Habían arrancado con los preparativos cuando
promediaba la tarde del vigésimo quinto día del mes, comprando parte de las
cosas que habrían de usar más adelante, a finales del año. En su caso, no era
solo el par de días que formaban la “Transición”, como llamaban las hadas al
treinta y uno de Diciembre y el uno de Enero. Para Eduardo e Isabel, los
residentes de La Fragua 5-16-7, las celebraciones se extendían al treinta de
Diciembre, el de su cumpleaños, en este caso el número veinticinco. Esta vez
sería diferente para ambos, y por tanto decidieron que la ceremonia tendría que
ser grandiosa y quedar grabada en su memoria. En el caso del arqueólogo, por
cuya presencia sería distinto este treinta de Diciembre, era su primer
aniversario, literalmente, fuera de su casa y pueblo natal. Jamás había querido
que esa fecha tan importante y significativa para el transcurriera fuera de su
casa, habiendo llegado a pensar varias veces, antes y después de haber perdido
a sus familiares, que dicha celebración se hacía en su casa o no se hacía. Esta
vez, sin embargo, no tenía otra salida, aunque, por supuesto, no estaba a causa
de eso disgustado, ofuscado ni nada parecido. Era la primera fiesta de
cumpleaños fuera de su casa y de su mundo de origen. Nunca había soñado ni imaginado,
ni siquiera recurriendo a sus fantasías más locas, que a consecuencia de una
anomalía natural en el espacio y el tiempo terminaría catapultado a un planeta
a millones de años luz de distancia –, los conocimientos de las hadas en
astronomía eran inmensos – evento del cual faltaba alrededor de un mes para su
primer aniversario. Mucho menos que en este nuevo mundo, que guardaba enormes
similitudes con la Tierra, sabría quiénes eran sus habitantes, la especie
dominante. Las hadas superaban los cuatro mil millones en todo el mundo y
formaban una creencia tan arraigada en el desde su más temprana infancia, y,
como venía insistiendo desde aquella tarde en que despertara, en el dormitorio
hoy desocupado, nunca había imaginado hallarlas aquí, y menos en semejante
cantidad. “No creí en esto hasta no haberlo visto”, dijo más de una vez, en
referencia a otras formas de vida inteligentes, habiendo contestado algo
parecido a eso cuando la reina de Insulandia, Lili, se entrevistara con el esa
misma tarde, acompañada por Nadia e Isabel, la anfitriona. A su dicha
contribuyó el haberse enterado que los seres feéricos celebraban cada nuevo
aniversario de su llegada al mundo con toda la pompa. El origen de esa
costumbre se había perdido en el tiempo, no existiendo más que un estimado de
cinco milenios y cuarto antes del Primer Encuentro del establecimiento, el cual
había surgido como un modo de homenajear a las hadas por todo un año de
esfuerzos y sacrificios a medida que uno tras otro pasaban los años desde su
llegada a la edad laboral. Con el paso de unos pocos años, la celebración del
cumpleaños se extendió a cada año de las hadas antes de esa edad e incluso,
transcurriendo ya los últimos años antes del evento histórico por
excelencia, empezó a abarcar a otras
especies elementales, siendo los seres sirénidos – tritones y sirenas – los
primeros en incorporar la celebración del cumpleaños a su cultura. Conforme fue
pasando el tiempo, los siglos uno atrás de otro, las hadas fueron incorporando
nuevos elementos a esta costumbre, como los obsequios, la primera fotografía,
esa que se tomaran a los pocos días de haber nacido (un elemento surgido
durante el tercer milenio posterior al Primer Encuentro), la torta con una
única vela en el centro, celeste los hombres y rosa las mujeres, y las
canciones características, una infantiles, otras juveniles y otras más para
personas adultas. Y, como todo lo que formaba parte del acervo cultural de las
hadas, poseía una amplia gama de artículos, casi todos estos objetos
decorativos, y sus propios libros y textos que básicamente describían la
historia de los cumpleaños, su origen y evolución a través del tiempo. Como
todas las ceremonias “familiares”, la mayoría de los seres feéricos no sentían
muchos deseos de hacer esta fuera de sus casas, únicamente renunciando a eso
cuando la cantidad de invitados superaba la capacidad de las viviendas, en cuyo
caso optaban por llevarla a cabo en tal o cual espacio público, tan abundantes
y amplios estos en cualquier parte del mundo. Consecuente con aquello del
homenaje por los esfuerzos y sacrificios, para las hadas el cumpleaños era la
principal demostración del desarrollo y éxito individual, porque los individuos
como tales eran tan importantes como los grupos en la sociedad feérica. Había
casos en los que el cumpleaños era un día en la última semana de Diciembre o la
primera de Enero (Nios y Baui, en el calendario antiguo), y los protagonistas
sentían que la celebración podía extenderse no solo durante esas veinticuatro
horas, pudiendo complementarlas con la Transición.
Dos de esos casos eran Isabel y Eduardo, que
con el primer minuto del vigésimo sexto día del último mes quedaron a cuatro
días del cuarto de siglo de vida. Habiendo vuelto a su casa en la tarde
anterior, concluyeron que eso era todo por ese día y los dos siguientes en
cuanto a las compras para los últimos dos días de este año y el primero del
siguiente, quedando de nuevo demostrada la enorme utilidad de los cilindros
desarrollados por Kevin y sus socios, porque, en conjunto, esas compras debían
pesar un quinto de tonelada. Acumularon todas las compras en la cocina—comedor
diario, los almacenes y la sala principal, advirtiendo que eran tantas las
cosas que una parte de ellas sobreviviría a esas setenta y dos horas
consecutivas de festejos. “Lo que sobra en los cilindros falta en nuestros
bolsillos”, tradujo el arqueólogo al ir guardando varias de las compras en una
alacena. Pasaron a ocupar el espacio libre en los ambientes una centena de
pequeñas bolsitas de papel que contenían polvillo de diferentes colores, para
la preparación de jugo de diez sabores distintos (ciruela, banana, ananá,
naranja, mango, manzana, mandarina, limón, pera y uva), una treintena de
botella cuya capacidad era de dos litros, de seis tipos de bebidas alcohólicas
(ginebra, vino tinto y blanco, cerveza, sidra y licor, siendo estas dos últimas
otro rasgo típico de esta época del año); dos bolsas medianas, una de dos
kilogramos y la otra de uno, de té en hebras, otro par de café y otro de yerba
mate (Eduardo estuvo maravillado al saber de la existencia de este producto en
el mundo de las hadas); varios envases que totalizaban en peso los diez
kilogramos de numerosas amenidades, entre estas las papas fritas y los palitos
salados (otra razón del arqueólogo para estar maravillado); una catorcena de
obsequios que uno le daría al otro por su cumpleaños y en la noche de la
Transición, y en esta última a Iulí, Wilson, Cristal, Kevin e Iris, la única
persona a la que Eduardo e Isabel quisieron invitar a la celebración el
anteúltimo día del año – esta y la otra las llevarían a cabo en su casa – los
suficientes ingredientes como para preparar al menos diez de los platos
feéricos más típicos de esta época y que cada comensal pudiera repetir tres o
cuatro veces en el almuerzo y la cena, tanta comida compraron que no tendrían
necesidad de salir a buscar más en lo que quedaba de este año; otra tanda de
adornos nuevos que distribuyeron en el árbol de Akqeu, en la sala principal y
el frente de la vivienda, en el exterior; piezas pirotécnicas, que tampoco podían
faltar en ninguna de las dos ceremonias, las cuales auguraban espectáculos de
luces multicolores a la noche, y una generosa variedad de artículos, todos
relacionados con las fiestas, con los que completaron un gasto redondo de
cuatro mil soles con las compras de la tarde en los mercados centrales y otros
comercios de la Ciudad Del Sol.
Los días veintiséis y veintisiete de
Diciembre – Nios número veintisiete y veintiocho, respectivamente, en el
calendario antiguo –, aunque el enorme clima festivo y la atmósfera alegre se
mantuvieron constantes en ambos, Eduardo e Isabel no movieron un dedo en cuanto
a los preparativos. En su lugar, y hallándose ambos libres de toda obligación
laboral, lo estarían hasta el fin de la primera quincena del mes siguiente,
pasaron largas horas yendo por aire de un lugar a otro, de a tramos y a ratos
por tierra, sin ningún destino fijo. “Si que necesitábamos de un momento como
este”, se alegró Isabel, visiblemente contenta, mientras planeaban sobre unas
copas frondosas, más allá del río que circunvalaba la ciudad. Sacudiéndose de a ratos la cabellera de la
frente, veía como las personas abajo, sus congéneres e individuos de las demás
especies, estaban compenetrados con las festividades por venir, y parecía que
algunos aquí y allá hubieran adelantado esos festejos. Había voces alegres,
cánticos, bailes y la decoración era abundante. Todas las estructuras, o al
menos la mayoría de ellas (casas, fábricas, establos, oficinas…) estaban
visiblemente engalanadas y, por unos pocos comentarios aislados que alcanzó la
pajera a oír a su paso, no bien llegara el primer bimestre del nuevo año – diez
mil doscientos cinco –los insulares tendrían otra razón para conservar este
clima festivo, la alegría y continuar celebrando, aunque no se trataría de eventos
de alcance real, sino regionales. En el tercer trimestre de ese año, entre el
cinco de Julio y el veintiocho de Septiembre (Iiade número diecinueve y Clel
número veintitrés, respectivamente), aprovechando las tareas de restauración
que llevara adelante el Consejo de Infraestructura y Obras en la torre donde
funcionaban los Archivos Reales Insulares, en los subsuelos, producto del
desastre de fines de Marzo, hicieron un descubrimiento que de ninguna manera
hubiera pasado inadvertido. El hallazgo de un cofre metálico, algo oxidado,
perteneciente, esos obreros no tuvieron que ser expertos para advertirlo, al
período previo al Primer Encuentro. Transfirieron la pieza hallada al personal
del Consejo de Arqueología y Genealogía, que desarrolló una completa y
exhaustiva investigación a lo largo de ese trimestre y llegó a la conclusión de
que era la respuesta a uno de los misterios que todavía desvelaban a los
historiadores insulares: la correcta fecha del establecimiento de las fronteras
de las ocho regiones del reino. “¡Esto es sensacional!”, concluyeron los
investigadores, luego de confirmar la autenticidad de los documentos
descubiertos y datándolos entre un año y no y medio antes de las fechas
consignadas. Rebosantes de felicidad por el hallazgo, armaron una conferencia
de prensa en la primera semana de Octubre y en ella dieron a conocer al público
la noticia. Las hadas y otros seres elementales, en conocimiento ya que las
ocho regiones originales del archipiélago insular se habían fijado como tales
cinco mil setecientos noventa y seis años antes del máximo evento, el Primer
Encuentro, supieron que tales fechas correspondían a los meses de Baui y Entoh
del calendario antiguo, y sintieron un inmenso orgullo por haber recuperado
esas importantes fecha de su pasado, al fin y después de tanto tiempo – el
pueblo sabía que se estuvo buscando esa información durante milenios –. Las
placas de mármol junto a los monumentos
que indicaban el lugar del que provinieran los nombres habían sido modificadas
para incorporarles las fechas en ambos calendarios, y ahora cualquiera que
pasara por allí podía leer la nueva información y saber que Los Paraísos del
Arroyo de las Piedras Altas, la región central, había sido legalmente
establecida el once de Enero /Baui número once; Los Islotes del Lago del Cielo,
el quince, décimo quinto día en uno y otro calendario, del primer mes; El
Palomar Alto de la Colonia de los Rosales y Río de los Hermanos del Nueve de
Mayo, las regiones noroeste y noreste, los días diecinueve y veintidós del
primer mes (Enero /Baui); El Bosque Pacífico del Hada de los Deseos el treinta
y uno de Enero /Entoh número uno; La Tierra de los Astros Ocultos, al oeste del
reino de Insulandia, y bahía Rocosa de la Bella Vista, al sur, los días cinco y
catorce de Febrero (Entoh números seis y quince en el calendario antiguo); y El
Prado de los Enamorados Reales, fundada poco antes del establecimiento legal,
en la fecha Entoh número veinticuatro, o veintitrés de Febrero. El
descubrimiento en Julio y su anuncio tres meses más tarde había establecido los
ocho nuevos feriados en sus respectivas regiones, todos, de momento para el año
diez mil doscientos cinco, voluntarios.
_Como me encanta la historia, de verdad.,
comentó contenta Isabel, aun dando el paseo, ahora a pie, por un punto donde
confluían tres rutas regionales, un tanto alejada ellas y su compañero de la
Ciudad Del Sol.
Era una de las más grandes pasiones de las
hadas en todo el mundo, hoy como lo hubo se der ayer. Adquirían el gusto desde edades tempranas y
lo perfeccionaban con el paso de los años, leyendo todo tipo de libros y
artículos periodísticos, incluidos por supuesto los de las revistas
especializadas, coleccionando o comerciando toda clase de objetos antiguos y
asistiendo a obras de teatro que representaban pasajes históricos. Nunca
dejaban pasar la oportunidad, cada vez que esta se presentaba, de incluir tal o
cual acontecimiento más o menos importante de su pasado en sus conversaciones,
sin darle mucha importancia al lugar y al ámbito en que se encontraran. Y este
era un caso. Eduardo e Isabel recorrían por tierra y por aire las afueras de la
capital, observando los objetos decorativos, preparativos y hablando sobre
ellos con entusiasmo, cuando, habiendo captado unas pocas palabras de personas
que habían allí, abordaron el tema del hallazgo arqueológico (no se
resistieron, no pudieron ni quisieron, perderse la oportunidad de formar parte
del equipo de trabajo, como consultores), y de un evento que en pocas semanas
habría de cumplir los dieciséis milenios de existencia. Tanto se concentraron
combinando este aspecto de la historia con las celebraciones que dejaron pasar
unas dos horas y tres cuartos antes de darse cuenta que lo habían hecho. Allí
radicó el origen de las palabras de Isabel sobre cuánto le gustaba.
_Y a mi., coincidió Eduardo, mirando las
cintas de colores con que había sido decorado un poste de señales.
Al arqueólogo también le gustó la historia,
aunque nunca como desde el momento en que compartiera la primera salida con
Isabel, y esta le explicara que constituía una de las pasiones de las hadas.
Hasta esa tarde, la historia para el no había sido otra cosa que un pasatiempo,
y nunca tuvo mayor interés que el de recordar uno o dos nombres claves de
próceres y las tres o cuatro batallas o instantes de mayor importancia. Pero,
ya habiendo advertido que para los seres feéricos la historia era más que
nombres y fechas escritas en un libro o una revista para leer al pasar, se
esforzó por cambiar, su creencia en las hadas fue lo que lo motivó a hacerlo.
Eduardo estaba muy lejos de conocer a fondo la historia – probablemente nunca
lo estaría –, pero ahora estaba aprendiendo pasajes t momentos a medida que
llegaban las fechas (estaciones climáticas, fundaciones y creaciones, feriados,
días patrios…). Lo hizo a inicios del mes, descubriendo el porqué de la
presencia de un árbol decorado y su relación con la Jornada de la Buenaventura,
de ambos el surgimiento y desarrollo, y lo hacía ahora, estudiando el origen de
la celebración del cumpleaños en la sociedad feérica y la importancia para el
individuo. Y el motivo para esto era el vigésimo quinto aniversario, el suyo y
el de Isabel.
_Es ese enorme gusto lo que condujo al
surgimiento de la arqueología urbana, a que existan anticuarios por todo el
reino y a la creación de la ARH, cosa que celebro muchísimo., agregó el hada de
fuego, en tanto, desplegando sus alas, se preparaba para remontar nuevamente el
vuelo.
Eduardo la estaba imitando.
ARH era la sigla de la Academia Real de
Historia, una institución en el barrio La Paloma, el oeste-noroeste de la
Ciudad Del Sol, el dieciocho de Noviembre /Chern número diecisiete, de la mano
de un grupo de visionarios y eruditos en todos los consejos reales, que vieron
en ella un nuevo e ideal método para incentivar a las hadas a tomarse su
pasado, de este lo bueno y lo malo, no solo como un pasatiempo, sino como una
profesión, algo que tuvieran para sostenerse. ARH, que naciera en los
remanentes de tres fábricas abandonadas tras la Gran Catástrofe, había sido
concebida como un lugar para el aprendizaje en grupo, y por eso tenía una
marca, siendo una de las primeras en su tipo en Insulandia y a nivel mundial.
“Uno de los primeros pasos para el establecimiento de un sistema educativo
regular”, habían definido aquel día de Noviembre desde el Consejo de Cultura,
organismo que se transformó en su ente regulador desde el principio. La
información de la Academia Real de Historia había aparecido publicada en los
medios gráficos en la última semana de Noviembre, entre ella el período de inscripción
y los requisitos, los días y horarios de clases, la duración del ciclo lectivo,
las autoridades e instructores designados y el techo de la matrícula (la
cantidad de hadas que podrían inscribirse). La opinión general por la creación
de la ARH fue bastante positiva, tomando en cuenta cuál era su objetivo.
_Como todos, mejor dicho – hizo Eduardo una
corrección, ya en pleno vuelo, viendo, en un claro despejado, a un grupo de
hadas guardianas preparando el terreno para el último día del año. Desde allí,
el regimiento de granaderos, que tenía un cuartel en las cercanías, haría una
de sus ya conocidas demostraciones acrobáticas, y harían lanzamientos de las
monumentales luces pirotécnicas –. No conozco a nadie que haya opinado
negativamente sobre el nacimiento de la ARH… ¡ay, carajo, mi oído!.
Pasaron cerca de una torre. Lo bastante cerca
como para que la campanada, con la que los seres feéricos anunciaron las
diecinueve en punto, le perforara los tímpanos.
_Debilucho., apreció burlonamente Isabel,
agregando una sonrisa a las palabras.
Ella tenía tantas razones para sonreír y
demonstrar felicidad como su compañero sentimental. Llegaba a su fin el año al
que no dudó en definir como el mejor año de su vida. A mediados de Enero había
conocido al experto en arqueología submarina, su colega (literalmente) a causa
de un hecho atribuido al azar, un agujero de gusano que conectaba ambos mundos
cada cinco décadas, y pese al estado calamitoso en que hubo de hallarse aquel
día, cuando lo descubriera en el piso de una cabaña, supo que estaba en
presencia del hombre que en cuestión de semanas, en menos de dos meses, se
convertiría en su alma gemela, al descubrir que tenían tantas preferencias y
gustos en común. “Nada más lo advertí”, fueron sus palabras a sus amistades, cuando
le preguntaran acerca de lo que sentía por Eduardo. En ese mismo mes tuvo una
experiencia completamente nueva, que a su vez fue y continuaba siendo algo
desconocido y no muy practicado por la mayoría de las hadas: un beso de amor,
el primero de su vida. Tan gratificante fue para ella que aun retenía todos los
detalles de aquel instante, en el parque La Bonita, lo que había sentido y las
reacciones consecuentes, lo que opinó acerca de esa demostración de amor y lo
que otros opinaron, al conocerse la noticia del fuerte vínculo entre ambos. Y
pasó algo idéntico, con las mismas reacciones y opiniones, con la propuesta de
casamiento, por más que el contexto hubiera estado totalmente lejos de ser el
indicado. Estaban viviendo el peor desastre natural de los últimos cien años
cuando Eduardo, recurriendo a ese nuevo y desconocido aspecto, el de
arrodillarse exhibiendo un anillo de oro, le formuló la pregunta que
provocó una dicha enorme en el hada de
aura por entonces lila (“¿Querés casaste conmigo?”). En cuestión de días,
Isabel había descubierto lo que era eso que las hadas llamaban la fuerza más
poderosa de todas, por primera vez en su vida estuvo experimentando el amor,
aprendido casi al instante a tener a su lado una persona del sexo opuesto que
fuera más que un confidente y un amigo. Ahora estaba comprometida,, con un
casamiento pendiente y de ninguno de esos eventos ocurridos en el mes de Marzo
estaba arrepentida.
_¿Ese es otro aspecto de la cultura de las
hadas, cierto ¿? – llamó Eduardo alrededor de noventa minutos más tarde, ya en
el viaje de vuelta a Barraca Sola, culminando la jornada exclusivamente
dedicada al ocio – Emplear los tres o cuatro últimos días antes del treinta y
uno de Diciembre para hacer un repaso de cada cosa vivida, lo bueno y lo malo,
a lo largo del año.
_Si, tal cual – contestó afirmativamente
Isabel –. Es un balance y abarca a todos nuestros aspectos; la familia, el
trabajo, los amigos… repasamos cada cosa. Lo bueno para concluir el año con
otro tanto de alegría, y lo malo, sea lo que sea, para ver como lo podemos
mejorar. Hablamos de todas las cosas y opinamos acerca de ellas. Eso es lo que
vos y yo estuvimos haciendo ayer y hoy, por hablar solo de los dos últimos
días.
_Y vaya que los dos tenemos mucho para
hablar., agregó Eduardo, cruzando ambos el rió de circunvalación y llegando a
la Ciudad Del Sol.
Eso hicieron en lo que quedó de ese día, y
todo el siguiente, y hasta pasadas las veintitrés horas con cuarenta minutos
del veintinueve de Diciembre /Nios número veintiocho, cuando prefirieron
quedarse en la sala de su casa y recibir el día de su cumpleaños apoyados uno
contra otro en el sofá, al amparo de la luz de una catorcena de velas y oyendo
música en ese aparato que compraran
mediados de mes (otro prodigio tecnológico flamante) que reproducía
cilindros. “Esperar de esta forma nuestro cumpleaños también es otro aspecto
muy antiguo de nuestra cultura”, había explicado Isabel, tan concentrada como
su novio en los recuerdos tan bonitos y sus vivencias de este año.
El sábado veintiocho de Diciembre, un día tan
caluroso como cualquier otro, la pareja estuvo la mayor parte del día, desde
antes de la salida del Sol hasta entrada la noche, fuera de Barraca Sola,
habiendo estado en el Vinhuiga a la mañana y en La Bonita a la tarde, rodeados
en los dos lugares por cientos de personas de los dos sexos y una amplia
variedad de seres elementales. Ambos eran lugares muy concurridos a diario,
pero cada vez que iban llegando los días de la Transición la cifra de
visitantes trepaba a no menos del doble. En ambos fueron blanco de vítores y
aplausos y al final de la jornada no pudieron decidir que les había gustado
más, si las visitas en si o el hecho de haber estado socializando con las hadas
y los elementales. “Nuestras razones tenemos”, se dijeron uno a otro, cuando
reflexionaron acerca de esa popularidad y aprecio. En el caso de Isabel venía
del hecho de que aun figuraba entre las mujeres más lindas en Insulandia, pese
a haber reemplazado el don de la belleza por el del fuego; por ese cambio en si
(algo también vivido por su hermana), un evento con el cual se pudo establecer,
luego de ¡milenios! De estudios e investigaciones, que motivaba, u originaba,
el cambio en los dones y auras de las hadas; y por sus padres, por los logros
de estos en el deporte y el modelaje, con quienes se llevara a la práctica de
forma exitosa, la solución, perdida en el tiempo y olvidada desde la Guerra de
los Veintiocho, a uno de los más grandes misterios de todos los tiempos: como
podían volver las almas solitarias a la normalidad – un trabajo que otorgó a
Mücqeu, su autora, una enorme y póstuma gloria –. Esos no fueron los únicos
hechos, pero si los más importantes, junto a su relación con Eduardo, con quien
nunca había tenido una discusión ni una pelea, habiendo atravesado un noviazgo
color de rosa desde el primer momento, aquella noche de Marzo. “Este año me
sonrió como ninguno otro”, se alegró, al final del sábado.
Eduardo había visto como sus sueños y deseos
se volvían realidad desde el mismo momento en que advirtiera donde estaba, algo
en lo que estuvo pensando en esas escasas situaciones que parecieron adversas o
tener cierto grado de dificultad, para darse la confianza. En solo días vio y
sintió como volvía a tener todo aquello que el creyera perdido al creerse liquidado,
cuando estuvo cruzando la anomalía primero y al lanzarse con el paracaídas
después. A medida que el tiempo fue pasando vio todo eso establecerse, teniendo
por lo tanto una razón para estar feliz y sonreír. Descubrió muy pronto, casi
al instante, que las hadas eran tal cual la información de que disponía,
carentes de maldad y otros sentimientos negativos, y, por ende, amables,
sociables y dispuestas a dar su ayuda a quien lo necesitara. Por eso, Eduardo
pudo acostumbrarse y adaptarse en un tiempo fenomenalmente rápido, llegando a
estos últimos días del año teniendo un empleo fijo y bien pagado en el Museo
Real de Arqueología, haciendo aquello que por vocación el eligiera desde su
llegada a la adolescencia, razón que por si sola le daba prestigio y fama,
valiéndose las hadas de las arqueológicas y otras ciencias para no olvidarse de
lo que fueron. Fuera del ámbito laboral, Eduardo se hizo rápidamente de
amistades de ambos sexos y ganó la confianza de los vecinos, descubriendo que
podía contar con unos y otros en los buenos momentos y en los malos, y eso quedó evidenciado con
aquella jornada de Marzo en que,
inspirado por lo que otros estuvieron haciendo, puso su vida y su existencia en
juego, lo mismo que sus tres mejores amigos (Kevin, Lursi y Oliverio), para
salvar a otros. A causa de eso obtuvo una de las distinciones máximas del
reino, que quedaron comparativamente eclipsadas unos meses más tarde, cuando,
por haber contribuido a la resolución del misterio de las almas solitarias,
fuera premiado con otro de los máximos galardones que se otorgaban desde el
Estado, los de Servicios Sociales y Armonía y Concordia, que lo convirtieron en
un hombre adinerado. Ninguna de esas distinciones y beneficios, sin embargo,
significaban para el tanto, ni siquiera en conjunto, con lo que había siempre
querido recuperar: Isabel, Kevin, Cristal, Iulí y Wilson, que formaban su nuevo
grupo familiar.
El veintinueve de Diciembre, con nada más
amenazante que esas pocas e insignificantes nubes solitarias moviéndose en el
cielo, arrancaron la jornada un rato antes de las ocho de la mañana, tal era su
costumbre cuando no debían ir al trabajo. Desayunaron, como todos los días, en
la cocina-comedor diario-almacén, y acto seguido se pusieron manos a la obra.
Su idea era, desde ayer a la tarde, empezar, continuar y terminar los
preparativos para ambas celebraciones antes de que los relojes anunciaran las
doce horas en punto.
Y así lo hicieron, sonriendo al final de ese
plazo.
Recorrieron uno a uno los siete ambientes de
la vivienda – todos ellos, sin excepciones – y pasillos, ocupándose de no dejar
ni el mínimo rastro de desaseo, algo no muy diferente a sus tareas hogareñas
diarias. Quitaron del medio todo aquello que pudiera aportar a esa ausencia,
como las minúsculas telarañas en los rincones más caprichosos, unos cuantos
envases vacíos de vidrio, madera y cartón, la cera que se iba acumulando en los
candeleros y el polvo que se acumulaba en cada objeto expuesto al aire.
“Éxito”, dijeron al unísono, tomando una caja con todos los desperdicios no
orgánicos; decidiendo que la llevarían a la entrada de la casa más tarde,
porque luego pasaría una cuadrilla de la empresa CONLISE, siguiendo su
cronograma habitual, y el contenido tendría como destino final alguna de las
plantas TCD. Habiendo dejado ya la casa de punta en blanco, se ocuparon de la
decoración de los pasillos y ambientes. “Vos decidí”, accedió Eduardo, no
conociendo a fondo la costumbre de las hadas. Uno de los distintivos era la
fotografía más antigua del homenajeado junto a un cirio que tuviera el color de
su aura, y así lo hizo esta pareja: en aquel lugar antes ocupado por las
imágenes de Wilson e Iulí, en un pasillo, había un par de fotografías que
mostraban a Isabel, un bebé profundamente dormido, siendo alcanzada por una luminiscencia
de color violeta, y a Eduardo, ya adulto y con sus veinticuatro, impactado por
otro halo luminoso, este azul jacinto y celeste. “Los volvemos a encender a
medianoche” – dijo Isabel, apagando los cirios con un sutil movimiento de la
diestra – tienen el suficiente tamaño como para arder durante veinticuatro
horas”. Dejando las imágenes con sus respectivos cirios, se dedicaron a dejar
presentable la sala central., donde se llevarían a cabo parte de ambas
ceremonias. Movieron los muebles de manera tal que quedaran no solamente
agrupados en forma pulcra, sino también que permitieran el libre movimiento,
quedando la mesa contra la pared que separaba la sala de la
cocina-comedor-almacén, con una silla en cada extremo y tres más en el lateral.
En el otro extremo habían dejado el musiquero con una veintena de cilindros que
reproducirían canciones temáticas (cumpleaños y fin de año- año nuevo) y de
varios géneros, y movieron el decorado árbol de Akqeu al frente de la sala, en
el extremo lateral izquierdo. En el derecho agregaron otro par de estanterías
en las que pondrían las bebidas, aperitivos y una parte de la comida; y el
toque final fueron unas pocas guirnaldas
con colores discretos en los puntos más elevados, allí donde chocaban
las paredes con el techo cónico. Cuando terminaron el almuerzo dejaron la
vivienda y fueron a recorrer parte de los comercios del barrio, para comprarlas
cosas que aun necesitaban, y estuvieron de regreso dos horas y cuarto más
tarde, trayendo en el recipiente cilíndrico otro poco de comida, una variada
cantidad de golosinas, otro distintivo de las celebraciones de fin de año en la
sociedad feérica, un par de obsequios más, porque a media tarde de ayer habían
querido que Zümsar fuera el segundo
invitado extra familiar y otro quinteto de botellas, todos artículos que pronto
fueron dispuestos en la sala y la cocina. Cada uno de los invitados traería
otro tanto y cuando Eduardo e Isabel volvieron a pensar en eso, al ocupar el
sofá cuando los últimos rayos solares ya empezaban su retirada, advirtieron que
las ocho personas reunidas allí comerían, beberían y se divertirían a reventar
en un lapso de más de cuarenta y ocho horas consecutivas, no bien pusieran los
pies en la casa.
Siguiendo la costumbre feérica, la pareja
estuvo los instantes previos a la llegada de su cumpleaños en la sala, haciendo
repasos del año que ya se terminaba, hablando acerca del período de cincuenta
días en que Eduardo estuvo sin conocimiento, lo único que no estuvo, o casi no
estuvo, en las conversaciones de esta semana, hasta que miraron el reloj cucú…
Cinco…cuatro…tres… dos… uno…
La diminuta ave amarilla asomó en el reloj en
un muro de la sala.
-----
_Feliz cumpleaños, Isabel., le deseó el.
_Feliz cumpleaños, Eduardo., le deseó ella.
Nuevamente tomados de la mano, abandonaron el
sofá, recurriendo a los sutiles pasos de sus manos para apagar las velas, y
dieron por concluida la jornada al encender los cirios en el corredor, en esa
repisa donde el día anterior hubieron de dejar sus fotografías. Felices por cumplir
los veinticinco años, dormirían unas pocas horas antes de empezar con las
celebraciones en este día tan importante para ambos.
El alba del treinta de Diciembre /Nios número
veintinueve los encontró a ambos tendidos sobre la cama en el dormitorio
principal en posición cucharita (no había faltado la “acción” en la primera
hora del día), parpadeando rápidamente a causa de los rayos solares que se
colaban por la ventana. Empezaron la importante jornada al momento de haberse
despertado, incorporándose sin peros ni vueltas, y antes que se cumpliera la
primera hora y media, apenas antes de las ocho treinta, ya estaban aseados,
vestidos, con indumentaria y calzado tradicionales, como la fecha lo ameritaba,
y habían desayunado.
_¿Preocupado por algo?., quiso saber Isabel,
detectando esos lentos movimientos con que Eduardo repasaba, visualmente, la
organización y disposición en la sala.
El hombre estaba cruzado de brazos y no se
concentraba en nada en particular, sino que intentaba abarcarlo todo.
_Todo esto es nuevo para mi, y me gustaría
que salga perfecto. Ojalá nada haya sido pasado por alto – deseó –. Mi primer
cumpleaños en este mundo. No solo eso, también la celebración de mañana. Esas
dos son por lejos y por mucho las ceremonias más importantes de las hadas,
¿no?, según las tradiciones y costumbres. Precisamente porque es la primera vez
aquí quisiera que fuera perfecto, que nada vaya a salir mal.
_Nada va a salir mal, te log garantizo –
intentó tranquilizarlo Isabel, acercándose a el y apoyando la cabeza contra su
hombro derecho. No era eso para ella algo nuevo, porque Eduardo había
reaccionado igual ante cada evento importante desde aquel momento en que se
preparaban para ir a la plaza central el veintiuno de Marzo /Nint número veinte
–. Estuvimos organizando todo durante varios días, justamente para evitar esas
cosas. En cualquier caso, si estás inseguro, podría servir el que pienses en
las fiestas y reuniones que hubo a lo largo del año. En ellas no hubo nada
librado al azar y nada salió mal.
_No participé yo en su organización ni en los
preparativos., aclaró Eduardo, encendiendo el primer cigarrillo del día.
Tabaco, eso se consumiría hoy y los
siguientes dos días tanto como el alimento y las bebidas. Las ocho personas que
se reunirían en esta casa eran fumadoras.
_No me refería a eso, sino a tus reacciones y
preocupaciones antes que empezáramos a participar de aquello – especificó Isabel,
convenciéndose que, en la sala, todo había sido cuidadosamente planificado –.
Infundadas, claro. Al final descubriste que tus participaciones en las
ceremonias, en el cambio de las estaciones, por ejemplo, fueron ejemplares… aun
esa noche del treinta de Oxctubre /Norg número veintiséis – sus mejillas
ardieron y se enrojecieron –. Se pasaron los tres.
Fue el Día de la Diversidad Étnica y
Cultural, y cuando estaba concluyendo la ceremonia en barraca Sola, Eduardo,
Wilson y Oliverio tomaron a Isabel, Iulí y la princesa Elvia por la cintura y
les dieron sendos besos bastante apasionados que en tanto duraron, más de un
minuto, hicieron que las mujeres sintieran ese extraño cosquilleo en el
estómago y, claro, el enrojecimiento en la cara – esa clase de demostraciones
de amor en público, aunque no eran mal vistas, distaban de ser frecuentes y
habituales, y para muchos continuaban siendo desconocidas –. Los hombres
quedaron como héroes y sus compañeras, intentando superar uno y otro efecto,
amagando con cubrirse la cara en tanto no lo lograran, correspondieron de igual
manera los aplausos.
_Había que terminar esa ceremonia a lo
grande, de alguna manera en que ustedes y nosotros lo conserváramos en la
memoria, y creo que funcionó – justificó Eduardo, todavía recordando lo
grandiosa que había sido esa jornada –… y eso fue un aporte a la cultura, si se
quiere – esbozó una sonrisa de satisfacción –. Desde mediados de Marzo esa
clase de demostraciones afectivas están lentamente pasando a formar parte de lo
cotidiano en nuestra sociedad. Además, ni Iulí, ni la princesa ni vos se
molestaron, ¿o si?.
Isabel también sonrió.
Por supuesto que no se había molestado.
Así se lo hizo saber a su novio, enfatizando
también ella ese aspecto que de a poco se volvía cotidiano.
_Dudo que eso sea algo significativo e
importante, pero si lo tomo como una parte del todo, creo que cuenta – juzgó
Isabel, que con un fugaz movimiento de la vista a la ventana pudo detectar
como, desde el otro lado de la calle, se aproximaban su madre, Zümsar e Iris,
recibiendo los tres su bien ganada cuota de elogios –. Eso lleva a afirmar de
nuevo que en el Consejo Real tuvieron razón al decir que se van a esperar cosas
grandes de vos, Eduardo. Eso se cumplió hasta hoy. Tu conducta social es
intachable y puedo afirmar que eso no va a cambiar.
Se oyó entonces como alguien hacía sonar la
campana (un llamador) al otro lado de la puerta.
Entraron primero las damas, grandes amigas
desde hacía mucho tiempo antes del incidente de los padres de la cumpleañera, y
a continuación el hombre, en cuyas muñecas se advertían las escamas, una
secuela permanente de aquella vez en que
estuviera transformado por un período prolongado de tiempo. Los tres tenían
esas expresiones tan características, corporales y faciales, tan felices, producto
del ser de las hadas. Magnificadas por hallarse en la última semana del año y
por estar en una fiesta de cumpleaños que recién empezaba.
_¡Un muy feliz cumpleaños para los dos!.,
corearon al unísono.
Antes que nada, había un detalle que
solucionar, tan propio de los cumpleaños como los obsequios y la torta. “De
este me ocupo yo”, quiso Zümsar, haciendo chocar, como si fuera una pinza, el
pulgar y el índice de la mano izquierda, sonriendo – Eduardo dedujo que los
tirones de oreja no serían suaves – concluyendo con las palabras “Todavía me
duelen algunos huesos”. Los tirones, suaves o no, eran otro de esos
antiquísimos aspectos de los cumpleaños de las hadas, tan antiguo como la
celebración misma. Era un tirón por cada año de vida de los homenajeados, y
tenían ese “honor” las primeras personas en llegar junto a ellas. Zümsar estuvo
al lado de Eduardo, e Iulí a la derecha de su hija, y ambos hicieron una señal
con los ojos a Iris, que respondió y empezó a entonar una canción tradicional
de cumpleaños reservada para adultos. Y al compás de la suave voz de la
princesa (eso era Iris) empezaron los tirones, suaves los de Iulí y no tanto
los de Zümsar. No estuvo Eduardo molesto ni nada parecido a causa de eso,
porque de sobra sabía que las intenciones de su amigo no eran causarle daño,
sino divertirse, y comportamientos como ese serían una constante en este día y
los dos siguientes. Al terminar los tirones, la pareja izquierda del arqueólogo
estuvo definitivamente con un color rojo más intenso, en tanto que Isabel tenía
apenas un suave tono rosa. “Y es solo el inicio”, dijeron entre risas los
cumpleañeros, conscientes de que a medida que el tiempo fuera corriendo
acciones como esas serían mayores en cantidad y calidad, porque si había algo
que de sobra distinguía a los cumpleaños feéricos era la amplia variedad de
recursos a los que apelar para entretenerse y divertirse.
_Empecemos con los obsequios – quiso Iris,
dejando la mochila sobre un mueble, una mesa en la que al mediodía, durante el
almuerzo, pondrían una fuente con la comida –. No se ustedes, pero a mi es algo
de lo que más disfruto en estas ceremonias. Eduardo, empecemos primero con vos.
Iris, que había contraído una inmensa deuda
de gratitud con el cumpleañero, abrió la mochila y extrajo tres paquetes de
diverso tamaño, envueltos en un papel tan fino y bonito que hizo pensar a todos
allí que sería un pecado romperlos. “El que quieras”, le dijo Iris a Eduardo,
notando como este miraba el trío sin poder decidirse. Al final, eligió el de
tamaño intermedio, envuelto con ese fino papel de colores discretos.
Reconociendo la letra del arqueólogo urbano en la tarjeta que acompañaba al
paquete, lo desenvolvió con cuidado y descubrió un libro muy antiguo, o con ese
aspecto, dados los colores y materiales en la tapa y contratapa, titulado
“Compendio arqueológico submarino”, y con echarle un rápido vistazo a las dos
centenas y media de páginas le fue suficiente para ver que se trataba de una
enciclopedia con todo tipo de detalles, datos e información sobre cada aspecto
de esa rama de la arqueología. “¡Esto es excelente!”, dijo con emoción, en
tanto advertían los demás como los ojos le empezaban a brillar. Sind dejar de
agradecer ese obsequio a Zümsar con palabras y gestos, y sin ganas de soltar el
libro – le hubiera encantado sentarse y empezar a leerlo – tomo el segundo
paquete, este el obsequio de su futura suegra, y lo desenvolvió con el mismo
cuidado, encontrando dentro de la caja un magnífico y hermoso reloj de bolsillo
de oro que tenía el símbolo del agua grabado en la tapa, y Eduardo dudó apenas
una fracción de segundo si dejarlo sobre el libro o ponerlo ya mismo dentro del
bolsillo, enganchándolo al cinturón, optando por esto último. Y luego tomó el
regalo de Iris, de los tres el más grande, quitó el papel que lo envolvía y
descubrió como uno de sus talentos era ya conocido por la antigua jefa del MEU,
al ver esa enorme resma que según la etiqueta estaba compuesta por mil
quinientas hojas blancas para dibujo. “No sabía bien que regalarte, y pensé que
esto te gustaría. Vi tu éxito”, agregó, refiriéndose al trabajo que había hecho
Eduardo, a modo de pasatiempo en sus ratos libres, una centena de dibujos
representativos de la cultura de las hadas, que engalanaban hoy los muros de la
Torre del Consejo, en el Castillo Real. Eduardo quedó emocionado con los tres
obsequios, imposibilitado de poder opinar a favor de uno en detrimento de los
otros, de manera que, teniéndolos delante de él, no tuvo otras palabras para
pronunciar que “Son excelentes, se los agradezco a los tres de todo corazón”, y
los invitados sonrieron.
_Esas palabras tan francas forman parte del
ser de todos los nuestros, aprendiste rápido y eso habla bien de vos – elogió
Zümsar, acompañando las palabras con gestos manuales. Acto seguido, dijo a
Isabel –. ¿Vamos ahora con los tuyos?.
El hada de fuego movió la cabeza de arriba
hacia abajo, sabiendo, tanto como cualquiera, que los obsequios no se medían
por su valor monetario, sino por el simbólico. “Es el gesto lo que de verdad
importa”, era la opinión de las hadas, reflejada por Eduardo hacía tan solo
unos pocos minutos. Para uno y otro, era más importante que los invitados
estuvieran allí. Así lo sostuvo Isabel
al desenvolver el primero de los regalos, el de Zümsar, y hallar en el
recipiente toda una colección de finísimos perfumes para mujeres, en media
docena de frascos de diversos tamaños que eran tan bonitos como su contenido
(“Huelen muy bien”, dijo la dama, al destaparlos y acercar la nariz al pico de
cada uno) y el papel usado como
envoltorio. Estrenó uno de los perfumes allí mismo, con aroma a lavanda,
rociando una cantidad ínfima en su cuello. Unos pocos minutos luego, menos de
cinco, abrió el obsequio de su madre, y halló una magnífica colección de
productos de belleza, compuesta por pintura para uñas, lápices labiales, brillo
para ojos, cremas y otros diez artículos – “Mujeres”, opinaron burlonamente
Eduardo y Zümsar, a cuya reacción gruñó el trío de damas – quedando demostrado
cual era una de las grandes pasiones de las personas del sexo femenino.
“Gustos”, dijo Isabel, sonriendo al ver los productos de belleza y los
perfumes, al tiempo que tomaba el obsequio de Iris. “Ustedes dos mejor dense la
vuelta… o lárguense”, pidió entre risas a los hombres, que entre si
intercambiaron miradas, creyendo haber adivinado lo que contenían esas cuatro
pequeñas cajas que ahora observaba la cumpleañera. “Mejor nos vamos nosotras a
la habitación”, sugirió esta con las mejillas algo enrojecidas, a lo que su
madre e Iris accedieron sin dudarlo, y, en tanto enfilaban hacia el pasillo,
Eduardo lanzó la apuesta “Doscientos cincuenta soles a que el color de esa
lencería es el violeta… no, mejor que sean trescientos”, ante la risa de su
amigo. La última visión que tuvieron de Isabel, iris e Iulí fue a las tres
sintiendo como ese tono rojo se extendía aún más allá de sus mejillas, sobre
todo la hermana de Cristal. Las chicas se marcharon entre palabras alegres,
hablando acerca de los obsequios de uno y otro protagonista de este día,
dejando a ambos hombres en la sala, ocupando uno de los laterales de la mesa,
encendiendo un par de cigarrillos de la CTISE y destapando la primera botella
de la jornada. Usaron la telequinesia para llenar con vino tinto ambos vasos y
abordaron ese tema que hubieran tratado, tarde o temprano, en este día.
_Voy a tratar de que no sean muy aburridas
las palabras ni muy extensa la conversación, para no amargarte la celebración,
ni tampoco a Isabel., hizo saber Zümsar, quien desde aquella confrontación del
dos de Diciembre con los cumpleañeros prácticamente no había estado en la
capital insular.
_No importa – lo tranquilizó Eduardo –. Este
día va a ser perfecto, y es un hecho que este tema no la a restarle ánimos ni
diversión.
Zümsar se había referido, por supuesto, a su
permanencia de trece días, entre el siete y el diecinueve de Diciembre (Nios
números seis al dieciocho), en El Palomar Alto de la Colonia de los Rosales y
La Tierra de los Astros Ocultos, las regiones del noroeste y del oeste,
respectivamente, del reino de Insulandia. Para los seres feéricos y elementales
que supieran de el, posiblemente millones, después del incidente de comienzos
de este mes, había estado allí haciendo su trabajo, comprando, hallando o
intercambiando objetos más o menos antiguos, eso hacía básicamente un
arqueólogo urbano, y si así pensaron los habitantes, acertaron, pero solo en
parte. Ocuparse de su máxima pasión había sido uno de los motivos de su viaje a
esas regiones insulares, aunque de ambos no el más importante, algo para nada
frecuente cuando se ausentaba de Plaza Central y sus motivos eran más de uno.
“Iris es la única persona que lo sabe, y con detalles”, avisó Zümsar, antes de
continuar el relato, oyendo, tanto como Eduardo, las voces alegres y risas de
las damas. Desde que se recuperara del extraño incidente que implicara un
control sobre su mente, conciencia y movimientos, el arqueólogo urbano se había
fijado como la meta irrenunciable averiguar quién o quienes lo habían hecho,
cómo y con qué propósito. Con la poca o casi nula información de que disponía,
consistente esta en los resultados de los exámenes médicos posteriores a su
vuelta a la normalidad, los testimonios de las hadas médicas que se ocuparon de
el y los escasos, vagos y aislados recuerdos que conservaba del período de
tiempo comprendido entre el veintiocho de Noviembre /Chern número veintisiete y
la mañana del dos de Diciembre /Nios número uno, cuando se produjera su ataque
involuntario contra los nagas en viaje, hembras que se preparaban para desovar
t machos que les brindaban protección, y la batalla contra Isabel y Eduardo.
Zümsar no pudo hallar ningún indicio que arrojara luz sobre las preguntas que
se formulara al decidir emprender este viaje – quien, cómo y por qué – aunque
eso no necesariamente significaba, como dijo Iris al estar de vuelta y como
estaba diciendo ahora al cumpleañero, que esas respuestas no estuvieran allí.
“Trece días son muy poco tiempo para algo tan complejo como lo que me pasó a
mí”, supuso Zümsar, tratando de justificar los resultados insatisfactorios. A
su regreso a Plaza Central, complementó los resultados médicos y escasos
recuerdos con libros y enciclopedias sobre temas y disciplinas que, creía el,
podían tener vínculos con su incidente.
_¡Pudiste averiguar algo nuevo?., le preguntó
Eduardo, agudizando los o{idos.
Afuera de la casa se escuchaba, en mayor
cantidad, lo mismo que adentro: risas y voces alegres. Iris, Isabel e Iulí
debían de haber terminado de observar el tercero de los regalos – el
cumpleañero ya saboreaba los trescientos soles, porque al captar unos pocos
sonidos y palabras descubrió, en efecto, que se trataba de lencería violeta… y
Zümsar le dio las tres monedas de cien – y de un momento a otro volverían a la
sala.
_Nada, para ser franco – contestó el hada del
rayo, sintiendo decepción a causa de eso, apagando la colilla en el cenicero y
terminando el contenido de su vaso –. Solo afirmaciones de lo ya conocido.
Alguna toxina se metió en mi organismo, eso es cierto. Alguien pudo ejercer
control sobre mí, eso también. Pero nada más. Apenas tengo una sospecha sobre
el quien o quienes, pero no el cómo ni el para qué. Esa sospecha, si bien es
mínima, tiene validez para mí, aunque no puedo probarlo… por ahora, al menos.
_¿Los ilios?., inquirió Eduardo, recurriendo
a su habilidad telequinética, común a todos los seres feéricos, parta tener a
su alcance un paquete con papas fritas.
Era el momento de “inaugurar” las amenidades.
_Si – contestó Zümsar, con convencimiento
suficiente – Pero falta mucho para que pueda demostrarlo o descartarlo. En
cualquier caso, me interesa saber también la respuesta a las otras dos
preguntas, y por qué me “eligieron” a mi. Como sea, quien haya sido lo va a
lamentar – y concluyó, procurando, como dijera, no trayendo pálidas a un día
festivo – Lo voy a llevar de los pelos, literalmente, desde el lugar en que lo
encuentre, hasta la oficina de Olaf, y que el y los guardias reales decidan su
suerte… eso si estoy de muy buen humor. Nadie se mete con un hada del rayo y
sale ileso, porque… cuidado que allí vienen.
Tal cual, las mujeres estuvieron de vuelta,
tan animadas como cuando se fueron. Isabel ya había estrenado una parte de los
productos de belleza que le regalara su madre, lo que motivó a su compañero de
amores a decir con voz clara “Más linda que nunca”. Las reacciones del hada de
fuego fueron las acostumbradas ante esa clase de cumplidos, y, mientras las
tres se sentaban en torno a la mesa, a Iulí se le ocurrió preguntar a los
hombres sobre que hablaban, advirtiendo el silencio repentino que hicieron
ambos al verlas de vuelta.
_Planeamos visitar el Mercado Central
Editorial y Gráfico para conocer por dentro las instalaciones donde editan
“Ciento Veintitrés”, contestó Eduardo de inmediato, arrancando los aplausos por
parte de Zümsar y gruñidos por la de las damas.
“Teníamos razón, nena” – dijo Iris a Iulí –,
“todos los hombres son unos calentones”; y complementó el gruñido con un suave
codazo. Allí quedó en evidencia que a ella y a Zümsar los unía algo más que la
fascinación por lo antiguo, las tradiciones, la amistad y el desarrollado
sentimiento anti-ilio. Por supuesto que la antigua lideresa del extinto MEU ya
sabía de qué estuvieron hablando, convinieron decírselo a Eduardo no bien fuera
el momento indicado, porque el incidente del experto en arqueología submarina –
transformarse involuntariamente en el megalodón – había empezado con la misma
toxina, una de origen vegetal. Pensaron que tenía que saberlo, y a la vez que
la conversación tomaba un nuevo rumbo, sobre cómo habían sido las fiestas de
cumpleaños de Eduardo en la Tierra, convinieron que hablarían a fondo acerca de
ambos incidentes no bien este día y los de la Transición fueran aquello que los
cinco individuos allí presentes querían: un recuerdo tan bello que no
desapareciera nunca.
A las once horas en punto llegó Wilson a la
casa de su hija y su futuro yerno, tal cual lo prometiera en la jornada
anterior. Encontró en la sala central de la vivienda a l par de cumpleañeros y
a los tres invitados, todavía hablando sobre las anteriores celebraciones del arqueólogo, de este tema los últimos y menores detalles.
Estando ya en la sala fue recibido por todos los presentes con risas y
aplausos, produciéndose una nueva tanda de apretones de manos a los hombres y
abrazos a las mujeres, a modo de saludo. “Perdón por la demora”, se excusó,
dejando los regalos sobre la mesa, y todos lo supieron disculpar. En la noche
de ayer, y hasta las dos de la mañana de hoy, Wilson había estado participando
en la fiesta de fin de año que habían hecho en el CoDeP, el Complejo Deportivo
de Precisión, en el barrio Arroyo Brillante, para sus socios y personal.
“Estuvo magnífica esa reunión”, fueron las palabras de Wilson cuando le
preguntaron acerca de ella, e instando con señas y gestos a los cumpleañeros
para que tomaran sus regalos y los abrieran, delatando con su tono que todavía
experimentaba la atmósfera festiva de esa ceremonia – Iulí había participado de
una similar el veintiocho de Diciembre /Nios número veintisiete, en el
instituto donde trabajaba enseñando y participando de desfiles de moda –… y que
no había descansado lo suficiente. Eso le importó poco o nada, naturalmente,
porque Wilson, que estuvo siempre habituado a ese estilo de vida, en
movimientos casi constantes no menos de catorce horas diarias, entrenando o
participando en competencias deportivas, y haciendo todo aquello que había de
uno u otro modo formado parte de su vida previa a transformarse en un alma solitaria. Incluso había salido a la luz, a causa de los
amarillistas, la visita de la pareja cuando se cumpliera la primera quincena de
su recuperación, a “Los Tres Astros”, el más antiguo hotel alojamiento de la Ciudad
Del Sol, así llamado por sus fundadoras, tres mujeres de nombres Sol, estrella
y Luna, en el barrio Aserradero Ema. “Malditos amarillistas”, fue la opinión
inmediata de Wilson e Iulí, al ver la nota en los tabloides. Ambos e Iris se
habían adaptado fenomenalmente rápido estando ya de regreso, en cada ámbito en
los que estuvieron antes del accidente. Este era uno de ellos: las fiestas.
Siendo los padres de Isabel celebridades, uno de ellos en el mundo del deporte
y el otro en el del modelaje, justos acreedores de fama y popularidad, las invitaciones
a toda clase de eventos (sociales, culturales, deportivos…) eran algo casi
cotidiano, y tuvieron que reconocer que eso también estaría presente, aquel día
en que Kevin y la princesa Elvia
llevaron a la práctica el trabajo de Mücqeu. La de anoche había sido otra de
las tantas invitaciones que recibiera Wilson, lo mismo que Iulí el día
anterior, y para los dos fue simbólica y diferente; no solo porque se había
tratado de las ceremonias de fin de año en esas instituciones, sino también
porque fueron las invitaciones número cien que recibiera cada uno, y la número
cincuenta que aceptaran. “Viene con eso de ser famoso”, explicó Wilson, en
tanto Eduardo e Isabel desenvolvían sus regalos, envueltos también con un papel
muy fino, y encontraban dos de los más recientes prodigios tecnológicos de la
industria insular: una decena de nuevos cilindros producidos por la empresa
mixta IMI –Industrias Musicales Insulares – para ese musiquero que la pareja
había comprado tiempo atrás, los cuales traían veinte de las piezas más
grandiosas de la historia de las hadas. El otro obsequio fue una máquina de
escribir, de un modelo de fabricación reciente, y por tanto más sofisticado.
Eran ya conocidas las aficiones de los cumpleañeros por la música y la
escritura, de modo que Wilson no tuvo que pensar mucho a la hora de elegir los
regalos. Y ese era solo uno, pensaba Eduardo, advirtiendo cómo funcionaba esta
máquina, y en tanto Isabel estrenaba uno de los cilindros (cuando el vals
empezó a escucharse todos allí cerraron sus ojos y quedaron inmóviles
momentáneamente, permitiendo que esas notas tan agradables les llegaran incluso
por los poros): le sería muy útil para el trabajo. “Esos reportes son más bien
extensos”, dijo en voz alta, recordando las conclusiones sobre su última tarea
en campo abierto. Cuando esa observación terminó, y la primera pieza de vals
cedió su espacio a la segunda, el par de cumpleañeros no demoró un instante en
descubrir que la fiesta ya había tomado
su forma e iniciado como ellos la imaginaron, a lo grande: ya estaban presentes
cuatro de los seis invitados – Cristal y Kevin les habían dicho que llegarían
poco después de las once y media –, ya se oían las maravillosas notas en el
musiquero, los temas de conversación sobraban y se estrenaron ya las bebidas,
aperitivos y cigarrillos. De momento, eran estas seis personas adultas que
formaban tres parejas en sus tres etapas, donde Iulí y Wilson eran un
matrimonio, Eduardo e Isabel un noviazgo comprometido y Zümsar e Iris uno que
recién estaba dando sus primeros pasos, y a este y sus protagonistas estuvo
dedicado el tema que los mantuvo ocupados durante los treinta minutos que
siguieron hasta las once y veinte. “Va a ser otra comidilla para los
chimenteros y amarillistas”, vaticinó Iris, convencida de que tendría éxito, y
pensando que todavía se hablaba, y bastante, de la relación entre Lili, la
reina Insular, y Elías, el príncipe ártico que había llegado para quedarse y
poder así continuar ese vínculo, llevándolo al siguiente paso. Como todas las
mujeres, Iris, Isabel e Iulí quedaron encantadas al conocer la noticia,
motivadas por el atractivo físico del hijo menor de Suen y Búmeli. Como todos
los hombres, Zümsar, Wilson y Eduardo protestaron por eso, viendo
simbólicamente al príncipe Elías como una competencia. “A ver qué se siente”,
rieron burlonamente las damas en más de una oportunidad.
Finalmente, a las once y media, tal cual lo
habían informado el día anterior, llegaron Cristal, una de las médicas
privilegiadas que tendría libre este día, y Kevin, que, como sus socios
comerciales, tendría vacaciones hasta la segunda semana de Enero. Ambos
formaban otro noviazgo comprometido. Entraron a la vivienda y tuvieron a la
vista una gran atmósfera festiva que envolvía a cada uno de los presentes, la
misma que los veía envolviendo a ellos desde hacía una semana. Cristal y Kevin
rápidamente se abocaron a saludar a todo el mundo allí, empezando por los
cumpleañeros – otro importante aspecto del rito del cumpleaños, saludar al
llegar en primer lugar a la persona homenajeada – y continuando por orden
alfabético, mostrando al cabo de los saludos a Zümsar, en quien detectaron una
“curiosa” manchita roja en la comisura (del mismo tono que el labial que estaba
usando Iris; Kevin y Cristal sonrieron), los obsequios a ambos homenajeados, a
quienes se los entregaron siguiendo otra de las tradiciones de los cumpleaños
feéricos, con movimientos sobrios y elegantes de los brazos y las manos. El
regalo de Kevin fue particularmente llamativo: había escuchado tan concentrado
el relato de Eduardo sobre el momento del despegue, un evento que estaba a poco
de cumplir su primer aniversario, que no tuvo problemas a la hora de
reproducir, tal cual el lo oyera, la pista secundaria en ese tramo donde estuvo
estacionado el antiguo monomotor; era una delicada figura de cerámica de
treinta centímetros por treinta que mostraba tal cual ese instante en la vida
de Eduardo, quien aparecía trepando por la escalerilla hacia la cabina. “Es
perfecto”, opinó en voz alta el arqueólogo submarino, detectando el único
espacio libre en una de las estanterías, dejando allí la pieza, con sumo
cuidado, y, sin dejar de mirarla, pensando que sería algo muy útil para cuando
sintiera deseos de revivir tal o cual parte de su pasado: esa pieza actuaría
como un estimulante para su memoria. “Se cuánto te gusta esto, así que se que
te va a venir bárbaro”, dijo Kevin acto seguido, dirigiéndose a su futura
cuñada, que quitando el papel descubrió un sobre de color violeta, y dentro de
este una orden de compra, válida para cada uno de los comercios en el Mercado
Central Textil y el Del Calzado, por un total de cien mil soles. “Mujeres”, se
mofaron los hombres (y cada uno se hizo acreedor de un codazo leve y un
gruñido), sabiendo de sobra que la ropa
y el calzado eran dos de las grandes pasiones de todas las hadas del sexo
femenino. Cada uno de los cumpleañeros agradeció cordialmente sus obsequios al
antiguo jefe del MC-A, y fue entonces que la hija menor de Wilson e Iulí la que ofreció los suyos. El de Eduardo,
voluminoso y pesado, eran nada más y nada menos que siete tomos en los que
estaba recopilada la historia del reino de Insulandia desde la histórica fecha
del Primer Encuentro hasta fines del noveno milenio. “Son muy pesados, con
razón el recipiente”, notó el homenajeado con toda facilidad, la misma que le
bastó para saber que cada tomo, escrito en el idioma antiguo, tenía trescientas
páginas. “Además te van a servir para continuar tu aprendizaje de ese idioma”,
apreció su compañera de amores, en tanto Cristal guardaba el cilindro en su
cartera. Solo con mirar la portada del primer tomo, la fascinación de Eduardo
por la historia pareció superar incluso sus propios límites. “Y ahora” –
anunció la prometida de Kevin – “…que los hombres se larguen o cierren los ojos
y se los cubran con fuerza con las manos, por favor”. “Bien, son otros
trescientos soles”, se alegró Eduardo, que dejó la sala seguido por Kevin,
Wilson y Zümsar. Se fueron al exterior de la casa con su provisión de
amenidades, bebidas y cigarrillos, lo suficiente de los dos primeros artículos
como para engañar al estómago hasta el momento del almuerzo. De inmediato
oyeron las risas en el interior de la sala, con las voces mezclándose, y la
advertencia de las damas con frases como “¡No espíen por la ventana, mirones!”.
“No importa, ya me voy a enterar a la noche”, replicó Eduardo con una voz medio
alta, casi seguro de que su compañera de amores tendría ya enrojecidas las
mejillas, y oyendo el y los otros palabras como “guarango” o “grosero2. Entre
risas producto de este día especial, los hombres se concentraron
momentáneamente en todo aquello que podían oír y ver desde allí. La gran
atmósfera festiva se manifestaba principalmente con esa destacada cantidad de
hadas que andaban por allí con el espíritu festivo y los ánimos por las nubes,
siendo las de menor edad quienes lo demostraban con mayor efusividad,
corriéndose unos a otros los individuos en procura de jugar y divertirse. Cada
tanto se escu8chaba también el ruido más o menos disperso de las piezas de
pirotecnia, y las vocalizaciones de las diversas especies elementales que se
sumaron a los festejos, incluyendo a los gnomos, los liuqis, algún que otro
naga disperso y los vampiros, para quienes era esta una de esas escasas y raras
veces en que rompían su hábito y costumbres nocturnas. Decidieron los cuatro
hombres que la jornada era perfecta y lo seguiría siendo.
Cuando fueron las doce menos cinco, la
atmósfera festiva, producto del cumpleaños y de la última semana del año, no
impidió que se produjera en la casa otra de las costumbres más antiguas de la
sociedad de las hadas. “¡Qué bien, la comida!”, celebraron los hombres, que de
vuelta en la sala estuvieron concentrados en uno de los temas que más los unía,
los deportes, en particular el balonmano. “Machistas sin cura”, protestaron las
damas, marchando hacia el ambiente de junto. Por ser hoy este día tan especial
para ella, la prácticamente flamante hada de fuego cumpleañera no movería un
dedo, estaría allí viendo e interactuando con Cristal, Iulí e Iris, una de sus
mejores amigas. Estarían en la cocina-comedor-almacén las cuatro durante los
siguientes treinta a cuarenta y cinco minutos, sacándole provecho a lo grande a
los nuevos cilindros (se llevaron consigo el musiquero) y maravillándose del
nuvo modelo de cocina que los residentes instalaran poco más de una semana
atrás – el quinto premio, de un total de doce, en un sorteo organizado por el
flamantísimo Mercado Central de Artículos para el Hogar, el “MC-AH”, un coloso
fabril y comercial en el kilómetro treinta y siete y medio de la “Calle de los
Mercados Centrales”, inaugurado a fines de Noviembre –, un prodigio tecnológico
reciente que les permitía tener lista cualquier comida en las tres cuartas
partes del tiempo que se demandaba con el modelo antiguo, el cual había sido
comprado pocas horas después de ser desinstalado por Zümsar y ahora estaba a la
venta en su comercio de antigüedades en el barrio Plaza Central. “Eso y que
casi todo el humo y los vapores van a parar al exterior de la casa”, volvió a
alegrarse la cumpleañera, mientras movía las piezas del musiquero y las damas
empezaban a preparar el almuerzo: una clase de pastas típica de esta época del
año rellena con espinaca, muy parecida a los ñoquis, con abundante salsa roja,
en tal cantidad que cada comensal pudiera repetir al menos tres o cuatro veces,
y eso solo en el almuerzo. En la sala, en tanto, los hombres no demoraron mucho
en enfrascarse en una de sus acostumbradas y características discusiones sobre
ese que era su tema favorito, los deportes. “Casi igual al fútbol en la
Tierra”, comparó Eduardo, cuando hablaron sobre el nuevo torneo de balonmano,
que entraría en vigencia en diez mil doscientos seis, donde los ciento ocho
equipos quedarían agrupados en dos categorías superiores de veinticuatro, dos
intermedias de veintidós y una inferior de dieciséis, de acuerdo a los puntajes
y promedios que hubiesen obtenido en diez mil doscientos cinco; todas las
categorías tendrían partidos de ida y vuelta y se jugarían entre Marzo y
Octubre. Todos los presentes en la sala ya habían leído en los diversos medios
informativos acerca del nuevo torneo, aprobado en Noviembre, y hallado la
información sobre el del año siguiente, prestando especial atención a los
posibles horarios y la información de sus equipos predilectos: Kilómetro
Treinta y Ocho Eduardo y Kevin, Seis de Mayo Wilson y Centeno, el equipo del
barrio Plaza Central, Zümsar, cuatro de los equipos que entrarían en la máxima
categoría con el nuevo esquema. De allí, las conversaciones se extendieron a
otra decena de deportes, incluido el real insular, la natación. De a ratos fueron escuchando conversaciones
provenientes del exterior, volviendo a afirmar que el período de Transición
pareció haberse adelantado un día, por esos comentarios tan alegres, y las
voces de las mujeres los acompañaron durante los dos tercios de hora, lo mismo
que los valses en sucesión, hasta que Isabel se asomó a la sala principal y
pidió a todos “Vayan preparando todo, en un momento estamos ahí”. Acto seguido,
apagando los cigarrillos y llevando el cenicero al rincón más alejado de una
estantería, dispusieron sobre el impecable mantel de colores discretos las
copas, cubiertos, platos y las botellas, además del recipiente repleto de pan y
el frasco con queso rallado. Esperaron un momento…
… Y aparecieron en fila las damas,
encabezadas por Isabel, quien fue directo a una de las cabeceras de la mesa, el
lugar que según la costumbre debían ocupar las hadas en su jornada del
cumpleaños en el almuerzo y la cena (Eduardo ya estaba en el extremo opuesto).
Su madre y hermana llegaron detrás de ella llevando una fuente de porcelana con
la pasta, una cantidad de esta más bien grande que no debía tener un peso
inferior a los diez kilogramos, e Iris cerró el grupo trayendo consigo la
fuente repleta con una humeante salsa roja. ¡Y había más de ambas, en
cantidades iguales a estas!. Así se lo hizo saber Isabel a los hombres, en
tanto las ocho personas se reunían, de pie, en torno a la mesa. Otra de las
costumbres en los cumpleaños de las hadas implicaba que al momento de las
comidas los homenajeados debían ocupar sus lugares en primer lugar, después sus
parientes y por último los invitados externos al grupo familiar, y la siguieron
tal cual, debiendo ser en los tres casos las mujeres quienes lo hicieran en
primer término, y luego los hombres, sin importar la edad en ninguno de los
sexos: ambos expertos en arqueología submarina (los anfitriones) ocuparon los
extremos de la mesa, después de servirse raciones generosas en sus platos, los
siguieron Cristal, Iulí, Kevin y Wilson y cerraron Iris y Zümsar, ocupando los
padres y la hermana de la cumpleañera el lateral que daba a la cocina. Y
pronunciaron la frase, en el idioma antiguo, con que se daba inicio en todas
las ocasiones especiales al almuerzo y la cena, con voz clara y alta
“¡NUTVIGSAFOT VÎT BUISNAEM!” – “Disfrutemos este almuerzo” –, y de inmediato
empezaron a saborear y disfrutar de un plato por demás exquisito.
_A la noche es una frase parecida, “NUTVIGSAFOT
VEIT PEDI! – ilustró Zümsar al cumpleañero –, significa “disfrutemos esta cena”.
Los primeros cinco minutos del almuerzo, tal
vez un poco más, combinaron el tintinar de los utensilios de manera continua
con unas breves palabras para ilustrar a Eduardo sobre el origen de esas dos
frases, que se remontaba a los tiempos de la religión biteista de las hadas. En
algún momento de ese período, los líderes religiosos habían propuesto decir
palabras de agradecimiento a ambos dioses por los alimentos que se iban a
ingerir, y así fue que nació la frase “Disfrutemos esta comida que le
agradecemos a Vica y a Aldem”, la cual se pronunciaba teniendo los ojos
cerrados y los dedos entrelazados con las manos a la altura de la frente. Extinta
ya la religión, la frase continuó figurando porque las hadas quisieron
conservar aspectos de esa era que les fuera gloriosa, aunque modificaron la
frase, quitándole los nombres de ambas figuras divinas y diferenciando el
alimento entre almuerzo y cena, y la reservaron para las ocasiones solemnes. “Los
cumpleaños son una de ellas”, concluyó Isabel, al tiempo que sus padres
explicaban a Eduardo que también habían sido quitados del ritual el hecho de
tener los ojos cerrados y los gestos con las manos. “Una época con aspectos
buenos y malos”, interpretó el cumpleañero, logrando la aprobación de su
compañera sentimental y los seis invitados.
Al cabo de casi sesenta minutos, los
comensales concluyeron que nada tuvo desperdicio. “¡Estuvo excelente!”, fue la
opinión común, todos acompañándola con gestos de satisfacción y felicitando a
las damas por tan magistral almuerzo. Los platos estuvieron tan vacíos como las
fuentes, terminando apenas con unos pocos e insignificantes salpicones de esa
exquisita salsa roja que pronto se transformaron en el polvillo recolectado en
un vaso (más tarde lo esparcirían fuera de la casa), once de las botellas,
entre bebidas alcohólicas y no alcohólicas, fueron, estando ya sin una gota, a
parar a un solitario rincón en uno de los ambientes de junto. Allí se quedarían
hasta el dos de Enero, cuando los empleados de la empresa CONLISE retomaran sus
tareas de recolección – el vidrio iría a las plantas TCD, donde lo fundirían y
reciclarían – entrado ya el nuevo año. Ambos cumpleañeros y los invitados
almorzaron opíparamente y compartieron unos con otros, amenizando más aún ese momento,
sus vivencias de años anteriores en las ceremonias de cumpleaños de cada uno,
conversaciones en las que sobresalieron Eduardo, un completo desconocido para las
hadas hasta la segunda quincena de Enero, cuyos relatos evidenciaron las
similitudes entre las celebraciones en que hubo el de participar, como protagonista
e invitado, y las de este mundo, e Iris. “Gracias por ese honor”, dijo ella, a
quien reconocieron (porque eso era, justamente) como la persona de mayor edad
en esta reunión, con ¡cinco mil ochenta y siete años! Cumplidos el dieciséis de
Octubre / Norg número doce, y por tanto fue la indicada para otra lección de
historia, esta vez sobre como habían ido cambiando, incorporando o eliminando
aspectos, estas celebraciones tan importantes para los seres feéricos como
individuos. Llegadas las trece cuarenta y cinco, no quedó un vestigio del
almuerzo en la sala más allá de las copas, e Isabel y Eduardo vieron, otra vez
reuniéndose en torno a la mesa, que este día había resultado hasta ahora tal
cual lo imaginaran y como lo desearan: perfecto y sin un solo contratiempo.
_Otro aspecto de los cumpleaños de las hadas,
otra de las cosas que hacemos en algún momento del día., anunció Isabel, volviendo
a la sala con un pesado libro en sus manos.
Era su álbum fotográfico, un objeto que ella
trataba como un tesoro de valor incalculable teniéndolo como uno de sus objetos
materiales más preciados. “Acérquense”, pidió, y su novio, Cristal, Kevin, Iulí,
Wilson, Iris y Zümsar arrimaron las cabezas en torno a la cumpleañera. “Éramos
tan jóvenes”, fue el primero de los comentarios, por parte de su hermana,
viendo la tapa del álbum, en cuyo centro estaba la primera fotografía de
Isabel. Un bebé de exactos seis meses profundamente dormido en el que se
advertía un débil contorno lila, envuelto en una pijama de ese mismo color
(este detalle no se apreciaba, siendo la foto una toma en blanco y negro) que
el hada conservaba como otro de sus recuerdos invaluables. “La foto a esa edad,
si se quiere llamar así a un período tan corto, es otro aspecto”, dijo, en
referencia a la cultura feérica.
“A mirar las fotos”, anunció, corriendo la tapa
y viendo ella y los otros una de las imágenes con mayores cargas simbólica y
emotiva.
Entretenidos además con la música festiva de
dos de los cilindros que obsequiara Wilson, observaron durante alrededor de una
hora las dos centenas de imágenes en blanco y negro y otras diez fotografías a
color, las más nuevas, que mostraban el “paso del tiempo” en la cumpleañera
desde que era un bebé hasta la actualidad. Aprendiendo a caminar, jugando,
sentada alrededor de la mesa, descansando, la imagen que la mostraba asumiendo
su trabajo en el museo. En las fotos, apareciera Isabel sola o no, la mostraban
con un excelente estado anímico y sonriendo. Todas evidenciaban la personalidad
y carácter alegres, algo propio de las hadas, que jamás había decaído. Era lo único constante en las fotos – un instante
en la vida de una persona que quedara detenido en el tiempo, como las llamaban
los feéricos a veces – de su infancia, adolescencia y adultez, algo que quedaba
de especial manifiesto con los que ella llamó “sus mejores días”, como la
mayoría de edad legal y la biológica, aquella tarde en que oficialmente se
convirtiera en arqueóloga experta en arqueología submarina, su primer día de
trabajo y, por supuesto, esa tarde en que tuvo la primera salida con Eduardo,
en marzo, luego que aquel recuperara el conocimiento. Trabajando, estudiando,
divirtiéndose o descansando, también se destacaba la belleza física de Isabel. “Esta
nos gusta a Kevin y a mí, y seguro que le gustaría a Olaf si pudiera verla”,
celebró Eduardo en un momento dado, cuando su prometida, al dar vuelta la
página, dejara expuesta una fotografía en la que las hermanas y Lía aparecían
en biquini en un balneario cercano a Del Sol. “¡Groseros!”, se quejaron las
chicas, su madre e Iris, en tanto que los hombres lo tomaron como otro chascarrillo.
“Salen entonces a Iulí”, juzgó Wilson, en tanto que Zümsar opinó “Iris tiene
competencia…”, y como resultado los cuatro terminaron exclamando la onomatopeya
“¡ay!” al recibir los pellizcos. Aun con esos comentarios, Isabel y su hermana
lo tomaron como otro comentario pícaro.
A las tres, el grupo salió de la casa y
emprendió el vuelo en dos direcciones diferentes, luego de un breve paso por
los jardines traseros de la casa, tan impecables como cualquier otro lugar en
ella, mujeres al sur y hombres al norte, sin ningún rumbo ni destino
particulares. Era simplemente un divertimento en la segunda mitad de la tarde, volando
quizás sobre la altura promedio máxima que cada uno podía alcanzar, disfrutando
de la maravillosa jornada, sin una sola nube en el cielo y el clima tan caluroso.
Moviéndose los miembros de cada grupo a alturas de cadi tres mil metros y a
velocidades que rondaban los doscientos kilómetros por hora, para poder
disfrutar de los paisajes, tuvieron las mismas, espectaculares y tan características
vistas del territorio insular. Un paisaje en el que dominaban y monopolizaban
gran parte de las tonalidades de verde, desde la más clara hasta la más oscura,
por no decir todas, de esos árboles inmensos que se extendían hasta donde la
vista alcanzaba. Los salpicones rojos más grandes o menos indicaban la
presencia de construcciones, la mayoría dispersas en ese vasto territorio, y
los arroyos y otros cursos de agua eran lo único que quebraba las extensiones
de verde, junto a los salpicones, serpenteando o yendo en línea recta, aunque
era complicado divisarlos con nitidez desde semejante altura. Uno y otro grupo,
cada uno por su lado, llevando su altitud a la mitad, alrededor de mil quinientos
metros, vieron a las masas feéricas y de otras especies elementales reunidas en
las orillas de algunos cursos de agua, los balnearios, plazas y numerosos
espacios públicos y de esparcimiento al aire libre, formando grupos variopintos
que no tenían menos de veinte miembros, en lo que era otra costumbre común a
los elementales, reunirse en la segunda mitad de la tarde y hasta que el Sol se
ocultara durante los últimos instantes previos a la Transición. Eran la última,
o casi, manifestación común antes de que cada especie se dedicara por separado
a las ceremonias, aunque desde hacía varias décadas se había tomado la idea de
la inclusión de una festividad común. Por eso, en los últimos veinticinco años,
muchísimo menos que un pestañeo en la extensa historia de los elementales (diez
milenios y quinto solo desde el Primer Encuentro), estos dieron ese nuevo paso
en la integración, uno de los pocos que aún faltaba, permaneciendo como uno en
la que era la jornada más esplendorosa de todas. “Allí hay un ejemplo”, indicó
Isabel a su compañero, cuando ambos grupos confluyeron, a eso de las dieciséis cuarenta
y cinco, en la periferia oeste de la Ciudad Del Sol, y descendían otros cuantos
metros. Eduardo miró hacia abajo, justo en el límite entre Colonia Florida y El
Mirador. Un amplio claro atravesado por un río era el paisaje donde al menos
una centena de feéricos hubo de darse cita, en una de las orillas; eran individuos
que estaban acompañados por los seres sirénidos, algo que formaba parte del
paisaje cotidiano, algunos gnomos que llevaron hasta allí atraídos por el río,
donde de inmediato terminaron por sumergir la cabeza (las temperaturas elevadas
a veces los podían afectar más que a los demás), y un quinteto de vampiros,
quienes rompieron su vida nocturna y sus hábitos para sumarse a la masa
elemental que decidiera adelantar las celebraciones. Eduardo ya había advertido
que encuentros como ese eran un aspecto muy antiguo y arraigado en la cultura y
el ser de todos los individuos elementales, algo de todos los días, pero
aumentando en intensidad cada vez que había una festividad o estando en ella.
Desde las alturas, en el viaje hasta Barraca Sola, vio numerosas escenas como
esa, extendiéndose por docenas de espacios verdes, compartiendo momentos que,
ya se venía advirtiendo, hacían de esta la mejor festividad de fin de año nuevo
en mucho tiempo. Es que esta vez, sabía Eduardo, había mucho más para celebrar
dentro y fuera del archipiélago insular.
De vuelta en la sala, los cumpleañeros e
invitados reocuparon sus lugares en torno a la mesa, luego de procurarse un
mínimo de higiene en la cara y las manos, con el carácter distendido y alegre
todavía en lo más alto. No era para menos, con todo lo que estuvieron viendo
durante poco menos de ciento setenta minutos, y considerando que estaban en una
fiesta de cumpleaños. Un quinto de hora después de su vuelta, estuvo lista la
merienda, y pronto hubieron sobre la mesa cuatro pares de tazas y una tetera
tan grande como una cacerola, repletas las nueve piezas, todas de porcelana,
con un humeante té negro, el suficiente como para que cada uno de los presentes
allí repitiera dos o tres veces. “¿Tres?, ¿por qué esa cantidad?”, inquirió
Eduardo entonces, observando a las chicas volver a la sala con las tortas,
dejando Iris e Iulí la mayor y más espectacular, de tres pisos de chocolate y
con las dos velas en el superior, sobre la mesa auxiliar, y las hermanas las
otras dos, de un único nivel y cubiertas por una crema blanca, en al principal,
Isabel tampoco parecía comprenderlo del
todo. “Es que faltan como diez minutos para que el té tenga la temperatura
indicada para beberlo” – habló Wilson, intentando ocultar una risa que luchaba
por aflorar – “, así que pensé que podemos emplear ese tiempo con esto. ¿Por
qué no mejor cierran los ojos?. Y ustedes, sujétenlos para evitar que huyan”,
PIDIÓ A Cristal, Iris, Kevin y Zümsar. “¡Ay, no!”, lamentaron al unísono los
cumpleañeros, siendo llevados por ese cuarteto de los brazos al centro de la
sala. “Y gracias a los sirénidos por darnos la idea”, añadió Iulí, quien en un
encuentro esta semana con los tritones y las sirenas, en el lago La Bonita,
había decidido aceptar de ellos la sugerencia de incorporar a la fiesta de
cumpleaños este aspecto tan propio de la cultura de los habitantes del agua.
Ellos daban al homenajeado un golpe suave en la cara un pez luego de
filetearlo, simplemente porque les parecía gracioso hacerlo, tanto como las reacciones,
siempre alegres, de las “víctimas”.
“¡Ay, si!”, discrepó Wilson, tomando una de
las tortas, resignándose a desperdiciar gran parte de esa delicia. “Sujétenlos
con fuerza”, pidió Iulí a los invitados, pensando ella, tanto como su
compañero, que sería la primera vez en que ambos presenciarían, como
protagonistas y testigos, algo así fuera de la comunidad de los sirénidos. Era
verdad que estas demostraciones estaban presentes en la sociedad de las hadas
desde hacía siglos, remontándose las primeras a los inicios dl octavo milenio
posterior al Primer Encuentro, pero eran algo que casi siempre, en siete u ocho
casos de diez, quedaba dentro de las obras de teatro, específicamente las
comedias, siendo los otros eventos como despedidas de soltería, o bromas entre
los adolescentes. Que supieran los
padres de Cristal e Isabel, los tortazos nunca habían sido llevados a la
práctica en una fiesta de cumpleaños. “si que vamos a divertirnos”!, sonrió
Wilson con ganas, parándose firme frente a su futuro yerno, a quien el
artesano-escultor y el arqueólogo urbano sujetaban por las muñecas y los codos,
pero conservando la distancia (“Carajo, igual nos va a alcanzar”, protestó
Kevin con resignación); lo mismo que estaban haciendo Iulí e Iris con la
cumpleañera. “¿Están preparados?”, llamaron los padres con sorna, estirando
hacia atrás sus brazos derechos. “No, no lo estamos”, respondieron al mismo
tiempo los cumpleañeros. “Lástima, porque nosotros si”, fueron las últimas
palabras de Iulí y Wilson, antes de proceder. La onomatopeya “paf!” se oyó en
simultáneo en ambas víctimas – quienes las sujetaban no alcanzaron a apartarse
a tiempo, tal cual lo vaticinara el novio de Cristal –, y antes que hubieran tenido
tiempo de reaccionar o pensar en cualquier cosa, Isabel y Eduardo sintieron
como la crema blanca y todos los ingredientes de desparramaban por sus
facciones, torsos y hombros, impactando además todo lo que tuvieron cerca. Fue
divertido al menos para Iulí, Wilson, Iris, Zümsar, Cristal y Kevin, que
empezaron a reír con ganas y aplaudir, dando las gracias a los habitantes del
agua por haber hecho la propuesta para esto.
_¿Y ahora qué?- llamó Isabel, viéndose así
misma, a su compañero, a todos y a todo lo que fuera alcanzado por los restos
de ambas tortas. Los más evidentes fueron transformados en el polvillo y este,
vía telequinesia, recolectado en un recipiente –. ¿Quién va a limpiar este
desastre?.
Aun con eso, no dejó de sentirse contenta y
animada, lo mismo que Eduardo.
_¡Las mujeres!., corearon en voz alta los hombres,
pronunciando la onomatopeya “¡ay!”, en respuesta a los no tan suaves tirones de
orejas por parte de sus respectivas compañeras.
Otro momento gracioso, de esos que a los
últimos instantes del día harían de este algo muy espectacular y memorable. Pasados los tortazos, había llegado el tiempo de
lo serio, del punto cumbre de la ceremonia. “Ustedes van a tener el honor”,
quiso Isabel, dirigiendo esas palabras a sus padres, y señalando con el índice
derecho a la imponente torta de chocolate de tres pisos. “Hecho”, contestaron
ellos, dando un paso adelante, y haciendo aparecer diminutas llamas en las
palmas, lila Iulí y violeta Wilson, que fueron a parar, respectivamente, a la
vela rosa y la celeste en el nivel superior. Con los homenajeados situados frente
a la torta, observándola sin pestañar, los invitados, dispuesto en semi círculo
detrás de ellos, tal cual era la costumbre en los cumpleaños de las hadas,
empezó a entonar una de las canciones más típicas de estas ceremonias. Era un
tema que interpretaron con el mismo tono, uno que inspiraba alegría y gloria y
daba una sensación de triunfo, acompañados por la versión melódica de dicho
tema, proveniente del musiquero (Cristal había puesto el cilindro en el momento
en que su hermana daba el honor de encender las velas a los padres de ambas),
en un rincón de la sala, que había quedado olvidado desde que los cumpleañeros
e invitados volvieran a la vivienda.
_Tiene que pedir un deseo, los dos., les
avisó iris, cuando concluyeron los sobrios aplausos.
Debían ser sobrios, puesto que allí nada más
había personas adultas.
_Ya tengo el mío – contestó Eduardo, que
agregó –. ¿Tiene que ser en voz alta o en silencio?.
Ya sabía esa respuesta, pero considerando que
era su primer cumpleaños entre los seres feéricos, debía ser perfecto, sin que
nada quedara con errores. Al treinta de Diciembre /Nios número veintinueve le
restaban únicamente cinco horas con treinta y dos minutos, lo indicaba así el
reloj en la pared (eran las dieciocho veintiocho), había sido perfecto en todos
los aspectos desde el primer minuto y por su parte no estaba dispuesto a
permitir que esa situación se viera alterada. Pedir un deseo era algo
inmediatamente posterior a la canción clásica e inmediatamente previo a apagar
las velas con un suave soplido.
_Si, aunque no es obligatorio – indicó Isabel,
meditando acerca del suyo . Es una creencia popular. Hay más posibilidades de
que un deseo se cumpla si se lo pide en silencio.
_Que así sea., accedió Eduardo.
Ambos cumpleañeros se inclinaron levemente
hacia adelante, mirando fijamente Eduardo la vela celeste e Isabel la rosa, concentrados
en que deseo podrían pedir. ¿Realmente necesitaban algo?. Estaban casi seguros
de que no, e irremediablemente volvieron a hacer la misma introspectiva de
anteriores y numerosas oportunidades. “Tenemos todo”, pensaron, sin dejar de
ver las pequeñas llamas. A la mente les
vino cuanta dicha y felicidad los rodeaba e inundaba, teniendo familia,
amistades, fama, un buen trato con los individuos de otras especies
elementales, distinciones por actos heroicos y de servicio, buenos y bien
remunerados empleos… al final, solo cuando las velas empezaron a apagarse por
si solas, al estar la mecha casi agotada, fue que Eduardo e Isabel dijeron al
mismo tiempo “¡Ya se!”, y proyectaron el suave soplo, arrancando con esa acción
otra tanda de sobrios aplausos entre los invitados y extinguiendo las llamas.
_Se ve tan bien que da lástima tener que
hacerlo – comentó, o lamentó, Isabel. La torta había sido preparada con tanto
esmero que el sentido del gusto quedaría tan agradecido como el de la vista.
Dirigió los ojos a Eduardo y le hizo saber –; es nuestra tarea repartir las
primeras porciones a cada invitado.
_Entonces, hagámoslo., volvió a acceder su
novio.
Decidieron que serían las mujeres quienes
tendrían una porción en primer lugar, tal era el gesto de galantería. Cuchillo
en mano, Isabel cortó tres porciones bastante generosas del nivel superior, las
tres cuartas partes de este, y se las sirvió en esos bellos platos de
porcelana, como toda o casi toda la vajilla allí, a su hermana, Iris y su
madre, que como lo indicaba la costumbre, se limitaron a sostenerlos con una
mano. No debían empezar a comer sino hasta que cada persona tuviera su porción.
Después, fue el turno de los hombres, de Kevin, Wilson y Zümsar, a quienes
Eduardo les dio el cuarto restante del nivel superior y dos porciones, la
cuarta parte, del intermedio, también bastante generosas. Fue por último el
turno de los cumpleañeros, y todos volvieron a sentarse me sus lugares en torno
a la mesa. “No se acostumbra comer sino hasta que cada uno de los participantes
tenga una porción”, ilustró Isabel a su novio, en tanto cada persona allí
arrimaba su taza. Y las cuatro parejas se sumergieron en la merienda,
disfrutando desde el primer momento del te, y esa exquisita torta de chocolate,
y volviendo a esas conversaciones tan alegres que mantenían desde principios
del mes, de sus planes para los dos días de la Transición.
Pasados ya los primeros cinco minutos de las
diecinueve, fue, coincidieron todos en la sala, el momento de llevar a la
práctica otra de las grandes pasiones de las hadas: el baile. “¡Excelente!”,
corearon los individuos, cuando Iulí, frente al musiquero, elegía uno de los
cilindros, lo conectaba e inmediatamente se empezaba a escuchar una canción del
género “daq”, que combinaba la música y bailes tan alegres y característicos de
la sociedad feérica, a los que en su momento, al saber de su existencia,
Eduardo comparara con la música pop y la cumbia tropical. Fueron
particularmente demostrativos del gusto por este género Kevin y Cristal, los
más jóvenes del grupo, que habiendo vuelto a pronunciar la palabra “excelente”,
fueron al centro de la sala e inauguraron la ronda de bailes, y antes de que se
hubiera cumplido un sexto de hora, las otras parejas estuvieron moviéndose al
ritmo de la que era, tal la opinión general de las hadas, la música de moda en
el mundo. Allí estuvieron los
participantes de la celebración, moviéndose con ese ritmo tan alegre y
divertido en tanto se escuchó la decena de canciones que conjuntaron exactos
dos tercios de hora, en los cinco cilindros con la música “daq”. “No estuvo mal”,
opinó Eduardo, volviendo a su silla. Había sido su primera experiencia con este
género, y la única razón por la que lo hubiera bailado fue por la insistencia de
su amigo y su futura cuñada, que durante este día y los tres o cuatro
anteriores hablaron con Isabel acerca de la conveniencia de incluirlo en la
celebración. “No existe una música moderna más divertida que esa”, reconocieron
los dos, y al final los cumpleañeros accedieron. Incluso Iris, que rara vez
participaba de un baile o una danza que no fueran los de su época (cinco mil
diecisiete a cinco mil setenta y nueve), había disfrutado de esos cuarenta
minutos, y hasta Wilson, Iulí y Zümsar lamentaron que ese lapso se hubiera
terminado.
A las veintiuna en punto estuvieron de nuevo
en la sala, luego de una segunda recorrida, por los jardines y ambientes
traseros de la casa. No hacía mucho los rayos solares le habían dejado su
espacio a la Luna y las estrellas, que exhibieron dese su aparición, ante la
ausencia de nubes – el cielo despejado fue otro de los factores que
contribuyeron a la perfección y la belleza de este día – ese majestuoso brillo
que tanto caracterizaban las noches locales. En la sala ya los ocho, fue que se
emocionaron con la siguiente actividad planeada para la jornada del cumpleaños
doble, tal vez la última, considerando lo que quedaba de este día.
FIN
--- CLAUDIO ---
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