Aun
cuando se cumplieron los primeros cincuenta días del nacimiento de Melisa, la
emoción y la amplia gama de sentimientos positivos no desaparecían de la mente
de sus padres, que de a poco fueron recuperando su vida normal, y fue lo mismo
en el caso de Iris y Zümsar, Kevin y Cristal, Olaf y Lía, Oliverio y Elvia,
Kuza y Lara, los reyes insulares Elías y Lili, Lursi y Nadia y Wilson e Iulí.
No bien pusieron los pies en el exterior, las hadas y cuantos seres elementales
estuvieron observándolos prorrumpieron en aplausos y felicitaciones, porque esa
era la costumbre, nacida entre los individuos de la raza feérica y “exportada”
a las otras especies hacía milenios. En lo familiar, un bebé representaba el
momento más feliz, o uno de los más felices, porque había un nuevo miembro que
aseguraba la supervivencia de ese grupo por otra generación, y en lo colectivo,
la sociedad, garantizando que la especie continuara manteniendo la superioridad
numérica. En sus lugares de trabajo y cuantos establecimientos e instituciones
frecuentaron a diario, el día de su vuelta les fue imposible hacer otra cosa
más allá de dedicarle la jornada entera a explicar, con detalles, todo cuanto sintieron,
experimentaron y todo lo que vivieron esos días tan significativos e
importantes. Y sus hijos e hijas se transformaron, sin saberlo, en los otros
protagonistas. Allí estuvieron, despertando un acentuado enternecimiento,
Mizûk, Akmolu, A´bki (Lía quizás haya recibido más atenciones, y de paso Olaf,
porque ellos también tenían un hijo anterior, Rafael, el bebé partenogenético
que ya se acercaba a los dos años), Sebastián, Suakeho, Wuqelu, Yok´a, Ibequgi
y Melisa, durmiendo en los moisés, en los brazos de alguno de sus padres o
recibiendo alguna de sus raciones diarias de leche materna. Conforme fueron
pasando los días, a nadie le cupieron dudas de que era lo prioritario para los
padres, y aun cuando estos cumplían con sus obligaciones y hacían todo lo que
se esperaba de ellos – la junta directiva del Banco Real, el comercio de
antigüedades, la dirección y la sala médica en la Casa de la Magia, los
Consejos de Cultura y de Infraestructura y Obras, la Dirección de Cartografía,
una de las instalaciones médicas en el Templo del Fuego, la oficina principal
en el Castillo Real, el Consejo de Salud y Asuntos Médicos, el de Desarrollo
Comunitario y Social, la Guardia Real, el Complejo de Deportes de Precisión, el
instituto de modelaje, la dirección del Templo del Agua y en este el área de
arqueología –, no dejaban de prestar atención y estar concentrados en su
descendencia, junto a esta, viéndoselos trabajar muchas veces o hacer cualquier actividad
teniendo a sus hijos e hijas con ellos. Hoy, a media tarde del sábado nueve de
Noviembre / Clel número veintiocho, las mujeres se encontraban, en un salón
reservado habitualmente para reuniones en el CoDeP, dando lugar a algo que
ellas mismas dieron en llamar “Club de la Lactancia”, una entidad simbólica que
idearan para las ocasiones como esta, las raciones de leche materna, para los
bebés, donde aprovechaban para intercambiar conocimientos y experiencias. Los
hombres, en tanto, hacían algo parecido en su único y lugar acostumbrado. Esta,
como las tardes de cada sábado anterior, los había encontrado compartiendo la
mesa amplia y rectangular en el bar El Tráfico, en Barraca Sola, contra una de
las ventanas. La misma escena en un grupo y el otro nunca se prolongaba por
menos de dos o dos y media horas, concluyendo siempre con el encuentro de ambos
llegado el último cuarto del sábado, a las dieciocho en punto, y la vuelta a
sus hogares, o donde fuera que continuaran la jornada, con la firme promesa de
reunirse nuevamente en una semana. Para estos matrimonios, además, la felicidad
en esa cincuentena de días se había completado con casamientos, aniversarios y
nacimientos ajenos a su grupo y propios de este, otro tanto de festividades
siempre magníficas, cumpleaños y nuevos y destacados logros en el cumplimiento
de sus obligaciones. “Motivos para sonreír no nos faltan”, apreció el Cuidador
del Templo del Agua, al estar otra vez en La Fragua 5-16-7, dejando el moisés a
un lado de la mesa y tomando a Melisa en brazos, mientras Isabel se sentaba en
una silla y complementaba esas palabras con la frase “Ni nos van a faltar”. Se
refería a la cercanía del último mes del año, en los dos calendarios, y a las
celebraciones que tendrían lugar durante el, incluidos sus cumpleaños, la
Transición y la llegada del verano, que por las altas temperaturas parecía
haber aparecido ya.
Más
tarde se agregó otro, cuando algo en el exterior capturó su atención.
-------
_¡Allí!.,
señaló Eduardo, indicando un punto en la inmensidad del cielo, siendo de los
dos el primero en asomarse a la ventana.
Un
descomunal rayo de color grisáceo emergió desde un punto en la distancia,
recibiendo a su paso la total atención por parte de todas las hadas y demás
seres elementales que estaban en ese momento en la vía pública, e incluso
muchas personas que se encontraban en ese momento en tal o cual lugar cerrado,
trabajando u ocupándose de otras actividades, dejaron todo eso que estaban
haciendo y se asomaron al exterior, adoptando inmediata, instintiva e
instantáneamente las expresiones corporales y faciales del más absoluto
asombro. Habiendo llegado a determinado punto en la altura, con ese silbido
característico y agudo, el rayo grisáceo estalló en decenas, cuando no
centenas, de chispas que al instante comenzaron a juntarse unas con otras para
dar paso a una figura, que conservó el mismo color: un círculo con cuatro
líneas rectas que, como se observaba, estaban equidistantes, apuntando cada una
a una dirección distinta. A los cuatro principales puntos cardinales,
apreciaron los impresionados espectadores. “Es el símbolo del aire”, comentaron
muchos, ahora incorporando l sorpresa y la alegría a las expresiones, porque
sabían lo que eso significaba. Lo vieron tres veces en un mismo día, dos a la
tarde y otro a la noche, el cinco de Enero / Baui número cinco de este año.
Un
nuevo Cuidador, o Cuidadora, había llegado.
Consciente
de lo que eso implicaba, Eduardo se preparó nuevamente para salir y reportarse
a su puesto en la dirección del Templo del Agua (Kevin y Lidia estarían
haciendo lo mismo). Lo había leído en la carta orgánica, pero aunque no hubiera
sido así, estaba en conocimiento de y comprendía que ese era el lugar en el que
debía estar, a la espera de instrucciones y noticias. Primero deberían
reconocer quien era esta hada del aire y su historia, luego presentarla en
sociedad y más tarde llevar a cabo la ceremonia de confirmación, tal como
ocurriera con los Cuidadores de la Casa de la Magia, el templo del Agua y el
del Fuego. “Tranquilo y alerta”, le recomendó Isabel cuando se despedían, en el
umbral, beso y abrazo incluidos, porque la segunda al mando del lugar grandioso
sabía tanto como su marido y cualquiera de los seres feéricos y elementales lo
que este acontecimiento significaba e implicaba para individuos y grupos. La
tranquilidad porque este evento, la aparición de una nueva persona para que
ocupase ese lugar de responsabilidad máxima en los lugares grandiosos siempre
provocaba y generaba toda clase de intereses y expectativas, no solo sobre esa
persona y su historia, sino también acerca de aquella que sería su obra hasta
su instante final. Y la alerta, nunca estaba sobrando el recordarlo, por los
ilios. Estos seres se mostraban más activos cada día, cada semana, y ya no eran
solo los “catastrofistas” quienes empezaban a temer lo peor – en los casos
extremos, las hadas habían empezado a entrenarse y afinar sus habilidades –,
siendo el ataque de los monstruos descontrolados el sábado diez de Mayo lo que
los motivara. “Hecho, y no te preocupes, porque voy a estar bien”, correspondió
Eduardo, levantando con ambos brazos a Melisa, quien no solo se relajó, sino
que también esbozó una sonrisa. Al final, el Cuidador se marchó concentrado en
eso, en que la risa de un bebé era algo maravilloso… y había nacido hacía muy
poco como para tener ya esas reacciones y demostraciones.
Un
tercio de hora más tarde, el Cuidador y los notables del templo del Agua
estaban juntos en la sala para reuniones, en la torre central, a la espera de
noticias. “Van a avisarnos no bien lo confirmen”, había dicho Eduardo al grupo,
mientras trepaban por la escalera caracol. El protocolo en ese caso indicaba
que tras haber dejado la dirección de un lugar grandioso, el hada se presentaba
ante los expertos, como hicieran en su momento Eduardo y Lidia, explicara lo
ocurrido y probara su fuerza y su valor en una batalla. Para cuando esto
concluyera, su nombre y su aspecto físico ya se habrían hecho conocidos en
varias decenas de kilómetros a la redonda. Se suponía que un funcionario de
medio o alto rango del CSP reportara luego lo ocurrido a los otros Cuidadores:
Eduardo, del Templo del Agua, Lidia, del Templo del Fuego, y Kevin, de la Casa
de la Magia. No bien eso hubiera pasado, habría una presentación formal, y la
nueva hada responsable dispondría de un lapso de tiempo determinado para
ponerse al corriente, con detalles, de la situación general, y tendría uno o
dos días libres, antes de empezar a cumplir, al fin, con sus importantes y
vitalicias obligaciones.
El
Santuario del Viento, o “Tep-Wo”, como se lo conocía en el idioma antiguo de
las hadas, era un conjunto de antiguas y hermosas estructuras en un predio
circular de quinientos metros de diámetro, estando la oficina de dirección en
el centro, ubicado en el extremo sur del reino de Ucêm, un país de poco más de
doscientos setenta y un millones y medio de kilómetros cuadrados y diecisiete
millones de habitantes feéricos con el que Insulandia compartía frontera – para
pasar el tiempo, Eduardo había pedido a su equipo de notables que le hablaran
acerca de este lugar grandioso – y, como el Vinhaë y el Vinhuiga, estaba
dedicado al estudio, la comprensión y el análisis de un elemento de la
naturaleza en particular. Sus instalaciones y estructuras, idénticas en cuanto
al estilo de arquitectura de los otros lugares grandiosos, estaban, como en
aquellos, revestidas con esa maravillosa cualidad mágica que las volvía
prácticamente invulnerables e incluían, entre otras, bibliotecas, museos,
gimnasios, salones para reuniones y conferencias, las barracas para los
guardias y las oficinas administrativas, además de pulular las estatuas, bustos
y otros monumentos. De todos, era el lugar grandioso que menos tiempo llevaba
sin su máxima figura de autoridad, pues su anterior y última Cuidadora, un hada
de los vientos extremadamente poderosa de nombre Zak´lu, había fallecido hacía
ciento noventa y ocho años. “Hoy se cumple esa cifra”, informó (ilustró) el
jefe de arqueología a Eduardo, apenas un segundo antes de que la soberana
insular se materializara ante ellos, con una expresión de felicidad con que
pudo confirmar que lo que había pasado en el Tep-Wo era verdad. “Ahora tenemos
cuatro Cuidadores”, dijo, radiante, y durante los treinta a treinta y cinco
minutos que siguieron estuvo dándoles, porque lo tenían que saber, un resumen
de los aspectos más importantes de lo ocurrido en la periferia de Ucêm. Eduardo
y los notables, que permanecieron de pie en tanto Lili estuvo con ellos (la
reina se marchó para poder continuar con el protocolo), rápidamente se pusieron
a trabajar. Era cierto que ahora, a las veinte, pasado este horario, no podrían
hacer gran cosa, ni tampoco mañana, pero no bien llegara el lunes uno de
Diciembre / Chern número treinta, la situación sería otra. Los notables, por su parte, debían empezar a
informar al personal a su mando lo ocurrido en el Tep-Wo, y Eduardo, como supo
que pasaría no bien observara el descomunal y deslumbrante rayo ascendiendo en
el cielo, tendría que viajar, por segunda vez, a territorio extranjero – en la
primera, los reyes de Ártica solicitaron su presencia para conocer sus
opiniones profesionales acerca de unos raros artefactos descubiertos no muy
lejos de la capital; esta visita había sido los días veintiuno y veintidós de
Agosto – para estar presente en ceremonia de conversación y confirmación. A su
regreso a La Fragua 5-16-7, Isabel lo recibió con los brazos abiertos, y no
bien estuvieron alrededor de la mesa en la sala, cenando, porque ella no lo
quiso hacer sino hasta que su marido hubiese vuelto, le preguntó acerca de los
acontecimientos. “son ciertos”, inició Eduardo el informe, contándole todo lo
que a el y a los notables les dijera la reina Lili en la torre central del
Vinhäe. “Estén empatados, entonces”, fue uno de los comentarios de su
compañera, cuando supiera que esta hada era también del sexo femenino, una
nimhuite, el gentilicio de las mujeres nacidas en el reino de Nimhu, que
llevaba poco más de una década viviendo en Ucêm. “Y hablando de eso, tengo en
encargo muy importante para vos”, indicó Eduardo, a lo que Isabel contestó “Lo
se, dejás el Vinhäe en mis manos”. “Si” – convalidó el Cuidador –, “por un día,
o tal vez dos”. Sería una visita protocolar de entre veinticuatro y cuarenta y
ocho horas al extremo sur del reino vecino para asistir al nombramiento oficial
de esta nueva Cuidadora, algo que de seguro incluiría reportajes y fotografías,
y por qué no algún que otro autógrafo (le pasaría lo mismo a Kevin, Lidia y la
nueva Cuidadora), antes, durante y después de la ceremonia principal. El cierre
de esta podría ser, había grandes posibilidades de eso, el juramento de fidelidad
que tuviera que pronunciar la nueva Cuidadora, y un retrato actualizado de ella
y sus tres colegas. “Lo hiciste muy bien en Agosto, lo vas a hacer de nuevo”,
le dijo Eduardo a su compañera, demostrado su total confianza, halago al que
Isabel correspondió con una sonrisa, y ambos, continuando la cena, sin dejar de
poner atención a su hija, se dedicaron a este tema por demás importante,
especulando acerca de y comentando cuales podrían ser las noticias e
información que llegaran durante mañana y el lunes antes del mediodía desde el
reino de Ucêm, porque convinieron en que Eduardo habría de iniciar este viaje a
mitad de la mañana.
---
Isabel
le deseó suerte y dijo "Que te vaya bien... y acordate lo que dije",
refiriéndome a la tranquilidad y alerta, en estos instantes inmediatamente
previos a que el Cuidador iniciara su viaje.
Pasadas
las ocho de la mañana del lunes - uno de Diciembre / Chern número treinta -,
una multitud se había congregado en la plaza que daba nombre al principal
barrio de la capital, para despedir en este importante viaje, a los Cuidadores
del Vinhäe y el Vinhuiga, Eduardo y Lidia, quienes se marchaban para asistir a
la cree del nombramiento formal de su nueva colega. Los familiares de ambos
estuvieron allí, entre las masas que pululaban en el espacio verde circular. En
la primera línea, a centímetros de la puerta espacial, Isabel, Iulí, Lara las
tres sosteniendo a los bebés que dieran a luz en la primera quincena de
Octubre, Wilson y Kuza, dedicando, mientras iniciaban el viaje y desaparecían
justo debajo del umbral, palabras de ánimo y diciendo todo tipo de consejos,
sin poder ni querer evitar los padres de la nena híbrida pedirle al arqueólogo
que velara por la seguridad e integridad de su hija ("Que nadie le ponga
un dedo encima", fue una frase del vampiro, que tampoco quiso dejar de
mencionar que dejara las palabras y advertencias a un lado si era necesario),
para quien era la primera vez en dejar el reino de Insulandia desde que
llegaran para quedarse a principios del año. Aún cuando las hadas empezaban la
desconcentración, habiéndose enterado que un grupo mayor de diez personas,
encabezadas por el rey Elías, viajaría a mitad de la tarde, la compañera y los
suegros de Eduardo y los padres de Lidia - las cartas orgánicas de lugares
grandiosos contemplaban ausencias por estos motivos. Lara e Isabel, las
segundas al mando, sin embargo, se presentarían para cumplir con sus
obligaciones pasado el mediodía, después del almuerzo - no dejaron de
preocuparse, porque conocían esa situación tan particular del Tep-Wo. Este
lugar grandioso, en el reino de Ucêm, estaba relativamente cerca, a poco más de
cien kilómetros, de una aldea ilia habitada por tres mil individuos, de los
cuales alrededor del ochenta por ciento, unos dos mil cuatrocientos, eran
setwes, las "fuerzas especiales" de esa raza elemental. Por esa
razón, el gobierno de Ucêm, los reyes y su Consejo Real tenían desde hacia
siglos una veintena de cuarteles, con un total de veinticinco mil efectivos en
un radio de ciento noventa kilómetros del lugar grandioso, listos para actuar
en su protección cuando fuera necesario. Y para esta ocasión tan solemne,
trascendental e importante, supieron, de parte de Olaf, luego que este se
despidiera de Lidia y Eduardo, los reyes de Ucêm habían coincidido en lo
conveniente de establecer otras dos centenas de tropas a las ciento noventa que
prestaban sus servicios dentro del Santuario del Viento. Solo cuando hubieron
de repasar el factor de la seguridad en aquel lugar, tan importante como los
otros para la sociedad, cultura e historia, fue que Kuza, Lara, Isabel, Wilson
e Iulí pudieron respirar tranquilos. Sabían, tanto como cualquiera, que los
ilios no tenían los suficientes recursos ni el número ni por equivocación tanto
como para atacar el Tep-Wo, mucho menos en un momento como este, habiendo allí
tanta seguridad y un movimiento definitivamente mayor al de cualquier otro día,
y tampoco lo querrían intentar, sabiendo que Eduardo, Lidia y Kevin estarían
allí. "Menos en el futuro", apostó Lara, advirtiendo la llegada del
momento de alimentar a Suakeho. Lo mismo que Isabel e Iulí y, preparándose para
la segunda ración de leche materna del día para Melisa e Ibequgi, detectaron
cuan cierta había sido esa frase de su amiga, porque los ilios no serían
capaces de atacar ese lugar grandioso, sabiendo que ahora, desde hacía dos
días, no tenía únicamente a los ciento noventa mejor entrenados elementos
militares y su equipo de notables para defenderlo, sino también a la nueva
Cuidadora y su segundo o segunda al mando. "Además le tendrían que hacer
frente a la población civil y los seres elementales que viven cerca del
Tep-Wo", agregó Wilson, que tampoco le veía posibilidades de éxito a los
ilios, y preguntando luego, trasladando la conversación de un lugar grandioso a
otro, a Lara y Kuza si nunca tuvieron los temores, desde que su hija lograra
abrir la puerta de la oficina principal, de que ella y el Vinhuiga fueran
víctimas de algún tipo de ataque. "Todos los días, o casi",
contestaron los padres de la híbrida, quienes sabían, desde ese ya lejano día
del mes de Enero, que la enormísima responsabilidad que su hija llevaría de por
vida implicaba está clase de eventualidades. "La vida de Lidia vale
muchísimo más para nosotros que todos los ilios que hay hoy en el mundo" -
declaró Kuza, involuntariamente flexionando los dedos de ambas manos al
pronunciar esas palabras -, "Lara y yo, de hecho, daríamos la nuestra
porque ella y Suakeho puedan crecer y vivir felices y libres de peligro".
Su compañera convalidó esas palabras moviendo la cabeza de arriba hacia abajo,
e informó a Isabel, Iulí y Wilson que Lidia estaba protegida en todo momento en
el Templo del Fuego. Era imposible para ella y Kuza conocer, salvo que se lo
preguntaran, si la nena estaba al tanto de aquello, pero lo cierto era que
había media catorcena de agentes Qar'u (un selecto grupo de las fuerzas
especiales del ejército insular) abocados a la tarea de mantenerla segura
dentro del Vinhuiga. Sus órdenes eran actuar en secreto y con sigilo hasta que
surgiera cualquier peligro que superara las capacidades del cuerpo armado del
lugar grandioso, a Lara e incluso a la Cuidadora. "No dudamos de ella,
pero apenas tiene diez años", dijo Kuza, quien reveló a Isabel, Wilson e
Iulí que, un día antes del ascenso de Lidia a ese máximo puesto, el y Lara le
habían pedido a la reina Lili y Olaf esa medida adicional de seguridad.
"Coincidieron con nosotros" - dijo Lara -, "algo oportuno en
situaciones como esta", y mencionó los rumores sobre actualmente ilias en
cercanías del Vinhuiga. El hada y el vampiro no dejaban de reconocer lo mucho
que su hija había madurado mentalmente, progresado y logrado desde que empezara
a ejercer su responsabilidad, pero aún con eso no dejaba de ser una menor de
edad de diez años que recién estaba descubriendo como hacer buen uso de sus
habilidades y que, excepto aquella prueba contra el mï-nuq, no poseía
experiencia alguna en combate. Aunque en el Vinhuiga estaba rodeada por mujeres
y hombres que la querían, estimaban y respetaban, por lo que era y representaba
- una persona de tan corta edad en uno de los lugares más representativos e
importantes del mundo, al mando de el, perteneciente a los híbridos -, ni Kuza
ni Lara querrían dejar de aplicar todas las medidas que fueran necesarias para
protegerla. "Y ahora le pedimos a Eduardo que hiciera de
guardaespaldas", reconoció el vampiro, pensando que ambos ya debían estar
conociendo a y socializando con los funcionarios, miembros de la familia real y
el pueblo de Ucêm; y en tanto Lara hacía gestos con los que daba a entender que
no creía que los ilios se animaran a atacar el Vinhuiga, a causa, también, de
esa falta de recursos y personal. Mucho menos lo harían, algo en lo que
coincidían todos los seres elementales, no solo los catastrofistas, contra la
Casa de la Magia, un lugar de dificilísimo acceso protegido por las mejores
defensas mágicas y que contaba únicamente con los militares mejor entrenados
para su protección. "Sobre todo un día como este", agregó Wilson,
sabiendo que, en ausencia de los Cuidadores, los lugares grandiosos quedaban
bajo un régimen especial de seguridad, el mismo que hubo de aplicarse cuando
Biqeok, Rorha, Seuju y ahora Zak'lu no hallaran a sus herederos, y los que
continuaban vigentes en los otros lugares aún sin sus dos figuras máximas de
autoridad.
Cuando
las mujeres terminaron la tarea de amamantar, una de sus tantas como madres,
los cinco retomaron la caminata. A paso lento a un lado de la avenida Cinco,
uno de los caminos principales del barrio, coincidieron en que un paseo al aire
libre era una excelente manera para disfrutar de esta agradable y soleada
mañana. No era lo que habían querido el dedicarse a hablar indirectamente de
los ilios, pero les fue imposible evitarlo. Por un lado, el catastrofismo,
aunque a pasos muy lentos, continuaba ganando adeptos de ambos sexos entre las
hadas e individuos de otras razas elementales, incluidos los vampiros e
híbridos, y por otro porque, así había sido desde el fin de la Guerra de los
Veintiocho, cada vez que aparecía un nuevo Cuidador o Cuidadora y sus segundos,
despertaba no solo esa gama de expectativas y emociones siempre alegres, sino
también los temores (menores y sin fundamentos sólidos, de acuerdo, pero ahí
estaban) de que los ilios lo tomaran como un mal presagio contra su sociedad.
"Será que Kuza y yo somos los únicos que nos acordamos que Iris está de
vuelta con nosotros?", intentó el padre de Isabel, Cristal e Ibequgi
suavizar la conversación y volverla más amena, sabiendo que aquella hazaña que
protagonizaran sus yernos y la princesa heredera Elvia no solo los había
"recuperado" a el y a Iulí, sino también a la antigua lideresa del
MEU, el grupo que se propusiera como prioridad irrenunciable borrar del mapa a
los ilios, y que la sola presencia de Iris había contribuido significativamente
a mantenerlos a raya, principalmente por el miedo que surgiera en ellos al
verla otra vez con su cuerpo, poderes y habilidades intactas. "Seguro que
si, porque los dos son unos calentones", se burló Iulí con una risita,
contribuyendo a amenizar el paseo y la charla, un comentario convalidado por
Lara e Isabel, y ante el que los hombres reaccionaron (de nuevo) silbando y mirando
en otra dirección. "Y ustedes dos, Isabel?" - llamó Lara, quien había
estado preparándose para el pellizco -, "Cómo llevan con Eduardo el hecho
de trabajar en y dirigir el Vinhäe?, Qué piensan de eso y las posibles posturas
de los ilios?". "Siempre alertas", contestó la hermana de
Cristal, para quien era inevitable, tanto como para sus padres, Lara y Kuza no
hacer gestos faciales o manuales para saludar a la gente, porque algunos
peatones les dirigían el saludo y dedicaban palabras con las que mostraban su
aprecio por ellos. Lo cierto era que, desde su llegada a este planeta a inicios
del año pasado, Eduardo tenía una equis dibujada en la parte trasera del
cráneo. Esos seres elementales que creían ser los únicos que merecían y podían
habitar en el oeste-noroeste centrálico no sentían respeto alguno por los
individuos ajenos a su propia especie y cuando hablaban o interactuaban con
estos, incluidas las hadas, era uno de esos verdaderamente pocos casos en que
era absolutamente necesario, siempre conservando la distancia y su
característico aislamiento. Entonces, si los ilios no sentían respeto alguno
por las hadas, los vampiros y las otras especies del reino elemental, menos lo
sentirían por un individuo que no solo era ajeno a ellos, sino que tampoco era
de este mundo. Ambos lo habían confirmado y al poco tiempo de que Eduardo
recuperara el conocimiento, cuando el y su nueva amiga (Isabel sintió una gran
alegría al pensar en ese recuerdo) estuvieran dando un paseo, y un ilio
delatara su presencia involuntariamente, empezando a emitir ese fuerte olor que
en su momento fuera ideado y creado por Iris a modo de contramedida para una de
las principales armas de los ilios, la técnica del camuflaje, superior a la de
cuatro otro ser elemental. Isabel le había explicado aquella vez que eran altas
las probabilidades de que fuera un espía intentando averiguar qué clase de
persona era esta y si sus intenciones hacia ellos eran no hostiles. "El
sentimiento de desconfianza es mutuo", dijo Isabel, llevando su memoria a
aquel día en que visitaran un yacimiento paleontológico en el oeste-noroeste
insular, y se cruzaran inevitablemente con los ilios durante su estadía allí.
Eduardo había necesitado de unas pocas observaciones para descubrir que estos
individuos eran tal cual se los describieran las hadas, que no eran más
desagradables no porque no quisieran, sino porque el tiempo les era
insuficiente. Supieron, por haber leído un informe de la PoSe - la
"Policía Secreta", el servicio de inteligencia insular, que tenía
como única tarea vigilar todas las actividades de los ilios -, que la
desconfianza había avanzado varios pasos desde que Eduardo fuera uno de los
tres individuos que se aventuraran a la Casa de la Magia para obtener las
piedras oculares, elementos imprescindibles para poner en práctica por primera
vez el trabajo desarrollado por Mücqeu, una de las mejores científicas del
grupo liderado por Iris. "Desde ese momento lo vieron como enemigo, y
también a Kevin y la princesa Elvia", confirmó Isabel. El paso más
reciente del aumento en la desconfianza había sido el nombramiento de Eduardo
como Cuidador en el Templo del Agua, lo que motivara a este y a su compañera a
afirmar que otra equis había aparecido en el hoy padre de Melisa, esta vez en
la espalda. "Demasiadas cosas nos mantienen ocupados como para pensar en
eso, especialmente ella" - declaró Isabel, besando en la frente a su hija
-, "y lo del Vinhäe es lo mismo que con el Vinhuiga, por nombrar solo un
caso", concluyó. La madre de Melisa se había referido a las altas medidas
de seguridad que protegían a los lugares grandiosos, a los guardias entrenados
y capacitados, a los equipos de notables que sabrían como proceder
correctamente ante una eventual agresión, a las trampas caza bobos dispuestas
en los puntos claves, a las defensas mágicas, como esos extraordinarios
hechizos con que fueran revestidas las estructuras, para absorber la fuerza de
las descargas y mantener así una invulnerabilidad prácticamente total, y, por
supuesto, la presencia de los Cuidadores y sus segundos ahora en cuatro de esos
lugares. "Estamos a salvo... esperemos que eso se mantenga constante en el
tiempo", deseó Lara, al llegar a una esquina y ceder el paso a una enorme
carreta repleta de mercancías. Lo cierto era, reconocieron y se alegraron por eso,
que los ilios aun con esa gran gama de pensamientos no agradables que sentían
para con los otros seres elementales, no iban a cometer la torpeza, porque eso
era, de lanzar un ataque o varios,, por lo pronto contra las hadas, a menos que
estuvieran cien por ciento convencidos de que tendrían éxito y, naturalmente,
que les reportara por lo menos un beneficio. No era solo porque fracasar
implicaría un contraataque, sino porque toda su existencia se vería seriamente
comprometida, al tener que enfrentarse no ya a una parte de los seres
elementales, como ocurriera durante la Guerra de los Veintiocho, sino a todas.
Y para ello, para tener éxito, o intentarlo, deberían asegurarse una y otra y
otra vez más de no dejar siquiera el mínimo rastro que delatara su participación,
y era precisamente eso lo que esperaban las hadas (una tarea encomendada a la
Policía Secreta y la División de Misterios), que los ilios hicieran el primer
movimiento y, claro, pudieran conseguir las pruebas para demostrarlo. No había
que pertenecer al grupo los catastrofistas para saber que, cuando eso
ocurriera, empezaría una nueva guerra. Y la conversación sobre el
catastrofismo, los ilios, los lugares grandiosos y los Cuidadores se prolongó
hasta el mismo instante en que, a eso de las doce horas con cincuenta minutos,
dieran por finalizado el almuerzo en un restaurante en el límite sur de Plaza
Central. Allí, el grupo tomó rumbos diferentes, yendo Lara y Kuza, en cuyos
brazos dormía Suakeho profundamente, otra vez hacia el norte, porque usarían
una puerta espacial para volver al Templo del Fuego, habiendo Lara decidido
seguir el ejemplo de Isabel y trabajar durante la tarde. La compañera de
Eduardo y sus padres, en cambio, siguieron el viaje por aire, lento y a baja
altura, hasta Barraca Sola, a la casa de Iulí y Wilson, donde tomaron estos
algunas de sus posesiones y entonces, si, los tres, sosteniendo las damas a sus
descendencias, se dirigieron al Vinhäe.
Estando
ya en la oficina principal, a un lado del escritorio que a diario usaba
Eduardo, Isabel movía con sus habilidades telequinéticas el moisés, un tanto más cómodo, supuso ella,
que la carriola, donde dormía plácidamente su hija, en tanto con ambas manos se
ocupaba de terminar ese escaso trabajo pendiente que dejara su marido de la
semana pasada. Puntualmente, leía un reporte del jefe de seguridad, que había
hecho la sugerencia de usar marcas más discretas para señalar las trampas caza
bobos, porque muchas hadas caían víctimas de ellas, recibiendo heridas
generalmente leves, al dejarse llevar por la emoción de encontrarse en un lugar
grandioso. Wilson e Iulí, en cambio, entablaban amistad con un grupo de seres
feéricos y sirénidos en la orilla de uno de los arroyos. Isabel y sus padres
intentaban evadirse de esa conversación que sostuvieron con Kuza y Lara, pero
no les era sencillo. Sabían que hablar de eso les podía provocar esos
sentimientos y emociones que iban definitivamente en contra de la forma de ser
de las hadas, pero al mismo tiempo conocían la necesidad de tratar ese tema. Y,
al unísono, los padres por su lado e Isabel por el suyo, se formularon en
silencio un alarmante planteo: "Hoy, el uno de Diciembre / Chern número
treinta a la mitad de la tarde, Cuál lugar grandioso sería blanco de un ataque,
sean los ilios o no los agresores?". Descartaron la Casa de la Magia, ya
que con su aislamiento, lejanía y sus poderosas defensas mágicas estaba
perfectamente protegida. Tampoco el Santuario del Viento, el Tep-Wo, porque el
movimiento en el, en vistas del surgimiento de la nueva Cuidadora para reemplazar
a Zak'lu, era de más del doble que cualquier otro día, incluida la guardia. El
Templo del Fuego era otro candidato muy poco probable para ser víctima de un
ataque, por aquellas razones de las que ya hablaran los padres de su Cuidadora;
siendo esta una nena de diez años sin otros conocimientos ni más experiencia
que las medias en una persona de su edad, aún con todo lo que había madurado
mental e intelectualmente desde el nombramiento de Seuju, las defensas y
medidas de seguridad eran mayores a las de los otros lugares grandiosos,
teniendo incluso a los agentes Qar'u actuando de incógnito. "Queda el
Vinhäe", coincidieron Isabel, Iulí y Wilson. Eduardo se había vuelto lo
bastante fuerte como para hacerle frente a cualquier hipotético enemigo con un
esfuerzo mínimo. "Pero el no está acá en este momento", pensaron los
tres. "Y ese hipotético enemigo lo sabe", agregaron. Isabel se puso
de pie con un salto, descendió planeando hasta la planta baja y pidió a los
empleados tres cosas: que enviaran a uno de ellos a buscar a sus padres y su
hermano recién nacido, que pusieran dos guardias armados en el acceso a la
dirección, tanto si había alguien adentro como si no..
...
y que hicieran sonar la alarma.
“Lo pidió Isabel”, explicó el administrativo
al llegar al sector de la guarnición. Allí, un lancero que vigilaba una pequeña
área de cuatro metros por cuatro, enclavada en una arboleda, no pudo evitar
reaccionar con desconcierto al oír ese pedido, y cuando preguntó al respecto,
el empleado no supo que decirle, limitándose a hablar acerca del presentimiento
de la segunda al mando del Templo del Agua sobre la inminencia de un ataque.
“Sabrá por qué lo hace”, dijo el guardia, accediendo l pedido y entrando a esa
pequeña área. Allí había un pilar de mármol de un metro y cuarto de alto, sobre
el que estaba un dispositivo instalado
recientemente, conectado a una oncena de amplificadores mecánicos de sonido
distribuidos estratégicamente en el predio, de manera que todos en el lugar grandioso
pudieran escucharlo. Repitiendo en silencio que sería un acto suicida lanzar un
ataque contra alguno de los lugares grandiosos, especialmente los que ya tenían
un Cuidador, cuatro desde la tarde del sábado, el lancero tomó una manivela en
el dispositivo y la hizo girar en el sentido de las agujas del reloj. Apenas un
segundo después, un constante, grave y ensordecedor ulular llenó el ambiente,
logrando que todos los individuos que se encontraban en el Templo del Agua se
miraran unos a otros, sobresaltados algunos y enfocando luego los ojos en el
extremo de esos postes, donde estaban los megáfonos. Muy pocas hadas y seres
elementales tuvieron una idea acercada sobre el significado de ese sonido
monocorde y lo que en verdad estaba pasando, y recién empezó a cundir el temor
cuando entre ellos empezaron a ver a los guardias apurando el paso, algunos
corriendo, y asumiendo posiciones y posturas, armas en mano, en diferentes
posiciones, agudizando los oídos y la vista, pidiendo al personal y los
visitantes que mantuvieran la calma y, ordenadamente, fueran a los
refugios. La sorpresa había sido tan
grande que muchos creyeron que se trataba de una broma, en tanto otros
asumieron que no era otra cosa que un ejercicio nuevo, porque los guardias
estaban tan atentos como la población civil (una parte de ellos eran
catastrofistas) a este incremento en las tensiones con los ilios. No
comprendieron del todo el significado de ese repentino ulular sino hasta que se prolongara por más de dos
minutos ininterrumpidos y repararan en las expresiones faciales y corporales
que adoptaran los guaridas al cabo de ese lapso, lo que les dio a entender que
no era un ejercicio, ni mucho menos un simple juego de broma. Cuando el ulular
por fin cesó, después de otros noventa segundos, los seres elementales y las
hadas se enfrentaron a un silencio total, apenas salpicado por las
vocalizaciones de los animales, tan alarmante como el ulular mismo, y de
inmediato asumieron la posibilidad de un ataque inminente: la primera vez, casi
desde el fin de la Guerra de los Veintiocho, que el Templo del Agua se
enfrentaba a una agresión externa. Se preguntaron si Eduardo, que en estos
momentos asistía al nombramiento y
juramente de una nueva colega en uno de los países vecinos a Insulandia, o Isabel,
que observaba el panorama desde un balcón en lo alto de la torre central,
jugando con un anillo en la palma de la mano derecha, no habrían sido
informados por los agentes de la PoSe o de la DM, de esta amenaza, algo que
quedara rápidamente descartado, porque de haber sido así lo habrían informado
inmediatamente a la guardia y al resto del personal, en preparación para ese
ataque. Unos pocos comentaron breves palabras acerca del catastrofismo, de como
esta idea podría haber calado hondo en los notables e Isabel, que ante un
posible e inesperado rapto de paranoia, un caso de “catastrofismo extremo”,
hubiera dado la orden de hacer sonar la alarma, sobresaltando a la mayoría,
cuando no a todos, y logrando que cundiera el pánico. Aun cuando pasaran dos
minutos desde que cesara el sonido, espacio durante el cual Iulí y Wilson,
llevando consigo a su hija recién nacido llegaron a la oficina de dirección y
se reencontraron con su hija mayor, que continuaba con ambas manos apoyadas en
los bordes del balcón, la tensión, y el pánico en algunos pocos casos, no
desaparecieron entre los guardias, que continuaban apostados y listos para la
batalla, ni entre los visitantes y el personal, quienes todavía machaban hacia
las estructuras, hablando entre ellos y teorizando acerca de este repentino,
además de misterioso, reaccionar de Isabel. Unos pocos postularon algo que la
totalidad ya sabía, y era que se podían contar con los dedos de una sola mano
las veces en que la segunda al mando de este lugar grandioso estuvo equivocada,
y confiaban, deseaban, que ese no fuera el caso ahora. Que Isabel se hubiese
dejado llevar por el catastrofismo extremo, porque muy pocos allí habían visto
una guerra alguna vez, y mucho menos participado de una en cualquiera de los
bandos enfrentados.
Esta
vez, desafortunadamente, la compañera de Eduardo no se había equivocado.
Los
atacantes, cuatro en total fueron avistados a menos de cinco kilómetros y
avanzando rápido, amenazadora y peligrosamente, hacia el Templo del Agua.
En
la oficina, Isabel retiró las manos del borde del balcón y, sin dudarlo, se
puso el anillo en el anular derecho. "Mï-nuct o uc-nuqt?", llamó
Iulí, acercándose a su hija y observando. A la distancia más bien grande, se
apreciaban las siluetas. Estos monstruos que se acercaban, provocando el caos a
su paso y sacudiendo las copas en los árboles, eran enormes. Era difícil
saberlo, a causa de esa distancia, pero los atacantes debían tener una altura
cercana a los cinco metros, y se movían a un ritmo lento, o eso parecía, y si
lo que la Cuidadora interina estaba pensando era cierto, sería esta,
probablemente, la primera vez que ella y los guardias diseminados por el Vinhäe
estarían frente a un desafío con letras mayúsculas. "Es peor que
eso", creyó confirmar, al advertir el implacable avance de los monstruos,
lanzando al aire una descarga, un rayo de color violeta, para reportar a los
defensores la cercanía del cuarteto. "Acaso son mint-hu?", llamó
Wilson, sabiendo cual iba a ser la respuesta de Isabel, a lo que esta movió la
cabeza de arriba hacia abajo. "Uno solo es malo" - dijo a sus padres
-, "... pero cuatro...", completó, sintiendo como el anillo que se
colocara en el dedo, aquel impulsor que le diera Zümsar el día del casamiento, argumentando
que le podría ser más útil a ella, empezaba a actuar, a hacer que sus poderes y
habilidades se incrementaran. "Podrías hacerte cargo?", pidió a su
madre, señalando el moisés en que descansaba Melisa, y al tiempo que alguien
llamaba al otro lado. Isabel abrió la puerta y encontró a un guardia trayendo
un arco y un estuche repleto de flechas. "Eso es para mí", indicó
Wilson, acercándose y tomando ambos objetos, tras lo que el guardia cerró la
puerta y volvió a su puesto, así lo indicó, en el acceso al espacio vacío, en
el primer piso de la torre central. Ciñéndose el estuche, Wilson explicó a su
hija que, de camino a la torre, había pedido a las hadas que fueran a la
armería, en la guarnición, y le consiguieran esas piezas.
Un
minhu (mint-hu era el plural) era el resultado del trabajo de veinticinco
científicos del MEU que nunca llegó a ver la luz sino hasta los últimos meses
de la Guerra de los Veintiocho, concretamente durante los sesenta y nueve días
finales de ese catastrófico y destructivo conflicto bélico de escala
planetaria. Había sido un intento desesperado de Iris y sus lugartenientes por
revertir lo que, sabían, era inevitable. Usando métodos casi iguales a aquellos
con los que creaban a los mï-nuqt y uc-nuqt, desarrollaron una nueva clase de
monstruo, combinando las rocas más resistentes de todas, como la caliza y el
ónix, con una aleación muy densa en cada una de sus articulaciones y un
elemento orgánico de la naturaleza (una hoja, una pluma, un cabello, una
escama...). Lo peor, como descubrieron muy pronto, por todas las consecuencias
que eso trajo, fue la decisión de convertirlos, mediante la aplicación de una
serie de hechizos, en seres semi inteligentes, capaces de alcanzar cierto grado
de intelecto que les permitiese pensar y decidir por sí mismos cual era la
manera más apropiada de proceder. Los otros monstruos, en cambio, no poseían
esa cualidad: siempre cumplían sus misiones a rajatabla y sin medir las
consecuencias, incluida la posibilidad de que fueran destruidos. Los mint-hu,
en cambio, intentarían preservarse ellos mismos, continuar existiendo, al
tiempo que cumplían las misiones que se les iban impartiendo. El laboratorio
del MEU fue atacado en el mismo instante en que la primera docena de estos
nuevos monstruos, los únicos que lo harían, era "activada". En un
momento, tanto los atacantes, cuatro pelotones de fuerzas especiales Qar'u,
como los del otro banco descubrieron que se encontraban frente a una amenaza
que superó por mucho a todas sus armas y habilidades. Los mint-hu,
sencillamente, mataron a todos los seres feéricos que tuvieron cerca, sin
distinguir entre amigos y enemigos. Pronto se descubrió que decenas dejarían
sus vidas antes que esos monstruos pudieran ser contenidos y destruidos. Su
invulnerabilidad fue prácticamente total y se requirieron de las hadas más
poderosas atacando con su fuerza al máximo, al unísono y concentraba sus
ataques en un único punto en la estructura de sus enemigos. Para el momento en
que los diez mint-hu fueron destruidos y reducidos a escombros, una semana
después, más de dos mil seres feéricos habían muerto en las batallas,
sobreviviendo apenas veintiuno, todos con heridas intermedias o graves, del
selecto grupo al que se encomendara esta misión. Finalizada la Guerra de los
Veintiocho, en medio de las celebraciones opulentísimas, los vencedores,
quienes hicieron el juramento de nunca, pasara lo que pasara, volver a crear
semejantes monstruos, intentaron descubrir, en base a los testimonios e
informes de Iris, el único componente del Movimiento Elemental Unido que quedaba
con vida, que había salido mal, cuál pudo ser el catastrófico error que hiciera
que los monstruos decidieran borrar del mapa a cualquiera que se cruzara en su
camino. Al final, después de una exhaustiva investigación que se prolongara
durante seis meses, los agentes de la PoSe y la DM descubrieron que, en el
diseño de los planos y las formulas, alguien había alterado deliberadamente los
números en la cantidad de uno de los componentes. Estudiaron los restos de la
decena de monstruos y repasaron las explicaciones de Iris y, comparando,
llegaron a la conclusión que las estructuras eran definitivamente más densas de
lo que fuera acordado por los científicos del MEU. Respecto de los autores de
este sabotaje, nunca se descubrió su identidad y a la fecha era uno de los
grandes misterios sin resolver de la guerra, hablándose aún hoy de acciones de
los propios científicos, quienes pudieron tratar de hacer una mínima enmienda,
de espías enemigos e incluso de ilios que hubieran estado camuflados e
inadvertidos, esperando su oportunidad.
Los
cuatro monstruos avanzaban con paso firme, la vista fija en el frente y los
puños apretados. Llegados a un punto, fueron atacados por enormes bloques
lanzados desde tres catapultas instaladas más allá del espacio arbolado en el
Templo del Agua, pero los mint-hu apenas se sacudieron y uno de ellos atajó uno
de los bloques en el aire, devolviéndolo violentamente y destrozando una de las
atalayas, provocando además daños en el acceso al lugar grandioso. El guardia
allí apenas si tuvo tiempo para escapar, encontrando refugio en la otra atalaya
y preparándose para el cumplimiento de su deber otra vez. "Era todo lo que
necesitaba", dijo Isabel, agradeciendo en su mente a los artilleros,
sabiendo que un ataque así podía no ser más que una distracción. La compañera
(de la vida y del trabajo) de Eduardo había leído varias veces los libros de
historia y descubierto que las armas convencionales, como lanzas y flechas,
tuvieron un efecto prácticamente nulo contra esos enemigos en la Guerra de los
Veintiocho, no habiéndose logrado en aquella semana más que incrustarles unas
pocas de aquellas piezas en las articulaciones y los ojos, pero así y todo los
monstruos continuaron moviéndose y atacando como si nada les hubiera pasado,
tomando las flechas y quitándoselas una por una. "Solo entonces
comprendieron la necesidad de esto", completó, adoptando una inconfundible
postura que fue un indicativo de que estaba decidida a pelear con todo su
poder. Extendió los brazos en horizontal, con las palmas hacia arriba, e hizo
aparecer sobre estas dos esferas de una tonalidad resplandeciente de violeta.
Giró las palmas hacia adelante, apuntando hacia el minhu más cercano, y
estirando los brazos hacia atrás, a la vez que flexionaba ligeramente las
rodillas. Entonces, con una sorprendente demostración de agilidad, movió los
brazos hacia adelante, al grito de "Al centro del pecho!", y lanzó
ese par de descomunales descargas de energía contra el monstruo, que cruzó los
brazos para protegerse de los impactos, a lo que Isabel aprovechó su
oportunidad para avanzar hacia adelante, sin dejar de lanzar los rayos en forma
continua. Cuando estuvo a los que ella creyó eran menos de veinte metros,
desvió una de las descargas hacia los otros tres atacantes, envolviéndolos en una
llamarada violeta, y concentrándose en aquel que usara sus brazos para
cubrirse. Isabel optó por combinar dos de sus técnicas, recurriendo a esas
lianas que brotaron desde los dedos y el codo en el brazo izquierdo, atrapando
al minhu, envolviéndolo al cabo de dos o tres segundos en un capullo de materia
vegetal de varias tonalidades de verde, aumentando constantemente la presión
ejercida, consciente de que no tendría ese ataque los resultados que deseaba,
pues Isabel estaba pensando en la Cuadrícula de los Elementos. Estuvo
reviviendo aquel día de Diciembre pasado en que Eduardo derrotara a Zümsar
("Pero el agua venció al rayo", dijo en silencio), y buscando puntos
comunes a ese evento y este, y, aunque no los podía encontrar, porque tal vez no
los hubiera, decidió usar el mismo método, confiando en que la constricción
resultara suficiente, y sintiendo como el tiempo apremiaba, pues de un momento
a otro los mint-hu atrapados se liberarían de ese remolino de fuego, e Isabel
estaba peleando contra los cuatro al mismo tiempo, usando el fuego contra ese
trío, con la mano derecha, y las lianas contra el otro, con la izquierda. Ella
sabía que lo que ahora estaba demostrando no eran sus poderes y habilidades
naturales, que ya de por si eran superiores al promedio en las hadas de fuego,
sino que estaba, además, actuando el anillo que le obsequiara el testigo de la
boda, el Impulsor, pero aún con eso sabía que no estaba cerca de obtener el
triunfo en esa batalla. Debía actuar y
rápido, pues la constricción o el remolino pronto perderían su efecto.
"Primero termino con este", decidió en silencio, aumentando la
presión ejercida sobre uno de los monstruos y llevando hacia el la otra mano,
consciente de que el otro trío sería libre en no más de veinte segundos. El
minhu en el suelo estaba atontado, pero mostrando señales de recuperación
asombrosas, aún con esas pequeñas grietas en el cuerpo. "Ahora!",
pensó Isabel, y, antes que se hubiera levantado del suelo, le tapó la boca con
la palma de la mano derecha, recurriendo entonces al elemento fuego. Acto
seguido hubo una explosión gigantesca que envió fragmentos de varios tamaños de
rocas y aleaciones en todas las direcciones y provocó un gran estruendo.
Envuelta en la esfera de fuego creada por ella misma para protegerse, Isabel
contempló lo que acababa de hacer: había destruido al minhu en menos de dos
minutos, sin ayuda - a la distancia se celebró, con una justa dosis de
impresora y asombro, el resultado de la batalla -. Todo un logro, considerando
que más de cinco mil individuos de la raza feérica perdieron la vida a manos de
esos monstruos en la Guerra de los Veintiocho, en una semana. Desde el aire, a
baja altura, Isabel observó la escena, los mint-hu restantes a pasos del
perímetro y el estado calamitoso en que quedara el área de la batalla, y
comprendió que tal vez fuera la única hada allí con alguna posibilidad de
éxito. Ella se había vuelto muy poderosa y además de eso estaba usando un
Impulsor, pero no era únicamente por eso que creía ser la única calificada para
un reto de esta envergadura. Isabel sabía que los guardias eran diestrísimos en
el manejo de todo tipo de armas y explosivos y en numerosos estilos de pelea,
como las artes marciales y el boxeo, porque era lo usual en las guerras, al
menos en las posteriores a la de los Veintiocho; y lo esporádicos e inusuales
que eran los conflictos bélicos provocó que los militares en todo el mundo,
fueran de la Armada o el Ejército, no sintieran deseos de no interés en
aprender otras habilidades más allá de las básicas, como las dos
transformaciones, la técnica del vuelo y la capacidad de desaparecer y aparecer
su aura a voluntad. Cualquiera de los guardias apostados en este momento en el
Vinhäe podría lanzarles descargas más o menos poderosas a los monstruos, pero,
sin el entrenamiento adecuado ni las prácticas, sería el resultado igual de
grave que los destrozos que pudieran causar los mint-hu, y eso, en el peor de
los casos, les podría costar la vida. Y, aún si poseyeran ese talento, la
compañera de Eduardo nunca consentiría que arriesgara nadie su existencia en un
combate teniendo todos los factores en contra. Isabel, en tanto no dudaba en
lanzarse nuevamente de lleno al ataque, otra vez usando esa técnica de envolver
al enemigo en un remolino, empezó a sentir el cansancio, de este los primeros
efectos, y no era para menos. Era su debut en esta clase de batallas, tan
intensas y peligrosas, y sus primeras impresiones con el Impulsor no iban a
serle de ayuda, porque en este momento no requería de ánimos ni inspiraciones,
sino de fuerza y valor. Desde una distancia prudencial, conservando el remolino
con una de sus manos, lanzó una ráfaga de descargas, una sucesión de esferas no
mayores, en tamaño, a una pelota de balonmano; fueron en total dos docenas de
descargas, que traspasarlo el remolino e hicieron impacto, no causando otra
cosa que una conmoción leve en los monstruos, quienes ante esto parecieron
replantearse su estrategia. Los mint-hu, evidentemente, poseían cierto nivel de
inteligencia, porque se miraron entre ellos, decidiendo que primero debían
quitar del camino a esta atacante, antes de continuar su avance hacia el
interior - Isabel dedujo que su objetivo principal tenía que ser la torre
central -. Al menos, uno de ellos lo hizo, porque los otros dos continuaron
moviéndose, y el hada entendió la estrategia ideada por los mint-hu,
desesperada ante el peligro en aumento. Ahora disponía de menos tiempo para
liquidar a este y alcanzar al otro par. "Puedo hacerlo", se dijo, con
varias decenas de descargas en sucesión rápida, olvidándose de mantener esa
distancia prudencial.
El
minhu no desaprovechó ese descuido.
Con
sus gruesas manos, tan grandes como peligrosas y amenazantes, arrancó un árbol
del suelo con extrema facilidad, resquebrajando el suelo a su alrededor, y,
asiéndolo por la base, lo usó como bate contra Isabel, quien, ante el asombro,
apenas tuvo el tiempo de protegerse creando otra vez esa esfera de energía,
aunque eso no evitó que fuera catapultada varias decenas de metros y cayera
dentro del arroyo que circunvalaba al Templo del Agua. El hada emergió
rápidamente, en medio de esa marea que se extendió a los alrededores, al tiempo
que el monstruo corría hacia ella, haciendo que el piso temblara a su paso.
Esta vez fue el minhu el que lanzó una ráfaga, un puño atrás de otro en una
sorprendente demostración de agilidad, ante lo cual Isabel contraatacó usando
los mismos latigazos, esta vez con una composición distinta. Eduardo y Kevin,
en aquella descripción detallada de su suicida viaje a la Casa de la Magia, a mediados
del año pasado, contaron como Elvia, la princesa heredera, había usado una
técnica similar para delatar la presencia de las trampas, y pensó que sería
eventualmente útil cuando tuvieran que hacerle frente a algo desconocido o, en
este caso, peligroso. Isabel hizo aparecer dos látigos cuya longitud no debía
ser inferior a los diez metros, y se valió de ellos para dar potentes azotes al
monstruo, uno tras otro, sin pausa, a medida que iba reduciendo la distancia
(los otros dos mint-hu ya habían cruzado la franja arbolada, causando caos a su
paso e ignorando a los guardias, quienes los atacaban con todo lo que tenían,
con todas sus armas. No los consideraban una amenaza y asumieron que
"podían dejarlos para después"), e intentando evadirse del
agotamiento. La tarea de los Cuidadores y sus segundos incluía defender los
lugares grandiosos de cualquier agresión externa, la menos frecuente de sus
obligaciones, y eso haría ella. Llegó tu hora!", exclamó, mirando a los
ojos al minhu, sin pestañear. Ese último par de latigazos fue decisivo.
Combinando una temperatura muy elevada y la enorme velocidad, le provocó un
fuerte corte que fue desde el hombro izquierdo hasta el lado derecho de la
cintura. Isabel apenas si tuvo tiempo para ver cómo se producía otra explosión
- el ataque final de estos monstruos; sabiéndose derrotados y habiendo fallado
en su misión, buscarían causar todo el daño posible con esos potentes
estallidos) protegiéndose de los fragmentos y escombros empleando la esfera, 6
moviéndose velozmente para alcanzar a los atacantes que quedaban. Debía ignorar
los raspones, contusiones, heridas cortantes y ese doloroso esguince y seguir
adelante. Muchos se sumaron al ataque, recurriendo a esas técnicas que rara vez
ponían en práctica, pero tuvieron escasos efectos, o directamente ninguno, y
uno de los monstruos simplemente los envío a varios metros de distancia con un
veloz movimiento de sus brazos. Isabel misma pudo haber corrido esa suerte, de
no ser porque delante suyo se interpuso un ser de poco más de dos metros de
altura, con el cuerpo cubierto por un pelaje negro, una larga cola, grandes
garras en los pies y las manos, y todos los rasgos en la cara de un cánido. Era
su padre, y estaba empleando su segunda transformación. "Estás necesitando
ayuda", dijo Wilson, a quien jamás se le habría ocurrido dejarla sola en
este momento, en una situación tan peligrosa como esta. El hombre lobo, esa
descripción le iba como anillo al dedo, y la esbelta figura femenina atacaron
al minhu al mismo tiempo, sin tener éxito alguno, porque Isabel estaba herida y
de verdad agotada y Wilson había decidido darle prioridad a la vida de su hija.
"Los agentes Qar'u ya vienen", le dio. "No van a poder hacerlo a
tiempo", advirtió ella, incorporándose con dificultad, dándose cuenta de que
tenía grandes dolores en la pierna izquierda. Insistió con que quería que su
marido se sintiera orgulloso cuando supiera que había vencido a cuatro mint-hu,
y se abalanzó contra el que tenía enfrente, haciendo caso omiso del intenso
dolor (una fractura sería toda una restricción para gran parte de sus
movimientos), pero esta vez sus esfuerzos fueron inútiles, y también los de su
padre. Wilson e Isabel cayeron
violentamente al suelo, exhaustos, a cuya causa volvieron a transformarse en un
lobo y en ese arbusto con la cara aterradora primero, recuperando ambos al
instante la forma feérica. "No voy a rendirme!", exclamó la dama,
lanzando otro potente ray6 contra el enemigo, mientras los peores pensamientos
pasaban por su mente y su padre creaba la esfera de energía para protegerse a
el y a su hija.
Tres
descargas, una negra, otra rojo sangre y la tercera celeste.
La
explosión indicó que el tercero de los atacantes era historia
Desde
las alturas aparecieron Lidia, Kevin y Eduardo, los Cuidadores del Templo del
Fuego, la Casa de la Magia y el Templo del Agua. Apenas confirmaron que Isabel
y Wilson estaban a salvo (faltaron menos de diez segundos para el golpe de
gracia) y que el minhu no era más que escombros humeantes, se concentraron en
el último atacante, quien a su vez se concentró en ellos. Una batalla de tres
contra uno, se dieron cuenta los Cuidadores, no implicaba superioridad más allá
del número. "No va a ser fácil", dijo Eduardo, lanzando una descarga
que impactó de lleno en el pecho del monstruo, en tanto la híbrida revoloteaba
sobre el, para distraerlo, y una anaconda real buscaba enredarse entre sus
piernas para hacerlo perder el equilibrio. El minhu sin dudas era poderoso y lo
estaba demostrando, con su impresionante agilidad y su resistencia al daño.
"Es fuerte", comprobó Lidia, trasladando su fuerza y peso al pie
derecho, con lo que intentó darle una patada en la cabeza al monstruo, apenas
escapando a lo que pudo ser un golpe certero y potencialmente letal. "Hay
que llevarlo al exterior del Vinhäe", avisó Kevin, quien, estando
transformado, buscaba que el minhu lo siguiera. Serpenteando entre los
escombros, en el maltratado suelo, la anaconda real marchaba observancia el
entorno, buscando como obtener alguna ventaja, sin dejar de poner atención al
enemigo. Pero este fue más rápido, y, tomando a la gruesa y escamosa serpiente,
empezó a agitarla en el aire, y Kevin apenas tuvo tiempo de rociarle una
reducida cantidad de veneno en la mano derecha, donde actuó como un corrosivo,
disolviendo parte de la roca, antes de ser lanzado violentamente contra otro de
los Cuidadores que volaba cerca de ambos. "Lidia, cuidado!", llamó
Eduardo, llegando a tiempo para interponerse, rodear a la híbrida con su cuerpo
y recibir de lleno el impacto en la espalda. "Eso dolió", se quejó,
sabiendo que esa fuerza iba a dejarle una marca en la piel, soltando a Lidia y
volviendo los dos a la pelea, mientras Kevin, mareado, resumía la forma feérica
e iniciaba la persecución del minhu. "Qué?, Está huyendo?", se
asombró, tanto como lo hicieron sus colegas Cuidadores. Estos monstruos nunca
harían una cosa así, porque no se encontraba en su naturaleza. Los mint-hu,
uc-nuqt y mï-nuqt jamás se batían en retirada, porque vi se los creaba, los
autores se aseguraban de aplicar un hechizo que, básicamente, implicaba una
obediencia absoluta y sin cuestionamientos, lo que indicaba que los monstruos
cumplirían la misión para la que fueran concebidos o serían destruidos en el
intento, y, en el caso de los mint-hu, de autodestruirían como último recurso,
buscando causar todo el daño que fuera posible. Este monstruo, sin embargo, no
lo hizo. Sus ataques se limitaron a tomar los restos de su congénere y
lanzarlos con fuerza, uno atrás de otro, a sus perseguidores para distraerlos,
y eventualmente causarles algún daño. Derribando árboles y arbustos a su paso,
causando destrozos y caos, se abrió pasos hacia el acceso en ruinas, lanzando
con fuerza y en todas las direcciones los escombros, piedras de todas las
formas y tamaños, continuando con la táctica de distracción. Una de esas rocas
dio de lleno en los tres Cuidadores, que ante la fuerza del impacto fueron
detenidos en seco y cayeron abruptamente al suelo, conmocionados por el golpe.
Para cuando se incorporaron, mareados y apoyándose uno en los otros dos,
sacudiendo la cabeza a los lados e intentando no pensar en el dolor físico, el
monstruo ya había salido del Templo del Agua y huía velozmente por la espesura,
arrancando otro tanto de árboles a su paso. "Vamos, tenemos que alcanzarlo
y destruirlo", alentó Eduardo a sus colegas, tomando los tres este golpe
como una seria afrenta. Débiles como estaban a consecuencia de ese último
impacto, se movían despacio. Especialmente el Cuidador local, por haber
recibido ese "anacondazo" al defender a Lidia (mantuvo la promesa que
hiciera a los padres de su colega, de actuar como guardaespaldas) y el haber
atacado con toda su fuerza desde el primer momento, porque le dijeron que así
debía hacerse con los mint-hu. "Los agentes Qar'u van tras el", dijo
una conocida voz a sus espaldas, y al darse vuelta vio a Isabel, con un pie
levantado, señal de que algo no estaba bien allí, olvidándose del dolor, y
apoyándose en los hombros de Iulí y Wilson. Encontrarse ambos allí fue lo mejor
que les pudo pasar, emocional y anímicamente, y Eduardo, observando el estado
de su compañera, empezó a replantearse su prioridad, no llevándole mucho tiempo
decidir cuál era aquella, haciendo una seña con los ojos a sus colegas. Kevin y
Lidia se encargarían de encontrar y destruir al minhu, y ya se ocuparían luego
de descubrir cuál era su proceder, quién los había creado y con qué propósito.
"Ya lo alcanzaron?", reaccionó Eduardo, viendo ese punto distante.
Más
o menos a mil metros de distancia del Templo del Agua, una inmensa nube de
tierra y todo tipo de objetos que había en el suelo (piedritas, ramas,
hojas...) surgió desde la superficie, elevándose unos cuantos metros, o eso
pareció para los testigos. "No hubo explosión", se extrañó Eduardo,
quien al final estuvo en viaje hasta más allá del lugar grandioso, llevando a
Isabel en brazos. "Tampoco siento que haya sido destruido el minhu",
agregó la dama, reparando en un detalle simplemente porque ahora lo podía
hacer. 'Cómo advertí la inminencia del ataque', pensó. Cristal, sabía ella, era
la experta en esas cosas - un incipiente indicio de la clarividencia -, pero su
hermana estaba a decenas de miles de kilómetros de distancia, ejerciendo el
mando interino en la Casa de la Magia. Tampoco mantuvieron con la madre de
Melisa una comunicación mental para ponerla sobre aviso, ni le hicieron llegar,
como teorizaran algunas hadas, reportes los agentes de la PoSe o la DM,
organismos que en todas las instancias se ocuparían de dar las respuestas a
esas tres preguntas claves: Quién lo hizo?, Por o para qué? y Desde dónde?. Se
alegró, como lo hicieron todos, de que nadie hubiera fallecido, de eso estuvo
segura porque no vio surgir ningún haz luminoso que después formara una
multitud de chispas en el trayecto recorrido por los mint-hu, pero si había heridos,
y estos llegaban a cincuenta, por lo menos, y eso era, en sí, otro misterio. En
su única intervención, en la Guerra de los Veintiocho. 'Nadie murió y no se
sabe que buscaban' pensó en voz alta, a lo que algunos de los allí presentes le
dirigieron la vista, coincidieron en agregar esa a la lista de preguntas
claves.
El
tornado, en tanto, continuó aumentando la velocidad, hasta que dejó de estar en
el suelo, habiendo alcanzado cierta distancia, empezó a mutar, hasta que se
transformó en una esfera de proporciones enormes, lo que indicó a la multitud
congregada en el Templo del Agua, con los tres Cuidadores y una centena de
guardias apuntando hacia adelante, que minhu en fuga había sido atrapado.
Destruido o no, estaba dentro de esa esfera formada por viento y escombros. De
repente, la esfera empezó a desplazarse hacia adelante, en dirección al lugar
grandioso, y solo cuando dejara un espacio atestado de árboles frondosos pudo
apreciarse a una figura dirigiéndola, con ambas manos hacia arriba, avanzado serena.
"Es un hada de los vientos", anunció Iulí, sosteniendo a su hijo en
un brazo y a su nieta en el otro, y sus congéneres y otros seres elementales
allí coincidieron con esas palabras. "Y es diestra", complementó
Wilson esa observación, viendo como esta hada caminaba sin dificultades, usando
la telequinesia para mover los restos de los mint-hu destruidos por Isabel y
otros obstáculos. Al tenerla cerca, advirtieron que era mujer, no muy alta, tal
vez de un metro setenta, cabello corto y perteneciente a la etnia nimhuit -
"Orientales", había rápidamente comparado Eduardo al cruzarse con los
primeros individuos, principalmente por el color de la piel y los ojos rasgados
-. Tenía un aura blanca, de un tono brillante, llevaba ropa y calzado informales
del mismo color y la forma en que caminaba y se movía era un indicativo más que
claro de que estaba disfrutando de este momento, de esta batalla, y que, a
excepción de los destrozos y heridos, lo veía como algo divertido.
"Perdón
por la demora", se disculpó, llegando ante la multitud, trasladando la
esfera de viento a un lado y cesando con dicha técnica, tras lo que los restos
del cuarto minhu quedaron acumulados en 7n reducido espacio de diez por diez,
escombros apilados y maltratados a causa del contacto con ese fuerte viento
huracanado. "Es Marina", reaccionó Kevin, reconociéndola. La había
visto más temprano, en el reino de Ucêm, pero no así, porque había vestido sus
mejores galas. "Quién?", llamó Isabel, aún intentando evadirse del
agotamiento. "Es la Cuidadora del Tep-Wo, informó Lidia. Para Marina, de
apenas veintiuno (una familia de hadas de los vientos), esta era su primera
visita al reino insular y, como ella misma se ocupara de comentar, en tanto se
presentaba a los locales con el saludo formal, que le hubiera gustado hacerlo
en otras condiciones, menos apremiantes y alarmantes que esta. "Apenas
terminó el nombramiento y el juramento decidí venir, sabía que este era el
lugar donde debía estar, dijo, repasando el entorno con la vista. El paisaje
insular no era tan diferente al de su patria, el reino de Nimhu, o el de Ucêm,
donde vivían ella y sus familiares, tampoco con el clima, debiendo la
temperatura rondar ahora los veintidós grados. "Quisiera mostrarte el
lugar por adentro, pero eso tiene que esperar y posponerse", lamentó el
Cuidador del Vinhäe, señalándole con la vista el entorno. Había mucho que hacer
allí, y todo el personal estaría sumamente ocupado durante al menos una
quincena, restaurando los daños, eso sin mencionar, en su caso y el de Isabel,
a Melisa, a quien su abuela continuaba sosteniendo con uno de sus brazos.
"Quiero ayudar", se ofreció la nueva Cuidadora, en cuya frente
brillaba todavía el símbolo del viento, a causa de tener a pasos de ella a
Lidia, Kevin y Eduardo, y sonriendo, a consecuencia de su éxito en la batalla.
Y,
mientras se repartían las diferentes tareas, explicó que había quedado
pendiente su prueba de valor contra el mï-nuq, a lo que Eduardo, todavía
sintiendo el dolor en la espalda, le habló sobre parte del contenido de las cartas
orgánicas de los lugares grandiosos. "Al menos la de este", dijo, e
hizo mención de los eventos que podían reemplazar a las pruebas de valor. Una
de ellas era la de protagonizar un enfrentamiento real contra uno u otro tipo
de monstruo fuera del templo. "Puede pasar?", llamó Marina, que
tampoco salía de la sorpresa por haber conseguido abrir la puerta que Zak'lu,
la anterior Cuidadora, cerrara hacía casi dos siglos; en ese aspecto, no había
sido nada diferente a como reaccionaran, en la primera semana de Enero, sus
tres colegas. Isabel, en brazos de su marido camino a la instalación médica,
relevó a su compañero y le explicó a Marina que las cartas orgánicas tenían muy
pocas diferencias, pues todas habían sido confeccionadas casi al mismo tiempo,
por los primeros individuos que estuvieron al frente de los lugares grandiosos,
quienes desde el principio buscaron consolidar algunos de los valores y códigos
que más representaban a las hadas, como la solidaridad, la armonía, la
concordia y la unidad. "Todavía tengo todo por procesar y aprender",
confesó la flamante Cuidadora del Santuario del Viento (el Tep-Wo), en cuya
espalda, dentro de un estuche, llevaba el bastón de mando, y hablando de la
vida que llevaría en los próximos días, durante los cuales debería ponerse al
tanto del actual estado general del lugar grandioso y sostener las reuniones
con el equipo de notables, cinco de los cuales fueron contemporáneos de Zak'lu.
"Uno de ellos incluso fue notable en ese tiempo, el de relaciones
institucionales", concluyó la nueva Cuidadora, llegando por fin a la sala
médica.
En
el curso de las cinco horas posteriores, el Vinhäe se transformó en un
hervidero de movimiento, habiendo seres feéricos y elementales por todos lados
que llevaban la alarma y la preocupación a causa de lo que había pasado: la
primera vez que un lugar donde era atacado desde los días de la Guerra de los
Veintiocho. Y eso era motivo, por supuesto, de consternación y desconcierto.
Había ingenieros civiles y de otras especialidades evaluando los daños y
tomando notas de estos, los médicos socorrían a los heridos, alegrándose porque
ninguno fuer un caso grave, los enviados de casi una docena de medios gráficos
ya estaban haciendo los reportajes y preguntas aisladas a cualquiera que
tuviera ganas de contestarles, , un grupo de expertos de la empresa COMDE y
otro del Consejo de Ciencias recolectaba los restos de los monstruos
destruidos, siendo de ellos la idea de llevarlos a las instalaciones de esa
empresa para buscar las respuestas a las preguntas clave (¿quién?, ¿por qué? y ¿desde
dónde?), y varios funcionarios insulares de diversos rangos, entre estos Elvia
y Oliverio, los herederos, asumiendo una de sus obligaciones, sin lugar a dudas
la principal de todas, la de preocuparse por y asegurar el bienestar de su
pueblo. También se habían hecho presentes Zümsar e Iris, quienes estuvieron tan
consternados al enterarse de los acontecimientos; la directiva del Banco Real y
también princesa insular no salía de su asombro, pues estaba convencida de que
cada uno de los archivos y documentos referentes a estos temibles monstruos
había sido destruido – “Los conservaron por la tradición oral”, apostó, con un
convencimiento igual de grande, contenta porque muchas hadas y otros seres
elementales compartían esta teoría –, pues lo había confirmado en su momento,
después de la guerra; y el arqueólogo urbano, confirmado en lo correcta que
había sido la decisión de obsequiar el Impulsor que hallara perdido entre las
antigüedades en uno de los anaqueles. Eso no pasó inadvertido, por supuesto, y
los seres feéricos y elementales pudieron confirmar que existía otro de esos
dispositivos, aparte de los dieciséis que permanecían bajo la más estricta
vigilancia. Isabel se convirtió en la estrella de la jornada y, en su camino a
la habitación, en la sala médica, se cubrió de aplausos y ovaciones, porque
este caso lo ameritaba. Dio el informe completo a los agentes de la DM, aunque
no supo explicar cómo es que pudo advertir lo inminente de este peligro antes
que, de hecho, se presentara. “Lo importante ahora es tu recuperación, y la de
todos los que resultaron heridos”, consideró uno de los expertos, dejando este
y su compañero la habitación para permitirle descansar unos momentos con su
marido y su hija. En las habitaciones contiguas ya habían ocupado las camas
disponibles, teniendo los pacientes heridas que en su mayoría eran cortes y
contusiones, como el caso de la Cuidadora del Vinhuiga. La nena híbrida había
vivido una experiencia única, que ningún otro ser elemental podía haber
imaginado, y recién ahora, más relajada y acompañada por sus padres (Kuza y
Lara se espantaron como nunca al enterarse lo que había hecho, y del
acontecimiento en si) y cargando con ambos brazos a su hermana, estaba
reconociendo que la batalla contra el minhu había sido el mayor peligro al que
se hubiese enfrentado alguna vez. En ese mismo dormitorio estaba Kevin,
disfrutando de la compañía de sus suegros y su cuñado recién nacido. “Cristal,
si es que ya se enteró, debe haber sido consumida por la preocupación y la
desesperación”, imaginó, sacudiendo el brazo izquierdo para aliviar el dolor.
“Ya se enteró, de hecho”, dijo Iulí, viendo como la segunda al mando de la Casa
de la Magia irrumpía en la habitación, olvidando el letrero que pedía silencio,
muy agitada y respirando por la boca. “Estás a salvo”, fueron sus primeras
palabras, con lágrimas brotándole de los ojos, pasando por donde estaban Lidia
y sus padres y arrojándose sobre el artesano-escultor, quien se olvidó del
dolor físico gracias a la presencia de su compañera. “Hola”, la saludó, y
Wilson e Iulí entendieron que ese era el momento de salir de la habitación.
Fuera de esta y de la sala médica, el revuelo continuaba. Las hadas iban y
venían de un lado a otro, organizándose para la atención de los heridos, la
reconstrucción y recuperación de los daños y, por supuesto, la razón para este
ataque. Muchos se inclinaron por pensar que los ilios estuvieron detrás, aunque
al mismo tiempo reconocieran las pocas probabilidades de eso, porque para crear
a los mint-hu, como así también a las otra dos clases de monstruos, se requería
de las artes mágicas, y de ser muy diestro en el dominio de ellas, y si había
algo que los ilios aborrecían, despreciaban y detestaban era justamente la
magia. “De cualquier manera no hay que descartarlo”, pidió Iris, sabiendo que
esos seres elementales podrían estar preparándose para la batalla en este
momento. “Van a pensar que nosotros pensamos que fueron ellos”, tradujo marina,
la flamante Cuidadora del Tep-Wo, quien, olvidando por un momento el ataque, se
preparaba para contar sus experiencias y su historia a los periodistas.
Esta
atractiva hada, una condición que no pasó inadvertida para ningún hombre de
todos los que estuvieron por allí, había nacido en Nimhu y vivido allí hasta la
edad de once años, cuando, por motivos de intercambio cultural, la familia
entera se mudara a Ucêm, para trabajar en un acuerdo que habían suscripto poco
tiempo antes los dos países. Dos años más tarde, cuando ese lapso llegara a su
fin, los cinco habían decidido quedarse en este país, cuyos pobladores los
recibieran con los brazos abiertos – el mismo trato que se diera a las hadas
fuera de su tierra natal –, instalando en la zona céntrica de Huqu, la capital
de Ucêm, un emprendimiento familiar vinculado a aquello que constituyera el
contenido del intercambio: las obras de teatro del género histórico, porque
Marina, sus hermanos mayores, uno de veinticuatro años y otro de veintiocho, y
sus padres, ambos de cincuenta, eran artistas y autores, especializados en
recreaciones de eventos de la historia de los países que formaban el continente
centrálico. “Van a tener que seguir sin mí”, les había dicho Marina, mezclando
tristeza, al tener que dejar su gran pasión, y alegría, por haber conseguido
abrir la puerta de la oficina principal del Santuario del Viento, contando
entonces todo cuanto hubo de ocurrir allí, las palabras de Zak´lu y las
emociones que sintiera a causa de eso. “¡Soy la nueva Cuidadora del Tep-Wo!”,
exclamó, al concluir su explicación, mientras uno por uno sus parientes iban
felicitándola. Quienes antes hubieron de presenciar la escena en el lugar
grandioso quedaron asombrados al ver lo ocurrido, aunque no les extrañó que
Marina hubiera sido nominada por Zak´´lu para reemplazarla. Era cierto que a
estas hadas no se las elegía por la magnitud de sus poderes, pero ayudaba. Y
Marina era especialmente diestra en eso de ejercer el dominio sobre el elemento
aire. Sus padres y sus hermanos, quienes asumieron su condición de
catastrofistas mucho antes de que esa palabra existiera para definir a quienes
tenían una guerra, comprendieron que todos debían mantener afiladas sus
habilidades, hombres y mujeres por igual, y por eso se dedicaron a instruir a
Marina (lo propio hicieron los padres con los hermanos mayores) desde su
infancia, aumentando las exigencias a medida que los años continuaban
sucediéndose. Por lo demás, ella era como la totalidad de sus congéneres: una
persona con una conducta intachable en cuyo corazón y alma no había lugar para
los malos pensamientos y sentimientos, muy respetuosa de la cultura y las
tradiciones de las hadas, atenta con su familia y sus obligaciones de todos los
días, dispuesta a ayudar cuando hiciera falta a cualquiera que lo necesitara –
aun se recordaba su actuación heroica durante la Gran Catástrofe, lo mismo que
Eduardo, Kevin, Oliverio y Lursi hicieran en Del Sol – y, como lo advirtiera su
antecesora, poseía algo que la propia Marina desconocía, lo mismo que Biqeok,
Rorha y Seuju advirtieran, el cinco de Enero, en Eduardo, Kevin y Lidia. La
sorpresa y conmoción continuaron aun cuando se empezaba a desarrollar la
ceremonia en uno de los majestuosos salones del Tep-Wo, y en el momento en que
a los Cuidadores les informaran acerca del ataque en progreso al Templo del
Agua, y todavía lo hacía. Ahora, llegadas las dieciocho horas en punto, Marina
seguía emocionada e impresionada por todo lo que viviera en este y los dos días
anteriores. Había sido la más grande sorpresa descubrir que Zak´lu la señalara
como su sucesora al frente de uno de los lugares grandiosos, y más aún el tener
una batalla real contra ese poderoso monstruo. “Es demasiado para tan poco
tiempo”, dijo, concluyendo así el reportaje a los periodistas insulares, y
pensando que aún quedaban pendientes dos tareas respecto a su gigantesca y vitalicia
responsabilidad, la fotografía oficial actualizada, que mostrara a los cuatro
Cuidadores sonrientes y vestidos con sus mejores galas, y, más importante, algo
que era de su exclusiva competencia, designar a un segundo al mando. “¿Pensaste
en alguien?”, le preguntó el diplomático que representaba al reino de Ucêm en
Insulandia, quien también se había apersonado en el Templo del Agua, al
enterarse que la flamante Cuidadora estuvo involucrada en la respuesta al
ataque (más temprano lo había hecho el cónsul nimhuit). “Todavía no”, contestó
marina, sabiendo que sus familiares no querrían hacerlo. Sus padres tenían una
ocupación muy ardua y no necesitarían de otra, y sus hermanos, ya casados,
tenían esa otra responsabilidad que decididamente era superior e irrenunciable;
ambos eran padres. “Taynaq”, sugirió Iris, cuando tuvo a la nueva Cuidadora
cerca suyo, a lo que Marina reaccionó no solo con la sonrisa que pareció
indicar cierta coincidencia, sino también con un enrojecimiento en las
mejillas. Taynaq era un príncipe de Ucêm, el hijo menor de los reyes, y en el
curso de los últimos dos años no fueron pocas las veces en que a ambos se los
viera juntos y a gusto, algo que por supuesto no había pasado desapercibido
para la prensa del corazón. Taynaq también era un hada de los vientos, tenía un
año más que la Cuidadora y actualmente era un investigador que daba sus
primeros pasos en el campo de las ciencias de la atmósfera, siendo uno de los
expertos que trabajaba en el instituto meteorológico de Ucêm, un brillante complemento
para la habilidad natural de los seres feéricos de advertir las condiciones del
clima. “Se lo voy a plantear”, accedió Marina, aun con esa expresión risueña.
Aun
cuando llegara el último tercio del día y el cielo hubiera terminado plagado de
estrellas, además de tener una deslumbrante y espectacular Luna llena, el ajetreo en el templo del Agua
no se terminaba. Los guardias, médicos e ingenieros continuaban trabajando como
lo venían haciendo desde que Marina destruyera el último de los monstruos. Tan
solo ocho individuos, Isabel entre estos, continuaban en una de las salas
médicas, porque la mayoría de los seres feéricos ya habían sido dados de alta,
no teniendo más que unas pocas contusiones, raspones, heridas cortantes menores
y dolores físicos que eran más bien insignificantes. Lidia, quien de la batalla
no conservaba más que el recuerdo, estuvo entre esos afortunados , y apenas
llegaron las veintiuna horas con quince minutos, habiendo permanecido durante
los últimos veinte despidiéndose de sus congéneres, ella, llevando aun a su
hermana en brazos, y sus padres se marcharon por aire, volando lento y a baja
altura, rumbo a la puerta espacial cercana al lugar grandioso, prometiendo su
presencia, brindando con ello su ayuda para las primeras tareas de
reconstrucción, para mañana a la tarde. Madre e hija, en vistas de lo ocurrido
este día, coincidieron en la necesidad de revisar, y eventualmente reforzar,
las medidas de seguridad en el Vinhuiga, y decidieron que esa actividad sería
prioritaria en la primera semana de Diciembre. En las últimas horas de la
tarde, cuando el astro rey empezara su lenta retirada, tuvo lugar en un amplio
e iluminado auditorio la nueva fotografía oficial de los Cuidadores, no
habiendo tenido para ello otro inconveniente más que el de hallar la ropa y
calzado formales y de gala y el del aseo completo del cuarteto. Eduardo, Kevin,
Lidia y Marina, sin embargo, parecieron tener la cabeza en otro misterio, uno
que surgiera con la retirada del cuarto minhu. Creyeron hallar una respuesta al
hecho de esa cantidad tan exigua de heridos y ningún fallecido pensando que el
objetivo no era ese, sino el templo mismo, y que si alguien quería causar algún
daño significativo, estructural y moralmente hablando, debería destruir
primero, o afectar todo cuanto le fuera posible, la torre central, algo que
afortunadamente no llegó a ocurrir. “Era la opción más sencilla”, admitió
Eduardo, sabiendo que de los cuatro lugares grandiosos con los Cuidadores
designados, el suyo habría sido el más vulnerable, porque la Casa de la Magia
estaba tan alejada de cualquier rastro de civilización que era imposible
atacarla desde fuera; el Templo del Fuego, debido a que su Cuidadora era menor
de edad (“sin “experiencia en la vida”, o con una mínima), tenía especiales
medidas de seguridad que incluían a seis agentes Qar´u actuando de incógnito, y
el Santuario del Viento estuvo colmado de guardias y funcionarios políticos de
todos los rangos, considerando las maravillosas y excepcionales circunstancias
que habían vivido hoy y los días anteriores. “El que controlaba a los mint-hu
no tenía la suficiente experiencia, o los conocimientos”, apostó Lidia. “O se
pudo asustar, llegado un punto”, arriesgó Kevin. “O las dos cosas”, opinó
Marina, los tres y Eduardo paseando juntos bordeando el arroyo que circunvalaba
el templo, meditando acerca de los acontecimientos y lamentando tanto como
cualquiera que este lugar grandioso, habitualmente majestuoso e impecable,
tuviera ahora ese estado. Fue un pensamiento triste que les estuvo dando
vueltas en la mente en tanto permanecieron juntos y aun después, cuando Lidia
se alejara por aire con sus padres y su hermana, y los mandamases de la Casa de
la Magia se prepararan también para marcharse, lamentando Cristal que el
reencuentro con sus familiares hubiera sido tan breve, de tan solo unas pocas
horas. Marina lo hizo al poco tiempo, pasadas las veintiuna cuarenta y cinco,
comprometiendo su ayuda a Eduardo, Isabel y los dieciséis notables cada vez que
lo necesitaran. “Mis padres y hermanos se deben estar comiendo las uñas, su
estado de nervios debe estar al borde del colapso”, dijo, ilustrando lo que
hubieron de sentir los parientes no solo de ella, sino de todas las hadas y
seres elementales que se encontraron en el lugar grandioso al momento del
ataque de los mint-hu. “¿Qué vamos a hacer nosotros, Eduardo, después de lo que
pasó hoy?”, llamó Isabel, en tanto daba otra ración de leche materna a Melisa.
A ella le habían dicho que podrían darle el alta en algún momento de la tarde
del día de mañana, pero que pasarían al menos diez días antes que nuevamente
pudiera caminar con normalidad. “Al final el catastrofismo fue algo verdadero”,
contestó el Cuidador, sentado a un lado de la cama, y habiendo decidido que
pasaría la noche aquí, en la sala médica. Eduardo sospechaba tanto como
cualquiera de las hadas que los ilios pudieron estar detrás del ataque, y sabía
que las tensiones entre las dos razas habrían crecido y escalado a niveles
alarmantes con el ataque de los mint-hu. Los agentes de la PoSe y de la DM le
habían hecho la promesa de investigar a fondo estos eventos por demás
inusuales, la primera vez desde la Guerra de los Veintiocho que uno de los
lugares grandiosos era atacado, lo cual incluía descubrir si los ilios estuvieron
o no involucrados. “Hasta que terminemos no hagas nada”, le pidieron los
expertos, antes de dejarlo con su compañera. Eran las mismas palabras que le
dijeran a Iris, aunque en el caso de ella fue más un ruego que un pedido,
porque detectaron como la princesa insular estuvo viendo un punto en la
distancia, el noroeste, creyendo que el momento por fin había llegado. “Consigan
esas pruebas”, les había solicitado, con una sonrisa de satisfacción.
Cuando
se cumplió la primera semana del ataque al templo del Agua y todo volviera a la
normalidad, Eduardo e Isabel empezaron a prepararse, como la totalidad de los seres
feéricos y elementales, para la ceremonia del cambio de estaciones, la
primavera por el verano, que sería el veintiuno de Diciembre/ Nios número
veinte. Los temores y las tensiones, por supuesto, no habían desaparecido, y en
relación al ataque de los mint-hu aún no estaban cerca de descubrir quién los
había creado ni para qué. Si, en cambio,
pudieron precisar el origen, porque los ornímodos, esos enormes seres
elementales que se transformaban en aves rapaces igual de grandes, reportaron a
la Guardia Real el robo de cinco toneladas de piedra caliza, veinte enormes
bloques de doscientos cincuenta kilos que esos seres pensaban usar en la
construcción de las cuevas y recámaras que usaban como viviendas, en esa
cordillera al sureste del archipiélago insular, que ellos mismos extrajeran de
un yacimiento. Los investigadores estuvieron examinando la zona, pero no pudieron
hallar pruebas ni indicios que apuntaran a los perpetradores del hecho, ni
tampoco, mucho menos, sus motivos. Ni siquiera las mejores hadas de los sentidos,
recurriendo particularmente a la vista y el olfato, fueron capaces de
encontrarlas y eso hizo suponer a los funcionarios y a la Guardia Real que se
encontraban ante un desafío con letras mayúsculas. En el Templo del Agua habían
empezado las restauraciones con los primeros rayos solares del segundo día de
Diciembre, concluyéndolas en la tarde del seis, habiendo invertido la suma de
dos millones de soles, el uno por ciento de sus arcas (doscientos millones) y
participado la mayoría de quienes día a día trabajaban en el lugar grandioso,
incluidos el Cuidador y su segunda. Eduardo e Isabel quisieron ponerse al
frente de las tareas, habiendo el hombre colaborado con la reconstrucción de
esas magníficas estructuras que conformaban el acceso, incluido el arco semi
circular, y las atalayas, levantadas esta vez con materiales más sólidos y
resistentes, y la mujer encargándose de recuperar las pocas piezas históricas
que habían engalanado esas estructuras que fueran destruidas. En esta semana posterior al ataque, además,
fue reorganizada la defensa del templo, poniendo a punto las trampas caza
bobos, aumentando el número de miembros en los grupos que patrullaban a pie, de
dos a tres, empezando la construcción de nuevas torres, por un total de veinte,
en diversos puntos del interior, las cuales estarían listas e inauguradas en
los últimos días del año, y pidiéndole ayuda a los nagas, quienes vivían cerca
del Templo del Agua, un caserío habitado por noventa individuos. Esos seres
elementales que alcanzaban los diez metros de altura y podían ser tan
amenazantes cuando se erguían sobre sus escamosas y gruesas colas, aceptaron
sin dudarlo, porque entre ellos estaban algunos de los individuos que fueran
atacados involuntariamente por Zümsar en Diciembre del año pasado, y esos
nagas, además de los otros, sentían que aún tenían una deuda con Eduardo e
Isabel, porque estos los ayudaron durante aquel incidente. Así que establecido
ya ese acuerdo, una ceremonia para la cual fue suficiente con la palabra, desde
el alba del cinco de Diciembre / Nios número cuatro, podía verse a dos machos
de esa especie moviéndose cada sesenta minutos (rondas regulares) en el
exterior del Templo del Agua. “Tal vez se asusten con solo vernos”, comentó uno
de ellos al Cuidador, cuando estuvieron hablando sobre la retribución por esta
ayuda, habiendo las hadas comprometido la provisión permanente, en tanto el
cuerdo estuviera vigente, de cualquier materia prima que necesitaran los nagas
para cualquiera de sus industrias. Fuera del ámbito laboral, Eduardo e Isabel
también llevaron una vida y existencia sin sobresaltos. Aprendieron, a fuerza
de voluntad y empeño, a encontrarle el tiempo suficiente a todo (sus amistades,
el entretenimiento, la familia, los vecinos…), siempre priorizando, por
supuesto, a Melisa. Su hija constituía aquello que más interesaba al matrimonio
de arqueólogos submarinos, el que desde aquella primera quincena del mes de
Octubre tuvo que modificar, y lo hizo con gusto, los otros aspectos de su vida.
Eduardo e Isabel descubrieron, como lo hicieran antes con respecto a sus
obligaciones en el lugar grandioso, y más tarde con el casamiento, que sus
temores y dudas carecieron de fundamentos, porque en ningún momento estuvieron solos
en esta aventura, la más emocionante e importante de todas, la cual estaba a
menos de veinticuatro horas de cumplir los primeros dos meses. Los dos estaban
ahora, como todo el mundo, ansiosos por la festividad del verano, que tendría
lugar dentro de trece días y prometía ser tan fastuosa como cualquiera otra. “El
Templo del Agua va a estar lleno ese día”, apostó Eduardo, sabiendo que ese y
los otros lugares grandiosos eran un hervidero en las ceremonias que se
llevaban a cabo con motivo del cambio de una estación climática por otra.,
habiendo entre los visitantes individuos que llegaban de todas partes del
mundo. “Creo que ni siquiera el ataque de los mint-hu va a alterar eso”, agregó
Isabel, otra vez inmersa, aunque sin concentrarse, en aquel rapto de clarividencia
que la motivara a dar la orden de hacer sonar la alarma. En su caso, esa era
otra de las cosas que la mantenían ocupada, y concluyó, hasta tanto no surgieran
una o más explicaciones, que era una nueva habilidad que había desarrollo, dado
el primer paso para eso.
A
la tarde y la noche del viernes diecinueve de Diciembre / Nios número
dieciocho, entre las dieciséis y las veintitrés horas en punto, empezaron las
vacaciones para la mayoría de los seres feéricos que trabajaban en el Templo
del Agua. El plantel de profesionales, la gran parte del personal de maestranza
(limpieza y mantenimiento), los administrativos, dos tercios de estos, e
incluso los Cuidadores tendrían libres todos los días hasta el trece de Enero
/Baui número trece, retomando sus obligaciones al día siguiente. “sigo
convencida que no tendríamos que relajarnos tanto, por lo que pasó a principios
del mes”, todavía insistía Isabel, quien, llevando a Melisa en brazos y estando
dispuesta a cruzar la puerta espacial, no creía que tuvieran que bajar la
guardia. “Estoy de acuerdo, pero tampoco podemos vivir contantemente con el
temor de sufrir un nuevo ataque”, dijo su marido, que sabía que a esos
perpetradores o a otros que pudieran surgir les resultaría más complicado ene éxito,
porque las medidas de seguridad en el Templo del Agua y los otros lugares
grandiosos, tanto aquellos que ya tenían a su par de figuras de autoridad como
a los que no, contaban con nuevas y más eficaces medidas de defensa. “No me
preocupo tanto por mi como lo hago por nuestra hija”, aclaró Isabel,
encontrándose en barraca Sola al cabo de unos pocos segundos, con su marido
apareciendo tras ella. “Lo mismo que yo, no te quepa duda, pero mantengo eso de
no obsesionarnos”, convalidó Eduardo, conservando su postura inicial. Ya los
dos caminando tranquilos hacia La Fragua 5-16-7, el típico paisaje periférico
de la ciudad no dejaba de sorprenderlos, pese a que era el mismo de todos los
días. “El programa de urbanización”, comentó Eduardo, observando un letrero que
indicaba que pronto pasarían por allí las vías férreas. Obras como esa y las
otras, que representaban inversiones gigantescas para este y los dos siguientes
años, apuntaban a ese urbanismo que el Cuidador únicamente había visto en la
Tierra. Ya estuvo comparando aquello y esto, y con un rápido cálculo concluyó
que la Ciudad Del Sol tenía al menos el veinticinco por ciento más de
superficie que la principal área metropolitana de su país natal, pero apenas el
tres punto seis por ciento de su población, y una infraestructura, servicios comodidades acordes a esa cantidad. Eduardo
sabía tanto como Isabel que ninguno viviría lo suficiente como para verlo, pero
algún día la capital de Insulandia, al igual que todas las ciudades dentro y
fuera del país se transformarían en uno de esos lugares de los que el había
hablado el Cuidador, o en algo muy parecido. “Me conformo con que sea como Las
Heras”, dijo, entrando ya a su casa, recordando cuan tranquilo y agradable era
su lugar de nacimiento, pese a encontrarse lindante con esa enorme área metropolitana.
“Y yo, esas descripciones que hiciste fueron muy hermosas, las de aquel poblado”,
coincidió su compañera.
FIN
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CLAUDIO ---
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