_Mejor
nos sentamos, esto es serio y da para estudiarlo y decirlo todo a fondo, porque
de seguro en dos o tres días nosotros cuatro empezamos una vida nueva., quiso
Kevin, a eso de las veinte horas en punto, en la intimidad y comodidad de su
casa, a casi medio día de haber hecho el, Cristal, Eduardo e Isabel los viajes
que, como dijera, hubieron de catapultarlos
una nueva vida.
En
efecto, había sido un día muy atípico para los cuatro.
--------
Eran
las ocho menos diez del cinco de Enero y ambas parejas, habiendo dado por
concluido el desayuno y terminado de arreglarse – básicamente, el cabello
mojado y ropa y calzado livianos, porque hoy haría calor todo el día – se
preparaban para viajar al noroeste, sabiendo que cubrirían los siete mil
quinientos dos kilómetros en pocos segundos, recurriendo a las puertas
espaciales. El Templo del Agua era su destino. “Va a valer la pena, y toda, lo
garantizo”, prometió Isabel a su novio, abriendo la puerta que daba a la calle,
saliendo primero ella y su hermana y luego los hombres, llevando estos ambas
bicicletas (los padres de las hermanas habían salido más temprano, pues
pasarían todo el día en el centro de la ciudad). Estando ya los cuatro poniendo
ciento treinta soles en el cántaro, junto al marco dorado siempre imponente,
alguien desde las alturas y a sus espaldas estuvo llamándolos, diciendo sus
nombres en voz alta, y al darse vuelta vieron a la heredera insular. La
princesa Elvia se posó con delicadeza en el suelo (el guardia hizo el saludo
formal) y habló al grupo, para hacerles saber que la reina Lili requería con
urgencia de la presencia del artesano-escultor y la médica. “La verdad, no
tengo idea”, aseguró, cuando Kevin le preguntó acerca del motivo. “Mejor vayan,
ya vamos a poder ir los cuatro juntos otro día al Templo del Agua”, dijo
Eduardo, a lo que su amigo y Cristal contestaron “De acuerdo”, decidiendo
primero volver a su casa a dejar la bicicleta y luego reunirse con la otra
pareja y la heredera junto a la puerta espacial. Allí, la despedida hubo de
prolongarse durante unos cinco minutos, tras los que Elvia, Cristal y Kevin se
perdieron en las alturas, en tanto que ambos arqueólogos submarinos cruzaron
finalmente el marco y, al hacerlo, quedaron a exactos cien metros de esa
antiquísima, espléndida y monumental joya de la arquitectura e ingeniería, de
la que, con solo verla, supieron que ese calificativo de monumental le cabía
también por la superficie que ocupaba en total, un cuadrado perfecto de quinientos
metros por quinientos. Al llegar al acceso principal fueron recibidos por un
empleado del Consejo de Cultura insular, que les mostró el camino haciendo
gestos con las manos y ofreció un mapa detallado del lugar. “Que lo disfruten”,
les deseó a ambos, quienes, correspondiendo la bienvenida con la misma
intensidad, empezaron la caminata por uno de los senderos principales, uno
adoquinado que conducía directamente a la colosal estructura central del
predio, en cuyo punto más alto estaba la oficina, vacía desde hacía mucho, del
Cuidador. Isabel propuso que dejaran para más adelante ese sector, y que
empezaran la recorrida bordeando el Templo del Agua, cuyo perímetro era un
curso de agua de cuatro metros y tres cuartos de profundidad por seis de una orilla
a la otra, con algunas ramificaciones hacia el interior del predio. “Como te
parezca, vos sos la guía”, accedió Eduardo, con sus ojos ya
imposibilitados de detenerse, pues no
queriendo desperdiciar un segundo siquiera estaba observando todo aquello que
lo rodeaba. “Empecemos entonces por ahí”, dijo Isabel, señalando el punto por
el que ingresaron, coronado por un letrero de hierro forjado, a diez metros del
suelo, con la inscripción “VINHAE” y el símbolo del agua a ambos lados. “Está
bien, vamos”, coincidió Eduardo, y ambos, agitando leve y suavemente sus alas,
empezaron a flotar sobre el sendero con piedras de canto rodado que había junto
al curso de agua perimetral.
“La armonía y el contacto permanente con lo
natural, eso nunca se tiene que perder”, fue la respuesta del hada de fuego al
planteo de su novio, sobre el porqué de
la existencia de ese espacio arbolado con numerosas especies vegetales, que se
extendía unos treinta y cinco metros hacia adentro. Habiendo vadeado la
totalidad del arroyo, en el que vieron una notable variedad de peces y una
pareja de sirénidos para quienes había llegado el momento de “otra ración de
comida”, Isabel y Eduardo se internaron en dicho espacio, donde desde el inicio
pudieron disfrutar de y verse inmersos en uno de esos paisajes que tanto
gustaban y enorgullecían a las hadas. Una maraña de lianas, ramas y hojas a
diversas alturas con múltiples tonalidades de verde, donde podían apreciarse
las vocalizaciones de numerosas especies animales, aves en su mayoría, ejecutando
todo tipo de movimiento entre las copas, estas tan frondosas en algunos tramos
que parecían formar un techo a cierta altura, dificultando el paso de los rayos
solares, y en el suelo. Esa franja de treinta y cinco metros, explicó Isabel a
continuación, en tanto se distraían observando a las hadas que como ellos
estaban allí en calidad de visitantes, había sido durante la Guerra de los
Veintiocho un línea del sistema de defensa ante los reiterados ataques de
setwes solitarios, que buscaron con esos ataques minar los ánimos y la moral de
los otros dos bandos. “Lo bueno es que la línea pudo resistir”, se alegró
Isabel, ya buscando salir de la franja, y hablándole a su novio unas breves
palabras sobre los pocos daños que sufriera el lugar durante aquella guerra,
diciendo que fueron lugares como este los únicos en el mundo en los que ambos
bandos enfrentados hicieron causa común: sin importar sus posturas, los templos
y otros lugares religiosos eran sumamente importantes para los dos, y los ilios
lo sabían. Buscaron la manera de debilitar el esfuerzo del MEU y todo lo que
lograron fue que ese grupo y el otro trabajaran en equipo para repeler los
ataques. “En verdad, ningún ilio en la guerra pudo traspasar esta franja de
arbustos y árboles, los que lo intentaron fueron eliminados o huyeron”,
concluyó Isabel la explicación, al tiempo que dejaban atrás ese tan magnífico
espacio y se encontraban con otra de las mejores demostraciones de orden,
simetría y disposiciones geométricas del mundo. “Armonía”, reiteró Eduardo,
mirando alternativamente el mapa que le dieran en la entrada y el paisaje que
se extendía frente a sus ojos.
La
principal muestra de aquello se daba con la organización del espacio interior.
Una estructura central de varios metros de altura rodeada por otras de menores
dimensiones, todas estas separadas una de otra y de la central por la misma
distancia, y cada una de las estructuras menores cumplía una función
específica. "Están igualmente conectadas entre si", informó Isabel, y
propuso elevarse unos metros para tener una visión completa del área de esas
construcciones secundarias. Al elevarse, Eduardo descubrió que los caminos,
siempre delimitados por ladrillos de un fuerte color rojo, para detectarlos
desde las alturas, eran líneas rectas con ángulos muy pronunciados que
bordeaban las estructuras, interconectándolas entre si y con la principal,
habiendo una veintena de puentes rectos que saltaban sobre los arroyuelos que
habían allí, los que se conectaban con el curso de agua perimetrales. "En
efecto, la simetría y disposición son perfectas", confirmó Eduardo, que,
en vuelo estacionario, no dejaba de observar y analizar minuciosamente el
panorama. Las estructuras, dispuestas alrededor de la principal, tenían la
cuadrangular y la rectangular como formas geométricas monopólicas, se hallaban
con su situación formando un cuadrado y entre ellas había espacios verdes
librea de cualquier forma vegetal, a excepción del césped y unos pocos arbustos
y plantas florales, que crecían al otro lado de los caminos perimetrales y los
conectores. Estéticamente, comparaba Eduardo a medida que iba observando y
escudriñando, había similitudes entre eso y los mercados centrales ("Por
ejemplo", dijo en su mente), porque las estructuras y los caminos tenían
esos arbustos y plantas dispuestas en impecables hileras, y separadas las
especies por la misma distancia, contribuyendo, como dijera Isabel, a la
armonía y el contacto con lo natural. Todos los techos eran a dos o cuatro
aguas, dependiendo de la forma geométrica, y tenían cientos de tejas acanaladas
de un rojo muy intenso, en las que estaba, grabado en relieve, el símbolo del
agua. Las hadas allí abajo iban en grupos o en solitario, y todas parecían
estar absolutamente compenetradas con lo que hacían, ya fueran turistas y visitantes,
el personal o los guardias, estos en sus habituales patrullas de tres o cuatro
componentes. Entre aquellos que conocían por primera vez el lugar o simplemente
dando un paseo reinaba el clima alegre, no muy distinto al que reinaría en
cualquier otro lugar, disfrutando del entorno tanto como el entusiasmo y las
ganas se lo permitían. Algunos eran turistas extranjeros o de lugares más bien
alejados del Templo del Agua, llevados por los guías de uno u otro sexo,
empleados del Consejo TRE (Turismo, Recreación y Esparcimiento), que les iban
ilustrando e informando sobre el ayer y el hoy de las estructuras y el lugar en
general a medida que avanzaban. Las hadas que caminaban en solitario, en
cambio, formaban parte del grupo de profesionales y expertos que trabajaban en
el templo, dependiendo todas de los Consejos de Ecología, Medio Ambiente y
Recursos Naturales, de Ciencias y de Parques Reales, y en estos momentos, como
casi durante toda su jornada laboral diaria (Lunes a Viernes de ocho a
diecinueve y Sábados de ocho a quince), estaban haciendo sus acostumbradas
investigaciones. "Ese ya me está cayendo bien", se alegró Eduardo,
detectando a uno de sus colegas, a quien conocía de las reuniones en el MRA,
estudiando en una de las orillas del arroyo perimetral. "Hay arqueólogos
trabajando en este lugar", le informó Isabel, moviéndose ambos unas
decenas de metros hacia la derecha, sin disminuir la altura. Vieron al personal
de mantenimiento y limpieza, con sus clásicos overoles celestes y rosas, dependiendo
del sexo, tan activos como todos en el templo. Ellos tenían jornadas más
amplias, que se extendían a dieciséis horas cada día hábil, dividiéndose en dos
mitades iguales, estando cubierta cada una por cien empleados, y catorce los
sábados, siendo esta dos turnos laborales de siete horas, con noventa
empleados.. "Esas hadas por
supuesto son artífices de la gloria pasada y la actual de este lugar", le
dijo Isabel a Eduardo, viendo como dos mujeres de EMARN (llevaban las insignias
de ese Consejo en sus overoles rosas), tijeras y hoces en manos, buscaban darle
una forma geométrica de esfera perfecta a la copa de un árbol. "Incluso en
eso hay armonía y simetría", se asombró Eduardo, notando esa figura en
casi todos los árboles. A diferencia de ese personal y los visitantes, los
guardias reales estaban en posiciones fijas en diferentes ubicaciones, en
pintorescas garitas de madera, excepto aquellos pocos que patrullaban por los
caminos. Isabel explicó a su novio que en total había cierto treinta y cinco
efectivos asignados a la protección del Templo del Agua, divididos en grupos de
cuarenta y cinco, para cubrir las tres jornadas, cada una de ocho horas, en los
días hábiles, en tanto que los fines de semana, la vigilancia del lugar quedaba encomendada a una centena de infantes de
marina, una división relativamente nueva de la Armada, de una base cercana.
"Ellos tienen jornadas de doce horas, y cada una está cubierta por
cincuenta tropas", concluyó Isabel, iniciando el descenso.
_Podríamos
empezar por donde..., llamó Eduardo, aterrizando a su lado, en un punto en que
confluían dos de los caminos, a metros de un puente.
Estaba
tan visiblemente emocionado por la visita que consideró que un día entero
podría no serle suficiente para conocer cada rincón del Templo del Agua.
"Creo que la tercera parte para el final del horario de visitas, o
menos", estimó en la mente.
_Por
donde queramos, no hay la necesidad de marcar un itinerario en lugares como
este - contestó Isabel, empezando a caminar. Pasando la franja de arbustos y
árboles, había un espacio despejado de igual extensión y, más allá de este, las
estructuras -. Podemos empezar por acá, si te parece.
Con
los dedos de la izquierda y la vista señaló un punto en lo alto. Otro letrero
de hierro, montado a seis metros, indicaba el acceso a una de las estructuras,
un inmenso acuario con numerosas especies acuáticas de todo el mundo, y desde
donde estaban veían la combinación de visitantes, guardias, personal de
maestranza e investigadores.
_Está
bien - accedió Eduardo, cuyas pupilas continuaban sin detenerse -. Empecemos
por acá.
Y
cruzaron el puente y los caminos.
Esta
estructura, una de las ocho que rodeaban a la principal, ubicada justo frente
al acceso central de aquella, estaba, como todas, diseñada para ofrecer un
entorno y atmósfera armónicas. Rodeada por espacios verdes magnificentes, era
un enorme acuario que contenía ejemplares de miles de peces y anfibios de todas
partes del mundo, en enormes áreas que imitaban sus respectivos hábitats
naturales. El acuario estaba a su vez dividido en diez niveles, cinco bajo el
suelo y cinco sobre este, donde cada uno representaba a uno de los continentes,
y en todos había peceras y otros recipientes cuadrados y rectangulares, con
alguno que otro circular y hexagonal, separados por amplios pasillos.
Básicamente, los niveles eran salones de exposiciones en que los receptáculos
estaban dispuestos co trabajo las paredes y en el centro, quedando así el
suficiente espacio libre para el ir y venir de la gente. "Un museo",
seguía comparando Eduardo, aún luego de salir y ver de nuevo el letrero que
indicaba "USOEDAE / ACUARIO", en el idioma antiguo y el actual.
"Ya vamos a tener tiempo de sobra", se convencieron, al ver la
imposibilidad de recorrer a fondo está estructura en unas pocas horas.
El
itinerario continuó en el sentido de las agujas del reloj, y un cuarto de hora
luego, habiendo estado socializando con las hadas y otros seres elementales,
incluidos un par de sirénidos que asomaron la cabeza en una fuente - un río
subterráneo era el único curso que conectaba los espacios y cursos del Templo
del Agua con el exterior - tras cruzar otro de los puentes, llegaron a la
estructura cuyos letreros indicaban "UTOPEHON / GIMNASIOS". Era una
construcción de dos niveles enormes, uno bajo y otro sobre la superficie;
enormes instalaciones que usaban las hadas para entrenarse, practicar y
mantener afiladas sus habilidades. Esa construcción colosal, tal lo explicara
Isabel, tenía las mismas resistencia y defensas que la del Templo del Fuego.
Las paredes, el suelo y el techo estaban bajo la protección de poderosos
hechizos que posibilitaban la absorción de la energía liberada durante los
entrenamientos (ataques y descargas liberadas que no acertaran a su blanco,
explosiones súbitas...), lo que hacía que fueran prácticamente invulnerables.
Solo con fugaces visitas a ambos niveles, Isabel y Eduardo detectaron al menos
a veinte hadas entrenando en ellos, algunas teniendo a los monstruos como
oponentes, y fue al ver una de esas batallas, recordando a la vez el combate de
las hermanas a principios del mes pasado, en el Vinhuiga, que Eduardo decidió
que lucharía en uno de los gimnasios antes que hubiera terminado este día.
"PETDOQOT
/ PISCINAS" era la inscripción en la siguiente estructura, el siguiente
punto del itinerario. Eran dos piscinas, en efecto, dispuestas como los
gimnasios, bajo y sobre el suelo, y estaban destinadas a la práctica y
competencias de toda clase de deportes acuáticos, los más populares en el reino
de Ínsula día, junto al balonmano. Cuando llegó para la pareja el momento de
observar con mayor o menor detenimiento, advirtieron que se trataba, hasta
ahora, del sector con mayor movimiento. Había cientos de individuos masculinos
y femeninos allí adentro, practicando algún deporte o bien descansando en los
bordes de las inmensas piscinas. "Por las dudas", gruñó Isabel entre
risas, dándole un pellizquito a su novio... porque si este estaba observándolo
todo no podían quedar exentas las cientos de mujeres en traje de baño que
habían allí. Fue una escena que produjo risas entre quienes comprendieron lo
que significó. Avanzada la recorrida por el nivel sobre la superficie, la hermana
de Cristal se alegró por comprobar como las hadas de fuego estaban integradas a
un ambiente donde predominaba el elemento antagónico por excelencia a ese; en
la piscina, en el borde opuesto a aquel donde estaban los trampolines, tres
hadas de fuego, sentadas en ese extremo, ponían sus manos en el agua. "Es
algo así como u a pileta climatizada", informó Isabel, recordando como su
novio le había hablado sobre ellas en varias oportunidades. "Este método
es artesanal y efectivo", juzgó Eduardo, con cierto asombro al ver que no
se requería de la tecnología, de ningún elemento mecánico, para este tipo de
entretenimientos.
Arribaron
a la cuarta estructura después de otro breve parate, que hicieron para ver la
maravilla que eran esos minúsculos canales con agua cristalina que interrumpían
el verde casi total en el espacio entre estructuras, canales que aun siendo tan
pequeños posibilitaban el paso de un cardumen de sirénidos, una familia
particularmente numerosa de siete crías que seguían a sus padres. Este sector
era el "ESIE EMVAMIDVIOP / ÁREA INTELECTUAL", tal cual lo indicaban
los letreros y señales. Era la "zona cívica" del Templo del Agua, y
los ocho niveles de la estructura, cuatro bajo y cuatro sobre la superficie,
estaban reservadas, o remitidas, a bibliotecas, museos laboratorios y salones
para exhibiciones. Era la principal área de trabajo del Templo del Agua, y era
habitual ver a decenas de personas de ciencias y otros expertos llevando a cabo
sus investigaciones y estudios sobre todo lo relacionado directa e
indirectamente con el elemento agua. Tampoco faltaban los visitantes que
permanecían un tiempo determinado en las bibliotecas, leyendo e instruyéndose
(lo que hicieron las hermanas cuando quisieron conocer el motivo del cambio en
su fin y aura), disfrutando del silencio y la tranquilidad que les
proporcionaban esos niveles en esta estructura. "Razón demás para venir
otra vez", dijo Eduardo, lamentando que estás fueran visitas y vistas
fugaces, cuando Isabel le explicara que allí también se realizaban
experimentos, ensayos e investigaciones vinculados con la arqueología
subacuática.
El
quinto sector correspondía a talleres y fábricas más o menos grandes, que
dividían la estructura en numerosos espacios interiores, dedicados a la
reparación, las reformas y el mantenimiento - "UTDOWOTIS / SERVICIOS"
era la indicación en el mapa que sostenía Isabel y en el letrero sobre el
acceso - de todo cuanto había en el Templo del Agua. El hada de fuego explicó a
su compañero sentimental que cada uno de los espacios interiores estaba
dedicado exclusivamente a un elemento u objeto en particular, habiendo en
promedio media catorcena de empleados plenamente calificados (artesanos,
orfebres, carpinteros...) que se ocupaban de dichas tareas todos los días
hábiles durante once horas, entre las ocho y las diecinueve. "Este lugar,
por ejemplo, es donde restauran las estatuas y monumentos, además de todas las
piezas y objetos decorativos", dijo Isabel señalando uno de los espacios
en la planta baja (dos niveles en la superficie y otros dos bajo ella). Era
eso, justamente, porque cuando la pareja estuvo a pasos del acceso, se
detuvieron para permitir el ingreso de tres operarios que transportan una
estatua de granito. "Nios",
advirtió Eduardo al ver la cara de la estatua, reconociendo a una de las
divinidades mayores, como se conocía a las hadas de quiénes se tomará el nombre
para designar a los meses del calendario antiguo, de la religión extinta de las
hadas. Este sector también estaba repleto de movimiento, tanto en unos como en
otros espacios en todos los niveles, pero, a diferencia de las otras áreas, en
esta predominaban, y por mucho, las numerosas actividades fabriles y
comerciales, tan interesante como vitales.
La
siguiente estructura que visitaron y observaron fugazmente fue aquella rotulada
como "ESIE EMDOTU / ÁREA SOCIAL”. Era una enorme mole con auditorios,
teniendo el más grande de estos capacidad para quinientas personas, y otro
tanto de salones destinados a la interacción y socialización de las hadas con otras
especies elementales. Fue en uno de los salones, pasando por uno de los
ventanales tan amplios (los espacios interiores estaban separados por
corredores), que Eduardo e Isabel vieron una treintena de seres de las diversas
especies, conversando animadamente y riendo alrededor de una mesa. "Es
otro lugar que tenemos que visitar, hoy mismo si nos es posible", concluyó
el hombre, volteando la cabeza a medida que se iban alejando, por uno de los
pulcros y decorados pasillos, hacia otros puntos de la estructura, la cual
había sido usada, por su extraordinaria resistencia al daño, como refugio
durante la Gran Catástrofe y en las semanas posteriores a ella.
"En
exactos dos meses va a cumplir dos milenios de existencia", tradujo
Eduardo unos minutos después, cuando llegaron a una zona del Templo del Agua,
destinada a todos cuantos trabajaban en el (prensa, maestranza,
científicos...), marcada en los letreros y el mapa como PEMTUQIS ET FUTEQMIN /
PERSONAL Y EMPLEADOS. La séptima
estructura incluía todas las oficinas administrativas y archivos, unos pocos
vestuarios para mujeres y para hombres, la estafeta postal local y otro tanto
de oficinas destinadas a la administración y dirección del lugar grandioso como
un todo y sus diferentes sectores como las partes del todo.
La
última de las estructuras perimetrales, la octava, era la destinada a la
Guardia Real, rotulada como UPDOPOES-HA / GUARNICIÓN en el mapa. Eran en total
seis niveles, en partes iguales bajo y sobre la superficie, que estaban
destinados a los ciento treinta y cinco militares insulares que cumplían
funciones de asistencia y vigilancia en el Templo del Agua. Allí había barracas
muy bien equipadas usadas como dormitorios, arsenales, otras oficinas
administrativas, estás para uso exclusivo de la Guardia Real, salones para
diversos usos (conferencias, planeamiento, auditorios...) y otro tanto de
depósitos y archivos. Sin dudas se trataba, observó Eduardo con todo el
acierto, del lugar con menor movimiento en el Templo del Agua, porque, a su
paso, apenas vio unos pocos guardias montando vigilancia en uno de los accesos
a los arsenales y la oficina principal, los visitantes no completaron la
decena, formando apenas un grupo de turistas extranjeros y su guía, y los
empleados de maestranza brillaron por su ausencia. " Un mundo silencioso
dentro de otro", opinó, al salir de la estructura. "La verdad es que
si, este lugar siempre es el más silencioso", convino Isabel al instante,
cuando doblaron en un camino que se bifurcaba. Uno de los tramos conducía a la
estructura central y otras dos de las secundarias y otra a un puente curvo que
saltaba sobre un arroyuelo. Tomando este último (que a fin de cuentas también
conducía a la estructura principal del Templo del Agua), no dejaron de notar
que la guarnición tenía unas condiciones tan impecables como las de cualquier
otro lugar en el inmenso predio.
Por
supuesto que esas nueve no eran las únicas edificaciones en el predio de
quinientos metros por quinientos. En diferentes locaciones, se hallaban otras,
de menores dimensiones, pero sin que eso les restara importancia ni utilidad.
Había locales gastronómicos, patios de comida, puestos de venta de artesanías
alegóricas y un sinfín de artículos relacionados con el elemento agua y el
propio templo, incluidas maquetas de este hechas con diversos materiales, el
estacionamiento con capacidad para cincuenta carretas u otros transportes,
media docena de viviendas de dos plantas (para las hadas que, por motivos
laborales, debían quedarse por periodos de tiempo más bien prolongados en el
Templo del Agua), una planta local TCD ( tratamiento, clasificación y
destrucción de residuos) y una serie de almacenes de suministros e insumos para
el mantenimiento de cada una de las estructuras. Eduardo concluyó que si se situaba a la
altura indicada y miraba hacia abajo, podría ver con esa disposición, las
estructuras mezcladas con los espacios verdes, a un poblado pequeño, pues la
mayoría de los lugares habitados que había visto en Buenaventura (la isla
principal del reino) eran así, con el fuerte color rojo en los techos y cursos
de agua más o menos anchos surcando sus superficies.
_Un
lugar tan grande, concurrido y de tanta importancia para la sociedad. Me cuesta
un poco creer que conserve estás condiciones así de inmaculadas.
Fueron
las últimas palabras de Eduardo antes de detenerse en seco y quedar en
silencio, al pie del puente curvo. Era costumbre, una que databa de la época de
oro de la religión, adoptar esa posición y no pronunciar palabra alguna durante
un minuto, con la vista fija en la escultura montada sobre el marco que
coronaba el otro extremo. Aquella escultura representaba a la divinidad del
agua, Nios, que alegre daba la bienvenida a los visitantes. "Una señal de
respeto", había entendido, cuando su novia le hablara acerca de esta
costumbre.
_Personal
plenamente calificado que hace lo mismo uno y otro día. Llegado el momento
pueden hacer una marca de tiempo cuando tienen que hacer su tarea. Eso y que la
magia se usa en cualquier obra que apunte a la limpieza y el mantenimiento de
este lugar, y otros, como el Vinhuiga - informó el hada de fuego, pasado el
minuto de silencio y empezando a cruzar el puente -. El mejor ejemplo se dio
después de la Gran Catástrofe. Se tardó apenas un mes para dejar como nuevo al
Templo del Agua.
El
arroyuelo que circunvalaba al sector central era apenas más ancho que los demás
y sus cristalinas puras y dulces aguas estaban igual de rebosantes de formas de
vida acuáticas de anfibias e incluso alguno que otro sirénido que andaba por
allí en solitario. Era la razón por la que la pareja caminaba despacio, para
poder disfrutar de ese bello paisaje. Después de todo, apenas habían pasado las
doce y restaban aún alrededor de ocho horas para que concluyera el horario de
visitas de los fines de semana, el cual corría entre las siete y las veinte -
los hábiles era de seis a veintitrés -. Podrían hacer otra recorrida breve, e
incluso alimentarse, antes que concluyera este domingo.
_Me
parece, ahora que vi todo esto, que el Templo del Agua es uno de los lugares
más bellos que tiene este país. Igual que el Castillo Real y el Vinhuiga -
comparó y opinó Eduardo, con las manos apoyadas en uno de los barandales, aun
contemplando el paisaje frente a él. A todas las distancias, las estructuras
parecían rivalizar con los árboles para ver cuales tenían mayores alturas y
dimensiones, y el movimiento de hadas y elementales continuaba siendo incesante
-. Las hadas, pienso, tienen (tenemos) a este y esos otros dos lugares como los
mejores exponentes de algunas de las mejores banderas. El aseo, la higiene, lo
estético, la magnificencia en la ingeniería y la arquitectura. Este lugar, el
Templo del Agua, me pareció genial desde el mismo y primer instante que lo vi,
cuando quedó a la vista su acceso. Por eso mis ojos no se pueden detener
Y
por lo pronto, hoy quisiera quedarme hasta que concluya el horario de visitas.
Se que aún con eso no vamos a poder recorrer a fondo cada centímetro... pero
así y todo lo quiero hacer.
_Podemos
venir tantas veces como sea necesario, todas las que quieras - dijo Isabel,
igual de maravillada con el paisaje que se extendía frente a sus ojos -. Por
ejemplo, un día para cada una de las ocho estructuras secundarias, otro más
para las complementarias, otro más para la zona periférica y otro día para esta
mole - señaló brevemente con la diestra la torre en el sector central, cuya
entrada estaba vigilada por un soldado del regimiento de arqueros -. Mañana es
lunes, y el Templo del Agua va a permanecer abierto diecisiete horas. O
podríamos pasar una semana entera sin salir, quedarnos en una de las
habitaciones en esas casas de dos plantas. El alquiler por razones ajenas a las
laborales es de trescientos soles diarios. Hace dos años hice eso en el
Vinhuiga, cuando llegó el momento de tomarme vacaciones. Me quedé diez días.
Nosotros ahora podríamos hacer lo mismo en este lugar.
_No
tenés que proponerlo de nuevo., se emocionó su novio, que la besó y dio un
abrazo a consecuencia de esa propuesta.
_Hecho,
entonces - reafirmó Isabel, contagiándose de esa alegría, y añadió -. No bien
hayamos visitado la torre vamos a volver al área de personal y empleados, a ver
si podemos reservar un dormitorio. Después volvemos a casa a buscar algo de
nuestra ropa y calzado y listo. Una semana en el Templo del Agua.
_Hablando
de arrancar bien el año. Esto es excelente para el buen inicio - apreció
Eduardo, creyendo, tanto como Isabel, que ya había sido suficiente de estar
quietos en ese puente observando el arroyuelo que circunvalaba al sector
principal, cuya única estructura era esa inmensa torre, casi treinta metros de
diámetro por cien de alto -. Y a propósito, te agradezco que hayas venido
conmigo. Tu presencia hizo que este día y la visita fueran más placenteros.
_De
nada - correspondió su compañera sentimental, lamentando que su futuro cuñado y
su hermana no hubieran podido venir -. Ojalá que Kevin y Cristal la estén
pasando tan bien como nosotros donde quiera que se encuentren. Además, si están
con la reina Lili... las reuniones con ella, siempre se aprenden cosas nuevas,
y son momentos entretenidos.
_Ya
lo se, estuve en su oficina varias veces el año pasado. A propósito, me
gustaría saber para que los habrá convocado.
_Una
sola cosa se me ocurre. Ellos hicieron mucho por la comunidad pasados los días de la Gran Catástrofe. A lo mejor la
reina quiere hablar de eso con los dos. Si no es eso, estoy desnuda... fue una
metáfora eso!., exclamó, esta vez sin (milagro) el enrojecimiento en las
mejillas.
No
podía dejar de estar ausente la risa en un día tan lindo como este.
_Creo
que eso podría ser literal... ay!.
A
las risas mezcladas con gruñidos, previendo que podría su novio haber dicho
algo así, le siguió un leve pellizco, y tras este sonrientes y felices,
retomaron la caminata por el puente curvo.
Una
isla de forma circular perfecta de cuarenta y cinco metros de diámetro, quince
más que los de la torre, la cual era la única estructura. En esa quincena
crecían árboles de copa muy frondosa, perfectamente alineados con las
estructuras secundarias perimetrales, con el eje de estas, y u a tupida
cantidad de plantas miniatura, repletas de flores con numerosas flores celestes
y azules, que crecían alrededor de los troncos. Ubicados todos a medio camino
entre las murallas de la torre y el arroyuelo, los árboles, que llegaban a los
diez metros de altura, no hacían más que contribuir a la armonía, simetría y
orden reinantes en el Templo del Agua, y fuera de ellos y las plantas con
flores, el césped cortado al ras era la única otra especie vegetal en la isla
"Y
allí tenés los caminos; de hecho, estamos sobre uno", indicó Isabel.
Habían puesto los pies sobre uno de los senderos que rodeaban a y conducían a
la torre. "La confirmación de Nios", apreció Eduardo, en referencia a
una magnífica pintura alegórica sobre la entrada. Aquella pieza, cuyo diseño se
remontaba a milenios, mostraba al hada en el mismo momento en que Vica la
nombraba oficialmente como la divinidad protectora del agua, hallándose el par
de hadas rodeadas por las otras doce divinidades, ya confirmadas. La pintura
mostraba una escena cargada de opulencia, solemnidad y magnificencia, y se
remontaba a los inicios de la religión hoy extinta. Avanzando hacia la puerta,
no dejaron de manifestar asombro ante el hecho de que esa pintura, tan hermosa
como antigua - a efectos legales y simbólicos, era una pieza arqueológica -,
pueda continuar conservando ese estado prácticamente inmaculado. "Pero
tiene miles de años", todavía insistía Eduardo, cuando llegaron a la
puerta.
El
arquero junto a ella ni siquiera reaccionó cuando la pareja pasó su lado, y
podría tranquilamente pasar por una escultura o una estatua de no ser porque,
estando bien cerca de el, podía advertirse como su pecho se inflaba y
desinflaba al respirar. Solo con un golpe suave, la puerta se abrió hacia
adentro. Eduardo e Isabel se enfrentaron entonces con la recepción, que se
extendía veinte metros hacia arriba y tenía seis mostradores exactamente
idénticos en todos los aspectos, separados entre sí por un ángulo de noventa
grados. Estaba muy bien decorada y la iluminación y disposición de todas las
cosas hacía pensar indefectiblemente en el mismo orden y simetría presentes en
el exterior de la torre. "Trámites, permisos y cosas así", le
contestó Isabel a su novio, cuando éste le preguntara sobre la función de los
mostradores, ahora vacíos al haberse los empleados, cuatro hombres y dos
mujeres, tomado el receso de sesenta minutos para almorzar. "Allí",
indicó, después de al menos cinco minutos de estar observando minuciosamente la
planta baja, apuntando con el índice derecho a la escalera caracol, que estaba
dispuesta contra casi la totalidad del muro perimetral de la torre. "Y
esto es...", empezó a plantear Eduardo, subiendo uno por uno todos (varias
decenas... varias) los escalones. El e Isabel llegaron primero a un recibidor,
de más o menos la décima parte de la superficie total del piso, bien iluminado,
y después a una altísima recámara de sesenta y cuatro metros, vacía a excepción
de ocho columnas de piedra, posiblemente caliza, que, al igual que los árboles
en el exterior, parecían estar alineadas con el eje de las estructuras
secundarias. "Y si seguís viendo detalladamente...", sugirió el hada
de fuego, señalando con la visita cuatro direcciones en particular, los puntos
cardinales principales - este, oeste, norte y sur -. "Monstruos",
reaccionó Eduardo, preparándose para batallar contra aquellos, pero su novia lo
detuvo al instante, informándole que estaban allí por la misma razón que ese
primer nivel tenía semejante altura: defender la torre ante cualquier agresión
proveniente del exterior. En efecto, los monstruos no reaccionaron ante la
presencia de uno y otro visitante y continuaron inmóviles, reconociendo que
esos individuos no eran amenazas para el lugar. "La última línea de
defensa del Templo del Agua", dijo Isabel, al tiempo que dejaban la enorme
recámara y el recibidor. El tercer nivel ("Muchos más escalones",
lamentaron los visitantes al llegar), también con una antesala pequeña junto a
la escalera, era otro ambiente único, una sala de reuniones y conferencias,
poco o nada diferente a aquella existente en la Torre del Consejo, en el
Castillo Real, que una vez a la semana, en cumplimiento de sus obligaciones
laborales, usaban los responsables máximo del Templo del Agua. Había en el
recinto, tan iluminado y decorado como la planta baja, sillones muy mullidos y
cómodos dispuestos contra el muro circular, a medio metro de este, existiendo
una distancia de veintidós y medio grados entre uno y otro, y no habiendo otro
mueble allí. Durante las reuniones, el orador se situaba en el centro del
recinto y llevaba adelante su exposición. "Uno de los sillones lleva
siglos sin ocuparse", dijo Isabel, y Eduardo advirtió que se trataba del
lugar que otrora ocupará el Cuidador, aquel individuo elegido por el destino
para estar al frente de todo en el Templo del Agua. Hoy, en cambio, los
responsables de las dieciséis secciones se las debían arreglar para todo sin su
presencia.
_La
dirección., llamó Eduardo, traspasando los últimos escalones, ya en la antesala
del tercer nivel.
Frente
a el estaba la imponente puerta de roble de dos metros de alto, colores opacos,
el símbolo del agua tallado en los cuatro extremos y, en el centro, un letrero
con la inscripción "UPDOSIDFO / DIRECCIÓN". Parecía estar herméticamente
cerrada y no se veían cerraduras, picaportes, llamadores ni nada que indicara a
los individuos en el interior que alguien estaba allí afuera.
_Un
misterio grande por donde se lo mire, porque la última vez que se abrió esa
puerta fue cuando falleció el Cuidador. No, no es una broma, así pasó - informó
el hada de fuego, no acercándose más a la puerta, sabiendo que, particularmente
ella, no tendría oportunidades de abrirla -. En realidad, fueron sesenta
minutos después de su muerte, como parte de las exequias. Después se cerró y
nunca más volvió a abrirse. Lo mismo que los ocho amplios ventanales que hay en
este nivel.
_Y
es por eso que no tenés interés en continuar avanzando, porque no vas a poder
acceder al otro lado., advirtió Eduardo, imaginando como podría ser la oficina,
cuantos lujos y magnificencia habría.
_Exacto
- contestó Isabel -. Para empezar, yo soy un hada de fuego, y en ausencia del
Cuidador, solo un hada de su elemento tendría, hipotéticamente, la posibilidad
de abrir la puerta. Y segundo, quien lo haga tendría que ser excepcionalmente
fuerte. No cualquiera puede deshabilitar con la mente los hechizos que protegen
la oficina, incluido ese que mantiene herméticamente cerradas las ventanas y la
puerta.
La
dama no pudo evitar pensar que esta oficina debía estar tal cual la dejara
aquel último Cuidador. Carente de todo rastro de suciedad, polvo y tierra, al
no existir contactos con el exterior. El escritorio, sillas, armarios y cada
uno de los muebles tendrían que encontrarse en las mismas ubicaciones, incluido
el mástil con la bandera insular; la pintura en el techo y las paredes debía
tener la misma calidad, como si recién se la hubiera puesto; no habría siquiera
el más insignificante rastro de humedad u otro signo de deterioro e incluso debía
estar sobre el escritorio el letrero con el nombre del anterior Cuidador.
_Yo
soy un hada de agua - dijo Eduardo, cruzado de brazos y repasando con los ojos
la puerta -; podría hacer el intento, si solo las personas como yo podemos. Me
gustaría probar.
_Si,
está bien - accedió su novia, acompañando las palabras con un gesto manual -.
Cualquier hada que posea el elemento agua. No dudo de tus capacidades, Eduardo,
pero hay miles de hadas de agua, de todas partes del mundo, que lo vienen
intentando desde hace siglos, y tierra en más conocimientos y aplicación que...
_Listo, ya está abierta.
_...
y nunca lo pudieron lograr., completó Isabel, reaccionando al ver ese hecho con
un inmenso asombro, y abriendo los ojos de par en par.
No
bien su novio apoyó las palmas, extendiendo cada uno de los dedos, e imaginando
con total concentración que había una cerradura y un picaporte, este par de
accesorios apareció en la puerta, justo a la altura de su cintura. Puesta en la
cerradura, estaba una llave igual de antigua, perfectamente labrada y de color
azul. "Solo me concentré", contestó, encogiéndose de hombros, cuando
Isabel amagó con preguntarle cómo lo había logrado.
_Te
corresponde a vos - indicó el hada de fuego, señalando la llave -. Sos un hada
del elemento agua, y conseguiste desactivar el más eficaz de los hechizos de
seguridad. Ánimo, Eduardo. Te ganaste ese honor.
_De
acuerdo, acepto el desafío., dijo el hombre, tomando la llave con la diestra,
sin dudar ni vacilar.
La
hizo girar una vez.
Y
otra.
Y
otra más.
_Eso
fue todo., concluyó.
Giró
el picaporte hacia abajo y tiró de el hacia adentro. Asomándose cautelosamente,
entró en la dirección del Templo del Agua y, al descubrir que no habría peligro
alguno, hizo señas a Isabel para que lo imitara. Ella quedó instantáneamente
tan impresionada como su novio, debido a semejante belleza extendida frente a
su persona.
_Esto
es increíble!., exclamó con emoción, imposibilitada de poder coordinar los
pasos y movimientos.
La
puerta de roble se cerró tras ambos, y volvieron a desaparecer la llave, la
cerradura y el picaporte.
Con
un diámetro de veintiocho y medio metros, la oficina, no dudaron en ubicarla
así, uno de los lugares más magníficos del templo. Las paredes y el techo, carente
de toda imperfección, eran de un blanco inmaculado, un tanto apenas
interrumpido en un punto en la puerta, donde el símbolo del agua estaba grabado
en celeste. "Increíble que se haya mantenido así por siglos", fue lo
primero que pronunció Isabel, levantando la vista. Una araña imponente de doce
brazos, de hierro forjado, debía ofrecer por sí sola una iluminación total en
ausencia de la luz natural que se colara por las ventanas, y por sí eso no
fuera suficiente, estaban allí los ocho candelabros triples, de plata,
empotrados estratégicamente en el muro, otros dos dobles en el escritorio
principal, y cuatro más simples, del mismo material sobre columnas de un metro
diez de alto por diez centímetros de circunferencia. "Se podría trabajar
acá aunque afuera hubiera oscuridad total", fue la opinión más acertada de
Eduardo, notando que todos los candelabros tenían tallado el símbolo del agua,
y concluyendo que la araña también debería tenerlo. No pasaron muchos segundos
para que advirtieran que los muebles que habían en la oficina eran joyas muy
antiguas y de una calidad tan grande, como solamente los mejores carpinteros y
artesanos podían fabricarlas. "Roble, evidentemente", advirtió
Isabel, mirando una estantería de cinco niveles repleta de libros, unos más viejos
que otros (calculó cincuenta en cada nivel), diseñada de manera tal que pudiera
fijarse sin problemas a la pared. En el otro extremo, un armario de doce metros
de alto por siete de ancho, el mismo que la estantería, estaba atestado de todo
tipo de archivos y documentos. Les bastó a ambos, los primeros en la oficina en
siglos, un rápido vistazo para saber que todo ese material era, o había sido,
perteneciente a los anteriores individuos que durante la sucesión de milenios
desde la inauguración del Templo del Agua hubieron de ocupar la dirección, ya
fueran archivos y documentos redactados por el o simplemente firmados. Al gran
espacio en ese armario lo completaban un trio de pilones de hojas en blanco y
cuatro volúmenes en los que estaba recopilada la historia del templo desde que
empezara su construcción. Dos armarios más ubicados a los lados de la puerta,
de las mismas dimensiones que esta, estaban llenos de artículos y repuestos de
oficina de los más variados, incluidos tres botellones con tinta azul, negra y
roja. A un lado del recinto estaban los últimos muebles, cuatro góndolas de
tres metros de alto y forma circular, llenas hasta el tope con más libros,
documentos, archivos y artículos de oficina. Al otro lado había cuatro sofás
simples, rodeando a una mesa ratona cuadrada, y otro par, dobles ambos, estaban
enfrentados uno con otro, separados por un metro. El escritorio era otra joya
sin nada que envidiarle a los demás muebles, en cuanto a la calidad. Se
extendía dos metros de un extremo a otro y tenía media catorcena de cajones,
uno amplio en el centro y otros tres a cada lado. No los abrieron, pero Eduardo
e Isabel concluyeron que debían estar tan llenos como la estantería, los
armarios y las góndolas. "También los marcos son finísimos", avisó el
hombre, yendo hacia dos de los ventanales y detectando que eran de roble, como
todo allí, con múltiples grabados a los cuatro lados, en tanto su novia
encontraba más deslumbrante las pinturas representativas de la cultura y la
sociedad de las hadas, en relación, por supuesto, con el elemento agua.
"Una es tan bella como las otras, opinó, contemplando una que mostraba a
la familia tipo, el matrimonio con un hijo y una hija descansando en la orilla
con los pies en ese lago. "Parecen fotos", agregó Eduardo, viendo
otra donde un grupo particularmente numeroso de individuos de ambos sexos
interactuaba con tritones y sirenas en un pequeño islote. Uno y otro
concluyeron que tuvo que ser infinitamente superior al de sus colegas el
talento de ese artista, lo mismo que aquel que creara esa maqueta de un metro
por uno del Templo del Agua, la cual estaba sobre el último mueble del recinto,
una mesa de un metro y cuarto de alto. Isabel y Eduardo insistieron una y otra
vez con la magnificencia de la dirección, amplificada además por el hecho de
ser una construcción tan antigua. Fueron incapaces de conservar la noción del
tiempo por todo lo concentrados que estuvieron, y ni siquiera hubieran
advertido que eran las quince horas de no ser porque llamó su atención el
último objeto, inadvertido por los dos hasta ese momento, al mismo tiempo que
producían un sonoro tañido las cuatro campanas, instaladas en los extremos del
enorme predio.
El
cartel con el nombre del anterior Cuidador, encima del escritorio.
A
excepción del hecho de que parecía estar fabricado en oro y nada más, no era
distinto al que podría verse en la oficina de cualquier ejecutivo, por ejemplo.
_Yo
no le hubiera puesto atención, por más que sea de oro. Teniendo a la vista
todas estas maravillas, lo lógico era que ese cartel pasará desapercibido.,
dijo Eduardo, tomándolo con ambas manos, llevándolo a la altura de los ojos
para verlo bien de cerca y dejándolo nuevamente encima del escritorio.
_Tampoco
yo - coincidió Isabel, que habiendo dejado el cartel, quizás por estar más
habituada a esa clase de artesanías y al oro, estaba otra vez repasando algunas
de las pinturas alegóricas, las más cercanas al escritorio -. Vi muchas piezas
y objetos como ese en las bóvedas del Banco Real de Insulandia. Y a propósito
de nuestra permanencia acá, en esta oficina, no me ocurre como vamos a salir.
Tras
su paso, la puerta había vuelto a ser simplemente una (muy ornamentada y bella)
tabla de madera, y el vidrio en los ventanales estaba diseñado para que no se
pudiera observar absolutamente nada desde el exterior, de manera que no podrían
hacer señas con las manos para que fueran en su ayuda. Además, aunque los
pudieran ver, no sería sencillo rescatarlos, porque tanto esos vidrios como el
muro y el techo eran increíblemente fuertes, y demandaría un esfuerzo
gigantesco a las hadas poder hacer, al menos, una grieta mínima.
_Pude
abrirla una vez - le recordó Eduardo, quien, con las palabras de su novia,
consideró que tal vez fuera este el momento de salir de la oficina y de la
torre central. Aún insistía en su mente con volver a pasar por varios de los
sectores del Templo del Agua -. Seguro voy a hacerlo de nuevo.
Ya
habían decidido y reafirmado, en tanto iban a la torre, quedarse en este
magnífico lugar una semana, calculando ambos en esa cifra el tiempo que les
demandaría conocer el lugar grandioso a fondo.
_Te
deseo toda la suerte, porque sino nos vamos a quedar en esta oficina por mucho,
mucho tiempo.
_Gracias
por la confianza, bonita - Isabel soltó una risita tímida al oír el piropo -.
Voy a intentarlo ahora, a menos que quieras seguir mirando todo esto un rato
más.
Era
evidente que el hada de fuego quería continuar en esta oficina, pero pensó que
si habrían de quedarse en el templo durante una semana, tendría el suficiente
tiempo para volver a ver, con más detenimiento, cada uno de los sectores del
lugar, y eso incluía la dirección. No había razones para suponer que, si lo
había conseguido ya una vez, Eduardo podría abrir de nuevo la puerta en el
nivel más alto de la torre. De manera que se limitó a contestar:
_Mejor
mañana, ya que vamos a quedarnos acá por siete días. Ahora podríamos ir a ver
si tienen un dormitorio desocupado, w inmediatamente después a casa, por un
poco de nuestra ropa y calzado.
_Muy
bien - afirmó su novio, volviendo a apoyar las manos en la puerta, procurando
repetir tal cual el proceso anterior -. Vayamos allí en este momento.
Esta
vez, sin embargo, la puerta ni se abrió, ni aparecieron la llave, la cerradura
ni el picaporte, tal como lo hicieran antes.
_Estamos
en dificultades., apreció Isabel, preocupada.
_Exacto,
no logro abrirla., corroboró Eduardo, con el mismo tono.
_Claro
que no se va a abrir, no es así como funciona el sistema. Si pudieron entrar
acá es porque yo así lo decidí., contestó una voz áspera, con tono cansado,
desde el mismo lugar en que se encontraba el cartel dorado, encima del
escritorio.
La
pareja se dio vuelta instintivamente.
Ambos
observaron, con una mirada que combinaba alarma con asombro, como el cartel
sobre el escritorio empezaba a girar sobre su eje en el sentido inverso al de
las agujas de los relojes, ganando más y más velocidad con cada giro, formando
con ese movimiento una pequeña nube de color gris, de una tonalidad opaca, que
en el curso de los siguientes quince a veinte segundos, era imposible pensar en
ese detalle, se fue volviendo más grande y densa, hasta abandonar el escritorio
y situarse entre está y la pareja espectante, a medio camino entre uno y otro
punto. Asumió una forma corpórea, sin dejar de conservar esa consistencia
vaporosa gris, y antes que los visitantes hubieran tenido el tiempo y la
oportunidad siquiera de pronunciar, claramente o no, un monosílabo, aquel
siguió adelante con su mutación, hasta reemplazar su consistencia por otra un
tanto más sólida, con tonalidades más claras que asemejaron a la dela piel. En
el momento en que empezaron a disminuir esos impresionantes giros en su velocidad, se fueron
desarrollando la nariz, orejas, ojos y la boca, un juego de cuatro alas a su
espalda e incluso el cabello. Era un feérico, sin dudas. Un individuo del sexo
masculino que, a simple observación y estimación de los visitantes, rondaba el
metro noventa y dos. Habiendo adquirido ya su consistencia definitiva, casi
rozando esta lo sólido, flexionó los brazos, las piernas y torció la cabeza en
ambas direcciones, disfrutando al haber hecho nuevamente esos movimientos. A un
solo pestañeo de su parte, se abrió y volvió a cerrar una minúscula abertura en
lo alto del techo, y se destrabaron los postigos en todos los ventanales,
momento en que, satisfecho, pronunció la frase “Es grandioso estar de vuelta,
después de tanto tiempo”. Por supuesto, Eduardo e Isabel, sin dejar de
permanecer asombrados y sorprendidos, lo reconocieron de inmediato. Habían
visto ilustraciones de este hombre en el Archivo Histórico Real, varios libros
de historia y religión y, más recientemente, en pinturas grabados y unos pocos
bustos en diferentes locaciones dentro del Templo del Agua. “¿…Biqeok…?”,
llamaron los dos, prácticamente al unísono, en tanto la figura masculina
rodeaba al escritorio e iba al cómodo sillón giratorio con respaldo reclinable, no sin antes haber transformado
el cartel del que surgiera en esa diminuta esfera que ahora sostenía con la
diestra.
_Que
suerte que pudieron reconocerme. Pensé que iba a pasar un largo rato hasta que
lo descubrieran – la voz era distinta. Ya no ese tono áspero y cansado, sino
uno claro y entendible. Recorrió la oficina con la vista, evidenciando un
acentuado sentimiento nostálgico por estar nuevamente en ella –. Pero en fin,
eso que espere. Ahora hay cosas más importantes y urgentes a las que dedicarle
el tiempo y… - reparó en la presencia de Isabel, y no pudo evitar cierta
sorpresa, por lo que dijo –, ¿un hada de fuego en la dirección del Templo del
Agua?. Eso no pasó cuando yo fui el Cuidador de este lugar.
_Puedo
esperar afuera, entonces., ofreció la dama, advirtiendo que la presencia
nuevamente de la cerradura y el picaporte, e interpretando que Biqeok, al
antiguo y último Cuidador, deseaba mantener una conversación a solas.
“Al
final, ¿era cierto eso de que muchas cosas pueden cambiar en poco tiempo?”,
pensó, remitiéndose a aquello de lo que hablaran en las celebraciones. Y un
rincón de su mente, en este momento, ya trabajaba en eso.
_No
– se negó Biqeok, en cuya diestra giraba y daba vueltas sin parar la pelotita
–. Lo que tengo para decir va para los dos. Pero primero siéntense – pidió,
señalando uno de los sofás dobles, y hacia el fue la pareja. El antiguo
Cuidador, de quien los visitantes advirtieron que su consistencia podía ser
similar a la de las almas solitarias, ocupó otro –. Es cierto que esto no va a
durar demasiado, diría que no más de quince minutos, pero es preciso que los
dos estén totalmente concentrados.
_Asumo
que se trata de algo importante., dijo Eduardo, reparando en otra de las
extrañezas.
“La
llave”, reaccionó detectando que objeto presionaba en un bolsillo, y pudo
entonces comprender que era todo aquello, por qué se había abierto la puerta
para ellos, cuando no lo había hecho para nadie más.
_Lo
es, y mucho – afirmó Biqeok, y, decidiendo no dar más vueltas, quiso empezar a
aclarar el misterio de su presencia –. Ahora, oigan con atención. Lo que les
voy a contar no figura en los libros de historia, en el Archivo Histórico Real
y ni siquiera en Ecumenia. ¿Por qué es eso?, no tengo idea; simplemente no
pasa. Pero así fueron siempre las cosas, desde el inicio de los tiempos para el
Templo del Agua, y así van a continuar hasta el último de sus días – Biqueok
estaba plenamente consciente de que eran estos sus quince minutos finales en
este mundo, de ahí su expresión y tono melancólicos –. Diría que nosotros, me
refiero a los Cuidadores y las almas solitarias somos los seres elementales que
estamos más cerca, potencialmente, de vivir para siempre, o de ser los más
longevos de todos. O solo los Cuidadores, dado ese maravilloso acontecimiento
del año pasado. Antes de el, tranquilamente podían pasar centurias, hasta que
finalmente un alma solitaria dejara de existir. Piensen en Iris, por ejemplo…
en fin, quiero no irme por las ramas. De verdad que no me queda mucho tiempo.
Menos de un cuarto de hora va a tener que alcanzar para los tres. Si queda
algo, se los encomiendo a ustedes. Todo, en realidad, cualquier cosa, va a
quedar en sus manos una vez que pase ese lapso.
Cuando
a las hadas que tenían de por vida esa gigantesca responsabilidad sobre sus
hombros, la de estar al frente en los lugares grandiosos, les llegaba
finalmente su hora, el momento de ir al otro lado de la puerta, una parte de su
ser, de todo cuando hubieran sido, quedaba confinada a aquel lugar en el que
hubiera estado su último vestigio físico. “El frasco verde”, indicó Biqeok.
Isabel tomó dicho recipiente de una góndola, desenroscó la tapa y advirtió la
presencia de un único cabello canoso, el mismo color del que tenía el Cuidador.
“Como las almas solitarias”, dijo Eduardo. “Casi como ellas”, apuntó Biqeok,
aclarando que, en el caso suyo y el de cualquier individuo con su misma
responsabilidad, ese último lugar quedaba siempre remitido a sus lugares de
trabajo. “Tampoco conocemos el porqué de eso”, dijo, previo a sumergirse en su
relato otra vez. El antiguo Cuidador del Templo del Agua explicó que el destino
de las hadas con su responsabilidad no difería en lo absoluto al de las demás,
que llegado ese fatal instante a ellos también les aguardaba la pira ardiente,
quedando desde entonces ese vestigio físico y el remanente de su energía, por
tiempos siempre variables e indefinidos, hasta que al fin llegaba el momento de
revelar a su heredero. “Por eso se abrió la puerta, ¿cierto?”, llamó Eduardo,
incapacitado para poder reaccionar o manifestar cualquier tipo de emociones.
Sabía que era lo que venía, todo lo que tenía por delante, todo lo que pasaría
con el y en torno a el. “Exacto”, corroboró Biqeok, que a continuación habló
para aclarar el motivo de su elección. U caso y el de todos los suyos era, así
lo definió, más trágico que el de las almas solitarias, porque ese remanente de
la energía quedaba confinado en una oficina herméticamente cerrada, sin la posibilidad
de mantener contacto oral ni visual con otro ser feérico o elemental hasta el instante en que al recinto en
cuestión llegaba la persona que tuviera que llevar esa enormísima
responsabilidad, algo que era imposible de saber cuando pasaría. “Un día, un
mes, un año… podría ser en cualquier momento”, dijo Isabel, y Biqeok mostró su
acuerdo con un gesto facial. El antiguo Cuidador, a quien le quedaban poco
menos de diez minutos en este mundo, procuró que la brevedad en sus palabras no
dejara ningún aspecto ni detalle librados al azar. Aun imposibilitado para
abandonar su recinto, el Cuidador era perfectamente capaz de comprender todo lo
que acontecía en el mundo, y en base a lo que escuchara deducir si era o no
algo importante. Así, Biqeok había
sabido que a mediados de Enero del año pasado había llegado al planeta de los
seres elementales otro ser humano, que pasado cierto tiempo obtuvo la marca de
sobrevivencia, al haber superado los pocos días de los que lo hubieron de
preceder. Un individuo de quien se dijo, antes y después de que asumiera su
nueva condición de ser feérico, se esperaban cosas grandiosas. “Y lo vas a
seguir escuchando”, avisó el antiguo Cuidador, interrumpiendo a Eduardo, cuando
este estuvo por decir que habían sido varias las veces en que oyera eso. Una
vez bendecido por la reina Lili con el elemento agua, Biqeok pensó que Eduardo
tendría los mismos poderes y habilidades que cualquiera de las hadas del agua
en el planeta, y que por lo tanto sería un candidato posible para ocupar ese puesto
que llevaba siglos vacante. No pasó
mucho tiempo para que advirtiera que es hombre era el candidato al que el y
todos los demás estaban esperando. Aun con sus imposibilidades totales para
moverse y hablar, Biqeok pudo advertir que el novio de Isabel era todo lo que
debía ser un Cuidador (lo que todas las hadas, en realidad): una persona
carente de malos pensamientos y sentimientos, dedicado, siempre dispuesto a
ayudar cuando lo necesitaran los demás y responsable en los asuntos familiares,
los laborales y cuanto ámbito implicara su presencia. “Alguien que desde el
inicio hubo de respetar la cultura y la sociedad de las hadas y de los otros
seres elementales”, resumió. Respecto a la condición de hada del agua, retomó
Biqeok, advirtiendo que su piel estaba adquiriendo tonalidades más claras, una
señal mucho más que evidente de que su momento se acercaba – calculó ese
instante en cinco minutos – Eduardo había logrado en un tiempo fenomenalmente
corto lo que a las hadas de su tipo les demandaba años. Teniendo cero
experiencia y únicamente los conocimientos básicos, era capaz de ejercer un
dominio sobre el elemento agua que era, en una palabra, increíble, tanto que no
dejaba de asombrar a los seres feéricos y elementales. También su capacidad
para transformarse y hablar estando transformado en el megalodón o el monstruo
cetáceo gigantesco que dejó boquiabierto al antiguo Cuidador del Templo del
Agua., quien, para el momento en que Eduardo lograra la salida exitosa de la
Casa de la Magia, había descubierto que, de entre las millones y millones de
hadas candidatas, esta, este individuo, era la indicada. Desafortunadamente, no
había una manera para hacérselo saber más allá de aquella que hubo de ocurrir
el día de hoy: el propio candidato estando en el templo, más precisamente en la
antesala del último nivel de la torre; y fue en ese momento que Biqeok recurrió
a lo único que podía hacer, la única habilidad que poseía, lo mismo que
hicieron sus antecesores en este y los otros lugares grandiosos. Hacer aparecer
el picaporte, la cerradura y la llave en el acceso a la oficina, la señal
inequívoca e inconfundible de que el individuo destinado a ser el nuevo
responsable se encontraba al otro lado de esa puerta. “Sentí tu presencia”,
dijo el antiguo Cuidador, apuntando con el índice izquierdo, observando como su
cuerpo volvía a tener una consistencia vaporosa, y completando su relato con
ese análisis que hizo mientras Eduardo e Isabel estuvieron observando la
oficina. “A lo mejor es esto lo que se
espera de vos” – le dijo el hada de fuego, aun desconcertada, tanto como el, a
lo que Biqeok afirmó moviendo la cabeza –, “ser el nuevo Cuidador del Templo
del Agua”. “Lo es”, afirmó otra vez el vaporoso ser, comprendiendo que estos
últimos cinco minutos, tal vez menos, apenas le serían suficientes para darle a
su heredero los atributos de mando y unas pocas y últimas palabras. “Eduardo,
Cuidador del Vinhäe”, dijo, y los otros dos comprendieron que estuvieron
acompañadas por un conjuro, algo que comprobaron al instante cuando el símbolo
del agua apareció en la frente del novio de Isabel, como si fuera un tatuaje. A
continuación, Biqeok pronunció lo último que le quedaba por decir, señalando
brevemente la minúscula abertura, en el centro del techo. Una vez que ese
escaso lapso que le quedaba llegara a su fin, saldría disparado a una velocidad
de vértigo por el hueco, un rayo de color gris, por el aura del Cuidador en
vida, que sería visible en varias decenas de kilómetros a la redonda, lo cual
sería el anuncio para los seres feéricos y elementales de que el nuevo Cuidador
ya había sido encontrado y designado como tal por su predecesor. Su último acto
en este mundo sería la aparición del símbolo del agua en el cielo, que quedaría
visible para todo el planeta durante un minuto. “Ya no queda tiempo para nada
más”, dijo, con ese tono triste, incorporándose, dándole a Eduardo el cartel de
oro, ahora con el nombre del nuevo Cuidador. “Tengo preguntas, y son cientos de
ellas”, dijo, todavía sin poder hacer otras reacciones que no fueran los gestos
corporales, faciales y manuales y pronunciar algún que otro monosílabo, pero en
verdad ya no quedaba tiempo. Al antiguo Cuidador, ya en su ubicación, no se le
ocurrió más que hacer una respetuosa reverencia de despedida y, mirando a
Isabel, decir “Forman una linda pareja”. Y en ese momento la forma vaporosa
desapareció también, quedando en su lugar aquella nube grisácea que emergía del
letrero, que en menos de un parpadeo ganó altura, hasta salir disparada a toda
velocidad por el hueco minúsculo en lo alto del techo. Eduardo e Isabel
corrieron hacia uno de los ventanales y vieron como el rayo ascendía más y más,
dejando tan boquiabiertos e impresionados como a ellos a todos los seres
feéricos y elementales que había en tierra y en aire, los cuales comprendieron
lo que eso significaba. Tal cual lo informara Biqeok, el símbolo del agua
apareció en el cielo, siguiendo a ese rayo y el sonido agudo que produjo. “¿Qué
se supone que haga ahora?” – se dijo el hombre en la oficina de dirección,
todavía conmocionado por lo que acababa de pasar, por semejante revelación… por
la responsabilidad que tendría que llevar de por vida –; “Isabel, ni siquiera
se como reaccionar, estoy completamente desconcertado, con dudas e infinidad de
preguntas que… ¡mirá, allí, en el cielo!”. Y vieron otra señal en las alturas,
una estrella de color verde oliva, y, como ya sabían, era otro símbolo. “Eso
vino de la Casa de la Magia, ¡apareció otro Cuidador!”, se emocionó el hada de
fuego, atravesando el mismo estado que su novio, teniendo los mismos
sentimientos y confusión que este. Un gran número de hadas y elementales ya
estaba poniendo rumbo al sector central, y no era para menos: había pasado algo
que esperaban desde hacía siglos en el caso del Templo del Agua, y más de un
milenio en el de la Casa de la Magia.
_¿Qué
se supone que haga, Isabel?. Estoy desorientado y desconcertado, como no podés
imaginarte, y voy a estarlo por mucho tiempo.
Habiendo
desaparecido las dos señales, la pareja decidió quedarse en la oficina,
Buscaban serenarse y, en tanto proponían una y otra las formas que les parecían
adecuadas para presentarse ante las hadas que de seguro ya estarían en la
antesala (y a todo el mundo), intentaban hallar esos atributos de los que les
hablara Biqeok. Eran tres en total. Uno ya estaba a su alcance, encima del
escritorio, y era el cartel de oro. Los otros dos, explicó Isabel a Eduardo,
era un bastón de noventa centímetros de largo, que de presentarse la necesidad
podría usarse como arma (“Espero que eso no pase jamás”, deseó el hombre) y una
cinta blanca que se llevaba puesta sobre el brazo derecho. Ambos objetos
podrían estar en cualquier parte dentro de la oficina.
_Procurá
tranquilizarte, eso para empezar – indicó Isabel, buscando la cinta en uno de
los armarios junto a la puerta –. Tenés que saber que no vas a estar solo en
esto, Eduardo. Cada una de las personas que trabajan en el Vinhäe va a estar a
tu lado para ayudarte y asesorarte. Al igual que lo hicieron con Biqeok. De
entrada, todas esas personas que tienen mando sobre las áreas son expertas en
lo que hacen, y van a ayudarte, como dije. Es cierto que esta que te tocó es
una responsabilidad inmensa, pero confío
y se que tu adaptación no va a ser diferente en lo referente al tiempo
acá que en cualquier otro ámbito, cualquier otro lugar. ¡Hallé la cinta!.,
exclamó.
Exhibió
en lo alto una pieza de terciopelo de treinta y cinco por dos y medio
centímetros y, cuando su compañero de ames estuvo a su lado, se la colocó en el
lugar indicado. Flexionó el brazo y contempló la cinta, con un pequeño nudo.
“No está mal”, dijo, con ese desconcierto y esa conmoción, bajando el brazo y
pensando nuevamente en que decir y como comportarse no bien hubiera puesto los
pes fuera de la oficina. Y lo primero que se le ocurrió decir, no relacionado
con eso, fue que le gustaría tener a su compañera de amores, colega laboral y
prometida a su lado.
_Claro
que voy a estar - aseguró Isabel -. Vamos a salir juntos, tomados de la mano, a
presentarte como el nuevo Cuidador.
_No
me refería a eso, al menos no del todo - indicó Eduardo, fijándose en los
puntos más altos. El bastón debía estar ahí -. Quiero que seas mi segunda en
este lugar. Leí que todos los Cuidadores tuvieron un segundo al mando en este y
los otros lugares grandiosos, personas en las que confiaron. Y en quien más
confío dos vos. Además, cumplo la palabra de Biqeok, sobre que aquello nos
incluye a ambos... ya se donde está.
"El
cajón del medio en el escritorio", pensó.
Lo
abrió (la llave estaba en la cerradura) y allí vio el bastón, mezclado con una
variedad de papeles y artículos de oficina
Una
pieza hecha con madera de fresno, muy bien trabajada, de un negro opaco, que,
al tomar Eduardo con ambas manos, vibró unos breves instantes. "Los
extremos", advirtió, viéndolos cambiar de color. La base, aunque continuó
siendo negra, adquirió una tonalidad más clara, en tanto que la empuñadura obtuvo
los colores de su aura, en idéntica forma que aquella: celeste con salpicones
azul jacinto. Incorporándose ("Sillón cómodo", pensó), agitó el
bastón en el aire y al hacerlo formó una ínfima nube de vapor que se disipó a
los cuatro lados en la oficina. "Vaya arma", juzgó, creyendo que,
llegado el caso, al participar en una batalla, tendría que dar un bastonazo
atrás de otro al enemigo. Isabel pareció advertir ese pensamiento, porque le
dijo a su novio que debía tomarlo con firmeza con una o las dos manos por la
empuñadura. Eduardo hizo caso, y al asir el bastón, sin dejar de sostenerlo en
alto, volvió a sentir las vibraciones. El bastón, habiendo tenido un súbito
brillo, se transformó en un tridente, una lanza larga de dos metros con tres
puntas metálicas muy brillantes, diseñada, así lo informó Isabel, con acero
mágico. "Básicamente, un canal para los poderes de su portador, dijo,
antes de explicarle que esa arma era tan antigua que muchos textos históricos
sugerían la posibilidad de que la propia Nios hubiera sido la creadora. Luego de contemplarlo durante los que
parecieron cinco minutos, quedando maravillado con su diseño , Eduardo logró
que volviera a transformarse en un bastón, solo con concentrarse en eso y
pronunciar esa palabra - "Así es como se hace", lo felicitó su novia
-, y momentáneamente lo dejó sobre el escritorio, volviendo al presente la
conmoción, el desconcierto y la sorpresa.
_Pensá
en lo que te dije, solo calma y serenidad., insistió Isabel.
El
ofrecimiento de Eduardo para ella era una sorpresa. El hecho de que un hada de
fuego fuera la segunda al mando en el Templo del Agua era algo completa y
literalmente nuevo. Nunca antes había ocurrido que alguno de los lugares
grandiosos tuviera como segunda figura jerárquica a un hada de otro atributo
que no fuera el propio y representativo de esos lugares.
_De
acuerdo - prometió finalmente el hombre. Sabía tanto como la dama que habría
hadas al otro lado de la puerta, pero no las podía oír, sus pasos ni voces,
porque las paredes eran también a prueba de ruido -. Otra cosa que ignoro son
los horarios. Quiero decir, no se nada de la jornada laboral de los Cuidadores.
Encontrado
el otro par de atributos y hecha la promesa de serenarse, Eduardo quiso
abandonar la oficina teniendo la certeza de, por lo menos, un aspecto de esta
nueva y gigantesca tarea. Isabel le dijo que con eso no iba a tener problemas,
puesto que no difería mucho de la jornada en otras ocupaciones. "Al menos,
así fueron las cosas ayer", dijo, y mencionó a los últimos Cuidadores que
tuvieron los Templos del Agua y del Fuego, los que ella conocía mejor. Esos dos
hombres habían tenido jornadas laborales diarias de diez horas cada día hábil,
entre las ocho y las dieciocho, y cinco los sábados, desde las siete hasta las
doce, un total de cincuenta y cinco semanales que podían tranquilamente
extenderse si fuera necesario. Isabel, teniendo un convencimiento casi absoluto
de que aquel esquema ni había sido modificado, lo comparó con el de la reina
Lili. Dijo que ella podría estar durmiendo profundamente a la mitad de la
madrugada de un domingo que fuera feriado, pero si llegara a pasar algo que
revistiera gravedad, debía estar presente y hacer todo cuanto se esperara de
ella. "Acepto; no me voy a quejar por el horario ni por sus potenciales ampliaciones",
confío Eduardo, en pleno conocimiento de que la jornada era, tal vez, lo menos
importante en este momento.
_Ahora
tenemos que salir de la oficina - quiso el hada de fuego, de sobra sabiendo que
durante los primeros días tendría problemas para encajar en un ambiente donde
predominaba el elemento antagónico por excelencia del suyo -. Cualquier cosa,
si mantenerse calmo y conservar la compostura te resultan tareas complicadas,
pensá en otra cosa que te agrade... menos "eso" en esta oficina!.
Eduardo
sonrió.
_Pero
si no dije nada., se excusó, encogiéndose de hombros.
_Lo
pensaste, de seguro., insistió Isabel.
_Eso
si, ni lo niego.
Riendo
ambos, la dama además gruñendo levemente, fueron a la bella puerta, en que la
línea gris que bordeaba al símbolo del agua había sido reemplazada por otra
celeste y azul jacinto, una señal de la presencia del nuevo Cuidador. Eduardo
sacó la llave de su bolsillo, la introdujo en la cerradura y la hizo girar tres
veces. Tomó el picaporte, abrió la puerta y...
Uno
y otro descubrieron su acierto.
Había una veintena de hadas en la antesala,
las que, al verlos aparecer, al notar como el símbolo del agua aparecía tatuado
en la frente del hombre, aplaudieron discretamente. No era desgano ni falta de
entusiasmo que los aplausos fueron sobrios,
sino porque así lo indicaba la costumbre de las hadas. Cuando aparecía por
primera vez un Cuidador ante las personas que estuvieran aguardándolo al otro
lado de la puerta de una oficina de dirección aplaudían con una efusividad acordé
a ese lugar - "No bien hayamos dejado la torre, otra va a ser la
situación", dijo Isabel a su novio -, acompañados por felicitaciones igual
de sobrias. Muy pronto, Eduardo se vio inmerso en la sucesión de saludos
formales con cada uno de los veinte individuos congregados allí, que aún siendo
discretos no pudieron (o no quisieron) evitar las exclamaciones leves, sonrisas
y otras demostraciones parecidas a esas. Todas esas hadas parecieron compartir
las mismas opiniones e impresiones que Biqeok, sobre que Eduardo era el
indicado para la dirección del Templo del Agua. Y no demostraron disgusto por
tal elección. Los individuos en la antesala también compartían con la reina de
Insulandia aquella visión con respecto a la grandeza y las cosas encomiables
que se esperaban del compañero sentimental y prometido de Isabel, y sin dudas
calificaba como "grandeza y gloria" el hecho de haber sido designado
como el nuevo Cuidador para este lugar grandioso. "Necesito procesar todo
esto ", reconoció, en lo que su novia y la otra veintena de hadas
iniciaban el descenso, siendo su inmediato destino el exterior de la torre
central. "Calma y tranquilidad, no vas a estar solo", le indicó una
de las hadas, coincidiendo a ese respecto con Isabel. Otra de las hadas, con
total acierto, según el común de las opiniones, le sugirió que organizará una
reunión extraordinaria (Eduardo, como Cuidador, tenía esa facultad) con los
jefes de todas las áreas, pensando que era una buena forma para hacer las
presentaciones formales, conocer a esas hadas en particular y saber exactamente
en qué consistían esas especialidades. "No lo vas a hacer mal",
confío un individuo masculino, un coronel del ejército insular en cuyas manos
estaban la seguridad y la defensa del Templo del Agua. Era de las mismas opiniones
que todos los presentes allí y Biqeok, y, en tanto pasaban del auditorio al
amplio y gigantesco salón custodiado por los monstruos, Eduardo, creyendo estar
dando los primeros pasos en eso de dejar atrás la conmoción, sorpresa y
asombro, accedió a la sugerencia del hada, sobre convocar a una reunión
extraordinaria. Creyó que mañana a las primeras horas de la tarde, o las
últimas de. la mañana, sería un buen momento, y así se lo hizo saber al coronel
insular, anunciando también que, no bien salieran de la torre, lo informaría a
los jefes de todas las secciones: relaciones institucionales, prensa y
difusión, mantenimiento, contaduría, legales, relaciones con la comunidad,
arqueología e historia, empleo y asuntos laborales, conservación de bienes, logística,
planeamiento y coordinación, ciencia e investigación, ceremonial y protocolo,
comercio y producción y promoción de actividades turísticas, culturales y
recreativas. Ninguna de las personas que acompañaban a la pareja puso
objeciones cuando Eduardo les dijo que quería a Isabel cómo la segunda al
mando. De hecho, las hadas lo consideraron como una excelente innovación, ya
que sería un paso más, uno de los tantos, para mantener la coexistencia
armónica entre las hadas de los que tal vez fueran los elementos antagónicos
por excelencia, el agua y el fuego. Hubo un murmullo colectivo para demostrar
la aprobación y, mientras el grupo ya alcanzaba a ver la entrada a la planta
baja, consciente de la multitud reunida allí afuera, Eduardo creyó haber
encontrado lla forma ideal para presentarse como el nuevo Cuidador. Saldría de
la torre central saludando con los brazos en alto, agitándolos, y con una
sonrisa. Apelando a recuerdos de su pasado, vio a los ganadores de las
elecciones para tal o cual cargo que aparecían ante la multitud exultante.
"Espero que sea suficiente", dijo en voz baja, y cuando Isabel
preguntó por aquello, su novio le contó lo que había estado pensando. "Eso
hace la persona designada como Cuidadora", indicó una de las hadas, ya
estando todos en la planta baja, a pasos del acceso. Por costumbre y tradición,
Eduardo se ubicó al frente de la procesión, y asomó al exterior.
_¡¡¡Bienvenido,
Cuidador del Templo del Agua!!!.
Una
exclamación colectiva de los más de dos mil quinientos individuos de múltiples
especies que se congregaron en la isla el centro del templo y en las
adyacencias. Fue, tal cual lo explicaran, la antítesis de lo ocurrido en el
nivel más alto de la torre central. Esta vez resonaron aplausos, vítores,
ovaciones y cánticos durante más de cinco minutos, y fue recién pasado el
primer cuarto de las diecisiete horas que se hizo el suficiente silencio como
para que el nuevo Cuidador hablara a esa multitud. No dijo gran cosa, eso era
de esperarse, porque la conmoción y sorpresa aún persistían. Eduardo les habló
sobre sus experiencias en la oficina de dirección, contando sin tantos
detalles, porque no nos creyó necesarios, que el y su novia estuvieron
observando en el nivel más alto, y que cuando habían decidido que era el
momento de irse, el remanente de energía de Biqeok se materializó ante ellos e
indicó a Eduardo que era la persona indicada para reemplazarlo, que tras la
observación había decidido designarlo como tal. "Eso fue lo que
pasó", concluyó, ante un silencio casi total, haciéndole saber a la
multitud que no había existido un reto mayor que el de aceptar lo que era, el
nuevo Cuidador del Templo del Agua. "No tan rápido, si hay un desafío
superior", le dijo un hombre que, tras abrirse camino entre las masas, se
presentó como el jefe de ciencias e investigación del templo, y exhibió ante
Eduardo un recipiente de vidrio con cuatro objetos muy pequeños en su interior,
que el protagonista de este evento trascendental pudo identificar como granito,
piedra caliza, sílex y ónix. "Es lo que creo que es...", planteó
devolviendo el frasco a aquel hombre, y este movió la cabeza de arriba hacia
abajo. "Un monstruo", anunció, e Isabel explicó a su novio que era la
costumbre en los lugares grandiosos, uno de los nombres con los que se conocía
a los lugares como el Templo del Agua; los Cuidadores debían demostrar sus
capacidades y habilidades contra uno de estos monstruos, uno que fuera
particularmente resistente. "Acepto", se emocionó, pensando que este
sería su tercer encuentro con un monstruo en batalla. En el primero, en la Casa
de la Magia, había tenido que vencer al coloso que defendía el acceso a uno de
los almacenes, para lo cual contó con la ayuda de la princesa Elvia y Kevin, y
en el segundo, habiendo también contado con la ayuda de su mejor amigo, en el
Vinhuiga, el Templo del Fuego, para salvar la existencia de su compañera
sentimental y su futura cuñada. Esta sería, si, su primera batalla Solo, en uno
de los gimnasios. "Vamos allí", agregó, ahora combinando la conmoción
con el entusiasmo.
_Confianza
y determinación – le indicó el jefe de ciencias e investigación, yendo al
gimnasio. Eduardo era escoltado por al menos dos centenas y media de personas
por tierra, en tanto que alrededor del doble, o quizás más, lo seguían por
aire, a diferentes alturas –. Hace falta eso, más que tus poderes o fuerza. Y
tampoco te preocupes tanto. Si por algún motivo llegara el monstruo a
superarte, los eruditos y yo vamos a estar allí para contenerlo… o eliminarlo.
_Es
exactamente lo mismo que pasó en el Templo del Fuego a inicios del mes pasado –
comparó Isabel, caminando a la derecha de Eduardo –. El hada nos dijo que si
las cosas llegaban a complicarse para Cristal y para mi ella iba a intervenir.
Incluso el motivo de la pelea es parecido. Poner a prueba las capacidades.
_Los
Mï-Nuqt creados con esos materiales son particularmente fuertes, pero eso
tampoco es motivo para preocuparse – informó el coronel insular al nuevo
Cuidador, y acto seguido intentó tranquilizarlo –. Según la Cuadrícula de los
Elementos, el agua no debería tener un solo problema contra las piedras.
Fue
gracias a las palabras de todos que Eduardo creyó que no sería un problema
mayor el enfrentamiento. Estando ya en los gimnasios, a pasos de su destino,
procurando evadirse de la sorpresa y conmoción generadas por la revelación,
hizo lo que era costumbre en el siempre que un nuevo desafío estaba delante
suyo y no era posible esquivarlo: concentrarse en el éxito y en nada más. “Lo
voy lograr”, dijo en voz alta, más para
si mismo que para los demás. Y, entre una palabra y otra, llegaron al gimnasio en
el subsuelo de la estructura secundaria. El interior, observó (volvió a
hacerlo) Eduardo, no era distinto al de aquel lugar en que las hermanas
sostuvieran su combate para estrenar el recién adquirido elemento fuego. En
este gimnasio, las gradas dispuestas contra los muros laterales tenían una
capacidad total para cinco centenas de espectadores, y los aparatos y elementos
para hacer ejercicios estaban en uno de los extremos. “En el centro”, indicó el
jede de ciencias e investigación a Eduardo, mientras iba el mismo a ese extremo
y las gradas se ocupaban una tras otra. Tenían siglos sin ver la llegada de un
nuevo Cuidador – ya se ocuparían de averiguar quien era el otro, el de la Casa
de la Magia – y el hecho de que aquel fuera un individuo desconocido hasta
mediados de Enero pasado, que fue acumulando prestigio y respeto no bien hubo
de recuperar el conocimiento, era algo por demás llamativo. Por eso, todas las
gradas se llenaron en cuestión de uno o dos minutos, al menos otras dos
centenas de hadas se sentaron junto a ellas en el suelo e incluso dos
representantes políticos se dieron cita allí. Iris estaba en el gimnasio en
nombre de la familia real insular, en tanto que otro funcionario era une enviado
del Consejo Supremo Planetario, el CSP, del que, en ausencia de los Cuidadores,
dependían en parte los templos como este. Ahora que el lugar grandioso tenía
uno, pasaría a estar bajo la órbita del gobierno del país en que se encontrara.
Esa era una de las razones por las que Iris estaba allí, sentada junto a
Isabel, dedicándose las dos, como todos, a los primeros comentarios acerca de
la batalla que empezaría no bien el experto hubiera terminado de crear al
mï-nuq. “Ya es tiempo”, anunció este, con el monstruo emergiendo.
Y
empezó la batalla.
A
la sola y única orden de su creador, el monstruo que combinaba cuatro
materiales constitutivos extremadamente fuertes se abalanzó a toda carrera
contra su oponente, que ante semejante despliegue de velocidad apenas tuvo
tiempo para reaccionar y hacerse a un lado. El monstruo dio un golpe tan fuerte
que su rocosa y enorme mano se incrustó en el suelo, una situación aprovechada
por Eduardo para contraatacar, lanzándole un rayo que no provocó daño alguno en
su oponente. “Tengo que intentarlo”!, pensó, procurando no perder un instante y
buscando no poner atención a los vítores y comentarios que llegaban desde los
laterales. Liberado el monstruo – el suelo se regeneró al instante –, volvió a
la carga, con movimientos aun más bruscos y veloces que antes, y Eduardo esta
vez no tuvo tiempo de esquivarlos. Habiendo puesto freno a los puños con sus
manos, se generó en el punto de impacto una presión tan fuerte que hubo un leve
temblor en el suelo e hizo impresionar a cada uno de los espectadores. Con las
palmas ardiéndoles a causa de es enorme presión, Eduardo dio un elevado salto
y, estando en el aire, lanzó el segundo rayo al monstruo e inmediatamente después
el tercero, buscando su debilidad. El problema era, el ya sabía, que se
enfrentaba a toda una mole, porque estos monstruos que combinaban dos o más
materiales eran más poderosos que los demás, y ni hablar de aquellos creados
con esas piedras. Viendo desde una de las gradas, Iris, observándola reír por
lo bajo, escuchó a Isabel decir “fanfarrón”, y cuando le preguntó el porqué de
eso, la hermana de Cristal contestó que Eduardo, que seguía atacando, ahora con
una sucesión de descargas, no estaba haciendo más que entretener a los
espectadores. “Prestá atención”, le dijo Isabel, a lo que su amiga observó la
batalla, y entonces se convenció también. Aun con cientos de personas en pleno
bullicio, pudo advertir que Eduardo no estaba haciendo otra cosa que tiempo. La
princesa insular conocía tanto como Isabel cuan poderoso y diestro se había
vuelto el nuevo Cuidador con el dominio del elemento agua y sus otras
habilidades y que incluso un fuerte oponente no representaría para el grandes
esfuerzos. De habérselo propuesto, habría acabado con el monstro no bien le
lanzara la primera descarga. Envuelto por los aplausos, ovaciones y cánticos,
Eduardo, con otra descarga, hizo tropezar al mï-nuq, pero este se sacudió e incorporó de nuevo, recurriendo
por primera vez a una de sus técnicas. Pegó un notable salto, con lo que aumentó
su fuerza, y se dejó caer de lleno sobre su oponente, que esta vez no alcanzó a
esquivarlo y quedó aplastado. En las gradas hubo pánico y un silencio
repentino, roto solo por los comentarios en voz baja de Iris e Isabel, que veían
la escena sentadas y con los brazos cruzados. “Por eso es que no nos
preocupamos”, dijo Iris a un hada a su lado, cuando esta le preguntó acerca de
la no preocupación. En el centro del gimnasio se produjo un súbito estallido de
energía que hizo sacudir las gradas y a sus ocupantes, el mï-nuq salió
disparado a varios metros de distancia y Eduardo emergió intacto, apenas con unas
pocas roturas en la ropa, envuelto en una débil nube con los colores de su aura
y sosteniendo un tridente con la diestra. “No necesito esto”, reconoció,
volviendo a transformarlo en un bastón y dándoselo a su novia. Acto seguido,
volvió al combate, al tiempo que su oponente se recuperaba del violento
impacto. Excepto para Isabel a Iris, para los demás Eduardo se enfrentaba a un
enemigo duro de vencer, quizás el más fuerte hasta este momento. El flamante Cuidador
seguía esquivando los furibundos ataques de un ser que tenía en su volumen y
altura las principales ventajas. Estas, sin embargo, no bastaron para evitar
que cayera víctima de una trampa; quedando con ambos puños incrustados en el
suelo, Eduardo no dejó pasar la oportunidad de darle un golpe en el centro dl
pecho, tan fuerte que el monstruo cayó fuertemente de espaldas, liberando sus
manos del suelo, el cual hubo de regenerarse nuevamente al instante. “¡¿No los
entretiene esto?!”, exclamó Eduardo con ganas, aprovechando la conmoción en su
rival, y los espectadores empezaron a entender por qué el hada de fuego y la
antigua jefa del MEU no estaban preocupadas y veían la batalla con los brazos
cruzados. Los espectadores creyeron estar advirtiendo que Eduardo no había
estado peleando en serio ni con todas sus fuerzas en ningún momento de los últimos
veinte minutos, y lo confirmaron cuando, aprovechando otro inesperado parate, exclamó
“¡Creo que ya fue suficiente diversión, ¿están listos para el final?!”. Ante
los aplausos y ovaciones en ambos laterales, se dedicó a pelear de verdad.
Durante unos pocos e insignificantes segundos, estuvo varado en el suelo el
gigantesco y siempre atemorizante megalodón, pero dejó su lugar al monstruo
escamoso bípedo que superó en alrededor de diez veces la altura del mï-nuq. Fue
todo para este. Eduardo lo sujetó fuerte y firmemente del tobillo izquierdo con
ambas manos y, luego de media docena de vueltas, con un impresionante salto, lo
estrelló fuerte y violentamente contra el suelo. Todo lo que quedó del monstruo
de piedra fueron escombros. Rocas, tierra y polvo dispersos en el gimnasio.
La
batalla había finalizado.
Eduardo
fue el vencedor.
De
inmediato se vio inmerso en las felicitaciones encabezadas por su novia. Esta
nueva demostración recién hubo de terminarse al llegar a su fin las dieciocho
horas en punto, momento en que el fuerte sonido de las campanas los hizo volver
a la realidad. Observando como el suelo, las paredes y el techo se recomponían,
uno a uno fueron saliendo los individuos del gimnasio, todavía comentando el “espectáculo”
que les brindara el nuevo Cuidador, que se suponía debía demostrar y probar su
valor y capacidades en una batalla. Lo había hecho, por supuesto, algo que dejara
boquiabiertas a las hadas en los dos laterales. Pensaron estas que el vencedor
habría de volverse aún más fuerte, y los más aventurados, como Iris e Isabel, creyeron
que para Eduardo no había algo más grande todavía que el ser el mandamás
vitalicio del Templo del Agua. Vieron como la pelea no fue para el más que un
divertimento, algo pensado para entretener a los espectadores, más que para
demostrar que podrían contar con el en un combate, desde su punto de vista. Las
hadas concluyeron que si había destruido a su oponente solo con proponérselo,
tenían en ello una señal evidente de esas cosas más grandes en el futuro. Ninguno
quiso ni creyó conveniente hacerle ese planteo, sin vueltas o con estas, a
Eduardo, porque ya todos quedaron al corriente de la enorme sorpresa y
conmoción que subsistían aun en el nuevo Cuidador, a raíz de la revelación, en
el piso más alto de la torre, que le hiciera su antecesor. De manera que las
opiniones y palabras se concentraron en el hecho de que el novio de Isabel con
su nueva tarea y su triunfo en esta batalla. Allí, entre la cuantiosa multitud,
estuvieron los jefes de todas las secciones, a los que el nuevo Cuidador y su
segunda – para todos, era también una novedad el tener a un hada de fuego como
la segunda autoridad, aunque ninguno mostró, porque no tenían, celo ni
desconfianza – les dijeron que querían mantener su primer encuentro en el salón
de la torre central el día de mañana, apena hubieran concluido el almuerzo. Los
expertos estuvieron de acuerdo con el momento, y comprometieron verbalmente su presencia,
mientras la multitud se iba dispersando, emocionada también por esa otra incógnita
que había provenido de la Casa de la Magia.
_Vayamos
a merendar algo, por favor., quiso Eduardo.
Algo
ligero, había querido el, a lo que Isabel e Iris contestaron que si, yendo los
tres a uno de los patios de comida, que recibía numerosos clientes a diario.
Después volverían ambos componentes de la pareja a Barraca Sol, por supuesto. Necesitaban
recuperare completamente de la sorpresa.
_Té con pan de centeno, es otro clásico de las
hadas – sugirió la princesa, y los otros dos estuvieron de acuerdo –, no hay
mejor manera que esa para los fines de semana.
Y
en lo que demoraron en llegar al local, Iris los puso al tanto de como había
sido la ceremonia de Transición en el seno de la familia real. Estuvieron allí
la reina Lili, Elías (su compañero, el príncipe ártico) Elvia, Oliverio, quien
dentro de poco se convertiría en el príncipe heredero, Zümsar y la propia Iris.
No había sido diferente allí de en otras partes del mundo, por lo pronto en el
reino insular. También en la realeza hubieron alimentos y bebidas en abundancia,
música folclórica y de otros géneros, fuegos artificiales y entretenimiento
durante gran parte, por no decir todo, del último día del año pasado y hasta
bien entrada la mañana del uno de Enero. “Y no se si ya repararon en este detalle” –
indicó Iris, con el bar a la vista, exhibiendo ante la pareja el anular izquierdo,
donde con la luz solar brillaba un anillo de oro –. “Me lo propuso en los
primeros minutos de este año, y acepté, por supuesto”. “Esas son excelentes
noticias”, dijo Isabel, siendo de los dos la primer en felicitar a su amiga, y
viendo que los residentes de La Fragua, 5-16-7 no eran los únicos que tenían
motivos para haber empezado de una excelente forma este año y haber estado
contentos desde ese momento hasta hoy. “Una de las mejores noticias”,
complementó Eduardo, aun patente en su memoria el instante en que le hiciera
esa propuesta su novia. Y, en los últimos metros antes de llegar a su destino,
la antigua jefa del MEU les dijo que ya estaba al tanto del futuro hermano o
hermana de Cristal e Isabel, que fueron los propios Wilson e Iulí quienes se lo
dijeran, al encontrároslos en la plaza central en la mañana de ayer. “Motivos
para estar felices y sonreír nos sobran”, reafirmó, entrando al bar y
detectando una mesa disponible, a medio camino entre el mostrador y la fachada.
Isabel y Eduardo la siguieron y ocuparon el trío de sillas.
_Sigo
sin creerlo, para ser franco. Isabel, todavía no proceso el hecho de ser el
nuevo Cuidador de este lugar, ni tampoco la forma en que apareció Biqeok en l
oficina. Eso y todo lo demás… son muchas emociones para un solo día, y creo que
no se termina con esto – planteó Eduardo, pensativo. Eran las diecinueve
treinta y recién estaban emprendiendo la partida del Templo del Agua –. Si así
empezamos nosotros el año, no quiero penar en como va a seguir. Para empezar, está´
la reunión de mañana. Dieciséis desconocidos que se transformaron en hadas a mi
mando en cuestión de minutos, lo mismo que todas las personas que trabajan acá.
Como dije, es mucho para un solo día.
Vieron
a Iris dejando también el lugar grandioso. Ella lo hizo por aire, con su
acostumbrada velocidad de vértigo casi inmediata al despegue.
_¿Te
acordás, por casualidad, de lo que te dijimos desde que salimos de la
dirección?. Tenemos confianza en vos para que dirijas este lugar – llamó Isabel,
la flamante e inusual segunda al mando, por tratarse de la primera hada de
fuego en llegar a ese puesto –, y no vas a estar solo. Esos jefes de secciones
tienen años de conocimientos y experiencia en lo que hacen. Van a transmitirte
todo eso y asesorarte muy bien. Estoy completamente segura de que en poco
tiempo esas dudas tuyas no van a ser más que un recuerdo, Eduardo. Además no
vas, ni tampoco yo, de paso, a empezar a hacerte cargo de esta enorme
responsabilidad desde mañana. Primero tenemos que hacer un juramento de compromiso
y lealtad ante los líderes del CSP, la Mancomunidad Elemental y la reina Lili.
Eso lo hacen los Cuidadores, por tradición y costumbre, una semana después de
haber sido designados en sus puestos.
Atravesaron
el acceso principal, recibiendo ambos los mismos vítores y ovaciones que
durante todo el trayecto. Ahora, los esperaban esos cien metros hasta la puerta
espacial, que los llevaría al instante a Barraca Sola.
_Eso
me parece fácil solo en lo teórico – discrepó su novio, mirando el entorno, a
las hadas y otros elementales que andaban por allí, en su mente preguntándose
cuanto tardarían en enterarse de que el era el nuevo Cuidador, si no lo
hubieran descubierto ya –. Y no es lo único que va a mantenerme ocupado. Se
supone que nosotros retomemos en unos días las obligaciones en el museo. ¿Qué
hacemos con eso?, ¿simplemente presentamos la renuncia, o hay otra cosa?. A mi
me gustaron mucho los trabajos que hice y sigo haciendo, por supuesto. Va a ser
difícil dejarlos. Estudié arqueología porque era lo que más me apasionaba, y lo
sigue haciendo. Si hasta los horarios y días son distintos. Ya me había
acostumbrado a pasar jornadas enteras fuera de casa, y seguro que vos también.
_Para
mi, en ese aspecto, no va ser tan completo. Yo tuve jornadas laborales como
esa, y las conozco – indicó Isabel, buscando algunas monedas en su bolsillo, estando
prácticamente frente al marco dorado –. Apenas pasaron mis primeros días en el
museo me acostumbré a esa rutina de horarios y días. También al hecho de estar
allí fuera de esas jornadas, si llegaba a ser necesario, para dar el buen
ejemplo. En todo caso, ceo que eso va a ser para nosotros, especialmente para
vos, lo menos importante. Como te dije, tenemos una semana antes del juramento.
Ese espacio de tiempo nos va a bastar
para instruirnos e interiorizaron acerca de todo lo que implican estas enormes
responsabilidades en el Templo del Agua. No vamos a tener problemas después,
cuando haya que empezar a trabajar allí.
_Supongo
que eso es verdad – empezó a admitir su novio –. Y una vez pronunciado ese
juramento, ¿cuándo arrancaríamos?.
Isabel
echó al cántaro una moneda de veinte soles y otra de diez, antes de contestar.
_La
verdad es que no se muchos obre eso. Antes se acostumbraba que los Cuidadores empezaran
su trabajo al día siguiente de ese evento. Al menos, así fueron las cosas en
los Templos del Agua y del Fuego – atravesaron el marco y estuvieron entonces en
la capital. Los saludos y aplausos les indicaron que lo ocurrido en el lugar grandioso
ya había llegado hasta esta parte del país –. En otros de esos lugares
grandiosos era otra la distancia de tiempo. Imagino que se va a mantener la costumbre.
Desplegaron
sus alas y se situaron a unos pocos metros del suelo. Irían hasta su casa a esa
lenta velocidad, casi flotando, tan solo porque querían disfrutar de ese
característico paisaje de los últimos instantes de la tarde. Ya tendrían tiempo,
mañana, de contar todo lo ocurrido en el Templo del Agua a los vecinos y la
población local en general.
_Haya
cambiado o no, tenemos los siete días antes del juramento.
Cuando
estuvieron frente a su caso, se sorprendieron tanto como cualquiera al ver ese
esplendoroso rayo ganar más y más altura, igual a como lo hicieron esos dos
desde el Templo del Agua y la Casa de la Magia. Este rayo, de color amarillo, advirtieron
Eduardo e Isabel, provino del Vinhuiga, el Templo del Fuego, porque, habiendo
llegado a un determinado punto en el cielo, formó el símbolo representativo de
dicho elemento. Contemplando esa belleza, y reparando mentalmente en la
peculiaridad que eran estos tres nuevos Cuidadores en un día, la hija mayor de
Wilson e Iulí no lo dudó e hizo público a Eduardo su pensamiento. Cristal,
dijo, tenía que ser la nueva Cuidadora del Vinhuiga, porque desde el primer momento
su dominio y aplicación sobre ese
elemento había sido considerable y definitivamente superior al suyo. “Tiene que
ser ella”, se esperanzó, y mientras veía el símbolo del fuego esfumarse y su
prometido se disponía a tomar el picaporte, Elvia y Oliverio se presentaron
ante ellos con amplias sonrisas en la cara, como era de esperarse. Los futuros
reyes de Insulandia estaban tan contentos como todos a causa del surgimiento del
tío de señales y la aparición de los nuevos Cuidadores (felicitaron Eduardo igual a como lo hicieron a la salida
de la torre central, en el Templo del Agua) que desde que los símbolos del agua
y de la magia aparecieran en el cielo estuvieron en movimiento constante, yendo
de un lado a otro comunicando la noticia y ocupándose de los preparativos para
la dos ceremonias venideras: la del juramento de compromiso y lealtad primero y
el ascenso de los Cuidadores después. “Eso vamos a continuar haciendo, pero
ustedes tienen que quedarse acá”, indicó Oliverio, gran amigo de ambos, agregando
que Kevin y Cristal llegarían de un momento a otro. “A lo mejor llegaron ya”,
apostó Isabel, aun esperanzada por la posibilidad. “Lo siento, pero no fue ella”
– dijo la princesa Elvia, de verdad lamentando haber quebrado ese deseo –, “Cristal
y Kevin no estuvieron hoy en el Templo del Fuego”. Y tras otras breves palabras
y los saludos de despedida, ambas parejas tomaron rumbos distintos. Oliverio y
Elvia se perdieron entre una espesura cerca, habiéndose dirigido al este de la capital,
y Eduardo e Isabel se quedaron en la entrada de la casa al otro lado de la
calle (los padres de las hermanas todavía no habían vuelto de su merecidísimo
descanso). Fue unos instantes después que Eduardo sintió como el símbolo del
agua aparecía de nuevo en su frente, a lo que Isabel le explicó que era una
señal que indicaba la cercanía de otro Cuidador. “Podría ser cualquiera, no
distingo desde acá”, dijo el hombre, refiriéndose a esas varias decenas de
seres feéricos que desde su perspectiva y posición no eran más que puntitos en
el cielo y el suelo de varios colores. “Ya
lo vamos a descubrir”, comunicó la dama, yendo los dos a la vereda, pensando en
quien podría haber sido nombrado al frente del Vinhuiga, y deseando que no le
hubiera pasado algo malo a su hermana ni a su futuro cuñado. El tono que
emplearan Oliverio y Elvia le hizo suponer que algo había pasado con Kevin y
Cristal. Se mantuvo en silencio hasta unos pocos segundos después, hasta que vieron
descender, describiendo espirales, a la otra pareja “Kevin, ¿qué…?”, llamó
Eduardo, pero no hizo ninguna falta que completara la pregunta. El antiguo jefe
del Mercado Central de las Artesanías, sin poder contener el todo esa enorme
gama de reacciones y emociones que evidenciaban lo positivo (y también inesperadas),
tenía tatuado en la frente el símbolo de la magia, uno idéntico a aquel que más
temprano se formara en las alturas. Allí afuera, por supuesto, no tenían nada
que hacer.
_Mejor
nos sentamos, esto es serio y da para estudiarlo y decirlo todo a fondo, porque
de seguro en dos o tres días nosotros cuatro empezamos una vida nueva., quiso
Kevin, a eso de las veinte horas en punto, en la intimidad y comodidad de su
casa, a casi medio día de haber hecho el, Cristal, Eduardo e Isabel los viajes
que, como dijera, hubieron de catapultarlos
una nueva vida.
En
efecto, había sido un día muy atípico para los cuatro.
FIN
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CLAUDIO ---
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