_Cristal dejó su casa, o casi. Abrió la puerta y está recorriendo el
entorno con los ojos – comunicó Eduardo, pensativo. No importaba que fueran muy
pocos los metros que separaran al par de viviendas. La hermana de Isabel no
podría cruzar la calle normalmente en una situación como esta. Había barro en
abundancia y el agua no dejaba de caer a cántaros – Ahora cerró la puerta y … ¿y
eso?.
_¿Qué pasa?., se interesó Isabel.
_Vení a ver lo que está pasando – pidió su
amigo –. Que cosa rara.
_¿Cristal se quedó quieta con los ojos
cerrados?.
_si.
_Entonces no es algo grave. Ella lo hace cada
vez que llueve; también yo – lo tranquilizó el hada, otra vez junto a la
ventana, de pie. Ella recordaba haber hecho eso varias veces, y solo en lo que
ida de este año –. Simplemente está viniendo hacia acá.
_¿Segura que no se trata de algo grave?.,
insistió Eduardo.
_Absolutamente segura., ratificó Isabel, viendo
a su hermana dar dos pasos hacia adelante.
Al principio, Eduardo pensó que iba a cruzar
la calle por aire, flotando bajo, y que lo que estaba haciendo era desplegar
sus alas en preparación para el corto vuelo. Pero esa fue otra cosa, que
distaba de ser una de las habilidades más distintivas y características de las
hadas, aunque la pose fuese casi la misma: piernas juntas y firmes, brazos
extendidos y ojos cerrados. Primero, una brillante esfera de color lila la
había envuelto por completo desde la cabeza hasta los pies, haciéndola
imposible de ver, a medida que se iba transformando en una hebra. Después, al
instante, esa hebra fue adhiriéndose al cuerpo de Cristal, hasta hacer de esta
una sombra estilizada que conservaba el lila como color. Era una sombra
completamente lisa y no poseía imperfección u otras marcas visibles, a excepción,
por supuesto, de sus curvas tan prominentes y los ojos. No se veían siquiera la
boca, las orejas ni la nariz, e incluso sus pupilas hubieron de volverse lilas.
“Puede tratarse de otra manifestación o aplicación del aura de las hadas”,
aventuró Eduardo, remitiendo su memoria a las explicaciones de su anfitriona,
que permanecía observando a su lado. Según Isabel, esa era una técnica que
dominaban únicamente las mujeres feéricas que por atributo o don tenían a la
belleza, porque solo las personas del sexo femenino la poseían, muy provechosa
para esquivar o burlar cualquier clase de obstáculos, en este caso una lluvia fuerte
y el barro consecuente de ella. Era cierto, ya que la sombra lila cruzó la
calle haciendo desviar las gotas poco antes de producirse el contacto y dejando
un surco poco profundo. Tampoco sacrificaba tiempo el hada, y cuarenta segundos
después de haber abierto la puerta,
Cristal golpeó con suavidad y su hermana le permitió el paso. Al instante, o
casi, la menor de las dos recuperó su aspecto habitual.
Estaba seca y sin un solo rastro de barro.
_Hola – saludó a los dos, pero no con la
reverencia. Pensando que no se trataba de otra cosa que estrechar las manos,
Eduardo había extendido la diestra hacia adelante. Pero no reiteró el saludo
formal, o por lo menos no del todo. Esa demostración, en este mundo (en esta
sociedad, al menos), implicaba tomar con la mano derecha la muñeca del mismo
lado en la otra persona y cubrir los nudillos y dedos con la otra mano. A
continuación, la hermana de Isabel repitió con esta ese saludo, volvió a
dirigirse al “inmigrante alienígena” y le dijo –. ¿Viste que de verdad es útil
esa aplicación, Eduardo?. Te vi desde el otro lado de la calle. Viene con el
paquete. Mi atributo, o sea la belleza, posee cualidades que le son únicas, y
esa es una de ellas. Isabel también la domina. No hay nada mejor para
emergencias como esta.
_Ya lo se, ella me lo dijo hace unos momentos
– le hizo saber Eduardo, tratando de no evidenciar la sonrisa surgida de un
pensamiento –. Y eso es algo que quisiera ver, porque si tu hermana aquí
presente es tan linda estando como está ahora, ¿cómo sería convertida en una
sombra de color lila, donde lo que sobresale, además de los ojos, son esas
prominencias voluptuosas que…?...¡ay!.
Un pellizco en el hombro derecho.
Isabel, sin embargo, y con ambas mejillas
enrojecidas – esa reacción ya era habitual – lo consideró como otro cumplido
pícaro. Sería cuestión de tiempo hasta que se acostumbrara.
_Lamento no haber podido traer algo – se disculpó
Cristal, satisfecha de si misma y sonriendo por lo bajo. Sabía que ese piropo
por parte del hombre no hacía otra cosa que confirmar lo que ella sospechaba
desde hacía días… desde mediados del primer mes del año. Isabel y Eduardo iban
a ser algo más que amigos al corto plazo. Y estos dos también lo sabían – No me
gusta ser invitada a un lugar y aparecer con los brazos vacíos.
_Eso no tiene ninguna importancia. No la tuvo
ayer ni la tiene hoy – fueron las palabras de su hermana para tranquilizarla –,
y tampoco la va tener el día de mañana, por supuesto. Cristal, ¿estuviste todo
este tiempo en tu casa?.
_Si – contestó su hermana y vecina, mirando
al exterior. La tormenta no dejaba de azotar el suelo y esa ferocidad transformaba
su casa en una silueta un tanto borrosa –. Nadia y su gente no me encomendaron
ninguna tarea, de modo que no tengo trabajos pendientes, y Kevin no vuelve sino
hasta las veintitrés horas con treinta minutos de hoy, eso si la lluvia se lo
permite. De modo que maté el tiempo
leyendo. Si, lo hacemos. Las hadas tenemos una gran riqueza y tradición en
materia de literatura que se remonta a varios miles de años; más allá de
nuestros textos antiguos y archivos históricos – avisó al arqueólogo –. Si tu
deseo es insertarte en nuestra sociedad y asimilar nuestra cultura, esto te va
a ser útil. Te lo presto, y podés conservarlo el tiempo que quieras. Mejor
dicho, te lo regalo, yo conozco de memoria y comprendo su contenido.
_¿Es un libro de historia?.
_Exacto. De la bandera del reino de
Insulandia, para ser más específica – contestó la anfitriona, viendo como su
nuevo amigo tomaba el diminuto ejemplar, examinándolo. Tenía diez y medio
centímetros de un extremo al otro por once de alto, y su grosor esa de uno y
medio. Se titulaba, con letras doradas en relieve, “Símbolos insulares, volumen
1: La Bandera de los Príncipes Gemelos” –. Es un regalo simbólico que los
padres les hacen a los hijos cuando estos cumplen los siete años, procurando
que conozcamos y aprendamos lo que es el patriotismo desde una edad temprana. A
Cristal y a mi estos libros nos los obsequió una nodriza, pero la idea fue la
misma.
Eduardo prefirió no tocar ese tema.
Los padres de las chicas debieron haber
fallecido alrededor de diecisiete años antes. En lugar de hablar de eso, dijo:
_Entonces, si se trata de un símbolo me niego
a aceptarlo como regalo, Cristal. Este libro no le pertenece a nadie más que a
vos, de manera que solamente lo tomo como un préstamo. Es más, creo que lo voy
a leer en este momento.
_Hacelo, si querés. Ese texto es de verdad
interesante e instructivo – accedió la dueña de la vivienda, alentándolo a leer
–. Mientras tanto, Cristal y yo vamos a preparar la comida.
_Apúrense, por favor, porque ya tengo
hambre., indicó Eduardo con una sonrisa, ocupando un sofá.
_¡Machista!., exclamaron al unísono las
hermanas de aura lila, dejando al arqueólogo en la sala.
La bandera del reino de Insulandia era uno de
los cuatro símbolos patrios por excelencia – el Himno, el Escudo y la Ley
Primera eran los otros tres – y estaba conformada por un par de colores. El principal
era el azul, aunque únicamente en apariencia, porque ese y el otro color, el
verde, ocupaban el mismo espacio, a través de diferentes figuras geométricas.
El verde, que representaba la densa y frondosa vegetación que tanto caracterizaba
al archipiélago, alrededor de sesenta y cuatro puntos porcentuales de la
superficie, estaba presente en los c cuatro rectángulos que habían en los
extremos de la bandera, y el azul, que representaba tanto el agua tan abundante
como el inmenso cielo, en la cruz que los separaba, cuya franja horizontal era
más larga que la vertical. Este máximo símbolo patrio, a diferencia de los
otros tres, tenía la peculiaridad de la doble fuente a la hora de haber los
creadores pensado y reparado en sus colores. Una de esas fuentes había surgido
del entorno natural (el agua, el cielo y la vegetación); y la otra de la
familia real insular de hacía quince mil doscientos cuatro años,
aproximadamente. A los descendientes
directos de los reyes de Insulandia, en los que sus progenitores habían
reparado al momento de seleccionar los colores, se les había puesto el mote de “los
príncipes gemelos”, pero no había sido a causa de haber nacido al mismo tiempo
o casi, sino porque, aún con los cinco años y siete meses de diferencia
existentes entre los dos, eran idénticos en todo – aspecto físico, preferencias
personales, gustos, atributos, habilidades... – incluida la rara aura que
cambiaba de colores, entre el verde y el azul, a voluntad, según lo que los
príncipes desearan.
“Eso ya está decidido”, había sido la
sentencia del rey de Insulandia, luego de haberse efectuado a ese respecto una
consulta entre sus súbditos de todas partes del país.
Una semana exacta les demandó llegar a ese
resultado, en tanto los consejeros reales hubieron de decidir la incorporación
del dorado en la bandera real, también por dos fuentes: el metal más abundante
de todos en el territorio insular – el oro – y el Astro Rey, al que observaban
con reverencia desde el surgimiento mismo de la civilización.
Esta vez había sido el matrimonio real, sin
los consejeros u otros intervinientes, el que se hubo de ocupar de todo. La
cruz representaba no un símbolo religioso, sino el tributo a una región en particular del reino insular, en la que se
cruzaban los dos cursos de agua dulce más grandes del país e incluso del planeta,
tanto en cuando a la profundidad como en su extensión y ancho, y los dos pares
de rectángulos se debían a los inmensos y extensos sectores selváticos que discurrían
a lo largo de ambas costas ribereñas. Por ese motivo el lugar pasó a ser un
área protegida, a la que se llamó “Parque de la bandera”. Al día siguiente, en
el noveno día del undécimo mes en el antiguo calendario de las hadas – el doce
de Agosto en el moderno –, un decreto real había establecido la legalidad y
vigencia de la “Bandera de los Príncipes Gemelos”, como se la decidió llamar
(fuera esta o no la única fuente), y los otros tres símbolos, transformándose
esa jornada en el “Día de la Patria” en todo el reino insular. La bandera azul,
verde y dorada adornó el mástil del Castillo Real por primera vez esa misma
tarde.
Desde ese momento, en esa calurosa tarde, el
pabellón pasó a estar presente en todos lados y todas las circunstancias, tanto
las colectivas como las individuales, lo que fue todo un refuerzo para ese
principio feérico que era el patriotismo. Las embarcaciones grandes, medianas y
pequeñas, el poder político y de este todas y cada una de sus dependencias y
las representaciones que el reino tenía en el extranjero habían sido los
primeros lugares en incorporarla, algo que hubo de marcar, como efecto
colateral en el caso de las embarcaciones, el nacimiento formal de la FMRI, la
Flota Mercante Real Insular., que hoy, con sus más de cinco mil seiscientas
unidades, estaba entre las cinco más numerosas del planeta. Al muy poco tiempo,
la Bandera de los Príncipes Gemelos estuvo presente en todas las estructuras
públicas (fábricas, mercados centrales, atalayas, cuarteles militares, salas
médicas…) y un número significativo de viviendas y estructuras particulares, en
los uniformes o ropa de trabajo de cada empleado y empleada del Estado, en los
uniformes militares (la Guardia real insular se componía de seiscientos
cincuenta mil efectivos en el Ejército y setenta y dos mil en la Armada), en
los contenedores que transportaban productos y mercancías al exterior (exportaciones)…
en todas partes. ·Defiendan nuestra bandera a cualquier coste”, había sido el
pedido del rey viudo a sus descendientes, minutos antes de fallecer, y los dos
príncipes, el nuevo monarca uno de ellos y el Consejero de Cultura el otro,
tomaron esas palabras como una verdad incuestionable y, como tal, la cumplieron
al pie de la letra.
La campaña de conciencia cívica y el enorme concepto
de patriotismo que la hadas insulares tenían lograron que la bandera y el otro
trío de símbolos patrios sobrevivieran al paso de los más de quince milenios y
quinto evidenciando únicamente cambios poco o nada significativos en su
composición.
_Ya terminamos, la cena está lista., anunció
la dueña de la casa desde el ambiente contiguo, después de la caída de otro
rayo, y al tiempo que el experto en arqueología submarina terminaba esa breve y
superficial lectura.
Leería el libro a fondo mañana.
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
--- CLAUDIO ---
No hay comentarios:
Publicar un comentario