martes, 26 de junio de 2018

27) Bienvenida, Melisa


Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre y los primeros ocho días de Octubre.

 El período de tiempo comprendido entre el  veintiuno de Mayo y   el ocho de Octubre, un total de ciento cuarenta y un días y sus noches en todo sentido y en cada aspecto de los que hacían a su vida, especialmente el social, el laboral y el familiar, un auténtico mar de dicha y motivos de sobra, por demás importantes, para sentirse contentos y felices, y mucho, a ambos miembros del matrimonio formado el diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés. Eduardo e Isabel estuvieron constantemente de parabienes por los mismos motivos que aquellos que atravesaran y vivieran desde el día de su visita a la oficina del CAF hasta el instante en que ambos se hallaran preparándose para el que fuera, aún no se cansaban de repetirlo, ni lo harían, el mejor y más feliz día de su vida. Tuvieron, entre otros, los cumpleaños de Kevin, Lursi y Olaf, la llegada del invierno (algo simbólico, pues en Insulandia hacía calor todo el año) y la primavera, los Días de la Patria y de la Familia, otro aniversario de la Ciudad Del Sol y los enlaces matrimoniales de Zümsar e Iris, Kevin y Cristal y Olaf y Lía. Estas ocasiones solemnes y todas las demás, al menos una treintena desde los últimos días de Mayo hasta la primera semana de Octubre, contribuyeron significativamente al carácter y la personalidad siempre alegres de Eduardo e Isabel, que además, por supuesto, tuvieron como motivos adicionales de esa dicha, varios alumbramientos entre aquellas personas con las que tenían un trato diario, o casi todos los días. En este período de tiempo, fueron bendecidos con la llegada de descendencia, Elvia y Oliverio, quienes el veintisiete de Septiembre /Clel número veintiuno tuvieron un varón al que decidieron llamar Sebastián, un homenaje a uno de los reyes insulares más queridos y valerosos de todos los tiempos, aunque traduciendo el nombre del antiguo idioma al actual; al día siguiente fue el turno de ser padres para Iris y Zümsar, en su casa de Plaza Central, para no quebrar la costumbre de las hadas, a cuyo primogénito decidieron poner, ese mismo Clel número veintidós, Mizûk, también habiendo elegido un nombre conocido de la historia insular - así se había llamado aquel soldado al que asesinaran los ilios, lo que motivara a Iris a dar los primeros pasos para la creación, o fundación, del MEU -; al día siguiente, el veintinueve de Septiembre / Clel número veintitrés, el momento de felicidad por excelencia fue para dos de los miembros del Consejo Real, Lía, del DCS, y Olaf, de la Guardia Real, quienes con el alba de esa fecha vieron llegar a una nena, a la que tras una breve deliberación decidieron que su nombre fuera A´bki, no habiendo recurrido ellos a ningún nombre de la historia insular. Entrado el nuevo mes, en uno y otro calendario, las buenas nuevas continuaron con Kevin y Cristal, quienes en su casa, en la Casa de la Magia, el dos de Octubre / Clel número veintiséis, tres meses exactos después de su casamiento, se emocionaron a niveles inmensos al ver la llegada de su hijo, exclamando efusivamente "Akmlolu!" (el último rey de Espal previo al Primer Encuentro), al tenerlo frente a ellos, pues decidieron que ese sería su nombre. Con una diferencia de poco menos de dos horas, a una enormísima distancia de allí, en La Fragua 5-11-8, se produjo el segundo nacimiento en el círculo familiar de Eduardo e Isabel, al llegar al mundo un varón al que desde su concepción se había decidido llamar Ibequgi, había nacido el primer hijo varón de Iulí y Wilson, y el hermano de Isabel y Cristal. Tres días más tarde, el cinco de Octubre /Norg número uno, la misma fecha en que Lidia celebraba su décimo cumpleaños (Lara daría a luz al día siguiente) y una parte de sus amigos, los de su edad y otros más grandes, que cosechara desde su llegada al suelo insular, más otros cinco llegados desde su patria natal, nació la hija de los reyes insulares (la hermana de Elvia), Lili y Elías, a quien estos decidieron llamar con el nombre de Wuqelu, otro nombre célebre de la historia de Insulandia, de la época del Período de Organización. El sexto día de Octubre, o Norg número dos en el calendario feérico antiguo, se produjeron con una diferencia de exactas cinco horas, y en la misma sala de maternidad en el Vinhuiga, el Templo del Fuego, otros dos nacimientos. Primero había sido el momento feliz para Nadia, la jefa de SAM, que llevaba una quincena internada allí, a causa de un cuadro febril elevado - fiebre tropical, una amenaza que podía dejar a las hadas varios días en cama -, y tanto ella como su marido, olvidados de sus responsabilidades en la función pública y cualquier otra obligación, decidieron llamar Yok'a, por otro homenaje, este a la madre de Lursi. Después fue el turno de Lara y Kuza de volver a sumergirse en esa enorme dicha que significaba la llegada de descendencia; en su caso quizás fuera más importante y festivo, porque el día anterior habían estado celebrando otro evento glorioso, el cumpleaños de Lidia .. Estos dos individuos nativos del reino de Umebuzuk también fueron padres de una nena, que recibió el nombre de Suakeho, este nombre elegido por otro homenaje, el de la reina de Umebuzuk de la que desciende el actual monarca, una de las pocas castas que se vieron interrumpidas, algunos años después de la Guerra de los Veintiocho. Estos nacimientos que se produjeron envío el curso de diez días, que de ninguna manera pasaron inadvertidos para la prensa, especialmente los periodistas del corazón, motivaron a sus padres a mantener reuniones frecuentes no bien las mujeres hubieran dejado atrás el período posterior al parto, que podría extenderse hasta treinta días.  Ellas y los hombres, por supuesto, siguieron al pie de la letra el "Rito de la llegada", como se conocía al procedimiento con que se otorgaba la protección adicional a los seres feéricos recién nacidos. Así, durante las veinticuatro horas posteriores a cada parto, se determinó el color del aura y el don de los bebés. Akmlolu, Sebastián, Suakeho e Ibequgi adquirieron el don o elemento fuego, transmitidos por Cristal, Elvia, Lara y Wilson, y las auras rojo sangre, azul eléctrico, negra y lila. A excepción de Suakeho, los otros tres heredaron ambos componentes de uno de sus padres en particular, recibiendo Akmlolu el aura de su padre y el don de su madre, lo mismo que Sebastián, en tanto que ocurrió el caso inverso con Ibequgi, que se convirtió en un hada de fuego con aura lila. Mizûk pasó a ser un hada del rayo con aura turquesa, heredados ambos componentes de Zümsar e Iris, respectivamente.; A´bki el color naranja en su aura, legado de Olaf, y el dominio sobre las flores, de Lía; Wuqelu, la princesa, en cambio, adquirido el elemento nieve y un aura gris perla de su padre, el rey Elías, quien se convirtió en acreedor de merecidas felicitaciones por parte de la familia real y el pueblo en general de su patria natal, el reino de Ártica; y la hija de Nadia y Lursi había heredado de los dos el atributo del intelecto y el aura blanca de su madre. Los ocho bebés, motivo de orgullo no solo para sus padres y otros familiares, sino para toda la comunidad (para toda la raza feérica), llegaron al mundo pesando entre tres punto cuarenta y cinco y tres punto siete kilogramos y midiendo entre treinta y ocho y pesando entre treinta y ocho y cuarenta centímetros, en los que fueron partos absolutamente normales, sin ninguna complicación para las madres ni para los bebés. Y no se prolongaron por más de media hora.

 Al momento de ver el mundo, atravesando el canal de parto entre llantos y berreos, a las parteras que atendieron estos casos les dio toda la impresión que para los progenitores no había ni habría lugar para otra cosa, y lo confirmaron no bien dejaron en sus brazos a los bebés, ya aseados y envueltos en mantas de seda, celestes o rosas de acuerdo al sexo. Allí quedaron, absolutamente concentrados, compenetrados y envueltos en una inmensa felicidad los futuros monarcas insulares, siendo la princesa Elvia, de todas, la primera en amamantar a su descendencia, en su habitación en el Castillo Real; Iris, recientemente ascendida a vicepresidenta segunda del Banco Real (el decimonoveno día de Agosto) y el arqueólogo urbano en su casa de la avenida Veintinueve; a Lía y Olaf, a Kevin y Cristal, a Wilson e Iulí y a los actuales monarcas, Lili y Elías, en las suyas, y las otras dos parejas en una enfermería en el Vinhuiga. Para los matrimonios, de hecho, no hubo otra cosa que Sebastián, Mizûk, A'bki, Akmlolu, Ibequgi, Wuqelu, Suakeho y Yok'a. No podía decirse, por el momento, y muy probablemente tampoco en el futuro, cuál de los ocho matrimonios estaba más contento y emocionado, porque en eso no había diferencias. "Nuestras sinceras y enormes felicitaciones a los dos", exclamaron las parteras varias veces,  sabiendo como serían las cosas.

De un momento a otro empezarían a recibir las visitas de sus amistades, vecinos y compañeros de trabajo, y, como ya sabían, no bien dejarán los dos juntos con sus hijos e hijas la comodidad y tranquilidad de sus hogares, se convertirían en los justos y merecedores destinatarios de esas ovaciones tan solemnes (aplausos, exclamaciones alegres, apretones de manos...) que solo se reservaban para esos extraordinarios y gratificantes acontecimientos. Algo que sería por segunda vez en los casos de la reina Lili ("Abuela yo!", se había emocionado la soberana al conocer la gran noticia, con lágrimas de felicidad en los ojos y preparándose ella misma para dar a luz), Lía, Lara y por tercera vez en el de Iulí, que se convirtió en madre y abuela el mismo día, con una diferencia de once minutos. Los padres tampoco pudieron ni quisieron controlarse ni mantener la compostura desde el instante en que, al otro lado de las habitaciones en que estaban desarrollándose los partos, oyeron el primer llanto, y un repentino movimiento de manos moviendo objetos (agua, desinfectantes, algodones, gasas...), y no hablar de cuando las parteras hicieron su presencia ante ellos para darles el feliz anuncio. Al instante, sin esperar siquiera a que las expertas concluyeran sus informes, Oliverio, Zümsar, Olaf, Kevin, Wilson, Elías (olvidado de todas las formalidades y el protocolo), Kuza y Lursi lanzaron fuertes exclamaciones de júbilo, agitando los puños en el aire e ingresando a las habitaciones, aún cuando las parteras continuaban explicándoles los detalles de los partos. Sin embargo, tuvieron que pasar alrededor de veinte minutos para que ellos y sus compañeras pudieran empezar a disfrutar de ese momento que con tantas esperanzas, ansias e ilusiones esperaron desde producidas las concepciones, porque tuvieron que higienizar a los bebés y someterlos a un estudio para conocer su peso y altura.  Poco o nada les importó que obligaciones y compromisos pudieran tener para los próximos días, desde luego, y frases como "Eso que espere", "Ahora no puedo" y "Ahora estoy ocupado" se volvieron moneda corriente y empezar a escucharlas fue la señal inequívoca de que los bebés ya habían llegado al mundo, noticias que de inmediato empezaron a circular de boca en boca y llegar, como era de esperarse, a las redacciones de los periódicos, revistas y otros medios gráficos.  En el Consejo de Infraestructura y Obras, el Banco Real de Insulandia, el comercio de antigüedades, el Consejo de Desarrollo Comunitario y Social, la jefatura de la Guardia Real, la Casa de la Magia como un todo y la sala médica como una parte de ese todo, el instituto de modelaje, el Complejo Deportivo de Precisión, la oficina principal del Castillo Real, donde desde mediados de Diciembre estaba además una bandera del reino de Ártica, el Consejo de Salud y Asuntos Médicos (Lursi también trabajaba allí), el Vinhuiga y la Dirección de Cartografía podrían estar sin ellos unos pocos días.  "En este momento no quiero estar en un lugar que no sea este, en la compañía de estos tesoros" comentaron los padres y las madres, cerrando los sentidos y la mente a todo lo demás. Y una de las escenas enternecedoras por excelencia se produjo alrededor de veinticuatro horas después de terminado el rito de la llegada, cuando los expertos, antes de cerrar las puertas en las habitaciones, tuvieron como la principal y última visión de ellas a los padres absolutamente concentrados en sus descendientes, con sus caras y expresiones corporales invadidos por todo tipo de emociones y sentimientos positivos.

La Cuidadora del Templo del Fuego, Lidia, recién llegada a sus diez años, que tuvo una fiesta por demás atípica considerando estas circunstancias, entendiendo ella misma que, esta vez, su día especial podía pasar a un segundo plano (tendría una hermana al día siguiente) fue la encargada, para ello habiéndose ofrecido voluntariamente, de ir uno por uno a los lugares donde se produjeron esos felicísimos acontecimientos dando las buenas noticias y comprobando de primeras fuentes, de los padres, como los nacimientos se produjeron sin complicaciones. La carta orgánica del Vinhuiga contemplaba y justificaba ausencias de hasta treinta días seguidos de su máxima figura en casos como este, motivos familiares, y estas circunstancias aplicaban directa e indirectamente a Lidia, que pasó a ser la portadora de esas buenas nuevas, y durante esos días, habiendo empezado en los últimos instantes de la mañana del veintisiete de Septiembre /Clel número veintiuno, con el nacimiento de Sebastián - el heredero al trono insular -, estuvo moviéndose casi sin descanso, anunciando el nacimiento exitoso de los bebés a la otra catorcena de matrimonios, habiendo contado con la ayuda de la reina Lili para poder establecer las comunicaciones mentales con la Casa de la Magia. Dio la impresión de que Lidia en un principio había tomado aquello de ir rauda de un lugar a otro como un entretenimiento y una distensión, pues no dejaba de ser una menor de edad de diez años, los cumplió el día anterior al nacimiento de su hermana, fue imposible que la alegría no se apoderara también de ella, pero no bien hizo el primero de los viajes, al Castillo Real, a donde estuvo en el mismo instante en que el hijo de Oliverio y Elvia empezaba a llegar al mundo, decidió que de allí en más lo tomaría como lo que era de verdad: la importante tarea de llevar la noticia a cada uno de los matrimonios que la aguardaban con ansias, sabiendo todos que su momento de felicidad por excelencia llegaría de un instante a otro. Con ello, la Cuidadora del Vinhuiga apenas si tuvo tiempo para descansar esos días, mucho menos para dormir, y su participación en los eventos, en tanto estos se desarrollaban, consistió en acompañar a Oliverio, Zümsar, Olaf, Wilson, al rey mismo (el único con una escolta), a su propio padre y a Lursi, los padres que, esperando fuera de las habitaciones, no permanecían sentados por lapsos mayores al minuto, caminaban en círculos, consultando unas veces sus relojes, otras comiéndose las uñas y otras más conteniendo la tentación de abrir la puerta e ingresar a donde estaban sus compañeras y las médicas parteras. Los hombres le agradecieron su presencia, con gestos y palabras, argumentando que lo que más necesitaban era la compañía de una persona de su absolutísima confianza que los contuviera y tranquilizara, que mitigara esos nervios y la ansiedad, aún su padre (eran pocas las veces en que un vampiro se desesperaba de esa manera), y Wilson, los únicos con "experiencia previa". "No es fácil, algún día lo vas a entender", le dijo Lursi, en el pasillo donde el y Kuza aguardaban el resultado - Lara y Nadia estaban en la misma habitación -, sin poder, ni querer, evadirse de este estado de nervios. "Cuando vos estés allí adentro y tú marido esperando acá", agregó Kuza, cruzado de brazos, sin descuidar el hecho de que en este caso estaba hablando no con su hija, sino con una menor de edad que solo ayer había cumplido diez años, y debía pensar con cuidado las palabras y frases ante esta conversación que amagaba con volverse incómoda, y contento de que fuera Lara quien, dentro de tres o cuatro años, tuviera que hablar de ese tema con la hija de ambos, además de estarlo porque la híbrida todavía creía en el relato de las cigüeñas que volaban desde la Isla de los Nacimientos. La jovencísima Cuidadora de uno de los lugares grandiosos estuvo durante los días posteriores al nacimiento de su hermana y la hija de Lursi y Nadia dividiendo su tiempo entre esa habitación de la enfermería, haciéndole compañía a ambos matrimonios y su casa, donde por fin pudo recuperarse luego de las jornadas agotadoras, de estar viajando de un lugar a otro. Durmió lo suficiente en la noche del ocho de Octubre y la madrugada del nueve (Norg números cuatro y cinco), casi ocho horas y cuarto de sueño ininterrumpido, y a la mañana, ya aseada, con ropa y calzado limpios y el estómago lleno, dejo la casa y fue otra vez al Templo del Fuego. Hoy era jueves, así que de todas maneras debía ir allí. Este era un día hábil, y como tal su lugar era ese. "Mí lugar es el Vinhuiga, pero no la oficina", dijo, al aterrizar, a los guardias en la entrada (se había corrido el rumor de la presencia de un ilio solitario a pocos kilómetros de allí), y estos, como todos cuantos estaban por allí la vieron dirigirse a la enfermería. Encontró a Lursi y a su padre, todavía cansados y con ojeras, en el pasillo, conversando con el empleado del Castillo Real que les había hecho saber que ambos matrimonios allí, Elías y Lili por un lado y Oliverio y Elvia por otro, y sus descendientes, Sebastián y Wuqelu, estaban en un excelente e impecables estado, recuperándose las madres de su compleja tarea y los padres tranquilizando sus nervios. Durante el transcurso de la mañana también llegaron noticias de otros tres de los matrimonios a los que la nena había estado visitando: Zümsar e Iris, Olaf y Lía y Wilson e Iulí atravesaban la misma tranquilidad y sentimientos alegres. Ninguno sentía siquiera el mínimo deseo de separarse de sus hijos, especialmente la jefa del DCS y Olaf, quienes tenían el doble de la responsabilidad que los demás, un varón de un año y medio, Rafael, y una nena recién nacida, A'bki, con quiénes, por supuesto, tendrían un idéntico compromiso, dedicarían el mismo cariño, afecto y amor y pondrían toda la atención que fuera necesaria para que no tuvieran problema alguno ni pasaran necesidades. Estando Kuza, su hija y Lursi fuera de la enfermería, disfrutando del almuerzo en el patio - el médico y flamante padre no pudo evitar sonreír cuando vio a la Cuidadora capturar una libélula en pleno vuelo y comerla entre dos bocados de esa ensalada que era su almuerzo -, recibieron otro mensaje mediante la comunicación mental, bastante alegre, de la reina de Insulandia, quien pese a estar compenetrada a ese nivel con Wuqelu, lo mismo que el rey, pudo hacerse del tiempo suficiente como para conversar, con ese mismo método, con los flamantes padres en la Casa de la Magia, y comprobar que a estos y su hijo, Akmlolu, también les estaba yendo de maravillas, que Cristal se recuperaba satisfactoriamente del parto y que Kevin atravesaba la misma situación que los otros hombres, al ir relajándose, sin dejar de sentir que no habría otra cosa que el bebé en los próximos días. A la tarde, mientras estaban Lidia y los flamantes padres en la habitación de la enfermería, protagonizando una escena que sobrepasaba todos los índices de ternura, recibieron otro informe, este relacionado con la fecha en que los dos componentes de cada matrimonio irían a la oficina de la Dirección de Identidades para inscribir a los bebés. Sorprendentemente, quizás por un acuerdo surgido a causa de la amistad que los unía, todos decidieron hacerlo en las primeras horas de la mañana del quince de Octubre / Norg número once, y con eso Lara y Nadia corearon "Nosotros cuatro también", a lo que la reina Lili, que seguía sosteniendo esa técnica, estuvo de acuerdo. "Qué es lo que van a hacer allí?", les preguntó Lidia a los adultos, teniendo su primera experiencia en lo que a sostener en brazos a su hermana se refería; y aquellos le contestaron que era una obligación legal, que debían completar un mes antes del nacimiento. "Básicamente, que haya una constancia escrita de la existencia de una persona", resumió su padre, arrimándole una silla. "Lo hicieron conmigo?", llamó la Cuidadora, a lo que Lursi, en la cama de junto, le dijo que lo habían hecho con todos, y que por eso existían las cartas personales. "Viste?, todos los días se aprende algo nuevo", le dijo Nadia, en tanto iba cayendo en la cuenta, como a su lado lo hacía Lara, de la inminencia de una nueva ración de leche materna para los bebés. La mente y facultades de la nena híbrida crecían a un ritmo acelerado, debido principalmente, cuando no exclusivamente, a la responsabilidad que recayera sobre sus hombros a inicios del año, pero al mismo tiempo, continuaban yendo en sintonía con su edad, y eso, preguntar sobre el motivo para inscribir a los bebés, era una prueba. Con acierto de acuerdo a la observación de su padre, Lursi le pidió a la Cuidadora que no se preocupara ni esforzara por crecer ni madurar mentalmente a esa edad, que a sus diez años tenía mucho más que suficiente con dirigir el Vinhuiga, que ya llegaría el tiempo para aprender eso y más, a medida que fuera llegando a la edad apropiada. "También casarme y tener descendencia?", preguntó - la palabra "incómodo" volvió a circular por la mente de los adultos, que ante esas palabras se miraron unos a otros, pensando, indudablemente, cuál sería la respuesta correcta y adecuada, para una nena de esa edad -. "Principalmente con eso", le contestó su madre, otra vez sosteniendo a Suakeho, delicadamente y con ambos brazos. Ambos hombres y Lidia dejaron la habitación y volvieron a ella alrededor de media hora después, permaneciendo allí hasta que el astro rey empezara su lenta retirada. "Nosotros nos quedamos acá" - dijo Kuza a su hija, hablando también por Lursi, mientras recorrían los alrededores de la enfermería -, Te animás a volver sola a casa?". "Si, lo estuve haciendo estos días", aseguró Lidia, que después de una despedida que se prolongó por más de una hora, porque ninguno tuvo ganas de hacerlo, hasta entradas las veintiuna, emprendió el vuelo con destino a su casa. Y, estando en pleno vuelo, ya detectándose a simple vista, apenas pasados los primeros cinco minutos de las veintiuna, cambió súbitamente el rumbo describiendo un ángulo cerrado, dirigiéndose ahora a La Fragua, 5-16-7, en la Ciudad Del Sol, porque la reina de Insulandia, que no lamentó que esta noticia le interrumpiera su merecido sueño, sino todo lo contrario, mediante la comunicación mental, le había informado acerca de la inminencia del noveno nacimiento en menos de dos semanas. Un segundo mensaje, de solo cuatro palabras, fue dirigido además a Zümsar, Iris, Kevin, Cristal, Olaf, Lía, Oliverio, Elvia, Kuza, Lara, el rey Elías (no estaba este con su compañera en ese momento), Lursi, Nadia, Wilson e Iulí, y decía:

"Melisa está en camino".

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No bien estuvieron de vuelta en su casa en Barraca Sola, después de haber pasado esos cuatro magníficos días en una hostería en el lugar que le daba el nombre a la región sur del reino, Bahía Rocosa de la Bella Vista, un paisaje natural por demás encantador, tanto como se los describiera el testigo de la ceremonia de casamiento, Eduardo e Isabel no dejaron por un instante de manifestar, con hechos y palabras, cuan contentos ellos quedaron con todo lo vivido desde tres días antes de que se produjera el gran evento. "Decime que no fue un sueño todo este período", le había pedido Isabel, que en estos cuatro días lejos de su casa se había divertido tanto como, quizás, los últimos cuatro o cinco años juntos, todas las festividades y celebraciones en las que participara. Recorrió la sala con la vista, nuevamente confirmando que los testigos e invitados hicieron un excelente trabajo en la madrugada del veinte, dejándola de punta en blanco y sin siquiera el mínimo indicio de desaseo y suciedad, lo mismo que vieron al estar de vuelta después de pasada la noche de bodas en el hotel de lujo en Plaza Central. "No hubo fiesta alguna en nuestra casa", observó Eduardo con atino. En el transcurso del día previo a reasumir sus obligaciones en el Templo del Agua, se dedicaron, abarcando prácticamente la totalidad de la jornada, como era de esperarse, a hacer un repaso de la gloriosa jornada que para ellos fue la del diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés, como individuos y como pareja. “Porque todas soñamos con casarnos", le había contestado Isabel para explicar por qué insistía con que para ella ese día había sido tan grandioso, superando todas las expectativas. Aquello no era menos que la verdad, porque desde una infancia más bien temprana, si existía un anhelo que hermanaba a todas las mujeres feéricas era justamente ese, el de casarse, y la hija de Wilson e Iulí había soñado con este momento desde el mismo instante en que conociera a Eduardo en la primera semana de Marzo del año pasado, advirtiendo, un hecho instintivo, que ese era el hombre con el que querría contraer matrimonio. "Amor a primera vista", repitió, no bien dio por concluida está retrospectiva. Eduardo coincidió con ella en esa emoción, no así con el anhelo que se remontaba a la infancia ("Al menos, los hombres no lo vemos así", dijo), y que había tenido ese evento, el cual fue ganando espacio con el paso de los días, desde el instante en que se presentara en el Mercado Central de Joyas para comprar los anillos de compromiso, habiendo decidido ya formularle la propuesta a la atractiva hada. Lo había pensado para el mes de Abril, pero dadas esas trágicas circunstancias que se desataron sobre todo el país - sobre todo el continente - y lo que el, Lursi, Kevin y Oliverio pensaban hacer, poner sus vidas en peligro para salvar la de otros Eduardo decidió, como los otros tres, adelantar el momento. Los cuatro vieron en ese adelantamiento un acto simbólico, una costumbre "importada" por Eduardo. "Teníamos la obligación de volver", recordó este el motivo por el cual le formulará la propuesta esa noche. "No ibas a incumplir esa promesa", dijo el hada de fuego. Era, con sus palabras, un acto que no dejaría de cumplir tal cual lo prometiera, y Eduardo explicó, o volvió a hacerlo, que la entrega del anillo y la propuesta ejercieron sobre el una especie de fuerza que lo mantuvo ligado a su actual compañera. "No un objeto material ni las palabras", agregó, convencida de que esa fuerza fue más moral (simbólica, había dicho) que otra cosa. Debido a sus múltiples obligaciones, el casamiento quedó pospuesto hasta el momento de la concepción, a mediados de Enero. "Es la mejor noticia, lo mejor que nos pasó desde que empezamos el noviazgo", opinó Eduardo, recordando cuan estupefacto, además de emocionado, quedara al comentar a él y sus padres el que sin ninguna duda era el momento de felicidad por excelencia para las parejas feéricas.

Las (exactas) noventa y seis horas en la hostería, la cual resultó ser todo cuanto prometieron Zümsar, fue, aparte de un acto simbólico, el primer acto de Eduardo e Isabel cómo matrimonio, y se marcharon de ella en los últimos minutos del veinticinco de Mayo / Tnirta número cinco con esa misma duda que tuvieron cuando el testigo de la boda se los sugiriera como uno de los posibles lugares para pasar el período de gracia. Cuatro días no fueron digo ni por equivocación para disfrutar a pleno de un lugar tan bello, una curiosa formación geológica que asemejaba a un corazón y se extendía por más de ciento cincuenta y siete kilómetros cuadrados. "En verdad es un refugio para los enamorados", corroboró Eduardo, no bien sus pies estuvieron de ese lado de la puerta espacial, en un punto dentro del parque real cuyo principal atractivo era esa formación, y de encontró con ese paisaje cotidiano que eran las decenas de matrimonios y enamorados que estuve allí para, básicamente, lo mismo que ellos: disfrutar de la belleza que les ofrecía este refugio. Los recién casados no perdieron un instante de ese valioso y escaso lapso, y no bien dejaran sus posesiones en la habitación que les alquilaran, con vista a la curiosa formación y al océano, empezaron a recorrer el parque real, dejando para las primeras horas del cielo nocturno el (tan esperado por ambos) descanso, cargado de romanticismo, sentados en el suelo del principal atractivo del parque, contemplando unas veces la línea del horizonte, otras los suaves golpes del agua cristalina contra las costas rocosas y otras más el firmamento, donde se maravillaron con el velocísimo y apenas perceptible paso de una estrella fugaz. "Creo que ahora no es necesario que vos o yo pidamos deseos", creyó Isabel, a lo que su marido reaccionó convalidando esas palabras con una sonrisa, porque de lo no tenían nada para pedir. Todo en su vida estaba saliendo de maravillas y las principales pruebas radicaban en esa hija cuyo nacimiento se había previsto para mediados del mes de Octubre, a la que decidieron llamar Melisa, tomando dicho nombre de una de las antepasadas del padre, y el casamiento. "Navegamos en la dicha más absoluta", fueron las palabras del marido previas al beso, porque no les podía faltar de ninguna manera esta demostración de amor en ese momento tan simbólico e idílico. Los tres días que siguieron a ese fueron igual de espectaculares, y los recién casados lograron aprovechar al máximo cada uno de ellos, permaneciendo despiertos, activos y en movimiento menos de dieciséis horas. Al final del cuarto y último día del período de gracia, era de esperarse, los despidieron en la hostería con honores y aplausos, como hacían con todas las personas que se alojaban allí. Estando en la recepción, habían pedido ambos al propietario y los empleados, como lo hicieron luego con los otros huéspedes y visitantes que en ningún momento los trataron como a dos personas famosas - la responsabilidad enorme sobre sus hombros, sus familiares también famosos, el cambio en la mujer, su atributo y aura, el verdadero origen del marido... -, sino como dos recién casados que buscaban relajarse y disfrutar del período de gracia. Ahora, yéndose, Eduardo e Isabel se iban de la misma forma en que llegaron, y satisfechos completamente por todo lo vivido en estos cuatro días. "Vamos a volver", prometieron, para quienes se quedaban allí tanto como para ellos mismos, iniciando la partida rumbo a la puerta espacial, cercana a la hostería. Estuvieron nuevamente en Barraca Sola apenas pasada la medianoche del veinticinco de Mayo, el último día de la licencia que se tomaran ambos para ocuparse de su casamiento. "También tenemos que disfrutarlo como lo hicimos con estos cuatro, al máximo", afirmó Eduardo, mientras, en la fachada de La Fragua 5-16-7, cedía el paso a Isabel, quien se emocionó al ver el certificado de bodas, llegado el veintidós, sobre la mesa.

Estuvieron, fieles a su costumbre, temprano en la mañana del veintisiete de Mayo / Tnirta número siete - martes - en el Templo del Agua, una mañana soleada y cálida, condiciones que, tal se lo pronosticaba, no pensaban modificarse. Llegando al umbral, los guardias y el personal mayor, los “notables”, los recibieron con aplausos y sonrisas; era su forma de felicitarlos por el evento que habían protagonizado una semana atrás, y tanto Eduardo como Isabel correspondieron a esas demostraciones de aprecio de la misma forma con que lo hicieron en la ceremonia nupcial con los testigos e invitados, saludándolos uno por uno, mientras traspasaban ese umbral e iban camino a sus respectivas oficinas. “No pudo haber sido mejor, un día bello por donde se lo mire”, calificó el Cuidador, hablando, a medida que avanzaban, acerca de los que el consideró los momentos más sobresalientes del diecinueve de Mayo. Estos, por supuesto, fueron aquellos que los tuvieron frente al altar, a un lado de este, enfrentados al funcionario del CAF y su asistente, quienes continuaron ese día con otras ceremonias nupciales, y rodeados por los testigos, Lía y Zümsar. “El primer beso y haber estampado nuestras firmas en el libro de actas fueron instantes sublimes”, agregó Isabel, reviviéndolos en su mente, cerrando los ojos y adoptando una intensa e inmensa expresión de felicidad en la cara, llegando ya al arroyo que circunvalaba la torre central. El matrimonio estuvo en la oficina de dirección aun inmersos en esa idílica jornada, y durante el siguiente cuarto de hora sus componentes no hicieron otra cosa que permanecer juntos, uno al lado del otro, sentados en el sofá y abrazados, procurando no caer nuevamente en lo mismo que los atacara mientras organizaban el casamiento. “Los temores y las preocupaciones”, advirtió el Cuidador, sabiendo que lo urgente e importante era ahora sus responsabilidades en este lugar grandioso y, por supuesto, el embarazo. Mirándose entre si, en tanto Isabel se preparaba para unirse a su equipo (investigaciones arqueológicas), se prometieron izar la bandera del optimismo de ahora en adelante, sabiendo que eso les iba a costar sus buenos esfuerzos. “No importa; lo vamos a hacer, a lograr”, prometió la dama, para si misma y para su marido, dejando la oficina, y con ello reiniciaron las tareas que originalmente empezaran en Enero y Febrero. Alegres, conforme fueron pasando ese y los días siguientes, hasta el inicio de la segunda semana de Septiembre de que no se hubiera convertido en algo rutinario y aburrido y, por consiguiente, que tampoco lo hubieran sido sus vidas. Teniendo nuevamente a dos autoridades máximas, el Templo del Agua pareció recobrar una parte importante de esa gloria que perdiera desde a extinción religiosa, lo mismo que experimentaran el Templo del Fuego con Lidia y Lara al mando y la Casa de la Magia, teniendo en el liderazgo a Kevin y cristal, quienes protagonizaron también una ceremonia nupcial magnífica durante ese lapso. Y los Cuidadores tuvieron motivos para destacar. Lidia por ser una híbrida de tan corta edad, dos condiciones que la convirtieron con el paso del tiempo en una persona famosa, importante y, además, influyente, algo que ni ella misma creía posible. Kevin no lo hizo ni hacía solo por ser el Cuidador de ese que era uno de los lugares más importantes y venerados del mundo, sino porque por fin había completado el trabajo, al que pocos días después hizo público, que empezara Rorha, su antecesor, rastreando el linaje familiar y ligándolo con Ukeho, una de las fundadoras de la Casa de la magia. Eso había motivado a muchas hadas, sirviéndoles como inspiración, para interiorizarse en e interesarse (aún más) por la genealogía. Y Eduardo, aunque a fines prácticos era uno más de los cuatro mil doscientos millones de seres feéricos en el mundo, había sido un completo desconocido hasta inicios del año pasado y mediante logros y méritos supo ganarse su lugar en la sociedad, incluido su puesto al frente del Templo del Agua.

Temprano en la mañana del jueves ocho de Octubre, ambos abrieron los ojos como de costumbre, en los instantes previos a las seis, y dieron inicio a la jornada. Eduardo, tal cual lo hacía de lunes a sábados, se marcharía de La Fragua 5-16-7 e iría al lugar grandioso para ejercer sus funciones como Cuidador. Isabel, en cambio, se quedaría en casa. No porque le regateara al trabajo n quisiera dedicarle esas horas al ocio y la holgazanería (nada más lejos para un hada adulta), sino porque, como viniera haciendo desde que entrara en el octavo mes de embarazo, trataba de mantener al mínimo la cantidad de tareas y actividades que de su parte demandaran, aunque no necesariamente alto, un esfuerzo físico. Lo venía haciendo desde el paso del quinto al sexto mes en la dulce espera, y a medida que ese, el séptimo y octavo transcurrieron, Isabel había estado disminuyendo paulatinamente esos sacrificios. Empezado el noveno y último mes, apenas si se la había visto dejar su casa no más de diez veces, siendo de todas la más reciente, en una visita de apenas dos horas, a La Fragua 5-11-8, para estar junto a sus padres en este momento tan feliz para ellos, el jueves dos de Octubre / Clel número veintiséis. Había insistido tanto con ver a su hermano recién nacido que su marido al final terminó accediendo.

_Me aburro., protestó, ocupando un lugar en torno a la mesa, en la cocina-comedor diario.
La disminución gradual en su ritmo acostumbrado, si bien resultaba imprescindible para su salud y buen estado físico, tanto como para su hija, no dejaba de traer una contra, y esta era el aburrimiento, cuando no también la rutina. Isabel era de esas mujeres que no habían nacido ni sido criadas para descansar ni dedicarse únicamente a los quehaceres domésticos (una parte cultural e históricamente ligada al sexo femenino). A medida que s calidad y cantidad con respecto al movimiento y actividades descendía, Isabel recurrió a uno y otro divertimento para mantenerse ocupada, como los cilindros musicales sonando con un volumen moderado mientras leía el material bibliográfico de que disponía (el diario de su madre, libros, otras publicaciones temáticas…), para estar al corriente absolutamente de todo cuando llegara el feliz momento, pero así y todo no estaba a gusto y, textuales sus palabras, se aburría.
_Pensá que dentro de unos pocos días se va a terminar. Quiero decir que cuando nazca nuestra hija de a poco vas a retomar ese ritmo normal – intentó su marido tranquilizarla. El mismo procuraba eso, ante la inminencia del nacimiento –. Nuestras amigas vivieron lo mismo y por lo que supe van de un momento a otro a empezar con eso. Especialmente Elvia. Supe que ella ya se puso de pie, me lo contaron ayer a la noche, mientras salía del templo.

Eduardo había seguido los consejos de Lidia, Zümsar y todos los individuos de ambos sexos que estuvieron en su casa el día del casamiento, y de las hadas con quienes tuto trato y con las cuales sostuvo conversaciones desde ese momento, sobre no desesperarse, obsesionarse ni exasperarse pensando que algo pudiera salir mal. Aun hoy continuaban siendo de una valiosa ayuda esos consejos y palabras de aliento, sobre todo si venían de personas que ya habían tenido la dicha de ser padres (a este respecto, las referencias más próximas estaban al otro lado de la calle, y eran sus suegros), pero conforme fueron pasando los días desde el nacimiento del príncipe heredero, Sebastián, porque eso era el hijo de Oliverio y Elvia, algunos de esos malos pensamientos pudieron recuperar una parte de su fuerza. Al final, Eduardo terminó concluyendo que serían estos como los días previos al casamiento, aunque en una menor proporción.
_Ojalá sea ese mi caso – deseó Isabel, que agregó, tras el primer sorbo de té –. ¿Te confieso algo?. Esto es lo único, y solo eso, que no me gusta de esta situación. La idea de que voy a tener descendencia me vuelve inmensamente dichosa, es así desde que mi hermana y yo advertimos el inicio de la concepción. Pero esto de permanecer encerrada, haciendo nada más que lo mínimo e indispensable… no va conmigo.
_¿Y las cosas que estaban sobre la mesa, en la oficina? – llamó Eduardo, a su lado, otra vez detectando en su compañera la acción, casi compulsiva, de pasarse las manos suavemente por el vientre. Haciendo eso podía sentir los movimientos del bebé –.  ¿Ves?. Eso me parece un buen pasatiempo. Y quien sabe, quizás decidas conservarlo una vez que hayas dado a luz, porque sin dudas que va a servirnos a ambos.
En el curso de los últimos doce a dieciocho días, Isabel había estado recortando todos los artículos periodísticos que hacen tantas o cuantas menciones a situaciones como la suya. “Madres primerizas”, había rotulado al cuaderno en que iba pegando tales artículos. No solo lo veía como un pasatiempo, sino también como un instructivo.
_Se me ocurrió coleccionar esos artículos cuando el aburrimiento alcanzó un nivel más alto – reconoció el hada de fuego, terminando el té –. En ese sentido tuvo poco efecto, y fue más bien un paliativo. Así que lo estoy tomando como otro medio de aprendizaje. La mayoría son cosas que ya conozco, pero de todas maneras son una ayuda.
Se incorporó de la silla con la ayuda de su marido, porque no querían que esa acción representara un problema. El agradecimiento de Isabel fue instantáneo, y tras ello, sabiendo que de un momento a otro el Cuidador dejaría la casa, siendo poco más de las siete y media, hizo lo mismo de cada mañana en que los dos se marchaban rumbo al Templo del Agua, o, desde hacía ya casi un mes, solo su marido: asegurarse que este no se olvidara nada y que estuviera presentable, bien peinado, arreglado y con los zapatos lustrados. “Una parte de las obligaciones de la mujer en el matrimonio”, dijo ella la primera vez que puso en práctica esa costumbre, dichosa por estar cumpliendo con sus tareas como una de las partes de ese dúo, algo que el hombre jamás olvidaba agradecer ni corresponder.
_Te agradezco esto, de verdad – dijo, mientras su compañera y el iban a la sala –. Y no te esfuerces si no es necesario, Isabel. El nacimiento es inminente y precisamente por eso tenemos que estar alertas. Y una vez que por fin se produzca… bueno, no le va a faltar nada, de eso ya nos aseguramos en estos últimos meses.
Desde aquella mañana en que estuvieran en la oficina del CAF uno y otro habían estado comprando ropa y toda clase de artículos para bebés, incluida la cuna, una magnífica pieza de roble, y un moisés, que de momento tenían, dispuestos los artículos con un perfecto orden, en una amplia sala al fondo de la estructura poligonal. >entrar allí los emocionaba enormemente.
_Quisiera no esforzarme, pero aun con todo esto es imposible. Es, como dije, lo único que no me gusta del embarazo – reiteró, lamentándolo, usando sus habilidades telequinéticas para abrir las persianas y ventanas. De inmediato, los rayos solares inundaron la sala. Este sería, como los anteriores, un día cálido y había promesa de lluvia llegada la noche –. En fin… supongo que la historia va a ser otra en los próximos días.

El momento de dicha por excelencia.

Eso sería.

Los dos lo sabían y los mantenía constante y completamente animados.

_Lo va a ser, nos aseguramos de eso – afirmó Eduardo, tomándola por ambas manos y llevándola a uno de los sofás. Supuso que una situación como esta justificaría llegar tarde dos o tres minutos al Templo del Agua –. Cuando Melisa haya nacido vas a estar rodeada de afecto y atenciones y no le va a faltar absolutamente nada. Vestimenta, calzado, atención médica cada vez que la requiera, entretenimiento, la mejor educación que le podamos dar ni tampoco alimento. Mucho menos eso, diría yo.
Esbozó una sonrisa.
_¿Por qué mucho menos eso?., quiso saber Isabel, concentrada mirando un par de escarpines de color rosa, que habían sobrevivido por veinticinco años entre sus posesiones.
Le habían pertenecido a ella, sus padres los compraron cuando Iulí se hallaba atravesando el cuarto mes de embarazo, y durante todos estos años los tuvo en el arca familiar, en el Banco Real de Insulandia.
_Porque es lógico – insistió el marido –. ¿Cómo le va a faltar alimento, habiendo allí ese par de “sandías”? – ilustró esas palabras haciendo un gesto con las manos –. Aplica lo mismo para Akmolu e Ibequgi, porque Cristal e Iulí también tienen… ¡ay!.
Un pellizco, acompañado por el gruñido leve.
_El mismo Eduardo de siempre – protestó Isabel, aunque también riendo, porque hacía mucho tiempo que pudo descubrir que los comentarios como ese tenían su lado bueno, al hacerla reír y levantarle el ánimo en momentos como este, sintiendo ese aburrimiento al tener que quedarse todo el día encerrada no haciendo algo complejo ni pesado –… a veces pienso que palabras como esas van a durar mientras lo hagamos nosotros.

_Pero te divierto y te reís., argumentó Eduardo.Isabel, también su hermana y su madre, ya estaban acostumbradas a que sus compañeros, con más o menos frecuencia, hicieran esa clase de comentarios. Era parte de ser hadas de la belleza y, aunque las hijas de Iulí cambiaran ese don por el elemento fuego – la mayor en la batalla contra Zümsar, el dos de Diciembre, y la menor cuatro días más tarde, el enfrentar a un monstruo en el Vinhuiga -, no habían perdido todos los atributos, y uno de estos eran las exuberancias. Incluso habían crecido, aunque a este respecto adujeron el feliz momento que estaban atravesando.
_Eso es cierto – corroboró Isabel, para quien esos comentarios, si bien podían ser algo “atrevidos y pícaros”, le hacía bien escucharlos. Le agradaba que su marido la considerara una mujer atractiva –. Cambiando de tema, ¿Hay algo especial para hoy en el Templo del Agua?, ¿cómo van las cosas con esas piezas que recuperaron?.
Se había referido a aquel material hallado antes de su casamiento, el cual databa del período más oscuro de la historia posterior al Primer Encuentro: la Guerra de los Veintiocho. La oficina de Arqueología e Historia había llevado a cabo una investigación exhaustiva y descubierto un yacimiento repleto de vasijas, utensilios, unas pocas puntas de flecha y otros elementos. “Un nido”, había dicho el jefe de la oficina al terminar la investigación, refiriéndose a un puesto que el ejército insular instalara allí para proteger el lugar grandioso y todo lo que este representaba.
_En estos días vamos a concluir los análisis y hacer una rueda periodística para presentarlos al público, entonces van a quedar en exhibición en una sala para exposiciones – ratificó el Cuidador, pensando que ese hallazgo había sido, para el en lo personal, un logro temprano –. La verdad es que a todos cuantos trabajamos allí nos llena de orgullo el haber recuperado esas piezas. Incluso a vos… o principalmente a vos.
_¿Por qué incluso a mi?.
_Porque fuiste una de las primeras personas que se topó allí con algo nuevo, olvidado en el tiempo.
Eso era verdad, pues fueron Isabel y un equipo del que ella formara parte las hadas que hicieran los primeros hallazgos de esos restos arqueológicos.
_Por lo menos, valieron la pena el sacrificio y las horas de trabajo; eso no lo discuto., se alegró Isabel, consultando el bello reloj, uno de los obsequios del casamiento, en la pared.

Eduardo también lo hizo y los dos se pusieron de pie. Eran las ocho menos cinco y, para el, el momento de abandonar La Fragua 5-16-7 e ir al lugar grandioso. “No desesperes”, le pidió a su compañera, abrazándola y dándole un beso de despedida, antes de tomar el bastón de mando, uno de los atributos de los Cuidadores, y echarse al hombro la mochila con sus posesiones. “Quisiera”, deseó Isabel, yendo con el hasta la puerta, donde por unos instantes su mente y sus sentidos quedaron concentrados con el leve llanto de Ibequgi, su hermano, desde la casa en la vereda opuesta. “Ellos también están empezando la jornada”, dijo, en alusión a sus padres. “En unos pocos días nos vamos a reunir de nuevo los cuatro… los seis, mejor dicho”, la reconfortó el Cuidador, despidiéndose con un último beso e iniciando el vuelo en dirección a la puerta espacial de Barraca Sola.
Ese día, Eduardo introdujo una variante. Los sesenta minutos que se tomaba para almorzar, entre las doce y las trece, los empleó para volver momentáneamente a La Fragua 5-16-7, encontrando al llegar a su compañera en la sala, preparándose para disfrutar de la comida recién hecha.  A Isabel se le iluminaron los ojos no bien lo tuvo frente a si y, aunque no debía hacerlo, lo hizo. Se abalanzó sobre el, abrazándolo  e inmediatamente ofreciéndole una silla. “Isabel, no te esfuerces…”, reiteró su marido, que sin embargo no dejó de agradecerle el gesto. “No puedo quedarme mucho”, lamentó, ocupando el lugar que le ofreciera la dama, quien ante eso dijo “No importa, porque tu sola presencia, aunque breve, me anima y hace bien”, y con la telequinesia trajo otro plato, desde una alacena en el ambiente contiguo,  poniendo en esta una parte de su abundante porción. “¿Y eso, qué fue?”, reaccionó Eduardo. “¿Te gusta?, la desarrollé esta mañana”, contestó el hada de fuego, en referencia a esa variable de una técnica común a todos los seres feéricos. Isabel había aprendido a usar la telequinesia sin necesidad de estar mirando directamente al objeto que deseara trasladar de un lugar a otro. “Hablando de formas para pasar el tiempo y matar el aburrimiento…”, continuó, explicando que le bastaba con conocer la ubicación exacta del objeto en cuestión y concentrarse solo en moverlo. “Estaba buscando un perfume, después de un baño”, explicó, y se concentró en esa habilidad. Recordando donde estaba, en el botiquín, sobre una de sus estanterías (parte del obsequio de Zümsar para su cumpleaños), se concentró en trasladarlo y, para su sorpresa, lo vio flotar desde esa ubicación hasta sus manos, estando ella en la habitación matrimonial. “Mis felicitaciones”, le dijo Eduardo, con aplausos, contento a causa de este nuevo logro de su compañera.  “Fuera de eso, no fue una mañana diferente a las otras”, siguió manifestando Isabel el aburrimiento. Tuvo unos pocos e insignificantes esfuerzos, consistentes en las labores domésticas mínimas e indispensables, y estuvo la mayor parte de la mañana releyendo los artículos con consejos e información para madres primerizas mientras escuchaba música a volumen bajo. Ambos lamentaron que esa franja de una hora hubiese pasado tan rápido, pero lo hizo, y el Cuidador tuvo que dejar su casa y volver al Templo del Agua, antes de lo cual pusieron en práctica una despedida tan cálida como la de la mañana. “Hasta dentro de cinco horas y media”, dijo Eduardo, emprendiendo el vuelo y perdiéndose en la distancia.

Las horas de la tarde lo encontraron encerrado en su oficina, el tiempo dividiéndolo entre l lectura de documentos legales del lugar grandioso y el armado de la presentación formal de las piezas arqueológicas recuperadas a principios del año, y a Isabel yendo de un ambiente a otro en la estructura poligonal de la casa, buscando con que mantenerse ocupada. Para uno y otro, fueron momentos poco diferentes respecto a los anteriores, apenas rotos por los informes alentadores y siempre felices que llegaban, cortesía de la reina Lili, vía comunicación mental. Yok´a, Suakeho, Wuqelu, Ibequgi, Akmolu, A´bki, Mïzuk y Sebastián ya estaban siendo conocidos y, finalmente, los padres consintieron en que, al día siguiente de este, el diez de Octubre / Norg número cinco, los periodistas se acercaran a ellos y les hicieran los primeros reportajes, y la hizo reír el solo pensar en los amarillistas arriesgándose en un viaje por agua hasta la Casa de la Magia para encontrarse con su hermana y su cuñado.  “Y en Plaza Central”, continuó riendo, sabiendo que Zümsar no era precisamente simpatizante del amarillismo. Tal cual lo prometiera, el Cuidador estuvo de vuelta  a las dieciocho treinta, el mismo horario que todos o casi todos los días, cuando ya las nubes cerraron filas en el cielo y las primeras y solitarias gotas empezaron a precipitarse. “Llegué justo a tiempo”, se alegró Eduardo.

Acercándose las veintiuna, faltando poco menos de un cuarto de hora, ambos disfrutaban de la cena en la sala, como todos los días, acompañados por la música folclórica, iluminados no solo por las velas y sus auras, sino también por los esporádicos relámpagos en el exterior. No era una lluvia intensa, pero aun con eso alcanzaba para transformar el suelo en baro y poner a prueba los nuevos sistemas de la ciudad para contener eventuales inundaciones. “Aguantaron hasta ahora”, comentó Eduardo, luego de ingerir el primer bocado, concentrándose por un instante en aquel triste recuerdo de la Gran Catástrofe – lo que había  empezado como una lluvia normal acabó por transformarse en uno de los peores desastres naturales de todos los tiempos – y la catarata de obras que decidieran hacerse para evitar que aquello volviese a ocurrir. Fue recién a las veintiuna horas en punto que Isabel, sosteniendo el tenedor con la diestra, anunció, con un tono de alarma.

_Eduardo…
_¡Qué pasa, Isabel?., preguntó su marido.
_Ya es tiempo.

Situación por demás apremiante bajo una lluvia de intensidad leve.

_Vamos a la habitación!., decidió el padre, procesando lo que había oído, olvidándose de todo lo demás, levantándose de la silla y tomándola de las manos, sin dejar de insistir mediante gestos faciales que caminara todo lo despacio que fuera posible.
Ese corto trayecto desde la sala hasta el dormitorio matrimonial aparentó durar una eternidad, porque se desplazaron a un ritmo muy lento, apenas levantando los pies del suelo y casi sin despegar los ojos del vientre de la dama, la cual no tuvo dudas al momento de afirmar, volver a hacerlo, mientras su marido abría la puerta en el ambiente de destino con la telequinesia, que el bebé ya estaba en camino. "Solo recién ahora lo entiendo!", dijo, con los dientes apretados, en referencia a lo que Cristal e Iulí, sus familiares mujeres, y sus amigas vivieron cuando fuera su turno de dar a luz. Habían hablado, aunque no en conversaciones extensas, por supuesto, de lo dolorosas, complicadas y peligrosas que fueron esas situaciones. "Iulí lo vivió tres veces y la reina Lili, Lía y Lara dos", dijo Eduardo, que también había escuchado esas palabras, mientras la ayudaba a acostarse sobre la cama, en una escena que parecía en cámara lenta, y superó por mucho el tiempo que le demandara habitualmente. Resoplando aire, y con los ojos cerrados, Isabel halló las fuerzas y concentración suficientes para encender el alumbrado artificial en la habitación. "Necesito que resistas por un momento, se que vas a poder", le pidió el hombre, con un decidido y acentuado tono de súplica, arrimando una pequeña mesa ratona a la cama, tras lo cual empezó a abrir los cajones de la cómoda buscando los elementos que ambos estuvieron preparando en el curso de los últimos días. Una botella con alcohol puro, gasas, algodones, otro recipiente, este con agua.
_Vamos a la habitación!., decidió el padre, procesando lo que había oído, olvidándose de todo lo demás, levantándose de la silla y tomándola de las manos, sin dejar de insistir mediante gestos faciales que caminara todo lo despacio que fuera posible.
Ese corto trayecto desde la sala hasta el dormitorio matrimonial aparentó durar una eternidad, porque se desplazaron a un ritmo muy lento, apenas levantando los pies del suelo y casi sin despegar los ojos del vientre de la dama, la cual no tuvo dudas al momento de afirmar, volver a hacerlo, mientras su marido abría la puerta en el ambiente de destino con la telequinesia, que el bebé ya estaba en camino. "Solo recién ahora lo entiendo!", dijo, con los dientes apretados, en referencia a lo que Cristal e Iulí, sus familiares mujeres, y sus amigas vivieron cuando fuera su turno de dar a luz. Habían hablado, aunque no en conversaciones extensas, por supuesto, de lo dolorosas, complicadas y peligrosas que fueron esas situaciones. "Iulí lo vivió tres veces y la reina Lili, Lía y Lara dos", dijo Eduardo, que también había escuchado esas palabras, mientras la ayudaba a acostarse sobre la cama, en una escena que parecía en cámara lenta, y superó por mucho el tiempo que le demandara habitualmente. Resoplando aire, y con los ojos cerrados, Isabel halló las fuerzas y concentración suficientes para encender el alumbrado artificial en la habitación. "Necesito que resistas por un momento, se que vas a poder", le pidió el hombre, con un decidido y acentuado tono de súplica, arrimando una pequeña mesa ratona a la cama, tras lo cual empezó a abrir los cajones de la cómoda buscando los elementos que ambos estuvieron preparando en el curso de los últimos días. Una botella con alcohol puro, gasas, algodones, otro recipiente, este con agua... "Eduardo, nuestra hija ya viene!", exclamó Isabel, acopiando fuerzas para lanzar ese anuncio. "Lo sé, estoy tratando de pensar!", respondió el (inminente) padre, cuya mente se movía a una velocidad enorme, repasando todo cuanto el y su compañera aprendieran desde mediados de Enero hasta la fecha. "La sala médica!", dijo en voz alta, golpeándose la frente con la palma de la mano izquierda, y la dama, sin dejar de resoplar y sujetarse el vientre, comprendió lo que iba a ocurrir, tan solo uno o dos segundos antes de que su marido le pidiera calma, algo que parecía muy poco probable, e informara que correría bajo la lluvia hasta la sala médica, en el mismo bloque, buscaría la ayuda de las hadas expertas, las parteras, y volvería con una de ellas sin pérdida de tiempo. "Está bien, pero rápido, por favor!", accedió su alma gemela, quien le dijo, además, en el instante en que atravesara el umbral, "Lía y Rafael", en referencia a aquella noche en que Eduardo se ganara definitivamente el aprecio de las hadas y un lugar en la sociedad, cuando, sin experiencia, con un conocimiento mínimo y en condiciones absolutamente desfavorables, ayudara a la jefa de DCS a dar a luz a su primer hijo. "Podría, pero mejor no!", exclamó Eduardo, ya desde la sala, recordando ese instante, y como había actuado por puro instinto, sabiendo que si no actuaba podría haber sido una tragedia para dos personas. Esta vez la situación era diferente. Más que eso, era favorable. Y la suerte continuó estando de su lado, porque no bien abrió la puerta se encontró cara a cara con una médica partera, la misma que el dos de Octubre /Clel número veintiséis se ocupara de su suegra al otro lado de la calle, y a Lidia, la Cuidadora del Templo del Fuego, empapadas de pies a cabeza. "Esperemos no haber llegado tarde", deseó la experta, lamentando el estado en que estaba quedando el piso, con barro, suciedad y agua. El inminente padre le dijo que eso no tenía importancia en este momento, que lo urgente era Isabel en la habitación matrimonial. "Vamos allí", dijo la partera, sin intenciones de desperdiciar un instante. Y apenas unos pasos después entraron y detectaron a Isabel, todavía resistiendo el momento del parto, decidida a esperar que estuviera presente la profesional. "Dejá este delicado asunto en mis manos", pidió al marido, y este y su colega del Vinhuiga abandonaron el dormitorio, Eduardo sin muchos deseos de hacerlo. "Suerte" - deseó a Isabel -, "todo va a salir bien para las dos", y la híbrida cerró la puerta tras la salida de los dos.

_Cómo lo supiste? - preguntó Eduardo a Lidia -, Cómo te enteraste?.
Era una escena idéntica, o cuando menos parecida, a la que protagonizaran Zümsar, Kevin, Olaf, Kuza, el rey Elías, Lursi y Wilson. El experto en arqueología submarina caminaba describiendo figuras geométricas más o menos intrínsecas en la sala, casi sin despegar los ojos de las baldosas, procurando concentrarse en el sonido de las gotas de lluvia en el exterior, y no en lo que ya estaba pasando en la habitación matrimonial. La partera ya había empezado su trabajo y las exclamaciones de Isabel eran de a ratos un indicio de los esfuerzos que estaba haciendo.
Sería así al menos durante media hora.
_Me avisó la reina Lili - contestó Lidia, que había vuelto del cuarto de baño, donde estuvo usando una toalla para secarse, incrementando por un breve lapso su temperatura corporal. Las capacidades de esta híbrida también mejoraban, en su caso a consecuencia de ser Cuidadora -. Estaba volviendo a mí casa, después de haber estado la mayor parte del día en el Vinhuiga... por cierto, mí mamá, Nadia, mí hermana y Yok'a están en excelentes condiciones, también mí papá y Lursi, que estuvieron como vos en este momento. Ya estaba viendo mí casa y casi empezaba el descenso, cuando ella, la reina, me pidió que viniera para acá, porque tú hija estaba en camino. Y a propósito, también dijo que intentaras calmarte.
Poco o nada había cambiado desde que Isabel anunciara que era el momento. El Cuidador del Templo del Agua seguía describiendo formas geométricas, teniendo los brazos cruzados y mirando el piso.
_No vayas a creer que no lo intenté, y que no lo sigo intentando - avisó Eduardo, aún desesperándose al escuchar las voces y los sonidos en la habitación matrimonial. Las exclamaciones de Isabel eran, de a ratos, particularmente fuertes -. Es algo parecido a lo que sentí y viví antes de que Isabel y yo nos casáramos. No importa cuánto conozcas ni sepas, al final es de suponerse que esto pase... Mencionaste a Kuza y Lursi?, Que yo estoy igual a como estuvieron ellos?. Pues bien, es tal cual. Calmarme del todo es una tarea imposible.
_Nos lo prometiste el día de la boda - le recordó la Cuidadora, ocupantes una silla -. A Lía, a Zümsar, a mí... Ibas a intentar no preocuparte, ni tampoco obsesionarte con que algo pudiera salir mal.
_Vos lo dijiste, prometí intentarlo. Y el intento lo hice.
Eso era cierto. Desde que concluyeran la noche de bodas en el hotel de lujo, los dos procuraron conservar cero obsesión y cero preocupaciones, y tuvieron un éxito bastante aceptable durante mucho tiempo. Pero conforme fue avanzando la segunda quincena del octavo mes y la totalidad del noveno, esos temores dieron las señales, mínimas pero evidentes, de estar volviendo. Recurriendo a una enorme fuerza de voluntad, Eduardo e Isabel consiguieron mantenerlos a raya, pero esos temores allí estaban. Y en el caso del Cuidador se manifestaban con este comportamiento que llamaba la atención de su colega del Vinhuiga.
_Podrías hacer lo mismo que mí papá y Lursi - sugirió la híbrida, sabiendo lo atípica de las anteriores y esta situación. Siempre eran las personas adultas quienes daban ayuda y consejos a los menores de edad, y no al revés -, que de hecho fue mí idea. Les dije que se concentraran en el después. En lo que iban a hacer una vez que los bebés hubieran llegado, como la visita a la Dirección de Identidades, porque eso los iba a mantener ocupados.
Sonrió al pensar en los resultados, porque su padre y Lursi lograron relajarse.
_Funcionaría eso conmigo?.
Un sonoro rayo coincidió con otra exclamación. A Lidia le fue difícil advertir si Eduardo había diferenciado un ruido de otro.
_Seguro que si - apostó la nena, balanceando sus pies -. O sino, algo a lo que también le tengo confianza, al instante en que ustedes dos van a estar con su hija dentro de unos momentos... En otros veinte minutos?.
Miró el reloj en la pared, advirtiendo que habían transcurrido alrededor de diez minutos desde su llegada.
_Voy a tomarte la palabra - decidió su colega Cuidador -. Tal vez eso sea lo que necesite.
_Lo obvio es muchas veces lo primero que pasa inadvertido., insistió Lidia.
_Espero que esté sea el caso., deseó Eduardo, aunque conservando las dudas, y, descruzando los brazos y levantando la vista, ocupó uno de los sofás, sin dejar de mirar compulsivamente el reloj, uno de los regalos de boda, y el nacimiento del pasillo.
Otro sexto de hora transcurrió desde ese instante.
Eduardo siguió el consejo de su colega, para quien esta noche se terminaba su papel de portadora de buenas nuevas, y los dos se dedicaron a otro de sus ya acostumbrados intercambios de actualidad e información sobre el Vinhäe y el Vinhuiga - el futuro padre lo hizo sin la compenetración y el entusiasmo de cualquiera de las oportunidades anteriores, considerando las circunstancias -, además de alegrarse porque hubieran empezado a advertir una disminución en la intensidad de la lluvia. "No lo pienso hacer", contestó Lidia con una decisión absoluta, cuando al Cuidador se le ocurriera preguntarle si ya había dado por cancelado su sueño de convertirse en diseñadora de modas. Ese era el gran pasatiempo de la nena híbrida, y cada vez que el tiempo se lo permitía (a la hora de almorzar o un rato antes de ir a dormir, por ejemplo) agarraba una buena cantidad de hojas en blanco, un lápiz y el borrador y se ponía a dibujar diversos tipos de prendas, femeninas en su mayoría. "Es lo que deseo, más que otra cosa", repitió, a lo que su colega, buscando animarla, le dijo, acompañando las palabras con el gesto de los pulgares hacia arriba, que no abandonara jamás ese sueño, si era lo que de verdad quería. "Así como yo me sigo dedicando a la arqueología", concluyó. "O Kevin a las esculturas", agregó Lidia, recordando de este sus palabras cuando coincidieron en esta misma casa, para el casamiento. Al final, intentando alentarla, pero sin dejar de remarcar que en ningún momento debía descuidar su gigantesca responsabilidad como Cuidadora, le sugirió que, cuando fuera uno o dos años mayor, podría tentar a la suerte hablando con personas como Iulí, que llevaban toda su vida trabajando en el ámbito de la moda. "Podría hacerlo ahora", se entusiasmó la híbrida, sin intenciones de descuidar su máxima responsabilidad. "No tenés la edad suficiente", dijo Eduardo, recurriendo a un tono con el que procuró no desanimarla. Y en el momento en que Lidia se dispuso a replicar, diciendo que ser la Cuidadora del Vinhuiga era definitivamente más demandante y complejo que el diseño de modas, escucharon ambos como la médica partera pronunciaba su nombre, con voz alta para hacerse oír sobre los gritos y resoplidos de su paciente, la lluvia que, aunque leve, continuaba...
... y el llanto de un bebé.
"Vamos!", exclamaron al unísono, incorporándose y dando trancos desde la sala hasta el dormitorio. Escuchar ese llanto había sido un motivo más que suficiente para que se dibujara una amplísima sonrisa de felicidad en la cara del arqueólogo. "Solo Lidia", indicó la profesional, asomándose apenas por la puerta abierta. "Pero es mí hija", insistió Eduardo, intentando observar a través de ese reducido espacio. "Los hombres estorban en estos casos", replicó, entre risas, la partera, indicándole además, con unos pocos gestos, que esperara unos minutos más, que antes de que fueran las veintiuna cuarenta y cinco, para lo cual faltaba un tercio exacto de hora, podría estar reunido con su compañera y su hija. "Pero yo hice parte del trabajo!", continuó el flamante padre, que a estas alturas, no cabiendo en sí de la emoción, no podía pensar en otra cosa que no fuera estar dentro de esa habitación con Isabel y Melisa. La médica partera sintió sus mejillas enrojecerse al escuchar esa frase, y la Cuidadora del Templo del Fuego, con un aire de curiosidad y sorpresa, le preguntó que significaba aquello y por qué lo había dicho. Eduardo tragó saliva, habiendo olvidado que Lidia estaba junto a el, y en medio de la conmoción y emoción que ya se apoderaron de el, tuvo la suficiente capacidad de concentración como para enmendar ese descuido, diciendo que el e Isabel habían escrito juntos una carta a la Isla de los Nacimientos, pidiendo que enviaran una cigüeña con el bebé. "Fue eso lo que hicimos", concluyó, resignándose a que tendría que permanecer en el pasillo otro tanto, a la espera. La médica partera volvió a reír, esta vez pensando en lo maravillosas que eran la mente y las ilusiones en las personas de la edad de Lidia, porque, mientras le cedía el paso y tras ella cerraba de nuevo la puerta, creyó detectar a la nena híbrida agudizando el oído para buscar a un ave de gran tamaño que se hubiera posado sobre las tejas de la estructura poligonal. "Díganle que estoy acá", pidió Eduardo, alzando la voz con la emoción y alegría creciendo exponencialmente. Ese futuro no imaginado por el se había vuelto realidad; su hija, esa máxima prueba de amor que se profesaban mutuamente, estaba a escasa distancia y ese llanto ininterrumpido eran para el una melodía que obstruía todo lo demás.
Pensó en que era lo único que le estuvo faltando en lo referido a la familia. La había vuelto a tener casi en su totalidad el día de la boda, consciente de cuan esplendoroso fuera ese día para el, sabiendo que las jornadas de gloria suprema ahora eran dos, la de ese diecinueve de Mayo /Uumsa número veintitrés y la de hoy. "Al carajo, voy a entrar", exclamó, cuando creyó que ya se habían cumplido los veinte minutos.

No bien estuvo dentro de la habitación, la Cuidadora del Vinhuiga vio a Isabel acostada sobre la cama, pestañando con un ritmo irregular, el mismo que presentaban su respiración y los pocos movimientos que estaba haciendo.  El dormitorio tenía las ventanas herméticamente cerradas y estaba iluminado por una treintena de velas, el triple de lo habitual, todas cercanías a la cama, y la mesita de luz a un lado de ella. "Hola", tuvo fuerzas la flamante madre para saludarla, torciendo la cabeza a un lado y viéndola caminar entre los elementos que había usado y continuaba usando la partera. "Lidia, necesito una asistente", le dijo, a lo que la híbrida movió la cabeza de arriba hacia abajo, acercándose a la médica, preguntando para qué era buena. "Para eso", señaló la experta un punto al otro lado de la cama, donde estaban una caja de madera, pequeña y con la inscripción que advertía de peligro biológico - el símbolo de la triple hoja -, y pilas de algodones, telas y gasas que apenas se habían usado, frascos vacíos que hubieron de contener alcohol y otros insumos. "Todo eso tiene que llevarse a un horno incinerador y destruirse" - dijo, explicándole con unas pocas señas que pudiera esos elementos en el interior de la caja, y agregó, porque lo creyó oportunidad -, "y perdón por meterte en esto". Se notaba que la partera estaba nerviosa, andando con pies de plomo; era muy joven, probablemente tuviera la misma edad que Eduardo e Isabel, uno más o uno menos, y no debieron ser muchas sus labores como partera anteriores a esta. "Por qué?", inquirió la Cuidadora, que, siguiendo las instrucciones, se había puesto guantes especiales, un material desarrollado por la COMDE que eran para las hadas lo que el látex para los seres humanos, y dejaba los residuos biológicos dentro de la caja. "Porque este no es ni por equivocación el lugar y momento apropiados para una persona de tu edad", contestó la profesional de la salud, quien había tenido que venir sola hasta La Fragua 5-16-7 porque su asistente, la misma que estuviera con ella en la casa al otro lado de la calle, ocupándose del parto de Iulí, había tenido una urgencia en su casa, lo cual para ella, como para todos, era impostergable

"La familia primero", tradujo la partera, preparando, sobre una de las mesitas de luz, un recipiente ovalado de metal, apenas conteniendo una ínfima cantidad de agua, para higienizar al bebé recién nacido. "Por qué no lo sería?", llamó la híbrida. "Por todo esto, todo lo que estás viviendo ahora", contestó el hada, ayudándose además con su aura amarilla para iluminarse. Los residuos biológicos eran una prueba de eso, como también la escasa sangre sobre la cama (Isabel y la médica tuvieron la oportuna idea de remover dos de las sábanas y ocultarlas, junto con otros pocos elementos, dentro de un cilindro mágico, conscientes de cuánto se hubiera impresionado Lidia al ver la cantidad, decididamente mayor... "Probablemente puesto sus sentidos en alerta?", habló la flamante madre, sabiendo que Lidia había nacido poseyendo las habilidades y cualidades de su padre, y Kuza, como todos los vampiros, sentía una atracción natural por la sangre), Isabel esforzándose por volver a la normalidad y el propio bebé recién nacido. "No estoy asustada ni impresionada", declaró la Cuidadora, mientras la partera empezaba la tarea de higienizar y dar el primer baño a la hija de Eduardo e Isabel. En el caserío donde viviera, en el reino de Umebuzuk, un lugar que a excepción de su madre era habitado por vampiros, eran un tanto más habituales las escenas "fuertes" como esta, pero siempre se tenía el cuidado, un componente de la cultura vampírica, de no exponer a los más jóvenes, individuos como Lidia, a esas escenas. "Excepto las peleas del dos de Enero", dijo, en referencia a los combates que protagonizaban dos varones adultos, mayores de veintiuno, el líder de la aldea o caserío, para ver cuál de los dos, gobernaba el lugar durante el siguiente ciclo, hasta el próximo dos de Enero. "Pero no estoy asustada por esto", repitió Lidia, terminando su labor y cerrando la caja. "La cigüeña me atacó porque accidentalmente casi le arranco una pluma", dijo ( por las dudas, previniendo las "incomodidades") entre risas Isabel. "Por eso cerramos la ventana", agregó la partera, también riendo, siguiendo con su delicada tarea, y ambas vieron a Lidia abrir los ojos de par en par, sabiendo que mantendría esa creencia, tan arraigada en la infancia de los vampiros, hadas e híbrida, por otros dos o tres años.
Cinco minutos más tarde, la partera terminó el baño y la higiene del bebé, y los llantos en este continuaron con muy pocas e insignificantes variaciones respecto al momento en que atravesara el canal de parto. Mientras la flamante madre hacía acopio de las fuerzas que le quedaban (sabía que dar a luz era un trabajo sumamente agotador) por contemplar la escena que estaba desarrollándose a escasos centímetros suyo, la Cuidadora del Vinhuiga, inesperada y voluntaria asistente de este evento extraordinario, porque eso eran siempre los nacimientos, emocional y sentimentalmente hablando, y la médica partera, visiblemente emocionada por haber concluido sin problemas la parte difícil del trabajo, empezaron con los exámenes inmediatamente posteriores sobre el bebé, imprescindibles, además, para conocer su peso y altura. "Acá", indicó la profesional, señalando la bandeja con una balanza mecánica, y Lidia, con suma delicadeza, puso a la recién nacida allí, tras lo que la médica empezó a prestar atención al indicador, una aguja que oscilaba entre el cero y el cinco (el peso máximo), moviendo algunas piezas para calibrar y equilibrar, y cabo de dos minutos, no pudo ser mayor el lapso, la aguja se detuvo en un punto del medidor. "Ese es el peso", advirtió, dando a Lidia la cifra, y la Cuidadora tomó apuntes en una libreta: tres punto cuatrocientos cuarenta y dos kilogramos. Desde la cama, aún esforzándose, Isabel sonrió de nuevo, añadiendo alguna que otra lágrima a la demostración, a causa del persistente dolor (se le pasaría en muy poco tiempo) y la felicidad, ya deseando poder sostener a su hija con ambas manos, y que el padre estuviera a su lado. A continuación, se supo la altura del bebé, para lo cual bastó con una cinta graduada en centímetros; Lidia lo sostuvo con las manos y la experta unió la punta de los talones con la cabeza, y observando uno de los extremos dio la información a la híbrida, que volvió a escribir en la libreta: treinta y ocho punto tres centímetros". Entre las dos, vistieron al bebé con una pijama rosa de seda que había traído la experta, un regalo que hacían las parteras a los padres (celeste si era varón) en estas situaciones por demás felices.
El último paso, para la médica al menos, consistió en llenar dos páginas con la información extraída de esos estudios y los datos de importancia de los padres. Esas páginas, explicó a la Cuidadora e Isabel, se pasarían a limpio en el acta de la Dirección de Identidades, con lo que los padres podrían obtener la carta personal para su hija. "Pero para eso hace falta algo", agregó, y habló a la madre sobre la protección que se daba a los bebés antes que se hubiera cumplido el primer día de su nacimiento. "El rito de la llegada", dijo la híbrida, que había visto esa ceremonia dos veces en un mismo día, cuando nacieron Suakeho, su hermana, y la hija de Lursi y Nadia, Yok'a. Debían reunir tres gotas de sangre de cada uno de los padres, agua, la parte de un organismo viviente, transformada está en un polvillo extremadamente fino, revolver la mezcla y, pronunciando un conjuro, en el idioma antiguo de los seres feéricos, bañar al bebé con el compuesto resultante. Haciendo tal cosa, además se determinaban el color del aura y el atributo del bebé. "Hay que hacerlo ahora o puedo esperar un poco?", inquirió Isabel, dando a entender que lo que más quería en este momento era tener a su hija y su marido junto a ella. "Como te parezca", accedió la médica, mientras ella misma y Lidia iban guardando casi todos los elementos y ordenando la habitación. La lluvia, oyeron las tres, continuaba disminuyendo y ya no se escuchaban rayos ni truenos, lo cual hubo de animarlas. No corriendo ya esa interferencia, pudieron concentrarse en el bebé, que, a casi veinte minutos de haber llegado al mundo, se hallaba en los brazos de su madre. Isabel, con solo mecerla, logró que Melisa se calmara, a lo que tanto ella como la partera entendieron lo que eso significaba, así se lo explicaron a Lidia: solo los padres serían capaces de tranquilizar a un bebé de esa manera, deteniendo incluso el llanto. "Reconoció que está en los brazos de su madre?", inquirió la nena, a lo que la partera, que se disponía a abrir la puerta para permitir el paso de Eduardo, contestó que si.
Como lo sospecharon las tres, el padre estuvo apenas a segundos de ingresar, antes que la médica o Lidia hubieran dicho que ya podía hacerlo, y ya estando dentro, no demoró un instante en ir, con la vista fija, al pie de la cama. Ambos padres sonrieron al verse uno a otro, después a su hija y nuevamente entre si, comprendiendo que este era el momento de gloria con que tanto soñaron desde aquella noche en que Isabel hiciera pública la concepción. "Nuestra hija", dijeron al unísono, en tanto el padre se sentaba a un lado de la cama, en el borde de esta,  y la madre lograba, gracias a ese acopio de energía, quedar recostada contra el respaldo. "Pueden dejarnos solos un momento?", pidió cordialmente Eduardo, a lo que la médica y Lidia salieron de la habitación. "Vamos a estar en la sala", anunció la nena, enterneciéndose tanto como lo haría cualquiera que presenciara una escena como esa; pero ya era tarde, porque para los padres había dejado de importar todo menos ese bebé al que le prestaban toda la atención. Tal cual, no repararon en la puerta cerrándose, ni en el viento o la lluvia que disminuía. Así, había pasado otra media hora antes de que pudieran empezar a contenerse. Físicamente al menos, porque la mente de los dos continuaba moviéndose a velocidades increíbles. La emoción y felicidad que sentían ahora tenían la misma intensidad que las que experimentaran el día de su casamiento, como sabrían, a ciencia cierta, que pasaría, y fue tan solo porque el padre observó sin querer en el reloj que este y su compañera instalaran en una pared que habían pasado cincuenta minutos desde el nacimiento de Melisa - faltaban ciento cinco minutos para el nuevo día -. "Voy a buscar a la partera y a Lidia", avisó, caminando de espaldas, sin apartar la vista de ambas, pensado en todo lo maravillosa que sería su vida de ahora en adelante, y al cabo de segundos estuvo de vuelta con las mujeres, a quienes había hallado de pie en la sala, hablando acerca de lo que vivieran está noche.

Están listos?., llamó la partera, sosteniendo un pequeño elemento cortante con la diestra.
Había una vasija sobre la mesita de luz, allí donde antes estuvo la balanza, que de momento no contenía nada más que un litro de agua. Allí prepararía la mezcla para bañar luego a Melisa.
_Estoy cien por ciento listo., se comprometió Eduardo.
_También yo., coincidió Isabel, estirando el brazo derecho, sosteniendo con el izquierdo a su hija.
_Pues, siendo así, vamos a proceder con el ritual de la llegada - anunció la partera, que pidió a su "asistente" -. Vas a revolver el contenido cuando estén todos los componentes en la vasija... Estás lista?.
_Si., contestó la híbrida.
Ninguno necesitó decir otra palabra, y acto seguido la médica provocó cortes insignificantes en los padres, en la muñeca derecha de Isabel y la palma izquierda de Eduardo, y recolectó las seis gotas de sangre en un recipiente no más grande que un dedal, antes de echarlas al agua. Anunció que era el momento de hallar ese fragmento de un organismo vivo, algo que no tenía un tiempo determinado - "Puede tardar", avisó -. Sosteniendo con ambas manos una muestra de Melisa, con los ojos cerrados y abriendo las ventanas y persianas, contenta ella y los demás porque ya no llovía, pronunció un conjuro en el idioma antiguo, con las manos en lo alto y exponiendo la muestra al aire, que al cabo de cinco minutos, más o menos, a nadie le importaba demasiado, emitió un breve resplandor multicolor, antes de volver a la normalidad.  "Es la señal de que halló algo", informó por lo bajo, porque requería de concentración hasta el final. No se trataba únicamente de encontrar el fragmento, sino también de guiarlo a su destino, y eso podía tardar, porque que lo hubieran hallado no significaba que estuviera a pocos metros de la vivienda. La muestra estaba vibrando levemente, actuando como un llamador, y a medida que las vibras se hicieran más intensas, eso significaría que la parte de un organismo vivo estaba cada vez más cerca. Y el fin súbito del vibrar que ya había llegado. La médica partera continuó pronunciando el conjuro por un lapso muy breve, hasta que las vibraciones se hicieron lo bastante fuertes como para que también temblará sus manos. Y entonces, apareció. Envuelta en una esfera multicolor, el fragmento apareció flotando a escasa distancia del suelo, que estaba mojado y con unos pocos escombros y ramas, y fue a parar a sus manos.
_Eduardo, te felicito - dijo la experta con una sonrisa -... es una forma de vida acuática.
_Queremos verla!., reaccionó el padre, visiblemente emocionado por la noticia.
Isabel también lo estuvo, por supuesto, y de los demás fue la primera en advertir que era una escama, de tonos opacos. Lidia también estuvo observando y, como apreciaron los adultos, hallando más emocionante y divertida esta parte de su trabajo como asistente que la anterior. La híbrida, nuevamente con las manos protegidas, dispuso de la muestra, y luego de los guantes, en la caja con los residuos biológicos, antes de situarse otra vez junto a la vasija, al tiempo que la médica transformaba la escama en el polvillo y a este mezclaba con el agua y la sangre. "Necesito a su hija unos instantes", anunció, y fue el padre quien, con sumo cuidado, puso a Melisa en sus manos. El bebé estuvo nuevamente en el recipiente metálico ovalado, libre de la pijama rosa y agitándose, porque de seguro habría advertido que no se encontraba ya con sus padres. "Está listo", informó Lidia a la partera, inclinando la vasija y mostrando el contenido, un líquido que combinaba el rojo claro con los tonos opacos del polvillo. "Tienen que verlo", anunció la experta, sabiendo que los matrimonios nunca querían perderse esta parte, y despacio, pronunciando otro conjuro, fue vertiendo el compuesto sobre el cuerpo de Melisa, que seguía agitándose, y mostrando las primeras señales de que volvería a llorar. Ese resultante no fue a dar al fondo del recipiente, al menos no todo. Solamente lo hizo la cristalina agua, porque el polvillo y la sangre, apreciaron, habían sido absorbidos por el bebé, y ahora formaban parte de su organismo.
_Éxito!., proclamó la médica, en tanto ella vestía nuevamente a Melisa y Lidia guardan uno a uno todos los elementos.
_Definitivamente, un hada del agua., se emocionó Isabel, otra vez con su hija en sus brazos.
_Y tiene tu aura., agregó Eduardo, igual de emocionado.
En efecto, cuando miraron, los padres, y también la Cuidadora y la médica, detectaron como iba haciendo su aparición un finísimo halo de color violeta que, antes que se hubieran dado cuenta, estuvo contorneando al bebé. "Bienvenida, Melisa, hada del agua!", exclamaron los padres al unísono, teniéndola nuevamente en medio de ambos. Casi podían advertir que ni Eduardo ni Isabel iban a conciliar el sueño esta noche, ni lo harían aún pudiendo, y la experta y Lidia, tan enternecidas como el primer momento, la partera porque así se ganaba la vida y la híbrida porque ya había visto dos escenas como esta, una de ellas el nacimiento de su hermana, con una diferencia de alrededor de cinco horas, y en la misma habitación, entendieron que su momento en La Fragua 5-16-7 estaba, al menos por ahora, llegando a su fin. Lo último pendiente en el dormitorio de ese matrimonio era completar una tercera página, esta vez con la información adicional acerca de lo ocurrido, y la partera y Lidia tendrían que estampar sus firmas en las tres páginas. Las dos lo hicieron y le empezaron a dedicar sus últimos gestos tanto al bebé como a sus progenitores, a quienes dijo la médica:
_Esta es la dirección de mí casa, en Kilómetro Uno - consignó la información en una hoja y dio esta al matrimonio -. Si tienen alguna duda pueden ir a buscarme. O a la sala médica. Mí prometido y yo trabajamos en ella en el tercer turno, desde las dieciséis hasta el final de cada día hábil, el es médico pediatra.
_A mi también me pueden llamar, si me necesitan para algo - agregó Lidia -. Vamos a trabajar cerca, de hecho, en los lugares grandiosos. Así que si ese contacto, si les resulta útil, pueden aprovecharlo.
_Se los agradecemos mucho., correspondió Isabel, meciendo a Melisa, que otra vez relajada se había puesto a dormir.
_También yo., añadió Eduardo.
Unos minutos antes de las veintitrés, el flamante padre estuvo en la puerta de la casa, traspasando el umbral para despedirse de ambas mujeres. Quiso recompensarlas por este gran servicio que les brindaran, pero se negaron, alegando no solo se había tratado de algo que se hacía  sin recibir compensaciones. La médica partera les recordó que no solo no cobraban por asistir a los padres al momento del nacimiento de su descendencia, sino lo contrario, teniendo la mitad del costo total garantizado por el Estado, específicamente por el Consejo SAM, a través de reducciones impositivas en los dos meses posteriores al feliz momento. Y Lidia no quiso dejar de decir que era para ella una forma de retribución y agradecimiento para con Eduardo e Isabel, por todo lo que hicieron estos por ella y sus padres, Lara y Kuza, cuando las ayudaron en su adaptación a la sociedad y cultura insulares.
_Gracias por todo lo que hicieron esta noche por Isabel, por Melisa y por mi!., todavía exclamaba el Cuidador del Vinhäe, aún cuando la profesional de la salud ya hacía su ingreso en la sala médica y la híbrida ganaba la suficiente altura.
Después de unos breves instantes en que estuviera contemplando el paisaje, el estado en que quedara luego de la lluvia, volvió a la sala y cerró la puerta. Había visto como las nubes se movían velozmente empujadas por el viento, lo cual significaba que el cielo estaría despejado en no más de dos horas, la vegetación cubierta por una fina capa de agua, el barro... Pero lo más importante en lo emocional y lo anímico, a su suegro asomándose por una ventana de La Fragua 5-11-8 y saludando agitando los brazos. Wilson e Iulí, evidentemente, ya se habían enterado del feliz acontecimiento.
_Ya lo saben?., se emocionó Isabel.
Aún recostada sobre el respaldo, y pese al enorme esfuerzo que había implicado el alumbramiento, era capaz de ignorar por completo el cansancio. Ahora, en su mente, lo único seguro para ella era quedarse despierta y lúcida. Los dos atravesaban uno de los momentos más felices, y lo aprovecharían al máximo.
_Si - contestó su marido, sosteniendo a Melisa. "El futuro que nunca imaginé", pensó, temblando. La emoción no desaparecería, puntualmente en su caso, en el corto plazo, ni siquiera en el medio -. Vi a Wilson saludando a través de la ventana. Seguro ellos oyeron el llanto de nuestra hija, el primero y los que siguieron. O sea que lo supieron al momento de que pasara, como nosotros cuando nació tu hermano hace una semana.
"Mí cuñado", dijo en silencio, acompañando el pensamiento con una sonrisa.
_Quisiera estar ya mismo con ellos. Se que es un imposible, pero aún con eso - lamentó Isabel, tomando una jarra y un vaso. No era porque tuviera sed, sino porque había, una secuela leve del parto, quedado algo deshidratada -... estos eventos se tienen que compartir cuanto antes con la familia entera. Este fin de año tenemos que hacer todo cuanto esté en nuestras manos para reunirnos de nuevo. Acá, en la casa al otro lado de la calle o en la Casa de la Magia, pero hay que hacerlo.

Quizás el estado físico de Isabel quedara afectado, y no era para menos, después de semejante esfuerzo. Pero, mental y emocionalmente, no tenía un solo aspecto negativo que de una u otra manera le jugara en contra. Recostada, ya armaba planes, impulsada por este maravilloso acontecimiento, como la reunión para el último día del año. Rápidamente se puso a pensar en fechas para ir a la Dirección de Identidades, en qué ejercicios hacer para recuperarse y con cuál ritmo, reuniones con su madre y sus amigas e incluso una fecha en la que reincorporarse a sus obligación laborales.
_Mejor vamos despacio, Isabel - recomendó Eduardo, silbando por lo bajo, haciendo que sonara como una suave melodía, una canción de cuna. Melisa demostró cuan calmada y a gusto se sentía, recuperando ese sueño que parecía estar perdiendo -. Ya vamos a tener el tiempo suficiente para recuperarnos, y volver al ritmo habitual en nuestra vida.
Y aseguró que no iría al Vinhäe hasta el lunes (hoy era jueves), decidiendo que su prioridad absoluta eran ella y su hija.
_Ausencias justificadas, según la carta orgánica del lugar grandioso, y las leyes que garantizan la licencia por parte - interpretó Isabel, respirando con cierta dificultad. Otra de las secuelas leves, que muy probablemente fuera cosa del pasado para el momento del alba -. Puedo pedirte un favor, Eduardo?.
_El que sea... Cuál es?.
_Podrías ir al dormitorio de junto a buscar la ropa que estuvimos comprando y la cuna?. Me gustaría tener frente a los ojos esa imagen.
_Que no se diga una palabra más., accedió Eduardo, pasando con todo el cuidado el bebé a su madre.
Reapareció en la habitación matrimonial a los pocos minutos, con un cilindro ceñido al cinturón y moviendo la cuna con las dos manos. "No pesa, pero es incómoda", dijo, dejándola a un lado de la cama
_Y además te traje esto - añadió, al tiempo que sacaba del cilindro un cuaderno con sus páginas en blanco y un lápiz -. Aunque dudo que lo quieras hacer ahora, pensé que... no se... Mañana?. Escribir con detalles las cosas que viviste y sentiste. Me consta que Elvia y Lía lo hicieron.
Isabel le agradeció el gesto, era de esperarse, y no dudó, así se lo hizo saber, que escribiría en ese cuaderno todas sus experiencias y vivencias desde que anunciara que había llegado el momento de dar a luz, alrededor de las veintiuna. "Casi todos los detalles", terminó. Pero, como quedó de manifiesto, de momento no quería hacer otra cosa más que esa, más que disfrutar de la agradabilísima y gratísima compañía de Eduardo y Melisa. Así que a eso se dedicó.
_Nos esperan siete días extenuantes - avizoró, sin haberse tenido que esforzar para eso. Era lo mismo que vivieran, y aún lo hacían, su madre y su hermana, Lara, Lía, Iris, Nadia, Elvia y la reina Lili -. Tenemos que empezar a organizar y distribuir todas las cosas - se refería a los artículos para bebés que guardaran en la sala vacía -. A simple vista parece una tarea sencilla, pero no lo es. No sé trata solo de dejar esas cosas en los armarios, los cajones en la cómoda y eso... hay más.
_Estoy de acuerdo - coincidió Eduardo, asegurando la cuna a uno de los laterales de la cama matrimonial -. Yo me ocupo de eso. Vos no te esfuerces. Necesitás recuperar la fuerza y energía antes de volver a lo cotidiano. Ahora no pienses en nada más que eso.
_Al final cambiaste, y eso me alegra - observó Isabel, ahora emitiendo ella los silbidos por lo bajo. No deberían preocuparle por ahora las raciones de leche materna, porque esto recién se convertiría en una parte de sus actividades diarias a las noventa y seis horas del gran evento, alrededor de las veintiuna treinta del trece de Octubre / Norg número nueve -. En tus primeros días no eras capaz ni por error de ocuparte de cualquiera de los quehaceres domésticos. Todavía me acuerdo que aquella primera noche, mientras Cristal y yo preparábamos la cena, vos descansabas lo más tranquilo en la sala.
_"Apúrense, por favor, porque ya tengo hambre", les dije. Yo también me acuerdo de ese momento - rememoró Eduardo, que, habiendo ya terminado de instalar la cuna, y dejando el cuaderno y el lápiz sobre la cómoda, estaba sentado otra vez en el borde de la cama. Quería que Isabel estuviese relajada, y eso incluía dejarle toda la cama a su disposición -. Pero lo que vi desde ese momento, todas las experiencias que tuve y las personas que conocí... eso en conjunto provocó en mí una transformación. Lo que vivimos el día de nuestro casamiento y esta noche son, al menos yo lo creo así, las principales pruebas de eso. Si hasta empecé a dejar, por más que los resultados sean casi nulos y muchísimo más que lentos, de decir alguno que otro de esos "comentarios guarangos", como los llamás vos.
_Eso me parece muy bien., se alegró Isabel con una sonrisa.
_Pero no lo puedo evitar del todo - continuó el marido, acercando la oreja derecha a su hija. La respiración de Melisa era cuando mucho un sonido apenas audible y perceptible -. Sobre todo en casos como el de la noche de bodas... lo cual me hace pensar en otra cosa.
_En cuál?., quiso saber Isabel.
La dama se había puesto el disfraz de la "Princesa de Rosa", la protagonista de una de las historietas más popular de todos los tiempos, consciente de que eso aumentaría el deseo y la pasión en esas horas tan especiales para ambos.
_En que si estando embarazada de cinco meses te luciste tan atractiva y seductora vestida así... Lo que podrías ser una vez que hayas recuperado tu figura tan agradable a la vista!.
_Calentón!., protestó Isabel.
Entre sus gruñidos leves y la sonrisa, ambos dejaron en punto muerto este tema y se dedicaron de lleno a su hija, lo que de verdad les interesaba e importaba. Como ya lo plantearan, Melisa justificaba por demás pasar la madrugada despiertos, animadísimos y extremadamente contentos. "La mejor manera para ir terminando el año", definió Eduardo, meciendo al bebé de lado a lado, a lo que Isabel, coincidiendo, le dio el premio acostumbrado. "Esa frase me gustó mucho", celebró, al besarlo.



FIN



  --- CLAUDIO ---

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