… para reaparecer dentro de la maltratada
sala principal de la casa tomados de la mano con la reina de Insulandia.
Estaba alarmada, como todo el mundo.
Asustada, incluso. Su aura de dos colores
delataba esa condición.
Así y todo, podía en su semblante detectarse
con facilidad su inconfundible aspecto de serenidad.
Hizo unos cuantos movimientos veloces con
ambas manos, pronunciando algunas palabras en el idioma feérico antiguo –estaba
haciendo magia –, y en el espacio principal se evaporó y esfumó el agua que
llevaba bastante estancándose en el suelo y se detuvo esa caída permanente
desde las goteras, porque estas habían, literalmente, desaparecido.
“Magnífico”, fue la opinión del experto en arqueología submarina, observando
con asombro como, a continuación, la soberana insular se ocupaba de restaurar
el vidrio estrellado en la ventana grande, borraba cada uno de los manchones
oscuros que habían aparecido sobre las paredes, apilaba en un rincón de la
sala, en el extremo derecho trasero,
todos los objetos que no eran otra cosa que escombros y desperdicios y
restauraba las patas rotas en una de las sillas. La cabeza del poder político
del reino ofrecía la sensación de encontrarse con el mismo nivel de
preocupación que las hermanas de aura lila, y, como estas, estaba reacia a la
decisión, por la suerte que podrían correr esos cuatro hombres en el exterior,
expuestos a todo, aunque aquellos no serían los primeros en proponerlo ni en
ejecutarlo. Había sido ya confirmada, al menos siete veces, la noticia de que
unos doscientos noventa mil seiscientos individuos de la raza feérica, en
diversas partes de Insulandia y los otros países del continente, estaban
intentando colaborar. La mayoría andaba de un lado para otro tratando de salvar
a cuantos seres feéricos y elementales podrían y otros brindaban ayuda desde posiciones fijas, haciendo, por
ejemplo, señales luminosas en las alturas para quienes se arriesgaban (también)
al intentar moverse bajo la cruda inclemencia.
Sin rodeos pero con temor, la reina Lili
dirigió la palabra a Kevin Y Eduardo.
_Es cierto que yo, siendo la soberana de todo
este reino, tengo la última palabra en todo, no importa el nivel de complejidad
del asunto en cuestión. Pero no voy a poner el mando en práctica en este
momento, porque se bien que aunque les ordene que no salgan, no van a hacerme
ningún caso. Creo que yo haría lo mismo
si me encontrara en su lugar. Lo estoy haciendo, de hecho – ocupó una de las
sillas, de cara a ambas parejas, y se subió unos pocos centímetros la manga
izquierda del pantalón. Una minúscula marca de sangre había aparecido en el
tobillo, y Cristal le aplicó el tratamiento médico adecuado –. Estoy moviéndome
de un lado a otro por todo el reino, haciendo eso que van a hacer ustedes dos y
que ya están haciendo tantos en el continente, y que pretenden también hacer
Oliverio y Lursi; y gracias a esos viajes constantes es que les puedo asegurar
una cosa, Kevin y Eduardo – a la legua notaban ambos hombres y sus compañeras
sentimentales que la reina estaba cansada. Trataba de recuperar algo de aire,
su larga cabellera rubia estaba hecha un absoluto desastre, le temblaba la mano
derecha y presentaba aquella herida cortante en el tobillo. Aun con el riesgo
tan grande, estaba asumiendo uno de los roles del líder de cualquier país:
defender su tierra y a todos cuantos vivieran en ella –. Allí afuera la
situación no marcha para nada bien, y no hay siquiera una mínima señal que
apunte a una mejoría leve, en el muy corto o el corto plazo. El caos, el
desorden y el pánico cunden supremos por todas partes. Y no vayan de ninguna
manera a creer que más allá de este lugar, me refiero a la Ciudad Del Sol, es
mejor el cuadro de situación. Es peor, de hecho, en varios aspectos. Pasa
exactamente lo mismo más allá de las fronteras insulares. Esto quise informarlo
porque si la intención que tienen ustedes dos – miró a los hombres – es trabajar
fuera de esta ciudad, bordeando el barrio Barraca Sola, tienen que saber que…
_Tenemos la obligación de hacer algo, Lil… alteza.
Nuestra Ley Magna y el Código de la Vida lo indican. Además, el hecho de ayudar
forma parte de nuestra naturaleza – intervino en ese momento el compañero
sentimental de Cristal. No pareció que a la reina de Insulandia le molestaran
la informalidad con que Kevin se dirigiera a ella ni la interrupción –.
Eduardo, Lursi, Oliverio y yo hicimos hace unos días el convenio de sangre,
durante la ceremonia del otoño en la plaza central, y lo tenemos que cumplir.
Primero vamos a ir al barrio El Mirador, como es algo que no importa, a
buscarlos, porque Lursi y Oliverio son nuestros amigos y nos necesitan, tanto
como los necesitamos nosotros. Eduardo y yo solos no vamos a poder con todo, ni
podríamos aunque quisiéramos. De hecho, dudo mucho que vayamos a poder con todo
los cuatro, pero ese número es mejor que su mitad, ¿no?. Además, Lursi me salvó
la vida una vez, y por lo tanto hay una deuda pendiente de devolución. Es el momento
de poner a prueba por primera vez ese pacto que suscribimos en la noche del
veintiuno – y concluyó –. Y si, es cierto. Si se nos presentara la oportunidad,
ellos, Eduardo y yo desobedeceríamos cualquier clase de mando u orden que
viniera de nuestra reina.
_También estamos plenamente conscientes de
todo aquello a lo que nos vamos a enfrentar – agregó el experto en arqueología
submarina, con toda la firmeza que pudo en esas palabras. Se cerró los botones
de la camisa, una inconfundible señal de que no iba a seguir esperando por
mucho más tiempo para salir –. Yo, por ejemplo, sobreviví durante más de dos
días a la deriva en un océano que era desconocido para mí, sin conocer cuál
podría ser mi suerte, y después estuve cincuenta días sin conocimiento. Es por esas dos cosas que se que lo que voy a
ver allí afuera, y hablo del peligro. Por esas dos cosas, pero también por mi
pasado. Las Heras y todos sus alrededores son lugares cada vez más propensos a
inclemencias climáticas, atmosféricas y meteorológicas. Mi propia casa por poco
tuvo una vez un metro de agua, hace cuatro años, y hubo ráfagas de viento que
superaron los ciento veinte kilómetros por hora – y agregó, refiriéndose al
jefe del Mercado Central de las Artesanías –. Kevin me contó que estuvo sepultado
bajo la superficie de una obra en construcción, a consecuencia del derrumbe de
parte de esa obra, a veinte metros bajo la superficie, y sobrevivió allí
alrededor de cinco horas. Heridas menores, únicamente. ¿No es eso una prueba
suficiente para demostrar que somos capaces y tenemos conocimiento y conciencia
acerca del peligro al que vamos a exponernos?. Por otra parte, tenemos algo que
nos obliga a volver.
Los hombres enseñaron los anillos.
Sus novias volvieron a sonreír, en señal de
felicidad.
La reina también sonrió, adivinando la
función que cumplían los anillos de oro.
_No me molesta que se dirijan a mí por ni
nombre en lugar de hacerlo de alguna manera formal y protocolar. Mi nombre es “Lili”.
Hay veces, y no son pocas, en que preferiría que solamente dijeran mi nombre y
no que hicieran una mención u otra de mi dignidad real – aclaró la cabeza del
poder político insular, forzando algo parecido a una sonrisa. Considerando la
devastadora catástrofe natural, no tenía muchos deseos de sonreír, y no creía
poder tenerlos en días… tal vez más –. Ahora bien, a Oliverio y Lursi los voy a
traer yo personalmente, de modo que los van a tener con ustedes de un momento a
otro – agradeció con gestos a Cristal por las curaciones en el tobillo, y fue
entonces, tal vez con esos movimientos poco pronunciados que sus cuatro
súbditos y oyentes repararon en su atuendo y calzado. No era el inmaculado
vestido tradicional que le cubría incluso los pies ni los lujosos zapatos que
hacían juego con el atuendo, de taco medio, sino calzado y ropa totalmente informales.
Debía resultar más cómodo así en un caso como este. Tampoco llevaba la corona
ni su cetro –. Lo que ahora estoy haciendo los incluye, en cierta forma. Estoy
yendo de un lado a otro salvando a cuantos seres feéricos y elementales pueda y
los conduzco a lugares seguros… que no va a ser el caso de Oliverio y Lursi. Esta
tarea me está demandando más trabajo y esfuerzos de los que había estimado al
principio, porque incluso para mi es complicado el hecho de dar lo mejor que
tengo ante un acontecimiento tan destructivo como este. Pero volviendo a lo de
ustedes dos – miró a los dos hombres sin pestañar –. Voy a ser repetitiva, pero
no importa. Quiero que me respondan con voz clara, por favor. ¿Están cien por
ciento convencidos y seguros de lo que van a hacer?.
_Si., aseguró Kevin.
_lo estamos., agregó Eduardo.
_Muy bien – sentenció la reina, que entonces
dirigió la mirada a Cristal e Isabel, y les preguntó –. ¿Ustedes qué opinan?.
Involuntariamente, Lili tragó saliva.
Era evidente la respuesta que iban a dar las
hermanas.
Todavía, pese a haber cedido al loco deseo y
las intenciones suicidas del arqueólogo y el artesano-escultor, se les notaba
con facilidad la preocupación y el temor, principalmente manifestado ese par de
emociones a través de los ojos y con las expresiones faciales. La hija mayor de
Wilson e Iulí – ¿qué suerte estarían corriendo ellos e Iris, imposibilitados
para abandonar el Banco Real de Insulandia?. Otra preocupación en la mente de
las hermanas… como si no tuvieran ya suficientes – estaba al borde de comerse
las uñas y presentaba, al igual que la flamante médica, un inconfundible gesto
nervioso. Sus compañeros sentimentales por poco y podían leerles la mente: se
estaban arrepintiendo de dejarlos salir. Isabel era de las dos quien demostraba
una preocupación mayor, y en cada rincón de su mente se estaba planteando una
interrogante por demás inquietante:
“¿Por qué razón le habré contestado que si y
accedido a su deseo de abandonar la casa, cuando es seguro en un cien por
ciento que va a resultar herido?... y eso como mínimo”
Dio la contestación con la mirada atemorizada
a la última pregunta de Lili.
Cristal, en su caso, recordaba aquella
oportunidad en que el compañero de Nadia le salvara la vida a Kevin, de la que
había tomado conocimiento a través del relato de los protagonistas. Ambos se
encontraban en el reino de Ártica, en el continente polar homónimo, formando
parte de una delegación encabezada por Elvia, la heredera al trono y Consejera
de Cultura, y la propia reina Lili, cuyo propósito concreto era el intercambio
comercial (exportaciones e importaciones) y las relaciones culturales entre
ambos países, además del establecimiento de dos nuevas rutas navales que
unieran Ártica e Insulandia. El derrumbe de un enorme bloque de hielo en una
zona cercana a la capital de este país en la que los expertos locales
emplazaban los cimientos para un túnel veinte metros bajo la superficie – había
sido confirmada días antes la presencia de minerales, de un tipo desconocido
para entonces – había atrapado al jefe del Mercado Central de las Artesanías y
los locales. Habían pedido la presencia de Kevin porque creían que ese hielo,
tan fuerte y sólido, podría usarse para la producción de esculturas. Lursi, que
por esos días era un médico que integraba la planta permanente del Hospital
Real insular, en Plaza Central, estaba a menos de cien metros de ese
emplazamiento, participando en la instalación del campamento médico; había
visto romperse una densa polvareda blanca cuando el hielo empezara a ceder
bloque tras bloque , atrapando a Kevin y al cuarteto de operarios locales. Corrieron
a socorrerlos Lursi y el personal local,
aunque pasaron cinco horas antes de que el artesano-escultor y los demás
hombres que emplazaban los soportes en un tramo del túnel fueran rescatados; y
cuando todos los seres feéricos estuvieron ya a salvo, la presión ejercida hizo
que cediera otro enorme bloque, provocando una grieta en el suelo que terminó
creando un cráter de escasa profundidad de cien metros de diámetro que pronto
estuvo saturado con agua helada. Para peor, por esos días corría el pleno
invierno en el reino de Ártica.
Para peor, cualquier rastro o cualquiera
evidencia que apuntara a un hecho intencional, a un sabotaje, había sido
borrada con el derrumbe. Ciento diecinueve kilómetros al sur-suroeste del lugar
del accidente, estaba una de las once aldeas de los ilios en el reino, que
tenía una población de cuatrocientos individuos, de una sub-especie adaptada al
clima frío.
_¿Y los consejeros reales?, ¿y los demás
funcionarios políticos?; ¿qué hay de ellos? – se le ocurrió preguntar a la
compañera sentimental y colega de Eduardo, después de otro vistazo al exterior.
Seguían imperando la catástrofe y sus efectos –. No hay noticias de la mayoría
de ellos, por no decir de todos, desde hace más de dos días. ¿Cómo se
encuentran ellos ahora, alt… Lili?.
_Salvando vidas, por supuesto. Tantas hadas y
demás seres elementales como les resulte posible. Los consejeros, directores de
departamentos, secretarios de esto o de aquello, jueces y otros funcionarios
están haciendo exactamente lo mismo que yo – informó la reina –… lo mismo que
van a tratar de hacer ustedes, Kevin y Eduardo. Algunos de ellos están teniendo
más suerte que otros, porque si no es una llovizna leve se están enfrentando a
una lluvia normal, nada del otro mundo. Y eso desde ya que es una señal muy
buena, la primera y la que más estábamos esperando, porque significa que este desastre,
que es mucho peor que el de hace cien años, está empezando a amainar. Los
expertos del Departamento de Ciencias Atmosféricas y yo suponemos que va a
disiparse en tres o cuatro días, a medida que vaya avanzando de lleno en el
Hemisferio Sur – declaró, al tiempo que volvía a ponerse de pie –. Tampoco yo
tengo mucha información referente a los consejeros y demás funcionarios del
reino. La última comunicación mental, por ejemplo, fue con el Consejero de
Transportes, hace poco menos de cuatro horas, y eso cuando menos es muy
preocupante, porque se supone que en casos y situaciones de esta magnitud todos
los miembros del Consejo Real tienen que reportarse como mínimo cada sesenta
minutos, para pasar sus informes con todos los detalles que puedan. Por lo
tanto, basándome en los detalles e informes que son más recientes, doy por
sentado que cada uno está dando lo mejor de si, todo desde sus vidas para
abajo, para salvar a los nuestros y a individuos de otras especies elementales.
Dan el ejemplo y cumplen con la palabra empeñada al asumir en sus funciones: defender
al país y a su pueblo. Es lo que voy a continuar haciendo yo una vez que haya
abandonado esta sala. Lo primero va a ser traer a Oliverio y a Lursi. No se cuánto
tiempo me va a demandar eso, aunque no creo que sea mucho. De cualquier manera,
les pido un poco de paciencia, por favor – pidió al experto en arqueología submarina
y al artesano-escultor –. Ustedes, Isabel y Cristal, tengan confianza en sus
compañeros sentimentales y no se preocupen. La palabra de ellos y esos anillos
que tienen son las pruebas de que van a volver – y concluyó anunciando –.
Vuelvo en un momento…
Eduardo llamó entonces.
_Un momento, Lili, por favor.
_Por supuesto – accedió de buena gana la soberana,
deteniéndose y descruzando los brazos. Se estaba preparando para llevar a cabo
su técnica de la tele transportación, una habilidad extraordinaria que le
permitía viajar instantáneamente desde el punto A al B, cualquiera fuera la
distancia. Llegaría a la inmensa estructura en el barrio El Mirador en un
segundo o dos, no más que eso. Oliverio y Lursi vivirían para ver otro día –. ¿de
qué se trata?.
_¿En qué lugar se encuentra la princesa
Elvia?, ¿qué está haciendo en este momento?.
El compañero sentimental de Isabel no podía
concebir la idea de un ser feérico que le huyera a sus responsabilidades, máxime
si se trataba de uno en la función pública – había escuchado que estos eran
ejemplos a seguir –, así que supuso que se trataba de una tarea sumamente
importante, impostergable e irrenunciable que estaba manteniendo ocupada a la
heredera al trono de Insulandia.
_Está cumpliendo con una misión diplomática
en Colonia Las Rosas, la ciudad capital de Quguru, uno de los doce países que
forman Reikuvia, que es otro de los continentes de este planeta – contestó la
reina, que pareció haber adivinado lo que estaba pensando el arqueólogo. Lejos
de ofenderse o molestarse, esbozó una sonrisa. Había cosas que el oriundo de
Las Heras desconocía todavía acerca de los seres feéricos, y esta era una de
ellas –. Va a volver recién en tres días… en realidad en dos y veintiuna horas.
Se lo que estás pensando, Eduardo. “¿Qué
hace la princesa Elvia que no está en su tierra natal ayudando a su pueblo en
esta situación tan delicada y peligrosa?, es la cabeza de uno de los Consejos
Reales y no está cumpliendo con sus obligaciones”. En nuestra sociedad, hablo
de las hadas, en el ámbito de la política de dos países o más, si las misiones
o visitas están relacionadas con la cultura (y la ciencia) no pueden ni deben
ser canceladas, sin importar cuanta gravedad revista lo que esté ocurriendo, y
eso incluye a esta catástrofe de escala continental. Imagino, y no creo estar cometiendo
un error, que mi hija debe estar deseando que esas actividades en el reino de Quguru lleguen
a su término para volver a Insulandia y ayudar. Además, le pedí que esperara en
Colonia Las Rosas hasta que esto afloje un poco. Elvia es la heredera, un caso
excepcional entre los excepcionales – la última pausa, tras la cual hizo su
anuncio final –. Ahora, si me disculpan, tengo que ir a El Mirador.
Fue ella quien hizo la reverencia en primer
lugar, una inclinación con la cabeza, antes de adoptar una vez más la pose para
ejecutar de manera correcta la técnica de la tele transportación – pies y
piernas juntas, brazos cruzados y ojos abiertos con cero pestañeos – y abandonar
el ambiente principal de la vivienda, creando de nuevo aquella luminiscencia
amarilla y roja, tan fugaz como cualquiera de esos relámpagos que habían en el
cielo.
“A continuar esperando el momento”, dijeron prácticamente
al mismo tiempo Eduardo, Isabel, Kevin y Cristal, en tanto cada pareja hacía
suyo uno de esos cómodos sofás.
_Más que cualquiera otra oportunidad vamos a
tener que recurrir a la ecolocación – contempló el artesano-escultor,
observando el péndulo en una de las paredes. Un reloj muy bonito que le había
obsequiado a Isabel en su cumpleaños del pasado mes de Diciembre –, y que bueno
que es una facultad que está muy desarrollada en mi especie.
_¿Aun con un desastre como este?., inquirió
el arqueólogo.
Sería puesto a prueba el sentido de la
audición de los cuatro.
_Si, aun con la catástrofe natural que
estamos viviendo. Es más, diría que va a ser nuestro principal recurso –
confirmó su amigo. La anfitriona hizo un gesto de afirmación cuando Kevin
exhibió un atado de cigarrillos, y le alcanzó el cenicero, vía telequinesia. Una
llama roja apreció n la punta del dedo índice derecho de Kevin –. ¿Ya sabés
como funciona eso, no?. Cuatro facultades que actúan con una coordinación total
y en simultáneo referidas a la ecolocación, es decir para emitir un sonido, el
oído agudo para recibir el eco, el cerebro trabajando al máximo para hacer el
análisis de esos sonidos y movimientos hábiles para responder – encendió el
cigarrillo y una bocanada de humo gris se elevó en el aire –. Desde siempre,
prácticamente desde el surgimiento mismo de la especie, la ecolocación resultó
y resulta una herramienta muy útil para los seres feéricos.
_Y los
magneto sensores., agregó Cristal.
_¿Pueden detectar el campo magnético del
planeta?., llamó el experto en arqueología submarina a los tres con quienes
compartía la sala, comparando a los seres feéricos con los murciélagos y
vampiros primero, que recurrían a la ecolocación, y con las aves después, que,
por ejemplo, seguían ese campo en sus migraciones.
En los dos casos, era para guiarse.
_Exacto, otra de las herramientas útiles –
afirmó su futura cuñada, que con emoción observaba su anillo- Cristal sostenía
que Eduardo había hecho un aporte a la cultura de las hadas, que a la larga
sería aceptado por toda la población –. Esa es una de las habilidades que
usamos las hadas para orientarnos. Lo hace también la mayoría de los seres
elementales, aunque es en los seres feéricos en quienes esa capacidad estás más
desarrollada.
-Al menos va a resultar más sencillo recurrir
a los magneto sensores que a la ecolocación – apostó Isabel, sobresalto
mediante, igual que su hermana, al escuchar otro rayo muy sonoro –. Es algo que
no se puede alterar… o casi, de manera que algo que permanece constante les va
a ser a los cuatro de mucha ayuda.
_¿Por qué “casi inalterable”? – reaccionó con
curiosidad y sorpresa su compañero sentimental –, ¿acaso el campo magnético del
planeta puede sufrir variaciones?.
_Pasa cada miles de años, pero pasa. Con
nuestras investigaciones científicas, la mayoría de astronomía y física, determinamos
que ese campo sufre alteraciones una vez cada veinticinco mil años – le contestó
Cristal –. Hace unos cien años pasó una vez más. Con esa catástrofe natural, el
eje de nuestro planeta se corrió cero punto tres grados, y como consecuencia,
entonces, el campo magnético sufrió alteraciones. Mínimas e insignificantes,
pero alteraciones al fin. Y hubo cambios, naturalmente. Unas pocas especies del
reino animal por poco y quedaron al borde de la extinción, porque se redujeron
numéricamente. En los continentes polares, Polus y Ártica, empezó a hacer más
frío y se produjo un leve deshielo en el del norte, unas pocas corrientes
marinas se modificaron levemente, el clima sufrió variaciones a escala
planetaria y algunas islas, islotes y atolones quedaron bajo el agua, en
Centralia y los otros continentes. Hubo otros cambios, pero esos fueron los
principales, y todavía hoy estamos sufriendo los efectos.
_Entonces, hace un siglo tuvieron un cambio
global., tradujo y resumió el arqueólogo, peguntándose en su mente si con este desastre
podría darse o no la misma serie de acontecimientos.
_Tal cual – contestó Isabel –. Incluso hubo…
Otra vez la luminiscencia amarilla y roja.
La conversación se vio interrumpida.
La reina de Insulandia estuvo de vuelta en la
vivienda un décimo de hora más tarde, con señales más que evidentes de la
destructiva inclemencia (un moretón en la mejilla derecha y tres heridas
cortantes en la mano izquierda, además de un tobillo malo, eran las
principales), trayendo consigo a Oliverio y Lursi, y se marchó casi al
instante, reiterando las mismas palabras de ánimo al cuarteto de hombres (“¡Que
haya suerte!”) y las hermanas de aura lila (“¡No se alarmen, por favor!”), que
hubieron de congregarse en la sala principal en torno a ella. Había al fin
arribado, después de la prolongada espera, el momento de dar comienzo a la “misión
suicida”, así definida por las chicas y, como Lursi dijera, también por Nadia.
Y lo primero que hicieron los cuatro fue decir unas pocas y sabias palabras de ánimo a las hermanas, en
un último intento por tranquilizarlas – era lo indicado y lo correcto –, en tanto
abría el arqueólogo del grupo la puerta y ponían los pies en el exterior.
Cristal e Isabel no dejaron ni por un instante de saludar, moviendo las manos y
sonriendo, a través de la ventana grande, sino hasta que el cuarteto de
suicidas, a la vez que valientes, a las dos se les perdiera de vista. Era sorprendente
lo rápido que el experto en arqueología submarina iba aprendido a hacer uso –
su compañera sentimental había demostrado ser una excelente instructora – de su
energía vital, algo que, las hadas le explicaron ya varias veces, acompañaba a
todas las formas de vida desde el mismo momento de su nacimiento. Por lo
pronto, Eduardo ya era capaz de caminar sobre el barrizal sin grandes
dificultades ni quedar atascado. No tenía un aura ni nada que s ele pareciera,
pese al misterioso halo que su compañera sentimental había visto varias veces.
Una luz fugaz y tenue de color azul con algunas motitas celestes. Un misterio
doble que las hadas aun trataban de resolver.
¿Por qué se producía en el arqueólogo esa
luminiscencia cuya duración era de solo una fracción de segundo?
¿Y por qué era tan diestro dominando su
energía vital, en tan escaso tiempo?.
Continúa…
--- CLAUDIO ---
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