viernes, 20 de octubre de 2017

5.5) Funcionarios que ponen el ejemplo



… para reaparecer dentro de la maltratada sala principal de la casa tomados de la mano con la reina de Insulandia.
Estaba alarmada, como todo el mundo.
Asustada, incluso. Su aura de dos colores delataba esa condición.
Así y todo, podía en su semblante detectarse con facilidad su inconfundible aspecto de serenidad.
Hizo unos cuantos movimientos veloces con ambas manos, pronunciando algunas palabras en el idioma feérico antiguo –estaba haciendo magia –, y en el espacio principal se evaporó y esfumó el agua que llevaba bastante estancándose en el suelo y se detuvo esa caída permanente desde las goteras, porque estas habían, literalmente, desaparecido. “Magnífico”, fue la opinión del experto en arqueología submarina, observando con asombro como, a continuación, la soberana insular se ocupaba de restaurar el vidrio estrellado en la ventana grande, borraba cada uno de los manchones oscuros que habían aparecido sobre las paredes, apilaba en un rincón de la sala, en el extremo derecho trasero,  todos los objetos que no eran otra cosa que escombros y desperdicios y restauraba las patas rotas en una de las sillas. La cabeza del poder político del reino ofrecía la sensación de encontrarse con el mismo nivel de preocupación que las hermanas de aura lila, y, como estas, estaba reacia a la decisión, por la suerte que podrían correr esos cuatro hombres en el exterior, expuestos a todo, aunque aquellos no serían los primeros en proponerlo ni en ejecutarlo. Había sido ya confirmada, al menos siete veces, la noticia de que unos doscientos noventa mil seiscientos individuos de la raza feérica, en diversas partes de Insulandia y los otros países del continente, estaban intentando colaborar. La mayoría andaba de un lado para otro tratando de salvar a cuantos seres feéricos y elementales podrían y otros brindaban  ayuda desde posiciones fijas, haciendo, por ejemplo, señales luminosas en las alturas para quienes se arriesgaban (también) al intentar moverse bajo la cruda inclemencia.
Sin rodeos pero con temor, la reina Lili dirigió la palabra a Kevin Y Eduardo.
_Es cierto que yo, siendo la soberana de todo este reino, tengo la última palabra en todo, no importa el nivel de complejidad del asunto en cuestión. Pero no voy a poner el mando en práctica en este momento, porque se bien que aunque les ordene que no salgan, no van a hacerme ningún caso.  Creo que yo haría lo mismo si me encontrara en su lugar. Lo estoy haciendo, de hecho – ocupó una de las sillas, de cara a ambas parejas, y se subió unos pocos centímetros la manga izquierda del pantalón. Una minúscula marca de sangre había aparecido en el tobillo, y Cristal le aplicó el tratamiento médico adecuado –. Estoy moviéndome de un lado a otro por todo el reino, haciendo eso que van a hacer ustedes dos y que ya están haciendo tantos en el continente, y que pretenden también hacer Oliverio y Lursi; y gracias a esos viajes constantes es que les puedo asegurar una cosa, Kevin y Eduardo – a la legua notaban ambos hombres y sus compañeras sentimentales que la reina estaba cansada. Trataba de recuperar algo de aire, su larga cabellera rubia estaba hecha un absoluto desastre, le temblaba la mano derecha y presentaba aquella herida cortante en el tobillo. Aun con el riesgo tan grande, estaba asumiendo uno de los roles del líder de cualquier país: defender su tierra y a todos cuantos vivieran en ella –. Allí afuera la situación no marcha para nada bien, y no hay siquiera una mínima señal que apunte a una mejoría leve, en el muy corto o el corto plazo. El caos, el desorden y el pánico cunden supremos por todas partes. Y no vayan de ninguna manera a creer que más allá de este lugar, me refiero a la Ciudad Del Sol, es mejor el cuadro de situación. Es peor, de hecho, en varios aspectos. Pasa exactamente lo mismo más allá de las fronteras insulares. Esto quise informarlo porque si la intención que tienen ustedes dos – miró a los hombres – es trabajar fuera de esta ciudad, bordeando el barrio Barraca Sola, tienen que saber que…
_Tenemos la obligación de hacer algo, Lil… alteza. Nuestra Ley Magna y el Código de la Vida lo indican. Además, el hecho de ayudar forma parte de nuestra naturaleza – intervino en ese momento el compañero sentimental de Cristal. No pareció que a la reina de Insulandia le molestaran la informalidad con que Kevin se dirigiera a ella ni la interrupción –. Eduardo, Lursi, Oliverio y yo hicimos hace unos días el convenio de sangre, durante la ceremonia del otoño en la plaza central, y lo tenemos que cumplir. Primero vamos a ir al barrio El Mirador, como es algo que no importa, a buscarlos, porque Lursi y Oliverio son nuestros amigos y nos necesitan, tanto como los necesitamos nosotros. Eduardo y yo solos no vamos a poder con todo, ni podríamos aunque quisiéramos. De hecho, dudo mucho que vayamos a poder con todo los cuatro, pero ese número es mejor que su mitad, ¿no?. Además, Lursi me salvó la vida una vez, y por lo tanto hay una deuda pendiente de devolución. Es el momento de poner a prueba por primera vez ese pacto que suscribimos en la noche del veintiuno – y concluyó –. Y si, es cierto. Si se nos presentara la oportunidad, ellos, Eduardo y yo desobedeceríamos cualquier clase de mando u orden que viniera de nuestra reina.
_También estamos plenamente conscientes de todo aquello a lo que nos vamos a enfrentar – agregó el experto en arqueología submarina, con toda la firmeza que pudo en esas palabras. Se cerró los botones de la camisa, una inconfundible señal de que no iba a seguir esperando por mucho más tiempo para salir –. Yo, por ejemplo, sobreviví durante más de dos días a la deriva en un océano que era desconocido para mí, sin conocer cuál podría ser mi suerte, y después estuve cincuenta días sin conocimiento.  Es por esas dos cosas que se que lo que voy a ver allí afuera, y hablo del peligro. Por esas dos cosas, pero también por mi pasado. Las Heras y todos sus alrededores son lugares cada vez más propensos a inclemencias climáticas, atmosféricas y meteorológicas. Mi propia casa por poco tuvo una vez un metro de agua, hace cuatro años, y hubo ráfagas de viento que superaron los ciento veinte kilómetros por hora – y agregó, refiriéndose al jefe del Mercado Central de las Artesanías –. Kevin me contó que estuvo sepultado bajo la superficie de una obra en construcción, a consecuencia del derrumbe de parte de esa obra, a veinte metros bajo la superficie, y sobrevivió allí alrededor de cinco horas. Heridas menores, únicamente. ¿No es eso una prueba suficiente para demostrar que somos capaces y tenemos conocimiento y conciencia acerca del peligro al que vamos a exponernos?. Por otra parte, tenemos algo que nos obliga a volver.
Los hombres enseñaron los anillos.
Sus novias volvieron a sonreír, en señal de felicidad.
La reina también sonrió, adivinando la función que cumplían los anillos de oro.
_No me molesta que se dirijan a mí por ni nombre en lugar de hacerlo de alguna manera formal y protocolar. Mi nombre es “Lili”. Hay veces, y no son pocas, en que preferiría que solamente dijeran mi nombre y no que hicieran una mención u otra de mi dignidad real – aclaró la cabeza del poder político insular, forzando algo parecido a una sonrisa. Considerando la devastadora catástrofe natural, no tenía muchos deseos de sonreír, y no creía poder tenerlos en días… tal vez más –. Ahora bien, a Oliverio y Lursi los voy a traer yo personalmente, de modo que los van a tener con ustedes de un momento a otro – agradeció con gestos a Cristal por las curaciones en el tobillo, y fue entonces, tal vez con esos movimientos poco pronunciados que sus cuatro súbditos y oyentes repararon en su atuendo y calzado. No era el inmaculado vestido tradicional que le cubría incluso los pies ni los lujosos zapatos que hacían juego con el atuendo, de taco medio, sino calzado y ropa totalmente informales. Debía resultar más cómodo así en un caso como este. Tampoco llevaba la corona ni su cetro –. Lo que ahora estoy haciendo los incluye, en cierta forma. Estoy yendo de un lado a otro salvando a cuantos seres feéricos y elementales pueda y los conduzco a lugares seguros… que no va a ser el caso de Oliverio y Lursi. Esta tarea me está demandando más trabajo y esfuerzos de los que había estimado al principio, porque incluso para mi es complicado el hecho de dar lo mejor que tengo ante un acontecimiento tan destructivo como este. Pero volviendo a lo de ustedes dos – miró a los dos hombres sin pestañar –. Voy a ser repetitiva, pero no importa. Quiero que me respondan con voz clara, por favor. ¿Están cien por ciento convencidos y seguros de lo que van a hacer?.
_Si., aseguró Kevin.
_lo estamos., agregó Eduardo.
_Muy bien – sentenció la reina, que entonces dirigió la mirada a Cristal e Isabel, y les preguntó –. ¿Ustedes qué opinan?.

Involuntariamente, Lili tragó saliva.
Era evidente la respuesta que iban a dar las hermanas.

Todavía, pese a haber cedido al loco deseo y las intenciones suicidas del arqueólogo y el artesano-escultor, se les notaba con facilidad la preocupación y el temor, principalmente manifestado ese par de emociones a través de los ojos y con las expresiones faciales. La hija mayor de Wilson e Iulí – ¿qué suerte estarían corriendo ellos e Iris, imposibilitados para abandonar el Banco Real de Insulandia?. Otra preocupación en la mente de las hermanas… como si no tuvieran ya suficientes – estaba al borde de comerse las uñas y presentaba, al igual que la flamante médica, un inconfundible gesto nervioso. Sus compañeros sentimentales por poco y podían leerles la mente: se estaban arrepintiendo de dejarlos salir. Isabel era de las dos quien demostraba una preocupación mayor, y en cada rincón de su mente se estaba planteando una interrogante por demás inquietante:
“¿Por qué razón le habré contestado que si y accedido a su deseo de abandonar la casa, cuando es seguro en un cien por ciento que va a resultar herido?... y eso como mínimo”
Dio la contestación con la mirada atemorizada a la última pregunta de Lili.
Cristal, en su caso, recordaba aquella oportunidad en que el compañero de Nadia le salvara la vida a Kevin, de la que había tomado conocimiento a través del relato de los protagonistas. Ambos se encontraban en el reino de Ártica, en el continente polar homónimo, formando parte de una delegación encabezada por Elvia, la heredera al trono y Consejera de Cultura, y la propia reina Lili, cuyo propósito concreto era el intercambio comercial (exportaciones e importaciones) y las relaciones culturales entre ambos países, además del establecimiento de dos nuevas rutas navales que unieran Ártica e Insulandia. El derrumbe de un enorme bloque de hielo en una zona cercana a la capital de este país en la que los expertos locales emplazaban los cimientos para un túnel veinte metros bajo la superficie – había sido confirmada días antes la presencia de minerales, de un tipo desconocido para entonces – había atrapado al jefe del Mercado Central de las Artesanías y los locales. Habían pedido la presencia de Kevin porque creían que ese hielo, tan fuerte y sólido, podría usarse para la producción de esculturas. Lursi, que por esos días era un médico que integraba la planta permanente del Hospital Real insular, en Plaza Central, estaba a menos de cien metros de ese emplazamiento, participando en la instalación del campamento médico; había visto romperse una densa polvareda blanca cuando el hielo empezara a ceder bloque tras bloque , atrapando a Kevin y al cuarteto de operarios locales. Corrieron a  socorrerlos Lursi y el personal local, aunque pasaron cinco horas antes de que el artesano-escultor y los demás hombres que emplazaban los soportes en un tramo del túnel fueran rescatados; y cuando todos los seres feéricos estuvieron ya a salvo, la presión ejercida hizo que cediera otro enorme bloque, provocando una grieta en el suelo que terminó creando un cráter de escasa profundidad de cien metros de diámetro que pronto estuvo saturado con agua helada. Para peor, por esos días corría el pleno invierno en el reino de Ártica.

Para peor, cualquier rastro o cualquiera evidencia que apuntara a un hecho intencional, a un sabotaje, había sido borrada con el derrumbe. Ciento diecinueve kilómetros al sur-suroeste del lugar del accidente, estaba una de las once aldeas de los ilios en el reino, que tenía una población de cuatrocientos individuos, de una sub-especie adaptada al clima frío.

_¿Y los consejeros reales?, ¿y los demás funcionarios políticos?; ¿qué hay de ellos? – se le ocurrió preguntar a la compañera sentimental y colega de Eduardo, después de otro vistazo al exterior. Seguían imperando la catástrofe y sus efectos –. No hay noticias de la mayoría de ellos, por no decir de todos, desde hace más de dos días. ¿Cómo se encuentran ellos ahora, alt… Lili?.
_Salvando vidas, por supuesto. Tantas hadas y demás seres elementales como les resulte posible. Los consejeros, directores de departamentos, secretarios de esto o de aquello, jueces y otros funcionarios están haciendo exactamente lo mismo que yo – informó la reina –… lo mismo que van a tratar de hacer ustedes, Kevin y Eduardo. Algunos de ellos están teniendo más suerte que otros, porque si no es una llovizna leve se están enfrentando a una lluvia normal, nada del otro mundo. Y eso desde ya que es una señal muy buena, la primera y la que más estábamos esperando, porque significa que este desastre, que es mucho peor que el de hace cien años, está empezando a amainar. Los expertos del Departamento de Ciencias Atmosféricas y yo suponemos que va a disiparse en tres o cuatro días, a medida que vaya avanzando de lleno en el Hemisferio Sur – declaró, al tiempo que volvía a ponerse de pie –. Tampoco yo tengo mucha información referente a los consejeros y demás funcionarios del reino. La última comunicación mental, por ejemplo, fue con el Consejero de Transportes, hace poco menos de cuatro horas, y eso cuando menos es muy preocupante, porque se supone que en casos y situaciones de esta magnitud todos los miembros del Consejo Real tienen que reportarse como mínimo cada sesenta minutos, para pasar sus informes con todos los detalles que puedan. Por lo tanto, basándome en los detalles e informes que son más recientes, doy por sentado que cada uno está dando lo mejor de si, todo desde sus vidas para abajo, para salvar a los nuestros y a individuos de otras especies elementales. Dan el ejemplo y cumplen con la palabra empeñada al asumir en sus funciones: defender al país y a su pueblo. Es lo que voy a continuar haciendo yo una vez que haya abandonado esta sala. Lo primero va a ser traer a Oliverio y a Lursi. No se cuánto tiempo me va a demandar eso, aunque no creo que sea mucho. De cualquier manera, les pido un poco de paciencia, por favor – pidió al experto en arqueología submarina y al artesano-escultor –. Ustedes, Isabel y Cristal, tengan confianza en sus compañeros sentimentales y no se preocupen. La palabra de ellos y esos anillos que tienen son las pruebas de que van a volver – y concluyó anunciando –. Vuelvo en un momento…
Eduardo llamó entonces.
_Un momento, Lili, por favor.
_Por supuesto – accedió de buena gana la soberana, deteniéndose y descruzando los brazos. Se estaba preparando para llevar a cabo su técnica de la tele transportación, una habilidad extraordinaria que le permitía viajar instantáneamente desde el punto A al B, cualquiera fuera la distancia. Llegaría a la inmensa estructura en el barrio El Mirador en un segundo o dos, no más que eso. Oliverio y Lursi vivirían para ver otro día –. ¿de qué se trata?.
_¿En qué lugar se encuentra la princesa Elvia?, ¿qué está haciendo en este momento?.
El compañero sentimental de Isabel no podía concebir la idea de un ser feérico que le huyera a sus responsabilidades, máxime si se trataba de uno en la función pública – había escuchado que estos eran ejemplos a seguir –, así que supuso que se trataba de una tarea sumamente importante, impostergable e irrenunciable que estaba manteniendo ocupada a la heredera al trono de Insulandia.
_Está cumpliendo con una misión diplomática en Colonia Las Rosas, la ciudad capital de Quguru, uno de los doce países que forman Reikuvia, que es otro de los continentes de este planeta – contestó la reina, que pareció haber adivinado lo que estaba pensando el arqueólogo. Lejos de ofenderse o molestarse, esbozó una sonrisa. Había cosas que el oriundo de Las Heras desconocía todavía acerca de los seres feéricos, y esta era una de ellas –. Va a volver recién en tres días… en realidad en dos y veintiuna horas.  Se lo que estás pensando, Eduardo. “¿Qué hace la princesa Elvia que no está en su tierra natal ayudando a su pueblo en esta situación tan delicada y peligrosa?, es la cabeza de uno de los Consejos Reales y no está cumpliendo con sus obligaciones”. En nuestra sociedad, hablo de las hadas, en el ámbito de la política de dos países o más, si las misiones o visitas están relacionadas con la cultura (y la ciencia) no pueden ni deben ser canceladas, sin importar cuanta gravedad revista lo que esté ocurriendo, y eso incluye a esta catástrofe de escala continental. Imagino, y no creo estar cometiendo un error, que mi hija debe estar deseando que  esas actividades en el reino de Quguru lleguen a su término para volver a Insulandia y ayudar. Además, le pedí que esperara en Colonia Las Rosas hasta que esto afloje un poco. Elvia es la heredera, un caso excepcional entre los excepcionales – la última pausa, tras la cual hizo su anuncio final –. Ahora, si me disculpan, tengo que ir a El Mirador.
Fue ella quien hizo la reverencia en primer lugar, una inclinación con la cabeza, antes de adoptar una vez más la pose para ejecutar de manera correcta la técnica de la tele transportación – pies y piernas juntas, brazos cruzados y ojos abiertos con cero pestañeos – y abandonar el ambiente principal de la vivienda, creando de nuevo aquella luminiscencia amarilla y roja, tan fugaz como cualquiera de esos relámpagos que habían en el cielo.
“A continuar esperando el momento”, dijeron prácticamente al mismo tiempo Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal, en tanto cada pareja hacía suyo uno de esos cómodos sofás.

_Más que cualquiera otra oportunidad vamos a tener que recurrir a la ecolocación – contempló el artesano-escultor, observando el péndulo en una de las paredes. Un reloj muy bonito que le había obsequiado a Isabel en su cumpleaños del pasado mes de Diciembre –, y que bueno que es una facultad que está muy desarrollada en mi especie.
_¿Aun con un desastre como este?., inquirió el arqueólogo.
Sería puesto a prueba el sentido de la audición de los cuatro.
_Si, aun con la catástrofe natural que estamos viviendo. Es más, diría que va a ser nuestro principal recurso – confirmó su amigo. La anfitriona hizo un gesto de afirmación cuando Kevin exhibió un atado de cigarrillos, y le alcanzó el cenicero, vía telequinesia. Una llama roja apreció n la punta del dedo índice derecho de Kevin –. ¿Ya sabés como funciona eso, no?. Cuatro facultades que actúan con una coordinación total y en simultáneo referidas a la ecolocación, es decir para emitir un sonido, el oído agudo para recibir el eco, el cerebro trabajando al máximo para hacer el análisis de esos sonidos y movimientos hábiles para responder – encendió el cigarrillo y una bocanada de humo gris se elevó en el aire –. Desde siempre, prácticamente desde el surgimiento mismo de la especie, la ecolocación resultó y resulta una herramienta muy útil para los seres feéricos.
 _Y los magneto sensores., agregó Cristal.
_¿Pueden detectar el campo magnético del planeta?., llamó el experto en arqueología submarina a los tres con quienes compartía la sala, comparando a los seres feéricos con los murciélagos y vampiros primero, que recurrían a la ecolocación, y con las aves después, que, por ejemplo, seguían ese campo en sus migraciones.
En los dos casos, era para guiarse.
_Exacto, otra de las herramientas útiles – afirmó su futura cuñada, que con emoción observaba su anillo- Cristal sostenía que Eduardo había hecho un aporte a la cultura de las hadas, que a la larga sería aceptado por toda la población –. Esa es una de las habilidades que usamos las hadas para orientarnos. Lo hace también la mayoría de los seres elementales, aunque es en los seres feéricos en quienes esa capacidad estás más desarrollada.
-Al menos va a resultar más sencillo recurrir a los magneto sensores que a la ecolocación – apostó Isabel, sobresalto mediante, igual que su hermana, al escuchar otro rayo muy sonoro –. Es algo que no se puede alterar… o casi, de manera que algo que permanece constante les va a ser a los cuatro de mucha ayuda.
_¿Por qué “casi inalterable”? – reaccionó con curiosidad y sorpresa su compañero sentimental –, ¿acaso el campo magnético del planeta puede sufrir variaciones?.
_Pasa cada miles de años, pero pasa. Con nuestras investigaciones científicas, la mayoría de astronomía y física, determinamos que ese campo sufre alteraciones una vez cada veinticinco mil años – le contestó Cristal –. Hace unos cien años pasó una vez más. Con esa catástrofe natural, el eje de nuestro planeta se corrió cero punto tres grados, y como consecuencia, entonces, el campo magnético sufrió alteraciones. Mínimas e insignificantes, pero alteraciones al fin. Y hubo cambios, naturalmente. Unas pocas especies del reino animal por poco y quedaron al borde de la extinción, porque se redujeron numéricamente. En los continentes polares, Polus y Ártica, empezó a hacer más frío y se produjo un leve deshielo en el del norte, unas pocas corrientes marinas se modificaron levemente, el clima sufrió variaciones a escala planetaria y algunas islas, islotes y atolones quedaron bajo el agua, en Centralia y los otros continentes. Hubo otros cambios, pero esos fueron los principales, y todavía hoy estamos sufriendo los efectos.
_Entonces, hace un siglo tuvieron un cambio global., tradujo y resumió el arqueólogo, peguntándose en su mente si con este desastre podría darse o no la misma serie de acontecimientos.
_Tal cual – contestó Isabel –. Incluso hubo…

Otra vez la luminiscencia amarilla y roja.
La conversación se vio interrumpida.

La reina de Insulandia estuvo de vuelta en la vivienda un décimo de hora más tarde, con señales más que evidentes de la destructiva inclemencia (un moretón en la mejilla derecha y tres heridas cortantes en la mano izquierda, además de un tobillo malo, eran las principales), trayendo consigo a Oliverio y Lursi, y se marchó casi al instante, reiterando las mismas palabras de ánimo al cuarteto de hombres (“¡Que haya suerte!”) y las hermanas de aura lila (“¡No se alarmen, por favor!”), que hubieron de congregarse en la sala principal en torno a ella. Había al fin arribado, después de la prolongada espera, el momento de dar comienzo a la “misión suicida”, así definida por las chicas y, como Lursi dijera, también por Nadia. Y lo primero que hicieron los cuatro fue decir unas pocas  y sabias palabras de ánimo a las hermanas, en un último intento por tranquilizarlas – era lo indicado y lo correcto –, en tanto abría el arqueólogo del grupo la puerta y ponían los pies en el exterior. Cristal e Isabel no dejaron ni por un instante de saludar, moviendo las manos y sonriendo, a través de la ventana grande, sino hasta que el cuarteto de suicidas, a la vez que valientes, a las dos se les perdiera de vista. Era sorprendente lo rápido que el experto en arqueología submarina iba aprendido a hacer uso – su compañera sentimental había demostrado ser una excelente instructora – de su energía vital, algo que, las hadas le explicaron ya varias veces, acompañaba a todas las formas de vida desde el mismo momento de su nacimiento. Por lo pronto, Eduardo ya era capaz de caminar sobre el barrizal sin grandes dificultades ni quedar atascado. No tenía un aura ni nada que s ele pareciera, pese al misterioso halo que su compañera sentimental había visto varias veces. Una luz fugaz y tenue de color azul con algunas motitas celestes. Un misterio doble que las hadas aun trataban de resolver.

¿Por qué se producía en el arqueólogo esa luminiscencia cuya duración era de solo una fracción de segundo?

¿Y por qué era tan diestro dominando su energía vital, en tan escaso tiempo?.



Continúa…



--- CLAUDIO ---

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