Un viaje nocturno
Pocas veces sentí una nostalgia tan
grande como la del último cuatrimestre del año pasado, cierto día en que tuve
que volver a casa más tarde de lo acostumbrado. Esto o es una exageración, o
quizás si, no se, pero fue como haber retrocedido en el tiempo (es una
metáfora, entonces), por todo cuanto vi y sentí en ese viaje de vuelta. Por
todo eso fue un calco de esas salidas que hacía los sábados a la noche en una
época en la que definitivamente era más joven que ahora y, como dije,
unan de las últimas veces, cuando no la última, en que sentí una nostalgia de
semejante intensidad, tanto que todavía retengo la mayoría de los detalles de
esa experiencia.
Esa noche tenía que volver a casa
pasadas las 21 horas. Usé el ramal 1 de la Línea 98 desde esa parada en la
esquina de la calle Venezuela y avenida Entre Ríos, en el centro porteño, el
cual hizo el recorrido por Venezuela, La Rioja, Adolfo Alsina, Catamarca,
avenida Rivadavia y Ecuador, hasta Bartolomé Mitre, en uno de los extremos de
la plaza Miserere. En ese colectivo apenas estuvimos seis usuarios, tres de los
cuales descendieron antes de que hubiera finalizado el recorrido. Tanto durante
el viaje como con la caminata posterior hasta la estación el paisaje, las cosas
que vi, fueron prácticamente un calco de aquellas que quedaron registradas en
mi memoria: poca gente caminando a uno u otro lado de la calle, escaso tránsito
vehicular, todo el alumbrado público encendido, unos pocos drogadictos tirados
en la vereda, prostitutas y/o travestis en algunas esquinas, tres o cuatro
policías dispersos vigilando lugares en particular, la mayoría de las
persianas, cuando no todas, bajas... en fin, el característico paisaje
nocturno.
En la plaza, tampoco encontré muchas
diferencias etre lo que vi y mis recuerdos. También había prostitutas,
travestis y drogadictos, a quienes se sumaban los últimos vendedores
ambulantes, gente que había en la fila en las paradas de colectivos, otros que
iban y venían, vagabundos, unos pocos taxistas que se detenían sobre Jujuy o Rivadavia,
las personas que entraban a o salían de la estación del subterráneo o la
terminal del Sarmiento, la cual era mi destino inmediato... sentí una emoción
de la gran puta por estar viendo ese paisaje de nuevo, y me costó caminar con
normalidad, a consecuencia justamente de esos recuerdos que estaban volviendo.
Después fuer el momento del viaje en
tren, y agarré uno que supe era uno de los tres últimos que salían hacia Moreno
ese día. Sentado en el último vagón, advirtiendo que la nostalgia se mantenía constante,
sino era que iba en aumento, vi que apenas... no se, veinte personas éramos el
pasaje en ese vagón. El tren arrancó y entonces vi a través de la ventanilla
una (otra) escena idéntica a la de mis recuerdos. Apenas el tren salió del
andén hubo una oscuridad casi total, rota apenas por tres faroles y una fogata
que alguien había hecho en el suelo; el resto de las luces provenían de más
allá, de los edificios distantes. El viaje en si fue tranquilo, casi aburrido.
Poca gente subió y poca gente bajó en las paradas que siguieron hasta San
Antonio de Padua, donde bajé yo, viendo entonces otro paisaje grabado en mi
memoria. Anduve a pie bordeando esa parada, descubriendo una escena igual a la
de la plaza Miserere, en cuanto a la poca gente que había en la calle y el
escaso movimiento de vehículos.
Hice el viaje caminando por Rivadavia
(Presidente Perón), Ayacucho e Italia hasta la parada de la Línea 500, en
Italia y Noguera, donde esperé por más de cuarenta minutos a que apareciera
algún colectivo que me acercara a casa. En el momento de mayor
concentración llegaron a haber cinco personas en esa parada, incluyéndome, y
cuatro de ellas fueron abordando dos colectivos, los únicos que pasaron en ese
lapso. Al final a eso de las 23:0, apareció un colectivo del interno que se yo
cual, ya o me acuerdo de este detalle, pero era el que necesitaba. Era,
literalmente, el último servicio del día de la Línea 500, y enfrenté lo mismo
que en el viaje e la Capital Federal poco después de las 21: apenas cinco
personas, dos de las cuales se bajaron e un punto del recorrido por Noguera y
la ruta provincial 21, y yo fui la tercera, haciéndolo en la esquina de esa
ruta y la calle Oribe.
Caminé entonces por esta y después por
otra hasta llegar a mi casa. En esas tres cuadras y media, lo que vi, ahora si,
fue un calco de otras épocas: sin vehículos ni gente en la vía pública, todo el
alumbrado encendido y un silencio roto solamente por los ladridos distantes y
apenas dos o tres casas en las que había los televisores encendidos. llegué a
casa sin incidentes, comí algo, vi un rato la tele y me fui a dormir.
Por causa de esos recuerdos fue que
disfruté del viaje en las Líneas 98 y 500 y el tren en medio de ambas.
Básicamente, la nostalgia es la pena por el recuerdo de algo perdido. Así lo
define el diccionario y es tal cual lo que me pasó esa noche. Ese viaje
nocturno despertó en mi algo que no había sentido, no con esa intensidad, desde
hacía más de tres años y medio (un viaje a General Rodríguez, el día posterior
al accidente fatal en Once). Haber vivido una época magnífica como aquella,
idílica, hizo que me emocionara y disfrutara tanto de este viaje, el cual o se
había repetido en el curso de la última década e incluso más. Aún hoy continúo
feliz por haber hecho ese viaje, no así por las circunstancias que lo
originaron, a causa de su complejidad. Reviví recuerdos muy bellos de varias
épocas de mi vida pasada, a los cuales apelo cada vez que necesito
tranquilidad, o un "refugio" para aliviarme de todo lo malo que me
pasa y afecta directa e indirectamente (casi podría ser la nostalgia
personificada), y considerando que en la actualidad mi vida no es lo que se
dice perfecta, no me viene mal pensar de tanto en tanto en estos recuerdos,
concentrarme con más o menos fuerza en ellos (evocarlos) y alegrarme, ver que
hubo un instante de perfección - ¿no dicen a veces que lo que hubo ayer es
mejor que lo que hay hoy? - que por una u otra razón se perdió en el tiempo,
quedando a medio sepultar o sepultada del todo.
Es cierto que no es bueno vivir aferrado
al pasado, a una parte en especial de este, pero no lo puedo evitar (un pozo
depresivo fue en parte el causante de eso) y, en unos pocos casos, tampoco
quiero. Es en estos que mis recuerdos constituyen el único medio de que
dispongo para hallar tranquilidad y, por supuesto, felicidad. Y lo de las
salidas nocturnas es, desde ya, uno de esos casos de nostalgia extrema. A lo
mejor algún día, a todos los plazos, pueda usar esos recuerdos para cambiar mi
situación actual y mejorarla.
Eso, lo dicho, es algo, que sirve para
mitigar lo malo, y si descubro como, me serviría también como instrumento de
cambio; pero, claro, adaptando esos recuerdos y vivencias a mi edad y mente
actuales. Y es mucho lo que tengo que cambiar. Principalmente, ese pozo
depresivo que me mantuvo ausente de este tipo de situaciones y comportamientos,
como las salidas nocturnas. Ese pozo depresivo, sumado a otras faltas (guita a
veces, ganas en otras y ambas otras más) es lo que me mantuvo así por tanto
tiempo.
Solo el tiempo va a decirlo.
--- CLAUDIO---
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