Las dos horas con cuarenta y cinco minutos
del Lunes seis de Enero, en La Fragua, 5-11-8.
Cada pareja había contado sus experiencias
con todos los detalles, incluso los de importancia menor, durante las últimas
seis horas y tres cuartos. Eduardo e Isabel en el Templo del Agua, y Kevin y
Cristal en la Casa de la Magia. Para cuando concluyeron las narraciones y
explicaciones, entre monosílabos y palabras que demostraron confusión y
conmoción (aún persistentes) con sorpresa y buenas expectativas, no quedó aspecto
por contar, o describir, respecto de la jornada de ayer, de lo que vieron,
vivieron, sintieron y experimentaron los cuatro. Al final, coincidieron en que
lo más difícil sería el momento de la despedida, dentro de una semana, cuando
Kevin y Cristal tuvieran que abandonar Insulandia, todo aquello que los rodea
desde la infancia más temprana. "No va a ser alegre ni fácil ese
momento", repitió el anfitrión, poniendo su taza boca abajo, y apagando el
cigarrillo en el cenicero. No lo sería especialmente para las hermanas, cuyo
vínculo iba mucho más allá de la sangre y el lazo parental. Cristal e Isabel
eran mejores amigas, confidentes, fuentes de consuelo en las adversidades y no
había existido un solo día en que no estuvieran juntas, por el motivo que fuere,
desde el menos hasta el más importante. Ahora, en cambio, cabía la posibilidad
de que se encontraran únicamente en los días de la Transición y los de sus
cumpleaños. Al final, buscando mitigar y atenuar la tristeza que les provocaba
a las damas el saber que no se verían más de cuatro días al año (eso como
mínimo), sus novios decidieron que lo mejor era permanecer juntos desde este
momento hasta que llegara ese día, el cual tendría para todos una mezcla de
emociones positivas y negativas y las mismas dudas que venían teniendo no bien
Biqeok y Rorha legaran sus puestos. Eduardo repitió a la pareja anfitriona el
anuncio sobre la reunión que planificara para este mediodía en el Templo del
Agua, y que le gustaría que su mejor amigo y su futura cuñada estuviesen allí
como oyentes, en la primera fila. "Aceptamos!", exclamaron a coro,
sin que destacara uno sobre el otro. También acordaron encontrarse con Wilson e
Iuli y contarles los extraordinarios acontecimientos, poniendo énfasis en lo
ocurrido en la Casa de la Magia, porque las experiencias de Eduardo en el
Templo del Agua ya habían corrido velozmente y de seguro los padres de las
hermanas ya estarían al corriente de tales hechos. Eduardo, Isabel, Kevin y
Cristal también estarían juntos cuando llegara el momento de ir cerrando uno a
uno todos sus asuntos, que en el caso del artesano-escultor y la médica sería
más difícil y doloroso, porque no estaría limitado al aspecto laboral, sino a
todos los aspectos. Para ellos daba inicio, como ya lo dijeran varias veces desde
las palabras de Rorha, una nueva vida, una muy diferente a la que venían
llevando hasta hoy. Siempre en grupo, averiguarían la identidad del hada que
había sido nombrada al frente de todo en el Templo del Fuego por Seuju, la
última Cuidadora, a la que quizás conocieran mañana, durante la rueda de prensa
que había sido planificada por la reina Lili. "Todo lo que podamos" -
insistió Isabel, a quien no le resultaría sencillo desprenderse de la compañía
y soporte de su hermana, por todo cuanto vivieron juntas -, "y lo que no
también". Retomando brevemente el par de eventos, en otro intento por
concentrarse en lo positivo, no tanto en lo que dejarían atrás (lo negativo),
compararon y hablaron sobre lo ocurrido inmediatamente después de que los hombres
fueran designados como Cuidadores. "Creo que fue lo único distinto",
apreció Eduardo, que fue recibido por los sobrios aplausos primero, al dejar la
amplia oficina que hubo de convertirse desde ese momento en su nuevo lugar de
trabajo, y los vítores y ovaciones no bien estuvo en el exterior de la torre.
El y su novia, la flamante e inusual segunda al mando (la primera vez en la
historia que un hada de fuego alcanzaba allí ese puesto jerárquico), se vieron
inmersos en el clamor de las hadas y elementales que los escoltaron desde allí
hasta el gimnasio en que tuvo lugar el debut en solitario contra el monstruo,
algo que fue para el un entretenimiento, más que cualquier otra cosa. Por su
ubicación, por ese peligroso y alejado emplazamiento, en la Casa de la Magia no
hubo una sola persona, más allá de la reina Lili y Cristal, que diera la
bienvenida al artesano-escultor luego de
la despedida de Rorha, ni una multitud que lo acompañará en procesión hasta la
estructura donde sostuvo su batalla. "Detalle menor y no importante",
juzgó Kevin, quien creyó que su estado nervioso no lo soportaría . Todo el
mundo se habría enterado de la identidad del Cuidador y del parentesco de este
con Ukeho antes que el hubiese terminando de procesarla.
_Podemos pasar la noche acá? - quiso Isabel,
no sintiendo deseos de volver a su casa esta noche. Lo que sentía y sus
emociones aún eran confusas -. No quiero estar allá. Además, si nos quedamos,
podríamos ver a nuestros padres cuando lleguen a la mañana - dirigió la vista a
su hermana -. Dormir un rato seguro va a serme de ayuda. Lo necesito.
_Por supuesto! - accedió Cristal gustosa,
incorporándose -. Vamos, les voy a mostrar la habitación. Ya la conocen, pero
Kevin, nuestros padres y yo estuvimos haciendo algunos cambios.
Los hombres también dejaron sus lugares.
No era la primera vez que Eduardo e Isabel se
quedaban. En tres oportunidades lo habían hecho, solo en el último trimestre,
y, como aquellas veces, ahora tampoco los anfitriones se mostraron en
desacuerdo ni desconformes con la presencia de sus familiares.
_Pasen., indicó Kevin, abriendo la puerta y
señalando el interior.
Estructuralmente, no había diferencias con
respecto al dormitorio en la vivienda de los huéspedes, tampoco en lo estético
y las dimensiones. Incluso la cama, la mesita de luz y los otros muebles
estaban dispuestos de manera parecida. "Están en su casa, si necesitan
algo solo avisen", indicó a la pareja Cristal, y cerró la puerta, dejando
que su futuro cuñado y su hermana se instalasen. "La misma vista que
tenemos nosotros", observó el flamante Cuidador del Templo del Agua, con
un rápido vistazo a través de la ventana, mientras su novia se quitaba los
zapatos - los anfitriones debían estar haciendo lo mismo -. En el exterior, tal
fue su observación, estaba el característico escenario de mitad de la
madrugada, pues habían pasado las tres. Casi no había ruidos, solo el de los
animales de hábito nocturno, ocultos a la vista, y no se agitaban las hojas ni
el césped; apenas unos pocos liuqis se movían a nivel del suelo, para variar
serpenteando entre los arbustos, y algún que otro gnomo a la vera del camino,
ambas especies habiendo salido a conseguir sus recursos alimenticios; y las
hadas allí afuera se limitaban al transportista en solitario que conducía una
carreta de gran tamaño repleta de mercancías y el par de empleados de la
CONLISE, moviendo un pesado contenedor con la telequinesia. Eduardo ya conocía
de sobra ese estilo de vida, porque en Las Heras y sus alrededores casi no
había movimiento después de determinada hora a la noche de un día y hasta la
salida del Sol del siguiente. En esos lugares la mayor parte del movimiento,
cuando no todo, se remitía a no más de dos o tres camiones circulando por las
rutas principales locales y, en el caso de su ciudad natal, una ruta que
llegaba hasta el área metropolitana, además de la avenida principal. Pensó que
ese silencio y el escaso movimiento bien podrían engrosar aquella lista de
aspectos comunes a ambas sociedades, y, mientras se quitaba los zapatos y la
camisa, ya listo para dormir, buscó una frase y un párrafo conciso para
referirse a ese aspecto, al que quizás agregara mañana. "Notarás que las
sociedades no son tan diferentes", le dijo Isabel, ya acostada, buscando
conciliar el sueño. Ella también conocía de sobra ese panorama, escenas tan
típicas de la madrugada, porque en varias jornadas tuvo que permanecer
despierta con la ausencia del astro rey, ocupándose de esos trabajos e
investigaciones que continuaba y completaba en su casa. Tan solo las grandes y
masivas celebraciones, reuniones y festividades quebraban esa monotonía.
"Allí siempre fue así?", le preguntó a Eduardo, refiriéndose a su
ciudad natal. "No siempre", contestó el hombre, diciéndole que en
otras épocas aquella zona había tenido más movimiento y actividad, algo que el
no había llegado a ver, y que conocía por los relatos de quienes tuvieron esa
suerte. A medida que la industria en general sufría descensos paulatinos en su
competitividad y productividad, los pobladores emigraban a lugares mejor y más
preparados, en busca de oportunidades laborales y de desarrollo. Cómo
consecuencia, Las Heras y los lugares vecinos iban quedando estancados, con
pocas posibilidades de progreso y, en los peores casos, incomunicados casi en
su totalidad al no existir, en calidad y cantidad, los suficientes medios de
transporte que los vincularan con otras ciudades. Tan solo en los últimos años
se había visto bastante como para asumir que la situación estaba cambiando.
_Tampoco ustedes, eh?., llamó Kevin,
soñoliento, consciente de que los huéspedes contestarían que si a esa pregunta.
Eduardo e Isabel estaban ocupando un mullido
sofá en la sala, concentrados en la lectura de un libro sobre hechos destacados
de la historia del reino de Espal, la patria natal del artesano-escultor,
comentando en voz baja algunos artículos. Ese era el resultado de haber dormido
entrecortadamente, siempre por pocos minutos. "Cómo podríamos?",
llamó el arqueólogo, viendo el estado los anfitriones, idéntico al suyo y el de
Isabel. Los individuos allí, saltaba a la vista, estaban cansados y tenían
sueño, pero les era imposible dormir esas tres o cuatro horas de corrido que se
propusieron. No era para menos, con todo lo que experimentaron y vivieron ayer
en la Casa de la Magia y el Templo del Agua, y con todo lo que tendrían que
hacer durante este y los siguientes días.
_No podemos., sentenció Isabel, reprimiendo
dos bostezos en pocos segundos.
Cerró el libro, volviendo a dejarlo en la
repisa, buscando una distracción, algo que la despabilara un poco ("Al
menos eso", quiso), creyendo haberla encontrado en la carreta estacionada
en el frente de la propiedad. "Hoy llegó puntual", elogió su hermana,
tomando dos monedas de veinte soles. Cómo cada mañana los días hábiles, el
lechero pasaba por La Fragua desde un tambo cercano entré las cinco y las siete
de la mañana, y ofrecía sus productos cada por casa a ocho soles el litro. En
efecto, el conductor pronto estuvo llamando a la puerta, y para su asombro fue
Eduardo quien se ocupó de la compra. "Mejor prepárense" - advirtió a
este e Isabel, intercambiando las monedas por cinco botellas repletas de leche
vacuna -, "creo que ya los están buscando". Y, en lo que el
comerciante reanudaba su trabajo, las hadas en la sala advirtieron que se había
referido a los amarillistas.
_Si hubieran sabido que Kevin es el nuevo
Cuidador de la Casa de la Magia, seguro habrían acampando en el frente de
nuestra casa, buscando la primicia. Hay unas pocas veces en que lo hacen, sobre
todo con los actores y actrices - dijo Cristal, consciente de que los
amarillistas no se perderían la oportunidad de una entrevista. Miró a su
hermana y Eduardo y les preguntó -. Qué piensan hacer ahora?.
_Volver a nuestra casa - quiso Eduardo,
demostrando Isabel su aprobación con gestos faciales -. Necesitamos asearnos y
cambiarnos la ropa y los zapatos. Después de lo extenuante que fue la jornada
de ayer, lo necesitamos. Si los amarillistas ya están merodeando... podemos
evadirlos de irnos ahora. A ustedes les parece bien que volvamos dentro de...,
que se yo, noventa minutos?.
_Me parece perfecto - contestó Cristal, a lo
que Kevin convino moviendo la cabeza de arriba hacia abajo -. Nosotros vamos a
hacer lo mismo. Y podemos tener listo el desayuno para cuando ustedes estén de
vuelta. Puede que nuestros padres estén aquí en ese momento - se dirigió a su
hermana -, o un poco después.
_Entonces, nos vamos ahora - dijo Isabel,
reafirmando aquello de que este día y los siguientes serían muy arduos. Apenas
tendrían tiempo para descansar y dormir unas pocas horas -. Si es cierto lo que
dijo el lechero hace un rato, y los amarillistas andan cerca, no quisiera, y se
que ustedes tampoco, que nos descubran en este estado. Los cuatro estamos
hechos un desastre.
Sus ojos se movieron fugaz y rápidamente de
uno a otro los presentes en la sala y ella misma. Puso especial atención en las
camisas de los hombres, que además de sucias estaban rotas, a causa de las
batallas contra los monstruos, y a su hermana, que de los cuatro era quien
mayores esfuerzos hacía por no soltar un bostezo sonorísimo. "Un
asco", reiteró, mientras el anfitrión abría la puerta que daba a la calle,
hallando el típico movimiento de las seis de la mañana. Los huéspedes se
asomaron, viendo tan solo a media docena de individuos desde allí, ninguno en
esa calle. "Hasta dentro de una hora y media", dijeron para
despedirse, cruzando a la vereda opuesta. "No veo a los amarillistas, eso
es bueno", se alegró Cristal, aun lamentando su estado y el de su novio,
sabiendo que si llegaban a verlos así sería para ellos una comidilla. Se vuelta
en la sala, empezaron a prepararse. "Yo primero", quiso la dama,
tomando calzado y ropa de uno de los armarios, dejando al Cuidador de la Casa
de la Magia, ojeroso y cansado, ocuparse de dejar presentable el dormitorio
principal. "Está bien", accedió Kevin, recurriendo a la técnica de la
telequinesia para empezar esas tareas, sabiendo que eran estos los últimos días
que las harían el y Cristal en esta casa.
Tal cual lo prometieron, Eduardo e Isabel,
otra vez de punta en blanco, estuvieron en la casa al otro lado de la calle
apenas pasadas las siete y media, y hallaron a los anfitriones en las mismas
condiciones que ellos. “Pasen, están en su casa”, los invitó Cristal, y la
primera impresión que tuvieron fue la de Kevin disponiendo sobre la mesa al
antiquísimo juego de té que le heredaran sus padres. “Recién hecho”, informó,
vertiendo agua hirviendo en las tazas, e indicándoles que ocuparan cualquiera
de los lugares alrededor de la mesa. “¿Legaron ya Wilson e Iulí?”, quiso saber
Eduardo, eligiendo uno de los laterales, en lo que las hermanas destapaban uno
de los cilindros., donde Isabel y su novio pusieron tres docenas de facturas y
medio kilo de galletitas de chocolate. “Justo ahora”, informó la anfitriona,
mirando a través de la ventana como sus progenitores aterrizaban frente a la
casa. Isabel les abrió la puerta y se produjo entonces lo que todos estuvieron
visualizando desde la noche de ayer. A los cordiales saludos y palabras con que
iniciaban la jornada cada vez que desayunaban en familia, que
habitualmente se prolongaban durante
cuatro o cinco minutos, se agregaron esta vez otra tanda de buenos augurios y
felicitaciones a consecuencia de los acontecimientos, trascendentales según las
opiniones de todos, del día anterior en
los lugares grandiosos, ocurridos en simultáneo. “¿los dos?”, fue una de las
primera reacciones de Wilson, fijándose en los símbolos que aun estaban en la
frente de sus futuros yernos, que prácticamente habían desaparecido, eclipsados
por la abundante luz solar (“Es completamente brillante y visible por las
noches”, informó Kevin a Eduardo). Era evidente que los padres de las hermanas
estaban tan asombrados como estas y, por supuesto, como los protagonistas de
los eventos. Como el cuarteto, experimentaron Wilson e Iulí los mismos
sentimientos y emociones, combinando incertidumbre, dudas y desconcierto.
“¿Cómo pasó?”, fue la primera pregunta, de la madre de las hermanas,
inmediatamente después de ocupar cada uno una silla, los anfitriones en las
cabeceras. Estos, Eduardo e Isabel les reiteraron lo sobresaliente de sus
estadías en ambos lugares grandiosos, dedicando un particular énfasis a las
experiencias en la torre del sector central del Templo del Agua y en la única
vivienda de la casa de la Magia. Mencionaron como, ante la presencia de los
hombres en esos lugares específicos, los remanentes de energía vital de Biqeok
y Rorha reaccionaron adoptando formas físicas y conservándolas el tiempo
suficiente, de unos pocos minutos, como para darles las explicaciones e
información necesarias a los individuos a quienes eligieran como sucesores.
“Ese fue el momento clave”, tradujo Eduardo, enseñando su bastón y la cinta a
sus futuros suegros, no bien concluyeron el desayuno, mientras las hermanas
llevaban el juego de té al ambiente de junto. “Y las batallas contra los
monstruos… nada del otro mundo”, completó Kevin, que dejó su propio bastón en
las manos de Iulí. Describió unos pocos detalles sobre la suya en la Casa de la
magia contando como hizo alarde de sus habilidades y las reacciones de su novia
y la reina al ver por primera vez la segunda transformación del
artesano-escultor. Uno y otro comentaron a sus futuros suegros sus
preocupaciones y dudas, las cuales, aunque no con la misma intensidad de ayer,
persistían. Hablaron sobre la existencia de cientos, cuando no miles, de hadas
mucho mejor preparadas, capacitadas y experimentadas en ambas materias, las
artes mágicas y el elemento agua, a lo que Wilson e Iulí contestaron lo mismo
que sus hijas, la reina y la multitud que se congregara en el acceso a la torre
del Templo del Agua; que Biqeok y Rorha debieron de advertir y ver algo en los hombres que para estos era
desconocido. “Queda en ustedes descubrirlo”, sentenció Iulí, devolviendo la
lujosa pieza a su propietario, dando a entender que, en su caso, pudo haber
influido su parentesco con una de las hadas más célebres de todos los tiempos.
“¿Será por eso que Rorha quiso que yo fuera su sucesor?”, planteó Kevin, más
para si mismo que para los demás. “Influyó, sin dudas”, apostó su futura
suegra, pensando, como el antiguo Cuidador, en ese talento que Kevin llevaba
oculto en su interior. Al estar e nuevo en la sala las hermanas, retomaron el
tema del otro gran evento ocurrido el día de ayer, tan importante y
trascendente como los otros: la señal proveniente del Templo del Fuego, que
alertó sobre la llegada de un tercer Cuidador. “Por un momento llegué a
imaginar que fuiste vos”, dijo Isabel a su hermana, argumentando el porqué de
ese pensamiento al hablar de cuando había progresado Cristal con su nuevo
atributo. “Escuchamos solo rumores aislados; cuatro personas en diferentes
lugares”, les comunicó Wilson a sus hijas y de estas sus novios. “Una híbrida, eso
dijeron”, agregó Iulí, y cuando el flamante Cuidador del Templo del Agua dibujó
un notable gesto de desconcierto en la cara al escuchar esa palabra, los otros
le explicaron que las hadas y otros elementales llamaban de esa manera a los
descendientes de ambos sexos que resultaban de un matrimonio conformado por
individuos de las especies biológica, física y anatómicamente más parecidas
entre si, como las hadas, los vampiros y los sirénidos. “¿Puede pasar eso?”,
inquirió Eduardo, pensando en los híbridos, e intentando visualizar como podría
ser su aspecto físico. “Viste un adelanto en la Transición, ¿lo olvidaste?”,
planteó Isabel, y su novio trajo al presente algo que había visto en la última
mañana del año, en la periferia de la ciudad,, el compromiso en vistas al
futuro matrimonio entre una vampiresa de cabello oscuro y muy largo y un hombre
feérico de aura morada que, le contó su prometida, tenía el don del aire.
“Después vienen los hijos o hijas… con la parte divertida del matrimonio”,
agregó Wilson, cosechando risas por parte de los hombres y gruñidos por la de
las mujeres, además del pellizco de Iulí. Pasado ese momento e humor,
concluyeron que ya se enterarían en el último cuarto de este día de la
identidad de la nueva Cuidadora del Templo del Fuego. “¿Y hay muchos de ellos,
de los híbridos?”, quiso enterarse Eduardo, a lo que los otros individuos
alrededor de la mesa le explicaron que solo en Insulandia, tal cual lo indicara
el último censo, había ocho centenas de híbridos, y que muchos seres feéricos y
de otras especies los consideraban ya como una nueva raza elemental. “Los
híbridos pueden nacer poseyendo las habilidades de cualquiera de sus padres, o
incluso de los dos, eso los hace muy hábiles
y poderosos”, concluyó Isabel, dejando su lugar en la mesa. Combinando
diversas tareas, entre estas, claro, los preparativos de Eduardo para su
primera visita - irían todos juntos, y
dejarían la vivienda a las once y media – al Templo del Agua, ya siendo su
Cuidador, abordaron, nuevamente con cada detalle, los que eran importantes y
los que no, el tema, tan importante para el común de los elementales (quizás no
para los ilios) y, particularmente, para el nuevo mandamás de la Casa de la
Magia. Su relación parental con Ukeho, una de las hadas más célebres e idolatradas
de la historia. Nadie aun, a excepción de la soberana insular y estos
individuos presentes con el en la sala, estaba enterado de ese parentesco, ni
tampoco de la investigación genealógica e histórica que en su momento encarara
Rorha, sobre los seis fundadores del lugar grandioso a su mando, la ascendencia
de esa media docena de seres feéricos y sus descendientes. Rorha hubo de
dedicar varias horas a la semana a ese trabajo hasta pocos días antes de su
fallecimiento, habiendo podido rastrear los orígenes de los fundadores y
ubicado, en diferentes partes del mundo, a descendientes de cada uno. Pensaba
reunirlos a todos y comentarles su descubrimiento, suponiendo que las hadas
podrían desconocer esos parentescos con las celebridades históricas, pero la
muerte sobrevino antes; para Rorha había llegado el momento de cruzar al otro
lado de la puerta (“Aldem me espera”, fue su última frase, habiendo sido un
hombre de fe) y su trabajo estuvo olvidado durante varios siglos, más de diez,
hasta que tuvo frente a si a su heredero, a quien puso al corriente de la
existencia de los seis biblioratos, de toda la información recopilada acerca de
Ukeho y el otro quinteto de fundadores. Había una franja de tiempo de
doscientos veinticinco años que era común a la enorme cantidad de datos en el
bibliorato de Ukeho y lo que sabía Kevin sobre sus antepasados directos, y a
este, tanto como a su novia y la reina, no le cupiera dudas de la existencia
del parentesco entre el nuevo Cuidador de la Casa de la Magia y de esta una de
sus fundadoras, aun con la sorpresa y al conmoción. “Voy a completar ese
trabajo y los otros cinco”, prometió en su momento Kevin, reiterando la promesa
ahora ante toda su familia. La firmeza había sido mayor que ayer a la tarde, y
aun sabiendo que esa tarea bien le podría demandar años enteros, estuvo
totalmente lejos de desanimarse. Cuando su futuro suegro le preguntó que
pensaba hacer con los biblioratos que aun estaban en aquella vivienda, el
artesano-escultor le contestó que los mantendría ocultos hasta tanto hubiera
completado la historia familiar de los otros cinco fundadores al inicio del
undécimo milenio, el actual, abarcando un período de varios siglos. “Un
esfuerzo impresionante y colosal, pero lo acepto”, dijo otra vez. Isabel y
Eduardo le preguntaron por su parentesco en concreto, que opinaba de esa
revelación, y les alcanzó con las primeras tres o cuatro frases para darse
cuenta que Kevin todavía no caía del todo en la cuenta del parentesco, que aun
no lo había procesado del todo, y mucho menos pensado en lo que ello habría de
implicar directa e indirectamente para el, en lo famoso que se volvería no bien
hiciera público su lazo con Ukeho. “Lo mismo los descendientes de los otros
fundadores”, asumió Cristal al anunciar las once los relojes y la sonora
campanada. Con todo, tanto Kevin como los otros individuos allí presentes no
supieron precisar cuál de esas revelaciones era más importante que la otra, lo
mismo que se plantearan el día de ayer el protagonista de la historia, su
compañera de amores y la reina. Si, en cambio, juzgaron como más urgente de las
dos al nombramiento como Cuidador, porque en menos de diez días Kevin y Cristal
deberían estar completamente listos para iniciar su viaje definitivo a la Casa
de la Magia. Tras la presentación de esta tarde, rueda de prensa incluida, a la
dieciocho en punto, el artesano-escultor se pondría manos a la obra, decidiendo
que asuntos serían lo primero que resolvería (lo miso que Eduardo).
Básicamente, se trataba de reunirse con sus socios comerciales y darles a ellos
su parte del negocio, un veinticinco por ciento, que los cuatro tenían en el
MC-A. Cristal haría algo parecido, con su puesto de trabajo como médica.
“Quizás podamos hacerlo mañana, quizás nos alcance con una única jornada”,
arriesgó ella, sabiendo que la complejidad en eso no venía de la mano de
anunciar que dejaba su puesto, o en el caso de su prometido transferir un
cuarto de las acciones del negocio, sino en cortar los lazos con una parte muy
importante de sus vidas. Resultó evidente que no estaban preparados para eso,
mucho menos para hacerlo en un lapso tan corto, en especial la hija menor de
Wilson e Iulí. A ambas hermanas, en realidad, les resultaba particularmente
difícil saber que dentro de una semana dejarían de estar juntas, y que se
verían cuando mucho tres o cuatro veces al año, en el día de sus cumpleaños (el
de Cristal era el doce de Octubre y el de Kevin el siete de Septiembre). “No
nos olviden a nosotros”, les pidió su padre, señalando al vientre de la madre.
Se reunirían en barraca Sola, por supuesto, cuando naciera, en los primeros
días de Septiembre, o en los últimos de agosto, el hermano o hermana de Cristal
e Isabel. Iulí intentó tranquilizarlas, diciéndoles que el hecho de que una de
ellas y su prometido se radicaran en la casa de la magia no implicaba que el
contacto se limitara a esos días festivos, que podrían mantenerlo quizás con
una frecuencia quincenal. En otra época, sabían los individuos prontos a dejar
la vivienda, había existido un servicio naval regular que conectaba la Casa de la Magia con el principal puerto de
cada reino, el cual incluía la correspondencia. Un respiro dieron las hermanas
al escuchar eso de parte de su madre. “¡Si podemos estar en contacto!”, exclamaron
al unísono, corriendo a darle un abrazo de agradecimiento, soltando alguna que
otra lágrima a lo largo de esos pocos pasos. “¿Vieron?, al final pudimos
terminar bien, o algo positivo, esta reunión”, se alegró Eduardo, en tanto el
anfitrión abría la puerta que daba a la calle. “Muy positivo”, quiso agregar su
futuro suegro, habiendo de este su compañera quedado de espaldas al abrazarse
con las chicas. Afectado en lo personal por la pronta partida de una de sus
hijas y la de Kevin, creyó que otra dosis de humor, una “picante” en este caso,
en tanto asomaban al exterior, no le vendría nada mal. “A nadie”, pensó
remontando el vuelo el sexteto y ganando altura al instante.
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Estando fuera de la casa, quedaron expuestos
a la mirada de las hadas y otro tanto de elementales que habían por allí. De
todos, ninguno parecía haber estado esperando que aparecieran en la vereda para
ir a su encuentro y hablar sobre lo acontecido en el Templo del Agua en el día
de ayer, pero al verlos allí, remontando el vuelo y ubicándose encima de las
copas, desviaron su vista hacia ellos, agregando algunos los aplausos y otros
una felicitación verbal. Ninguno quiso ir a su lado para estrecharles la mano
in nada parecido, entendiendo que debían respetar este momento que les
pertenecía solo a ellos. Estaba en juego el respeto por la intimidad de las
hadas, lo cual no quedaba limitado a sus casas. “Y eso que no saben lo otro;
quizás de esta enterados, otra sería la situación”, comentó Iulí, refiriéndose
a su embarazo y el nombramiento de Kevin como Cuidador, a lo que los demás
respondieron afirmativamente con gestos faciales. Desde la calle La Fragua, el
sexteto viajó en línea recta hasta la puerta espacial del barrio, y desde esta
hasta el Templo del Agua, todo en cuestión de segundos. Las miradas de decenas
de individuos estuvieron enfocadas en ellos, no faltando (el sexteto,
reconociéndolo, se alegró por hallarse en la distancia) los amarillistas, que estaban cercanos a
ambas viviendas en barraca Sola. “Vámonos antes de que nos vean y alcancen”,
pidió Eduardo al grupo, en tanto iban desapareciendo a través de la puerta.
Pasaron primero las damas, la madre delante de sus hijas, seguidas por los
Cuidadores, y Wilson cerró la marcha. En un instante estuvieron a cien metros
del Templo del Agua, y al llegar al acceso a este, ahora si, no les fue posible
evadirse, ni tampoco quisieron, de las hadas que había por allí. Los seis
pronto se encontraron correspondiendo de la misma forma y con igual calidez
esas demostraciones afectivas y de respeto – la belleza física de las mujeres y
el talento de Wilson para los deportes de precisión no dejaron de encontrarse
presentes –, que los acompañaron en el trayecto por la franja arbolada primero
y uno de los sectores perimetrales o secundarios después. Entre tantas demonstraciones, no quisieron
continuar ocultando lo ocurrido en la Casa de la Magia, y fue entonces que
Iulí, echando los brazos en los hombros del arqueólogo submarino y el
artesano-escultor, exhibiendo una amplia sonrisa, hizo a la multitud de
feéricos y elementales una pregunta, con un tono totalmente alegre: “¿Cuál de
estos hombres es el flamante Cuidador… de la Casa de la magia?.
La alegría y efusividad, ya de por sí enormes
al tener al heredero de Biqeok allí, parecieron aumentar al saber que no solo
estaba uno de los Cuidadores, sino dos. "Es increíble!", fue la
opinión casi monopólica entre los presentes, que acompañaron al sexteto en su
camino a uno de los auditorios. Kevin y Cristal compartieron una vez más sus
experiencias de ayer en la Casa de la Magia. Tiempo fue lo que les sobró,
porque entre tantos individuos que se congregaron en torno a ellos y las
personas que lo hicieron sin descuidar sus labores, les demandó alrededor de
media hora llegar al auditorio, donde ya aguardaban los jefes de las secciones,
con sus mejores galas, porque la situación lo ameritaba.
En el curso de esa media hora, aparte de
narrar Kevin y Cristal sus experiencias, los Cuidadores exhibieron sus bastones
a la multitud, transformando a su voluntad los extremos en los símbolos de la
magia y del agua, y nuevamente compararon lo vivido, lo ocurrido, cuando
estuvieron frente a Biqeok y Rorha, el momento en que estos hicieron sus
revelaciones. Las hadas advirtieron varias similitudes entre lo ocurrido en el
nivel más alto de la torre central del Templo del Agua y la única casa en
aquella isla. También las hallaron en las batallas contra los monstruos, para
probar su valor y fuerza, y, naturalmente, en las emociones, las sensaciones y
los sentimientos de los nuevos Cuidadores. Habiendo llegado estos, sus novias
(las segundas al mando de ambos lugares grandiosos), Wilson e Iulí al
auditorio, suspendieron las comparaciones y se dedicaron de lleno a la motivo
de la presencia en el templo en este puntual momento de Eduardo: sus primeras
palabras como Cuidador ante sus subalternos inmediatos. "No solo ante
ellos", dijo Isabel al entrar e ir al estrado. Las doscientas butacas
estaban llenas, las últimas cuatro al ocuparlas Kevin, Cristal, Wilson e Iulí.
Periodistas, científicos, empleados, turistas, funcionarios... las hadas ni
esperaron a la hora del almuerzo para reunirse en el auditorio. "Supongo
que hoy el almuerzo puede esperar", fue su primera frase. Estaba
improvisando, desde luego, porque lo que no había hecho desde que Biqeok lo
nombrara como su heredero era preparar un discurso ni nada parecido. A su
izquierda, en una de las mullidas sillas, Isabel no se había preparado mejor, y
compartía con el las mismas dudas. Ya no conmoción ni sorpresa, no tanto como
ayer, sino esa improvisación que saltó a la vista de todos los presentes allí
no con esas palabras, sino con los gestos faciales y corporales que hicieran al
ocupar los lugares en el escenario, el hada de fuego en una de las sillas, a la
espera de su momento para dirigirse a la multitud, y Eduardo en el estrado, ya
hablando, o empezando a hablar, con las manos apoyadas en el púlpito, erguido y
listo para su primer día al frente de este lugar grandioso. Al final, rompió el
silencio haciendo mención del estado totalmente inmaculado del templo que observó
ayer y hoy. Las condiciones estructurales del lugar grandioso como un todo y el
de las construcciones en particular, el aseo y la limpieza, el orden y la
disposición en el interior... Eduardo hizo destacar que si las hadas y
elementales se las arreglaron para lograr esa hazaña durante siglos sin haber
tenido un mando central, a lo que llegarían teniéndolo sería superior,
decididamente, en calidad y cantidad. "Y eso es lo que deseo para este
lugar" - decidió Eduardo -," devolverle esa parte ínfima de su gloria
que hoy no tiene, que perdió".
Las palabras sobre las condiciones
estructurales y de higiene no se prolongaron por mucho tiempo, sino, tan solo,
unos pocos minutos, no más de cuatro (nadie le hubiera prestado atención al
reloj, de haber uno instalado en una de las paredes), que Eduardo empleó para,
básicamente, hacer tiempo, mientras pensaba en otro y cual tema referente al
templo abordar y, por supuesto, como. En lo que iba del día de hoy, la
totalidad del anterior y cada uno de los que transcurriera desde que supiera de
la existencia de este lugar grandioso, porque Kevin y la princesa Elvia se lo
contaron, durante su viaje a la Casa de la Magia, Eduardo no había sabido de
ningún individuo de esta o las otras especies que se que se quejara como consecuencia
de tal o cual deficiencia en el Templo del Agua. No habían deficiencias
estructurales, quejas por malos tratos que presentaran los visitantes, falta de
higiene y aseo ("Hasta los baños desbordan pulcritud", decían a
menudo los individuos), descontentos salariales o de otro tipo por parte de los
empleados ni reclamos por el cuidado ineficiente de los bienes del lugar, sobre
todo aquellos que poseían valor histórico y arqueológico. El Templo del Agua
era, en una simple pero completamente acertada expresión, un lujo que no dejaba
nada que desear. Los empleados de limpieza y mantenimiento estaban en
movimiento constante, los visitantes siempre se aseguraban de no causar actos
de vandalismo ni generar esos pequeños focos de desaseo tales como dejar envoltorios,
colillas u otros desperdicios en el suelo y el personal científico, al concluir
sus jornadas, no se marchaba de los laboratorios, bibliotecas u otras
instalaciones hasta no dejar en orden perfecto todas sus herramientas y
elementos de trabajo. Tampoco había hoy, como no los hubo (nunca) ayer,
problemas financieros, teniendo este lugar grandioso un presupuesto anual de
tres mil trescientos setenta y seis millones doscientos cincuenta mil soles (el
signo monetario de las hadas), unos nueve punto veinticinco cada día, lo
suficiente como para que jamás surgieran problemas por atrasos en el pago a
proveedores - la autosuficiencia del Templo del Agua no llegaba al cien por
ciento -, problemas salariales ni nada que apuntara a ese tipo de dificultades.
"Las cuentas estuvieron en orden ayer y continúan estándolo hoy", le
hizo saber a Eduardo el jefe de contaduría, concluyendo así el breve espacio de
tiempo dedicado a los temas económicos y contables, pasando entonces a los
legales, que también estaban en perfecto orden, sin siquiera un insignificante
motivo por el que tuvieran que mostrar, al menos, una mínima preocupación. Al
final, los dieciséis subalternos inmediatos hicieron breves exposiciones de las
responsabilidades que les eran propias, en respuesta al pedido de Eduardo de
conocer como trabajaban, exposiciones que en forma conjunta insumieron exactos
ciento ochenta minutos. Pasados estos, al llegar las quince treinta, esa
tensión y conmoción que afectaran al nuevo Cuidador parecieron haberse reducido
a menos de la quinta parte de lo que alcanzaran al entrar en el auditorio, y
mucho más en comparación a todo cuanto estuvieron en la tarde de ayer, no bien
Biqeok hiciera su relato. A todo esto,
se habían cumplido en un momento dado, casi llegado el final de las
exposiciones, las primeras veinticuatro horas de Eduardo cómo Cuidador, un
hecho para nada desapercibido por todos cuantos estuvieron ocupando sus
asientos en calidad de oyentes y expositores. "Feliz primer día!",
fue una exclamación general en el auditorio, aunque sin dejar de hacer notar
que lo fue también para Kevin y las hermanas, tan lindas como de costumbre,
como segundas figuras de autoridad.
Llegadas las quince cuarenta y cinco, el
sexteto comprendió que de momento su presencia en el Templo del Agua, uno de
los seis que compartían el segundo lugar en cuanto a la importancia y valor
histórico-cultural, por tratarse y dedicarse estos a los principales elementos
componentes de la naturaleza - agua, aire, fuego, luz y tierra- tenía que
llegar a su final, porque a dos de esos individuos habría de requerírselos en
poco más de dos horas y quinto en el Castillo Real insular, para las
presentaciones formales de estos Cuidadores y aquel del Templo del Fuego, de
quien se rumoraba que era un híbrido. Las últimas palabras del arqueólogo antes
de abandonar el escenario y el propio auditorio se refirieron a la semana
venidera y tampoco duraron demasiado, anunciando el e Isabel, antes
inmediatamente de cruzar el umbral, que oficialmente serían los Cuidadores no
bien el juramento hubiera quedado atrás. Hasta ese momento, el rol de la pareja
en el templo quedaría remitido a visitas más bien breves, eso si el tiempo y
las fuerzas que le quedaban se lo llegaban a permitir, para conocer e
interiorizarse acerca de las diferentes actividades (laborales en general,
turísticas, científicas, culturales...). Eduardo, Isabel, Kevin, Cristal,
Wilson e Iulí recorrieron el camino desde ese auditorio hasta el acceso en el
frente de la misma manera que lo hicieron al llegar: envueltos en una marea que
era reservada para todos aquellos individuos que fueran dignos acreedores de
respeto, administración y popularidad por parte de las masas. Demostraciones
que, tratándose dos de los individuos de los nuevos Cuidadores del Templo del
Agua y la Casa de la Magia - este último el más importante de todos los lugares
grandiosos -, fueron particularmente llamativas y efusivas. No todos los días
se estaba ante la llegada de un nuevo Cuidador, mucho menos dos, y no todos
estos eran nombrados al mismo tiempo, algo que no figuraba en el archivo
histórico de ningún país ni organismo internacional. Estando ya en vuelo sobre
Barraca Sola, los seis coincidieron en que en estas horas en el Templo del Agua
valieron más para Eduardo de lo que esté mismo era capaz de ver y sentir, o al
menos no en una forma que ellos creyeran que debía hacerlo. Apostaron entre
ellos que para cuando llegara la hora de hacer el juramento, la conmoción y la
sorpresa no serían sino recuerdos de los días transcurridos, sin ser
necesariamente buenos o malos.
A las dieciocho horas y cinco todo estaba
listo para la presentación formal que de
los tres Cuidadores. Eduardo,
intercambiando más que miradas entre sí mientras estuvieron buscando el par de
atributos de mando, la cinta de terciopelo y el bastón, y mientras al ml Agua,
Kevin, de la Casa de la Magia, y el hombre o mujer a cargo del Templo del
Fuego, cuya identidad todavía era desconocida para los concurrentes. Habían
voces por lo bajo y furtivas miradas entre ellos, que esperaban con diferentes
niveles de ansias el momento del inicio. Mezclados unos con otros estaban
funcionarios políticos insulares y extranjeros, siendo estos representantes de
todos los países, periodistas, intelectuales, personas de ciencias, representantes
de todas las especies elementales (no había ilios allí, para variar) y los más
altos dirigentes de los organismos internacionales, incluida la ME y el CSP.
Eduardo y Kevin, siguiendo las indicaciones de dos altos dirigentes y la reina
Lili, esperaban a ser anunciados en un ambiente junto al auditorio, una sala de
seis por seis muy bien decorada e iluminada, hablando entre ellos y repasando
sus primeras sensaciones posteriores a los nombramientos. La situación
ameritaba que vistieran sus mejores galas, trajes masculinos de colores
discretos, las cintas de terciopelo en el brazo izquierdo, con el símbolo de la
magia en color rojo sangre y el del agua en celeste-azul jacinto, los bastones
firmemente sujetos con la diestra y los zapatos lustrados negros, tan
impecables como la ropa. Habían empezado a contar como recurrieron a esos
bastones para vencer a los monstruos, cuando dos figuras irrumpieron en el
recinto, una mujeres feérica con un aura de una tonalidad muy oscura de negro,
un hada de fuego, a juzgar por el símbolo estampado en el extremo de las mangas
de su largo vestido, largo y de los más tradicionales, y un vampiro, quizás de
su misma edad, un hombre de piel blanca, más que la de su compañera y los
individuos que aguardaban allí, largo y oscuro cabello y ataviado con calzado y
ropa también tradicionales, para su cultura, tan negros como el aura del habla.
Ambos, aunque intentaban aparentar serenidad, atravesaban el mismo estado que
aquellos que esperaban en el auditorio, estando tan ansiosos como ellos.
"Se puede?", preguntó el vampiro, y, en lo que los hombres hacían un
cordial gesto de bienvenida, confirmando que el Templo del Fuego había quedado
al mando de un híbrido. "Nuestra hija es la Cuidadora, de le pidieron que
venga acá, a esperar con ustedes", avisó el hada. "Que pase, que
pase", indicó Kevin, advirtiendo que, si no le fallaba la memoria, esta
podría se la primera vez en tener cara a cara a un híbrido entre hada y vampiro
(los había visto entre hadas y sirénidos). "Lidia, adentro", llamó el
padre a su hija (debía serlo, ambos eran muy jóvenes y de seguro no superaban
los veinticuatro o veinticinco), u al instante asomó una figura muy pequeña,
del sexo femenino, que con toda dificultad debía llevar al metro diez de alto.
Pero esto y lo desgarbada de su figura no se debían a una deformidad física,
como pronto descubrieron Kevin y Eduardo. "Hola, un verdadero gusto
conocerlos a ambos", saludó, acompañando las palabras con una reverencia
educada, y sosteniendo el bastón de mando con ambas manos. "Una nena de...
Cuántos, diez años?", reaccionó el Cuidador del Templo del Agua,
sorprendiéndose tanto como el artesano-escultor, y tanto como se sorprenderían
dentro de un momento en el auditorio. "En realidad, nueve", contestó
la nena, Lidia, debiendo pegar un saltito leve para alcanzar el sofá que
quedaba libre, sus padres acercándose a ella, no por desconfianza hacia los
otros Cuidadores, sino porque consideraban, como todos cuantos hubieron de
enterarse ya, y pensaban, que su hija era demasiado joven para estar sola, y
más en una situación tan atípica (y delicada) como esta. "Seuju me miró,
habló y al final me dio esto", fueron las primeras palabras, tímidas al
principio por estar compartiendo el recinto con este par - había leído notas
acerca de sus "colegas" Cuidadores - y dubitativa, por ser nombrada
Cuidadora siendo tan joven y, máxime, una híbrida. "Cómo pasó, cómo lo
supieron?", inquirió el arqueólogo, sin hacer a un lado la enorme
sorpresa, y entonces hablaron la hija y sus padres. Eran nativos de y
residentes en Umebuzuk, un reino en el continente lunárico de trece millones
quinientos cincuenta y tres mil trescientos diecinueve kilómetros cuadrados que
tenía alrededor de nueve millones y medio de habitantes de la raza de la madre
de Lidia. Habían llegado a Insulandia el dos de Enero / Baui número dos, en
calidad de turistas, pensando en quedarse por una quincena, y en su cuarto día
estuvieron conociendo, por primera vez, el Templo del Fuego. Habiendo recorrido
cada lugar en el, coincidieron en que sería un desperdicio sino visitaban la
oficina principal, y cuando estuvieron en ella, el padre fue quien lanzara la
sugerencia: si la madre era un hada de fuego y la hija una híbrida que había
heredado de ella ese don, podrían intentar abrir la puerta, ya que cualquiera
que dominara ese elemento era apto para eso. La madre lo hizo primero, no
habiendo tenido éxito, y acto seguido fue el turno de la hija, quien se hubo de
llevar el susto de su vida al ver como la puerta se abría al haber apoyado una
mano en el símbolo del fuego, que estaba tallado justo en el centro. A la nena
y a sus padres, en lo que quedaban maravillados con las dimensiones y el lujo
que encontraron, no les costó esfuerzo alguno advertir lo que eso significaba.
Solo el Cuidador designado por Seuju podría abrir esa puerta, lo mismo que en
los otros lugares grandiosos - más temprano habían visto los rayos emergiendo
gigantescos desde el Templo del Agua y la Casa de la Magia, al mismo tiempo -,
y ya rodeando el escritorio, movieron el letrero de oro, tallado en este el
nombre de la antigua Cuidadora, y al hacerlo, el remanente de energía de Seuju
adquirió una forma física, materializándose ante el inusual trío y anunciando
lo que ya se sabía, que esa nena híbrida de nueve años era su heredera.
"Una persona tan joven?", fue la primera reacción del padre de Lidia,
en tanto la alarma aparecía en el, en la madre y, principalmente, en la
heredera. "Si", contestó Seuju.
"Tiene que ser un error", dijo el hada de fuego, tomando de la
mano a su hija. No dudaba de esta, de sus capacidades, una híbrida que dominaba
las capacidades de ambos progenitores, pero había, y también el padre, crecido
sabiendo que solo un hada que hubiera alcanzado cierta edad podía llegar a
semejante responsabilidad. "En teoría si, pero nadie dice que sea
obligatorio", dijo Seuju, y durante el cuarto de hora siguiente habló a
Lidia y sus padres sobre las razones que la motivarán a tomar esta decisión,
habiendo comenzado su explicación diciendo que a individuos como ella, Biqeok y
Rorha les bastaba con que sus herederos tuviesen sangre feérica en las venas y
ejercieran el dominio, no importando a que nivel, sobre su elemento. "Por
eso ellos eligieron a Kevin y Eduardo", dijo Seuju. - el trío advirtió a
quienes había hecho referencia, porque esos nombres y sus obras habían llegado
hasta el reino de Umebuzuk -, quien se basó en ese mismo criterio para su
elección. El alcance de sus sentidos y habilidades eran enormes, lo cual le
permitió sondear todo el mundo y concentrarse, después de un exhaustivo
estudio, en una nena de por entonces ocho años que vivía en uno de los trece
países del continente lunárico, en quien el elemento fuego, un legado de su
madre, parecía estar particularmente desarrollado. "Mucho para alguien de
su edad", advirtieron los padres desde el momento en que su primogénita
hiciera las primeras demostraciones de su dominio sobre el fuego. Habiéndose
basado en ese inusual talento, Seuju tuvo bien en claro que esa híbrida menor
de edad tenía que ser la Cuidadora. Para su sorpresa, ella y sus padres
llegaron al Templo del Fuego mucho antes de que hubiera de hecho pasado un año
de su decisión, exactos tres meses después del noveno cumpleaños de Lidia, el
cinco de Octubre /Norg número uno. "Y acá estamos", concluyó Seuju su
explicación, siendo el último de sus actos el de desearle éxitos en la
gigantesca y compleja responsabilidad que de llevar habría por el resto de la
vida. Habiendo partido, originado el descomunal rayo amarillo, la nueva
Cuidadora y sus padres, tan sorprendidos como conmocionados y llenos de dudas,
quedaron en silencio, no intercambiando más que miradas entre si mientras
estuvieron buscando el par de atributos de mando, la cinta de terciopelo y el
bastón, y mientras una cincuentena de hadas se reunía fuera de la oficina.
“Lo que siguió después ya no saben, fue igual
de complejo y sorprendente”, dijo el hada a Eduardo y Kevin, que estuvieron
escuchando cada palabra concentrados y con toda la atención. Tomaron
conocimiento entonces de una situación idéntica a la que vivieron ellos,
incluido el combate contra el monstruo (aunque Lidia demostró grandes talentos,
obteniendo el triunfo al cabo de diez minutos, se requirieron al menos de
veinte individuos para evitar que el hada y el vampiro desataran toda su fuerza
contra el enemigo, cuando las cosas parecieron ponerse difíciles para su hija;
quisieron asumir como nunca su rol de padres) y los aplausos y felicitaciones.
“Ya vamos a resolver todo lo que ahora nos es desfavorable y contrario”,
sentenció el vampiro, diciendo unas pocas palabras sobre que los tres no vivían
en el reino insular, la minoridad de la Cuidadora que ni siquiera llegaba a la
adolescencia y todo cuanto implicaba eso (semejante responsabilidad a una edad
en la que la gente no tendría que hacer más que divertirse, jugar y realizar
cualquiera de las actividades propias de una persona de nueve años), el trabajo
de los padres, siendo el vampiro un cartógrafo que trabajaba en el Castillo
Real de Umebuzuk y la madre una de las médicas de la sala de primeros auxilios
en el caserío donde vivían, y las repercusiones que habría en ese lugar, en
todo el reino y en todos cuantos tenían un trato más o menos frecuente con
ellos. "Va a ser difícil resolverlo todo en una semana", afirmaron
los padres, pensando que lo verdaderamente complejo era su hija, como
enfrentaría de aquí en adelante esa enormísima responsabilidad y cómo se
mantendrían su personalidad, carácter y todo cuanto hacía a su forma de ser.
"Igual que Kevin y yo", dijo Eduardo, examinando el bastón de Lidia,
a quien se le notaba el susto, y las impresiones fuertes, en la cara. "Lo
bueno es que no va a estar sola, ni nosotros", agregó el
artesano-escultor, reconociendo que si el hecho de ser Cuidador sería complejo
y estresante para una persona adulta, lo sería mucho más para un individuo de
tan corta edad. En el caso de Lidia, coincidieron los padres y los otros
Cuidadores, la responsabilidad sería mucho mayor, y tendría que estar
constantemente asesorada por todos los expertos hasta que tuviera la edad
suficiente para comprender esos temas y resolverlos por su cuenta.
Cuando llegaron las dieciocho treinta, empezó
la ceremonia para presentar a los Cuidadores de los Templos del Agua y del
Fuego y de la Casa de la Magia, al pronunciar con voz clara y alta la princesa
Elvia sus nombres. A la primera de las menciones hizo su aparición Eduardo,
saludando con la diestra y empuñando con la zurda el bastón, sonriendo y
preguntándose en la mente que decir y como, no bien empezaran a preguntar desde
las butacas. A la segunda mención apareció el heredero de Rorha, haciendo
idénticos gestos para saludar y preguntándose exactamente lo mismo, ocupando el
otro asiento libre, entre la reina Lili el líder de la Mancomunidad Elemental
(Eduardo estaba a la izquierda de este importantísimo funcionario y a la
derecha de Elvia). Y a la tercera mención entró Lidia, a quien el susto no se
le había disipado ni siquiera un poco y, temblando de pies a cabeza, por lo que
había experimentado y que habría de experimentar en el futuro, ocupó el último
lugar disponible, quedando en medio de Lili y el nuevo jefe del Consejo Supremo
Planetario. Las reacciones fueron aquellas previstas, y, en tanto la soberana
insular indicaba a los Cuidadores que tendrían que ofrecer un relato completo sobre
sus experiencias ante sus antecesores, la concurrencia masiva en el auditorio,
sorprendida sobre manera, rápidamente dividió sus opiniones y pensamientos
entre la sorpresa, a causa de tener por primera vez a una híbrida en ese puesto
tan importante y con semejante responsabilidad, la alegría, por tratarse de uno
de los nuevos Cuidadores, a quien por ser tal recibieron con una sonora salva
de aplausos y ovaciones, especialmente los vampiros allí presentes, para
quienes era todo un orgullo tener a uno de los suyos en un puesto de tanta
jerarquía ( lo era aún más para los híbridos) y las justas preocupaciones,
pensando en todas las dificultades por las que pasaría Lidia, hasta que fuera
una mujer adulta. Lejos estuvieron de cuestionar las elecciones de Biqeok,
Rorha y Seuju, ya que sabían que los Cuidadores nunca se habían equivocado a
ese respecto. Esos tres debieron detectar algo en los nuevos que estos
desconocían total o parcialmente, y basándose en eso traspasaron el mando al
arqueólogo submarino, al artesano-escultor y la híbrida de nueve años, quien en
lo que empezaba a describir su experiencia de ayer en el Templo del Fuego, se
preguntó en silencio si por el hecho de ser Cuidadora tendría que cancelar
parte o todo de sus aspiraciones para el futuro, incluido su sueño de triunfar
como diseñadora de modas.
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Uno atrás de otro pasaron todos los días y
todas las horas hasta las diecinueve en punto del duodécimo día de Enero. Para
cuando ese instante clave llegó por fin, el día en que los Cuidadores debían
presentar su juramento de compromiso, Eduardo y Kevin habían puesto punto final
a cada uno de esos aspectos que no podrían continuar vigentes, ahora que
estaban por dar oficialmente el punto de partida a estas complejas tareas.
Finales que resultaron particularmente dolorosos para el antiguo jefe del MC-A,
para quien el cambio tuvo que ser total, y no solo lo referido al trabajo. De
los tres casos, el suyo y el de la nena híbrida eran los más complicados, como
ya se coincidiera decenas de veces a lo largo de los últimos siete días. Lapso
en el que, supieron, casi no tuvieron un segundo libre.
En esta atípica semana, Eduardo, tanto como
su novia, finalizaron su relación laboral con el Museo Real de Arqueología, el
MRA, en el que Isabel trabajaba desde su ingreso a la edad laboral y Eduardo al
estar listo para encarar dichas obligaciones. A ambos hizo un agasajo de
despedida, como si no volviesen a verlos. Sabían muy bien que eso nunca
pasaría, pero a todos cuantos trabajaban allí, en el museo, les iba a ser
extraño los primeros días no tenerlos en su oficina, ni haciendo tal o cual
tarea en las instalaciones, siempre atareados leyendo o estudiando, y siendo
casi siempre los primeros en llegar y los últimos en irse. "Los voy a
extrañar", fueron las palabras finales del nuevo Cuidador del Templo del
Agua, terminando esa reunión y saludando uno a uno a los individuos reunidos
con el e Isabel en ese lugar. Fue un encuentro bastante más emotivo de lo que
ellos mismos supusieron al iniciarlo, y durante el cual no dejaron un solo
momento, con palabras además de modos y gestos, de desearles suerte a ambos con
su nuevo rumbo. Fuera del ámbito laboral, de todos cuanto a este hubo de estar
ligado directa e indirectamente, la semana para Eduardo e Isabel no fue tan
difícil como creyeron aquella tarde en el Templo del Agua, aunque eso no
significó que tuvieran la posibilidad de relajarse del todo. Una serie de
trámites y requisitos formales fueron quizás lo más aburrido de esta última
semana, algo que ni siquiera los escribanos del reino quisieron hacer, porque
lo describieron como burocrático y soporífero. El otro extremo fueron las
visitas, aunque breves e instructivas, en las que uno y otro, pero sobre todo
Eduardo, fueron poniéndose al corriente de cada aspecto del Templo del Agua,
continuaciones de la reunión que ambos, Kevin, Cristal, Wilson e Iulí quisieron
mantener el quinto día. Fueron además visitando los lugares que más
frecuentaban (el estadio de la club Kilómetro Treinta y Ocho, el bar El
Tráfico...) y, aunque tanto los propietarios como los empleados y otros
clientes o visitantes de esos lugares les dijeran y recordaran, ambos parecían
pensar que no volverían a ellos. "Eso no va a cambiar", dijo otro de
los habitués en El Tráfico, cuando, aprovechando el alto para almorzar, le
comentaron que no volverían a poner sus pies en esos lugares. Llegada la mitad
de la tarde del día doce, a eso de las quince estuvieron ya listos los dos,
otra vez con sus mejores galas y los zapatos lustrados, para ir nuevamente al
castillo, en Plaza Central, donde dentro de alrededor de cuatro horas Eduardo
haría el juramento. Sabían que faltaba para ese momento, pero la ansiedad y el
estado nervioso de ambos hizo que dejaran La Fragua, 5-16-7, uniéndoseles
Wilson e Iulí casi al mismo tiempo que iniciaban ellos la caminata hacia la
puerta espacial. Era evidente que los cuatro aun estaban conmocionados, a causa
principalmente de la revelación del quinto día del año, pero también por todo
cuanto aquella hubo de significar, y lo que significaría. Así, ninguno tuvo
problemas en reiterar una vez más aquello que dijeran mientras apostaban sobre
que cambios hacer en sus casas. "Muchas cosas pueden cambiar", habían
dicho esa vez, reafirmándola en cuestión de días. "En fin... veamos en que
ocupar el tiempo hasta las diecinueve", quiso Eduardo, cuando empezaron la
caminata.
A Kevin y Cristal, en esta semana, apenas se
los vio unos pocos minutos al alba y al ocaso, habiendo estado ambos definir
más ocupados que la otra pareja. En los días posteriores al nombramiento de
Rorha, se ocuparon de cerrar cada uno de sus compromisos y obligaciones
laborales, Cristal simplemente anunció que dejaba su puesto en la sala médica,
y hallando en menos de cinco horas un reemplazo, una colega con poco más de
doce meses desde que obtuviera la licencia para ejercer la medicina, muy
aplicada y eficiente, y Kevin transferido su porcentaje accionario a sus amigos
y socios comerciales. En uno y otro lugar, el Mercado Central de las Artesanías
y la sala médica, hubo agasajos especiales con que se los despidió como héroes,
y ni fue para menos, considerando el viaje que estaban por emprender y la tarea
que los mantendría ocupados hasta su último día. Solucionado el factor trabajo,
la pareja fue vaciando de sus posesiones - ropa, calzado, libros, utensilios y
cuanto objeto pequeño y mediano tenían, decidiendo recurrir a la empresa
EICOPSE para los de tamaño grande - la casa en La Fragua, 5-11-8, introduciendo
una parte de ellos en los cilindros desarrollados en parte por el nuevo
Cuidador de la Casa de la Magia. Esos cilindros serían su único equipaje
cuando, el trece de Enero al mediodía, abandonaran el territorio insular. En
esos tres días, casi cuatro, y los posteriores tuvieron la parte más difícil de
todas, al tener, a diferencia de Eduardo e Isabel que despedirse de todos
cuantos tuvieron trato y los lugares que frecuentaban, por el motivo que fuere.
Nadie pudo decir, ni se hubieran atrevido de haber podido, a cuál de los dos le
costó más el despedirse, algo que decidieron hacer pensando que no lo hicieron:
sencillamente, procuraron tener la mente y los pensamientos en otra parte, en
cualquier otro lado, antes que en cada uno de esos lugares o esas personas.
"Los entendemos", les decían, a medida que avanzaban las despedidas.
También se dieron el lujo de pasar el día previo a la juramento en el reino de
Espal, la patria del nuevo Cuidador, habiendo este y su novia sido invitados
por los reyes locales para otro agasajo, a causa, principalmente, de que era la
primera vez que un nativo de ese país llegaba a la máxima de las
responsabilidades en la Casa de la Magia, y la quinta en estar al frente de uno
de los lugares grandiosos. Ahora, a menos de dos horas de tener que hacer el
juramento, estaban viendo por última vez la calle La Fragua, sintiendo los
primeros efectos de la nostalgia temprana. "Mejor nos vamos", quiso
Kevin. "Si, creo que es lo mejor", coincidió Cristal, secándose los
ojos (sus familiares habían salido unos minutos antes). No bien abrieron la
puerta, se encontraron con los que parecían todos los habitantes feéricos y
elementales de ese bloque y el de enfrente, que se dieron cita en el frente de
esa casa para esta despedida a dos personas que se ganaron en buena ley el
aprecio de los pobladores. Entre aplausos y apretones de manos y firmando algún
que otro autógrafo a los más jóvenes, vieron por última vez los bloques 11 y 16
en esa calle, yéndose lentamente y por aire del barrio. Tomados de la mano, a
baja velocidad y no muy alto, Kevin y Cristal, que en esta última semana apenas
habían estado en esa casa, con su mente puesta en el castillo y el juramento,
pasarían su última noche en el reino de Insulandia en una de las habitaciones
del Castillo Real, tal cual lo acordarán con el personal del Consejo TRE
(Turismo, Recreación y Esparcimiento) en la semana. Eso mismo harían en el lapso que le quedara a
la jornada de mañana hasta las doce horas con diez minutos, el tiempo exacto de
su partida y la de la otra cincuentena de individuos feéricos, el primer
contingente. Otros se les unirían en la segunda quincena de este mes y los primeros
siete a doce días del siguiente.
Poco o nada se supo de Lidia y sus padres en
los días pasados hasta la formal de los Cuidadores. Lo único seguro que Kevin,
Eduardo y las hermanas supieron fue que los adultos se turnaron un día uno y
luego el otro viajando desde su lugar de residencia hasta Plaza Central,
específicamente al consulado de su país, ocupándose de los trámites migratorios
- aún con las puertas espaciales, unir ambos lugares les demandaba cuatro horas
- y alguno que otro vinculado a la vivienda en suelo insular. Habían dado los
primeros pasos para la compra de una casa quinta a menos de dos kilómetros del
Templo del Fuego, invirtiendo en ella una parte de sus ahorros. Nada hubo de
saberse de las obligaciones laborales de los padres, aunque nadie tuvo dudas
respecto de cuales pudieron ser aquellas. Kuza, así se llamaba el vampiro,
estaba pronto a abandonar el reino que lo vio crecer y nacer llevando consigo
excelentes recomendaciones laborales, y no tendría problemas en obtener un
puesto idéntico, en la Dirección de Cartografía, dependiente del Consejo de
Correos, Encomiendas, Sellos y Timbres (CEST) no bien su domicilio hubiera sido
establecido legalmente. Lara, tal era el nombre de la madre de Lidia, tendría
menos problemas que su marido en lo referente al empleo, porque la nueva y
flamante Cuidadora le había pedido casi al instante mismo en que Seuju la
señalara como su heredera que fuera la segunda al mando en el Templo del Fuego,
donde además habría de ejercer su profesión de médica. A la fecha, otra cosa
que no hubo de diferir respecto de la noche del quinto día del año, ni desde la
presentación en la tarde del siguiente, fueron las emociones, los sentimientos,
temores y preocupaciones de la nueva Cuidadora. Lidia seguía prácticamente tan conmocionada,
eso advirtieron las hadas la única vez que la vieron luego de la presentación
formal, en la tarde del diez de Enero, como el instante de la revelación, y
tanto ella como sus padres pensaban que esta no era la clase de ocupaciones
para una persona de nueve años (como sostenían todos), que ya de por sí era
ardua y exigente para los adultos. Nadie objetó el que fuera una híbrida, algo
que de hecho celebraron y convalidaron, pero las hadas, sobre todo aquellas que
trabajaban en el Templo del Fuego, consideraron que la edad era un factor que
le jugaría en contra durante los siguientes nueve años, y se propusieron
ayudarla como pudieran y en cualquier cosa que necesitara, no solo en el ámbito
laboral, sino también fuera de este. Las palabras y gestos de ánimo acompañaron
a la Cuidadora una sus padres durante todo el trayecto desde el caserío en
Umebuzuk hasta el barrio Plaza Central, donde fueron recibidos con honores
apenas llegadas las catorce horas, porque esos honores les correspondían a los
nuevos Cuidadores el día en que prestaban el juramento. Allí fueron abordados
por el representante diplomático de su país, la princesa Elvia, un delegado de
la ME y otro del CSP, quienes cordialmente los invitaron a pasar al Castillo
Real. "Pasa algo?", preguntó Lara a su hija, notándola temblorosa y
con ese andar lento. "Estoy asustada, nerviosa y no se que hacer",
contestó Lidia, sosteniendo el bastón que era apenas unos centímetros menos
alto que ella. "A tu mamá y a mí nos pasó lo mismo, ya vivimos la experiencia",
agregó Kuza, poco convencido de que su primer día de trabajo y el de la madre
se pudieran comparar al de la nena de nueve años, en quien se centraban varias
decenas de ojos curiosos, a causa de esas complicaciones y complejidades, los
aplausos y otra buena dosis de palabras de aliento. "Ojalá me vaya
bien", deseó intensamente la Cuidadora, en tanto traspasaban la imponente
verja dorada en el frente del castillo, algo nuevo para ella. "Y nosotros
vinimos a este país como turistas, en primer lugar...", dijo el vampiro
con sarcasmo, observando los jardines frontales, tan magníficamente bellos y
cuidados.
_Tienen que esperar acá unos momentos, pasen
– dijo Elvia a los tres, mientras Iris les cedía el paso a un amplio e
iluminado recinto –. No va a ser mucho. Cuando estemos listos los llamamos.
De inmediato, Kevin y Eduardo se sumergieron
en una charla sobre este inesperado destino que les tocó a los dos, planteando
hipotéticos problemas e ideando luego posibles soluciones. “atención a esto, va
a servirte en el Vinhuiga”, indicó el arqueólogo a Lidia, que además de
sorprendida y conmocionada por el legado de Seuju estaba cohibida, por el hecho
de estar frente a dos celebridades, ante lo cual buscaba distraerse con las
pinturas que había en el salón. “No puedo, tengo nueve y todo esto es más de lo
que puedo procesar”, se excusó la nena, cuyo calamitoso estado de nervios
superaba aplastantemente al de los hombres. Kevin buscó tranquilizarla,
asegurando que no era la única que estaba preocupada por el futuro a todos los
plazos, que también el y su amigo aun estaban confundidos a causa de los
designios de Rorha y Biqeok. “No es lo mismo”, dijo Lidia, haciendo mención al
hecho de que ella era una híbrida menor de edad que nunca había demostrado el
mínimo interés en abandonar el reino de Umebuzuk, mientras que los Cuidadores
de la Casa de la Magia y del templo del Agua eran dos hombres adultos con mucha
más experiencia y definitivamente muchos más conocimientos que ella en cada uno
de los aspectos que hacían a la vida. “Buen punto”, opinó Eduardo, quien junto
a su amigo procuraron animarla y darle esperanzas diciéndole que no habría de
estar sola en su ardua tarea, que allí estarían su madre – los hombres supieron
que Lara era una excelente persona y muy diestra en el dominio del elemento
fuego – y todos los expertos y el personal en general del Vinhuiga para
asesorarla y ayudarla; que por lo mismo estarían ellos dos, porque habría una
comunicación entre los tres lugares grandiosos y una reunión entre ellos anual
(esto hubo de animarlos) para intercambiar conocimientos, experiencias e
información, y que siempre podía recurrir a las hermanas, porque eran mujeres
(Kevin le dijo a Lidia que se entendería mejor con ella, siendo personas de su
mismo sexo, que con Eduardo y el) y hadas que dominaban, como ella, el elemento
fuego. La Cuidadora del Vinhuiga dio las gracias a los hombres, a sus colegas,
habiendo interpretado sus palabras como lo que de verdad fueron, una ayuda. “Me
ayudaron”, les dijo, aun sabiendo que sus temores y la conmoción no se irían
solo con eso, ni en el corto plazo. Era extremadamente joven y, con centenares
de cosas que no comprendía ni sabía, no dudó en afirmar que de ella se verían
esos logros y grandes actos de los que Seuju hablara en la oficina principal,
no al menos en estos nueve años que le quedaban antes de convertirse en una
mujer adulta. Lo cierto era que hasta hacía una semana Lidia no tenía otros
planes más que acompañar de tanto en tanto a sus padres al lugar de trabajo de
cada uno, dormir hasta tarde los fines de semana, salir a jugar con sus amigas
en la plaza con juegos cercana a su casa, dar sus primeros pasos en el diseño
de modas, aunque de momento fuera más un juego que otra cosa, e ir a las obras
de teatro infantiles. “Y ahora me tengo que desprender de eso…”, lamentó la
Cuidadora, transformando su bastón, y en el extremo apareció el símbolo del
fuego. “Tampoco para nosotros, pero es lo que nos tocó”, dijo Kevin, pensando
que de los tres era el otro que tendría que desprenderse de todo, creyendo que
la edad no sería un factor que o ayudara; podía ser adulto y tener mucha más
experiencia que Lidia, pero a la hora de tener que empezar a hacerse cargo de
esta responsabilidad enorme sentiría lo mismo que la híbrida. Eduardo,
atravesando emociones similares, pidió que le vieran el lado positivo a la
suerte de los tres; “Lo que somos para nosotros mismos y para el mundo”,
indicó. Los Templos del Agua y del Fuego y la Casa de la Magia, ahora que
tenían nuevamente quienes se ocuparan de los puestos vacantes dejados por
Biqeok, Rorha y Seuju, recuperarían una parte de esa gloria de otras épocas.
Les recordó ese encuentro anual previsto para cada treinta de Mayo /Tnirta
número diez – el día de entrada en vigencia del Edicto Once, el puntapié inicial
para el ocaso religioso –, que además podrían usar para ver cuánto habían
progresado y cuanto sus vidas hubieron de cambiar. “¿Si nos adaptamos del todo
o solo en parte?, ¿si superamos estos temores en solo ciento treinta y siete
días?”, interpretó Lidia, oyendo pasos que se acercaban. “Básicamente, si”,
contestó el Cuidador del Templo del Agua, al tiempo que se abría la puerta e
ingresaba el trío de hadas de fuego, las segundas al mando de los lugares
grandiosos (las hermanas y Lara, la madre de Lidia, se habían vuelto muy buenas
amigas en el curso de la última semana), para informarles que la ceremonia
estaba empezando y debían presentarse para el juramento de compromiso y
lealtad. Los hombres escoltados por sus compañeras sentimentales y la nena híbrida
por su madre dejaron el recinto, conscientes de que “nuevos destinos”
empezarían no bien contestaran (afirmativamente, por supuesto) a los planteos
en el juramento.
El salón en cuestión era uno de los más
grandes en la planta baja del Castillo Real y, al igual que el auditorio unos
días antes, estaba repleto de individuos feéricos y de otras especies. En el
escenario, en un extremo, estaban el líder del CSP, que tomaría el juramento al
artesano-escultor por el carácter especial de la Casa de la Magia, un lugar
bajo jurisdicción internacional; el ornímodo sobre quien cuarenta y ocho horas
antes hubo de recaer la responsabilidad enorme de dirigir a la Mancomunidad
Elemental, que se ocuparía de Lidia, por la condición de esta, una híbrida
entre hada y vampiro (muchos en el salón especularon con que se aprovechara
este evento para declarara los individuos como Lidia como una nueva especie
elemental, algo que se venía hablando y tratando desde hacía casi cinco años),
y la reina de Insulandia, que en tercer lugar haría recitar el juramento al
arqueólogo. Inmediatamente luego, uno de ellos, ya se pondrían de acuerdo cual,
se lo tomaría a las tres hadas de fuego, las hijas de Wilson e Iulí y Lara, y
con eso prácticamente terminaría la ceremonia, siendo de esta el último acto
los Cuidadores y sus segundas posando para las fotografías.
El primer llamado, a las diecinueve horas con
veintidós minutos, fue el Cuidador de la Casa de la Magia. A la mención de su
nombre, avanzó con paso firme hasta quedar delante del líder del CSP. Este,
empuñando un sable ceremonia, que estuvo pronto sobre la cabeza de Kevin,
pronunció con voz clara el planteo, en tanto trazaba delante del sujeto
movimientos con el sable, formando una tenue línea roja que imitó el aura del
Cuidador, formando el símbolo de la magia, que en los pocos segundos
posteriores fue encogiéndose en tamaño y densidad hasta no ser más que un
insignificante puntito rojo sangre girando velozmente alrededor del sujeto. “Lo
juro”, contestó este, con toda la firmeza y decisión, a lo que el puntito se
incrustó en su frente, justo donde aparecía el símbolo de la magia.
Incorporándose, sin dejar de sostener el bastón, Kevin tuvo un súbito temblor
que recorrió todo su cuerpo, la señal de que había sido bendecido de igual forma
a como lo fueran Rorha y de este sus predecesores. Ese hechizo habría de
duplicar las habilidades del artesano-escultor, como así también el alcance de
sus poderes. Los aplausos resonaron sin descuidar la sobriedad y fueron
correspondidos con la misma calidez en lo que el Cuidador bendecido demoró en
volver a su lugar, en un de los extremos laterales del escenario, recibiendo
como broche de oro el beso de Cristal.
Después fue el turno de Eduardo, el escuchar
a la reina pronunciando su nombre, ante el incidente que interrumpió el jefe de
la ME, el de Lidia diciendo en voz alta que prefería quedar para el último
lugar en los juramentos. El esquema anterior se repitió tal cual: el sable
ceremonial apuntando primero a la frente del sujeto y después trazando líneas
para describir el símbolo del agua mientras la soberana insular formulaba el
planteo. Una vez formado el símbolo, el experto en arqueología submarina lanzó
la exclamación “Lo juro”, las luces, que combinaban el celeste con el azul
jacinto, se transformaron en la minúscula esfera que dio decenas de vueltas,
antes de incrustarse en su frente. El Cuidador del Templo del Agua también
experimento el temblor súbito y ligero en el cuerpo, al ser bendecido con lo
que supo unos instantes previos a entrar en el recinto, con una ínfima parte de
la fuerza vital de sus predecesores, menor aun que aquella que quedara
almacenada en los letreros de oro. Los poderes y habilidades del arqueólogo se
habrían duplicado, y pensó en eso mientras volvía a su lugar entre aplausos
sobrios. El ya era poderoso y hábil en el dominio de cada una de sus técnicas,
¿hasta qué punto habría ese poder llegado ahora?.
A las veinte horas en punto fue el tercer y
último llamado, y cuando Lidia estuvo a pasos del ornímodo que lideraba la ME, quedaron
en evidencia los casi dos metros de diferencia en la altura, un susto adicional
para la híbrida de nueve años. En su
esquema, el enorme ser, cuya cabeza por poco no daba contra el techo, trazó el
símbolo del fuego luego de señalar con el extremo del sable la frente de Lidia.
“si”, contestó esta al planteo, con voz temblorosa, y entonces el símbolo, de
un tono muy oscuro de negro, heredado de su madre, se transformó en la diminuta
esfera que dio esas veloces vueltas alrededor de su cuerpo, antes de entrar en
contacto con la marca en su frente. En la primera fila, Kuza y Lara, los padres
de la nena, observaban orgullosos como su primogénita se convertía oficialmente
en la Cuidadora del Vinhuiga, un puesto al que un individuo de esa clase nunca
antes había llegado. El vampiro y el hada de fuego aplaudieron olvidándose de
la sobriedad, algo que al instante se extendiera a todos los allí presentes, lo
que a su vez provocó que Lidia sonriera por primera vez, a causa de su
nombramiento desde el cinco de Enero. “Mi felicitaciones”, le dijo su madre,
subiendo al escenario, pues ahora sería su turno, y el de las hermanas.
Las damas pasaron a continuación, y para
cuando completaron el ritual hubieron de llegar las veinte cuarenta y cinco.
Fue un esquema parecido al de los Cuidadores. Los tres, firmes ante los
líderes, la reina insular trazando los movimientos con el sable ceremonial. A
diferencia de los dos hombres y la híbrida, la madre de esta y las hermanas de
aura violeta no tuvieron esa esfera diminuta incrustándose en su frente, sino
que recibieron de manos de los jefes de la ME, el CSP y la reina Lili un
colgante muy fino que tenía una piedra preciosa esférica, las cuales, al
tocarlas las damas con las manos, cambiaron de color y adoptaron el de sus auras,
violeta las hermanas y negro el de Lara. La reina de Insulandia les explicó que
esos medallones, que as damas se pusieron en el cuello, podrían ser usados para
maximizar sus poderes en caso de ser requerida tal cosa, como la bendición de
los Cuidadores. “¡Felicitaciones a los tres… a los seis!”, fue la exclamación
que resonó al unísono por arte de los altos funcionarios, que se hizo eco en la
concurrencia, prorrumpiendo esta en aplausos, esta vez sin cuidar para nada la
sobriedad. Oficialmente, Eduardo, Isabel, Kevin, Cristal, Lidia y Lara ya
podían empezar a trabajar en el Templo del Agua, la Casa de la Magia y el
Templo del Fuego.
Restándole apenas una hora y media, terminó
la reunión extraordinaria que mantuvo despierto, en movimiento y con un gran
bullicio l Castillo Real desde que promediara la tarde, y cada uno de los
concurrentes fue tomando un rumbo diferente. Por supuesto, los Cuidadores y su
círculo no fueron las excepciones. La de mañana sería una jornada muy agitada,
quizás más que las que transcurrieron desde el cinco de Enero, y querían estar
descansados y frescos para el alba. La nena híbrida y sus padres usaron la
puerta espacial instalada en la plaza
para viajar hasta el Vinhuiga, siguiendo desde allí hasta el caserío en el que
fijaran su residencia (un poblado vampírico de ciento cincuenta habitantes,
contándolos a ellos), y las dos parejas restantes, a las que se sumaran los
padres de las hermanas, los secundaron, pero con destino a Barraca Sola, a
donde el flamante Cuidador de la Casa de la Magia y su compañera (ahora también
laboral) quiso volver por una última vez.
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_Ojalá en esta mañana el tiempo hubiera
corrido más temprano. Lo dije ayer y lo digo hoy. Las despedidas nunca son
fáciles, menos una como esta., apuntó Cristal, dando una buen ración de migas a
las palomas que se reunieron a sus pies y los de su hermana.
Eran las once menos cuarto del segundo Lunes
del año, una mañana tan calurosa como cualquiera otra en Insulandia. Las hijas
de Wilson e Iulí habían estado durante cada minuto de las últimas dos y media
horas sentadas en un banco de madera en el parque La Bonita, cuyo movimiento
para este momento del día era el acostumbrado. No bien finalizaron el desayuno,
en la casa de La Fragua, 5-11-8 (Cristal sintió tristeza al estar allí por
última vez), las dos hicieron saber a ellos, también a sus novios, que querían
estar solas esa mañana tan significativa, y los cuatro, comprendiendo cuanto
importaba eso para ellos, no se atrevió a objetar, y las observó alejarse por
aire a una velocidad moderada desde la periferia de la Ciudad Del Sol hacia el
sureste. Así que una y otra llegaron al eternamente concurrido parque, donde
desde el primer minuto allí no hicieron otra cosa que permanecer sentadas sobre
ese banquito, todo lo ajenas que pudieron al movimiento, las voces y el
bullicio, concentradas en un repaso general de su vida, de los momentos buenos
y los malos. De todo cuanto vivieron, sintieron y experimentaron en su
infancia, durante la adolescencia y lo que llevaban como mujeres adultas, y no
hubo un aspecto del que no hablaran en los últimos ciento cincuenta minutos.
Por supuesto, las palabras y oraciones no carecieron de un tono apagado, algo
esporádico y nada habitual en Cristal e Isabel, y melancólico. Buscando como
animarse, pusieron un énfasis particular en los momentos buenos de su vida – el
inicio de los noviazgos con Kevin y Eduardo, relaciones que llevaban menos de
un año, no dejaron de estar presentes –, pero aun con eso no consiguieron
tranquilizarse, no por lo menos del todo. En exactamente ciento cinco minutos,
la menor de las hermanas iba a abandonar el país que la vio nacer y crecer para iniciar una
nueva e inesperada vida en la Casa de la Magia, como segunda al mando de ese
lugar grandioso. Ninguna de las dos estaba preparada para vivir sin la otra, y
aunque sabían que podían mantenerse en contacto con la comunicación postal y
las jornadas de reunión pactadas entre los Cuidadores, además de los días
especiales, como los llamaron ellas (festividades patrias, la Transición, sus
cumpleaños…), no estaban animadas. Como sostuvieron varias veces desde que sus
compañeros sentimentales y prometidos se hicieran acreedores de los títulos de
Rorha y Biqeok, era particularmente doloroso separarse para dos personas que
estuvieorn una junto a la otra durante toda su vid. “Mejor volvamos”, propuso
Isabel, con poco entusiasmo, algo con lo que su hermana estuvo de acuerdo,; el
tono que empleara y la idea de volver a Barraca Sola para terminar de
prepararse.
A las once y media, las hermanas,
inmensamente atractivas pese a la melancolía que tenían por saber que iban a
separarse, sus novios y sus padres dejaron Barraca Sola, siendo despedidos
Kevin y Cristal por los vecinos e individuos feéricos y elementales que andaban
por allí con una variada gama de demostraciones de aprecio, pues iban a dirigir
uno de los lugares más magníficos e importantes del mundo. "Si te hace mal
no voltees", recomendó Iulí a su hija menor, porque está amagaba con pegar
un giro de ciento ochenta grados. "Está bien", aceptó Cristal, no
porque le creyera, sino para no contribuir a que los demás continuaran amargándose,
a causa de la propia despedida. Sus padres retomarían de un momento a otro sus
trabajos en el CoDeP y la academia de modelaje, y Eduardo e Isabel empezarían a
ejercer sus responsabilidades en el Templo del Agua el día de mañana, a las
ocho horas en punto. Los tres nuevos Cuidadores y sus segundas deberían
trabajar cincuenta y cinco horas semanales, entre las ocho y las dieciocho los
días hábiles y desde las siete hasta las doce los sábados, y tendrían una paga
mensual (después de todo, eran empleos) de cuarenta y un mil quinientos
veinticinco soles, setecientos setenta y cinco por cada una de esas horas. A
ambos hombres y sus novias, tampoco Lidia y su madre, les importaba cuanto les
pagaran ni que día lo hicieran, porque lo que más ocupaba sus mentes era ese
objetivo que se fijaran no bien aceptaran lo que eran: poder hacer todos los
días su trabajo de forma excelente sin defraudar a nadie y continuar con las
proezas, por qué no superarlas, que alcanzaran en su tiempo Biqeok, Rorha y
Seuju. Iulí y Wilson intentaron calmarlos diciéndoles, sobre todo a sus hijas,
que dejaran de preocuparse de esa manera tan intensa, porque hacerlo era
innecesario. Isabel, Cristal, Eduardo y Kevin nunca habían cometido errores en
materia de trabajo, sus superiores, iguales y subalternos nunca tuvieron
motivos de quejas por su causa, sino todo lo contrario, habiéndolos numerosas
veces puesto como ejemplos a seguir. "En cualquier caso van a necesitar
tiempo, los cuatro", concluyó Wilson, observando alternativamente hacia
adelante y hacia abajo. Llegado casi el mediodía, el movimiento habitual no lo
impresionaba ni sorprendía. Era lo mismo, varias veces, por no decir todas,
todos los días. "Supongo que si", admitió su hija menor,
particularmente afectada, en tanto los seis enfilaban hacia el norte.
Así llamado en homenaje a la arquitecta que
diseñara los planos casi tres siglos atrás, Kuonu era un puerto ultramarino de
aguas profundas a más de ocho mil kilómetros de Del Sol. Varias bodegas y
galpones representaban la mayoría de las estructuras, pero había también otras
no dedicadas al constante tráfico de mercancías que se exportaban o importaban,
como un restaurante de categoría intermedia, un hotel, varias oficinas
administrativas y un espacio arbolado de quinientos metros por quinientos,
cuyas tonalidades de verde impedían lo monótono del blanco y el gris de las
construcciones. Los bocinazos que anunciaban la llegada o salida de las
embarcaciones eran casi constantes y el puerto como un todo era un hervidero
con respecto al movimiento, habiendo más de dos mil trabajadores llevando a
cabo las diversas actividades. En los muelles cuatro y cinco (había un total de
veintitrés) aguardaban la hora señalada para zarpar, las doce treinta, las dos
embarcaciones. Una era la escolta artillada, un buque insular con diez cañones,
dos de ellos montados sobre placas giratorias, de cincuenta metros de eslora
(longitud), tripulado por ciento veinte marineros, siendo necesario porque
parte de la ruta pasaba por Iluria - los ilios podían también ser peligrosos en
el agua -, y tomarían las precauciones hasta haber dejado atrás esa zona, tras
lo cual el buque volvería al puerto. La otra embarcación pertenecía a la Flota
Mercante Insular, era cuatro veces y media más grande y se podía ver a los
estibadores subiendo los últimos contenedores, todos repletos y llevando cada
uno materiales específicos, teniendo como destino la Casa de la Magia. La
mayoría de los pasajeros ya estaban a bordo, en los camarotes, bien preparados
( y resignados para pasar las siguientes tres semanas en el mar y el océano, el
primer contingente en llegar a ese lugar grandioso. Era cierto que no les
demandaría más de un día el llegar por aire, pero debían conservar intacta toda
la carga, hasta la pieza más insignificante. Un interés particularmente grande
tendrían que poner en cuanto estuviesen dentro del alcance de las defensas
mágicas. Esa embarcación era el destino inmediato de Kevin y Cristal, que
llegaron al puerto de Kuonu diez minutos antes del mediodía junto a su
comitiva. Lejos de ser sus intenciones desperdiciar los dos tercios de hora que
les quedaban fueron juntos a la oficina de la aduana, porque los viajantes
debían llenar una serie de documentos antes del embarque. "Puntuales, eso
habla bien de ustedes", se alegró al verlos una voz femenina, y al darse
vuelta vieron a Lidia y a sus padres, caminando hacia ellos y sonriendo. No
solo eran estos tres, sino también Iris,
en representación de la familia real, el representante diplomático del reino de
Espal en Insulandia, Lursi y Oliverio, los otros dos suscriptores de aquel
convenio de sangre en la pasada ceremonia del otoño, los antiguos socios
comerciales de Kevin, Zumsar y las mejores amigas de Cristal, a las que veía
como tales desde la infancia. Un total de dieciocho personas (incluidos aquellos
que vivieron desde la capital) con las que tenían un trato diario se reunieron
allí para despedirlos, y no fueron los únicos. Las hadas allí desviaban la
mirada y comentaban animadas la partida de la pareja por un lado y la presencia
allí de los tres Cuidadores. Además estaban los periodistas de El Heraldo
Insular y otras dos docenas, tal vez más, de medios gráficos, incluidos algunos
del extranjero. Por parte del artesano-escultor y la médica los agradecimientos
se remitieron a saludos efusivos moviendo los brazos en lo alto y unas pocas
palabras sueltas, porque restándoles menos de media hora en el reino insular no
querían otra cosa que pasar ese lapso tan corto con su familia y aquellos
catorce individuos que llegaron a ellos en primer lugar. Iris y Zumsar fueron
los primeros en saludarlos y felicitarlos, además de darles unos pocos consejos
que juzgaron como útiles, además de hacerlos partícipes, también a los demás,
de lo que vieron y calificaron como la mejor noticia. "Los felicitamos a
los dos", fue la opinión común de la comitiva y los viajantes, habiendo
sido las mujeres quienes demostraron mayor emoción en sus reacciones y
opiniones, porque en tanto les hablaron Iris había posado su mano izquierda
sobre el vientre. Uno y otro les dijeron que desde lo primeras horas de mañana
iban a empezar a planificar su boda, desconociendo, a consecuencia de sus
obligaciones, cuando la podrían llevar a cabo. Por su lado, el diplomático de
Espal deseó suerte en su nombre y el de su patria a su compatriota y a Cristal,
que estaban empezando esta inmensa y compleja tarea, que mantendrían sobre sus
hombros hasta que les llegara la hora. Los socios comerciales de Kevin, además
de desearle a este y a su novia toda la suerte, prometieron mantenerlos
constantemente al corriente de todo cuanto ocurriera en el MC-A, incluidos, si
ocurrían, los nuevos desarrollos e inventos. Lursi y Oliverio, reviviendo en su
mente la última ceremonia de otoño en Del Sol, no dudaron un solo instante en
asegurar su presencia en la Casa de la Magia, lo mismo que más temprano
prometiera Eduardo, si para su Cuidador y todos los individuos allí surgiera
algún problema que no pudieran resolver sin ayuda. Las amigas de Cristal, a
quienes se sumara la madre de Lidia, centraron más sus palabras y consejos no
tanto en el trabajo como una parte de esta nueva vida que la médica empezaba,
sino en su vínculo sentimental con el Cuidador de la Casa de la Magia.
Conocedoras del tema, especialmente Lara, no dudaron en decirle a Cristal que
lles pidiera ayuda y consejos cada vez que lo creyera necesario. Y la Cuidadora
del Templo del Fuego y su padre demostraron ante ambos los mismos gestos
cordiales y buenos augurios para el futuro que durante la jornada memorable de
ayer y los días anteriores. Para estos tres inmigrantes del reino de Umebuzuk
estas habían sido y eran cuarenta y ocho horas muy movidas que podrían no
dejarles tiempo libre: a la tarde, caídos los últimos momentos de las diecisiete
y los primeros de las dieciocho, Lidia y su madre tendrían el primer encuentro
con la plana mayor del Vinhuiga, más o menos las mismas que su lugar grandioso
homólogo del agua, y mañana, a las ocho horas en punto, empezarían a ejercer
sus funciones como primera y segunda al mando. Kuza, el vampiro, ya había sido
contratado por la Dirección de Cartografía, donde haría tareas de oficina en lo
que le quedaba a Enero, hasta tanto hubiesen terminando las refacciones y
equipamiento de su casa, en el caserío donde los recibieron en su momento con
los brazos abiertos, por ser quienes eran - la flamante Cuidadora, el primer
ser híbrido en lograr tal notoriedad, su madre, una excelente médica y segunda
al mando del Vinhuiga, y su padre, un cartógrafo de primer nivel -, y muy
contentos porque eligieran ese lugar para radicarse y empezar su nueva vida.
"Se los agradecemos infinitamente a todos y cada uno de
ustedes", dijeron casi al unísono
ambos componentes de la pareja, muy emocionados por esta despedida y las
variadas, en calidad y cantidad, demostraciones afectivas y buenos pensamientos,
deseos y augurios. Quienes estuvieron allí resignaron sus actividades,
laborales en su mayoría, porque consideraron que lo prioritario era estar
presentes en el puerto de Kuonu. "De verdad que no nos importa",
insistió uno de los antiguos socios de Kevin, en el instante previo a marcharse
con los otros y las amigas de toda la vida de Cristal (entendiéndose bastante
bien uno y otro sexo en ese grupo). Oliverio, Lursi y el diplomático de Espal
se retiraron unos pocos minutos después, deseándoles suerte por última vez, en
tanto Iris y Zumsar, considerando que este era un momento en que esa familia
debía estar sola, salieron al encuentro de los periodistas, entre estos los
amarillistas, con la intención de distraerlos. “Se los vamos a contar”, dijo el
componente masculino de la pareja, en referencia al embarazo de su prometida,
sabiendo que eso mantendría ocupados (al menos lo deseaba) el tiempo suficiente
para que Kevin y Cristal se despidieran de Eduardo, Isabel, Wilson e Iulí con
algo más de privacidad. “Te acompaño, no son los únicos que tienen que hacer un
anuncio como ese”, intervino Lara, sonriendo de repente y dejando perplejo a su
compañero – Lidia ya estaba bastante entretenida, observando a través de un amplio
ventanal, con las manos apoyadas en el vidrio, el movimiento y el bullicio que
imperaban en los muelles –, a quien rápidamente felicitaron los hombres. Las
hermanas intercambiaron miradas felices entre si, en tanto daba una a la otra a
entender una sola cosa.
Iulí primero, Iris después y ahora Lara. Tres
embarazos en este grupo.
¿Cómo reaccionarían si fueran cinco?
A las doce y cuarto fue el instante cargado
con mayor emotividad desde la tarde del cinco de Enero, pues para Kevin y
Cristal, habiendo escuchado un anuncio a través del megáfono, advirtieron que
era el momento para abordar. En el inmenso buque, amarrado firmemente al
muelle, los marineros ya habían asegurado todos los contenedores y otras
cargas, la mayoría de los pasajeros estaba ya sobre la cubierta, despidiéndose
con gestos y palabras de todos cuantos los fueron a despedir y el capitán daba
las últimas instrucciones al personal en el muelle, al pie de una rampa. El buque
escolta, en tanto, ya había lanzado los tres sonorísimos bocinazos, la
acostumbrada señal de que en ciento ochenta segundos, no más, empezaría a navegar,
sacándole, como ya estaba previsto, una ventaja de cinco minutos a la otra
embarcación. “Que les vaya bien a los dos y a cuantos viajan con ustedes, y a
todos cuantos se les van a unir”, se despidió Eduardo de su amigo (también
colega Cuidador9 y futura cuñada. “No dejen de avisarnos si necesitan de alguna
ayuda, lo que sea”, fueron las últimas palabras, tan tristes como emotivas, de
Isabel. “También fuera del ámbito laboral, acá vamos a estar nosotros, todos
cuantos convivieron con ustedes”, las palabras finales de Wilson. “Y miren
hacia adelante, todo el planeta tiene inmensas expectativas en ustedes”,
concluyó Iulí. Los cuatro observaron como la pareja se perdía por un extenso
pasillo, que al otro extremo tenía una plataforma sólida en que confluían los
muelles. Allí llegaron al tiempo que el cañonero dejaba completamente una de
las pasarelas, aun con casi todos los tripulante en cubierta, firmes y haciendo
el saludo militar – la costumbre al zarpar de un puerto o llegar a el –. No bien
abordaron cristal y Kevin, el personal en el muelle soltó una a una las sogas
tan gruesas que mantenían atracada la embarcación y retiraron la rampa. Fue
allí que cuantos presenciaban la escena prorrumpieron en aplausos y cánticos,
continuando ambas demostraciones aun cuando el buque empezara a moverse. No era
solo un reconocimiento para el artesano-escultor y la médica, sino para cada
uno de los individuos de ambos sexos que partían hacia lo que el común de las
opiniones calificó como “una misión enaltecedora de e importantísima para la
sociedad, para la cultura y para la historia”.
_Para la posteridad., concluyó la hermana de
Cristal, que no quiso apartarse del ventanal sino hasta que el par de
embarcaciones estuvo fuera dela vista.
_Mejor vamos, Isabel – propuso Eduardo,
tomando su diestra. No lejos de allí, Iulí y Wilson se estaban despidiendo de
Lidia, Kuza y Lara, que volvían a su caserío para prepararse para su viaje al
Vinhuiga –. A ninguno nos hace bien continuar aquí, sobre todo a vos. Allí se
fueron tu hermana y uno de mis mejores amigos. Pensemos en otra cosa. En lo que
nos aguarda en el Templo del Agua. Después de todo, nuestro trabajo allí
empieza mañana a las ocho.
_Voy a extrañarlos a los dos como no podés
imaginarte – repitió Isabel, sin que faltaran las lágrimas en sus ojos – .Crecí
con ellos y no se discute el que va a ser mucho el tiempo que me demande
acostumbrarme a no tenerlos cerca de nosotros. Cristal no es solo mi hermana,
también es mi amiga y confidente. Y Kevin… bueno, también en sus manos pondría
mi vida, es una excelente persona.
Iulí y Wilson se les unieron fuera de la sala
de espera, habiendo partido la híbrida y sus padres, para quienes la
complejidad era tanto como para todos cuantos zarparon hacia la Casa de la
Magia.
_Lidia sigue asustada y nerviosa. No tanto
como el cinco y seis de Enero, pero sigue – informó Iulí a su hija y su futuro
yerno, dirigiéndose ya a la salida del puerto de Kuonu, con la idea de volver a
Barraca Sola –- Espero que supere pronto ese estado. Lara y Kuza están más que
determinados a no dejar que nada malo le pase, como es lógico. Pero nos
pidieron que les demos una mano si fuera necesario. De momento, solo lo
relacionado a sus funciones como Cuidadora. ¿Ustedes van a darle una mano,
cierto?.
_Yo se lo prometí a Lidia desde el primer
momento – le hizo saber Eduardo –. Ella, Kevin y yo hicimos un juramento de palabra
a ese respecto. Si en algún momento uno de los tres tuviera problemas o dudas,
puede recurrir a los otros dos.
Estando ya fuera del enorme predio del
puerto, el sexteto remontó el vuelo para el regreso a su barrio. Con un día
climatológicamente bello, no usarían las puertas espaciales, sino que viajarían
esos más de ocho mil kilómetros por aire. Ya estándolo, a esa altura tan
grande, todas las cosas y las personas se transformaron en manchones y puntitos
más difusos o menos, algunos en movimiento. Adelante, les esperaban alrededor
de cuatro horas de viaje.
_¿Y ustedes dos? – llamó Iulí a su hija y
Eduardo –, ¿están preparados y listos para mañana?.
Era obvio lo que iban a contestar, pero la
pareja todavía tenía dudas y los últimos vestigios de la conmoción.
_lo estamos., aseguró el Cuidador.
Lo estaban, de acuerdo, pero no al completo.
Y eso era algo ya hablado entre ellos y con su familia y amistades. Ocho días
no eran suficientes para el, para procesar todo esto. Hoy, justamente hoy, se
cumplía un año desde su llegada a este planeta, algo que rara vez recordara
desde que Biqeok le heredara sus responsabilidades – a la noche harían una cena
especial, con música y toda la pompa –. Doce meses antes, Eduardo ignoraba la
existencia de este mundo y sus habitantes, y ahora se encontraba en lo más alto
del liderazgo en uno de los lugares que más veneraban las hadas, por todo lo
que significaba para su sociedad, cultura e historia. Creyó que tranquilamente podrían pasar oros
tres o cuatro meses hasta que hubiera asimilado del todo lo que era ahora, lo
que sería por el resto de su vida.
_Aunque no se note del todo – agregó Isabel –.
Los dos estamos intentando ver y concentrarnos en lo positivo de este destino.
Por ejemplo, en que vamos a estar asesorados y contar con la ayuda de hadas
experta en el Templo del Agua, que van a saber darnos buenos consejos y ayuda
para salir adelante y devolverlo a su gloria… cosa que nunca perdió del todo.
_Piensen que nadie espera que alcancen esos
logros, hazañas y proezas que se esperan de ustedes en las primeras
veinticuatro horas allí – les dijo Wilson, buscando serenarlos –. Les dijimos
lo mismo a Cristal y Kevin, varias veces desde que nos contaron lo ocurrido en
la casa de la Magia, y a Lidia y Lara cuando nos estábamos despidiendo de ellas
y Kuza. En los tres casos se va a requerir de paciencia y tiempo, por supuesto.
_Ojalá sean esas dos cosas y nada más.,
dese-o con fuerza y esperanza su futuro yerno.
_lo son., insistió Wilson.
Y los cuatro continuaron su viaje,
concentrados ahora en el día de mañana, en lo que le deparara a Eduardo e
Isabel, siempre con los sentimientos confundidos y no olvidados de la tristeza
que es provocara la partida de dos de los miembros de su familia.
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Cristal, en la cubierta del inmenso buque que navegaba en
solitario, apoyada sobre el barandal, deseando que hubiera algún animal por
allí para alegrar el paisaje en el cristalino océano, esperó a que su compañero
sentimental y prometido estuviera a su lado, luego de quedarse con el primer contingente
para hablarle. Isabel, en una de las cabeceras de la mesa en su casa (La
Fragua, 5-16-7), sin dejar de notar la ausencia de su hermana y Kevin, esperó a
que la cena estuviera concluyendo para ponerle ese broche de oro. Tal vez sin
que una supiera que la otra estaba haciendo exactamente lo mismo en este
momento, ambas hermanas, dirigiendo gestos y miradas (felices) a sus novios,
tocaron sus vientres. Eso únicamente podía significar una cosa.
Eduardo… ¡excelente trabajo!.
Kevin… ¡excelente trabajo!
FIN
--- CLAUDIO---
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