martes, 22 de mayo de 2018

19) Un nuevo rumbo, parte 1: el Templo del Agua


_Mejor nos sentamos, esto es serio y da para estudiarlo y decirlo todo a fondo, porque de seguro en dos o tres días nosotros cuatro empezamos una vida nueva., quiso Kevin, a eso de las veinte horas en punto, en la intimidad y comodidad de su casa, a casi medio día de haber hecho el, Cristal, Eduardo e Isabel los viajes que, como dijera, hubieron de catapultarlos  una nueva vida.

En efecto, había sido un día muy atípico para los cuatro.

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Eran las ocho menos diez del cinco de Enero y ambas parejas, habiendo dado por concluido el desayuno y terminado de arreglarse – básicamente, el cabello mojado y ropa y calzado livianos, porque hoy haría calor todo el día – se preparaban para viajar al noroeste, sabiendo que cubrirían los siete mil quinientos dos kilómetros en pocos segundos, recurriendo a las puertas espaciales. El Templo del Agua era su destino. “Va a valer la pena, y toda, lo garantizo”, prometió Isabel a su novio, abriendo la puerta que daba a la calle, saliendo primero ella y su hermana y luego los hombres, llevando estos ambas bicicletas (los padres de las hermanas habían salido más temprano, pues pasarían todo el día en el centro de la ciudad). Estando ya los cuatro poniendo ciento treinta soles en el cántaro, junto al marco dorado siempre imponente, alguien desde las alturas y a sus espaldas estuvo llamándolos, diciendo sus nombres en voz alta, y al darse vuelta vieron a la heredera insular. La princesa Elvia se posó con delicadeza en el suelo (el guardia hizo el saludo formal) y habló al grupo, para hacerles saber que la reina Lili requería con urgencia de la presencia del artesano-escultor y la médica. “La verdad, no tengo idea”, aseguró, cuando Kevin le preguntó acerca del motivo. “Mejor vayan, ya vamos a poder ir los cuatro juntos otro día al Templo del Agua”, dijo Eduardo, a lo que su amigo y Cristal contestaron “De acuerdo”, decidiendo primero volver a su casa a dejar la bicicleta y luego reunirse con la otra pareja y la heredera junto a la puerta espacial. Allí, la despedida hubo de prolongarse durante unos cinco minutos, tras los que Elvia, Cristal y Kevin se perdieron en las alturas, en tanto que ambos arqueólogos submarinos cruzaron finalmente el marco y, al hacerlo, quedaron a exactos cien metros de esa antiquísima, espléndida y monumental joya de la arquitectura e ingeniería, de la que, con solo verla, supieron que ese calificativo de monumental le cabía también por la superficie que ocupaba en total, un cuadrado perfecto de quinientos metros por quinientos. Al llegar al acceso principal fueron recibidos por un empleado del Consejo de Cultura insular, que les mostró el camino haciendo gestos con las manos y ofreció un mapa detallado del lugar. “Que lo disfruten”, les deseó a ambos, quienes, correspondiendo la bienvenida con la misma intensidad, empezaron la caminata por uno de los senderos principales, uno adoquinado que conducía directamente a la colosal estructura central del predio, en cuyo punto más alto estaba la oficina, vacía desde hacía mucho, del Cuidador. Isabel propuso que dejaran para más adelante ese sector, y que empezaran la recorrida bordeando el Templo del Agua, cuyo perímetro era un curso de agua de cuatro metros y tres cuartos de profundidad por seis de una orilla a la otra, con algunas ramificaciones hacia el interior del predio. “Como te parezca, vos sos la guía”, accedió Eduardo, con sus ojos ya imposibilitados  de detenerse, pues no queriendo desperdiciar un segundo siquiera estaba observando todo aquello que lo rodeaba. “Empecemos entonces por ahí”, dijo Isabel, señalando el punto por el que ingresaron, coronado por un letrero de hierro forjado, a diez metros del suelo, con la inscripción “VINHAE” y el símbolo del agua a ambos lados. “Está bien, vamos”, coincidió Eduardo, y ambos, agitando leve y suavemente sus alas, empezaron a flotar sobre el sendero con piedras de canto rodado que había junto al curso de agua perimetral.

 “La armonía y el contacto permanente con lo natural, eso nunca se tiene que perder”, fue la respuesta del hada de fuego al planteo  de su novio, sobre el porqué de la existencia de ese espacio arbolado con numerosas especies vegetales, que se extendía unos treinta y cinco metros hacia adentro. Habiendo vadeado la totalidad del arroyo, en el que vieron una notable variedad de peces y una pareja de sirénidos para quienes había llegado el momento de “otra ración de comida”, Isabel y Eduardo se internaron en dicho espacio, donde desde el inicio pudieron disfrutar de y verse inmersos en uno de esos paisajes que tanto gustaban y enorgullecían a las hadas. Una maraña de lianas, ramas y hojas a diversas alturas con múltiples tonalidades de verde, donde podían apreciarse las vocalizaciones de numerosas especies animales, aves en su mayoría, ejecutando todo tipo de movimiento entre las copas, estas tan frondosas en algunos tramos que parecían formar un techo a cierta altura, dificultando el paso de los rayos solares, y en el suelo. Esa franja de treinta y cinco metros, explicó Isabel a continuación, en tanto se distraían observando a las hadas que como ellos estaban allí en calidad de visitantes, había sido durante la Guerra de los Veintiocho un línea del sistema de defensa ante los reiterados ataques de setwes solitarios, que buscaron con esos ataques minar los ánimos y la moral de los otros dos bandos. “Lo bueno es que la línea pudo resistir”, se alegró Isabel, ya buscando salir de la franja, y hablándole a su novio unas breves palabras sobre los pocos daños que sufriera el lugar durante aquella guerra, diciendo que fueron lugares como este los únicos en el mundo en los que ambos bandos enfrentados hicieron causa común: sin importar sus posturas, los templos y otros lugares religiosos eran sumamente importantes para los dos, y los ilios lo sabían. Buscaron la manera de debilitar el esfuerzo del MEU y todo lo que lograron fue que ese grupo y el otro trabajaran en equipo para repeler los ataques. “En verdad, ningún ilio en la guerra pudo traspasar esta franja de arbustos y árboles, los que lo intentaron fueron eliminados o huyeron”, concluyó Isabel la explicación, al tiempo que dejaban atrás ese tan magnífico espacio y se encontraban con otra de las mejores demostraciones de orden, simetría y disposiciones geométricas del mundo. “Armonía”, reiteró Eduardo, mirando alternativamente el mapa que le dieran en la entrada y el paisaje que se extendía frente a sus ojos.



La principal muestra de aquello se daba con la organización del espacio interior. Una estructura central de varios metros de altura rodeada por otras de menores dimensiones, todas estas separadas una de otra y de la central por la misma distancia, y cada una de las estructuras menores cumplía una función específica. "Están igualmente conectadas entre si", informó Isabel, y propuso elevarse unos metros para tener una visión completa del área de esas construcciones secundarias. Al elevarse, Eduardo descubrió que los caminos, siempre delimitados por ladrillos de un fuerte color rojo, para detectarlos desde las alturas, eran líneas rectas con ángulos muy pronunciados que bordeaban las estructuras, interconectándolas entre si y con la principal, habiendo una veintena de puentes rectos que saltaban sobre los arroyuelos que habían allí, los que se conectaban con el curso de agua perimetrales. "En efecto, la simetría y disposición son perfectas", confirmó Eduardo, que, en vuelo estacionario, no dejaba de observar y analizar minuciosamente el panorama. Las estructuras, dispuestas alrededor de la principal, tenían la cuadrangular y la rectangular como formas geométricas monopólicas, se hallaban con su situación formando un cuadrado y entre ellas había espacios verdes librea de cualquier forma vegetal, a excepción del césped y unos pocos arbustos y plantas florales, que crecían al otro lado de los caminos perimetrales y los conectores. Estéticamente, comparaba Eduardo a medida que iba observando y escudriñando, había similitudes entre eso y los mercados centrales ("Por ejemplo", dijo en su mente), porque las estructuras y los caminos tenían esos arbustos y plantas dispuestas en impecables hileras, y separadas las especies por la misma distancia, contribuyendo, como dijera Isabel, a la armonía y el contacto con lo natural. Todos los techos eran a dos o cuatro aguas, dependiendo de la forma geométrica, y tenían cientos de tejas acanaladas de un rojo muy intenso, en las que estaba, grabado en relieve, el símbolo del agua. Las hadas allí abajo iban en grupos o en solitario, y todas parecían estar absolutamente compenetradas con lo que hacían, ya fueran turistas y visitantes, el personal o los guardias, estos en sus habituales patrullas de tres o cuatro componentes. Entre aquellos que conocían por primera vez el lugar o simplemente dando un paseo reinaba el clima alegre, no muy distinto al que reinaría en cualquier otro lugar, disfrutando del entorno tanto como el entusiasmo y las ganas se lo permitían. Algunos eran turistas extranjeros o de lugares más bien alejados del Templo del Agua, llevados por los guías de uno u otro sexo, empleados del Consejo TRE (Turismo, Recreación y Esparcimiento), que les iban ilustrando e informando sobre el ayer y el hoy de las estructuras y el lugar en general a medida que avanzaban. Las hadas que caminaban en solitario, en cambio, formaban parte del grupo de profesionales y expertos que trabajaban en el templo, dependiendo todas de los Consejos de Ecología, Medio Ambiente y Recursos Naturales, de Ciencias y de Parques Reales, y en estos momentos, como casi durante toda su jornada laboral diaria (Lunes a Viernes de ocho a diecinueve y Sábados de ocho a quince), estaban haciendo sus acostumbradas investigaciones. "Ese ya me está cayendo bien", se alegró Eduardo, detectando a uno de sus colegas, a quien conocía de las reuniones en el MRA, estudiando en una de las orillas del arroyo perimetral. "Hay arqueólogos trabajando en este lugar", le informó Isabel, moviéndose ambos unas decenas de metros hacia la derecha, sin disminuir la altura. Vieron al personal de mantenimiento y limpieza, con sus clásicos overoles celestes y rosas, dependiendo del sexo, tan activos como todos en el templo. Ellos tenían jornadas más amplias, que se extendían a dieciséis horas cada día hábil, dividiéndose en dos mitades iguales, estando cubierta cada una por cien empleados, y catorce los sábados, siendo esta dos turnos laborales de siete horas, con noventa empleados.. "Esas  hadas por supuesto son artífices de la gloria pasada y la actual de este lugar", le dijo Isabel a Eduardo, viendo como dos mujeres de EMARN (llevaban las insignias de ese Consejo en sus overoles rosas), tijeras y hoces en manos, buscaban darle una forma geométrica de esfera perfecta a la copa de un árbol. "Incluso en eso hay armonía y simetría", se asombró Eduardo, notando esa figura en casi todos los árboles. A diferencia de ese personal y los visitantes, los guardias reales estaban en posiciones fijas en diferentes ubicaciones, en pintorescas garitas de madera, excepto aquellos pocos que patrullaban por los caminos. Isabel explicó a su novio que en total había cierto treinta y cinco efectivos asignados a la protección del Templo del Agua, divididos en grupos de cuarenta y cinco, para cubrir las tres jornadas, cada una de ocho horas, en los días hábiles, en tanto que los fines de semana, la vigilancia del lugar quedaba  encomendada a una centena de infantes de marina, una división relativamente nueva de la Armada, de una base cercana. "Ellos tienen jornadas de doce horas, y cada una está cubierta por cincuenta tropas", concluyó Isabel, iniciando el descenso.

_Podríamos empezar por donde..., llamó Eduardo, aterrizando a su lado, en un punto en que confluían dos de los caminos, a metros de un puente.
Estaba tan visiblemente emocionado por la visita que consideró que un día entero podría no serle suficiente para conocer cada rincón del Templo del Agua. "Creo que la tercera parte para el final del horario de visitas, o menos", estimó en la mente.
_Por donde queramos, no hay la necesidad de marcar un itinerario en lugares como este - contestó Isabel, empezando a caminar. Pasando la franja de arbustos y árboles, había un espacio despejado de igual extensión y, más allá de este, las estructuras -. Podemos empezar por acá, si te parece.
Con los dedos de la izquierda y la vista señaló un punto en lo alto. Otro letrero de hierro, montado a seis metros, indicaba el acceso a una de las estructuras, un inmenso acuario con numerosas especies acuáticas de todo el mundo, y desde donde estaban veían la combinación de visitantes, guardias, personal de maestranza e investigadores.
_Está bien - accedió Eduardo, cuyas pupilas continuaban sin detenerse -. Empecemos por acá.

Y cruzaron el puente y los caminos.

Esta estructura, una de las ocho que rodeaban a la principal, ubicada justo frente al acceso central de aquella, estaba, como todas, diseñada para ofrecer un entorno y atmósfera armónicas. Rodeada por espacios verdes magnificentes, era un enorme acuario que contenía ejemplares de miles de peces y anfibios de todas partes del mundo, en enormes áreas que imitaban sus respectivos hábitats naturales. El acuario estaba a su vez dividido en diez niveles, cinco bajo el suelo y cinco sobre este, donde cada uno representaba a uno de los continentes, y en todos había peceras y otros recipientes cuadrados y rectangulares, con alguno que otro circular y hexagonal, separados por amplios pasillos. Básicamente, los niveles eran salones de exposiciones en que los receptáculos estaban dispuestos co trabajo las paredes y en el centro, quedando así el suficiente espacio libre para el ir y venir de la gente. "Un museo", seguía comparando Eduardo, aún luego de salir y ver de nuevo el letrero que indicaba "USOEDAE / ACUARIO", en el idioma antiguo y el actual. "Ya vamos a tener tiempo de sobra", se convencieron, al ver la imposibilidad de recorrer a fondo está estructura en unas pocas horas.
El itinerario continuó en el sentido de las agujas del reloj, y un cuarto de hora luego, habiendo estado socializando con las hadas y otros seres elementales, incluidos un par de sirénidos que asomaron la cabeza en una fuente - un río subterráneo era el único curso que conectaba los espacios y cursos del Templo del Agua con el exterior - tras cruzar otro de los puentes, llegaron a la estructura cuyos letreros indicaban "UTOPEHON / GIMNASIOS". Era una construcción de dos niveles enormes, uno bajo y otro sobre la superficie; enormes instalaciones que usaban las hadas para entrenarse, practicar y mantener afiladas sus habilidades. Esa construcción colosal, tal lo explicara Isabel, tenía las mismas resistencia y defensas que la del Templo del Fuego. Las paredes, el suelo y el techo estaban bajo la protección de poderosos hechizos que posibilitaban la absorción de la energía liberada durante los entrenamientos (ataques y descargas liberadas que no acertaran a su blanco, explosiones súbitas...), lo que hacía que fueran prácticamente invulnerables. Solo con fugaces visitas a ambos niveles, Isabel y Eduardo detectaron al menos a veinte hadas entrenando en ellos, algunas teniendo a los monstruos como oponentes, y fue al ver una de esas batallas, recordando a la vez el combate de las hermanas a principios del mes pasado, en el Vinhuiga, que Eduardo decidió que lucharía en uno de los gimnasios antes que hubiera terminado este día.
"PETDOQOT / PISCINAS" era la inscripción en la siguiente estructura, el siguiente punto del itinerario. Eran dos piscinas, en efecto, dispuestas como los gimnasios, bajo y sobre el suelo, y estaban destinadas a la práctica y competencias de toda clase de deportes acuáticos, los más populares en el reino de Ínsula día, junto al balonmano. Cuando llegó para la pareja el momento de observar con mayor o menor detenimiento, advirtieron que se trataba, hasta ahora, del sector con mayor movimiento. Había cientos de individuos masculinos y femeninos allí adentro, practicando algún deporte o bien descansando en los bordes de las inmensas piscinas. "Por las dudas", gruñó Isabel entre risas, dándole un pellizquito a su novio... porque si este estaba observándolo todo no podían quedar exentas las cientos de mujeres en traje de baño que habían allí. Fue una escena que produjo risas entre quienes comprendieron lo que significó. Avanzada la recorrida por el nivel sobre la superficie, la hermana de Cristal se alegró por comprobar como las hadas de fuego estaban integradas a un ambiente donde predominaba el elemento antagónico por excelencia a ese; en la piscina, en el borde opuesto a aquel donde estaban los trampolines, tres hadas de fuego, sentadas en ese extremo, ponían sus manos en el agua. "Es algo así como u a pileta climatizada", informó Isabel, recordando como su novio le había hablado sobre ellas en varias oportunidades. "Este método es artesanal y efectivo", juzgó Eduardo, con cierto asombro al ver que no se requería de la tecnología, de ningún elemento mecánico, para este tipo de entretenimientos.
Arribaron a la cuarta estructura después de otro breve parate, que hicieron para ver la maravilla que eran esos minúsculos canales con agua cristalina que interrumpían el verde casi total en el espacio entre estructuras, canales que aun siendo tan pequeños posibilitaban el paso de un cardumen de sirénidos, una familia particularmente numerosa de siete crías que seguían a sus padres. Este sector era el "ESIE EMVAMIDVIOP / ÁREA INTELECTUAL", tal cual lo indicaban los letreros y señales. Era la "zona cívica" del Templo del Agua, y los ocho niveles de la estructura, cuatro bajo y cuatro sobre la superficie, estaban reservadas, o remitidas, a bibliotecas, museos laboratorios y salones para exhibiciones. Era la principal área de trabajo del Templo del Agua, y era habitual ver a decenas de personas de ciencias y otros expertos llevando a cabo sus investigaciones y estudios sobre todo lo relacionado directa e indirectamente con el elemento agua. Tampoco faltaban los visitantes que permanecían un tiempo determinado en las bibliotecas, leyendo e instruyéndose (lo que hicieron las hermanas cuando quisieron conocer el motivo del cambio en su fin y aura), disfrutando del silencio y la tranquilidad que les proporcionaban esos niveles en esta estructura. "Razón demás para venir otra vez", dijo Eduardo, lamentando que estás fueran visitas y vistas fugaces, cuando Isabel le explicara que allí también se realizaban experimentos, ensayos e investigaciones vinculados con la arqueología subacuática.
El quinto sector correspondía a talleres y fábricas más o menos grandes, que dividían la estructura en numerosos espacios interiores, dedicados a la reparación, las reformas y el mantenimiento - "UTDOWOTIS / SERVICIOS" era la indicación en el mapa que sostenía Isabel y en el letrero sobre el acceso - de todo cuanto había en el Templo del Agua. El hada de fuego explicó a su compañero sentimental que cada uno de los espacios interiores estaba dedicado exclusivamente a un elemento u objeto en particular, habiendo en promedio media catorcena de empleados plenamente calificados (artesanos, orfebres, carpinteros...) que se ocupaban de dichas tareas todos los días hábiles durante once horas, entre las ocho y las diecinueve. "Este lugar, por ejemplo, es donde restauran las estatuas y monumentos, además de todas las piezas y objetos decorativos", dijo Isabel señalando uno de los espacios en la planta baja (dos niveles en la superficie y otros dos bajo ella). Era eso, justamente, porque cuando la pareja estuvo a pasos del acceso, se detuvieron para permitir el ingreso de tres operarios que transportan una estatua de granito. "Nios",  advirtió Eduardo al ver la cara de la estatua, reconociendo a una de las divinidades mayores, como se conocía a las hadas de quiénes se tomará el nombre para designar a los meses del calendario antiguo, de la religión extinta de las hadas. Este sector también estaba repleto de movimiento, tanto en unos como en otros espacios en todos los niveles, pero, a diferencia de las otras áreas, en esta predominaban, y por mucho, las numerosas actividades fabriles y comerciales, tan interesante como vitales.
La siguiente estructura que visitaron y observaron fugazmente fue aquella rotulada como "ESIE EMDOTU / ÁREA SOCIAL”. Era una enorme mole con auditorios, teniendo el más grande de estos capacidad para quinientas personas, y otro tanto de salones destinados a la interacción y socialización de las hadas con otras especies elementales. Fue en uno de los salones, pasando por uno de los ventanales tan amplios (los espacios interiores estaban separados por corredores), que Eduardo e Isabel vieron una treintena de seres de las diversas especies, conversando animadamente y riendo alrededor de una mesa. "Es otro lugar que tenemos que visitar, hoy mismo si nos es posible", concluyó el hombre, volteando la cabeza a medida que se iban alejando, por uno de los pulcros y decorados pasillos, hacia otros puntos de la estructura, la cual había sido usada, por su extraordinaria resistencia al daño, como refugio durante la Gran Catástrofe y en las semanas posteriores a ella.
"En exactos dos meses va a cumplir dos milenios de existencia", tradujo Eduardo unos minutos después, cuando llegaron a una zona del Templo del Agua, destinada a todos cuantos trabajaban en el (prensa, maestranza, científicos...), marcada en los letreros y el mapa como PEMTUQIS ET FUTEQMIN / PERSONAL Y EMPLEADOS.  La séptima estructura incluía todas las oficinas administrativas y archivos, unos pocos vestuarios para mujeres y para hombres, la estafeta postal local y otro tanto de oficinas destinadas a la administración y dirección del lugar grandioso como un todo y sus diferentes sectores como las partes del todo.
La última de las estructuras perimetrales, la octava, era la destinada a la Guardia Real, rotulada como UPDOPOES-HA / GUARNICIÓN en el mapa. Eran en total seis niveles, en partes iguales bajo y sobre la superficie, que estaban destinados a los ciento treinta y cinco militares insulares que cumplían funciones de asistencia y vigilancia en el Templo del Agua. Allí había barracas muy bien equipadas usadas como dormitorios, arsenales, otras oficinas administrativas, estás para uso exclusivo de la Guardia Real, salones para diversos usos (conferencias, planeamiento, auditorios...) y otro tanto de depósitos y archivos. Sin dudas se trataba, observó Eduardo con todo el acierto, del lugar con menor movimiento en el Templo del Agua, porque, a su paso, apenas vio unos pocos guardias montando vigilancia en uno de los accesos a los arsenales y la oficina principal, los visitantes no completaron la decena, formando apenas un grupo de turistas extranjeros y su guía, y los empleados de maestranza brillaron por su ausencia. " Un mundo silencioso dentro de otro", opinó, al salir de la estructura. "La verdad es que si, este lugar siempre es el más silencioso", convino Isabel al instante, cuando doblaron en un camino que se bifurcaba. Uno de los tramos conducía a la estructura central y otras dos de las secundarias y otra a un puente curvo que saltaba sobre un arroyuelo. Tomando este último (que a fin de cuentas también conducía a la estructura principal del Templo del Agua), no dejaron de notar que la guarnición tenía unas condiciones tan impecables como las de cualquier otro lugar en el inmenso predio.

Por supuesto que esas nueve no eran las únicas edificaciones en el predio de quinientos metros por quinientos. En diferentes locaciones, se hallaban otras, de menores dimensiones, pero sin que eso les restara importancia ni utilidad. Había locales gastronómicos, patios de comida, puestos de venta de artesanías alegóricas y un sinfín de artículos relacionados con el elemento agua y el propio templo, incluidas maquetas de este hechas con diversos materiales, el estacionamiento con capacidad para cincuenta carretas u otros transportes, media docena de viviendas de dos plantas (para las hadas que, por motivos laborales, debían quedarse por periodos de tiempo más bien prolongados en el Templo del Agua), una planta local TCD ( tratamiento, clasificación y destrucción de residuos) y una serie de almacenes de suministros e insumos para el mantenimiento de cada una de las estructuras.  Eduardo concluyó que si se situaba a la altura indicada y miraba hacia abajo, podría ver con esa disposición, las estructuras mezcladas con los espacios verdes, a un poblado pequeño, pues la mayoría de los lugares habitados que había visto en Buenaventura (la isla principal del reino) eran así, con el fuerte color rojo en los techos y cursos de agua más o menos anchos surcando sus superficies.

_Un lugar tan grande, concurrido y de tanta importancia para la sociedad. Me cuesta un poco creer que conserve estás condiciones así de inmaculadas.
Fueron las últimas palabras de Eduardo antes de detenerse en seco y quedar en silencio, al pie del puente curvo. Era costumbre, una que databa de la época de oro de la religión, adoptar esa posición y no pronunciar palabra alguna durante un minuto, con la vista fija en la escultura montada sobre el marco que coronaba el otro extremo. Aquella escultura representaba a la divinidad del agua, Nios, que alegre daba la bienvenida a los visitantes. "Una señal de respeto", había entendido, cuando su novia le hablara acerca de esta costumbre.
_Personal plenamente calificado que hace lo mismo uno y otro día. Llegado el momento pueden hacer una marca de tiempo cuando tienen que hacer su tarea. Eso y que la magia se usa en cualquier obra que apunte a la limpieza y el mantenimiento de este lugar, y otros, como el Vinhuiga - informó el hada de fuego, pasado el minuto de silencio y empezando a cruzar el puente -. El mejor ejemplo se dio después de la Gran Catástrofe. Se tardó apenas un mes para dejar como nuevo al Templo del Agua.
El arroyuelo que circunvalaba al sector central era apenas más ancho que los demás y sus cristalinas puras y dulces aguas estaban igual de rebosantes de formas de vida acuáticas de anfibias e incluso alguno que otro sirénido que andaba por allí en solitario. Era la razón por la que la pareja caminaba despacio, para poder disfrutar de ese bello paisaje. Después de todo, apenas habían pasado las doce y restaban aún alrededor de ocho horas para que concluyera el horario de visitas de los fines de semana, el cual corría entre las siete y las veinte - los hábiles era de seis a veintitrés -. Podrían hacer otra recorrida breve, e incluso alimentarse, antes que concluyera este domingo.
_Me parece, ahora que vi todo esto, que el Templo del Agua es uno de los lugares más bellos que tiene este país. Igual que el Castillo Real y el Vinhuiga - comparó y opinó Eduardo, con las manos apoyadas en uno de los barandales, aun contemplando el paisaje frente a él. A todas las distancias, las estructuras parecían rivalizar con los árboles para ver cuales tenían mayores alturas y dimensiones, y el movimiento de hadas y elementales continuaba siendo incesante -. Las hadas, pienso, tienen (tenemos) a este y esos otros dos lugares como los mejores exponentes de algunas de las mejores banderas. El aseo, la higiene, lo estético, la magnificencia en la ingeniería y la arquitectura. Este lugar, el Templo del Agua, me pareció genial desde el mismo y primer instante que lo vi, cuando quedó a la vista su acceso. Por eso mis ojos no se pueden detener
Y por lo pronto, hoy quisiera quedarme hasta que concluya el horario de visitas. Se que aún con eso no vamos a poder recorrer a fondo cada centímetro... pero así y todo lo quiero hacer.
_Podemos venir tantas veces como sea necesario, todas las que quieras - dijo Isabel, igual de maravillada con el paisaje que se extendía frente a sus ojos -. Por ejemplo, un día para cada una de las ocho estructuras secundarias, otro más para las complementarias, otro más para la zona periférica y otro día para esta mole - señaló brevemente con la diestra la torre en el sector central, cuya entrada estaba vigilada por un soldado del regimiento de arqueros -. Mañana es lunes, y el Templo del Agua va a permanecer abierto diecisiete horas. O podríamos pasar una semana entera sin salir, quedarnos en una de las habitaciones en esas casas de dos plantas. El alquiler por razones ajenas a las laborales es de trescientos soles diarios. Hace dos años hice eso en el Vinhuiga, cuando llegó el momento de tomarme vacaciones. Me quedé diez días. Nosotros ahora podríamos hacer lo mismo en este lugar.
_No tenés que proponerlo de nuevo., se emocionó su novio, que la besó y dio un abrazo a consecuencia de esa propuesta.
_Hecho, entonces - reafirmó Isabel, contagiándose de esa alegría, y añadió -. No bien hayamos visitado la torre vamos a volver al área de personal y empleados, a ver si podemos reservar un dormitorio. Después volvemos a casa a buscar algo de nuestra ropa y calzado y listo. Una semana en el Templo del Agua.
_Hablando de arrancar bien el año. Esto es excelente para el buen inicio - apreció Eduardo, creyendo, tanto como Isabel, que ya había sido suficiente de estar quietos en ese puente observando el arroyuelo que circunvalaba al sector principal, cuya única estructura era esa inmensa torre, casi treinta metros de diámetro por cien de alto -. Y a propósito, te agradezco que hayas venido conmigo. Tu presencia hizo que este día y la visita fueran más placenteros.
_De nada - correspondió su compañera sentimental, lamentando que su futuro cuñado y su hermana no hubieran podido venir -. Ojalá que Kevin y Cristal la estén pasando tan bien como nosotros donde quiera que se encuentren. Además, si están con la reina Lili... las reuniones con ella, siempre se aprenden cosas nuevas, y son momentos entretenidos.

_Ya lo se, estuve en su oficina varias veces el año pasado. A propósito, me gustaría saber para que los habrá convocado.
_Una sola cosa se me ocurre. Ellos hicieron mucho por la comunidad pasados los  días de la Gran Catástrofe. A lo mejor la reina quiere hablar de eso con los dos. Si no es eso, estoy desnuda... fue una metáfora eso!., exclamó, esta vez sin (milagro) el enrojecimiento en las mejillas.
No podía dejar de estar ausente la risa en un día tan lindo  como este.
_Creo que eso podría ser literal... ay!.
A las risas mezcladas con gruñidos, previendo que podría su novio haber dicho algo así, le siguió un leve pellizco, y tras este sonrientes y felices, retomaron la caminata por el puente curvo.

Una isla de forma circular perfecta de cuarenta y cinco metros de diámetro, quince más que los de la torre, la cual era la única estructura. En esa quincena crecían árboles de copa muy frondosa, perfectamente alineados con las estructuras secundarias perimetrales, con el eje de estas, y u a tupida cantidad de plantas miniatura, repletas de flores con numerosas flores celestes y azules, que crecían alrededor de los troncos. Ubicados todos a medio camino entre las murallas de la torre y el arroyuelo, los árboles, que llegaban a los diez metros de altura, no hacían más que contribuir a la armonía, simetría y orden reinantes en el Templo del Agua, y fuera de ellos y las plantas con flores, el césped cortado al ras era la única otra especie vegetal en la isla
"Y allí tenés los caminos; de hecho, estamos sobre uno", indicó Isabel. Habían puesto los pies sobre uno de los senderos que rodeaban a y conducían a la torre. "La confirmación de Nios", apreció Eduardo, en referencia a una magnífica pintura alegórica sobre la entrada. Aquella pieza, cuyo diseño se remontaba a milenios, mostraba al hada en el mismo momento en que Vica la nombraba oficialmente como la divinidad protectora del agua, hallándose el par de hadas rodeadas por las otras doce divinidades, ya confirmadas. La pintura mostraba una escena cargada de opulencia, solemnidad y magnificencia, y se remontaba a los inicios de la religión hoy extinta. Avanzando hacia la puerta, no dejaron de manifestar asombro ante el hecho de que esa pintura, tan hermosa como antigua - a efectos legales y simbólicos, era una pieza arqueológica -, pueda continuar conservando ese estado prácticamente inmaculado. "Pero tiene miles de años", todavía insistía Eduardo, cuando llegaron a la puerta.
El arquero junto a ella ni siquiera reaccionó cuando la pareja pasó su lado, y podría tranquilamente pasar por una escultura o una estatua de no ser porque, estando bien cerca de el, podía advertirse como su pecho se inflaba y desinflaba al respirar. Solo con un golpe suave, la puerta se abrió hacia adentro. Eduardo e Isabel se enfrentaron entonces con la recepción, que se extendía veinte metros hacia arriba y tenía seis mostradores exactamente idénticos en todos los aspectos, separados entre sí por un ángulo de noventa grados. Estaba muy bien decorada y la iluminación y disposición de todas las cosas hacía pensar indefectiblemente en el mismo orden y simetría presentes en el exterior de la torre. "Trámites, permisos y cosas así", le contestó Isabel a su novio, cuando éste le preguntara sobre la función de los mostradores, ahora vacíos al haberse los empleados, cuatro hombres y dos mujeres, tomado el receso de sesenta minutos para almorzar. "Allí", indicó, después de al menos cinco minutos de estar observando minuciosamente la planta baja, apuntando con el índice derecho a la escalera caracol, que estaba dispuesta contra casi la totalidad del muro perimetral de la torre. "Y esto es...", empezó a plantear Eduardo, subiendo uno por uno todos (varias decenas... varias) los escalones. El e Isabel llegaron primero a un recibidor, de más o menos la décima parte de la superficie total del piso, bien iluminado, y después a una altísima recámara de sesenta y cuatro metros, vacía a excepción de ocho columnas de piedra, posiblemente caliza, que, al igual que los árboles en el exterior, parecían estar alineadas con el eje de las estructuras secundarias. "Y si seguís viendo detalladamente...", sugirió el hada de fuego, señalando con la visita cuatro direcciones en particular, los puntos cardinales principales - este, oeste, norte y sur -. "Monstruos", reaccionó Eduardo, preparándose para batallar contra aquellos, pero su novia lo detuvo al instante, informándole que estaban allí por la misma razón que ese primer nivel tenía semejante altura: defender la torre ante cualquier agresión proveniente del exterior. En efecto, los monstruos no reaccionaron ante la presencia de uno y otro visitante y continuaron inmóviles, reconociendo que esos individuos no eran amenazas para el lugar. "La última línea de defensa del Templo del Agua", dijo Isabel, al tiempo que dejaban la enorme recámara y el recibidor. El tercer nivel ("Muchos más escalones", lamentaron los visitantes al llegar), también con una antesala pequeña junto a la escalera, era otro ambiente único, una sala de reuniones y conferencias, poco o nada diferente a aquella existente en la Torre del Consejo, en el Castillo Real, que una vez a la semana, en cumplimiento de sus obligaciones laborales, usaban los responsables máximo del Templo del Agua. Había en el recinto, tan iluminado y decorado como la planta baja, sillones muy mullidos y cómodos dispuestos contra el muro circular, a medio metro de este, existiendo una distancia de veintidós y medio grados entre uno y otro, y no habiendo otro mueble allí. Durante las reuniones, el orador se situaba en el centro del recinto y llevaba adelante su exposición. "Uno de los sillones lleva siglos sin ocuparse", dijo Isabel, y Eduardo advirtió que se trataba del lugar que otrora ocupará el Cuidador, aquel individuo elegido por el destino para estar al frente de todo en el Templo del Agua. Hoy, en cambio, los responsables de las dieciséis secciones se las debían arreglar para todo sin su presencia.

_La dirección., llamó Eduardo, traspasando los últimos escalones, ya en la antesala del tercer nivel.
Frente a el estaba la imponente puerta de roble de dos metros de alto, colores opacos, el símbolo del agua tallado en los cuatro extremos y, en el centro, un letrero con la inscripción "UPDOSIDFO / DIRECCIÓN". Parecía estar herméticamente cerrada y no se veían cerraduras, picaportes, llamadores ni nada que indicara a los individuos en el interior que alguien estaba allí afuera.
_Un misterio grande por donde se lo mire, porque la última vez que se abrió esa puerta fue cuando falleció el Cuidador. No, no es una broma, así pasó - informó el hada de fuego, no acercándose más a la puerta, sabiendo que, particularmente ella, no tendría oportunidades de abrirla -. En realidad, fueron sesenta minutos después de su muerte, como parte de las exequias. Después se cerró y nunca más volvió a abrirse. Lo mismo que los ocho amplios ventanales que hay en este nivel.
_Y es por eso que no tenés interés en continuar avanzando, porque no vas a poder acceder al otro lado., advirtió Eduardo, imaginando como podría ser la oficina, cuantos lujos y magnificencia habría.
_Exacto - contestó Isabel -. Para empezar, yo soy un hada de fuego, y en ausencia del Cuidador, solo un hada de su elemento tendría, hipotéticamente, la posibilidad de abrir la puerta. Y segundo, quien lo haga tendría que ser excepcionalmente fuerte. No cualquiera puede deshabilitar con la mente los hechizos que protegen la oficina, incluido ese que mantiene herméticamente cerradas las ventanas y la puerta.
La dama no pudo evitar pensar que esta oficina debía estar tal cual la dejara aquel último Cuidador. Carente de todo rastro de suciedad, polvo y tierra, al no existir contactos con el exterior. El escritorio, sillas, armarios y cada uno de los muebles tendrían que encontrarse en las mismas ubicaciones, incluido el mástil con la bandera insular; la pintura en el techo y las paredes debía tener la misma calidad, como si recién se la hubiera puesto; no habría siquiera el más insignificante rastro de humedad u otro signo de deterioro e incluso debía estar sobre el escritorio el letrero con el nombre del anterior Cuidador.
_Yo soy un hada de agua - dijo Eduardo, cruzado de brazos y repasando con los ojos la puerta -; podría hacer el intento, si solo las personas como yo podemos. Me gustaría probar.
_Si, está bien - accedió su novia, acompañando las palabras con un gesto manual -. Cualquier hada que posea el elemento agua. No dudo de tus capacidades, Eduardo, pero hay miles de hadas de agua, de todas partes del mundo, que lo vienen intentando desde hace siglos, y tierra en más conocimientos y aplicación que...
_Listo,  ya está abierta.
_... y nunca lo pudieron lograr., completó Isabel, reaccionando al ver ese hecho con un inmenso asombro, y abriendo los ojos de par en par.
No bien su novio apoyó las palmas, extendiendo cada uno de los dedos, e imaginando con total concentración que había una cerradura y un picaporte, este par de accesorios apareció en la puerta, justo a la altura de su cintura. Puesta en la cerradura, estaba una llave igual de antigua, perfectamente labrada y de color azul. "Solo me concentré", contestó, encogiéndose de hombros, cuando Isabel amagó con preguntarle cómo lo había logrado.
_Te corresponde a vos - indicó el hada de fuego, señalando la llave -. Sos un hada del elemento agua, y conseguiste desactivar el más eficaz de los hechizos de seguridad. Ánimo, Eduardo. Te ganaste ese honor.
_De acuerdo, acepto el desafío., dijo el hombre, tomando la llave con la diestra, sin dudar ni vacilar.

La hizo girar una vez.
Y otra.
Y otra más.

_Eso fue todo., concluyó.
Giró el picaporte hacia abajo y tiró de el hacia adentro. Asomándose cautelosamente, entró en la dirección del Templo del Agua y, al descubrir que no habría peligro alguno, hizo señas a Isabel para que lo imitara. Ella quedó instantáneamente tan impresionada como su novio, debido a semejante belleza extendida frente a su persona.
_Esto es increíble!., exclamó con emoción, imposibilitada de poder coordinar los pasos y movimientos.

La puerta de roble se cerró tras ambos, y volvieron a desaparecer la llave, la cerradura y el picaporte.

Con un diámetro de veintiocho y medio metros, la oficina, no dudaron en ubicarla así, uno de los lugares más magníficos del templo. Las paredes y el techo, carente de toda imperfección, eran de un blanco inmaculado, un tanto apenas interrumpido en un punto en la puerta, donde el símbolo del agua estaba grabado en celeste. "Increíble que se haya mantenido así por siglos", fue lo primero que pronunció Isabel, levantando la vista. Una araña imponente de doce brazos, de hierro forjado, debía ofrecer por sí sola una iluminación total en ausencia de la luz natural que se colara por las ventanas, y por sí eso no fuera suficiente, estaban allí los ocho candelabros triples, de plata, empotrados estratégicamente en el muro, otros dos dobles en el escritorio principal, y cuatro más simples, del mismo material sobre columnas de un metro diez de alto por diez centímetros de circunferencia. "Se podría trabajar acá aunque afuera hubiera oscuridad total", fue la opinión más acertada de Eduardo, notando que todos los candelabros tenían tallado el símbolo del agua, y concluyendo que la araña también debería tenerlo. No pasaron muchos segundos para que advirtieran que los muebles que habían en la oficina eran joyas muy antiguas y de una calidad tan grande, como solamente los mejores carpinteros y artesanos podían fabricarlas. "Roble, evidentemente", advirtió Isabel, mirando una estantería de cinco niveles repleta de libros, unos más viejos que otros (calculó cincuenta en cada nivel), diseñada de manera tal que pudiera fijarse sin problemas a la pared. En el otro extremo, un armario de doce metros de alto por siete de ancho, el mismo que la estantería, estaba atestado de todo tipo de archivos y documentos. Les bastó a ambos, los primeros en la oficina en siglos, un rápido vistazo para saber que todo ese material era, o había sido, perteneciente a los anteriores individuos que durante la sucesión de milenios desde la inauguración del Templo del Agua hubieron de ocupar la dirección, ya fueran archivos y documentos redactados por el o simplemente firmados. Al gran espacio en ese armario lo completaban un trio de pilones de hojas en blanco y cuatro volúmenes en los que estaba recopilada la historia del templo desde que empezara su construcción. Dos armarios más ubicados a los lados de la puerta, de las mismas dimensiones que esta, estaban llenos de artículos y repuestos de oficina de los más variados, incluidos tres botellones con tinta azul, negra y roja. A un lado del recinto estaban los últimos muebles, cuatro góndolas de tres metros de alto y forma circular, llenas hasta el tope con más libros, documentos, archivos y artículos de oficina. Al otro lado había cuatro sofás simples, rodeando a una mesa ratona cuadrada, y otro par, dobles ambos, estaban enfrentados uno con otro, separados por un metro. El escritorio era otra joya sin nada que envidiarle a los demás muebles, en cuanto a la calidad. Se extendía dos metros de un extremo a otro y tenía media catorcena de cajones, uno amplio en el centro y otros tres a cada lado. No los abrieron, pero Eduardo e Isabel concluyeron que debían estar tan llenos como la estantería, los armarios y las góndolas. "También los marcos son finísimos", avisó el hombre, yendo hacia dos de los ventanales y detectando que eran de roble, como todo allí, con múltiples grabados a los cuatro lados, en tanto su novia encontraba más deslumbrante las pinturas representativas de la cultura y la sociedad de las hadas, en relación, por supuesto, con el elemento agua. "Una es tan bella como las otras, opinó, contemplando una que mostraba a la familia tipo, el matrimonio con un hijo y una hija descansando en la orilla con los pies en ese lago. "Parecen fotos", agregó Eduardo, viendo otra donde un grupo particularmente numeroso de individuos de ambos sexos interactuaba con tritones y sirenas en un pequeño islote. Uno y otro concluyeron que tuvo que ser infinitamente superior al de sus colegas el talento de ese artista, lo mismo que aquel que creara esa maqueta de un metro por uno del Templo del Agua, la cual estaba sobre el último mueble del recinto, una mesa de un metro y cuarto de alto. Isabel y Eduardo insistieron una y otra vez con la magnificencia de la dirección, amplificada además por el hecho de ser una construcción tan antigua. Fueron incapaces de conservar la noción del tiempo por todo lo concentrados que estuvieron, y ni siquiera hubieran advertido que eran las quince horas de no ser porque llamó su atención el último objeto, inadvertido por los dos hasta ese momento, al mismo tiempo que producían un sonoro tañido las cuatro campanas, instaladas en los extremos del enorme predio.

El cartel con el nombre del anterior Cuidador, encima del escritorio.

A excepción del hecho de que parecía estar fabricado en oro y nada más, no era distinto al que podría verse en la oficina de cualquier ejecutivo, por ejemplo.
_Yo no le hubiera puesto atención, por más que sea de oro. Teniendo a la vista todas estas maravillas, lo lógico era que ese cartel pasará desapercibido., dijo Eduardo, tomándolo con ambas manos, llevándolo a la altura de los ojos para verlo bien de cerca y dejándolo nuevamente encima del escritorio.
_Tampoco yo - coincidió Isabel, que habiendo dejado el cartel, quizás por estar más habituada a esa clase de artesanías y al oro, estaba otra vez repasando algunas de las pinturas alegóricas, las más cercanas al escritorio -. Vi muchas piezas y objetos como ese en las bóvedas del Banco Real de Insulandia. Y a propósito de nuestra permanencia acá, en esta oficina, no me ocurre como vamos a salir.
Tras su paso, la puerta había vuelto a ser simplemente una (muy ornamentada y bella) tabla de madera, y el vidrio en los ventanales estaba diseñado para que no se pudiera observar absolutamente nada desde el exterior, de manera que no podrían hacer señas con las manos para que fueran en su ayuda. Además, aunque los pudieran ver, no sería sencillo rescatarlos, porque tanto esos vidrios como el muro y el techo eran increíblemente fuertes, y demandaría un esfuerzo gigantesco a las hadas poder hacer, al menos, una grieta mínima.
_Pude abrirla una vez - le recordó Eduardo, quien, con las palabras de su novia, consideró que tal vez fuera este el momento de salir de la oficina y de la torre central. Aún insistía en su mente con volver a pasar por varios de los sectores del Templo del Agua -. Seguro voy a hacerlo de nuevo.
Ya habían decidido y reafirmado, en tanto iban a la torre, quedarse en este magnífico lugar una semana, calculando ambos en esa cifra el tiempo que les demandaría conocer el lugar grandioso a fondo.
_Te deseo toda la suerte, porque sino nos vamos a quedar en esta oficina por mucho, mucho tiempo.
_Gracias por la confianza, bonita - Isabel soltó una risita tímida al oír el piropo -. Voy a intentarlo ahora, a menos que quieras seguir mirando todo esto un rato más.
Era evidente que el hada de fuego quería continuar en esta oficina, pero pensó que si habrían de quedarse en el templo durante una semana, tendría el suficiente tiempo para volver a ver, con más detenimiento, cada uno de los sectores del lugar, y eso incluía la dirección. No había razones para suponer que, si lo había conseguido ya una vez, Eduardo podría abrir de nuevo la puerta en el nivel más alto de la torre. De manera que se limitó a contestar:
_Mejor mañana, ya que vamos a quedarnos acá por siete días. Ahora podríamos ir a ver si tienen un dormitorio desocupado, w inmediatamente después a casa, por un poco de nuestra ropa y calzado.
_Muy bien - afirmó su novio, volviendo a apoyar las manos en la puerta, procurando repetir tal cual el proceso anterior -. Vayamos allí en este momento.
Esta vez, sin embargo, la puerta ni se abrió, ni aparecieron la llave, la cerradura ni el picaporte, tal como lo hicieran antes.
_Estamos en dificultades., apreció Isabel, preocupada.
_Exacto, no logro abrirla., corroboró Eduardo, con el mismo tono.

_Claro que no se va a abrir, no es así como funciona el sistema. Si pudieron entrar acá es porque yo así lo decidí., contestó una voz áspera, con tono cansado, desde el mismo lugar en que se encontraba el cartel dorado, encima del escritorio.

La pareja se dio vuelta instintivamente.

Ambos observaron, con una mirada que combinaba alarma con asombro, como el cartel sobre el escritorio empezaba a girar sobre su eje en el sentido inverso al de las agujas de los relojes, ganando más y más velocidad con cada giro, formando con ese movimiento una pequeña nube de color gris, de una tonalidad opaca, que en el curso de los siguientes quince a veinte segundos, era imposible pensar en ese detalle, se fue volviendo más grande y densa, hasta abandonar el escritorio y situarse entre está y la pareja espectante, a medio camino entre uno y otro punto. Asumió una forma corpórea, sin dejar de conservar esa consistencia vaporosa gris, y antes que los visitantes hubieran tenido el tiempo y la oportunidad siquiera de pronunciar, claramente o no, un monosílabo, aquel siguió adelante con su mutación, hasta reemplazar su consistencia por otra un tanto más sólida, con tonalidades más claras que asemejaron a la dela piel. En el momento en que empezaron a disminuir esos impresionantes  giros en su velocidad, se fueron desarrollando la nariz, orejas, ojos y la boca, un juego de cuatro alas a su espalda e incluso el cabello. Era un feérico, sin dudas. Un individuo del sexo masculino que, a simple observación y estimación de los visitantes, rondaba el metro noventa y dos. Habiendo adquirido ya su consistencia definitiva, casi rozando esta lo sólido, flexionó los brazos, las piernas y torció la cabeza en ambas direcciones, disfrutando al haber hecho nuevamente esos movimientos. A un solo pestañeo de su parte, se abrió y volvió a cerrar una minúscula abertura en lo alto del techo, y se destrabaron los postigos en todos los ventanales, momento en que, satisfecho, pronunció la frase “Es grandioso estar de vuelta, después de tanto tiempo”. Por supuesto, Eduardo e Isabel, sin dejar de permanecer asombrados y sorprendidos, lo reconocieron de inmediato. Habían visto ilustraciones de este hombre en el Archivo Histórico Real, varios libros de historia y religión y, más recientemente, en pinturas grabados y unos pocos bustos en diferentes locaciones dentro del Templo del Agua. “¿…Biqeok…?”, llamaron los dos, prácticamente al unísono, en tanto la figura masculina rodeaba al escritorio e iba al cómodo sillón giratorio con respaldo  reclinable, no sin antes haber transformado el cartel del que surgiera en esa diminuta esfera que ahora sostenía con la diestra.
_Que suerte que pudieron reconocerme. Pensé que iba a pasar un largo rato hasta que lo descubrieran – la voz era distinta. Ya no ese tono áspero y cansado, sino uno claro y entendible. Recorrió la oficina con la vista, evidenciando un acentuado sentimiento nostálgico por estar nuevamente en ella –. Pero en fin, eso que espere. Ahora hay cosas más importantes y urgentes a las que dedicarle el tiempo y… - reparó en la presencia de Isabel, y no pudo evitar cierta sorpresa, por lo que dijo –, ¿un hada de fuego en la dirección del Templo del Agua?. Eso no pasó cuando yo fui el Cuidador de este lugar.
_Puedo esperar afuera, entonces., ofreció la dama, advirtiendo que la presencia nuevamente de la cerradura y el picaporte, e interpretando que Biqeok, al antiguo y último Cuidador, deseaba mantener una conversación a solas.
“Al final, ¿era cierto eso de que muchas cosas pueden cambiar en poco tiempo?”, pensó, remitiéndose a aquello de lo que hablaran en las celebraciones. Y un rincón de su mente, en este momento, ya trabajaba en eso.
_No – se negó Biqeok, en cuya diestra giraba y daba vueltas sin parar la pelotita –. Lo que tengo para decir va para los dos. Pero primero siéntense – pidió, señalando uno de los sofás dobles, y hacia el fue la pareja. El antiguo Cuidador, de quien los visitantes advirtieron que su consistencia podía ser similar a la de las almas solitarias, ocupó otro –. Es cierto que esto no va a durar demasiado, diría que no más de quince minutos, pero es preciso que los dos estén totalmente concentrados.
_Asumo que se trata de algo importante., dijo Eduardo, reparando en otra de las extrañezas.
“La llave”, reaccionó detectando que objeto presionaba en un bolsillo, y pudo entonces comprender que era todo aquello, por qué se había abierto la puerta para ellos, cuando no lo había hecho para nadie más.
_Lo es, y mucho – afirmó Biqeok, y, decidiendo no dar más vueltas, quiso empezar a aclarar el misterio de su presencia –. Ahora, oigan con atención. Lo que les voy a contar no figura en los libros de historia, en el Archivo Histórico Real y ni siquiera en Ecumenia. ¿Por qué es eso?, no tengo idea; simplemente no pasa. Pero así fueron siempre las cosas, desde el inicio de los tiempos para el Templo del Agua, y así van a continuar hasta el último de sus días – Biqueok estaba plenamente consciente de que eran estos sus quince minutos finales en este mundo, de ahí su expresión y tono melancólicos –. Diría que nosotros, me refiero a los Cuidadores y las almas solitarias somos los seres elementales que estamos más cerca, potencialmente, de vivir para siempre, o de ser los más longevos de todos. O solo los Cuidadores, dado ese maravilloso acontecimiento del año pasado. Antes de el, tranquilamente podían pasar centurias, hasta que finalmente un alma solitaria dejara de existir. Piensen en Iris, por ejemplo… en fin, quiero no irme por las ramas. De verdad que no me queda mucho tiempo. Menos de un cuarto de hora va a tener que alcanzar para los tres. Si queda algo, se los encomiendo a ustedes. Todo, en realidad, cualquier cosa, va a quedar en sus manos una vez que pase ese lapso.

Cuando a las hadas que tenían de por vida esa gigantesca responsabilidad sobre sus hombros, la de estar al frente en los lugares grandiosos, les llegaba finalmente su hora, el momento de ir al otro lado de la puerta, una parte de su ser, de todo cuando hubieran sido, quedaba confinada a aquel lugar en el que hubiera estado su último vestigio físico. “El frasco verde”, indicó Biqeok. Isabel tomó dicho recipiente de una góndola, desenroscó la tapa y advirtió la presencia de un único cabello canoso, el mismo color del que tenía el Cuidador. “Como las almas solitarias”, dijo Eduardo. “Casi como ellas”, apuntó Biqeok, aclarando que, en el caso suyo y el de cualquier individuo con su misma responsabilidad, ese último lugar quedaba siempre remitido a sus lugares de trabajo. “Tampoco conocemos el porqué de eso”, dijo, previo a sumergirse en su relato otra vez. El antiguo Cuidador del Templo del Agua explicó que el destino de las hadas con su responsabilidad no difería en lo absoluto al de las demás, que llegado ese fatal instante a ellos también les aguardaba la pira ardiente, quedando desde entonces ese vestigio físico y el remanente de su energía, por tiempos siempre variables e indefinidos, hasta que al fin llegaba el momento de revelar a su heredero. “Por eso se abrió la puerta, ¿cierto?”, llamó Eduardo, incapacitado para poder reaccionar o manifestar cualquier tipo de emociones. Sabía que era lo que venía, todo lo que tenía por delante, todo lo que pasaría con el y en torno a el. “Exacto”, corroboró Biqeok, que a continuación habló para aclarar el motivo de su elección. U caso y el de todos los suyos era, así lo definió, más trágico que el de las almas solitarias, porque ese remanente de la energía quedaba confinado en una oficina herméticamente cerrada, sin la posibilidad de mantener contacto oral ni visual con otro ser feérico o elemental  hasta el instante en que al recinto en cuestión llegaba la persona que tuviera que llevar esa enormísima responsabilidad, algo que era imposible de saber cuando pasaría. “Un día, un mes, un año… podría ser en cualquier momento”, dijo Isabel, y Biqeok mostró su acuerdo con un gesto facial. El antiguo Cuidador, a quien le quedaban poco menos de diez minutos en este mundo, procuró que la brevedad en sus palabras no dejara ningún aspecto ni detalle librados al azar. Aun imposibilitado para abandonar su recinto, el Cuidador era perfectamente capaz de comprender todo lo que acontecía en el mundo, y en base a lo que escuchara deducir si era o no algo importante. Así, Biqeok  había sabido que a mediados de Enero del año pasado había llegado al planeta de los seres elementales otro ser humano, que pasado cierto tiempo obtuvo la marca de sobrevivencia, al haber superado los pocos días de los que lo hubieron de preceder. Un individuo de quien se dijo, antes y después de que asumiera su nueva condición de ser feérico, se esperaban cosas grandiosas. “Y lo vas a seguir escuchando”, avisó el antiguo Cuidador, interrumpiendo a Eduardo, cuando este estuvo por decir que habían sido varias las veces en que oyera eso. Una vez bendecido por la reina Lili con el elemento agua, Biqeok pensó que Eduardo tendría los mismos poderes y habilidades que cualquiera de las hadas del agua en el planeta, y que por lo tanto sería un candidato posible para ocupar ese puesto que llevaba siglos vacante.  No pasó mucho tiempo para que advirtiera que es hombre era el candidato al que el y todos los demás estaban esperando. Aun con sus imposibilidades totales para moverse y hablar, Biqeok pudo advertir que el novio de Isabel era todo lo que debía ser un Cuidador (lo que todas las hadas, en realidad): una persona carente de malos pensamientos y sentimientos, dedicado, siempre dispuesto a ayudar cuando lo necesitaran los demás y responsable en los asuntos familiares, los laborales y cuanto ámbito implicara su presencia. “Alguien que desde el inicio hubo de respetar la cultura y la sociedad de las hadas y de los otros seres elementales”, resumió. Respecto a la condición de hada del agua, retomó Biqeok, advirtiendo que su piel estaba adquiriendo tonalidades más claras, una señal mucho más que evidente de que su momento se acercaba – calculó ese instante en cinco minutos – Eduardo había logrado en un tiempo fenomenalmente corto lo que a las hadas de su tipo les demandaba años. Teniendo cero experiencia y únicamente los conocimientos básicos, era capaz de ejercer un dominio sobre el elemento agua que era, en una palabra, increíble, tanto que no dejaba de asombrar a los seres feéricos y elementales. También su capacidad para transformarse y hablar estando transformado en el megalodón o el monstruo cetáceo gigantesco que dejó boquiabierto al antiguo Cuidador del Templo del Agua., quien, para el momento en que Eduardo lograra la salida exitosa de la Casa de la Magia, había descubierto que, de entre las millones y millones de hadas candidatas, esta, este individuo, era la indicada. Desafortunadamente, no había una manera para hacérselo saber más allá de aquella que hubo de ocurrir el día de hoy: el propio candidato estando en el templo, más precisamente en la antesala del último nivel de la torre; y fue en ese momento que Biqeok recurrió a lo único que podía hacer, la única habilidad que poseía, lo mismo que hicieron sus antecesores en este y los otros lugares grandiosos. Hacer aparecer el picaporte, la cerradura y la llave en el acceso a la oficina, la señal inequívoca e inconfundible de que el individuo destinado a ser el nuevo responsable se encontraba al otro lado de esa puerta. “Sentí tu presencia”, dijo el antiguo Cuidador, apuntando con el índice izquierdo, observando como su cuerpo volvía a tener una consistencia vaporosa, y completando su relato con ese análisis que hizo mientras Eduardo e Isabel estuvieron observando la oficina.  “A lo mejor es esto lo que se espera de vos” – le dijo el hada de fuego, aun desconcertada, tanto como el, a lo que Biqeok afirmó moviendo la cabeza –, “ser el nuevo Cuidador del Templo del Agua”. “Lo es”, afirmó otra vez el vaporoso ser, comprendiendo que estos últimos cinco minutos, tal vez menos, apenas le serían suficientes para darle a su heredero los atributos de mando y unas pocas y últimas palabras. “Eduardo, Cuidador del Vinhäe”, dijo, y los otros dos comprendieron que estuvieron acompañadas por un conjuro, algo que comprobaron al instante cuando el símbolo del agua apareció en la frente del novio de Isabel, como si fuera un tatuaje. A continuación, Biqeok pronunció lo último que le quedaba por decir, señalando brevemente la minúscula abertura, en el centro del techo. Una vez que ese escaso lapso que le quedaba llegara a su fin, saldría disparado a una velocidad de vértigo por el hueco, un rayo de color gris, por el aura del Cuidador en vida, que sería visible en varias decenas de kilómetros a la redonda, lo cual sería el anuncio para los seres feéricos y elementales de que el nuevo Cuidador ya había sido encontrado y designado como tal por su predecesor. Su último acto en este mundo sería la aparición del símbolo del agua en el cielo, que quedaría visible para todo el planeta durante un minuto. “Ya no queda tiempo para nada más”, dijo, con ese tono triste, incorporándose, dándole a Eduardo el cartel de oro, ahora con el nombre del nuevo Cuidador. “Tengo preguntas, y son cientos de ellas”, dijo, todavía sin poder hacer otras reacciones que no fueran los gestos corporales, faciales y manuales y pronunciar algún que otro monosílabo, pero en verdad ya no quedaba tiempo. Al antiguo Cuidador, ya en su ubicación, no se le ocurrió más que hacer una respetuosa reverencia de despedida y, mirando a Isabel, decir “Forman una linda pareja”. Y en ese momento la forma vaporosa desapareció también, quedando en su lugar aquella nube grisácea que emergía del letrero, que en menos de un parpadeo ganó altura, hasta salir disparada a toda velocidad por el hueco minúsculo en lo alto del techo. Eduardo e Isabel corrieron hacia uno de los ventanales y vieron como el rayo ascendía más y más, dejando tan boquiabiertos e impresionados como a ellos a todos los seres feéricos y elementales que había en tierra y en aire, los cuales comprendieron lo que eso significaba. Tal cual lo informara Biqeok, el símbolo del agua apareció en el cielo, siguiendo a ese rayo y el sonido agudo que produjo. “¿Qué se supone que haga ahora?” – se dijo el hombre en la oficina de dirección, todavía conmocionado por lo que acababa de pasar, por semejante revelación… por la responsabilidad que tendría que llevar de por vida –; “Isabel, ni siquiera se como reaccionar, estoy completamente desconcertado, con dudas e infinidad de preguntas que… ¡mirá, allí, en el cielo!”. Y vieron otra señal en las alturas, una estrella de color verde oliva, y, como ya sabían, era otro símbolo. “Eso vino de la Casa de la Magia, ¡apareció otro Cuidador!”, se emocionó el hada de fuego, atravesando el mismo estado que su novio, teniendo los mismos sentimientos y confusión que este. Un gran número de hadas y elementales ya estaba poniendo rumbo al sector central, y no era para menos: había pasado algo que esperaban desde hacía siglos en el caso del Templo del Agua, y más de un milenio en el de la Casa de la Magia.

_¿Qué se supone que haga, Isabel?. Estoy desorientado y desconcertado, como no podés imaginarte, y voy a estarlo por mucho tiempo.
Habiendo desaparecido las dos señales, la pareja decidió quedarse en la oficina, Buscaban serenarse y, en tanto proponían una y otra las formas que les parecían adecuadas para presentarse ante las hadas que de seguro ya estarían en la antesala (y a todo el mundo), intentaban hallar esos atributos de los que les hablara Biqeok. Eran tres en total. Uno ya estaba a su alcance, encima del escritorio, y era el cartel de oro. Los otros dos, explicó Isabel a Eduardo, era un bastón de noventa centímetros de largo, que de presentarse la necesidad podría usarse como arma (“Espero que eso no pase jamás”, deseó el hombre) y una cinta blanca que se llevaba puesta sobre el brazo derecho. Ambos objetos podrían estar en cualquier parte dentro de la oficina.
_Procurá tranquilizarte, eso para empezar – indicó Isabel, buscando la cinta en uno de los armarios junto a la puerta –. Tenés que saber que no vas a estar solo en esto, Eduardo. Cada una de las personas que trabajan en el Vinhäe va a estar a tu lado para ayudarte y asesorarte. Al igual que lo hicieron con Biqeok. De entrada, todas esas personas que tienen mando sobre las áreas son expertas en lo que hacen, y van a ayudarte, como dije. Es cierto que esta que te tocó es una responsabilidad inmensa, pero confío  y se que tu adaptación no va a ser diferente en lo referente al tiempo acá que en cualquier otro ámbito, cualquier otro lugar. ¡Hallé la cinta!., exclamó.
Exhibió en lo alto una pieza de terciopelo de treinta y cinco por dos y medio centímetros y, cuando su compañero de ames estuvo a su lado, se la colocó en el lugar indicado. Flexionó el brazo y contempló la cinta, con un pequeño nudo. “No está mal”, dijo, con ese desconcierto y esa conmoción, bajando el brazo y pensando nuevamente en que decir y como comportarse no bien hubiera puesto los pes fuera de la oficina. Y lo primero que se le ocurrió decir, no relacionado con eso, fue que le gustaría tener a su compañera de amores, colega laboral y prometida a su lado.
_Claro que voy a estar - aseguró Isabel -. Vamos a salir juntos, tomados de la mano, a presentarte como el nuevo Cuidador.
_No me refería a eso, al menos no del todo - indicó Eduardo, fijándose en los puntos más altos. El bastón debía estar ahí -. Quiero que seas mi segunda en este lugar. Leí que todos los Cuidadores tuvieron un segundo al mando en este y los otros lugares grandiosos, personas en las que confiaron. Y en quien más confío dos vos. Además, cumplo la palabra de Biqeok, sobre que aquello nos incluye a ambos... ya se donde está.
"El cajón del medio en el escritorio", pensó.
Lo abrió (la llave estaba en la cerradura) y allí vio el bastón, mezclado con una variedad de papeles y artículos de oficina
Una pieza hecha con madera de fresno, muy bien trabajada, de un negro opaco, que, al tomar Eduardo con ambas manos, vibró unos breves instantes. "Los extremos", advirtió, viéndolos cambiar de color. La base, aunque continuó siendo negra, adquirió una tonalidad más clara, en tanto que la empuñadura obtuvo los colores de su aura, en idéntica forma que aquella: celeste con salpicones azul jacinto. Incorporándose ("Sillón cómodo", pensó), agitó el bastón en el aire y al hacerlo formó una ínfima nube de vapor que se disipó a los cuatro lados en la oficina. "Vaya arma", juzgó, creyendo que, llegado el caso, al participar en una batalla, tendría que dar un bastonazo atrás de otro al enemigo. Isabel pareció advertir ese pensamiento, porque le dijo a su novio que debía tomarlo con firmeza con una o las dos manos por la empuñadura. Eduardo hizo caso, y al asir el bastón, sin dejar de sostenerlo en alto, volvió a sentir las vibraciones. El bastón, habiendo tenido un súbito brillo, se transformó en un tridente, una lanza larga de dos metros con tres puntas metálicas muy brillantes, diseñada, así lo informó Isabel, con acero mágico. "Básicamente, un canal para los poderes de su portador, dijo, antes de explicarle que esa arma era tan antigua que muchos textos históricos sugerían la posibilidad de que la propia Nios hubiera sido la creadora.  Luego de contemplarlo durante los que parecieron cinco minutos, quedando maravillado con su diseño , Eduardo logró que volviera a transformarse en un bastón, solo con concentrarse en eso y pronunciar esa palabra - "Así es como se hace", lo felicitó su novia -, y momentáneamente lo dejó sobre el escritorio, volviendo al presente la conmoción, el desconcierto y la sorpresa.
_Pensá en lo que te dije, solo calma y serenidad., insistió Isabel.
El ofrecimiento de Eduardo para ella era una sorpresa. El hecho de que un hada de fuego fuera la segunda al mando en el Templo del Agua era algo completa y literalmente nuevo. Nunca antes había ocurrido que alguno de los lugares grandiosos tuviera como segunda figura jerárquica a un hada de otro atributo que no fuera el propio y representativo de esos lugares.
_De acuerdo - prometió finalmente el hombre. Sabía tanto como la dama que habría hadas al otro lado de la puerta, pero no las podía oír, sus pasos ni voces, porque las paredes eran también a prueba de ruido -. Otra cosa que ignoro son los horarios. Quiero decir, no se nada de la jornada laboral de los Cuidadores.
Encontrado el otro par de atributos y hecha la promesa de serenarse, Eduardo quiso abandonar la oficina teniendo la certeza de, por lo menos, un aspecto de esta nueva y gigantesca tarea. Isabel le dijo que con eso no iba a tener problemas, puesto que no difería mucho de la jornada en otras ocupaciones. "Al menos, así fueron las cosas ayer", dijo, y mencionó a los últimos Cuidadores que tuvieron los Templos del Agua y del Fuego, los que ella conocía mejor. Esos dos hombres habían tenido jornadas laborales diarias de diez horas cada día hábil, entre las ocho y las dieciocho, y cinco los sábados, desde las siete hasta las doce, un total de cincuenta y cinco semanales que podían tranquilamente extenderse si fuera necesario. Isabel, teniendo un convencimiento casi absoluto de que aquel esquema ni había sido modificado, lo comparó con el de la reina Lili. Dijo que ella podría estar durmiendo profundamente a la mitad de la madrugada de un domingo que fuera feriado, pero si llegara a pasar algo que revistiera gravedad, debía estar presente y hacer todo cuanto se esperara de ella. "Acepto; no me voy a quejar por el horario ni por sus potenciales ampliaciones", confío Eduardo, en pleno conocimiento de que la jornada era, tal vez, lo menos importante en este momento.
_Ahora tenemos que salir de la oficina - quiso el hada de fuego, de sobra sabiendo que durante los primeros días tendría problemas para encajar en un ambiente donde predominaba el elemento antagónico por excelencia del suyo -. Cualquier cosa, si mantenerse calmo y conservar la compostura te resultan tareas complicadas, pensá en otra cosa que te agrade... menos "eso" en esta oficina!.
Eduardo sonrió.
_Pero si no dije nada., se excusó, encogiéndose de hombros.
_Lo pensaste, de seguro., insistió Isabel.
_Eso si, ni lo niego.
Riendo ambos, la dama además gruñendo levemente, fueron a la bella puerta, en que la línea gris que bordeaba al símbolo del agua había sido reemplazada por otra celeste y azul jacinto, una señal de la presencia del nuevo Cuidador. Eduardo sacó la llave de su bolsillo, la introdujo en la cerradura y la hizo girar tres veces. Tomó el picaporte, abrió la puerta y...

Uno y otro descubrieron su acierto.

 Había una veintena de hadas en la antesala, las que, al verlos aparecer, al notar como el símbolo del agua aparecía tatuado en la frente del hombre, aplaudieron discretamente. No era desgano ni falta de entusiasmo que los aplausos fueron sobrios, sino porque así lo indicaba la costumbre de las hadas. Cuando aparecía por primera vez un Cuidador ante las personas que estuvieran aguardándolo al otro lado de la puerta de una oficina de dirección aplaudían con una efusividad acordé a ese lugar - "No bien hayamos dejado la torre, otra va a ser la situación", dijo Isabel a su novio -, acompañados por felicitaciones igual de sobrias. Muy pronto, Eduardo se vio inmerso en la sucesión de saludos formales con cada uno de los veinte individuos congregados allí, que aún siendo discretos no pudieron (o no quisieron) evitar las exclamaciones leves, sonrisas y otras demostraciones parecidas a esas. Todas esas hadas parecieron compartir las mismas opiniones e impresiones que Biqeok, sobre que Eduardo era el indicado para la dirección del Templo del Agua. Y no demostraron disgusto por tal elección. Los individuos en la antesala también compartían con la reina de Insulandia aquella visión con respecto a la grandeza y las cosas encomiables que se esperaban del compañero sentimental y prometido de Isabel, y sin dudas calificaba como "grandeza y gloria" el hecho de haber sido designado como el nuevo Cuidador para este lugar grandioso. "Necesito procesar todo esto ", reconoció, en lo que su novia y la otra veintena de hadas iniciaban el descenso, siendo su inmediato destino el exterior de la torre central. "Calma y tranquilidad, no vas a estar solo", le indicó una de las hadas, coincidiendo a ese respecto con Isabel. Otra de las hadas, con total acierto, según el común de las opiniones, le sugirió que organizará una reunión extraordinaria (Eduardo, como Cuidador, tenía esa facultad) con los jefes de todas las áreas, pensando que era una buena forma para hacer las presentaciones formales, conocer a esas hadas en particular y saber exactamente en qué consistían esas especialidades. "No lo vas a hacer mal", confío un individuo masculino, un coronel del ejército insular en cuyas manos estaban la seguridad y la defensa del Templo del Agua. Era de las mismas opiniones que todos los presentes allí y Biqeok, y, en tanto pasaban del auditorio al amplio y gigantesco salón custodiado por los monstruos, Eduardo, creyendo estar dando los primeros pasos en eso de dejar atrás la conmoción, sorpresa y asombro, accedió a la sugerencia del hada, sobre convocar a una reunión extraordinaria. Creyó que mañana a las primeras horas de la tarde, o las últimas de. la mañana, sería un buen momento, y así se lo hizo saber al coronel insular, anunciando también que, no bien salieran de la torre, lo informaría a los jefes de todas las secciones: relaciones institucionales, prensa y difusión, mantenimiento, contaduría, legales, relaciones con la comunidad, arqueología e historia, empleo y asuntos laborales, conservación de bienes, logística, planeamiento y coordinación, ciencia e investigación, ceremonial y protocolo, comercio y producción y promoción de actividades turísticas, culturales y recreativas. Ninguna de las personas que acompañaban a la pareja puso objeciones cuando Eduardo les dijo que quería a Isabel cómo la segunda al mando. De hecho, las hadas lo consideraron como una excelente innovación, ya que sería un paso más, uno de los tantos, para mantener la coexistencia armónica entre las hadas de los que tal vez fueran los elementos antagónicos por excelencia, el agua y el fuego. Hubo un murmullo colectivo para demostrar la aprobación y, mientras el grupo ya alcanzaba a ver la entrada a la planta baja, consciente de la multitud reunida allí afuera, Eduardo creyó haber encontrado lla forma ideal para presentarse como el nuevo Cuidador. Saldría de la torre central saludando con los brazos en alto, agitándolos, y con una sonrisa. Apelando a recuerdos de su pasado, vio a los ganadores de las elecciones para tal o cual cargo que aparecían ante la multitud exultante. "Espero que sea suficiente", dijo en voz baja, y cuando Isabel preguntó por aquello, su novio le contó lo que había estado pensando. "Eso hace la persona designada como Cuidadora", indicó una de las hadas, ya estando todos en la planta baja, a pasos del acceso. Por costumbre y tradición, Eduardo se ubicó al frente de la procesión, y asomó al exterior.

_¡¡¡Bienvenido, Cuidador del Templo del Agua!!!.

Una exclamación colectiva de los más de dos mil quinientos individuos de múltiples especies que se congregaron en la isla el centro del templo y en las adyacencias. Fue, tal cual lo explicaran, la antítesis de lo ocurrido en el nivel más alto de la torre central. Esta vez resonaron aplausos, vítores, ovaciones y cánticos durante más de cinco minutos, y fue recién pasado el primer cuarto de las diecisiete horas que se hizo el suficiente silencio como para que el nuevo Cuidador hablara a esa multitud. No dijo gran cosa, eso era de esperarse, porque la conmoción y sorpresa aún persistían. Eduardo les habló sobre sus experiencias en la oficina de dirección, contando sin tantos detalles, porque no nos creyó necesarios, que el y su novia estuvieron observando en el nivel más alto, y que cuando habían decidido que era el momento de irse, el remanente de energía de Biqeok se materializó ante ellos e indicó a Eduardo que era la persona indicada para reemplazarlo, que tras la observación había decidido designarlo como tal. "Eso fue lo que pasó", concluyó, ante un silencio casi total, haciéndole saber a la multitud que no había existido un reto mayor que el de aceptar lo que era, el nuevo Cuidador del Templo del Agua. "No tan rápido, si hay un desafío superior", le dijo un hombre que, tras abrirse camino entre las masas, se presentó como el jefe de ciencias e investigación del templo, y exhibió ante Eduardo un recipiente de vidrio con cuatro objetos muy pequeños en su interior, que el protagonista de este evento trascendental pudo identificar como granito, piedra caliza, sílex y ónix. "Es lo que creo que es...", planteó devolviendo el frasco a aquel hombre, y este movió la cabeza de arriba hacia abajo. "Un monstruo", anunció, e Isabel explicó a su novio que era la costumbre en los lugares grandiosos, uno de los nombres con los que se conocía a los lugares como el Templo del Agua; los Cuidadores debían demostrar sus capacidades y habilidades contra uno de estos monstruos, uno que fuera particularmente resistente. "Acepto", se emocionó, pensando que este sería su tercer encuentro con un monstruo en batalla. En el primero, en la Casa de la Magia, había tenido que vencer al coloso que defendía el acceso a uno de los almacenes, para lo cual contó con la ayuda de la princesa Elvia y Kevin, y en el segundo, habiendo también contado con la ayuda de su mejor amigo, en el Vinhuiga, el Templo del Fuego, para salvar la existencia de su compañera sentimental y su futura cuñada. Esta sería, si, su primera batalla Solo, en uno de los gimnasios. "Vamos allí", agregó, ahora combinando la conmoción con el entusiasmo.
_Confianza y determinación – le indicó el jefe de ciencias e investigación, yendo al gimnasio. Eduardo era escoltado por al menos dos centenas y media de personas por tierra, en tanto que alrededor del doble, o quizás más, lo seguían por aire, a diferentes alturas –. Hace falta eso, más que tus poderes o fuerza. Y tampoco te preocupes tanto. Si por algún motivo llegara el monstruo a superarte, los eruditos y yo vamos a estar allí para contenerlo… o eliminarlo.
_Es exactamente lo mismo que pasó en el Templo del Fuego a inicios del mes pasado – comparó Isabel, caminando a la derecha de Eduardo –. El hada nos dijo que si las cosas llegaban a complicarse para Cristal y para mi ella iba a intervenir. Incluso el motivo de la pelea es parecido. Poner a prueba las capacidades.
_Los Mï-Nuqt creados con esos materiales son particularmente fuertes, pero eso tampoco es motivo para preocuparse – informó el coronel insular al nuevo Cuidador, y acto seguido intentó tranquilizarlo –. Según la Cuadrícula de los Elementos, el agua no debería tener un solo problema contra las piedras.
Fue gracias a las palabras de todos que Eduardo creyó que no sería un problema mayor el enfrentamiento. Estando ya en los gimnasios, a pasos de su destino, procurando evadirse de la sorpresa y conmoción generadas por la revelación, hizo lo que era costumbre en el siempre que un nuevo desafío estaba delante suyo y no era posible esquivarlo: concentrarse en el éxito y en nada más. “Lo voy  lograr”, dijo en voz alta, más para si mismo que para los demás. Y, entre una palabra y otra, llegaron al gimnasio en el subsuelo de la estructura secundaria. El interior, observó (volvió a hacerlo) Eduardo, no era distinto al de aquel lugar en que las hermanas sostuvieran su combate para estrenar el recién adquirido elemento fuego. En este gimnasio, las gradas dispuestas contra los muros laterales tenían una capacidad total para cinco centenas de espectadores, y los aparatos y elementos para hacer ejercicios estaban en uno de los extremos. “En el centro”, indicó el jede de ciencias e investigación a Eduardo, mientras iba el mismo a ese extremo y las gradas se ocupaban una tras otra. Tenían siglos sin ver la llegada de un nuevo Cuidador – ya se ocuparían de averiguar quien era el otro, el de la Casa de la Magia – y el hecho de que aquel fuera un individuo desconocido hasta mediados de Enero pasado, que fue acumulando prestigio y respeto no bien hubo de recuperar el conocimiento, era algo por demás llamativo. Por eso, todas las gradas se llenaron en cuestión de uno o dos minutos, al menos otras dos centenas de hadas se sentaron junto a ellas en el suelo e incluso dos representantes políticos se dieron cita allí. Iris estaba en el gimnasio en nombre de la familia real insular, en tanto que otro funcionario era une enviado del Consejo Supremo Planetario, el CSP, del que, en ausencia de los Cuidadores, dependían en parte los templos como este. Ahora que el lugar grandioso tenía uno, pasaría a estar bajo la órbita del gobierno del país en que se encontrara. Esa era una de las razones por las que Iris estaba allí, sentada junto a Isabel, dedicándose las dos, como todos, a los primeros comentarios acerca de la batalla que empezaría no bien el experto hubiera terminado de crear al mï-nuq. “Ya es tiempo”, anunció este, con el monstruo emergiendo.
Y empezó la batalla.
A la sola y única orden de su creador, el monstruo que combinaba cuatro materiales constitutivos extremadamente fuertes se abalanzó a toda carrera contra su oponente, que ante semejante despliegue de velocidad apenas tuvo tiempo para reaccionar y hacerse a un lado. El monstruo dio un golpe tan fuerte que su rocosa y enorme mano se incrustó en el suelo, una situación aprovechada por Eduardo para contraatacar, lanzándole un rayo que no provocó daño alguno en su oponente. “Tengo que intentarlo”!, pensó, procurando no perder un instante y buscando no poner atención a los vítores y comentarios que llegaban desde los laterales. Liberado el monstruo – el suelo se regeneró al instante –, volvió a la carga, con movimientos aun más bruscos y veloces que antes, y Eduardo esta vez no tuvo tiempo de esquivarlos. Habiendo puesto freno a los puños con sus manos, se generó en el punto de impacto una presión tan fuerte que hubo un leve temblor en el suelo e hizo impresionar a cada uno de los espectadores. Con las palmas ardiéndoles a causa de es enorme presión, Eduardo dio un elevado salto y, estando en el aire, lanzó el segundo rayo al monstruo e inmediatamente después el tercero, buscando su debilidad. El problema era, el ya sabía, que se enfrentaba a toda una mole, porque estos monstruos que combinaban dos o más materiales eran más poderosos que los demás, y ni hablar de aquellos creados con esas piedras. Viendo desde una de las gradas, Iris, observándola reír por lo bajo, escuchó a Isabel decir “fanfarrón”, y cuando le preguntó el porqué de eso, la hermana de Cristal contestó que Eduardo, que seguía atacando, ahora con una sucesión de descargas, no estaba haciendo más que entretener a los espectadores. “Prestá atención”, le dijo Isabel, a lo que su amiga observó la batalla, y entonces se convenció también. Aun con cientos de personas en pleno bullicio, pudo advertir que Eduardo no estaba haciendo otra cosa que tiempo. La princesa insular conocía tanto como Isabel cuan poderoso y diestro se había vuelto el nuevo Cuidador con el dominio del elemento agua y sus otras habilidades y que incluso un fuerte oponente no representaría para el grandes esfuerzos. De habérselo propuesto, habría acabado con el monstro no bien le lanzara la primera descarga. Envuelto por los aplausos, ovaciones y cánticos, Eduardo, con otra descarga, hizo tropezar al mï-nuq, pero este  se sacudió e incorporó de nuevo, recurriendo por primera vez a una de sus técnicas. Pegó un notable salto, con lo que aumentó su fuerza, y se dejó caer de lleno sobre su oponente, que esta vez no alcanzó a esquivarlo y quedó aplastado. En las gradas hubo pánico y un silencio repentino, roto solo por los comentarios en voz baja de Iris e Isabel, que veían la escena sentadas y con los brazos cruzados. “Por eso es que no nos preocupamos”, dijo Iris a un hada a su lado, cuando esta le preguntó acerca de la no preocupación. En el centro del gimnasio se produjo un súbito estallido de energía que hizo sacudir las gradas y a sus ocupantes, el mï-nuq salió disparado a varios metros de distancia y Eduardo emergió intacto, apenas con unas pocas roturas en la ropa, envuelto en una débil nube con los colores de su aura y sosteniendo un tridente con la diestra. “No necesito esto”, reconoció, volviendo a transformarlo en un bastón y dándoselo a su novia. Acto seguido, volvió al combate, al tiempo que su oponente se recuperaba del violento impacto. Excepto para Isabel a Iris, para los demás Eduardo se enfrentaba a un enemigo duro de vencer, quizás el más fuerte hasta este momento. El flamante Cuidador seguía esquivando los furibundos ataques de un ser que tenía en su volumen y altura las principales ventajas. Estas, sin embargo, no bastaron para evitar que cayera víctima de una trampa; quedando con ambos puños incrustados en el suelo, Eduardo no dejó pasar la oportunidad de darle un golpe en el centro dl pecho, tan fuerte que el monstruo cayó fuertemente de espaldas, liberando sus manos del suelo, el cual hubo de regenerarse nuevamente al instante. “¡¿No los entretiene esto?!”, exclamó Eduardo con ganas, aprovechando la conmoción en su rival, y los espectadores empezaron a entender por qué el hada de fuego y la antigua jefa del MEU no estaban preocupadas y veían la batalla con los brazos cruzados. Los espectadores creyeron estar advirtiendo que Eduardo no había estado peleando en serio ni con todas sus fuerzas en ningún momento de los últimos veinte minutos, y lo confirmaron cuando, aprovechando otro inesperado parate, exclamó “¡Creo que ya fue suficiente diversión, ¿están listos para el final?!”. Ante los aplausos y ovaciones en ambos laterales, se dedicó a pelear de verdad. Durante unos pocos e insignificantes segundos, estuvo varado en el suelo el gigantesco y siempre atemorizante megalodón, pero dejó su lugar al monstruo escamoso bípedo que superó en alrededor de diez veces la altura del mï-nuq. Fue todo para este. Eduardo lo sujetó fuerte y firmemente del tobillo izquierdo con ambas manos y, luego de media docena de vueltas, con un impresionante salto, lo estrelló fuerte y violentamente contra el suelo. Todo lo que quedó del monstruo de piedra fueron escombros. Rocas, tierra y polvo dispersos en el gimnasio.
La batalla había finalizado.
Eduardo fue el vencedor.
De inmediato se vio inmerso en las felicitaciones encabezadas por su novia. Esta nueva demostración recién hubo de terminarse al llegar a su fin las dieciocho horas en punto, momento en que el fuerte sonido de las campanas los hizo volver a la realidad. Observando como el suelo, las paredes y el techo se recomponían, uno a uno fueron saliendo los individuos del gimnasio, todavía comentando el “espectáculo” que les brindara el nuevo Cuidador, que se suponía debía demostrar y probar su valor y capacidades en una batalla. Lo había hecho, por supuesto, algo que dejara boquiabiertas a las hadas en los dos laterales. Pensaron estas que el vencedor habría de volverse aún más fuerte, y los más aventurados, como Iris e Isabel, creyeron que para Eduardo no había algo más grande todavía que el ser el mandamás vitalicio del Templo del Agua. Vieron como la pelea no fue para el más que un divertimento, algo pensado para entretener a los espectadores, más que para demostrar que podrían contar con el en un combate, desde su punto de vista. Las hadas concluyeron que si había destruido a su oponente solo con proponérselo, tenían en ello una señal evidente de esas cosas más grandes en el futuro. Ninguno quiso ni creyó conveniente hacerle ese planteo, sin vueltas o con estas, a Eduardo, porque ya todos quedaron al corriente de la enorme sorpresa y conmoción que subsistían aun en el nuevo Cuidador, a raíz de la revelación, en el piso más alto de la torre, que le hiciera su antecesor. De manera que las opiniones y palabras se concentraron en el hecho de que el novio de Isabel con su nueva tarea y su triunfo en esta batalla. Allí, entre la cuantiosa multitud, estuvieron los jefes de todas las secciones, a los que el nuevo Cuidador y su segunda – para todos, era también una novedad el tener a un hada de fuego como la segunda autoridad, aunque ninguno mostró, porque no tenían, celo ni desconfianza – les dijeron que querían mantener su primer encuentro en el salón de la torre central el día de mañana, apena hubieran concluido el almuerzo. Los expertos estuvieron de acuerdo con el momento, y comprometieron verbalmente su presencia, mientras la multitud se iba dispersando, emocionada también por esa otra incógnita que había provenido de la Casa de la Magia.
_Vayamos a merendar algo, por favor., quiso Eduardo.
Algo ligero, había querido el, a lo que Isabel e Iris contestaron que si, yendo los tres a uno de los patios de comida, que recibía numerosos clientes a diario. Después volverían ambos componentes de la pareja a Barraca Sol, por supuesto. Necesitaban recuperare completamente de la sorpresa.
 _Té con pan de centeno, es otro clásico de las hadas – sugirió la princesa, y los otros dos estuvieron de acuerdo –, no hay mejor manera que esa para los fines de semana.
Y en lo que demoraron en llegar al local, Iris los puso al tanto de como había sido la ceremonia de Transición en el seno de la familia real. Estuvieron allí la reina Lili, Elías (su compañero, el príncipe ártico) Elvia, Oliverio, quien dentro de poco se convertiría en el príncipe heredero, Zümsar y la propia Iris. No había sido diferente allí de en otras partes del mundo, por lo pronto en el reino insular. También en la realeza hubieron alimentos y bebidas en abundancia, música folclórica y de otros géneros, fuegos artificiales y entretenimiento durante gran parte, por no decir todo, del último día del año pasado y hasta bien entrada la mañana del uno de Enero.  “Y no se si ya repararon en este detalle” – indicó Iris, con el bar a la vista, exhibiendo ante la pareja el anular izquierdo, donde con la luz solar brillaba un anillo de oro –. “Me lo propuso en los primeros minutos de este año, y acepté, por supuesto”. “Esas son excelentes noticias”, dijo Isabel, siendo de los dos la primer en felicitar a su amiga, y viendo que los residentes de La Fragua, 5-16-7 no eran los únicos que tenían motivos para haber empezado de una excelente forma este año y haber estado contentos desde ese momento hasta hoy. “Una de las mejores noticias”, complementó Eduardo, aun patente en su memoria el instante en que le hiciera esa propuesta su novia. Y, en los últimos metros antes de llegar a su destino, la antigua jefa del MEU les dijo que ya estaba al tanto del futuro hermano o hermana de Cristal e Isabel, que fueron los propios Wilson e Iulí quienes se lo dijeran, al encontrároslos en la plaza central en la mañana de ayer. “Motivos para estar felices y sonreír nos sobran”, reafirmó, entrando al bar y detectando una mesa disponible, a medio camino entre el mostrador y la fachada. Isabel y Eduardo la siguieron y ocuparon el trío de sillas.

_Sigo sin creerlo, para ser franco. Isabel, todavía no proceso el hecho de ser el nuevo Cuidador de este lugar, ni tampoco la forma en que apareció Biqeok en l oficina. Eso y todo lo demás… son muchas emociones para un solo día, y creo que no se termina con esto – planteó Eduardo, pensativo. Eran las diecinueve treinta y recién estaban emprendiendo la partida del Templo del Agua –. Si así empezamos nosotros el año, no quiero penar en como va a seguir. Para empezar, está´ la reunión de mañana. Dieciséis desconocidos que se transformaron en hadas a mi mando en cuestión de minutos, lo mismo que todas las personas que trabajan acá. Como dije, es mucho para un solo día.
Vieron a Iris dejando también el lugar grandioso. Ella lo hizo por aire, con su acostumbrada velocidad de vértigo casi inmediata al despegue.
_¿Te acordás, por casualidad, de lo que te dijimos desde que salimos de la dirección?. Tenemos confianza en vos para que dirijas este lugar – llamó Isabel, la flamante e inusual segunda al mando, por tratarse de la primera hada de fuego en llegar a ese puesto –, y no vas a estar solo. Esos jefes de secciones tienen años de conocimientos y experiencia en lo que hacen. Van a transmitirte todo eso y asesorarte muy bien. Estoy completamente segura de que en poco tiempo esas dudas tuyas no van a ser más que un recuerdo, Eduardo. Además no vas, ni tampoco yo, de paso, a empezar a hacerte cargo de esta enorme responsabilidad desde mañana. Primero tenemos que hacer un juramento de compromiso y lealtad ante los líderes del CSP, la Mancomunidad Elemental y la reina Lili. Eso lo hacen los Cuidadores, por tradición y costumbre, una semana después de haber sido designados en sus puestos.
Atravesaron el acceso principal, recibiendo ambos los mismos vítores y ovaciones que durante todo el trayecto. Ahora, los esperaban esos cien metros hasta la puerta espacial, que los llevaría al instante a Barraca Sola.
_Eso me parece fácil solo en lo teórico – discrepó su novio, mirando el entorno, a las hadas y otros elementales que andaban por allí, en su mente preguntándose cuanto tardarían en enterarse de que el era el nuevo Cuidador, si no lo hubieran descubierto ya –. Y no es lo único que va a mantenerme ocupado. Se supone que nosotros retomemos en unos días las obligaciones en el museo. ¿Qué hacemos con eso?, ¿simplemente presentamos la renuncia, o hay otra cosa?. A mi me gustaron mucho los trabajos que hice y sigo haciendo, por supuesto. Va a ser difícil dejarlos. Estudié arqueología porque era lo que más me apasionaba, y lo sigue haciendo. Si hasta los horarios y días son distintos. Ya me había acostumbrado a pasar jornadas enteras fuera de casa, y seguro que vos también.
_Para mi, en ese aspecto, no va ser tan completo. Yo tuve jornadas laborales como esa, y las conozco – indicó Isabel, buscando algunas monedas en su bolsillo, estando prácticamente frente al marco dorado –. Apenas pasaron mis primeros días en el museo me acostumbré a esa rutina de horarios y días. También al hecho de estar allí fuera de esas jornadas, si llegaba a ser necesario, para dar el buen ejemplo. En todo caso, ceo que eso va a ser para nosotros, especialmente para vos, lo menos importante. Como te dije, tenemos una semana antes del juramento.  Ese espacio de tiempo nos va a bastar para instruirnos e interiorizaron acerca de todo lo que implican estas enormes responsabilidades en el Templo del Agua. No vamos a tener problemas después, cuando haya que empezar a trabajar allí.
_Supongo que eso es verdad – empezó a admitir su novio –. Y una vez pronunciado ese juramento, ¿cuándo arrancaríamos?.
Isabel echó al cántaro una moneda de veinte soles y otra de diez, antes de contestar.
_La verdad es que no se muchos obre eso. Antes se acostumbraba que los Cuidadores empezaran su trabajo al día siguiente de ese evento. Al menos, así fueron las cosas en los Templos del Agua y del Fuego – atravesaron el marco y estuvieron entonces en la capital. Los saludos y aplausos les indicaron que lo ocurrido en el lugar grandioso ya había llegado hasta esta parte del país –. En otros de esos lugares grandiosos era otra la distancia de tiempo. Imagino que se va a mantener la costumbre.
Desplegaron sus alas y se situaron a unos pocos metros del suelo. Irían hasta su casa a esa lenta velocidad, casi flotando, tan solo porque querían disfrutar de ese característico paisaje de los últimos instantes de la tarde. Ya tendrían tiempo, mañana, de contar todo lo ocurrido en el Templo del Agua a los vecinos y la población local en general.
_Haya cambiado o no, tenemos los siete días antes del juramento.

Cuando estuvieron frente a su caso, se sorprendieron tanto como cualquiera al ver ese esplendoroso rayo ganar más y más altura, igual a como lo hicieron esos dos desde el Templo del Agua y la Casa de la Magia. Este rayo, de color amarillo, advirtieron Eduardo e Isabel, provino del Vinhuiga, el Templo del Fuego, porque, habiendo llegado a un determinado punto en el cielo, formó el símbolo representativo de dicho elemento. Contemplando esa belleza, y reparando mentalmente en la peculiaridad que eran estos tres nuevos Cuidadores en un día, la hija mayor de Wilson e Iulí no lo dudó e hizo público a Eduardo su pensamiento. Cristal, dijo, tenía que ser la nueva Cuidadora del Vinhuiga, porque desde el primer momento su dominio y aplicación  sobre ese elemento había sido considerable y definitivamente superior al suyo. “Tiene que ser ella”, se esperanzó, y mientras veía el símbolo del fuego esfumarse y su prometido se disponía a tomar el picaporte, Elvia y Oliverio se presentaron ante ellos con amplias sonrisas en la cara, como era de esperarse. Los futuros reyes de Insulandia estaban tan contentos como todos a causa del surgimiento del tío de señales y la aparición de los nuevos Cuidadores (felicitaron  Eduardo igual a como lo hicieron a la salida de la torre central, en el Templo del Agua) que desde que los símbolos del agua y de la magia aparecieran en el cielo estuvieron en movimiento constante, yendo de un lado a otro comunicando la noticia y ocupándose de los preparativos para la dos ceremonias venideras: la del juramento de compromiso y lealtad primero y el ascenso de los Cuidadores después. “Eso vamos a continuar haciendo, pero ustedes tienen que quedarse acá”, indicó Oliverio, gran amigo de ambos, agregando que Kevin y Cristal llegarían de un momento a otro. “A lo mejor llegaron ya”, apostó Isabel, aun esperanzada por la posibilidad. “Lo siento, pero no fue ella” – dijo la princesa Elvia, de verdad lamentando haber quebrado ese deseo –, “Cristal y Kevin no estuvieron hoy en el Templo del Fuego”. Y tras otras breves palabras y los saludos de despedida, ambas parejas tomaron rumbos distintos. Oliverio y Elvia se perdieron entre una espesura cerca, habiéndose dirigido al este de la capital, y Eduardo e Isabel se quedaron en la entrada de la casa al otro lado de la calle (los padres de las hermanas todavía no habían vuelto de su merecidísimo descanso). Fue unos instantes después que Eduardo sintió como el símbolo del agua aparecía de nuevo en su frente, a lo que Isabel le explicó que era una señal que indicaba la cercanía de otro Cuidador. “Podría ser cualquiera, no distingo desde acá”, dijo el hombre, refiriéndose a esas varias decenas de seres feéricos que desde su perspectiva y posición no eran más que puntitos en el cielo y el suelo de varios colores.  “Ya lo vamos a descubrir”, comunicó la dama, yendo los dos a la vereda, pensando en quien podría haber sido nombrado al frente del Vinhuiga, y deseando que no le hubiera pasado algo malo a su hermana ni a su futuro cuñado. El tono que emplearan Oliverio y Elvia le hizo suponer que algo había pasado con Kevin y Cristal. Se mantuvo en silencio hasta unos pocos segundos después, hasta que vieron descender, describiendo espirales, a la otra pareja “Kevin, ¿qué…?”, llamó Eduardo, pero no hizo ninguna falta que completara la pregunta. El antiguo jefe del Mercado Central de las Artesanías, sin poder contener el todo esa enorme gama de reacciones y emociones que evidenciaban lo positivo (y también inesperadas), tenía tatuado en la frente el símbolo de la magia, uno idéntico a aquel que más temprano se formara en las alturas. Allí afuera, por supuesto, no tenían nada que hacer.

_Mejor nos sentamos, esto es serio y da para estudiarlo y decirlo todo a fondo, porque de seguro en dos o tres días nosotros cuatro empezamos una vida nueva., quiso Kevin, a eso de las veinte horas en punto, en la intimidad y comodidad de su casa, a casi medio día de haber hecho el, Cristal, Eduardo e Isabel los viajes que, como dijera, hubieron de catapultarlos  una nueva vida.



En efecto, había sido un día muy atípico para los cuatro.



FIN



--- CLAUDIO ---

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