sábado, 30 de junio de 2018

28) El ataque al Templo del Agua

Aun cuando se cumplieron los primeros cincuenta días del nacimiento de Melisa, la emoción y la amplia gama de sentimientos positivos no desaparecían de la mente de sus padres, que de a poco fueron recuperando su vida normal, y fue lo mismo en el caso de Iris y Zümsar, Kevin y Cristal, Olaf y Lía, Oliverio y Elvia, Kuza y Lara, los reyes insulares Elías y Lili, Lursi y Nadia y Wilson e Iulí. No bien pusieron los pies en el exterior, las hadas y cuantos seres elementales estuvieron observándolos prorrumpieron en aplausos y felicitaciones, porque esa era la costumbre, nacida entre los individuos de la raza feérica y “exportada” a las otras especies hacía milenios. En lo familiar, un bebé representaba el momento más feliz, o uno de los más felices, porque había un nuevo miembro que aseguraba la supervivencia de ese grupo por otra generación, y en lo colectivo, la sociedad, garantizando que la especie continuara manteniendo la superioridad numérica. En sus lugares de trabajo y cuantos establecimientos e instituciones frecuentaron a diario, el día de su vuelta les fue imposible hacer otra cosa más allá de dedicarle la jornada entera a explicar, con detalles, todo cuanto sintieron, experimentaron y todo lo que vivieron esos días tan significativos e importantes. Y sus hijos e hijas se transformaron, sin saberlo, en los otros protagonistas. Allí estuvieron, despertando un acentuado enternecimiento, Mizûk, Akmolu, A´bki (Lía quizás haya recibido más atenciones, y de paso Olaf, porque ellos también tenían un hijo anterior, Rafael, el bebé partenogenético que ya se acercaba a los dos años), Sebastián, Suakeho, Wuqelu, Yok´a, Ibequgi y Melisa, durmiendo en los moisés, en los brazos de alguno de sus padres o recibiendo alguna de sus raciones diarias de leche materna. Conforme fueron pasando los días, a nadie le cupieron dudas de que era lo prioritario para los padres, y aun cuando estos cumplían con sus obligaciones y hacían todo lo que se esperaba de ellos – la junta directiva del Banco Real, el comercio de antigüedades, la dirección y la sala médica en la Casa de la Magia, los Consejos de Cultura y de Infraestructura y Obras, la Dirección de Cartografía, una de las instalaciones médicas en el Templo del Fuego, la oficina principal en el Castillo Real, el Consejo de Salud y Asuntos Médicos, el de Desarrollo Comunitario y Social, la Guardia Real, el Complejo de Deportes de Precisión, el instituto de modelaje, la dirección del Templo del Agua y en este el área de arqueología –, no dejaban de prestar atención y estar concentrados en su descendencia, junto a esta, viéndoselos trabajar  muchas veces o hacer cualquier actividad teniendo a sus hijos e hijas con ellos. Hoy, a media tarde del sábado nueve de Noviembre / Clel número veintiocho, las mujeres se encontraban, en un salón reservado habitualmente para reuniones en el CoDeP, dando lugar a algo que ellas mismas dieron en llamar “Club de la Lactancia”, una entidad simbólica que idearan para las ocasiones como esta, las raciones de leche materna, para los bebés, donde aprovechaban para intercambiar conocimientos y experiencias. Los hombres, en tanto, hacían algo parecido en su único y lugar acostumbrado. Esta, como las tardes de cada sábado anterior, los había encontrado compartiendo la mesa amplia y rectangular en el bar El Tráfico, en Barraca Sola, contra una de las ventanas. La misma escena en un grupo y el otro nunca se prolongaba por menos de dos o dos y media horas, concluyendo siempre con el encuentro de ambos llegado el último cuarto del sábado, a las dieciocho en punto, y la vuelta a sus hogares, o donde fuera que continuaran la jornada, con la firme promesa de reunirse nuevamente en una semana. Para estos matrimonios, además, la felicidad en esa cincuentena de días se había completado con casamientos, aniversarios y nacimientos ajenos a su grupo y propios de este, otro tanto de festividades siempre magníficas, cumpleaños y nuevos y destacados logros en el cumplimiento de sus obligaciones. “Motivos para sonreír no nos faltan”, apreció el Cuidador del Templo del Agua, al estar otra vez en La Fragua 5-16-7, dejando el moisés a un lado de la mesa y tomando a Melisa en brazos, mientras Isabel se sentaba en una silla y complementaba esas palabras con la frase “Ni nos van a faltar”. Se refería a la cercanía del último mes del año, en los dos calendarios, y a las celebraciones que tendrían lugar durante el, incluidos sus cumpleaños, la Transición y la llegada del verano, que por las altas temperaturas parecía haber aparecido ya.

Más tarde se agregó otro, cuando algo en el exterior capturó su atención.

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_¡Allí!., señaló Eduardo, indicando un punto en la inmensidad del cielo, siendo de los dos el primero en asomarse a la ventana.
Un descomunal rayo de color grisáceo emergió desde un punto en la distancia, recibiendo a su paso la total atención por parte de todas las hadas y demás seres elementales que estaban en ese momento en la vía pública, e incluso muchas personas que se encontraban en ese momento en tal o cual lugar cerrado, trabajando u ocupándose de otras actividades, dejaron todo eso que estaban haciendo y se asomaron al exterior, adoptando inmediata, instintiva e instantáneamente las expresiones corporales y faciales del más absoluto asombro. Habiendo llegado a determinado punto en la altura, con ese silbido característico y agudo, el rayo grisáceo estalló en decenas, cuando no centenas, de chispas que al instante comenzaron a juntarse unas con otras para dar paso a una figura, que conservó el mismo color: un círculo con cuatro líneas rectas que, como se observaba, estaban equidistantes, apuntando cada una a una dirección distinta. A los cuatro principales puntos cardinales, apreciaron los impresionados espectadores. “Es el símbolo del aire”, comentaron muchos, ahora incorporando l sorpresa y la alegría a las expresiones, porque sabían lo que eso significaba. Lo vieron tres veces en un mismo día, dos a la tarde y otro a la noche, el cinco de Enero / Baui número cinco de este año.
Un nuevo Cuidador, o Cuidadora, había llegado.
Consciente de lo que eso implicaba, Eduardo se preparó nuevamente para salir y reportarse a su puesto en la dirección del Templo del Agua (Kevin y Lidia estarían haciendo lo mismo). Lo había leído en la carta orgánica, pero aunque no hubiera sido así, estaba en conocimiento de y comprendía que ese era el lugar en el que debía estar, a la espera de instrucciones y noticias. Primero deberían reconocer quien era esta hada del aire y su historia, luego presentarla en sociedad y más tarde llevar a cabo la ceremonia de confirmación, tal como ocurriera con los Cuidadores de la Casa de la Magia, el templo del Agua y el del Fuego. “Tranquilo y alerta”, le recomendó Isabel cuando se despedían, en el umbral, beso y abrazo incluidos, porque la segunda al mando del lugar grandioso sabía tanto como su marido y cualquiera de los seres feéricos y elementales lo que este acontecimiento significaba e implicaba para individuos y grupos. La tranquilidad porque este evento, la aparición de una nueva persona para que ocupase ese lugar de responsabilidad máxima en los lugares grandiosos siempre provocaba y generaba toda clase de intereses y expectativas, no solo sobre esa persona y su historia, sino también acerca de aquella que sería su obra hasta su instante final. Y la alerta, nunca estaba sobrando el recordarlo, por los ilios. Estos seres se mostraban más activos cada día, cada semana, y ya no eran solo los “catastrofistas” quienes empezaban a temer lo peor – en los casos extremos, las hadas habían empezado a entrenarse y afinar sus habilidades –, siendo el ataque de los monstruos descontrolados el sábado diez de Mayo lo que los motivara. “Hecho, y no te preocupes, porque voy a estar bien”, correspondió Eduardo, levantando con ambos brazos a Melisa, quien no solo se relajó, sino que también esbozó una sonrisa. Al final, el Cuidador se marchó concentrado en eso, en que la risa de un bebé era algo maravilloso… y había nacido hacía muy poco como para tener ya esas reacciones y demostraciones.
Un tercio de hora más tarde, el Cuidador y los notables del templo del Agua estaban juntos en la sala para reuniones, en la torre central, a la espera de noticias. “Van a avisarnos no bien lo confirmen”, había dicho Eduardo al grupo, mientras trepaban por la escalera caracol. El protocolo en ese caso indicaba que tras haber dejado la dirección de un lugar grandioso, el hada se presentaba ante los expertos, como hicieran en su momento Eduardo y Lidia, explicara lo ocurrido y probara su fuerza y su valor en una batalla. Para cuando esto concluyera, su nombre y su aspecto físico ya se habrían hecho conocidos en varias decenas de kilómetros a la redonda. Se suponía que un funcionario de medio o alto rango del CSP reportara luego lo ocurrido a los otros Cuidadores: Eduardo, del Templo del Agua, Lidia, del Templo del Fuego, y Kevin, de la Casa de la Magia. No bien eso hubiera pasado, habría una presentación formal, y la nueva hada responsable dispondría de un lapso de tiempo determinado para ponerse al corriente, con detalles, de la situación general, y tendría uno o dos días libres, antes de empezar a cumplir, al fin, con sus importantes y vitalicias obligaciones.
El Santuario del Viento, o “Tep-Wo”, como se lo conocía en el idioma antiguo de las hadas, era un conjunto de antiguas y hermosas estructuras en un predio circular de quinientos metros de diámetro, estando la oficina de dirección en el centro, ubicado en el extremo sur del reino de Ucêm, un país de poco más de doscientos setenta y un millones y medio de kilómetros cuadrados y diecisiete millones de habitantes feéricos con el que Insulandia compartía frontera – para pasar el tiempo, Eduardo había pedido a su equipo de notables que le hablaran acerca de este lugar grandioso – y, como el Vinhaë y el Vinhuiga, estaba dedicado al estudio, la comprensión y el análisis de un elemento de la naturaleza en particular. Sus instalaciones y estructuras, idénticas en cuanto al estilo de arquitectura de los otros lugares grandiosos, estaban, como en aquellos, revestidas con esa maravillosa cualidad mágica que las volvía prácticamente invulnerables e incluían, entre otras, bibliotecas, museos, gimnasios, salones para reuniones y conferencias, las barracas para los guardias y las oficinas administrativas, además de pulular las estatuas, bustos y otros monumentos. De todos, era el lugar grandioso que menos tiempo llevaba sin su máxima figura de autoridad, pues su anterior y última Cuidadora, un hada de los vientos extremadamente poderosa de nombre Zak´lu, había fallecido hacía ciento noventa y ocho años. “Hoy se cumple esa cifra”, informó (ilustró) el jefe de arqueología a Eduardo, apenas un segundo antes de que la soberana insular se materializara ante ellos, con una expresión de felicidad con que pudo confirmar que lo que había pasado en el Tep-Wo era verdad. “Ahora tenemos cuatro Cuidadores”, dijo, radiante, y durante los treinta a treinta y cinco minutos que siguieron estuvo dándoles, porque lo tenían que saber, un resumen de los aspectos más importantes de lo ocurrido en la periferia de Ucêm. Eduardo y los notables, que permanecieron de pie en tanto Lili estuvo con ellos (la reina se marchó para poder continuar con el protocolo), rápidamente se pusieron a trabajar. Era cierto que ahora, a las veinte, pasado este horario, no podrían hacer gran cosa, ni tampoco mañana, pero no bien llegara el lunes uno de Diciembre / Chern número treinta, la situación sería otra.  Los notables, por su parte, debían empezar a informar al personal a su mando lo ocurrido en el Tep-Wo, y Eduardo, como supo que pasaría no bien observara el descomunal y deslumbrante rayo ascendiendo en el cielo, tendría que viajar, por segunda vez, a territorio extranjero – en la primera, los reyes de Ártica solicitaron su presencia para conocer sus opiniones profesionales acerca de unos raros artefactos descubiertos no muy lejos de la capital; esta visita había sido los días veintiuno y veintidós de Agosto – para estar presente en ceremonia de conversación y confirmación. A su regreso a La Fragua 5-16-7, Isabel lo recibió con los brazos abiertos, y no bien estuvieron alrededor de la mesa en la sala, cenando, porque ella no lo quiso hacer sino hasta que su marido hubiese vuelto, le preguntó acerca de los acontecimientos. “son ciertos”, inició Eduardo el informe, contándole todo lo que a el y a los notables les dijera la reina Lili en la torre central del Vinhäe. “Estén empatados, entonces”, fue uno de los comentarios de su compañera, cuando supiera que esta hada era también del sexo femenino, una nimhuite, el gentilicio de las mujeres nacidas en el reino de Nimhu, que llevaba poco más de una década viviendo en Ucêm. “Y hablando de eso, tengo en encargo muy importante para vos”, indicó Eduardo, a lo que Isabel contestó “Lo se, dejás el Vinhäe en mis manos”. “Si” – convalidó el Cuidador –, “por un día, o tal vez dos”. Sería una visita protocolar de entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas al extremo sur del reino vecino para asistir al nombramiento oficial de esta nueva Cuidadora, algo que de seguro incluiría reportajes y fotografías, y por qué no algún que otro autógrafo (le pasaría lo mismo a Kevin, Lidia y la nueva Cuidadora), antes, durante y después de la ceremonia principal. El cierre de esta podría ser, había grandes posibilidades de eso, el juramento de fidelidad que tuviera que pronunciar la nueva Cuidadora, y un retrato actualizado de ella y sus tres colegas. “Lo hiciste muy bien en Agosto, lo vas a hacer de nuevo”, le dijo Eduardo a su compañera, demostrado su total confianza, halago al que Isabel correspondió con una sonrisa, y ambos, continuando la cena, sin dejar de poner atención a su hija, se dedicaron a este tema por demás importante, especulando acerca de y comentando cuales podrían ser las noticias e información que llegaran durante mañana y el lunes antes del mediodía desde el reino de Ucêm, porque convinieron en que Eduardo habría de iniciar este viaje a mitad de la mañana.

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Isabel le deseó suerte y dijo "Que te vaya bien... y acordate lo que dije", refiriéndome a la tranquilidad y alerta, en estos instantes inmediatamente previos a que el Cuidador iniciara su viaje.
Pasadas las ocho de la mañana del lunes - uno de Diciembre / Chern número treinta -, una multitud se había congregado en la plaza que daba nombre al principal barrio de la capital, para despedir en este importante viaje, a los Cuidadores del Vinhäe y el Vinhuiga, Eduardo y Lidia, quienes se marchaban para asistir a la cree del nombramiento formal de su nueva colega. Los familiares de ambos estuvieron allí, entre las masas que pululaban en el espacio verde circular. En la primera línea, a centímetros de la puerta espacial, Isabel, Iulí, Lara las tres sosteniendo a los bebés que dieran a luz en la primera quincena de Octubre, Wilson y Kuza, dedicando, mientras iniciaban el viaje y desaparecían justo debajo del umbral, palabras de ánimo y diciendo todo tipo de consejos, sin poder ni querer evitar los padres de la nena híbrida pedirle al arqueólogo que velara por la seguridad e integridad de su hija ("Que nadie le ponga un dedo encima", fue una frase del vampiro, que tampoco quiso dejar de mencionar que dejara las palabras y advertencias a un lado si era necesario), para quien era la primera vez en dejar el reino de Insulandia desde que llegaran para quedarse a principios del año. Aún cuando las hadas empezaban la desconcentración, habiéndose enterado que un grupo mayor de diez personas, encabezadas por el rey Elías, viajaría a mitad de la tarde, la compañera y los suegros de Eduardo y los padres de Lidia - las cartas orgánicas de lugares grandiosos contemplaban ausencias por estos motivos. Lara e Isabel, las segundas al mando, sin embargo, se presentarían para cumplir con sus obligaciones pasado el mediodía, después del almuerzo - no dejaron de preocuparse, porque conocían esa situación tan particular del Tep-Wo. Este lugar grandioso, en el reino de Ucêm, estaba relativamente cerca, a poco más de cien kilómetros, de una aldea ilia habitada por tres mil individuos, de los cuales alrededor del ochenta por ciento, unos dos mil cuatrocientos, eran setwes, las "fuerzas especiales" de esa raza elemental. Por esa razón, el gobierno de Ucêm, los reyes y su Consejo Real tenían desde hacia siglos una veintena de cuarteles, con un total de veinticinco mil efectivos en un radio de ciento noventa kilómetros del lugar grandioso, listos para actuar en su protección cuando fuera necesario. Y para esta ocasión tan solemne, trascendental e importante, supieron, de parte de Olaf, luego que este se despidiera de Lidia y Eduardo, los reyes de Ucêm habían coincidido en lo conveniente de establecer otras dos centenas de tropas a las ciento noventa que prestaban sus servicios dentro del Santuario del Viento. Solo cuando hubieron de repasar el factor de la seguridad en aquel lugar, tan importante como los otros para la sociedad, cultura e historia, fue que Kuza, Lara, Isabel, Wilson e Iulí pudieron respirar tranquilos. Sabían, tanto como cualquiera, que los ilios no tenían los suficientes recursos ni el número ni por equivocación tanto como para atacar el Tep-Wo, mucho menos en un momento como este, habiendo allí tanta seguridad y un movimiento definitivamente mayor al de cualquier otro día, y tampoco lo querrían intentar, sabiendo que Eduardo, Lidia y Kevin estarían allí. "Menos en el futuro", apostó Lara, advirtiendo la llegada del momento de alimentar a Suakeho. Lo mismo que Isabel e Iulí y, preparándose para la segunda ración de leche materna del día para Melisa e Ibequgi, detectaron cuan cierta había sido esa frase de su amiga, porque los ilios no serían capaces de atacar ese lugar grandioso, sabiendo que ahora, desde hacía dos días, no tenía únicamente a los ciento noventa mejor entrenados elementos militares y su equipo de notables para defenderlo, sino también a la nueva Cuidadora y su segundo o segunda al mando. "Además le tendrían que hacer frente a la población civil y los seres elementales que viven cerca del Tep-Wo", agregó Wilson, que tampoco le veía posibilidades de éxito a los ilios, y preguntando luego, trasladando la conversación de un lugar grandioso a otro, a Lara y Kuza si nunca tuvieron los temores, desde que su hija lograra abrir la puerta de la oficina principal, de que ella y el Vinhuiga fueran víctimas de algún tipo de ataque. "Todos los días, o casi", contestaron los padres de la híbrida, quienes sabían, desde ese ya lejano día del mes de Enero, que la enormísima responsabilidad que su hija llevaría de por vida implicaba está clase de eventualidades. "La vida de Lidia vale muchísimo más para nosotros que todos los ilios que hay hoy en el mundo" - declaró Kuza, involuntariamente flexionando los dedos de ambas manos al pronunciar esas palabras -, "Lara y yo, de hecho, daríamos la nuestra porque ella y Suakeho puedan crecer y vivir felices y libres de peligro". Su compañera convalidó esas palabras moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, e informó a Isabel, Iulí y Wilson que Lidia estaba protegida en todo momento en el Templo del Fuego. Era imposible para ella y Kuza conocer, salvo que se lo preguntaran, si la nena estaba al tanto de aquello, pero lo cierto era que había media catorcena de agentes Qar'u (un selecto grupo de las fuerzas especiales del ejército insular) abocados a la tarea de mantenerla segura dentro del Vinhuiga. Sus órdenes eran actuar en secreto y con sigilo hasta que surgiera cualquier peligro que superara las capacidades del cuerpo armado del lugar grandioso, a Lara e incluso a la Cuidadora. "No dudamos de ella, pero apenas tiene diez años", dijo Kuza, quien reveló a Isabel, Wilson e Iulí que, un día antes del ascenso de Lidia a ese máximo puesto, el y Lara le habían pedido a la reina Lili y Olaf esa medida adicional de seguridad. "Coincidieron con nosotros" - dijo Lara -, "algo oportuno en situaciones como esta", y mencionó los rumores sobre actualmente ilias en cercanías del Vinhuiga. El hada y el vampiro no dejaban de reconocer lo mucho que su hija había madurado mentalmente, progresado y logrado desde que empezara a ejercer su responsabilidad, pero aún con eso no dejaba de ser una menor de edad de diez años que recién estaba descubriendo como hacer buen uso de sus habilidades y que, excepto aquella prueba contra el mï-nuq, no poseía experiencia alguna en combate. Aunque en el Vinhuiga estaba rodeada por mujeres y hombres que la querían, estimaban y respetaban, por lo que era y representaba - una persona de tan corta edad en uno de los lugares más representativos e importantes del mundo, al mando de el, perteneciente a los híbridos -, ni Kuza ni Lara querrían dejar de aplicar todas las medidas que fueran necesarias para protegerla. "Y ahora le pedimos a Eduardo que hiciera de guardaespaldas", reconoció el vampiro, pensando que ambos ya debían estar conociendo a y socializando con los funcionarios, miembros de la familia real y el pueblo de Ucêm; y en tanto Lara hacía gestos con los que daba a entender que no creía que los ilios se animaran a atacar el Vinhuiga, a causa, también, de esa falta de recursos y personal. Mucho menos lo harían, algo en lo que coincidían todos los seres elementales, no solo los catastrofistas, contra la Casa de la Magia, un lugar de dificilísimo acceso protegido por las mejores defensas mágicas y que contaba únicamente con los militares mejor entrenados para su protección. "Sobre todo un día como este", agregó Wilson, sabiendo que, en ausencia de los Cuidadores, los lugares grandiosos quedaban bajo un régimen especial de seguridad, el mismo que hubo de aplicarse cuando Biqeok, Rorha, Seuju y ahora Zak'lu no hallaran a sus herederos, y los que continuaban vigentes en los otros lugares aún sin sus dos figuras máximas de autoridad.
Cuando las mujeres terminaron la tarea de amamantar, una de sus tantas como madres, los cinco retomaron la caminata. A paso lento a un lado de la avenida Cinco, uno de los caminos principales del barrio, coincidieron en que un paseo al aire libre era una excelente manera para disfrutar de esta agradable y soleada mañana. No era lo que habían querido el dedicarse a hablar indirectamente de los ilios, pero les fue imposible evitarlo. Por un lado, el catastrofismo, aunque a pasos muy lentos, continuaba ganando adeptos de ambos sexos entre las hadas e individuos de otras razas elementales, incluidos los vampiros e híbridos, y por otro porque, así había sido desde el fin de la Guerra de los Veintiocho, cada vez que aparecía un nuevo Cuidador o Cuidadora y sus segundos, despertaba no solo esa gama de expectativas y emociones siempre alegres, sino también los temores (menores y sin fundamentos sólidos, de acuerdo, pero ahí estaban) de que los ilios lo tomaran como un mal presagio contra su sociedad. "Será que Kuza y yo somos los únicos que nos acordamos que Iris está de vuelta con nosotros?", intentó el padre de Isabel, Cristal e Ibequgi suavizar la conversación y volverla más amena, sabiendo que aquella hazaña que protagonizaran sus yernos y la princesa heredera Elvia no solo los había "recuperado" a el y a Iulí, sino también a la antigua lideresa del MEU, el grupo que se propusiera como prioridad irrenunciable borrar del mapa a los ilios, y que la sola presencia de Iris había contribuido significativamente a mantenerlos a raya, principalmente por el miedo que surgiera en ellos al verla otra vez con su cuerpo, poderes y habilidades intactas. "Seguro que si, porque los dos son unos calentones", se burló Iulí con una risita, contribuyendo a amenizar el paseo y la charla, un comentario convalidado por Lara e Isabel, y ante el que los hombres reaccionaron (de nuevo) silbando y mirando en otra dirección. "Y ustedes dos, Isabel?" - llamó Lara, quien había estado preparándose para el pellizco -, "Cómo llevan con Eduardo el hecho de trabajar en y dirigir el Vinhäe?, Qué piensan de eso y las posibles posturas de los ilios?". "Siempre alertas", contestó la hermana de Cristal, para quien era inevitable, tanto como para sus padres, Lara y Kuza no hacer gestos faciales o manuales para saludar a la gente, porque algunos peatones les dirigían el saludo y dedicaban palabras con las que mostraban su aprecio por ellos. Lo cierto era que, desde su llegada a este planeta a inicios del año pasado, Eduardo tenía una equis dibujada en la parte trasera del cráneo. Esos seres elementales que creían ser los únicos que merecían y podían habitar en el oeste-noroeste centrálico no sentían respeto alguno por los individuos ajenos a su propia especie y cuando hablaban o interactuaban con estos, incluidas las hadas, era uno de esos verdaderamente pocos casos en que era absolutamente necesario, siempre conservando la distancia y su característico aislamiento. Entonces, si los ilios no sentían respeto alguno por las hadas, los vampiros y las otras especies del reino elemental, menos lo sentirían por un individuo que no solo era ajeno a ellos, sino que tampoco era de este mundo. Ambos lo habían confirmado y al poco tiempo de que Eduardo recuperara el conocimiento, cuando el y su nueva amiga (Isabel sintió una gran alegría al pensar en ese recuerdo) estuvieran dando un paseo, y un ilio delatara su presencia involuntariamente, empezando a emitir ese fuerte olor que en su momento fuera ideado y creado por Iris a modo de contramedida para una de las principales armas de los ilios, la técnica del camuflaje, superior a la de cuatro otro ser elemental. Isabel le había explicado aquella vez que eran altas las probabilidades de que fuera un espía intentando averiguar qué clase de persona era esta y si sus intenciones hacia ellos eran no hostiles. "El sentimiento de desconfianza es mutuo", dijo Isabel, llevando su memoria a aquel día en que visitaran un yacimiento paleontológico en el oeste-noroeste insular, y se cruzaran inevitablemente con los ilios durante su estadía allí. Eduardo había necesitado de unas pocas observaciones para descubrir que estos individuos eran tal cual se los describieran las hadas, que no eran más desagradables no porque no quisieran, sino porque el tiempo les era insuficiente. Supieron, por haber leído un informe de la PoSe - la "Policía Secreta", el servicio de inteligencia insular, que tenía como única tarea vigilar todas las actividades de los ilios -, que la desconfianza había avanzado varios pasos desde que Eduardo fuera uno de los tres individuos que se aventuraran a la Casa de la Magia para obtener las piedras oculares, elementos imprescindibles para poner en práctica por primera vez el trabajo desarrollado por Mücqeu, una de las mejores científicas del grupo liderado por Iris. "Desde ese momento lo vieron como enemigo, y también a Kevin y la princesa Elvia", confirmó Isabel. El paso más reciente del aumento en la desconfianza había sido el nombramiento de Eduardo como Cuidador en el Templo del Agua, lo que motivara a este y a su compañera a afirmar que otra equis había aparecido en el hoy padre de Melisa, esta vez en la espalda. "Demasiadas cosas nos mantienen ocupados como para pensar en eso, especialmente ella" - declaró Isabel, besando en la frente a su hija -, "y lo del Vinhäe es lo mismo que con el Vinhuiga, por nombrar solo un caso", concluyó. La madre de Melisa se había referido a las altas medidas de seguridad que protegían a los lugares grandiosos, a los guardias entrenados y capacitados, a los equipos de notables que sabrían como proceder correctamente ante una eventual agresión, a las trampas caza bobos dispuestas en los puntos claves, a las defensas mágicas, como esos extraordinarios hechizos con que fueran revestidas las estructuras, para absorber la fuerza de las descargas y mantener así una invulnerabilidad prácticamente total, y, por supuesto, la presencia de los Cuidadores y sus segundos ahora en cuatro de esos lugares. "Estamos a salvo... esperemos que eso se mantenga constante en el tiempo", deseó Lara, al llegar a una esquina y ceder el paso a una enorme carreta repleta de mercancías. Lo cierto era, reconocieron y se alegraron por eso, que los ilios aun con esa gran gama de pensamientos no agradables que sentían para con los otros seres elementales, no iban a cometer la torpeza, porque eso era, de lanzar un ataque o varios,, por lo pronto contra las hadas, a menos que estuvieran cien por ciento convencidos de que tendrían éxito y, naturalmente, que les reportara por lo menos un beneficio. No era solo porque fracasar implicaría un contraataque, sino porque toda su existencia se vería seriamente comprometida, al tener que enfrentarse no ya a una parte de los seres elementales, como ocurriera durante la Guerra de los Veintiocho, sino a todas. Y para ello, para tener éxito, o intentarlo, deberían asegurarse una y otra y otra vez más de no dejar siquiera el mínimo rastro que delatara su participación, y era precisamente eso lo que esperaban las hadas (una tarea encomendada a la Policía Secreta y la División de Misterios), que los ilios hicieran el primer movimiento y, claro, pudieran conseguir las pruebas para demostrarlo. No había que pertenecer al grupo los catastrofistas para saber que, cuando eso ocurriera, empezaría una nueva guerra. Y la conversación sobre el catastrofismo, los ilios, los lugares grandiosos y los Cuidadores se prolongó hasta el mismo instante en que, a eso de las doce horas con cincuenta minutos, dieran por finalizado el almuerzo en un restaurante en el límite sur de Plaza Central. Allí, el grupo tomó rumbos diferentes, yendo Lara y Kuza, en cuyos brazos dormía Suakeho profundamente, otra vez hacia el norte, porque usarían una puerta espacial para volver al Templo del Fuego, habiendo Lara decidido seguir el ejemplo de Isabel y trabajar durante la tarde. La compañera de Eduardo y sus padres, en cambio, siguieron el viaje por aire, lento y a baja altura, hasta Barraca Sola, a la casa de Iulí y Wilson, donde tomaron estos algunas de sus posesiones y entonces, si, los tres, sosteniendo las damas a sus descendencias, se dirigieron al Vinhäe.
Estando ya en la oficina principal, a un lado del escritorio que a diario usaba Eduardo, Isabel movía con sus habilidades telequinéticas  el moisés, un tanto más cómodo, supuso ella, que la carriola, donde dormía plácidamente su hija, en tanto con ambas manos se ocupaba de terminar ese escaso trabajo pendiente que dejara su marido de la semana pasada. Puntualmente, leía un reporte del jefe de seguridad, que había hecho la sugerencia de usar marcas más discretas para señalar las trampas caza bobos, porque muchas hadas caían víctimas de ellas, recibiendo heridas generalmente leves, al dejarse llevar por la emoción de encontrarse en un lugar grandioso. Wilson e Iulí, en cambio, entablaban amistad con un grupo de seres feéricos y sirénidos en la orilla de uno de los arroyos. Isabel y sus padres intentaban evadirse de esa conversación que sostuvieron con Kuza y Lara, pero no les era sencillo. Sabían que hablar de eso les podía provocar esos sentimientos y emociones que iban definitivamente en contra de la forma de ser de las hadas, pero al mismo tiempo conocían la necesidad de tratar ese tema. Y, al unísono, los padres por su lado e Isabel por el suyo, se formularon en silencio un alarmante planteo: "Hoy, el uno de Diciembre / Chern número treinta a la mitad de la tarde, Cuál lugar grandioso sería blanco de un ataque, sean los ilios o no los agresores?". Descartaron la Casa de la Magia, ya que con su aislamiento, lejanía y sus poderosas defensas mágicas estaba perfectamente protegida. Tampoco el Santuario del Viento, el Tep-Wo, porque el movimiento en el, en vistas del surgimiento de la nueva Cuidadora para reemplazar a Zak'lu, era de más del doble que cualquier otro día, incluida la guardia. El Templo del Fuego era otro candidato muy poco probable para ser víctima de un ataque, por aquellas razones de las que ya hablaran los padres de su Cuidadora; siendo esta una nena de diez años sin otros conocimientos ni más experiencia que las medias en una persona de su edad, aún con todo lo que había madurado mental e intelectualmente desde el nombramiento de Seuju, las defensas y medidas de seguridad eran mayores a las de los otros lugares grandiosos, teniendo incluso a los agentes Qar'u actuando de incógnito. "Queda el Vinhäe", coincidieron Isabel, Iulí y Wilson. Eduardo se había vuelto lo bastante fuerte como para hacerle frente a cualquier hipotético enemigo con un esfuerzo mínimo. "Pero el no está acá en este momento", pensaron los tres. "Y ese hipotético enemigo lo sabe", agregaron. Isabel se puso de pie con un salto, descendió planeando hasta la planta baja y pidió a los empleados tres cosas: que enviaran a uno de ellos a buscar a sus padres y su hermano recién nacido, que pusieran dos guardias armados en el acceso a la dirección, tanto si había alguien adentro como si no..
... y que hicieran sonar la alarma.

 “Lo pidió Isabel”, explicó el administrativo al llegar al sector de la guarnición. Allí, un lancero que vigilaba una pequeña área de cuatro metros por cuatro, enclavada en una arboleda, no pudo evitar reaccionar con desconcierto al oír ese pedido, y cuando preguntó al respecto, el empleado no supo que decirle, limitándose a hablar acerca del presentimiento de la segunda al mando del Templo del Agua sobre la inminencia de un ataque. “Sabrá por qué lo hace”, dijo el guardia, accediendo l pedido y entrando a esa pequeña área. Allí había un pilar de mármol de un metro y cuarto de alto, sobre el que  estaba un dispositivo instalado recientemente, conectado a una oncena de amplificadores mecánicos de sonido distribuidos estratégicamente en el predio, de manera que todos en el lugar grandioso pudieran escucharlo. Repitiendo en silencio que sería un acto suicida lanzar un ataque contra alguno de los lugares grandiosos, especialmente los que ya tenían un Cuidador, cuatro desde la tarde del sábado, el lancero tomó una manivela en el dispositivo y la hizo girar en el sentido de las agujas del reloj. Apenas un segundo después, un constante, grave y ensordecedor ulular llenó el ambiente, logrando que todos los individuos que se encontraban en el Templo del Agua se miraran unos a otros, sobresaltados algunos y enfocando luego los ojos en el extremo de esos postes, donde estaban los megáfonos. Muy pocas hadas y seres elementales tuvieron una idea acercada sobre el significado de ese sonido monocorde y lo que en verdad estaba pasando, y recién empezó a cundir el temor cuando entre ellos empezaron a ver a los guardias apurando el paso, algunos corriendo, y asumiendo posiciones y posturas, armas en mano, en diferentes posiciones, agudizando los oídos y la vista, pidiendo al personal y los visitantes que mantuvieran la calma y, ordenadamente, fueran a los refugios.  La sorpresa había sido tan grande que muchos creyeron que se trataba de una broma, en tanto otros asumieron que no era otra cosa que un ejercicio nuevo, porque los guardias estaban tan atentos como la población civil (una parte de ellos eran catastrofistas) a este incremento en las tensiones con los ilios. No comprendieron del todo el significado de ese repentino ulular sino  hasta que se prolongara por más de dos minutos ininterrumpidos y repararan en las expresiones faciales y corporales que adoptaran los guaridas al cabo de ese lapso, lo que les dio a entender que no era un ejercicio, ni mucho menos un simple juego de broma. Cuando el ulular por fin cesó, después de otros noventa segundos, los seres elementales y las hadas se enfrentaron a un silencio total, apenas salpicado por las vocalizaciones de los animales, tan alarmante como el ulular mismo, y de inmediato asumieron la posibilidad de un ataque inminente: la primera vez, casi desde el fin de la Guerra de los Veintiocho, que el Templo del Agua se enfrentaba a una agresión externa. Se preguntaron si Eduardo, que en estos momentos  asistía al nombramiento y juramente de una nueva colega en uno de los países vecinos a Insulandia, o Isabel, que observaba el panorama desde un balcón en lo alto de la torre central, jugando con un anillo en la palma de la mano derecha, no habrían sido informados por los agentes de la PoSe o de la DM, de esta amenaza, algo que quedara rápidamente descartado, porque de haber sido así lo habrían informado inmediatamente a la guardia y al resto del personal, en preparación para ese ataque. Unos pocos comentaron breves palabras acerca del catastrofismo, de como esta idea podría haber calado hondo en los notables e Isabel, que ante un posible e inesperado rapto de paranoia, un caso de “catastrofismo extremo”, hubiera dado la orden de hacer sonar la alarma, sobresaltando a la mayoría, cuando no a todos, y logrando que cundiera el pánico. Aun cuando pasaran dos minutos desde que cesara el sonido, espacio durante el cual Iulí y Wilson, llevando consigo a su hija recién nacido llegaron a la oficina de dirección y se reencontraron con su hija mayor, que continuaba con ambas manos apoyadas en los bordes del balcón, la tensión, y el pánico en algunos pocos casos, no desaparecieron entre los guardias, que continuaban apostados y listos para la batalla, ni entre los visitantes y el personal, quienes todavía machaban hacia las estructuras, hablando entre ellos y teorizando acerca de este repentino, además de misterioso, reaccionar de Isabel. Unos pocos postularon algo que la totalidad ya sabía, y era que se podían contar con los dedos de una sola mano las veces en que la segunda al mando de este lugar grandioso estuvo equivocada, y confiaban, deseaban, que ese no fuera el caso ahora. Que Isabel se hubiese dejado llevar por el catastrofismo extremo, porque muy pocos allí habían visto una guerra alguna vez, y mucho menos participado de una en cualquiera de los bandos enfrentados.

Esta vez, desafortunadamente, la compañera de Eduardo no se había equivocado.

Los atacantes, cuatro en total fueron avistados a menos de cinco kilómetros y avanzando rápido, amenazadora y peligrosamente, hacia el Templo del Agua.

En la oficina, Isabel retiró las manos del borde del balcón y, sin dudarlo, se puso el anillo en el anular derecho. "Mï-nuct o uc-nuqt?", llamó Iulí, acercándose a su hija y observando. A la distancia más bien grande, se apreciaban las siluetas. Estos monstruos que se acercaban, provocando el caos a su paso y sacudiendo las copas en los árboles, eran enormes. Era difícil saberlo, a causa de esa distancia, pero los atacantes debían tener una altura cercana a los cinco metros, y se movían a un ritmo lento, o eso parecía, y si lo que la Cuidadora interina estaba pensando era cierto, sería esta, probablemente, la primera vez que ella y los guardias diseminados por el Vinhäe estarían frente a un desafío con letras mayúsculas. "Es peor que eso", creyó confirmar, al advertir el implacable avance de los monstruos, lanzando al aire una descarga, un rayo de color violeta, para reportar a los defensores la cercanía del cuarteto. "Acaso son mint-hu?", llamó Wilson, sabiendo cual iba a ser la respuesta de Isabel, a lo que esta movió la cabeza de arriba hacia abajo. "Uno solo es malo" - dijo a sus padres -, "... pero cuatro...", completó, sintiendo como el anillo que se colocara en el dedo, aquel impulsor que le diera Zümsar el día del casamiento, argumentando que le podría ser más útil a ella, empezaba a actuar, a hacer que sus poderes y habilidades se incrementaran. "Podrías hacerte cargo?", pidió a su madre, señalando el moisés en que descansaba Melisa, y al tiempo que alguien llamaba al otro lado. Isabel abrió la puerta y encontró a un guardia trayendo un arco y un estuche repleto de flechas. "Eso es para mí", indicó Wilson, acercándose y tomando ambos objetos, tras lo que el guardia cerró la puerta y volvió a su puesto, así lo indicó, en el acceso al espacio vacío, en el primer piso de la torre central. Ciñéndose el estuche, Wilson explicó a su hija que, de camino a la torre, había pedido a las hadas que fueran a la armería, en la guarnición, y le consiguieran esas piezas.
Un minhu (mint-hu era el plural) era el resultado del trabajo de veinticinco científicos del MEU que nunca llegó a ver la luz sino hasta los últimos meses de la Guerra de los Veintiocho, concretamente durante los sesenta y nueve días finales de ese catastrófico y destructivo conflicto bélico de escala planetaria. Había sido un intento desesperado de Iris y sus lugartenientes por revertir lo que, sabían, era inevitable. Usando métodos casi iguales a aquellos con los que creaban a los mï-nuqt y uc-nuqt, desarrollaron una nueva clase de monstruo, combinando las rocas más resistentes de todas, como la caliza y el ónix, con una aleación muy densa en cada una de sus articulaciones y un elemento orgánico de la naturaleza (una hoja, una pluma, un cabello, una escama...). Lo peor, como descubrieron muy pronto, por todas las consecuencias que eso trajo, fue la decisión de convertirlos, mediante la aplicación de una serie de hechizos, en seres semi inteligentes, capaces de alcanzar cierto grado de intelecto que les permitiese pensar y decidir por sí mismos cual era la manera más apropiada de proceder. Los otros monstruos, en cambio, no poseían esa cualidad: siempre cumplían sus misiones a rajatabla y sin medir las consecuencias, incluida la posibilidad de que fueran destruidos. Los mint-hu, en cambio, intentarían preservarse ellos mismos, continuar existiendo, al tiempo que cumplían las misiones que se les iban impartiendo. El laboratorio del MEU fue atacado en el mismo instante en que la primera docena de estos nuevos monstruos, los únicos que lo harían, era "activada". En un momento, tanto los atacantes, cuatro pelotones de fuerzas especiales Qar'u, como los del otro banco descubrieron que se encontraban frente a una amenaza que superó por mucho a todas sus armas y habilidades. Los mint-hu, sencillamente, mataron a todos los seres feéricos que tuvieron cerca, sin distinguir entre amigos y enemigos. Pronto se descubrió que decenas dejarían sus vidas antes que esos monstruos pudieran ser contenidos y destruidos. Su invulnerabilidad fue prácticamente total y se requirieron de las hadas más poderosas atacando con su fuerza al máximo, al unísono y concentraba sus ataques en un único punto en la estructura de sus enemigos. Para el momento en que los diez mint-hu fueron destruidos y reducidos a escombros, una semana después, más de dos mil seres feéricos habían muerto en las batallas, sobreviviendo apenas veintiuno, todos con heridas intermedias o graves, del selecto grupo al que se encomendara esta misión. Finalizada la Guerra de los Veintiocho, en medio de las celebraciones opulentísimas, los vencedores, quienes hicieron el juramento de nunca, pasara lo que pasara, volver a crear semejantes monstruos, intentaron descubrir, en base a los testimonios e informes de Iris, el único componente del Movimiento Elemental Unido que quedaba con vida, que había salido mal, cuál pudo ser el catastrófico error que hiciera que los monstruos decidieran borrar del mapa a cualquiera que se cruzara en su camino. Al final, después de una exhaustiva investigación que se prolongara durante seis meses, los agentes de la PoSe y la DM descubrieron que, en el diseño de los planos y las formulas, alguien había alterado deliberadamente los números en la cantidad de uno de los componentes. Estudiaron los restos de la decena de monstruos y repasaron las explicaciones de Iris y, comparando, llegaron a la conclusión que las estructuras eran definitivamente más densas de lo que fuera acordado por los científicos del MEU. Respecto de los autores de este sabotaje, nunca se descubrió su identidad y a la fecha era uno de los grandes misterios sin resolver de la guerra, hablándose aún hoy de acciones de los propios científicos, quienes pudieron tratar de hacer una mínima enmienda, de espías enemigos e incluso de ilios que hubieran estado camuflados e inadvertidos, esperando su oportunidad.

Los cuatro monstruos avanzaban con paso firme, la vista fija en el frente y los puños apretados. Llegados a un punto, fueron atacados por enormes bloques lanzados desde tres catapultas instaladas más allá del espacio arbolado en el Templo del Agua, pero los mint-hu apenas se sacudieron y uno de ellos atajó uno de los bloques en el aire, devolviéndolo violentamente y destrozando una de las atalayas, provocando además daños en el acceso al lugar grandioso. El guardia allí apenas si tuvo tiempo para escapar, encontrando refugio en la otra atalaya y preparándose para el cumplimiento de su deber otra vez. "Era todo lo que necesitaba", dijo Isabel, agradeciendo en su mente a los artilleros, sabiendo que un ataque así podía no ser más que una distracción. La compañera (de la vida y del trabajo) de Eduardo había leído varias veces los libros de historia y descubierto que las armas convencionales, como lanzas y flechas, tuvieron un efecto prácticamente nulo contra esos enemigos en la Guerra de los Veintiocho, no habiéndose logrado en aquella semana más que incrustarles unas pocas de aquellas piezas en las articulaciones y los ojos, pero así y todo los monstruos continuaron moviéndose y atacando como si nada les hubiera pasado, tomando las flechas y quitándoselas una por una. "Solo entonces comprendieron la necesidad de esto", completó, adoptando una inconfundible postura que fue un indicativo de que estaba decidida a pelear con todo su poder. Extendió los brazos en horizontal, con las palmas hacia arriba, e hizo aparecer sobre estas dos esferas de una tonalidad resplandeciente de violeta. Giró las palmas hacia adelante, apuntando hacia el minhu más cercano, y estirando los brazos hacia atrás, a la vez que flexionaba ligeramente las rodillas. Entonces, con una sorprendente demostración de agilidad, movió los brazos hacia adelante, al grito de "Al centro del pecho!", y lanzó ese par de descomunales descargas de energía contra el monstruo, que cruzó los brazos para protegerse de los impactos, a lo que Isabel aprovechó su oportunidad para avanzar hacia adelante, sin dejar de lanzar los rayos en forma continua. Cuando estuvo a los que ella creyó eran menos de veinte metros, desvió una de las descargas hacia los otros tres atacantes, envolviéndolos en una llamarada violeta, y concentrándose en aquel que usara sus brazos para cubrirse. Isabel optó por combinar dos de sus técnicas, recurriendo a esas lianas que brotaron desde los dedos y el codo en el brazo izquierdo, atrapando al minhu, envolviéndolo al cabo de dos o tres segundos en un capullo de materia vegetal de varias tonalidades de verde, aumentando constantemente la presión ejercida, consciente de que no tendría ese ataque los resultados que deseaba, pues Isabel estaba pensando en la Cuadrícula de los Elementos. Estuvo reviviendo aquel día de Diciembre pasado en que Eduardo derrotara a Zümsar ("Pero el agua venció al rayo", dijo en silencio), y buscando puntos comunes a ese evento y este, y, aunque no los podía encontrar, porque tal vez no los hubiera, decidió usar el mismo método, confiando en que la constricción resultara suficiente, y sintiendo como el tiempo apremiaba, pues de un momento a otro los mint-hu atrapados se liberarían de ese remolino de fuego, e Isabel estaba peleando contra los cuatro al mismo tiempo, usando el fuego contra ese trío, con la mano derecha, y las lianas contra el otro, con la izquierda. Ella sabía que lo que ahora estaba demostrando no eran sus poderes y habilidades naturales, que ya de por si eran superiores al promedio en las hadas de fuego, sino que estaba, además, actuando el anillo que le obsequiara el testigo de la boda, el Impulsor, pero aún con eso sabía que no estaba cerca de obtener el triunfo en esa batalla.  Debía actuar y rápido, pues la constricción o el remolino pronto perderían su efecto. "Primero termino con este", decidió en silencio, aumentando la presión ejercida sobre uno de los monstruos y llevando hacia el la otra mano, consciente de que el otro trío sería libre en no más de veinte segundos. El minhu en el suelo estaba atontado, pero mostrando señales de recuperación asombrosas, aún con esas pequeñas grietas en el cuerpo. "Ahora!", pensó Isabel, y, antes que se hubiera levantado del suelo, le tapó la boca con la palma de la mano derecha, recurriendo entonces al elemento fuego. Acto seguido hubo una explosión gigantesca que envió fragmentos de varios tamaños de rocas y aleaciones en todas las direcciones y provocó un gran estruendo. Envuelta en la esfera de fuego creada por ella misma para protegerse, Isabel contempló lo que acababa de hacer: había destruido al minhu en menos de dos minutos, sin ayuda - a la distancia se celebró, con una justa dosis de impresora y asombro, el resultado de la batalla -. Todo un logro, considerando que más de cinco mil individuos de la raza feérica perdieron la vida a manos de esos monstruos en la Guerra de los Veintiocho, en una semana. Desde el aire, a baja altura, Isabel observó la escena, los mint-hu restantes a pasos del perímetro y el estado calamitoso en que quedara el área de la batalla, y comprendió que tal vez fuera la única hada allí con alguna posibilidad de éxito. Ella se había vuelto muy poderosa y además de eso estaba usando un Impulsor, pero no era únicamente por eso que creía ser la única calificada para un reto de esta envergadura. Isabel sabía que los guardias eran diestrísimos en el manejo de todo tipo de armas y explosivos y en numerosos estilos de pelea, como las artes marciales y el boxeo, porque era lo usual en las guerras, al menos en las posteriores a la de los Veintiocho; y lo esporádicos e inusuales que eran los conflictos bélicos provocó que los militares en todo el mundo, fueran de la Armada o el Ejército, no sintieran deseos de no interés en aprender otras habilidades más allá de las básicas, como las dos transformaciones, la técnica del vuelo y la capacidad de desaparecer y aparecer su aura a voluntad. Cualquiera de los guardias apostados en este momento en el Vinhäe podría lanzarles descargas más o menos poderosas a los monstruos, pero, sin el entrenamiento adecuado ni las prácticas, sería el resultado igual de grave que los destrozos que pudieran causar los mint-hu, y eso, en el peor de los casos, les podría costar la vida. Y, aún si poseyeran ese talento, la compañera de Eduardo nunca consentiría que arriesgara nadie su existencia en un combate teniendo todos los factores en contra. Isabel, en tanto no dudaba en lanzarse nuevamente de lleno al ataque, otra vez usando esa técnica de envolver al enemigo en un remolino, empezó a sentir el cansancio, de este los primeros efectos, y no era para menos. Era su debut en esta clase de batallas, tan intensas y peligrosas, y sus primeras impresiones con el Impulsor no iban a serle de ayuda, porque en este momento no requería de ánimos ni inspiraciones, sino de fuerza y valor. Desde una distancia prudencial, conservando el remolino con una de sus manos, lanzó una ráfaga de descargas, una sucesión de esferas no mayores, en tamaño, a una pelota de balonmano; fueron en total dos docenas de descargas, que traspasarlo el remolino e hicieron impacto, no causando otra cosa que una conmoción leve en los monstruos, quienes ante esto parecieron replantearse su estrategia. Los mint-hu, evidentemente, poseían cierto nivel de inteligencia, porque se miraron entre ellos, decidiendo que primero debían quitar del camino a esta atacante, antes de continuar su avance hacia el interior - Isabel dedujo que su objetivo principal tenía que ser la torre central -. Al menos, uno de ellos lo hizo, porque los otros dos continuaron moviéndose, y el hada entendió la estrategia ideada por los mint-hu, desesperada ante el peligro en aumento. Ahora disponía de menos tiempo para liquidar a este y alcanzar al otro par. "Puedo hacerlo", se dijo, con varias decenas de descargas en sucesión rápida, olvidándose de mantener esa distancia prudencial.

El minhu no desaprovechó ese descuido.

Con sus gruesas manos, tan grandes como peligrosas y amenazantes, arrancó un árbol del suelo con extrema facilidad, resquebrajando el suelo a su alrededor, y, asiéndolo por la base, lo usó como bate contra Isabel, quien, ante el asombro, apenas tuvo el tiempo de protegerse creando otra vez esa esfera de energía, aunque eso no evitó que fuera catapultada varias decenas de metros y cayera dentro del arroyo que circunvalaba al Templo del Agua. El hada emergió rápidamente, en medio de esa marea que se extendió a los alrededores, al tiempo que el monstruo corría hacia ella, haciendo que el piso temblara a su paso. Esta vez fue el minhu el que lanzó una ráfaga, un puño atrás de otro en una sorprendente demostración de agilidad, ante lo cual Isabel contraatacó usando los mismos latigazos, esta vez con una composición distinta. Eduardo y Kevin, en aquella descripción detallada de su suicida viaje a la Casa de la Magia, a mediados del año pasado, contaron como Elvia, la princesa heredera, había usado una técnica similar para delatar la presencia de las trampas, y pensó que sería eventualmente útil cuando tuvieran que hacerle frente a algo desconocido o, en este caso, peligroso. Isabel hizo aparecer dos látigos cuya longitud no debía ser inferior a los diez metros, y se valió de ellos para dar potentes azotes al monstruo, uno tras otro, sin pausa, a medida que iba reduciendo la distancia (los otros dos mint-hu ya habían cruzado la franja arbolada, causando caos a su paso e ignorando a los guardias, quienes los atacaban con todo lo que tenían, con todas sus armas. No los consideraban una amenaza y asumieron que "podían dejarlos para después"), e intentando evadirse del agotamiento. La tarea de los Cuidadores y sus segundos incluía defender los lugares grandiosos de cualquier agresión externa, la menos frecuente de sus obligaciones, y eso haría ella. Llegó tu hora!", exclamó, mirando a los ojos al minhu, sin pestañear. Ese último par de latigazos fue decisivo. Combinando una temperatura muy elevada y la enorme velocidad, le provocó un fuerte corte que fue desde el hombro izquierdo hasta el lado derecho de la cintura. Isabel apenas si tuvo tiempo para ver cómo se producía otra explosión - el ataque final de estos monstruos; sabiéndose derrotados y habiendo fallado en su misión, buscarían causar todo el daño posible con esos potentes estallidos) protegiéndose de los fragmentos y escombros empleando la esfera, 6 moviéndose velozmente para alcanzar a los atacantes que quedaban. Debía ignorar los raspones, contusiones, heridas cortantes y ese doloroso esguince y seguir adelante. Muchos se sumaron al ataque, recurriendo a esas técnicas que rara vez ponían en práctica, pero tuvieron escasos efectos, o directamente ninguno, y uno de los monstruos simplemente los envío a varios metros de distancia con un veloz movimiento de sus brazos. Isabel misma pudo haber corrido esa suerte, de no ser porque delante suyo se interpuso un ser de poco más de dos metros de altura, con el cuerpo cubierto por un pelaje negro, una larga cola, grandes garras en los pies y las manos, y todos los rasgos en la cara de un cánido. Era su padre, y estaba empleando su segunda transformación. "Estás necesitando ayuda", dijo Wilson, a quien jamás se le habría ocurrido dejarla sola en este momento, en una situación tan peligrosa como esta. El hombre lobo, esa descripción le iba como anillo al dedo, y la esbelta figura femenina atacaron al minhu al mismo tiempo, sin tener éxito alguno, porque Isabel estaba herida y de verdad agotada y Wilson había decidido darle prioridad a la vida de su hija. "Los agentes Qar'u ya vienen", le dio. "No van a poder hacerlo a tiempo", advirtió ella, incorporándose con dificultad, dándose cuenta de que tenía grandes dolores en la pierna izquierda. Insistió con que quería que su marido se sintiera orgulloso cuando supiera que había vencido a cuatro mint-hu, y se abalanzó contra el que tenía enfrente, haciendo caso omiso del intenso dolor (una fractura sería toda una restricción para gran parte de sus movimientos), pero esta vez sus esfuerzos fueron inútiles, y también los de su padre.  Wilson e Isabel cayeron violentamente al suelo, exhaustos, a cuya causa volvieron a transformarse en un lobo y en ese arbusto con la cara aterradora primero, recuperando ambos al instante la forma feérica. "No voy a rendirme!", exclamó la dama, lanzando otro potente ray6 contra el enemigo, mientras los peores pensamientos pasaban por su mente y su padre creaba la esfera de energía para protegerse a el y a su hija.

Tres descargas, una negra, otra rojo sangre y la tercera celeste.

La explosión indicó que el tercero de los atacantes era historia

Desde las alturas aparecieron Lidia, Kevin y Eduardo, los Cuidadores del Templo del Fuego, la Casa de la Magia y el Templo del Agua. Apenas confirmaron que Isabel y Wilson estaban a salvo (faltaron menos de diez segundos para el golpe de gracia) y que el minhu no era más que escombros humeantes, se concentraron en el último atacante, quien a su vez se concentró en ellos. Una batalla de tres contra uno, se dieron cuenta los Cuidadores, no implicaba superioridad más allá del número. "No va a ser fácil", dijo Eduardo, lanzando una descarga que impactó de lleno en el pecho del monstruo, en tanto la híbrida revoloteaba sobre el, para distraerlo, y una anaconda real buscaba enredarse entre sus piernas para hacerlo perder el equilibrio. El minhu sin dudas era poderoso y lo estaba demostrando, con su impresionante agilidad y su resistencia al daño. "Es fuerte", comprobó Lidia, trasladando su fuerza y peso al pie derecho, con lo que intentó darle una patada en la cabeza al monstruo, apenas escapando a lo que pudo ser un golpe certero y potencialmente letal. "Hay que llevarlo al exterior del Vinhäe", avisó Kevin, quien, estando transformado, buscaba que el minhu lo siguiera. Serpenteando entre los escombros, en el maltratado suelo, la anaconda real marchaba observancia el entorno, buscando como obtener alguna ventaja, sin dejar de poner atención al enemigo. Pero este fue más rápido, y, tomando a la gruesa y escamosa serpiente, empezó a agitarla en el aire, y Kevin apenas tuvo tiempo de rociarle una reducida cantidad de veneno en la mano derecha, donde actuó como un corrosivo, disolviendo parte de la roca, antes de ser lanzado violentamente contra otro de los Cuidadores que volaba cerca de ambos. "Lidia, cuidado!", llamó Eduardo, llegando a tiempo para interponerse, rodear a la híbrida con su cuerpo y recibir de lleno el impacto en la espalda. "Eso dolió", se quejó, sabiendo que esa fuerza iba a dejarle una marca en la piel, soltando a Lidia y volviendo los dos a la pelea, mientras Kevin, mareado, resumía la forma feérica e iniciaba la persecución del minhu. "Qué?, Está huyendo?", se asombró, tanto como lo hicieron sus colegas Cuidadores. Estos monstruos nunca harían una cosa así, porque no se encontraba en su naturaleza. Los mint-hu, uc-nuqt y mï-nuqt jamás se batían en retirada, porque vi se los creaba, los autores se aseguraban de aplicar un hechizo que, básicamente, implicaba una obediencia absoluta y sin cuestionamientos, lo que indicaba que los monstruos cumplirían la misión para la que fueran concebidos o serían destruidos en el intento, y, en el caso de los mint-hu, de autodestruirían como último recurso, buscando causar todo el daño que fuera posible. Este monstruo, sin embargo, no lo hizo. Sus ataques se limitaron a tomar los restos de su congénere y lanzarlos con fuerza, uno atrás de otro, a sus perseguidores para distraerlos, y eventualmente causarles algún daño. Derribando árboles y arbustos a su paso, causando destrozos y caos, se abrió pasos hacia el acceso en ruinas, lanzando con fuerza y en todas las direcciones los escombros, piedras de todas las formas y tamaños, continuando con la táctica de distracción. Una de esas rocas dio de lleno en los tres Cuidadores, que ante la fuerza del impacto fueron detenidos en seco y cayeron abruptamente al suelo, conmocionados por el golpe. Para cuando se incorporaron, mareados y apoyándose uno en los otros dos, sacudiendo la cabeza a los lados e intentando no pensar en el dolor físico, el monstruo ya había salido del Templo del Agua y huía velozmente por la espesura, arrancando otro tanto de árboles a su paso. "Vamos, tenemos que alcanzarlo y destruirlo", alentó Eduardo a sus colegas, tomando los tres este golpe como una seria afrenta. Débiles como estaban a consecuencia de ese último impacto, se movían despacio. Especialmente el Cuidador local, por haber recibido ese "anacondazo" al defender a Lidia (mantuvo la promesa que hiciera a los padres de su colega, de actuar como guardaespaldas) y el haber atacado con toda su fuerza desde el primer momento, porque le dijeron que así debía hacerse con los mint-hu. "Los agentes Qar'u van tras el", dijo una conocida voz a sus espaldas, y al darse vuelta vio a Isabel, con un pie levantado, señal de que algo no estaba bien allí, olvidándose del dolor, y apoyándose en los hombros de Iulí y Wilson. Encontrarse ambos allí fue lo mejor que les pudo pasar, emocional y anímicamente, y Eduardo, observando el estado de su compañera, empezó a replantearse su prioridad, no llevándole mucho tiempo decidir cuál era aquella, haciendo una seña con los ojos a sus colegas. Kevin y Lidia se encargarían de encontrar y destruir al minhu, y ya se ocuparían luego de descubrir cuál era su proceder, quién los había creado y con qué propósito. "Ya lo alcanzaron?", reaccionó Eduardo, viendo ese punto distante.

Más o menos a mil metros de distancia del Templo del Agua, una inmensa nube de tierra y todo tipo de objetos que había en el suelo (piedritas, ramas, hojas...) surgió desde la superficie, elevándose unos cuantos metros, o eso pareció para los testigos. "No hubo explosión", se extrañó Eduardo, quien al final estuvo en viaje hasta más allá del lugar grandioso, llevando a Isabel en brazos. "Tampoco siento que haya sido destruido el minhu", agregó la dama, reparando en un detalle simplemente porque ahora lo podía hacer. 'Cómo advertí la inminencia del ataque', pensó. Cristal, sabía ella, era la experta en esas cosas - un incipiente indicio de la clarividencia -, pero su hermana estaba a decenas de miles de kilómetros de distancia, ejerciendo el mando interino en la Casa de la Magia. Tampoco mantuvieron con la madre de Melisa una comunicación mental para ponerla sobre aviso, ni le hicieron llegar, como teorizaran algunas hadas, reportes los agentes de la PoSe o la DM, organismos que en todas las instancias se ocuparían de dar las respuestas a esas tres preguntas claves: Quién lo hizo?, Por o para qué? y Desde dónde?. Se alegró, como lo hicieron todos, de que nadie hubiera fallecido, de eso estuvo segura porque no vio surgir ningún haz luminoso que después formara una multitud de chispas en el trayecto recorrido por los mint-hu, pero si había heridos, y estos llegaban a cincuenta, por lo menos, y eso era, en sí, otro misterio. En su única intervención, en la Guerra de los Veintiocho. 'Nadie murió y no se sabe que buscaban' pensó en voz alta, a lo que algunos de los allí presentes le dirigieron la vista, coincidieron en agregar esa a la lista de preguntas claves.
El tornado, en tanto, continuó aumentando la velocidad, hasta que dejó de estar en el suelo, habiendo alcanzado cierta distancia, empezó a mutar, hasta que se transformó en una esfera de proporciones enormes, lo que indicó a la multitud congregada en el Templo del Agua, con los tres Cuidadores y una centena de guardias apuntando hacia adelante, que minhu en fuga había sido atrapado. Destruido o no, estaba dentro de esa esfera formada por viento y escombros. De repente, la esfera empezó a desplazarse hacia adelante, en dirección al lugar grandioso, y solo cuando dejara un espacio atestado de árboles frondosos pudo apreciarse a una figura dirigiéndola, con ambas manos hacia arriba, avanzado serena. "Es un hada de los vientos", anunció Iulí, sosteniendo a su hijo en un brazo y a su nieta en el otro, y sus congéneres y otros seres elementales allí coincidieron con esas palabras. "Y es diestra", complementó Wilson esa observación, viendo como esta hada caminaba sin dificultades, usando la telequinesia para mover los restos de los mint-hu destruidos por Isabel y otros obstáculos. Al tenerla cerca, advirtieron que era mujer, no muy alta, tal vez de un metro setenta, cabello corto y perteneciente a la etnia nimhuit - "Orientales", había rápidamente comparado Eduardo al cruzarse con los primeros individuos, principalmente por el color de la piel y los ojos rasgados -. Tenía un aura blanca, de un tono brillante, llevaba ropa y calzado informales del mismo color y la forma en que caminaba y se movía era un indicativo más que claro de que estaba disfrutando de este momento, de esta batalla, y que, a excepción de los destrozos y heridos, lo veía como algo divertido.
"Perdón por la demora", se disculpó, llegando ante la multitud, trasladando la esfera de viento a un lado y cesando con dicha técnica, tras lo que los restos del cuarto minhu quedaron acumulados en 7n reducido espacio de diez por diez, escombros apilados y maltratados a causa del contacto con ese fuerte viento huracanado. "Es Marina", reaccionó Kevin, reconociéndola. La había visto más temprano, en el reino de Ucêm, pero no así, porque había vestido sus mejores galas. "Quién?", llamó Isabel, aún intentando evadirse del agotamiento. "Es la Cuidadora del Tep-Wo, informó Lidia. Para Marina, de apenas veintiuno (una familia de hadas de los vientos), esta era su primera visita al reino insular y, como ella misma se ocupara de comentar, en tanto se presentaba a los locales con el saludo formal, que le hubiera gustado hacerlo en otras condiciones, menos apremiantes y alarmantes que esta. "Apenas terminó el nombramiento y el juramento decidí venir, sabía que este era el lugar donde debía estar, dijo, repasando el entorno con la vista. El paisaje insular no era tan diferente al de su patria, el reino de Nimhu, o el de Ucêm, donde vivían ella y sus familiares, tampoco con el clima, debiendo la temperatura rondar ahora los veintidós grados. "Quisiera mostrarte el lugar por adentro, pero eso tiene que esperar y posponerse", lamentó el Cuidador del Vinhäe, señalándole con la vista el entorno. Había mucho que hacer allí, y todo el personal estaría sumamente ocupado durante al menos una quincena, restaurando los daños, eso sin mencionar, en su caso y el de Isabel, a Melisa, a quien su abuela continuaba sosteniendo con uno de sus brazos. "Quiero ayudar", se ofreció la nueva Cuidadora, en cuya frente brillaba todavía el símbolo del viento, a causa de tener a pasos de ella a Lidia, Kevin y Eduardo, y sonriendo, a consecuencia de su éxito en la batalla.
Y, mientras se repartían las diferentes tareas, explicó que había quedado pendiente su prueba de valor contra el mï-nuq, a lo que Eduardo, todavía sintiendo el dolor en la espalda, le habló sobre parte del contenido de las cartas orgánicas de los lugares grandiosos. "Al menos la de este", dijo, e hizo mención de los eventos que podían reemplazar a las pruebas de valor. Una de ellas era la de protagonizar un enfrentamiento real contra uno u otro tipo de monstruo fuera del templo. "Puede pasar?", llamó Marina, que tampoco salía de la sorpresa por haber conseguido abrir la puerta que Zak'lu, la anterior Cuidadora, cerrara hacía casi dos siglos; en ese aspecto, no había sido nada diferente a como reaccionaran, en la primera semana de Enero, sus tres colegas. Isabel, en brazos de su marido camino a la instalación médica, relevó a su compañero y le explicó a Marina que las cartas orgánicas tenían muy pocas diferencias, pues todas habían sido confeccionadas casi al mismo tiempo, por los primeros individuos que estuvieron al frente de los lugares grandiosos, quienes desde el principio buscaron consolidar algunos de los valores y códigos que más representaban a las hadas, como la solidaridad, la armonía, la concordia y la unidad. "Todavía tengo todo por procesar y aprender", confesó la flamante Cuidadora del Santuario del Viento (el Tep-Wo), en cuya espalda, dentro de un estuche, llevaba el bastón de mando, y hablando de la vida que llevaría en los próximos días, durante los cuales debería ponerse al tanto del actual estado general del lugar grandioso y sostener las reuniones con el equipo de notables, cinco de los cuales fueron contemporáneos de Zak'lu. "Uno de ellos incluso fue notable en ese tiempo, el de relaciones institucionales", concluyó la nueva Cuidadora, llegando por fin a la sala médica.

En el curso de las cinco horas posteriores, el Vinhäe se transformó en un hervidero de movimiento, habiendo seres feéricos y elementales por todos lados que llevaban la alarma y la preocupación a causa de lo que había pasado: la primera vez que un lugar donde era atacado desde los días de la Guerra de los Veintiocho. Y eso era motivo, por supuesto, de consternación y desconcierto. Había ingenieros civiles y de otras especialidades evaluando los daños y tomando notas de estos, los médicos socorrían a los heridos, alegrándose porque ninguno fuer un caso grave, los enviados de casi una docena de medios gráficos ya estaban haciendo los reportajes y preguntas aisladas a cualquiera que tuviera ganas de contestarles, , un grupo de expertos de la empresa COMDE y otro del Consejo de Ciencias recolectaba los restos de los monstruos destruidos, siendo de ellos la idea de llevarlos a las instalaciones de esa empresa para buscar las respuestas a las preguntas clave (¿quién?, ¿por qué? y ¿desde dónde?), y varios funcionarios insulares de diversos rangos, entre estos Elvia y Oliverio, los herederos, asumiendo una de sus obligaciones, sin lugar a dudas la principal de todas, la de preocuparse por y asegurar el bienestar de su pueblo. También se habían hecho presentes Zümsar e Iris, quienes estuvieron tan consternados al enterarse de los acontecimientos; la directiva del Banco Real y también princesa insular no salía de su asombro, pues estaba convencida de que cada uno de los archivos y documentos referentes a estos temibles monstruos había sido destruido – “Los conservaron por la tradición oral”, apostó, con un convencimiento igual de grande, contenta porque muchas hadas y otros seres elementales compartían esta teoría –, pues lo había confirmado en su momento, después de la guerra; y el arqueólogo urbano, confirmado en lo correcta que había sido la decisión de obsequiar el Impulsor que hallara perdido entre las antigüedades en uno de los anaqueles. Eso no pasó inadvertido, por supuesto, y los seres feéricos y elementales pudieron confirmar que existía otro de esos dispositivos, aparte de los dieciséis que permanecían bajo la más estricta vigilancia. Isabel se convirtió en la estrella de la jornada y, en su camino a la habitación, en la sala médica, se cubrió de aplausos y ovaciones, porque este caso lo ameritaba. Dio el informe completo a los agentes de la DM, aunque no supo explicar cómo es que pudo advertir lo inminente de este peligro antes que, de hecho, se presentara. “Lo importante ahora es tu recuperación, y la de todos los que resultaron heridos”, consideró uno de los expertos, dejando este y su compañero la habitación para permitirle descansar unos momentos con su marido y su hija. En las habitaciones contiguas ya habían ocupado las camas disponibles, teniendo los pacientes heridas que en su mayoría eran cortes y contusiones, como el caso de la Cuidadora del Vinhuiga. La nena híbrida había vivido una experiencia única, que ningún otro ser elemental podía haber imaginado, y recién ahora, más relajada y acompañada por sus padres (Kuza y Lara se espantaron como nunca al enterarse lo que había hecho, y del acontecimiento en si) y cargando con ambos brazos a su hermana, estaba reconociendo que la batalla contra el minhu había sido el mayor peligro al que se hubiese enfrentado alguna vez. En ese mismo dormitorio estaba Kevin, disfrutando de la compañía de sus suegros y su cuñado recién nacido. “Cristal, si es que ya se enteró, debe haber sido consumida por la preocupación y la desesperación”, imaginó, sacudiendo el brazo izquierdo para aliviar el dolor. “Ya se enteró, de hecho”, dijo Iulí, viendo como la segunda al mando de la Casa de la Magia irrumpía en la habitación, olvidando el letrero que pedía silencio, muy agitada y respirando por la boca. “Estás a salvo”, fueron sus primeras palabras, con lágrimas brotándole de los ojos, pasando por donde estaban Lidia y sus padres y arrojándose sobre el artesano-escultor, quien se olvidó del dolor físico gracias a la presencia de su compañera. “Hola”, la saludó, y Wilson e Iulí entendieron que ese era el momento de salir de la habitación. Fuera de esta y de la sala médica, el revuelo continuaba. Las hadas iban y venían de un lado a otro, organizándose para la atención de los heridos, la reconstrucción y recuperación de los daños y, por supuesto, la razón para este ataque. Muchos se inclinaron por pensar que los ilios estuvieron detrás, aunque al mismo tiempo reconocieran las pocas probabilidades de eso, porque para crear a los mint-hu, como así también a las otra dos clases de monstruos, se requería de las artes mágicas, y de ser muy diestro en el dominio de ellas, y si había algo que los ilios aborrecían, despreciaban y detestaban era justamente la magia. “De cualquier manera no hay que descartarlo”, pidió Iris, sabiendo que esos seres elementales podrían estar preparándose para la batalla en este momento. “Van a pensar que nosotros pensamos que fueron ellos”, tradujo marina, la flamante Cuidadora del Tep-Wo, quien, olvidando por un momento el ataque, se preparaba para contar sus experiencias y su historia a los periodistas.
Esta atractiva hada, una condición que no pasó inadvertida para ningún hombre de todos los que estuvieron por allí, había nacido en Nimhu y vivido allí hasta la edad de once años, cuando, por motivos de intercambio cultural, la familia entera se mudara a Ucêm, para trabajar en un acuerdo que habían suscripto poco tiempo antes los dos países. Dos años más tarde, cuando ese lapso llegara a su fin, los cinco habían decidido quedarse en este país, cuyos pobladores los recibieran con los brazos abiertos – el mismo trato que se diera a las hadas fuera de su tierra natal –, instalando en la zona céntrica de Huqu, la capital de Ucêm, un emprendimiento familiar vinculado a aquello que constituyera el contenido del intercambio: las obras de teatro del género histórico, porque Marina, sus hermanos mayores, uno de veinticuatro años y otro de veintiocho, y sus padres, ambos de cincuenta, eran artistas y autores, especializados en recreaciones de eventos de la historia de los países que formaban el continente centrálico. “Van a tener que seguir sin mí”, les había dicho Marina, mezclando tristeza, al tener que dejar su gran pasión, y alegría, por haber conseguido abrir la puerta de la oficina principal del Santuario del Viento, contando entonces todo cuanto hubo de ocurrir allí, las palabras de Zak´lu y las emociones que sintiera a causa de eso. “¡Soy la nueva Cuidadora del Tep-Wo!”, exclamó, al concluir su explicación, mientras uno por uno sus parientes iban felicitándola. Quienes antes hubieron de presenciar la escena en el lugar grandioso quedaron asombrados al ver lo ocurrido, aunque no les extrañó que Marina hubiera sido nominada por Zak´´lu para reemplazarla. Era cierto que a estas hadas no se las elegía por la magnitud de sus poderes, pero ayudaba. Y Marina era especialmente diestra en eso de ejercer el dominio sobre el elemento aire. Sus padres y sus hermanos, quienes asumieron su condición de catastrofistas mucho antes de que esa palabra existiera para definir a quienes tenían una guerra, comprendieron que todos debían mantener afiladas sus habilidades, hombres y mujeres por igual, y por eso se dedicaron a instruir a Marina (lo propio hicieron los padres con los hermanos mayores) desde su infancia, aumentando las exigencias a medida que los años continuaban sucediéndose. Por lo demás, ella era como la totalidad de sus congéneres: una persona con una conducta intachable en cuyo corazón y alma no había lugar para los malos pensamientos y sentimientos, muy respetuosa de la cultura y las tradiciones de las hadas, atenta con su familia y sus obligaciones de todos los días, dispuesta a ayudar cuando hiciera falta a cualquiera que lo necesitara – aun se recordaba su actuación heroica durante la Gran Catástrofe, lo mismo que Eduardo, Kevin, Oliverio y Lursi hicieran en Del Sol – y, como lo advirtiera su antecesora, poseía algo que la propia Marina desconocía, lo mismo que Biqeok, Rorha y Seuju advirtieran, el cinco de Enero, en Eduardo, Kevin y Lidia. La sorpresa y conmoción continuaron aun cuando se empezaba a desarrollar la ceremonia en uno de los majestuosos salones del Tep-Wo, y en el momento en que a los Cuidadores les informaran acerca del ataque en progreso al Templo del Agua, y todavía lo hacía. Ahora, llegadas las dieciocho horas en punto, Marina seguía emocionada e impresionada por todo lo que viviera en este y los dos días anteriores. Había sido la más grande sorpresa descubrir que Zak´lu la señalara como su sucesora al frente de uno de los lugares grandiosos, y más aún el tener una batalla real contra ese poderoso monstruo. “Es demasiado para tan poco tiempo”, dijo, concluyendo así el reportaje a los periodistas insulares, y pensando que aún quedaban pendientes dos tareas respecto a su gigantesca y vitalicia responsabilidad, la fotografía oficial actualizada, que mostrara a los cuatro Cuidadores sonrientes y vestidos con sus mejores galas, y, más importante, algo que era de su exclusiva competencia, designar a un segundo al mando. “¿Pensaste en alguien?”, le preguntó el diplomático que representaba al reino de Ucêm en Insulandia, quien también se había apersonado en el Templo del Agua, al enterarse que la flamante Cuidadora estuvo involucrada en la respuesta al ataque (más temprano lo había hecho el cónsul nimhuit). “Todavía no”, contestó marina, sabiendo que sus familiares no querrían hacerlo. Sus padres tenían una ocupación muy ardua y no necesitarían de otra, y sus hermanos, ya casados, tenían esa otra responsabilidad que decididamente era superior e irrenunciable; ambos eran padres. “Taynaq”, sugirió Iris, cuando tuvo a la nueva Cuidadora cerca suyo, a lo que Marina reaccionó no solo con la sonrisa que pareció indicar cierta coincidencia, sino también con un enrojecimiento en las mejillas. Taynaq era un príncipe de Ucêm, el hijo menor de los reyes, y en el curso de los últimos dos años no fueron pocas las veces en que a ambos se los viera juntos y a gusto, algo que por supuesto no había pasado desapercibido para la prensa del corazón. Taynaq también era un hada de los vientos, tenía un año más que la Cuidadora y actualmente era un investigador que daba sus primeros pasos en el campo de las ciencias de la atmósfera, siendo uno de los expertos que trabajaba en el instituto meteorológico de Ucêm, un brillante complemento para la habilidad natural de los seres feéricos de advertir las condiciones del clima. “Se lo voy a plantear”, accedió Marina, aun con esa expresión risueña.
Aun cuando llegara el último tercio del día y el cielo hubiera terminado plagado de estrellas, además de tener una deslumbrante y espectacular  Luna llena, el ajetreo en el templo del Agua no se terminaba. Los guardias, médicos e ingenieros continuaban trabajando como lo venían haciendo desde que Marina destruyera el último de los monstruos. Tan solo ocho individuos, Isabel entre estos, continuaban en una de las salas médicas, porque la mayoría de los seres feéricos ya habían sido dados de alta, no teniendo más que unas pocas contusiones, raspones, heridas cortantes menores y dolores físicos que eran más bien insignificantes. Lidia, quien de la batalla no conservaba más que el recuerdo, estuvo entre esos afortunados , y apenas llegaron las veintiuna horas con quince minutos, habiendo permanecido durante los últimos veinte despidiéndose de sus congéneres, ella, llevando aun a su hermana en brazos, y sus padres se marcharon por aire, volando lento y a baja altura, rumbo a la puerta espacial cercana al lugar grandioso, prometiendo su presencia, brindando con ello su ayuda para las primeras tareas de reconstrucción, para mañana a la tarde. Madre e hija, en vistas de lo ocurrido este día, coincidieron en la necesidad de revisar, y eventualmente reforzar, las medidas de seguridad en el Vinhuiga, y decidieron que esa actividad sería prioritaria en la primera semana de Diciembre. En las últimas horas de la tarde, cuando el astro rey empezara su lenta retirada, tuvo lugar en un amplio e iluminado auditorio la nueva fotografía oficial de los Cuidadores, no habiendo tenido para ello otro inconveniente más que el de hallar la ropa y calzado formales y de gala y el del aseo completo del cuarteto. Eduardo, Kevin, Lidia y Marina, sin embargo, parecieron tener la cabeza en otro misterio, uno que surgiera con la retirada del cuarto minhu. Creyeron hallar una respuesta al hecho de esa cantidad tan exigua de heridos y ningún fallecido pensando que el objetivo no era ese, sino el templo mismo, y que si alguien quería causar algún daño significativo, estructural y moralmente hablando, debería destruir primero, o afectar todo cuanto le fuera posible, la torre central, algo que afortunadamente no llegó a ocurrir. “Era la opción más sencilla”, admitió Eduardo, sabiendo que de los cuatro lugares grandiosos con los Cuidadores designados, el suyo habría sido el más vulnerable, porque la Casa de la Magia estaba tan alejada de cualquier rastro de civilización que era imposible atacarla desde fuera; el Templo del Fuego, debido a que su Cuidadora era menor de edad (“sin “experiencia en la vida”, o con una mínima), tenía especiales medidas de seguridad que incluían a seis agentes Qar´u actuando de incógnito, y el Santuario del Viento estuvo colmado de guardias y funcionarios políticos de todos los rangos, considerando las maravillosas y excepcionales circunstancias que habían vivido hoy y los días anteriores. “El que controlaba a los mint-hu no tenía la suficiente experiencia, o los conocimientos”, apostó Lidia. “O se pudo asustar, llegado un punto”, arriesgó Kevin. “O las dos cosas”, opinó Marina, los tres y Eduardo paseando juntos bordeando el arroyo que circunvalaba el templo, meditando acerca de los acontecimientos y lamentando tanto como cualquiera que este lugar grandioso, habitualmente majestuoso e impecable, tuviera ahora ese estado. Fue un pensamiento triste que les estuvo dando vueltas en la mente en tanto permanecieron juntos y aun después, cuando Lidia se alejara por aire con sus padres y su hermana, y los mandamases de la Casa de la Magia se prepararan también para marcharse, lamentando Cristal que el reencuentro con sus familiares hubiera sido tan breve, de tan solo unas pocas horas. Marina lo hizo al poco tiempo, pasadas las veintiuna cuarenta y cinco, comprometiendo su ayuda a Eduardo, Isabel y los dieciséis notables cada vez que lo necesitaran. “Mis padres y hermanos se deben estar comiendo las uñas, su estado de nervios debe estar al borde del colapso”, dijo, ilustrando lo que hubieron de sentir los parientes no solo de ella, sino de todas las hadas y seres elementales que se encontraron en el lugar grandioso al momento del ataque de los mint-hu. “¿Qué vamos a hacer nosotros, Eduardo, después de lo que pasó hoy?”, llamó Isabel, en tanto daba otra ración de leche materna a Melisa. A ella le habían dicho que podrían darle el alta en algún momento de la tarde del día de mañana, pero que pasarían al menos diez días antes que nuevamente pudiera caminar con normalidad. “Al final el catastrofismo fue algo verdadero”, contestó el Cuidador, sentado a un lado de la cama, y habiendo decidido que pasaría la noche aquí, en la sala médica. Eduardo sospechaba tanto como cualquiera de las hadas que los ilios pudieron estar detrás del ataque, y sabía que las tensiones entre las dos razas habrían crecido y escalado a niveles alarmantes con el ataque de los mint-hu. Los agentes de la PoSe y de la DM le habían hecho la promesa de investigar a fondo estos eventos por demás inusuales, la primera vez desde la Guerra de los Veintiocho que uno de los lugares grandiosos era atacado, lo cual incluía descubrir si los ilios estuvieron o no involucrados. “Hasta que terminemos no hagas nada”, le pidieron los expertos, antes de dejarlo con su compañera. Eran las mismas palabras que le dijeran a Iris, aunque en el caso de ella fue más un ruego que un pedido, porque detectaron como la princesa insular estuvo viendo un punto en la distancia, el noroeste, creyendo que el momento por fin había llegado. “Consigan esas pruebas”, les había solicitado, con una sonrisa de satisfacción.

Cuando se cumplió la primera semana del ataque al templo del Agua y todo volviera a la normalidad, Eduardo e Isabel empezaron a prepararse, como la totalidad de los seres feéricos y elementales, para la ceremonia del cambio de estaciones, la primavera por el verano, que sería el veintiuno de Diciembre/ Nios número veinte. Los temores y las tensiones, por supuesto, no habían desaparecido, y en relación al ataque de los mint-hu aún no estaban cerca de descubrir quién los había creado ni para qué.  Si, en cambio, pudieron precisar el origen, porque los ornímodos, esos enormes seres elementales que se transformaban en aves rapaces igual de grandes, reportaron a la Guardia Real el robo de cinco toneladas de piedra caliza, veinte enormes bloques de doscientos cincuenta kilos que esos seres pensaban usar en la construcción de las cuevas y recámaras que usaban como viviendas, en esa cordillera al sureste del archipiélago insular, que ellos mismos extrajeran de un yacimiento. Los investigadores estuvieron examinando la zona, pero no pudieron hallar pruebas ni indicios que apuntaran a los perpetradores del hecho, ni tampoco, mucho menos, sus motivos. Ni siquiera las mejores hadas de los sentidos, recurriendo particularmente a la vista y el olfato, fueron capaces de encontrarlas y eso hizo suponer a los funcionarios y a la Guardia Real que se encontraban ante un desafío con letras mayúsculas. En el Templo del Agua habían empezado las restauraciones con los primeros rayos solares del segundo día de Diciembre, concluyéndolas en la tarde del seis, habiendo invertido la suma de dos millones de soles, el uno por ciento de sus arcas (doscientos millones) y participado la mayoría de quienes día a día trabajaban en el lugar grandioso, incluidos el Cuidador y su segunda. Eduardo e Isabel quisieron ponerse al frente de las tareas, habiendo el hombre colaborado con la reconstrucción de esas magníficas estructuras que conformaban el acceso, incluido el arco semi circular, y las atalayas, levantadas esta vez con materiales más sólidos y resistentes, y la mujer encargándose de recuperar las pocas piezas históricas que habían engalanado esas estructuras que fueran destruidas.  En esta semana posterior al ataque, además, fue reorganizada la defensa del templo, poniendo a punto las trampas caza bobos, aumentando el número de miembros en los grupos que patrullaban a pie, de dos a tres, empezando la construcción de nuevas torres, por un total de veinte, en diversos puntos del interior, las cuales estarían listas e inauguradas en los últimos días del año, y pidiéndole ayuda a los nagas, quienes vivían cerca del Templo del Agua, un caserío habitado por noventa individuos. Esos seres elementales que alcanzaban los diez metros de altura y podían ser tan amenazantes cuando se erguían sobre sus escamosas y gruesas colas, aceptaron sin dudarlo, porque entre ellos estaban algunos de los individuos que fueran atacados involuntariamente por Zümsar en Diciembre del año pasado, y esos nagas, además de los otros, sentían que aún tenían una deuda con Eduardo e Isabel, porque estos los ayudaron durante aquel incidente. Así que establecido ya ese acuerdo, una ceremonia para la cual fue suficiente con la palabra, desde el alba del cinco de Diciembre / Nios número cuatro, podía verse a dos machos de esa especie moviéndose cada sesenta minutos (rondas regulares) en el exterior del Templo del Agua. “Tal vez se asusten con solo vernos”, comentó uno de ellos al Cuidador, cuando estuvieron hablando sobre la retribución por esta ayuda, habiendo las hadas comprometido la provisión permanente, en tanto el cuerdo estuviera vigente, de cualquier materia prima que necesitaran los nagas para cualquiera de sus industrias. Fuera del ámbito laboral, Eduardo e Isabel también llevaron una vida y existencia sin sobresaltos. Aprendieron, a fuerza de voluntad y empeño, a encontrarle el tiempo suficiente a todo (sus amistades, el entretenimiento, la familia, los vecinos…), siempre priorizando, por supuesto, a Melisa. Su hija constituía aquello que más interesaba al matrimonio de arqueólogos submarinos, el que desde aquella primera quincena del mes de Octubre tuvo que modificar, y lo hizo con gusto, los otros aspectos de su vida. Eduardo e Isabel descubrieron, como lo hicieran antes con respecto a sus obligaciones en el lugar grandioso, y más tarde con el casamiento, que sus temores y dudas carecieron de fundamentos, porque en ningún momento estuvieron solos en esta aventura, la más emocionante e importante de todas, la cual estaba a menos de veinticuatro horas de cumplir los primeros dos meses. Los dos estaban ahora, como todo el mundo, ansiosos por la festividad del verano, que tendría lugar dentro de trece días y prometía ser tan fastuosa como cualquiera otra. “El Templo del Agua va a estar lleno ese día”, apostó Eduardo, sabiendo que ese y los otros lugares grandiosos eran un hervidero en las ceremonias que se llevaban a cabo con motivo del cambio de una estación climática por otra., habiendo entre los visitantes individuos que llegaban de todas partes del mundo. “Creo que ni siquiera el ataque de los mint-hu va a alterar eso”, agregó Isabel, otra vez inmersa, aunque sin concentrarse, en aquel rapto de clarividencia que la motivara a dar la orden de hacer sonar la alarma. En su caso, esa era otra de las cosas que la mantenían ocupada, y concluyó, hasta tanto no surgieran una o más explicaciones, que era una nueva habilidad que había desarrollo, dado el primer paso para eso.

A la tarde y la noche del viernes diecinueve de Diciembre / Nios número dieciocho, entre las dieciséis y las veintitrés horas en punto, empezaron las vacaciones para la mayoría de los seres feéricos que trabajaban en el Templo del Agua. El plantel de profesionales, la gran parte del personal de maestranza (limpieza y mantenimiento), los administrativos, dos tercios de estos, e incluso los Cuidadores tendrían libres todos los días hasta el trece de Enero /Baui número trece, retomando sus obligaciones al día siguiente. “sigo convencida que no tendríamos que relajarnos tanto, por lo que pasó a principios del mes”, todavía insistía Isabel, quien, llevando a Melisa en brazos y estando dispuesta a cruzar la puerta espacial, no creía que tuvieran que bajar la guardia. “Estoy de acuerdo, pero tampoco podemos vivir contantemente con el temor de sufrir un nuevo ataque”, dijo su marido, que sabía que a esos perpetradores o a otros que pudieran surgir les resultaría más complicado ene éxito, porque las medidas de seguridad en el Templo del Agua y los otros lugares grandiosos, tanto aquellos que ya tenían a su par de figuras de autoridad como a los que no, contaban con nuevas y más eficaces medidas de defensa. “No me preocupo tanto por mi como lo hago por nuestra hija”, aclaró Isabel, encontrándose en barraca Sola al cabo de unos pocos segundos, con su marido apareciendo tras ella. “Lo mismo que yo, no te quepa duda, pero mantengo eso de no obsesionarnos”, convalidó Eduardo, conservando su postura inicial. Ya los dos caminando tranquilos hacia La Fragua 5-16-7, el típico paisaje periférico de la ciudad no dejaba de sorprenderlos, pese a que era el mismo de todos los días. “El programa de urbanización”, comentó Eduardo, observando un letrero que indicaba que pronto pasarían por allí las vías férreas. Obras como esa y las otras, que representaban inversiones gigantescas para este y los dos siguientes años, apuntaban a ese urbanismo que el Cuidador únicamente había visto en la Tierra. Ya estuvo comparando aquello y esto, y con un rápido cálculo concluyó que la Ciudad Del Sol tenía al menos el veinticinco por ciento más de superficie que la principal área metropolitana de su país natal, pero apenas el tres punto seis por ciento de su población, y una infraestructura, servicios  comodidades acordes a esa cantidad. Eduardo sabía tanto como Isabel que ninguno viviría lo suficiente como para verlo, pero algún día la capital de Insulandia, al igual que todas las ciudades dentro y fuera del país se transformarían en uno de esos lugares de los que el había hablado el Cuidador, o en algo muy parecido. “Me conformo con que sea como Las Heras”, dijo, entrando ya a su casa, recordando cuan tranquilo y agradable era su lugar de nacimiento, pese a encontrarse lindante con esa enorme área metropolitana. “Y yo, esas descripciones que hiciste fueron muy hermosas, las de aquel poblado”, coincidió su compañera.



FIN




--- CLAUDIO ---

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