agua y el fuego, legados por su madre y su padre, respectivamente, llegado al mundo en el primer minutos de ese siglo previo al Primer Encuentro; y un evento ocurrido dos meses antes del suceso trascendental que determinara el cambio cronológico – las hermanas parecieron haber dado con lo que buscaban, y enfocaron los ojos – la historia de un hombre que sufrió un cambio en su aura a consecuencia de una situación de extrema tensión. “Tenemos que leer esto”, coincidieron al unísono las hermanas, concentrándose aún más en la lectura referida a un hombre del reino de Uzekü, vecino de Insulandia, que, estando en combate contra formas primitivas de MiNüqt (muy anteriores a estos, mucho de verdad) una pelea por el decidida para conocer sus límites, experimentó un cambio radical en el color de su aura, pasando esta de un tono claro y brillante de blanco a uno oscuro y opaco de negro. “Eso fue lo que pasó conmigo, estuve bajo una situación de peligro, de tensión”, observó Isabel, releyendo la crónica de aquel evento. El individuo había salido victorioso después de  un combate de once minutos, dejando reducidos a restos humeantes s sus oponentes y habiendo conocido sus límites; el mismo había tomado notas del suceso – agregadas más tarde a la crónica ecuménica – incluido el cambio en el aura, que lo asociara a la tensión, algo después confirmado pro estudios médicos. Este evento, el primero de su tipo, razón que justificara su presencia en un registro ecuménico, solo había vuelto a ocurrir dos veces en los más de diez milenios posteriores, y ambos por tratarse de individuos que estuvieron sometidos a la  tensión: una mujer integrante del Movimiento Elemental Unido durante la Guerra de los Veintiocho, cuando tuvo que hacerle frente sin ayuda a una centuria militar en el continente ártico, y un hombre al iniciar el siglo noventa y uno, viéndose perdido, o creyéndose, a causa de un terremoto. En ninguno de los tres casos, sin embargo, hubo cambios en los dones.
“Entonces, eso fue lo que pasó”, dijo Isabel, sin dejar de mostrarse impresionada. Cristal también lo estaba, y ambas por lo mismo. Una batalla siempre era motivo de tensión y estrés, por las consecuencias de diferente tenor que podía implicar, de las que la más grave era la muerte. Pero las hermanas, en parte ajena a lo que pasaba en la biblioteca, a ese movimiento y luz natural que de a poco iban aumentando, tampoco podían ocultar su desconcierto y dudas respecto a posibles relaciones entre el caso de Isabel y el mencionado en el texto que estuvieron leyendo, o los otros dos que fueron posteriores a ese. Las hermanas podían especular y calcular, de momento nada más allá de eso. Comparativamente, un combate contra cuatro monstruos artificiales primitivos para conocer los propios límites, la pelea contra la centuria en solitario y el gran temor a perder la vida aplastado durante un terremoto eran superiores a hallarse acompañada por otra persona frente a un hada transformada que estaba sometida, así se creía, a un control sobre sus movimientos y su mente. Con eso dando vueltas en la cabeza de ambas, las hermanas, teniendo las auras (una lila, Cristal, y la otra violeta, Isabel) estáticas a causa de sus sentimientos, como el suspenso y la incertidumbre, intentaron encontrar algo que relacionara los tres casos, cualquier cosa, aparte de las situaciones tensas, en la crónica ecuménica, los otros libros que habían en la mesa y otros cuatro que había traído la prometida de Kevin. No hallaron  algo importante que conectara a esas personas, solo datos y cosas que al lado de este asunto no poseían la menor relevancia. Lo principal, que eran los dones, la era en que vivieron y el contexto en que sufrieron el cambio, eran distintos. “Acá tampoco hay nada”, lamentó Cristal, cerrando un libro, que hablaba de las relaciones entre los dones o atributos de las hadas y sus auras, de estas el o los colores, y apartándolo de los demás. “Tal vez no haya nada que buscar”, empezó Isabel a resignarse, atando cabos en su cabeza, moviendo la vista sin un orden en el índice del volumen uno de “Auras y Elemento Fuego” – su padre había sugerido la posibilidad de que también cambiara el atributo –. Tal vez, pensaba, la respuesta estaba frente a sus ojos y tanto ella como su hermana no la podían ver, porque, y esto era casi un dogma, lo más simple y obvio a veces pasaba inadvertido. Ese fue, entonces, su nuevo enfoque. Lo obvio. “Pero, ¿qué es lo obvio?”, se preguntaron, cerrando los libros, viendo las últimas velas apagarse, a los demás lectores, oyendo las voces por lo bajo, entre todas las de sus padres en la planta alta, y vocalizaciones de los animales en el exterior. A las nueve en punto, otra campanada así lo anunció, cerraron los ojos, en busca de una mayor concentración, ayudadas para eso con el entorno, en ese aspecto siempre era agradable el hallarse en una biblioteca. Habiendo leído antes las historias de esos tres seres feéricos, dos hombres y una mujer, intentaron visualizarse y representarse  las propias hermanas en aquellas situaciones de tensión, procurando captar algún mínimo detalle que hubiera quedado olvidado y pasado por alto cuando se registraran por escrito las historias. Monstruos primitivos creados con materiales de origen natural, cien tropas del reino de Ártica, en el continente del mismo nombre, y una avalancha ocurrida en una zona montañosa Tropicana (el gentilicio de Trópica, otra de las grandes masas de tierra del planeta); hadas que fueron puestas a prueba en diferentes circunstancias, una vuelta más fuerte, otra fallecida y una más viva de milagro…
… Cristal e Isabel llegaron incluso a perder la noción del tiempo y del espacio – en la biblioteca creyeron que se habían quedado dormidas –, tan concentradas que estuvieron. No supieron si habían vuelto a la realidad y salido de su ensimismamiento por Iulí y Wilson, cuya ocupación en la planta alta ya estaba terminada, o esa voz que escucharon, o creyeron escuchar, que les hablaba con delicadeza y claridad para decirles que tenían que dirigirse a las líneas del oeste o las del sur en el Templo del Fuego, donde estaban los gimnasios y otras estructuras que usaban las hadas para entrenarse y mantener su forma, porque allí podrían estar un paso más cerca de resolver el problema del aura cambiante de Isabel, y ver si pasaría lo mismo con Cristal. “¿Y qué vamos a hacer allí?”, preguntó la mayor de las hermanas en voz alta, sin darse cuenta, lo que motivara a su padre a preguntarle, antes de saber si habían descubierto algo, sobre aquello. “¿A hacer qué y  dónde?”, llamó, mientras Iulí, notando que la permanencia en la biblioteca estaba finalizada, llevó los volúmenes nuevamente al mostrador. Las hermanas, camino a las instalaciones en la línea sur, les contaron sobre los artículos que habían leído, y de como con el registro escrito de la crónica ecuménica, y con los casos idénticos posteriores, advirtieron que el cambio de Isabel constituía el cuarto exponente de ese misterio atribuido a situaciones de tensión. Y fue recién  allí, cuando bordeaban una de las estructura destinadas a las exposiciones artísticas, en la línea noreste, que tanto los padres como sus hijas especularon con que esta visita a los gimnasios y otras áreas de entrenamiento bien podrían haber surgido para darle a la menor de las hermanas una oportunidad, la oportunidad de cambiar su aura lila por otra violeta. “¿Cómo puede ser eso?”, planteó esta, envuelta, al igual que sus parientes, en el característico movimiento y ruido que por la mañana presentaban lugares como el Vinhuiga. Las especulaciones y vaticinios estuvieron dándoles vueltas durante el viaje hasta la línea del sur, y fue entonces que, esta vez los cuatro, escucharon de nuevo esa voz, indicando una edificación en particular – “La tercera empezando desde el centro”, dijo –, y reconociendo a Lili, la reina de Insulandia, en ese tono tan relajado y tranquilizador. “¿Sabe ella que estamos acá?”, se asombró Isabel. “¿Cómo se enteró?”, agregó Cristal. Ambas chicas y sus padres vieron en eso un nuevo misterio y decidieron que ya pensarían en el; ya le dedicarían tiempo y esfuerzos cuando hubieran resuelto lo del cambio del aura en la hermana mayor y, posiblemente, en la menor. Al menos ya tenían un posible indicio, el porqué de esa mutación. En esta había actuado la tensión.  La razón jamás había sido descubierta, y todos los estudios e investigaciones de ayer y de hoy a ese respecto apuntaron a que esas situaciones ejercieron presión (era imposible que tal cosa no ocurriera) y causado alguna reacción biológica y química que motivara el cambio.

El lugar de destino tenía todo el aspecto, al menos por fuera, de ser una vieja unidad fabril abandonada a su suerte, pero distaba mucho de eso y el aspecto era consecuencia de la combinación peculiar e tonos y colores en las paredes y el techo, e incluso simulaban la presencia de óxido e hierbas invasivas a nivel del suelo y en los marcos de las ventanas. Se trataba de una barraca de veinte metros de altura que ocupaba una superficie de cincuenta por diecisiete punto cinco, con un techo abovedado y paredes extremadamente gruesas, una condición que se podía apreciar aun desde la distancia. Al estar junto a la entrada, marcos tan relucientes como la puerta, las hermanas y sus padres advirtieron, tallado sobre ese marco, el símbolo del fuego superpuesto al emblema de la religión extinta, algo de lo que quedaba de aquella época. Wilson empujó la puerta y se hizo a un lado, indicando mediante gestos que las damas pasaban primero. “De este lugar sacaron Kevin y sus socios la idea cuando decidieron crear esos recipientes”, informó cristal, mirando el interior de la estructura, y sus padres y hermana de inmediato se dieron cuenta el motivo. El lugar, tan majestuoso, estaba literalmente encantado, con una magia cuya existencia se remontaba a los primeros tiempos del Templo del Fuego, que hacía que, cuando hubiera alguien en el interior, este adquiriera una superficie diez veces mayor, mientras que por fuera no había ni se percibía cambio alguno. Dentro, incluso la resistencia de las paredes, el piso y el techo se incrementaban por diez. El motivo de ese hechizo amplificador radicaba en que la estructura había sido concebida para que las hadas de fuego tuvieran un lugar donde desarrollar, sin riesgos para terceros ni para el entorno, entrenamientos extremos e incluso batallas entre si o contra los monstruos artificiales, desatando toda su increíble, y a veces incontenible, gama de poderes y habilidades, y por tanto era esta la estructura uno de los pocos lugares, cuando no el único, donde buscar conocer sus límites, y, si les fuera posible, superarlos. La resistencia al daño también radicaba en otro encantamiento aplicado al momento de su construcción, uno que hacía que las descargas y ataques malogrados se transformaran en energía, la cual era absorbida por la estructura. Esta podía, gracias a eso, sobrevivir al tiempo y los entrenamientos y combates que se desarrollaban en su interior.
“Por eso quedó literalmente intacta durante la Guerra de los Veintiocho”, agregó Iulí, recordando las conversaciones con Iris sobre aquellos días. Los cuatro descubrieron que con semejantes dimensiones quedaban absolutamente reducidas, muy pequeñas, todas las cosas que había allí dentro, que no eran muchas. Tan solo una pequeña grada con capacidad para diez personas, dos pequeños armarios y un trío de repisas con varios objetos de diversos colores, formas y tamaños, de estos ninguno superior a los dos centímetros. El resto era espacio vacío, donde lo llamativo eran los colores en las paredes, un combinación de rojo y amarillo que imitaba al fuego, y el gráfico en la baldosas, que representaba al Templo del Fuego visto desde el aire. Aparte de ellos cuatro, solo había un hada allí. Una mujer que por su uniforme e insignias se presentó como una empleada de la empresa COMDE – Compañía Mixta de Desarrollos especiales – y anunció que estaba allí por pedido expreso de Nadia, Lursi, Olaf y la reina Lili, para dar curso al desafío venidero. La soberana insular y los funcionarios habían previsto que las hermanas irían allí para resolver este misterio, lograrían averiguar lo de las situaciones de tensión en alguna de las bibliotecas y quedarían entonces en una duda, al no saber dar, ni tampoco cual era, el siguiente paso. La empleada de la COMDE, que había sido advertida de aquello, no bien Eduardo e Isabel, también Zümsar, estuvieran en el Hospital Real, estaba en este momento en el Templo del Fuego para darles una mano a las desconcertadas hermanas. Lo hizo con palabras y gestos, movimientos estos con las manos para señalar una de las repisas con los pequeños objetos.
El hada dio con lo que buscaba. Un pocillo no muy grande que los padres creyeron reconocer, similar al usado aquel día en que ellos e Iris lograron recuperar sus cuerpos, habilidades y poderes, los que usaron la princesa Elvia, Kevin y Eduardo para llevar a la práctica la fórmula desarrollada por Mücqeu antes de la guerra y de esta sus primeros días. La empleada de la COMDE extrajo, además, una botella repleta con agua y un elemento cortante.

Sus ojos se enfocaron en la menor de las hermanas.

Cristal, sin posibilidad de errores, tendría que hacerle frente a un mï-nuq.

En lo que la empleada empezaba los preparativos, l compañera de Kevin se reunió con su familia, siguiendo indicaciones, en uno de los extremos de la estructura (la empleada estuvo pronto en el otro), los pasos de los cuatro resonando ante el silencio y el enorme vacío del espacio. Cristal no podía ocultar los temor4es ni el nerviosismo en vistas de lo que vendría. Con la batalla, tratarían de convertirla en el quinto caso en miles de años en que un hada sufría ese cambio tan radical en su aura, el segundo en menos de una semana. Ambos ocurridos en el mismo reino. Cristal buscaba ayuda pidiendo a sus padres consejos, pues era una experiencia que ella jamás había soñado con vivir, y a su hermana que le contara que sentimientos había tenido y como había reaccionado al empezar a notar el cambio y al completarse este.
Isabel pensó que si se trataba simplemente del cambio de un color por otro en el aura de su hermana, el combate tal vez no fuera lo indicado, o, al menos, no lo suficiente. Si fuera por eso, pensaba, todas las hadas que pelearan contra uno de esos monstruos, o que estuviesen en una situación de tensión, tendrían ese cambio. Cristal, a su favor, tenía el hecho de que su oponente era un ser creado con piedras – la experta ya había arrojado al pocillo un polvo muy fino, resultante de haber transformado una roca exactamente idéntica a la que estaba, de momento, en el suelo –, lo que representaba la ventaja en el combate. “La cuadrícula de los elementos”, se alegró, refiriéndose a aquel libro que describía las ventajas y desventajas de las hadas que por dones tenían a uno de los elementos de la naturaleza. Era verdad que no poseía ninguno de ellos, pero en los últimos meses había descubierto, y en esto radicaban las sospechas de Wilson, sobre que tal vez no fuera el color del aura lo único cambiante en las hermanas (no había razones para no tenerle confianza a Cristal), como cada vez que hacía uso de sus poderes, canalizando su energía a través de descargas expulsadas desde las palmas de sus manos, estas alcanzaban nuevos niveles, por encima de los estándares de las hadas de la belleza. Entre esos nuevos niveles estaban, justamente, las descargas, que ahora eran capaces de llegar a temperaturas mayores, tanto, o casi, como el fuego, lo que la animó, si era el ánimo algo que no tenía, a ver como la empleada de la COMDE continuaba y completaba el proceso de creación. Al polvillo en el pequeño recipiente le agregó una única gota de su sangre, extraída de la punta del dedo índice izquierdo con la herramienta cortante, y una buena cantidad de agua. Al tiempo que daba inicio a la mezcla, Cristal detectó una ventaja, pensando, como antes, en la Cuadrícula de los Elementos. Pelearía, por supuesto, estando transformada en el monstruo vegetal, aquel ser de tres metros de altura formado solo por esa materia, y al hacerlo tendría esa superioridad, tanto por su constitución como por sus técnicas y ataques, contra el mï-nuq. “Vamos a estar a tu lado”, la tranquilizó su madre, fijándose y oyendo como, a unos trescientos metros, el hada pronunciaba una serie de palabras en el idioma antiguo y hacía pases con sus manos sobre y alrededor del pocillo. “No” – se negó Cristal, preparándose para la transformación, y con los ojos señalando a la pequeña grada –, “necesito hacer esto sola. Gracias de todas formas, pero voy a estar bien. ¿Pueden ir allí?, no voy a tardar mucho”. Aunque con dudas y temores, su hermana y sus padres obedecieron.

“¡UPDONEGUSVSET!”, exclamó con voz clara, y al instante la elegante y atractiva figura femenina dio paso, con un fugaz resplandor, al grotesco y feo monstruo con brazos, piernas y cuerpo donde se entremezclaban ramas con lianas y hojas, esas raíces que brotando de los dedos de los pies se enroscaban en estos y en los tobillos, las largas garras en los dedos de las manos, el grueso cuello y la feroz cabeza con las mandíbulas llenas de dientes, abriéndose y cerrándose. Cristal ya estaba lista para la batalla. Aunque estaba nerviosa, pues esta era su primera experiencia, se plantó firme en el suelo, adoptando una inconfundible pose agresiva, afirmando las piernas. “que bien, porque tu oponente también está listo” – comentó desde la distancia la experta, que acto seguido lanzó la exclamación –, “¡CESOE, MÏ-NUQ!”. También al instante, una luz muy brillante brotó del pocillo, y eso dio origen a otro monstruo, uno de la misma altura que su oponente, pero más voluminoso, compuesto por rocas y de un aspecto amenazante por donde se lo mirara. “El monstruo responde a mi, de modo que pase lo que pase no abandonen la grada” – pidió la creadora a Isabel, Iulí y Wilson –, “llegado el caso voy a detenerlo”. El mï-nuq estaba sin hacer movimiento alguno y era imposible saber si escuchaba las voces y sonidos, si veía lo que estaba pasando y si comprendía la situación. Lo más probable era que tanto uno como el otro los sentidos de la vista y el oído estuvieran bastante limitados, condición que mantendrían hasta que la experta le impartiera sus órdenes, lo mismo que la comprensión. Básicamente, era lo mismo que los otros monstruos, un ser sin conciencia, alma ni voluntad propia, y recién adquiría esos tres factores en el momento en que su creador le ordenaba el cumplimiento de dichos designios. De momento, la experta prefirió no hacerlo, porque le preocupaba más conocer el estado físico de Cristal y, por supuesto, el anímico. No estaba convencida, no del todo al menos, como lo estuvo y estaba demostrando Isabel con gestos, de que solo con este combate fuera a tener ese cambio el aura de la prometida de Kevin; como Isabel, la experta pensaba que cualquier situación tensa motivaría la mutación en todas las hadas, siempre que estas se vieran sometidas a una. Los cinco seres feéricos allí concluyeron que debería ocurrir algo excepcional y verdaderamente tenso, y tampoco había certezas totales con eso. Cristal, sus padres y su hermana habían asumido que si después de haber leído la crónica del primer caso y repasado los otros dos. Un minuto exacto después del surgimiento del mï-nuq de piedra, el hada creadora miró a Cristal a los ojos y le preguntó “¿Estás lista?”, a lo que la retadora contestó, sin titubeos y con toda firmeza “Lo estoy”. “Muy bien” – dijo la otra hada, observando a los parientes de Cristal y tranquilizándolos con la mirada. Apoyó su mano en el voluminoso cuerpo del monstruo y, también sin titubear, dijo con voz clara –. “Ese es tu objetivo”. Señaló al ser compuesto por materia vegetal, que aguardaba firme a unos trescientos metros, y el mï-nuq efectuó entonces su primer movimiento. Levantó la pierna izquierda y dio un paso hacia adelante, al tiempo que, tal cual lo advirtiera Cristal, tal cual lo advirtieran todos, su audición y visión quedaban a toda capacidad.

Empezó la batalla.

Con asombrosos y ágiles movimientos que hicieron temblar el suelo, el monstruo alcanzó a Cristal antes que esta hubiera podido hacer otra cosa que usas sus manos para frenar el golpe dado con el puño derecho. Y luego otro con el izquierdo, y otros dos más con cada mano, antes que su oponente decidiera cambiar su estrategia y su rival sacudiera ambas manos (algunas hojas se desprendieron y cayeron al suelo), haciendo equilibrio para no caerse de espaldas. El monstruo de piedra formó una maza entrelazando los dedos, dio otro enorme salto haciendo alarde de su agilidad, e intentó asestar un golpe directo en la cabeza de su rival, que alcanzó a correrse de la línea de ataque a último momento. “Les dije que la situación estaba bajo control”, recordó el hada a sus tres parientes un minuto más tarde, cuando los progenitores y la hermana mostraron todas las señales de incorporarse, abandonar la grada y auxiliar a Cristal, cuando esta, después de haber contenido al menos dos docenas de golpes, al fin diera contra el piso. Apenas tuvo el monstruo derribado el tiempo necesario para levantarse y agitar el grueso cuello, para sacudirse de la caída, porque su rival esta vez recurrió a sus pies para reanudar el ataque. Nada más que un fuerte pisotón bastó para causar una grieta en el suelo, que debido a las extraordinarias cualidades de la estructura desapareció al cabo de pocos segundos, y entonces comprendió Cristal que primero tendría que dejar inmovilizado al enemigo, si quería tener sobre este su oportunidad. Lo distrajo bombardeándolo con una decena atrás de otra de las filosas espinas lanzadas desde los codos – el mismo ataque que usara Isabel contra el cocodrilo rey, tan solo unos días atrás –, aun sabiendo que eso causaría poco o ningún efecto, e inmediatamente recurrió a las lianas que brotaron de sus dedos, para sujet6arlo con firmeza de los pies y tobillos y restringir las posibilidades de movimiento de su oponente. Las lianas se enroscaron rápidamente, formando un capullo verduzco que envolvió al monstruo de piedra desde las rodillas hacia abajo, y su oponente de materia vegetal no desaprovechó el momento. Probablemente, no tendría otra oportunidad como esta. A las lianas tensando al mï-nuq para impedirle el escape, realizó un ataque doble, una vez más bombardeándolo con las espinas y soplando un polen de color lila, brevemente violáceo, sobre su cabeza – en la grada, las hadas se emocionaron; esa era la señal que estuvieron esperando –, sabiendo que con este último no lograría gran cosa. Si se hubiera tratado de un ser orgánico, o un mï-nuq creado con esa clase de materia, ese polen habría dejado desorientada a su víctima el tiempo suficiente como para lograr sobre ella el triunfo (esos efectos no duraban mucho), pero este no era el caso. El oponente de Cristal había sido creado usando una piedra y el polen no tuvo efectos más graves que una obstrucción muy breve de sus ojos. El monstruo vegetal sabía lo que estaba en juego. Miró a la grada y uno a uno a sus cuatro ocupantes, que lanzaban consignas y hacían gestos para darle ánimos. “¡Esta batalla es mía!”, exclamó, mirando sin pestañar al mï-nuq, ignorando el hecho de si la habría escuchado y comprendido o no, saltando y volviendo a apoyar los pies en el suelo. Detuvo ambos ataques y gradualmente fue aflojando las lianas, hasta liberar las piernas del rival, quien no tuvo dudas al decidir ponerse de pie, idear una nueva estrategia y adoptar una postura distinta. Pero ya sabía Cristal lo que tenía que hacer.
Quizás ella si lo supiera, pero no los demás, y esta fue la razón por la que Isabel, Wilson, Iulí y la experta de la COMDE se miraron entre ellos con desconcierto. Todavía tentado de ponerse de pie y lanzar un rayo de fuego al mï-nuq, el padre de Cristal se preguntó en que estaría su hija pensando, que la habría motivado a cesas todos los ataques y darle la oportunidad a su oponente (“No lo tendría que haber hecho”, pensó), que de inmediato, viéndose libre de los impedimentos en las piernas, reanudó sus embates, usando ambos puños como martillos, tratando de asestarle los golpes a un ser que, en menos de un parpadeo, cambió de forma, con esta acción detectándose de nuevo el color violáceo, tan fugaz como el anterior. Tras el resplandor, Cristal pasó de ser un monstruo nada bonito de tres metros de altura con unas mandíbulas repletas de dientes a una figura tan atractiva como la “versión original”. Allí estaba la retadora, disfrutando de estas ventajas que eran el menor tamaño y la mejor maniobrabilidad, examinándose así misma, observando las largas garras en los dedos de las manos, los tonos claros de verde en el cuerpo y oscuros en las articulaciones, laos fugaces destellos violáceos y las largas matas de su lacio cabello negro. “¡Grande  y lento, una pésima combinación”, exclamó, en referencia al mï-nuq.
Se abalanzó sobre el con saltos y movimientos increíblemente ágiles y, valiéndose de sus garras, traspasó su resistente constitución y le seccionó el brazo izquierdo, que cayó al suelo con estrépito y se deshizo en numerosos fragmentos, rocas de diversos tamaños que formaron dicha extremidad y eran ahora un pilón deforme. En la grada aplaudieron con ganas, demostrando así lo impresionadas que quedaron las hadas por la audacia y el éxito con el primer ataque certero – Isabel pensó que si hubiera tenido la oportunidad de llevar a cabo esa arremetida, Zumsär probablemente hubiera resultado herido de gravedad –. Pero el monstruo no estaba derrotado ni mucho menos; Cristal sabía eso y no permitió que influyera en su ánimo, como tampoco el que su aura hubiera vuelto a ser completamente lila, pues ya hubo de confirmar la veracidad de los textos históricos, sobre que los momentos tensos podían motivar un cambio en el aura. El hada sabía lo que tenía que hacer y repitió el ataque anterior. Seccionó el otro brazo de su oponente, ejecutando los mismos movimientos sorprendentes, aumentando el número de escombros en el suelo. Aun con las extremidades faltantes, el monstruo de piedra continuó con su objetivo, pero su suerte ya estaba decidida, ahora con esta segunda desventaja (la otra era su tamaño y, por consiguiente, la lentitud y una maniobrabilidad inferior a la de su oponente). El tercer ataque de Cristal fue el último. Las filosas garras pronto estuvieron atravesando la base del cráneo del mï-nuq, y el hada se apartó antes que su estructura, de esta lo que quedaba, empezara a desmoronarse. En cuestión de segundos, quedaron los escombros, ya sin señales de actividad ni vida, y Cristal volvió a la normalidad. Volvió a ser el monstruo vegetal de tres metros de alto, y acto seguido la figura femenina atractiva de cabello oscuro y piel blanca que levantó sus brazos en señal de victoria e hizo una reverencia en dirección a la grada, desde la que prorrumpieron en aplausos y ovaciones. Su primea vez en combate no había durado más de diez minutos.
_Nada mal, nada mal – calificó la experta, de todos la  primera en ir a su encuentro –. Es una marca, diría yo. Triunfaste en tu debut en batalla en menos de un sexto de hora. Y tu nombre va a quedar registrado en Ecumenia. Es el quinto caso en la historia, el segundo en menos de una semana, de un cambio en el color del aura producto de una situación tensa. Mis felicitaciones por eso.

Todavía saboreando el éxito, sonriendo a causa de eso, Cristal se reunió con su hermana y su padres para celebrar (aplausos, abrazos y palmadas), dejando que la experta se ocupara de los restos del mï-nuq destruido. Los redujo a un finísimo polvo y a este lo guardó en una caja de madera. Habían allí logrado de manera exitosa esa primera parte de lo que estuvieron buscando. El aura de Cristal cambiaba de colores, variando fugazmente de lila a violeta, pero no había sido permanente, como el caso de Isabel. Como ya lo dijeran, si fuera por las situaciones tensas esos cambios no se encontrarían entre los eventos más infrecuentes de todos. Lo había sido esta batalla, pero no con la intensidad necesaria o requerida, no la tuvo, como para que el cambio en Cristal fuera completo, o permanente.
_Y ni siquiera estoy agitada ni cansada. No podría haberlo estado nada más que con un combate de… ¿cuánto?, ¿nueve minutos con cuarenta y tres segundos? – se alegró, moviéndose sin detenerse. La emoción tendría para rato –; Isabel, ¿cómo fue tu caso?.
_Exactamente igual a este – contestó su hermana –, quizás no tanto la duración de la batalla, pero si el contexto, y las reacciones al terminar. Las dos dimos lo mejor cuando estuvimos bajo esas situaciones tensas. Es verdad que un caso fue este mï-nuq y el otro un depredador enorme que en realidad era un hada transformada, pero no creo que importe eso.
_No lo hace – ratificó la experta de la COMDE, ya concluida la tarea de recolección del polvo, y yendo de nuevo a la repisa. Al parecer, se avecinaba otra prueba –. Cristal, ¿estás lista para otra prueba?, ¿lo están ustedes?. Podríamos intentar que sea el cambio algo permanente.
“Lo estamos”, respondieron los cuatro, los padres con sus reservas, la hermana mayor alentando a Cristal y esta, cesando los movimientos, dispuesta cien por ciento a aceptar el nuevo reto.
_Pues en ese caso vayan allí y aguarden un momento., pidió el hada, creyendo haber descubierto, luego de tantos años, de tantos milenios, el motivo del cambio de colores, algo no vinculado exclusivamente a las situaciones de tensión.

“Ahora vamos a hacer algo diferente”., anunció a sus congéneres, y echó sus manos al contenido de la repisa. De allí extrajo ahora ocho objetos, que inmediatamente fueron dispuestos en el suelo, donde antes hubo de estar la piedrita. La experta puso en el suelo un par de hojas que por su color parecían haber sido arrancadas recientemente, un trozo muy pequeño y viejo de madera al que hizo arder con sus poderes y transformó en un carbón encendido, un fragmento de un hueso muy pequeño, otras tres piedritas minúsculas, una de estas un canto rodado, y una pluma. A nadie le cupieron dudad sobre cuál era el siguiente desafío, un segundo combate contra ocho mï-nuqt al mismo tiempo, los cuales, de acuerdo a las explicaciones y palabras de la creadora, habrían de usar como elementos constitutivos o base una hoja de un rosal de flores rojas y otra de una acacia, un viejo fragmento seco y podado de esa misma especie arbórea, el único hueso, de este una ínfima parte, de una rana muerta hallada esa misma mañana en uno de los accesos al Vinhuiga, un fragmento de cuarzo, una piedra caliza, otra de canto rodado y la pluma de la cola de una paloma. En tanto se ocupaba de uno por uno de los procesos de creación, el hada de la COMDE dio las instrucciones al grupo familiar, pidiendo a Wilson e Iulí que, como lo hicieran la oportunidad anterior, permanecieran en la grada, sentados, a Cristal que se ubicara en la misma posición que en su debut y a Isabel en el punto central del lateral opuesto al de la grada, indicando a las hermanas, además, que no debían recurrir a la transformación sino hasta que no quedara otra solución, que hicieran aparecer sus alas y que recurrieran, para atacar tanto como para defenderé, solo a descargas que pudieran proyectar y lanzar desde sus manos. Aparentemente, este segundo reto incluía también a la hermana mayor. “Si, a las dos”, ratificó firme la experta, dando los últimos pasos en la producción y recurría a la telequinesia para revolver el contenido en los pocillos. “¡Cesoe, mï-nuqt!”, exclamó al cabo de unos pocos segundos, y los monstruos, tan amenazadores unos como otros, emergieron en medio de resplandores y espesas nubes oscuras. Los seres recién surgidos se alinearon a la espera de órdenes, y su creadora se puso delante de ellos, anunciando con voz clara y alta que con este evento buscarían que hubiese un cambio definitivo en el aura de Cristal, y confirmar las sospechas acerca de que ella e Isabel podrían incluso estar experimentando un cambio en su don o atributo.
_¡Atención, mï-nuqt! – llamó su creadora con voz potente, y los cuatro pares de monstruos  giraron la cabeza hacia ella. Había llegado el momento de impartirles su orden –. Sus objetivos, aquellos individuos contra los que tienen que combatir, son esas dos personas que están allí – y concluyó con otra exclamación, en tanto sus creaciones empezaban a ver y escuchar, ya contando con la orden –… ¡elimínenlas!.

Su dedo índice izquierdo, sin embargo, no apuntó a las hermanas.

Iulí y Wilson eran los objetivos de los monstruos.

Para el momento en que hubo el matrimonio de reaccionar y darse cuenta del peligro, enorme o no, que se estaba avecinando, con los ocho seres grotescos y enormes a pasos de ambos, las hermanas, demostrando nuevamente sus destacados reflejos e increíble velocidad, se interpusieron en la línea de ataque y enviaron al grupo de mï-nuqt, literalmente, al lugar en que estuvo Cristal con una acción, combinando las descargas de energía con sus habilidades telequinéticas, implicando esos rápidos movimientos la destrucción de uno de los atacantes, aquel nacido de una pluma (cientos de estas quedaron esparcidas en el inmaculado suelo). Esa fracción de tiempo en que estuvieron a su lado, pronunciando unos pocos monosilábicos y gesticulando para pedir explicaciones, tuvo su recompensa y resultados esperados al escuchar las palabras del hada de la COMDE, que, para empezar, sonriendo, hizo destacar la ingenuidad de las chicas. “¿De verdad lo creyeron?, me extraña de ustedes dos”, fueron sus primeras palabras, y tanto Isabel como Cristal adoptaron inconfundibles gestos de desconcierto. La experta, sabiendo que sus siete creaciones restantes no demorarían en recuperarse de la conmoción – ya estaban haciéndolo, de hecho –, de manera que no disponía de mucho tiempo. Se limitó a decir, siendo breve, que la situación estaba absolutamente controlada y pactada, que lo estuvo desde la conversación sostenida con la reina Lili, quien se había comunicado mentalmente con los padres de las hermanas y la propia creadora de los monstruos cuando  Cristal estuvo sosteniendo su primera batalla: los mï-nuqt serían destruidos antes que cualquiera de ellos hubiera tenido el tiempo siquiera de ponerle encima un dedo a Iulí o a Wilson. “Para los monstruos, sin embargo, esa orden es literal y la tienen que cumplir”, concluyó el hada, señalando un punto en la estructura, donde los mï-nuqt se habían puesto de pie, y reanudado su tarea. Las hermanas, aun tratando de captar aquello de que no existía peligro alguno para sus progenitores, que no era otra cosa que algo pactado, no tuvieron tiempo de procesar al completo la información ni preguntar (ya lo harían después de la batalla), porque los monstruos se abalanzaron en simultáneo contra ellas y sus padres.
_Claro que estamos ante un descubrimiento nuevo – presagió la experta, dirigiéndose al matrimonio, en tanto las hermanas llevaban la batalla lejos de la grada – hablo de lo que motiva el cambio de un color por otro en las auras, aunque, claro, el origen continúa siendo desconocido. Tal vez solo ocurra y ya, y lo del motivo de una teoría, que podríamos confirmar yendo a la biblioteca otra vez – y concluyó anunciando –. Miren a Cristal, su aura ya es completamente violeta.
Allí estaba la hermana menor.
Había usado su energía a modo de escudo, para defenderse de los mï-nuqt vegetales.
Pero había sido su aura lo llamativo, como dijera la experta. Ambas hermanas poseían ahora un fino halo que bordeaba sus curvilíneos cuerpos de la misma tonalidad de violeta que la de su padre. Ninguna tuvo tiempo de concentrarse en eso ni tampoco su motivo, porque debían impedir que uno o más de los monstruos se acercaran a sus padres por un lado y derrotarlos por otro. Eran siete y, como bien pudieron advertir, todos estaban llevando sus capacidades al máximo. Muy pronto, surcaron el aire pequeñas rocas /carbones encendidos de tamaños diversos, en tanto que los mï-nuqt vegetales se ocuparon de exhalar una tenue capa de polvillo que quedó flotando a baja altura (“¡Cuidado con eso, es un somnífero!”, se dijeron al unísono las hermanas, que podían realizar esa técnica estando transformadas) y el surgido en base a un hueso empleaba sus enormes manos para atacar a sus objetivos, usando esas extremidades como mazos. Las hermanas estaban en un aprieto, hallando más urgentes la seguridad e integridad de sus padres que lograr la victoria sobre estos enemigos. Al final optaron por transformarse y al verse como esos enormes seres constituidos por materia vegetal lograron la confianza que necesitaban. Usaron la técnica de las lianas para capturar a uno de los oponentes, aquel creado con cuarzo, lo sujetaron lo más firme que pudieron y, mientras procuraban mantener alejados a los otros mï-nuqt, destruyeron a la presa bombardeándola durante alrededor de veinte segundos con las filosas espinas. Estas se incrustaron en todas las articulaciones del enemigo, que no supo como responder y acabó vuelto escombros, cuando las rocas que lo formaban cedieron a los cortes y la fuerza ejercida por las espinas. Cristal e Isabel celebraron levantando los brazos y se asombraron al descubrir lo poderosas que se habían vuelto, algo que indudablemente asociaron al radical cambio en sus auras. “Vamos por los otros seis”, se dijeron.
_¿El cambio puede haberles dado esta nueva fuerza?., planteó Iulí, no muy contenta al ver a sus hijas ser golpeadas por los mï-nuqt de piedra.
Pareció que todos los monstruos comprendieron que si tenían que cumplir su misión, lo primero en su agenda debía ser la “supresión” de estas interrupciones.
_No, puede no. Lo hizo, de hecho – confirmó la experta, observando atentamente la batalla –. Pasó lo mismo con los tres casos anteriores, y sus hijas están viviendo y experimentando lo mismo que aquellas hadas. Ellas se convirtieron en celebridades, y no les quepan dudas de que Isabel y Cristal van a serlo después de esto, aunque si me lo preguntan creo que ya lo son.
_Iulí y yo, tal vez esa fama se deba a lo que fuimos, a lo que intentamos hace muchos años y que resultó en un fracaso absoluto – detectó Wilson, observando pendiente. Las chicas estaban en inferioridad numérica y los mï-nuqt demostraban ser todavía más fuertes –. A propósito, eso del descubrimiento nuevo… ¡ agáchense!.
Tres enormes rocas se estrellaron con gran estruendo contra la pared atrás de ellos, un ataque del mï-nuq de piedra caliza con el que quiso intentar reanudar su objetivo primario.
Ese fue un desacierto que le costó la existencia. Las hermanas pronto le cayeron encima y tuvieron una nueva prueba, al tener que ser sus ataques lo bastante fuertes como para dañar y traspasar la piedra caliza. Mediante la telequinesia hicieron que se detuviera en seco y con sendas patadas al pecho y el abdomen lo enviaron al suelo. “Este es mío”, quiso Cristal, haciendo al mismo tiempo señas a su hermana para advertir del peligro que representaban los cinco enemigos a la carrera. “Hecho”, contestó Isabel, a la vez que ambas ejecutaban la segunda transformación. Pero esta vez fue diferente, como bien advirtieron ellas mismas, sus padres y la experta de la COMDE. Su aspecto físico continuaba siendo idéntico al anterior – la constitución, la altura, el largo del cabello, las curvas… – igual que sus agraciados movimientos y el andar, siempre tan femeninos, algo (heredado de su madre) que conservarían hasta su último día. No podían decir lo mismo del color en la piel y el del cabello, además de los ojos. Estos dos últimos eran ahora decididamente negros, de ese mismo tomo oscuro que el de Wilson, y la piel ya no mostraba las tonalidades claras de verde y algo más oscuras en las articulaciones; la dermis era totalmente de verde clara, sin una sola diferencia, más allá del color, respecto de la “versión original” (Eduardo y Kevin hubieran hecho destacar las curvas de las hermanas y estas, como de costumbre, se hubieran sonrojado). Lo diferente, y tal vez también alucinante, eran las articulaciones en los hombros, codos, muñecas, rodillas y tobillos, que, literalmente, estaban en llamas. Ninguna de las hermanas era dañada por ese misterioso fuego que le brotaba en los brazos y las piernas, aunque si las hubo de impresionar cuando vieron aparecer las llamas, lo que resultara en la primera distracción, hasta ese momento, en el combate. “Concéntrense y dejen las preguntas y explicaciones para después”, les advirtió el hada creadora de los monstruos desde la grada, a lo que Cristal e Isabel reaccionaron dedicándose de lleno a sus oponentes.
_Pero, ¿qué pasó allí?., se preguntó Iulí, viendo como su hija menor destruía sin esfuerzo alguno al mï-nuq de piedra caliza, lanzándolo con fuerza contra un muro.
En el lugar de impacto solo quedaron escombros humeantes, y Wilson, con una sonrisa, pudo respirar tranquilo por primera vez desde que se enterara que su hija iba a ser evaluada en una batalla.
_¿Oficialmente?., habló la experta de la COMDE.
_Si, ¿qué fue lo que pasó?., quiso saber Iulí.
_Isabel y Cristal son, sin dudas, hadas de fuego.

Los siguientes Mí-nuqt en pasar a la historia fueron los vegetales, aquellos nacidos de una hoja de acacia y otra de un rosal. Estando constituidos por esa materia, no hubieran tenido jamás una oportunidad contra un ser feérico cuyo don o atributo era el fuego, mucho menos contra dos. Las hermanas sabían eso. No tuvieron que esforzarse ni pensar demasiado para caer en la cuenta de su nueva condición y aceptarla de inmediato, sin planteos ni cuestionamientos: el fuego era superior a los vegetales. Cuando atacaron las hermanas, supieron lo que tenían que hacer y como, tanto por instinto como por recuerdos. Habían visto a las hadas de fuego, su padre incluido, poner a prueba sus destrezas, habilidades y técnicas especiales, en entrenamientos y prácticas, y no les resultó difícil imitarlas. Isabel y Cristal, admitiendo que no sabían cuando les podría demandar el acostumbramiento y dominio del nuevo don, se lanzaron de lleno contra los mï-nuqt vegetales, recurriendo a la telequinesia nuevamente para distraer y mantener ocupados a los otros tres, y les lanzaron sendos rayos de fuego al pecho a ambos oponentes. Incendiándose velozmente, los mï-nuqt vegetales anduvieron tambaleándose unos breves instantes, antes de caer fulminados y quedar rápidamente reducidos a cenizas. Para cuando esos dos pasaron a la historia, las hermanas advirtieron que la llama en sus hombros ya no se encontraba allí, aunque no se alarmaron por eso, porque sabían que lo mismo les ocurría a las hadas de fuego una vez que entablaban su primera batalla. El siguiente enemigo en ser derrotado y destruido fue aquel creado en base al carbón vegetal, poseedor de una fuerza que por poco no estuvo a  la par de la de las hermanas. Fue básicamente fuego contra fuego, y el tiempo que las chicas no demoraron luchando contra los monstruos vegetales lo usaron contra este, y para el momento en que el sexto mï-nuq fue destruido, el reloj de péndulo y la campanada distante anunciaron las trece horas en punto. Isabel y Cristal estaban cansadas, no solo a causa de los combates, sino también, quizás principalmente, debido a los sentimientos y las emociones que estaban experimentando.
_No se preocupen, supongo que es normal que pase eso – tranquilizó el hada de la COMDE a Iulí y Wilson – Sus hijas cambiaron de atributo y hasta donde se es la segunda vez que pasa eso desde el surgimiento de la raza feérica. A las dos va a demandarles tiempo para ejercer pleno control sobre el elemento fuego. Con el entrenamiento correcto y la práctica van a lograrlo.
_Y ahora deben continuar esta pelea –observó Iulí. Eran dos contra dos, y ese par de mï-nuqt, de los ocho totales, eran los más fuertes –; un poco más y su evaluación va a quedar terminada.
De inmediato quedó puesto de manifiesto que esos dos monstruos no iban a ser tan fáciles de vencer ni destruir como los otros. Cristal e Isabel, de entrada, le lanzaron los mismos rayos de fuego con que eliminaran a los mï-nuqt vegetales, moviendo sus brazos de manera tal que las llamaradas cubrieran desde los pies hasta la cabeza a los últimos oponentes. Estos cayeron al suelo, pero se levantaron increíblemente rápido, moviéndose y agitándose para apagar las llamas, reduciéndolas a humo casi al instante. Los mï-nuqt apenas sufrieron un ennegrecimiento en sus estructuras corporales, un daño insignificante que de ningún modo les impidió responder a la agresión con un par de golpes que lanzaron a toda velocidad hacia adelante, apenas dando tiempo a las chicas para cubrirse juntando las manos. Los golpes fueron tan potentes que Isabel y Cristal cayeron al suelo, y faltó muy poco para que quedaran aplastadas bajo los enormes pies de sus poderosos oponentes. La batalla estaba empatada y no solo en número. Los mï-nuqt respondían a la maniobrabilidad y agilidad de las hadas con su tamaño de más de tres metros de altura y su resistencia, y llegado un momento pareció establecerse un ciclo: las hijas de Wilson e Iulí atacaban, los oponentes caían y de inmediato se levantaban, y aún estaba el riesgo de que las creaciones de la experta retomaran su misión original. “¿Esto es todo lo que tienen?”, reaccionaron las chicas, dirigiéndose a los monstruos, para darse ánimos y confianza; palabras que llegaron a los oídos de la creadora, quien respondió anunciando “Si así lo quieren, hay más” “¡Que haya más!”, pidieron Cristal e Isabel, a lo que la experta se puso de pie y, llevando sus manos con los dedos extendidos en dirección al mï-nuq de hueso y al de canto rodado, exclamó “¡Upöa!” – “unión”, en el idioma antiguo de las hadas –. Los monstruos se atrajeron uno contra el otro y al cabo de veinte segundos dieron origen a uno solo, más grande y amenazador. También más resistente y poderoso, como pronto descubrieron las hermanas, que lo atacaron con todo su poder sin causarle daños. El monstruo contuvo los ataques y acto seguido los desvió en forma de haces y chispas en todas las direcciones, provocando tal espectáculo de luces y estruendo que, además de obligar a agacharse y cubrirse a las cinco hadas presentes allí, camufló la ya de por si discreta entrada, a través de una de las ventanas, de la anaconda real que buscó refugio debajo de la grada.

Una y otra vez impactaron las descargas contra el enorme monstruo, que ante tales ataques no hacía otra cosa que sacudirse levemente, o bien detenerlos con sus manos y desviarlos. El monstruo era, sencillamente, muy resistente, y las hermanas no encontraban la manera de dejarlo fuera de combate. Ejecutaron con éxito parcial la mayor parte de las técnicas (no era para menos, era su debut con ellas) que vieron alguna vez hacer a las hadas de fuego, incluidos su padre y ambos miembros de la familia real insular, la reina Lili y la princesa Elvia. Los daños en el monstruo eran mínimos, cuando no inexistentes. Cristal e Isabel, ahora turnándose para atacarlo, adujeron la falta de éxito a lo que ellas, sus padres y la experta de la COMDE ya sabían: las hermanas estaban viviendo sus primeros momentos con el nuevo atributo y eso, el cero acostumbramiento, algo completamente inesperado y sorpresivo, sumado a las batallas que se habían extendido por tanto tiempo, las hubo de dejar extenuadas. En la grada se combinaban la preocupación y la alegría, como era de esperarse. Wilson e Iulí estaban colmados de orgullo por lo que habían logrado sus hijas derrotando uno a uno a los mï-nuqt, trabajando todo el tiempo como equipo (como hermanas… como familia), recurriendo a esa variedad de movimientos y técnicas que a cada rato ocasionaban aplausos y ovaciones, muchas, por no decir todas, adquiridas durante el transcurso de las batallas, y a la vez preocupados porque estas y el consecuente agotamiento físico pudiera lastimarlas. Veían como las chicas, pese a estar cansadas, no daban señales de querer rendirse o retroceder, y no dejaban de agradecerle la mayoría de las veces que pasaban cerca, a la experta por haber unido en un solo ente a los dos mï-nuqt restantes. Aunque de todos se trataba del que más trabajo y esfuerzos les estaba demandando, no podían dejar de reconocer lo útil que resultaba para ambas el mï-nuq que combinaba hueso con canto rodado. Un ser así, tan fuerte y resistente, tal vez fuera lo que Isabel y Cristal necesitaban para confirmar ellas mismas su nueva condición de hadas de fuego y poner a prueba sus recién adquiridas habilidades. Concluyeron, en tanto esquivaban por poco un golpe de puño, que quedaría para más adelante el estudio, también la comprensión, de tales adquisiciones, igual que las implicancias que pudieran o no haber en los cambios del aura y el atributo. “Lo que perdimos no tiene relevancia alguna”, le dijo la hermana mayor a la menor, pensando en esa técnica que poseían las hadas de la belleza para caminar bajo las lluvias sin mojarse ni ensuciarse. “Cierto”, coincidió la prometida de Kevin, planteándose en silencio cuanto tiempo habría de transcurrir antes de que empezaran a extrañar, e incluso sentir nostalgia, por el don de la belleza y el aura lila. “¡Mejor concéntrense!”, volvió a advertirles la experta, cuando el monstruo hizo uso por primera vez de una de sus habilidades especiales. Extendiendo sus dedos, lanzó en dirección a las hermanas un sinfín de piedras pequeñas o muy pequeñas a gran velocidad, las cuales, al entrar en contacto con la pared de fuego creada por sus oponentes para protegerse, se transformaron en un peligro todavía mayor, pasando a ser fragmentos en llamas que quedaron esparcidos en el suelo, lo que suponía una amenaza para las hermanas y el mï-nuq. En un corto período, apenas pocos minutos, esos fragmentos serían absorbidos por la estructura, lo que contribuiría a su invulnerabilidad, pero mientras eso no ocurriera Cristal e Isabel se tendrían que mover con cuidado. “No podemos volar estando transformadas”, lamentó la primera, a lo que su hermana replicó “Eso no lo sabemos, tal vez ahora si podamos”. Para sorpresa y gran alegría de ambas, descubrieron que la más característica y distintiva de todas las técnicas de los seres feéricos ahora podían usarla – no le era posible a ninguna hada de la belleza, que supieran, en tanto mantuvieran una u otra las transformaciones – y ese descubrimiento les confirió algo de aliento y esperanzas, eso que necesitaban para inclinar la balanza a su favor. Moverse en el aire era sin dudas una ventaja enorme, la más importante, y eso, sumado a su tamaño, dimensiones y agilidad podrían ser la clave para vencer. En la grada, las hadas volvieron a vivar a las hermanas y, en el suelo, oculta por las tablas y el fragor del combate, la anaconda real, al parecer relajándose, apoyó la cabeza sobre el piso y se dedicó a observar con atención.

La capacidad para volar, no cupieron dudas, fue una ventaja total desde el principio, aunque, pronto Cristal e Isabel lo descubrieron, no bastó para derrotar al monstruo, que, valiéndose de su tamaño, aspecto feroz y ese “bombardeo” de piedras que lanzaba desde las manos, espantaba a las hermanas cada vez que estas se hallaban lo bastante cerca de el. Además, lamentaron que ocurriera, la permanencia en el aire, con las maniobras y velocidades diversas, era otro factor que contribuía al agotamiento físico. Sabiendo eso, decidieron ignorarlo y pensar únicamente en el triunfo, con mayor intensidad esta vez. Volando en círculos u óvalos a una distancia prudencial, lanzaron las llamaradas en forma de látigos dando al mï-nuq al menos dos docenas de fuerte azotes en diferentes partes del cuerpo, dejándolas al rojo vivo, antes de decidir sujetarlo con fuerza de los tobillos y muñecas, logrando con esta acción, por fin, tumbarlo. Las hermanas, sin dejar de concentrarse ni advertir que estaban aplicando una buena cantidad de energía, lo que les quedaba de esta, tensaron los látigos  de fuego – esa técnica que usara la princesa Elvia para delatar las trampas en la Casa de la Magia – y de a poco fueron acortando la distancia que las separaba del monstruo, que bastante empeño ponía en liberarse, con la idea de darle el golpe final. Para su desgracia, el mï-nuq pudo soltarse de las ataduras y retroceder con un espectacular movimiento, justo cuando Isabel y Cristal intentaron rematarlo dándole tantos golpes como pudieran en la base del cráneo, el punto débil de estos seres. “Vamos, está distraído”, alentó Isabel a su hermana, y las dos hicieron lo impensable, que dejó boquiabiertas a las hadas en la grada y la serpiente bajo esta. La acción que tuvo tiempo en los siguientes diez segundos fue fenomenalmente rápida y con ella las hermanas pusieron en juego lo que les quedaba de energía. Viendo al mï-nuq adoptar la inconfundible pose de ataque, se lanzaron a toda velocidad y de lleno contra el, sin reparar en que pudieron haber sido golpeadas en ese instante, y, concentrando grandes cantidades de energía que confluyeron en un único punto, en el centro del pecho de su oponente. Fue tal el estruendo y tanta la energía liberada que las chicas salieron expulsadas con violencia, cayendo al suelo bruscamente e incorporándose con dificultad. “¡Lo logramos!” – se alegró Cristal sobre manera, observando el hueco en el pecho del monstruo, el ataque lo había atravesado y hecho caer de rodillas – “…o casi”. Una y otra, ya casi sin energías y apoyando las manos entre si para incorporarse, y las personas en la grada, se preguntaron como era posible que el mï-nuq hubiera podido ponerse de pie después de haber recibido semejante ataque. Aunque con dificultades y tambaleándose, lo hizo. Era evidente que el ataque lo había afectado, pero no lo suficiente como para derrotarlo o dejarlo incapacitado, y reanudó su avance, ignorando el daño recibido en el pecho y las dificultades en su andar. Wilson e Iulí ya estaban poniéndose de pie, y la empleada de la COMDE los detuvo con un sutil movimiento de sus manos. Dijo que, si bien la situación era apremiante para sus hijas, estas ya tenían el triunfo asegurado. “No lo parece”, opinó Wilson, viendo al mï-nuq moverse hacia Cristal e Isabel y a estas haciendo denodados esfuerzos por conservarse firmes y no rendirse. Dando un paso hacia adelante, dijeron que, pasara lo que pasara, no intervinieran en la batalla, que serían ellas las encargadas de destruir al monstruo. “Nosotras lo pedimos”, dijo Isabel mirando a sua padres y a la experta. “Usemos lo que nos queda de energía”, agregó Cristal, y ambas una vez más se lanzaron con todo lo que tenían contra el tambaleante pero poderoso mï-un, golpeándolo con tanta fuerza en el mismo momento en que el monstruo las golpeara a ellas con uno de sus enormes puños. Hubo una nueva explosión, más fuerte que las anteriores, tanto que los enfrentados tuvieron daños y fueron expulsados a varios metros de distancia desde el punto de impacto de los golpes. Las hermanas de aura violeta finalmente agotaron todas sus fuerzas y ante tal situación se vieron obligadas a retomar su (atractiva) forma primigenia – forma feérica – siendo brevemente esos monstruos de tres metros compuestos por pura materia vegetal.
A consecuencia de esa espectacular colisión, y habiendo terminado agotadas, las hermanas perdieron el conocimiento y quedaron desmayadas en el suelo, a merced del monstruo que, pese a haber sufrido un daño mucho mayor, la pérdida del brazo derecho, pudo volver a levantarse y reanudar su avance. “¡Es todo!”, exclamó una voz desde debajo de la grada que hizo sobresaltar al hada de la COOMDE, Wilson  e Iulí. La anaconda real emergió velozmente, arrastrando en dirección al mï-nuq sus quince metros de longitud, con decisión, sin temores y exhibiendo sus grandes colmillos. En segundos pudo alcanzar al debilitado monstruo y se enroscó en su cuerpo,  cortándole  todas las posibilidades de reacción y, por supuesto, de escape. La fuerza y presión ejercidas por la gigantesca serpiente fueron tales que al momento de entrar en contacto con su objetivo la piedra y el hueso empezaron a agrietarse, a resquebrajarse, y solo dejó de asfixiar a su víctima cuando, alrededor de treinta segundos más tarde, vio como se separaba el otro brazo en el maltratado y agrietado cuerpo del monstruo. La anaconda real lo soltó, quedándose erguida cerca de el para contemplar su obra, ver como diminutos fragmentos de canto rodado y hueso se desprendían cayendo al suelo e impactando con un sonido que se confundía con el de la batalla que ya se terminaba, ahora que al mï-nuq ya no le quedaba mucho con vida.  Estaba tan dañado a causa de los poderosos ataques de las hadas de fuego y la constricción que para el debió ser una tarea muy difícil el continuar en movimiento, decidiendo contra quien debía combatir ahora, porque lo harías hasta el momento de su destrucción. “¡Tu turno!”, exclamó la serpiente, hablándole a la puerta y alejándose rápidamente, lo que hizo advertir del peligro a los asombrados seres feéricos en la grada. Las impecables puertas de la estructura se abrieron e hizo su ingreso un gigantesco monstruo de treinta metros de alto, acentuada musculatura, la piel cubierta de escamas grisáceas y la terrorífica cabeza de un cetáceo que abría y cerraba sus mandíbulas, tan grandes como amenazantes, lanzando una seguidilla de rugidos que obligaron a las hadas a cubrirse los oídos. Este nuevo monstruo, tan conocido ya como la anaconda real, demoró pocos segundos y pocos pasos en alcanzar al mï-nuq, agitando su larga y gruesa cola y la aleta en la espalda. Exclamó “¡Las hadas de agua mandan!”, y con un único golpe en la boca del estómago lo envió violenta y rápidamente hacia arriba, hasta impactarlo contra el techo, con tal fuerza que el monstruo de piedra y hueso quedó incrustado allí, en lo alto, situación que aprovechara el recién llegado para lanzarle una enorme cantidad de agua a presión desde ambas manos, al mismo punto donde lo golpeara. Este ataque fue tan poderoso y violento que, sumado al anterior y a la constricción, terminaron por pulverizar al mï-nuq, reduciéndolo literalmente a escombros que cayeron con fuerza al suelo y se esparcieron en una gran área. Rápidos de reflejos, la anaconda real y el inmenso tiburón cubrieron a las hadas recurriendo a sus voluminosos cuerpos. El reptil irguiéndose en forma de espiral en torno al hada de la COMDE, Iulí y Wilson, y el segundo, valiéndose de sus manos únicamente, porque no requirió de otra cosa, protegiendo a las hermanas sin conocimiento. Cuando ese peligro que significaron los fragmentos de hueso y canto rodado quedaron atrás, el monstruo cetáceo las levantó con sus manos y llevó junto a sus padres, en el momento en que la anaconda real desaparecía y cedía su espacio al prometido de Cristal, visiblemente feliz por esta victoria (“¡Y por el seis a cero del partido que ganó Kilómetro Treinta y Ocho!”, se ocupó de hacer notar, con una exclamación), lo que implicaba el haberle salvado la vida a su compañera y a su futura cuñada. Acto seguido hizo su presentación Eduardo, habiendo vuelto a dejar por un breve lapso al gigantesco megalodón en el suelo, alegre por las mismas dos razones que su mejor amigo. “Tuvimos la suerte de llegar a tiempo”, dijo a sus futuros suegros, entre respiraciones irregulares a causa del viaje, y de haber querido finiquitar cuanto antes al último mï-nuq, y asombrado, tanto como Kevin, como todos allí, del radicalísimo cambio que hubieron de experimentar las hermanas. “Nuevo don, nueva aura… sencillamente increíble”, agregó el artesano-escultor, inclinándose para detectar el débil pulso y débil respiración en Cristal e Isabel, concluyendo que debían llevarlas inmediatamente al centro médico más cercano.

_¿Cómo lo supieron?., les preguntó Iulí, minutos más tarde.
Eran las catorce horas con quince minutos y todos estaban en la recepción de la sala médica del Vinhuiga, de este una de sus edificaciones auxiliares dispersas – el hada de la COMDE ya había dejado al grupo familiar, tras asegurarse que las chicas no tuvieron ningún daño ni herida grave, y retomado sus tareas –. Para alegría de los cuatro, ni Isabel ni Cristal habían resultado con lesiones que ameritaran una internación prolongada en un centro de mayor complejidad. Tan solo, como les explicaran los médicos, un agotamiento físico extremo por haber empleado todas sus fuerzas en la batalla y la conmoción producto del cambio radical. Las hermanas ahora estaban durmiendo, recuperando esas energías, y era más que probable que ambas pudieran marcharse antes que finalizara el día.
_Iris nos lo dijo – contestó Eduardo, leyendo fugazmente un afiche que informaba que hacer en caso de quemaduras u otros accidentes provocados por el fuego –. Cuando terminó el partido de balonmano fuimos a El Tráfico a festejar, y al poco tiempo, diría que un tercio de hora después, apareció ella. Nos dijo donde habían ido y por qué. Kevin y yo nos dimos cuenta al instante que la prioridad absoluta eran las chicas, y no el festejo. No tuvimos que pensarlo dos veces y dejamos el bar. Cuando llegamos acá nos dijeron donde estaban ustedes y fuimos allí.
_Aprovechamos el tumulto para camuflar nuestra llegada y mi entrada – añadió Kevin –; me quedé oculto bajo la grada para ver como se desarrollaban las cosas. Iris nos advirtió que teníamos que mantenernos al margen a toda costa, porque ellas debían solucionar esto por su cuenta, hablo de cristal e Isabel. Por supuesto que el desmayo era una excepción de las que nos habló Iris. Y no íbamos a quedarnos mirando como el mï-nuq continuaba atacando a las chicas, sabiendo que podíamos evitarlo. Dado que yo estaba más cerca, fui el primero en atacar y cortarle cualquier posibilidad de movimiento y reacción a ese monstruo.
_Los oídos de Iris son una joya – opinó Wilson, recordando como la jefa del antiguo MEU les hablaba de su don, el de los sentidos –. Seguro escuchó a la reina Lili hablando sobre nuestra estancia en el Vinhuiga con el hada de la COMDE.
_En parte, eso fue lo que pasó., dijo Kevin.
El y Eduardo hablaron entonces a sus futuros suegros de una teoría de invención suya para explicar el cambio de colores en las auras, un cambio producto de una situación de tensión que revestía peligro para uno o más seres queridos. Ese había sido el caso del hombre que podía asumir la forma de todas las especies de reptiles, un siglo antes del Primer Encuentro, la única solución para preservar la vida de su alma gemela había sido el desarrollo de esa extraordinaria capacidad – nunca se supo, sin embargo, la relación entre dicho talento y la dama en cuestión – el del hombre que poseía los dones antagónicos por excelencia, que tuvo que salvar a sus padres de una horda de monstruos primitivos descontrolados, y el de otro individuo del sexo masculino también en combate contra esos mismos seres, quien pensó que probar los límites de su fuerza y resistencia sería la manera perfecta para proteger a los suyos, en caso de que las tensiones y hostilidades con los ilios pasaran a mayores. También los casos de la mujer del Movimiento Elemental Unido que atacó sin ayuda a cien soldados árticos, de los cuales once fallecieron en la batalla, cuando rescatara a su marido e hijos, también miembros del MEU, que habían sido tomados prisioneros, y el hombre que creyó ser víctima de un terremoto junto a su hermano, a quien pudo salvarle la vida. Según la teoría de Iris, que ya circulaba en boca de todos, era posible ver el vínculo entre la tensión producto de seres queridos en peligro y el cambio de un color por otro en el aura de un ser feérico.
_No dudo de la inteligencia de Iris ni de sus capacidades, pero eso es algo que ya se conoce, y me parece que queda confirmado con el caso de las chicas, porque Wilson y yo estuvimos en peligro desde el surgimiento de los ocho mï-nuqt., dijo Iulí.
_Eso es verdad, pero lo que piensa ella – comenzó a hablar Eduardo, haciendo referencia  a Iris –, así nos lo hizo saber, aplica solo a Cristal e Isabel.
Según esta teoría, que sonaría increíble y radical desde el principio, ya lo era para el arqueólogo y el artesano-escultor, el cambio del don de la belleza por el del fuego tenía su origen en el “resurgimiento” de Wilson. Cuando las chicas llegaron al mundo adquirieron el don o atributo de su madre, que conservaron aún después de que ella y su padre se transformaran en almas solitarias. “Hasta ahí lo que ya se conoce”, había dicho Iris a los hombres, de camino a la puerta espacial en el barrio periférico. La actual jefa de Compras del Banco Real de Insulandia apostó a que el regreso de Wilson era la causa del cambio de la belleza por el del fuego en los dones de sus hijas, que tuvo que haber en el momento alguna reacción (química, hereditaria, genética o cualquiera otra) que diera el impulso inicial al cambio, y que este tuvo que empezar a completarse en el momento en que las hermanas estuvieron sometidas a las situaciones de tensión, primero Isabel al ver en peligro a Eduardo, cuando tuvieron frente a si a un hada transformada víctima de alguna clase de control mental, y luego Cristal, al encontrarse cara a cara con el mï-nuq solitario de piedra, suponiendo ella que habría un peligro para sus padres, su hermana y la experta de la COMDE. Esta última podría haber logrado la total concreción del cambio, al ordenarle a los ocho monstruos que eliminaran a Iulí y Wilson, algo que de todos modos nunca habría pasado. Este hecho, fueron de Iris las palabras finales, reafirmaba la presencia de las hermanas en la siguiente edición de Ecumenia.
  _Ya vamos a poder resolver todo lo que estuvo pasando desde el encuentro con Zumsar – decidió Iulí – y de ver cuales aspectos van a cambiar en las chicas y cuáles no, ahora que poseen otro don, y de ver cuánto tiempo va a demandarles adaptarse… ¡qué pasa, Eduardo?.
_Me di cuenta de algo raro.
_¿Qué cosa?., quiso saber Wilson.
_Isabel y Cristal tuvieron un durísimo enfrentamiento contra nueve mï-nuqt en su debut en batalla. Es verdad que fue muy complejo, sobre todo con el último de los monstruos, ese que combinó canto rodado con hueso. Las dos salieron airosas y no tuvieron nada más grave que el desmayo, que no fue producto del ataque, sino de haber empleado todas sus energías y sus recién estrenadas habilidades y técnicas como hadas de fuego. Van (vamos) a dejar este lugar antes que termine el día y la razón por la que ahora están en la habitación es porque les dieron un sedante para que pudiesen dormir unas cinco o seis horas y recuperen con eso algo de las fuerzas perdidas. ¿Se entendió hasta ahí? – Wilson, Kevin e Iulí contestaron que si moviendo la cabeza – Pues bien… a mi se me quiebra una uña o tengo un cortecito insignificante por haber estado trabajando y como mínimo me sugieren dos o tres días de internación. ¿Cómo se explica eso?. Debería ser al revés.
Su mejor amigo y sus futuros suegros sonrieron.
Enumeraron los misterios que ya dieron por resueltos, porque, de hecho, lo fueron, empezados con los fugaces destellos de color violeta en el aura de Isabel unos días atrás, cuando ella y Eduardo tuvieron que enfrentar a un hada transformada que no estaba ejerciendo dominio sobre sus habilidades. En ese mismo enfrentamiento, su aura cambió completamente al ver a su alma gemela en peligro, al reaccionar y verlo peleando con su segunda transformación, creyendo que lo peligroso venía demás de la mano de esa técnica desconocida por Eduardo (“Puede ser un problema para el”, había pensado, mientras se incorporaba, viendo como triunfaba sobre su oponente). Misterio que hubo de incrementarse al advertir que el aura de Cristal continuaba siendo lila, con quien, además, llegó a pensar por un fugaz momento en lo que ahora estuvo teorizando Iris, que el cambio en el aura de las chicas y su don, alteraciones que no influyeron en su atractivo físico ni en su constitución, podían haberse debido a la restauración de su padre.
_Es muy pronto para sacar conclusiones sobre eso. Creo que para confirmarlo van a tener que repasar la mitad de los registros históricos del reino. Esos textos son una excelente fuente de información – precisó Wilson, ojeando a través de la ventana. Un movimiento constante que era característico del Vinhuiga en este momento del día no ocultaba los pasos del columnista de la sección “Curiosidades” de El heraldo Insular avanzando hacia el centro médico por un camino adoquinado, y estimó que llegaría en uno o dos minutos –. Lo que de verdad me preocupa es el tiempo que a Cristal e Isabel va a demandarles adaptarse y acostumbrarse al don del fuego. Las dos van a necesitar a alguien con experiencia y que les inspire confianza para… oh, ya entró – se refirió al periodista –. Iulí, vamos. Alguien tiene que explicar y somos los indicados. Los dos estuvimos allí desde el inicio.
_Vamos., convino su compañera.
Querían interceptarlo antes de que llegara al pasillo (las hermanas necesitaban tranquilidad), de modo que se levantaron y dejaron allí a Eduardo y Kevin.
_Los mï-nuqt combinados son los más poderosos, sobre todo los que emplean materiales resistentes, como el hueso y el canto rodado. A esos se los usa solamente para las batallas, quiero decir en situación de guerra – ilustró el prometido de Cristal a su amigo –; si a eso se le suma la escasa o nula experiencia de las chicas en combate, y a su conmoción por haber cambiado el don de la belleza por el del fuego… no fue de extrañar que no tuvieran éxito en aquella última pelea.
Eso era justamente lo mismo que le habían explicado los expertos locales a ambos y los padres de las chicas. Todo lo vivido y sentido en tanto duraron esas batallas, incluso la experiencia previa de Isabel contra el cocodrilo rey, había llevado a las hermanas a ese desmayo, inmediatamente después de golpear fuertemente al monstruo y lograr arrancarle uno de los brazos. Tal fue el agotamiento que ambas volvieron a su estado original involuntariamente, y, como ya coincidieran todos, sería cuestión de tiempo para que se acostumbraran a lo que ahora eran.
_¿Se los incluye también en la Cuadrícula de los Elementos?., quiso saber Eduardo, sabiendo que, con su don del agua, estuvo por encima del último mï-nuq, lo cual le permitió derrotarlo en un instante.
_Desde luego que se incluyen, como a cualquier otro ser inteligente o semi inteligente; la cuadrícula no se limita a las hadas – contestó Kevin, reconociendo que no era extraño que Eduardo lo ignorara. Recién había sabido de la existencia de ese trabajo cuatro días atrás – También están incluidos los monstruos y otros seres elementales. Muchos no lo leen ni dan importancia porque su contenido no fue pensado para aplicarse en el día adía, sino en situaciones de riesgo, como la que vivieron nuestras novias.
_O, peor, la guerra., agregó Eduardo.
La “Cuadrícula de los Elementos” había sido desarrollada a lo largo de los últimos dos años de la Guerra de los Veintiocho y editada en el semestre posterior a ella, en formato de libro. El instructivo había sido descripto e ideado como el medio más eficaz para emplear correctamente y dominar sin errores los diferentes elementos de la naturaleza. Quienes lo crearon estuvieron orgullosos de su trabajo desde el inicio, porque, además de ser un instructivo, había evitado guerras y otros conflictos entre dos o más países, cuando los combatientes hubieran recurrido a sus dones en batalla –, algo que era permitido solo en casos excepcionales y de máxima necesidad – sobre todo aquellos como el fuego y el agua, que eran tanto benignos como malignos (algo siempre dependiente de su usuario), lo que tranquilamente podría llevar los enfrentamientos a un mayor nivel de violencia y destrucción. Aun con su baja popularidad en lo referido a la cantidad de lectores, era uno de los textos más característicos y distintivos de la literatura feérica. “Ese fue y sigue siendo su principal objetivo”, dijo Kevin para ilustrar las palabras de su amigo, dándole a la cuadrícula un aspecto de diplomacia.

El Sol caluroso del viernes había empezado a ocultarse después de las veinte, como casi todos los días de Diciembre y Enero en Insulandia y gran parte de Centralia. Los cuatro habían estado de vuelta en la sala médica después de finalizada la visita a fondo a varias de las estructuras que complementaban el majestuoso predio del Vinhuiga. “Nos divertimos, matamos el tiempo y aprendemos”, había dicho Iulí al hacer la propuesta, a mitad de la tarde. Como era un hecho que las hermanas no despertarían sino hasta muy tarde, ninguno puso objeciones a la sugerencia y pronto estuvieron caminando a paso lento por los caminos del predio, hacia el primer punto de su itinerario, un amplio taller de dos niveles en el que restauraban las estatuas, bustos, monolitos y monumentos que engalanaban el templo del Fuego – Kevin estuvo en las nubes, sobre todo cuando vio allí una de sus obras, un monolito con grabados que representan los espíritus que, en tiempos de la religión, decían las hadas que moraban en el fuego, al cual podían dominar a voluntad – estaban en ese momento restaurando varias de esas piezas que engalanaban los accesos a las estructuras principales. También estuvieron en una sala museo que a través de fotografías, documentación importante, efectos personales y otros objetos mostraban la obra de los “Cuidadores” que tuvo el Vinhuiga desde su inauguración; en una sala donde se hallaba una imponente maqueta del templo, de seis metros por seis, que a menudo usaba la comisión administradora para planear y ejecutar obras para el predio y todo cuando había en el, y por último en esa otra torre en cuyo punto más alto estaba la campana que tañía cada hora.
_Trabajo extenuante el de los cuidadores., opinó Eduardo al final del paseo, otra vez en el pasillo, ya a la espera de que las chicas abrieran los ojos.
Ya sabía que las labores a cargo de las hadas en lugares como el Vinhuiga, el Templo del Agua e incluso la Casa de la Magia eran por demás complejas, agotadoras y pesadas, y que por eso quienes las ejercían llevaban sobre sus hombros una enorme responsabilidad. Debían estar preparadas para y aceptar trabajar fuera de esas jornadas cada vez que fuera necesario, sin importar el motivo, e incluso pasar allí, en sus puestos, días enteros.
_Eso pasó durante la Guerra de los Veintiocho – ilustró Wilson, cuando hablara su futuro yerno sobre los días y horarios –. Siempre hubieron los rumores de grupos grandes y chicos de setwes atacando los lugares como ese, intentando causar un golpe moral y anímico en el Movimiento Elemental Unido y los defensores. Jamás lo hicieron, porque habrían muerto no bien los hubieran visto acercarse. Pero por esos días los cuidadores se encontraron bajo mucha presión. La marca fue de la cuidadora del TeqJu, u “Hogar del Conocimiento”, en el reino de Moaqbo, del continente reikuviano. Es básicamente una biblioteca gigante, y por volumen y densidad y el contenido ninguna es siquiera la vigésima parte de grande. La cuidadora, un hada del intelecto, creo que ese fue su don, estuvo dos meses sin moverse de allí, casi sin abandonar su postura de combate. No fue paranoia ni nada parecido; solo se había tomado todo lo en serio que pudo sus obligaciones. Y el TeqJu tenía que ser protegido a toda costa.
_Porque el conocimiento es sin dudas el recurso más valioso y la mejor arma con que cuentan todas las especies – intervino Iulí, consultando el reloj en la pared. El sedante que le dieran a Cristal e Isabel perdería su efecto de un momento a otro y ambas despertarían al fin –. Si por alguna causa el motivo se perdiera, fuera destruido o no llegase al común de la gente, eso supondría un problema. Es exactamente lo mismo que los acontecimientos históricos. No podríamos desarrollarnos como grupos ni como individuos si uno y otro no estuvieran allí, a disposición, cuando los necesitemos. Por eso el TeqJu es quizás el más importante de los lugares grandiosos, así se los conoce. También los Templos del Agua y del Fuego y la Casa de la Magia. Pero estos solo se dedican a una especialidad, son temáticos – vio acercarse a la misma médica de antes y eso la animó –. Aun sin la religión, esas construcciones continúan siendo importantísimas para las hadas, para nuestra sociedad y cultura. Son más que cualquier otra cosa símbolos histórico-culturales.
Eduardo ya conocía eso, y de sobra. Lo había estado advirtiendo desde que sostuviera su primer diálogo con las hadas (la reina Lili, Nadia e Isabel), como estos veneraban y estudiaban a diario momentos en particular de su pasado – actividades del día a día, obras de teatro, lectura de textos y libros de historia… – procurando no olvidar esas épocas que para ellos e incluso para otras especies elementales fueron idílicas en todos los aspectos. Era a causa de esa fascinación, había afirmado el prometido de Isabel, que organismos como los Consejos de arqueología y genealogía y de Cultura  eran enormemente populares  y concurridos y que las hadas expertas en disciplinas como la historia, la genealogía, la arqueología, la sociología y la heráldica eran vista con admiración, porque su tarea consistía en eso que tano apasionaba a los seres elementales: las épocas pasadas. “Iris es un ejemplo de eso”, dijo en voz alta, casi sin darse cuenta.
_¿De qué?., reaccionó Kevin.
_Del respeto por las costumbres y tradiciones – avisó Eduardo –. Isabel y yo estuvimos en el Castillo Real en octubre, cuando ella estuvo enferma, y fuimos a visitarla. Todas sus posesione, su dormitorio, la ropa y el calzado que usa a diario… todo está como ella lo dejó al transformarse en un alma solitaria. Su estilo me gusta mucho. Iris es una persona que no tiene ningún problema en asimilar ni adaptarse a la modernidad, pero que es incapaz de rechazar y olvidar lo antiguo. Quiero decir que halló en ella misma la convivencia armónica entre lo nuevo y lo viejo. La ropa y el calzado, por ejemplo – llamó la atención elevando el índice derecho –. Nunca la vi usando otra cosa que no sea alguno de esos vestidos y zapatos tradicionales para ir a todos lados, incluso al trabajo en el banco Real, pero que a la vez no tiene inconvenientes en usar un traje de baño de dos piezas cada vez que va a… que se yo, al balneario o a la playa.
_Lo cual es algo muy bueno y agradable a la vista., agregó Wilson entre risas, y acto seguido pronunció la onomatopeya “¡ay!”, en respuesta al pellizco de Iulí, que también soltó una risita.

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 A las veintiuna en punto, la médica volvió a salir de la habitación y, con una sonrisa amplia, anunció al cuarteto:
_Isabel y cristal ya despertaron. Aún están algo desorientadas y soñolientas, pero no se preocupen. Son los últimos efectos de los sedantes, van a desaparecer en unos minutos. Ya les advertí que no hagan esfuerzo al menos durante una semana. Calculo que ese es el lapso que les va a demandar recuperarse de la conmoción.
_¿Podemos pasar a verlas?., preguntó Kevin.
_Por supuesto – accedió la médica, contenta y satisfecha por haber salvado a dos de sus congéneres –. Pero hablen bajo y no hagan mucho ruido. Recuerden que estamos en un centro médico.
“Hecho”, aceptaron los cuatro, e ingresaron a la habitación. Primero lo hicieron los padres, tomados de la mano, seguidos por el artesano-escultor, y el arqueólogo cerró la marcha, empujando la puerta hacia adentro tras su paso. Los cuatro observaron el entorno (Eduardo ya estaba “familiarizado”) e inmediatamente se concentraron en el par de camas, donde las atractivas hermanas, ahora con un aura violeta estable, se esforzaban por incorporarse. Vieron a sus compañeros de amores y a sus padres, felices y sonriendo por verlas despiertas, sanas y salvas, y se contagiaron a l instante esa alegría. “Hola”, saludaron débilmente, al unísono.



FIN



--- CLAUDIO ---

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