Una de las anotaciones de Eduardo, en esa
lista de aspectos comunes, estaba referida justamente a este evento, a esta
festividad.
La costumbre del árbol decorado había
arrancado cierto día de Diciembre en que a un individuo feérico masculino se le
ocurriera decorar con tiritas y papelitos de colores un arbusto no muy alto que
por esos tiempos creciera junto a su casa, a raíz de haber visto, temprano por
la mañana de esa jornada, un enorme y frondoso árbol tropical rebosante de
fauna que le otorgaba todo un alarde de colores, quebrando con su presencia la
monotonía verde, el dos de Diciembre / Nios número uno. Aquellas formas de vida
del reino animal, aves en su mayoría, sumadas al bullicio generado por ellas,
le dieron la idea para crear un nuevo aspecto a incorporar a lo que el y su
familia habían organizado para las celebraciones del que, según su apreciación,
lo mucho que significaba, era el mejor mes del año. No solo tenían el Día de
los Muertos el cinco de Diciembre, la llegada del verano el veintiuno y la
máxima celebración del calendario, que
era el Fin de Año y el Año Nuevo. Era también el mes del nacimiento de ambos,
los días cuatro y dieciséis, el de sus dos hijos, el nueve y el veintidós, y el
de su casamiento, el once. Ese hombre y sus más cercanos parientes nunca
pudieron imaginar que aquello, calificado como “extravagancia” por ellos mismos
y cualquiera que lo hubiese visto o tomado conocimiento de ella, habría de
convertirse en un nuevo y fuerte aspecto cultural de las hadas en todo el
mundo. En cuestión de unos pocos años había pasado de ser algo particular a
algo local, luego regional, más tarde a abarcar al país entero después al
continente y por último a extenderse a
escala planetaria. El tiempo de permanencia del árbol decorado vino también de
algo visto por aquel hombre: el árbol rebosante de vida del que había tomado la
idea tuvo su final a consecuencia de una lluvia torrencial que había estado
acompañada por vientos fuertes y provocado un “ablandamiento” del suelo.
Ese mismo período de tiempo se había ocupado
de ampliar el cotillón a una gran gama de artículos y del árbol en si. Este se
volvió diverso en cuanto a la especie empleada y sus tamaños y hubo mayor
variedad en las formas, tamaños, colores y materiales en los adornos que se les
colocaban, y en un momento dado aparecieron las luces, inexistentes en los
inicios de esta costumbre: Fueron adornos con forma de aves en un principio,
pero se fueron agregando otras especies del reino animal, flores, miniaturas
que representaban elementos de uso cotidiano, alegorías culturales y otro
tanto, para hacer más llamativo al árbol. Antes que se hubiera cumplido la
primera década del surgimiento de dicha costumbre, ya estaba presente el
cotillón, más diverso a medida que corrían los años, y había aparecido el nuevo objeto decorativo,
de la mano del adorno para el extremo superior, el cual también hubo de
diversificarse con los años, pasando de ser en los inicios el escudo patrio de
cada reino a una esfera o una estrella, ambas de colores llamativos y
brillantes como el dorado, la figura de un bebé recién nacido – una de las
máximas representaciones de la vida y, consecuente con uno de los motivos de la
existencia de este nuevo aspecto cultural, la buenaventura o, en el caso de las
casas particulares, el símbolo con que se identificaba al don del hada de mayor
edad. Las luces fueron el último toque. Una cantidad siempre variable de
pequeñísimas esfera, tanto como canicas, de los más diversos colores, unidas
con un tipo de hilo muy delgado que, tecnología y magia mediante, servía como
conductor para la energía que un hada usaba para encender las luces. Bastaba
con que tocas apenas por una fracción de segundo el cable para que la luminaria
“cobrara vida”. Eran de la misma clase de luces y cables que conferían esa
imponente gama de colores en los grandes festivales y ceremonias que se llevaban a cabo al aire
libre y en lugares cerrados con motivo de, por ejemplo, la llegada de las
estaciones.
Las mismas que estuvieron instalando durante
las seis últimas horas de ayer en la plaza central, en el barrio del mismo
nombre, que superaban el quinto de millón de unidades, y prometían el más
grande e impresionante despliegue de colores para la de hoy y las siguientes
treinta y seis noches.
_En lo estético, nada distinto a la Navidad.,
comparó Eduardo, que por ser su primera vez había tenido el honor de colocar
sobre el árbol, en la sala central, el adorno en el extremo, una estrella de
cuatro picos.
Era una pieza de un metro y cuarto de alto
que Isabel había comprado la semana anterior, con las suficientes ramas, unas
grandes y otras no tanto, como para que cupieran una centena de adornos y una
cuerda muy delgada con el doble de luces. El árbol era orgánico, cultivado
específicamente para esta temporada del año, y la clave para evitar que se
secara a causa de no recibir agua ni luz solar radicaba en el tratamiento que
le daban los expertos de la COMDE y el Consejo de Ciencias, que combinaban lo
mejor de la silvicultura con la magia.
_¿Qué es eso?., le preguntó su novia,
volviendo a concentrarse en el delgado hilo con las doscientas diminutas
esferas, entremezclado con todas las ramas y los adornos.
Eduardo ya habiendo puesto el adorno en el
extremo, le habló a Isabel sobre las fechas religiosas del mes de Diciembre y
de esos hechos en si, lo que había acerca de ellos, además de su interpretación
sobre como lo religioso había pasado a un plano secundario. Lo importante no
era ya el evento religioso máximo del cristianismo, sino vender todo cuanto
fuera posible de entre la gran cantidad de artículos alegóricos de la
temporada, de los cuales muchos, quizás la mayoría, no tenían conexión alguna
con la religión. “Esos eventos, esas fechas, deberían ser algo más espiritual y
dedicarse a las reflexiones y esas cosas, sin tanto mercantilismo”, concluyó,
alejándose unos pasos para contemplar la obra.
El árbol había quedado perfecto.
En su base, en la última noche del año,
pondrían los regalos.
_¿Qué pensarán entonces los líderes
religiosos?.
Su novio no supo dar una respuesta, de modo
que arqueó los hombros. Apostó, sin embargo, a que los líderes eclesiásticos
bien podrían compartir su visión y opiniones sobre el propósito de las fiestas
y fechas religiosas del último mes del año.
Las tareas con el “árbol de Akqeu” – con el
tiempo se lo hubo de llamar sí, en honor a su creador y principal promotor –
quedaron finalmente concluidas, y con los escasos minutos que restaron hasta el
momento en que el pajarito anunciara las diez en punto (habían puesto un cucú,
regalo de Kevin, en la sala) se ocuparon de decorar los otros ambientes de su
casa. En ningún caso se trató de alguna de esas demostraciones de las que hablara
Eduardo, sino algo sobrio y discreto, pues así era para las hadas su costumbre
en esta y otras, todas, las celebraciones “fronteras adentro” de sus hogares.
“No es la cantidad, sino la calidad”, dijo Isabel, al concluir la puesta del
último adorno en el exterior, en la puerta que conectaba la sala con la vereda.
Lo que debía aflorar en realidad eran las emociones y los sentimientos en estos
y cualquier otro día que tuviera simbolismo y destacara para la sociedad, su
cultura e historia. Esas grandes y fastuosas demostraciones, reservados para
cualquier espacio público abierto o cerrado (plazas, clubes, salones…)
acompañaban constantemente al factor espiritual nunca hecho a un lado. Otra de
las razones por las que esas festividades eran tan grandiosas desde el punto de
vista de lo material respondía a una de las máximas afirmaciones feéricas,
mencionada en el “Código de la Vida”, acerca de los múltiples beneficios de los
grupos, de todo lo bueno que de ellos podía salir, como contagiarse de y sentir
aún más fuerte la atmósfera tan bulliciosa y festiva.
_Este fin de año va a ser diferente, mejor
que los anteriores – apostó el hada de aura lila –. Lo se, y lo creo. Hay
cientos de millones de seres elementales en cada rincón del continente
centrálico que necesitan de estas esplendorosas celebraciones para olvidar, o
para mitigar, toda la negatividad y la tristeza que aparecieron en Marzo.
Ella era una de esas personas.
Esos cientos de millones de individuos
necesitaban de algo para recuperar las esperanzas, alegría y la felicidad que
todavía no tenían. Desde el fin de la Gran catástrofe, uno de los peores
desastres de todos los tiempos, en Insulandia y los otros países de Centralia,
las demostraciones culturales y artísticas (festivales, ceremonias, desfiles…)
habían procurado ser lo bastante fastuosas y magníficas como para que sirvieran
de estímulo en y tuvieran un efecto moralizador sobre los habitantes. Y había
funcionado. Las hadas y otros seres elementales pudieron disfrutar de las
celebraciones, de todas, al mismo tiempo que retomaban sus vidas e iban
recuperando las pérdidas, y eso obedecía a otra de las máximas afirmaciones
feéricas: “No solamente las cifras multimillonarias y miles d personas pueden
lograr esa impresionante reconstrucción en cuestión de ocho meses, sino también
un pueblo con la moral por las nubes”•
_Y eso se debe en parte a lo grandioso de las
ceremonias., agregó Eduardo, listo ya para salir.
La pareja, en tanto transcurría el desayuno,
había decidido recorrer pro aire, a alturas bajas, una vez que terminaran con
estas tareas en su casa, el barrio y los alrededores. Querían ver lo que los
demás habían hecho y el estado en que hubieran quedado las estructuras –
columnas, comercios, casas, reparticiones públicas… – con la decoración.
_Exacto – coincidió su prometida –. Y ni
hablemos de lo que va a ser el mes de Diciembre del año que viene. ¿Leíste las
páginas trece y catorce de la última edición de El Heraldo Insular?.
_¿Sobre mover al dos de Diciembre la Jornada
de la Buenaventura?. Si, lo leí. Y ojalá se concrete. Eso haría más grandioso y
espectacular a este mes.
De concretarse tal idea, sería algo
totalmente nuevo en el archipiélago insular. En el Consejo de Cultura se estaba
trabajando, Elvia y la plana mayor lo hacían, en el traslado de la Jornada de
la Buenaventura, una de las fechas más importantes del calendario, del dos de
Febrero al dos de Diciembre. Este importante día festivo había sido
reglamentado el dos de Diciembre (Nios
número uno) del año seis mil quinientos cuarenta y uno, pero aprobado diez
meses antes, el dos de Febrero (Entoh número tres). Los últimos y más
persistentes vestigios de la burocracia – Eduardo remitió nuevamente su memoria
a la lista de aspectos similares – sumados a asuntos más importantes a los que
dedicarles el tiempo y las energías, por parte de la clase dirigente demoraron
la entrada en vigencia de la nueva jornada festiva, que desde sus primeros días
tuvo una enorme aceptación en la comunidad de las hadas y otras especies
elementales. Aunque lo podían hacer en cualquier otro, o en todos, ese era el
día del año por excelencia para que afloraran y se expresaran, siempre con las
grandes celebraciones en público y en privado, las emociones y los sentimientos
que más unían a esas especies, como la amistad, el amor, la armonía, la
concordia, la fraternidad, la paz y la solidaridad. A ninguno de los actuales
componentes del Consejo Real, y tampoco a la reina Lili, les agradaba la
existencia de ese espacio de tiempo tan prolongado entre la aprobación de una
ley y su fecha de reglamentación, y por eso estudiaban ahora un proyecto para
moverlo y ubicarlo el dos de Diciembre. Los sondeos previos ya habían
demostrado que no eran pocos los insulares que querían que eso pasara, que se
diera el traspaso, y la reina Lili y la princesa Elvia se convirtieron en las
autoras intelectuales de la nueva fecha para la Jornada de la Buenaventura.
Iban a tratar el proyecto el quince de diciembre / Nios número catorce, el
último día laborable den la función pública – en teoría, porque muchos
continuarían con las tareas de reconstrucción –, y confiaban en aprobarlo al
final de esa jornada.
_Personalmente, me da lo mismo un día u otro.
Cualquiera de ellos es bueno para demostrar esos sentimientos – opinó la
hermana de Cristal, dejando ya la casa. Su novio y prometido cerraba la puerta
–. Claro que no voy a quejarme por el cambio, porque como dijiste, este podría
ser desde el año que viene un mes más grandioso.
Y despegaron, lentamente, hasta ubicarse
sobre las copas.
No bien se situaron ambos a la altura
indicada pudieron apreciar lo bello que había quedado el barrio, con todos los
objetos decorativos puestos en las últimas horas, alrededor del setenta y cinco
por ciento en la tarde y la noche de ayer. Vieron primero la casa en la vereda
opuesta, habitada por sus cuatro familiares, en cuyo frente, sobre la puerta,
había una estrella que combinaba los colores más representativos del reino: el
verde y el azul. No escucharon movimientos ni ruidos en el interior, así que lo
más probable, concluyeron, era que ambas parejas hubieran dejado la casa e ido,
como ellos, a recorrer la ciudad, porque ni los padres de las hermanas, ni esta
ni Kevin se levantaban jamás después de las seis y media o las siete. “Tal vez
nos crucemos con ellos en la recorrida”, aventuró Isabel, a la vez que
empezaban a moverse, tan lento que pareció que estuvieran planeando. No había
nadie allí que no se hubiera ya visto impregnado con el clima festivo tan
característico que afloraba al inicio del mes. Edificaciones comerciales,
sociales, fabriles y todas las demás tenían no menos de tres o cuatro adornos
en el exterior, unidos entre si por esos delgados hilos con las tan diminutas
esferas luminosas. Incluso las obras en
construcción, unas cincuenta que se desarrollaban en Barraca Sola, habían sido
alcanzadas por este clima y los obreros de IO (el Consejo de Infraestructura y
Obras) de a ratos iban entonando los cánticos, unos más antiguos que otros, que
siempre resurgían en Diciembre, todos alegóricos a los días festivos del mes
(Día de los Muertos, llegada del Verano, y Fin de Año), y Eduardo, escuchando
un cántico de boca de tres obreros que reparaban y ampliaban una boca de
tormenta, no dudó en equipararlos a los villancicos navideños. Ambos
descubrieron muy pronto – Isabel volvió a hacerlo, como todos los años – que
era imposible que lo espiritual y lo material, estuvieran o no relacionados con
la más importante de las ceremonias del mes, la del Fin de Año, no compitieran
cabeza a cabeza por las preferencias del público en general. En algunos
comercios grandes y pequeños allí abajo ya hubieron los empleados y
propietarios de incorporar a la oferta los artículos de temporada (el cotillón,
las bebidas, la comida…) con precios de lo más variados, entre uno y cien
soles, y los primeros compradores de ambos sexos ya andaban observando entre la
variedad, en las vidrieras y estantes. “Y es solo el inicio del mes”, apuntó el
hada de aura lila, intentando visualizar en su mente como sería el panorama a
medida que Diciembre avanzara. “Y son las primeras luces del día”, agregó
Eduardo. Los lugares icónicos de Barraca Sola, como el bar “El Tráfico”, el
club “Kilómetro 38”, el campo de globos y la puerta espacial, que ya de por si
eran el centro de atención y convocaban a cientos de personas cada día,
parecían ahora haberse vuelto más concurridos y llamativos. También los
caminos, otras estructuras y los transportes fueron engalanados en cuestión de
horas, y, por lo que veía, incluyendo lo que estaría pasando en Plaza Central,
Eduardo, que volaba lento para ver los detalles, creyó que la ceremonia de Fin
de Año sería esta noche y no dentro de veintinueve días. “¿Cómo serán las
cosas, entonces, dentro de ese lapso, cuando se acabe diez mil doscientos
cuatro?”, planteó para si mismo en voz alta, virando a un lado, al límite del
barrio con el exterior de la ciudad.
Cruzaron el arroyo que la circunvalaba.
Una arroyo que había sido convertido en un
río, al ampliarse a treinta metros su anchura y cuarenta y cinco la
profundidad, conectado ahora con media catorcena de cursos subterráneos.
Desarrollada entre Agosto y Septiembre, la obra era una de todas las nuevas
medidas para desviar el agua de lluvias persistentes e inundaciones.
Pasado el límite natural de la ciudad (o
artificial, según la óptica), Eduardo e Isabel vieron el característico y
distintivo paisaje periférico, esa inmensa capa verde con salpicones rojos más
o menos dispersos, alcanzado por el clima festivo iniciado en la jornada
anterior. Era imposible que eso no hubiera pasado. Lo que lograba escapar a ese
denso manto verde, y que por este no quedaba cubierto, como los caminos que
serpenteaban entre los árboles y las construcciones más grandes, se veía con
las mismas decoraciones que la que ya estaba desplegada en Barraca Sola. No
eran nada diferentes, de hecho, pensaron, las cosas a uno y otro lado del río
de circunvalación. Allí abajo se veían los acostumbrados grupos de la Guardia
Real de varias de sus divisiones en sus habituales tareas de patrullaje en
pares, tríos y cuartetos, conversando animadamente entre si las tropas de ambos sexos, sin dejar
de prestarle atención a sus obligaciones de vigilar (... ¿que no hubiera ilios
por allí, tramando quien podía saber qué?) y servir a la comunidad. También los
transportistas que iban a o venían de algún punto a la vera de los caminos, con
las carretas y carretones repletos de todo tipo de mercancías, a ciclistas y
peatones que para este momento del día no quisieron hacer otra cosa que pasear
y dedicarse al ocio, un grupo de turistas provenientes del interior del
archipiélago que era llevado por un experimentado guía del Consejo de Turismo,
Recreación y Esparcimiento (el C-TRE), parejas que por voluntad propia decidían
“extraviarse” allí donde las selvas eran tan espesas que dificultaban la vista
por tierra y por aire, cuadrillas de la Dirección de Barrido y Limpieza, otra
de las dependencias del Consejo EMARN, y de la empresa CONLISE, que aun con el
clima que despertaba no resignaban sus tareas de mantener cualquier espacio
público de punta en blanco, a otros tantos grupos de trabajadores que estaban
construyendo una decena de estructuras y refaccionando otras, algunas
inoperativas a consecuencia de la Gran Catástrofe y otras, que estaban siendo
recuperadas para devolverles su gloria. Y cuando sobrevolaron el parque La
Bonita y otros espacios como ese vieron a las hadas llevando a la práctica sus acostumbradas
y antiquísimas reuniones grupales entre ellas (familia, amigos, compañeros de
trabajo…) e incluso con individuos de otras especies elementales, algo también
bastante habitual.
Más adelante, tal vez a doscientos kilómetros
al este de La Bonita, se cruzaron con una raza de seres elementales que Eduardo
estaba viendo por primera vez, y de los cuales únicamente había escuchado
relatos y leído artículos en los periódicos, revistas y libros. Tenían el
cuerpo de una persona – manos, brazos, torso y cabeza –, femeninas y
masculinos, pero de la cintura para abajo una escamosa y gruesa cola de tonos
oscuros de verde, más opacos los machos que las hembras, cuya longitud no debía
ser inferior a los nueve o diez metros, y que terminaba en un cascabel. Los dedos
en ambas manos eran más largos y tenían grandes garras, sus orejas eran
puntiagudas y los individuos de ambos sexos eran completamente calvos. Su piel
era oscura y, aun a la distancia, se podían advertir sus pupilas verticales. Se
movían en grupo, reptando a un costado del camino, de forma parecida a como lo
hacían los gnomos.
_Son los nagas – habló Isabel a su prometido,
en tanto los dos ojos apuntaban hacia abajo –. Siempre vienen a esta parte de
Insulandia en los primeros días de Diciembre, para desovar. ¿Ves? – se enfocó
decididamente en el grupo –. Hay hembras en el centro, protegidas por los
machos. Creo que deben ser en total… cuarenta individuos.
_¡Son enormes!., reaccionó Eduardo, que sin
darse cuenta había descendido lo suficiente para apreciar los detalles.
Basándose en la postura, calculó que los
nagas – los mismos seres que figuraban en creencias antiguas de la Tierra, como
la hindú – podrían triplicar su altura. Ya sabía que, completamente erguidos,
apoyados sobre los últimos cincuenta centímetros de su cola, alcanzaban los
diez metros y cuarto.
_Lo son. Y además fuertes. También ellos son
muy resistentes al daño.
_¿Y hacia dónde van ahora?.
Los nagas, hablando entre ellos, se estaban
moviendo en dirección al oeste.
_Deben estar buscando la orilla de algún
arroyo o riacho, un curso no muy profundo – contestó el hada de aura lila –.
Las hembras desovan, entre uno y cinco huevos cada una, y eso es todo. Los
individuos se marchan entonces y vuelven al cabo de dos semanas, cuando se
producen las eclosiones. ¿Vamos con ellos?.
Otra vez pensó que era un momento triste para
esos seres, porque nacerían menos de la mitad de las crías. Los huevos del naga
eran muy nutritivos y decenas de especies animales los tenían como alimento.
Incluso los tritones y las sirenas, lo que ocasionaba disparidades y alguna que
otra batalla entre ellos y los nagas.
_Vayamos.
Alcanzaron al grupo unos metros más adelante
y lo que vieron allí los sorprendió. Los nagas, habitualmente, se mostraban
socialmente amistosos y alegres, dispuestos a mantener el buen trato y los
diálogos cordiales con las otras especies elementales. No fue esta la
excepción, aunque coincidieron con que el encuentro debería posponerse. Todo
allí hizo saber a Eduardo e Isabel que lo que más interesaba a los nagas en
este momento era llegar a ese lugar seguro para que las hembras desovaran.
No, no fue eso lo que más los sorprendió.
La pareja de feéricos, al tenerlos cara a
cara, notó que todos los machos de esta especie, de la que había cincuenta y
dos mil seiscientos individuos (el uno punto treinta y cinco por ciento del
total mundial, de tres millones novecientos mil) viviendo en diferentes partes
del archipiélago insular, en noventa y cinco aldeas, presentaban más de una
herida y se hallaban cansados físicamente, como si se hubieran visto envueltos
en alguna pelea. No eran solo heridas simples, sino también complejas, de estas
era al menos la tercera parte, como cortes profundos en la piel e hilos de
sangre que brotaban de unas pocas de esas heridas. Además, uno de ellos tenía
un ojo amoratado y cubierto de sangre, otro había perdido las largas garras en
cuatro de sus dedos (crecerían nuevamente en cuestión de días) y otro más,
probablemente a causa de una vértebra fracturada en la cola, se estaba desplazando
algo más lento que sus congéneres. Podría ser todo para este último macho, a no
ser que recibiera atención médica con carácter de urgente. Isabel pensó que
quien le hubiese podido causar este daño a una treintena de individuos que
estaban en la flor de la vida, y por tanto en excelentes condiciones físicas,
tenía que ser excepcionalmente fuerte, tuvo que serlo sin posibilidad de
errores – muy pocos seres elementales podían darse el lujo de vencerlos, con
esa fuerza y esas dimensiones –. Los nagas eran demasiado grandes y voluminosos
como para ser derrotados en una batalla, y mucho menos para amilanarse.
Tuvieron que haber le hecho frente a este desafío y luego continuar con su
tarea de dar protección a las hembras de la especie. “¿Qué les pasó a ustedes?”, les preguntó
Isabel, pensando que si habían sido seres feéricos tendrían que haber
cuadruplicado o quintuplicado a los nagas para vencerlos, y eso si se hubiera
tratado de hadas guardianas muy experimentadas. “Nos atacaron”, le contestó uno
de los machos en viaje, que, como los otros, llevaba un arma en una de sus
manos: un cuchillo metálico de veintidós centímetros con mango de piedra, muy
filoso. Era una de las armas más características y tradicionales de la especie.
“¿Qué?, ¿o quiénes?”, agregó Eduardo, flotando a cierta altura junto a la
manada, porque los nagas no tenían intenciones de detenerse en este momento.
Estos seres eran tan altos que la pareja de feéricos debía mantenerse en el
aire para seguirles el ritmo y poder escucharlos.
_Un caimán de quince metros de longitud, más
o menos – contestó otro macho, con una voz igual de potente –, grande hasta
para nosotros. Salió repentinamente de un río y nos atacó. No lo vimos venir
hasta que fue tarde.
_ ¡Oh, no! – exclamó Isabel, llevándose las
manos a la cabeza, advirtiendo lo que había pasado, o creyendo haber adivinado,
sin que los nagas dijeran una palabra –, el cocodrilo rey.
Se estaba refiriendo a un animal enorme, a un
súper predador que podía alcanzar semejante longitud y un peso que podía rondar
las siete toneladas, con muy pocos adversarios lo bastante “valientes” como
para cercársele. Su método era básico pero muy efectivo: quedarse quieto hasta
el momento en que alguna potencial presa pasara cerca o muy cerca. Era uno de
los máximos carnívoros del mundo, presente en todas las regiones cálidas y
tropicales (con esto, el reino de Insulandia era un paraíso para el cocodrilo
rey), y, como sostuviera Isabel luego del incidente con su prometido, a fines
de Mayo, uno de los pocos con las cualidades – peso, fuerza y tamaño – para
hacerle frente al megalodón y otros grandes depredadores.
La hermana de Cristal ya lo estaba
advirtiendo.
Los ojos de Eduardo se iluminaron. “¿Por fin
otro reto?”, pensó.
_¿Dónde fue el incidente?., preguntó este a
los machos.
_En aquella dirección – señaló uno de ellos,
apuntando con su largo y delgado índice derecho al horizonte –, como a dos
kilómetros de acá, a la vera de un arroyo.
_¿No lo eliminaron, o si?., quiso saber
Isabel, aterradoramente consciente de la imprudencia en que estaba pensando su
compañero de amores.
_No pudimos – contestó otro macho naga,
viendo al hada lanzar una descarga lila al aire, una señal de socorro para los
médicos – Nos preocupaba más la suerte de nuestras mujeres, y la de nuestros
descendientes. Además, creemos que fue por lo mismo que no lo van a matar
ustedes o cualquiera de los suyos.
Eduardo e Isabel se miraron entre si.
_¿Por qué?., le preguntó la dama.
_Porque estamos casi seguros que es un hada
que perdió el conocimiento de su identidad.
Este naga dio cuenta del detalle que lo hizo
suponer aquello, al hablar sobre ese cuando menos curioso color rojo en los
ojos del súper predador (uno de los “terrores máximos” del archipiélago
insular), y ninguno de los cocodrilos reyes, así llamados por su peso y
dimensiones descomunales, tenía ese color. “Hay que encontrarlo y salvarlo”,
decidió Eduardo en su mente, observando en la dirección señalada por el naga.
Esa acción evacuó las últimas dudas de su
prometida.
_Cuando lleguen la Guardia Real y los médicos
van a ayudarlos – les hizo saber Isabel –. Las hadas guardianas van a dar la protección a las hembras allí donde
ellas vayan, y los médicos a ustedes toda la ayuda que necesiten. No pueden
continuar su viaje en estas condiciones.
_Heridas menores, anda más que eso – dijo el
macho más cercano a ella, probablemente el alfa del grupo, flexionando su brazo
derecho, al que movía con dificultad –. No necesitamos atención médica alguna,
pero igual te agradezco el gesto. Y creo que hay otra cosa que va a preocuparte
más que la suerte de mi gente, Isabel.
_¿Cuál?.
_Eso.
Señaló al cielo con el índice izquierdo.
Perdiéndose entre las alturas, medio cubierta
por las copas, se alejaba a gran velocidad una estela que combinaba celeste con
azul.
_Imprudente., protestó Isabel, batiendo sus
alas y advirtiendo la llegada de un par de médicos y una patrulla de la Guardia
Real.
Tendría que alcanzarlo, pero su compañero
sentimental se movía muy rápido y solo se veían de el los últimos rastros de la
estela de dos colores.
Aumentó la velocidad.
“Dos kilómetros hacia esa dirección”, pensó
Eduardo, enfocando sus ojos y reconociendo
la dificultad en la presencia de la inmensa y verde espesura. Agudizando los oídos – seguro se escucharía
un animal tan grande –, tan solo detectó las voces de los seres elementales, en
su mayoría hadas, que por su parte alcanzaban a verlo a el. Pensaron, lo
habrían hecho, que las demostraciones que veían no eran otra cosa que nuevas
prácticas de este ser humanos transformado en feérico, un evento asentado en
“Ecumenia”, un registro histórico especial en el que el Consejo Supremo
Planetario dejaba constancia escrita de los eventos trascendentales que
implicaban a la raza feérica – había un total de noventa y dos hechos – desde
su surgimiento, con lujo de detalles, fechas, lugares y nombres. Desde el suelo concluyeron, por el momento al
menos, que Eduardo estaba poniendo a prueba su velocidad ya habilidades, y que
su prometida en veloz viaje tras el se debía a una carrera en el aire incluida
en esta práctica. Allí abajo no le encontraron mucho sentido a eso, ya que era
de conocimiento público el que este hombre, cuya transformación humano-feérica
era el primer evento en “Ecumenia” en
los últimos trescientos años (la recuperación de las almas solitarias se había
atribuido a Mücqeu, como el, Kevin y la princesa Elvia pidieron), era todo un
experto dominando sus poderes y habilidades, y que en cuestión de ocho meses había
logrado ponerse a la par de la mayoría de las hadas del agua más
experimentadas. Lo observaron dar vueltas en círculos y describir otras figuras
geométricas, en una vasta área a diversas alturas, sin reparar en que el estaba
concentrado mirando hacia abajo, sin darse cuenta de que podría no tratarse
este de un entrenamiento, sino de una búsqueda.
Eso era lo que Eduardo hacía allí arriba.
Buscaba.
Pero no había rastros del enorme depredador
que atacara a los nagas en viaje.
Una sombra lila se puso repentinamente
delante suyo.
_¿Se puede saber que estás haciendo?., llamó
Isabel, alcanzándolo al fin.
El hada de la belleza estaba muy nerviosa,
casi histérica, y aunque ya sabía la respuesta, la quería escuchar de boca de
su prometido, que el le explicara con sus propias palabras esta descabellada
ocurrencia que pensaba poner en práctica.
_ ¿No es obvio? – dijo Eduardo –. Esto es lo
único que me falta hacer… creo. Probar mis poderes y habilidades en una
batalla. Es cierto que ya hice algo parecido, contra aquel mï-nuq, pero esa vez
estuve acompañado. Quiero hallar a ese animal depredador, o a ese ser feérico
transformado que ignora lo que es, dominarlo y contenerlo. Salvarle la vida, en
definitiva. Siento que necesito de este desafío, para probarme a mi mismo.
_Eso está muy bien. Todas las hadas buscamos
la superación personal en cada cosa que hacemos, conocer de lo que somos
capaces y nuestro límite. Es desarrollo y progreso. Pero esto es distinto, no
sos el indicado – discrepó Isabel, extendiendo en horizontal sus brazos. De
verdad estaba alarmada (aterrada) y no pensaba dejar que su hombre hiciera esta
locura – .Para cosas como esta existe la Guardia Real. Van a localizar a esa
hada, al cocodrilo rey. Lo van a dominar y entonces los expertos del Consejo
SAM van a devolverlo a la normalidad.
Eduardo expuso oralmente, como argumentos a
su favor, las proezas de las que era capaz y su destacado dominio sobre el
elemento agua. Era lo que acostumbraba decir cada vez que su prometida hablaba
acerca de un riesgo que creía superior a las capacidades del arqueólogo (su
colega, además). Así habían sido las cosas desde que el, Oliverio, Lursi y
Kevin pusieran sus vidas en juego, durante la Gran Catástrofe. Al final,
quedaba demostrado lo errados que estuvieron los temores de Isabel.
_esta no va a ser la excepción., dijo.
_Si lo va a ser, Eduardo – insistió el hada
de aura lila –. Suponiendo, y solo eso, que lo encuentres, vas a enfrentarte a
un animal enorme que no va a dudar en atacarte, en defenderse si llegara a
sentirse amenazado. Seguro que también las hadas guardianas van a tener
dificultades.
También ella expuso sus argumentos, tan
sólidos como los de su compañero. Aunque estaba al tanto de su existencia,
Eduardo nunca había estado cara a cara con un cocodrilo rey, y este con toda
seguridad lanzaría varias dentelladas y coletazos antes de que su oponente
hubiese tenido tiempo de pensar en una acción concreta, la primera, y mucho
menos ejecutarla. Puso como ejemplos a los nagas machos, que aun con su
fortaleza y dimensiones fueron incapaces de derrotarlo y superarlo (más aun,
todos resultaron afectados, y uno de ellos con una herida potencialmente
fatal). Isabel nunca había puesto en duda las cosas que su novio podía hacer,
porque nunca, de verdad, hubieron de ser siquiera la mitad de peligrosas que
esta las situaciones. Y concluyó su argumento sentenciando:
_La Casa de la Magia no cuenta, porque no me
enteré de ese viaje sino hasta después de tu vuelta a Insulandia.
_Podría llevarlo a algún curso lo bastante
ancho, donde yo pueda maniobrar, una vez que me haya transformado en el
megalodón. Obligarlo a pelear – aventuró Eduardo, que pese a las palabras y
gesticulaciones de su compañera continuaba con los oídos bien atentos. De
nuevo, solo se escuchaban a los seres elementales, alegres y ajenos a cualquier
preocupación –. Las dimensiones serían todo. Un golpe bien puesto bastaría para
noquear al cocodrilo rey y entonces si, que los expertos de SAM se ocupen de
devolverlo a la normalidad.
Ya era completamente diestro en eso de
transformarse. Dominaba dicha técnica a voluntad, podía hablar con total
normalidad cuando mantenía la forma del gigantesco depredador, un animal que
duplicaba la longitud del cocodrilo rey, e imitar sus impresionantes
movimientos y maniobras, incluidos esos sorprendentes saltos de alrededor de
cuarenta metros. Eduardo de verdad quería hacer esto, por lo que ya le dijera a
su novia: probarse – su valentía y su valía – en batalla. En un (¿otro?)
intento por demostrar que estaba listo y sabía en lo que se estaba metiendo,
hizo a la hija mayor de Wilson e Iulí un planteo sobre cual de dos cosas era la
más peligrosa: el viaje a la Casa de la Magia, donde cualquiera que fuera allí
exponía su vida más que en ningún otro lugar del planeta (ida, permanencia y
salida), por el motivo que fuere, o enfrentarse a un reptil de quince metros
que llegaba a pesar alrededor de siete toneladas.
_Seguiría siendo peligroso – insistió el hada
de la belleza, debatiéndose si continuar o no con los brazos rígidos,
extendidos a los lados, porque veía en eso una inutilidad. Nunca podría detener
al arqueólogo con esa postura –. No es solo por la batalla en si. Si uno de los
dos causa al otro una herida en algún lugar delicado, como el vientre, eso
sería todo. Y en ese caso lo más probable es que seas vos quien de el golpe
fatal. Lo es cualquier dentellada que
lance el megalodón. Todos sus ataques suponen un grave peligro para cualquiera
que se cruce en su camino.
“Pero al ser más chico y liviano, eso le da
mayor maniobrabilidad al cocodrilo rey, y una mejor libertad de movimiento”,
pensó.
Sabía que eso no detendría a su compañero de
amores.
Al contrario, lo animaría.
Eduardo veía en la diferencia de peso y
tamaño un reto, eso que buscaba para demostrar su valía y su valentía. E
Isabel, como ya le pasara otras veces, especialmente aquella jornada de la Gran
catástrofe, creyó estar oyendo nuevamente esa vocecita (¿su lado imprudente?)
en un caprichoso rincón de su cerebro que la incitaba a consentir que su novio
se expusiera de la forma en que el quería.
_Fuiste vos así desde que me conociste a
principios de este año. Te preocupaste por mi suerte y bienestar, y te
agradezco eso tanto como me es posible, tanto que no podrías imaginar cuanto.
Eso es muy bueno, y me hace bien, no solo a mi salud, a mi vida, sino también a
mi alma. Tener a alguien que se preocupe por mi suerte – se alegró Eduardo,
relajándose, pero sin dejar de permanecer atento –, pero no va a ser necesaria
esa preocupación en este momento. Esta vez no – sonrió, y su novia comprendió
que era una forma de agradecerle la dedicación demostrada desde el
“descubrimiento”, en el mes de Enero – Isabel, no querría hacer esto de no
encontrarme absolutamente seguro de que voy a tener éxito. Fue lo mismo que
sentí y pensé aquella noche en que expuse mi vida a finales de Marzo, ¿te
acordás?. Si uso eso como una referencia, creo que lo peor que me podría pasar
es estar sin conocimiento dos días o tres, cuatro cuando mucho. Nada más.
_Eso es cierto, pero…
_Y después, tres meses más tarde, estuve en
la Casa de la Magia, algo definitivamente más peligroso que la Gran Catástrofe.
Lo más grande que me pasó allí fue una quemadura. Kevin, la princesa Elvia y yo
tuvimos éxito y gracia a eso es que Wilson, Iulí e Iris están otra vez con
nosotros.
_Tuvieron éxito, de acuerdo. Pero eso no es
suficiente como para que yo acceda a…
_Y existe algo que es la prueba más
irrefutable de que voy a volver a tu lado, ¿no lo habrás olvidado, o si?.
Levantó su mano izquierda y extendió los
dedos, lo suficiente para que quedara visible el anular. Allí relucía, bello e
imponente, el anillo de oro que se colocara allí cuando el le formulara la
propuesta de casamiento, y del que rara vez se desprendía. Ese anillo era la
garantía que el hada del agua – le costaba llamarse así mismo de esa manera, y
que otros se refirieran a el con ese nombre – dejaba de manifestar ante su
prometida cada vez que iba a hacer algo más o menos peligroso. Se casarían
algún día, y Eduardo apostaba a eso constantemente.
_¿Son infundados, entonces, mis temores?.
_Indudablemente infundados – contestó
Eduardo. El estado de su aura indicaba seguridad –. No veo razones para
preocuparse de ese modo – la tomó de las manos, en el mismo momento en que
Isabel bajaba los brazos, en quien tal
vez estuviera resultando triunfadora la “parte imprudente”. Desde el suelo, no
se vería otra cosa que una demostración romántica de uno y otro miembro de la
pareja – Tengo todo el convencimiento de que nosotros vamos a vivir aun
muchísimo tiempo después de que nuestro cabello se haya vuelto blanco y
tengamos que usar a veces un bastón para ayudarnos a caminar. Cuando marchemos
juntos hacia el otro lado de la puerta vamos a tener como la última vista de
este a nuestros descendientes de… que se yo, seis o siete generaciones, como
mínimo.
El “otro lado de la puerta” era una expresión
que las hadas usaban para referirse a los últimos instantes con vida. Se decía
que era una frontera que los seres feéricos recién traspasaban cuando su
momento por fin llegaba. Con eso, la puerta era el único acceso entre dos
espacios que eran el mundo de los vivos y el de los muertos, y una vez
producido el paso no era posible volver atrás. En los tiempos de la religión,
se decía que Aldem vigilaba ese paso, y quien daba la bienvenida al mundo de
los muertos.
_Esas palabras me agradan.
Isabel sonrió.
Le gustaba más esa faceta de su hombre,
alguien serio y más atento al lado filosófico y espiritual de la vida.
“Un MïNuq es un ser limitado que tiene una
misión específica, no tiene alma y no va a hacer otra cosa que aquello para lo
que fue creado sin reparar en su integridad. Así va a ser hasta su
destrucción”, agregó.
_Y, como dije, una batalla es lo único en lo
que no destaqué. De verdad necesito hacer esto – insistió Eduardo – Quiero
demostrar que el reino de Insulandia va a poder contar conmigo en tanto me
encuentre con vida. Que las hadas y todos los seres elementales van a tener en
mi a un buen amigo y un buen protector.
“El cocodrilo rey piensa y siente por si
mismo, eso lo hace completamente diferente. Más agresivo, peligroso y por
supuesto con libertad de conciencia”, continuó pensando el hada de la belleza,
en quien el arqueólogo creyó ver, por un instante muy breve, un halo de color
violeta contorneando su cuerpo.
Tan concentrada estaba el hada que no reparó
en que, a lo lejos, no mucho de su posición y la de su novio, un ligero temblor
había sacudido una serie de árboles. Había un arroyo cerca de allí.
Eduardo si lo había detectado. Sus ojos lo
vieron y sus oídos lo escucharon.
El cocodrilo rey se estaba moviendo. Cerca.
_Vamos los dos.
_¿Cómo dijiste, Isabel?.
_Eso que acabás de escuchar, vamos los dos –
insistió la hermana de Cristal, aunque no muy segura de haber dicho, o
propuesto, lo correcto, planteándose si no habría sido un desacierto – Mi
conocimiento en situaciones como esta es superior al tuyo.
El hada de la belleza, todavía sin
convencerse del todo, sabía que este depredador era algo diferente, aunque no
así el peligro (¿la amenaza?). Era un ser feérico transformado que había
perdido el conocimiento de su verdadera identidad, y este era el principal reto
por venir. Cualquier individuo en ese estado siempre representaba un problema:
había que hallarlo, dominarlo sin causarle lesiones físicas u otros daños y
ejecutar entonces el complejo procedimiento para devolverlo a la realidad, algo
que, justamente por esa complejidad, solo los médicos mejor preparados podían
hacer. Era, además, una situación angustiante para todos cuantos se vieran
involucrados. Para quienes lo hallaran e intentaran dominarlo, ya que debían
actuar cautelosamente y sin herirlo, algo que a veces, cuando ocurría uno de
estos esporádicos casos, se hacía imposible de cumplir; para los médicos que
tuvieran la tarea de recuperarlo, quienes tendrían que actuar rápido para
salvarle la vida a su congénere en peligro, evitando que la situación pasara a
mayores; para sus amigos, compañeros de trabajo y cualquiera que tuviera con el
trato a diario y, quizás especialmente, para
sus familiares, que verían a uno de sus seres más queridos atravesando
este difícil y angustiante estado. Los casos en que la forma natural superaba a
la conciencia y la identidad eran muy inusuales, y tenían fácil solución, pero
siempre que aparecía uno era motivo de una enorme preocupación, por todo lo que
representaba.
_Eso no me convence – se mostró en desacuerdo
Eduardo, que tal vez sin darse cuenta, había empezado a agitar las alas, lo
mismo que su prometida –, y es por lo mismo que vos. Por la preocupación que
surge de lo peligrosa que es la situación. Aunque tengas una experiencia mayor
que la mía en estos casos, no deja de ser una amenaza. Y le prometí a Iulí y
Wilson que iba a cuidarte y velar por tu seguridad hasta mi último día.
El brusco movimiento estaba ahora
escuchándose más cerca, y abajo, en el suelo, las hadas se dieron cuenta de que
algo malo, o raro, estaba pasando. Un grupo que había allí, de media docena, dio
unos pocos pasos hacia atrás cuando vieron emerger de entre la espesura a
numerosos animales de diferentes tamaños, lanzando vocalizaciones y golpeándose
unos contra otros para ver quien era el primero en escapar del peligro. Las
hadas se debatieron entre quedarse o irse, hasta que optaron por lo último al
ver que cuatro de sus congéneres precedieron al último de los animales,
llevando uno de estos seres feéricos a un enjambre de liuqis sobre sus hombros
y en los brazos.
_Allí viene., advirtió Isabel, también
batiendo sus alas.
El cocodrilo rey apareció en el claro a los
tumbos, dando un atronador rugido moviendo el enorme hocico a los lados,
espantando a todos cuantos hubieron de estar cerca suyo. Esos quince metros de
longitud eran suficientes para ahuyentar a cualquiera, y un “arma”, de todas
con las que contaba el depredador. Ser golpeado intencional o accidentalmente
por ese poderoso cuerpo, o recibir un coletazo, supondría un pasaje más que
seguro al otro lado de la puerta.
_¿Puede correr?., reaccionó Eduardo,
observando al monstruoso animal y pensando en como contenerlo.
Era una serie de movimientos que combinaban
saltos cortos con una cierta carrera que tranquilamente podrían darle al animal
la suficiente velocidad como para abrirse paso entre posibles obstáculos a su
paso. Esos saltos también eran temibles, no tanto por la altura – no debían de
superar el metro –, sino por los golpes secos que producían las patas al dar
contra el suelo. Cualquiera que estuviera desprevenido, e inadvertido del
peligro, se espantaría. Para ellos, los que anduvieran a cierta distancia, el
suelo tendría que temblar.
_Treinta kilómetros por hora – informó Isabel
–. Es increíblemente veloz para su peso y tamaño, y eso lo hace aún más peligroso.
Tenemos que movernos con cuidado. ¿Nos movemos ahora, “héroe”?.
Sonrió al pronunciar esa última palabra, y su
compañero también lo hizo.
_Ahora – coincidió Eduardo, ambos
descendiendo en círculos, tratando de hallar un punto débil en el depredador,
descubriendo que los pocos seres elementales que quedaban por allí se mantenían
a la distancia –. Hay dos cosas que no comprendo., agregó.
Lo primero que se les ocurrió fue llamar la
atención del monstruo, planeando sobre el y posándose en el suelo unos cuantos
metros delante suyo, al parecer con intenciones de dejarlo en el centro del
claro, para impedirle un nuevo escape. Allí lo tratarían de dominar.
_¿Cuáles son?., se interesó Isabel, antes de
pronunciar con voz clara y potente la palabra “¡UPDOSEHAGOVSEPT!”
“Transfiguración”, en el idioma antiguo de
las hadas.
Al instante, pasó de ser una mujer hermosa en
grado extremo a ese monstruo de tres metros compuesto por materia vegetal en su
totalidad (ramas, lianas, hojas…) e inflorescencias en las articulaciones, con
las delgadas raíces que le cubrían los pies, pequeñas ramas delgadas en lugar
de dedos y la cara tan aterradora al final del cuello cinco veces más largo que
el de una persona, con tres cuernos, a los lados de la cabeza y en la punta del
hocico, un vistoso abanico y grandes colmillos en ambos maxilares. Se paró
firme, y solo con eso confió en que fuera suficiente para llamar la atención
del depredador.
_Las hadas pueden comprender mejor a los
animales, hacerles entender que no se encuentran frente a una amenaza, y hay
algunas que los tienen como su cualidad, o don, a la fauna, y en particular a
los reptiles. ¿Por qué no se quedaron a enfrentarlo, si poseen esa ventaja? –
inquirió Eduardo, haciendo vibrar ambas manos. Distraería al cocodrilo rey y lo
alejaría de los bosques colindantes –. Y segundo, que no es un planteo, sino
una observación. Esta es la primera vez que hay una situación de peligro y no
veo a los guardias reales por ninguna parte.
Los ojos del monstruo a su lado pronto se
enfocaron en su persona, sin dejar de prestar atención al depredador.
_Porque estamos ante una de las pocas
especies que escapa por completo a cualquiera de las habilidades que poseemos
los seres feéricos, e incluso a las de las hadas que pueden entender y dominar
s los reptiles u otros animales. En casos como este lo más prudente es
conservar la distancia… aunque hay algunos locos que prefieren lo contrario –
abrió sus feas fauces e hizo una rara vocalización, que Eduardo interpretó como
una sonrisa –. Las hadas guardianas deben estar preparándose. No solo tomando
sus equipos y armamento, sino escuchando a los expertos de SAM. Necesitan de
esa información antes de proceder y… ¡ahí viene!.
Repentina e intempestivamente, el cocodrilo
rey, soltando un atronador rugido, pareció {o asumir que el monstruo formado
por materia vegetal y el hombre a su lado podrían ser una amenaza para su
seguridad e integridad. En una fracción de segundo, prorrumpió en veloz carrera
y lanzó su primer ataque, que por poco no acabó con el brazo izquierdo de
Eduardo, quien aprovechó para hacer levitar el agua de un arroyo cercano – era
esencial el contacto visual con el líquido – grandes cantidades de ella, y
arrojarla en forma de una gruesa y enorme esfera, a toda velocidad, hacia el
lomo del animal. Fue el mismo momento no desperdiciado por Isabel, cuyos dedos
en ambas manos se transformaron en lianas (látigos), que empleo en un intento
por amedrentar al depredador. Pero a un animal carnívoro con ese peso y
dimensiones no se lo podía asustar, mucho menos vencer, con ese tipo de
ataques, que debieron ser para el como un escupitajo y suaves golpecitos. Aun
as{i, la pareja quiso intentarlo de nuevo. Eduardo lanzándole el agua a presión
desde una altura prudencial, revoloteando sobre la bestia, buscando un punto
débil en su voluminoso cuerpo, e Isabel lanzando uno tras otro los latigazos,
concentrándolos, siempre que el cocodrilo rey se lo permitía, por estar
distraído con su otro oponente, en las patas delanteras. Concluyó que tumbarlo
sería una buena jugada (además de todo un logro, por el peso del cocodrilo
rey), porque eso les daría, aunque breve, una ventaja. Ante la sucesión de
ataques, de los latigazos y chorros permanentes, el gigante depredador no hacía
más que sacudir la cabeza y lanzar uno y otro coletazo, cada vez que Isabel y
Eduardo se situaban cerca suyo. Sus escamas eran tan fuertes como una armadura
que lo protegían de los ataques, y la pareja lo sabía; ya habían visto que ni
siquiera dejaban marcas en ellas. Isabel probó un ataque distinto, moviendo los
brazos de manera tal que los codos siempre apuntaran al enemigo a doblegar.
Así, decenas de filosas espinas salieron a toda velocidad hacia adelante,
impactando al cocodrilo rey en la cabeza y las patas delanteras, pero la
mayoría simplemente rebotó y cayó al suelo. Unas pocas se incrustaron, menos de
diez, pero el depredador no sufrió ningún daño y respondió al ataque
abalanzándose contra la fuente del ataque. Isabel lo evitó a último momento,
saltando varios metros y cayendo a una distancia segura, y justo cuando el
reptil gigante se preparaba para la nueva embestida, reapareció Eduardo,
lanzando una masiva y continua descarga de agua, recurriendo a sus habilidades
para dominar ese elemento, al lomo del animal. Ambos estuvieron demasiado cerca
sin proponérselo, y cuando cayeron en la cuenta de eso ya era tarde; el
cocodrilo rey los catapultó con un único coletazo unos cuantos metros hacia un
lado, y Eduardo e Isabel sintieron primero el fuerte golpe en el pecho y el
vientre y después en la espalda, al caer bruscamente al suelo. “Carajo”,
protestaron los dos, sorprendiéndose Isabel así misma por decir una grosería
(no era afecta a eso, como la mayoría de las mujeres feéricas), incorporándose
con dificultad y lentamente, Eduardo sosteniéndose la cintura con ambas manos,
buscando no caer nuevamente, y el hada de la belleza sacudiendo su atemorizante
cabeza. El cocodrilo rey embistió una vez m{as, haciendo temblar el suelo con
la carrera, y por poco, por muy poco, no dio de lleno un fuerte golpe con el
enorme (y feo) hocico a ese par que era su blanco. Recurriendo a las lianas
otra vez, Isabel enlazó al animal por el cuello, montándose sobre su escamoso y
grueso lomo – debía ser al menos media tonelada el peso que estaría empezando a
soportar el depredador –, y Eduardo volvió a la carga con los chorros de agua
en forma continua, pero con una presión mucho mayor y enfocándose en un solo
punto.
El hada de aura lila tensó la decena de
lianas en el cuello del animal, a lo que este sacudió su voluminosa cabeza y
cuello. Parecía un rodeo, l comparación le resultó inevitable a Eduardo, donde
Isabel hacía sus esfuerzos por mantenerse de pie sobre el lomo del cocodrilo
rey, en tanto ejecutaba movimientos y sacudones más bien violentos para
quitarse al monstruo vegetal de encima. Las descargas de agua que lanzaba
Eduardo lo estaban limitando en cuanto al radio de acción, pero ni una cosa ni
la otra resultaban suficientes, porque, simplemente, el reptil era muy grande y
lo bastante fuerte para que unos pocos lazos entremezclados en su cuello y el
agua le causaran algún daño significativo. Ignorando la inferioridad fue que
ambos miembros de la pareja aumentaron la fuerza de sus ataques, el hombre
acortando la distancia existente entre el y el enemigo a vencer, y en un
momento pareció que al final habían conseguido doblegarlo. Pero con un monstruo
como este no podrían estar seguros ni confiarse, y no bajaron la guardia sino
hasta que aquel flexionó las extremidades. “Es todo, parece”, observaron,
aunque no con un convencimiento total. De sobra sabían que ni una cosa ni la
otra servirían para la victoria total, y sus temores e incertidumbre se
volvieron realidad cuando, habiendo Eduardo cesado con su ataque e Isabel
aflojado la tensión en las lianas, el depredador arremetió nuevamente, con dos
movimientos certeros que asombraron por demás a ambas víctimas. Un segundo
coletazo, quizás más fuerte que el anterior, catapultó al hombre varios metros
hasta dejarlo en la orilla del arroyo. Eduardo volvió a levantarse, esta vez con
serias dificultades y varias heridas y golpes. Se reincorporó a la lucha, solo
para ser testigo directo de una escalada en la amenaza. Inmediatamente al
violento sacudón que hubo de llevar al suelo al monstruo vegetal, el cocodrilo
rey hizo un increíble movimiento que dejó atónita a la pareja. Demostrando sus
grandes destrezas, se incorporó sobre las patas traseras, abrió las enormes
mandíbulas echando la cabeza hacia atrás… para dar velocidad e impulso a ese
inesperado y aterrador rayo que pudo tener como blanco a cualquiera de los dos,
porque Eduardo e Isabel estuvieron juntos cuando el rayo fue lanzado. Por muy
poco lo esquivaron, el hada de aura lila aun con las lianas alrededor del
cuello del gigante depredador, y observaron, no sin una dosis justificada de
temor, como detrás de ellos, a unos diez u once metros, estaba una gran mancha
oscura y humeante en el piso. Un área sin forma definida había sido carbonizada
por completo. Conscientes de que cualquiera de ellos pudo haber resultado la
víctima fatal, se dieron cuenta Isabel y Eduardo que tenían frente a si,
ignorando quien podría ser en verdad, a un hada del rayo, y eso, advirtieron,
era otro motivo por el que preocuparse, como si no tuviera ya suficientes la
pareja.
Tenían frente a si a un ser feérico que
poseía uno de los dones más misteriosos e inusuales de todos, además de uno de
los menos numerosos. Eso en si representaba el otro motivo, porque lidiaban con
un individuo que estaba, por una causa desconocida, ignorante no solo de su
identidad, sino también, y a consecuencia de aquello, de que podía lanzar
descargas eléctricas capaces de “freír”, literalmente, cualquier cosa que
impactaran. Podrían hallarse (lo estaban, de hecho) frente a un arma
incontrolable. Isabel habló para decir que debían moverse con cuidado, sin
dejar de enredar las lianas en el cuello del reptil. Y justo cuando pensaron
que la situación no podía ser peor, pasaron dos cosas que los dejaron sin aire.
Sin querer y de casualidad vieron, distantes y seguros, a un grupo de seres feéricos
curiosos que estaban siendo testigos de la confrontación, de como un cocodrilo
rey estaba superando sin problemas al par que se le oponía, ignorando esos
curiosos que se trataba en realidad de un hada. Ellos podrían resultar heridos
si la batalla se intensificaba y continuaba, a esa conclusión llegó Eduardo al
pensar en que había sido catapultado entre ochenta y noventa metros con un solo
golpe. Y en el momento en que afirmaban que la batalla debía terminar, el
enorme depredador hizo su movimiento más reciente, uno que dejó los pelos de
punta a los componentes de la pareja. Sin poder liberarse de las lianas, y
todavía siendo impactado por las enormes descargas de agua a presión, el
cocodrilo rey volvió a incorporarse sobre las patas traseras – semejante
monstruo de pie hubiera asustado a cualquiera –, pero esta vez fue diferente.
Lanzó a los cuatro vientos, sin ninguna dirección en particular, un atronador
rugido, tan fuerte que taladró los oídos de Isabel y Eduardo. Pero eso no fue
todo, ni mucho menos lo peor. Como imaginaban, la situación empeoraría. Y lo
hizo. “¡Carajo!”, volvieron a exclamar.
Lo que pasó en los siguientes segundos, no
más de quince, que que el cocodrilo rey cambió su forma física. Sosteniéndose
sobre las patas traseras, la figura de reptil sufrió varios espasmos continuos
y violentos antes de empezar esa sorprendente mutación. Ahora si era una
amenaza completa, con esos más de diez metros de altura y las gruesas piernas y
brazos que al suelo hicieron temblar con esos primeros pasos. Había asumido una
forma feérica, pero infinitamente más atemorizante que la de cualquiera de esos
seres. Tanto las piernas como los brazos eran por si solos una fuerza a tener
en cuenta, con tanta musculatura como el torso, y todo el cuerpo estaba cubierto
por escamas tan fuertes como una coraza. A su aspecto intimidatorio
contribuían, y mucho, la cola de seis metros de longitud, que contaba ahora con
cinco filosas púas en el extremo, y la cabeza, que conservaba casi todos los
rasgos de la del cocodrilo rey, incluidas las mandíbulas repletas de mortíferos
dientes.
“Sáquenme de esto”
El monstruo, ahora caminando tranquilamente
sobre las patas traseras, no tuvo problema alguno en soltarse de las lianas que
a duras penas quedaban enroscadas en su cuello, en tomarlas con la mano
derecha, asir hacia el la fuente y hacerle saber a esta y a Eduardo que ambos
no eran de su agrado. Resoplando, lanzando una salva de rugidos y moviéndose
con decisión, sencillamente los quitó de su camino. Con un único y rápido manotazo
que de seguro tuvo que dolerle a su víctima, y mucho, mandó a Eduardo sin
escalas hasta el arroyo y el arqueólogo cayó al agua de lleno, provocando
salpicones en todas las direcciones. A los pocos segundos que de el se perdiera
todo rastro, fue el turno de Isabel.
Sin dejar de ser ahora el monstruo reptil que
sostenía las lianas con las manos, empezó a hacerlas girar en lo alto,
arrastrando con ello a la hermana de Cristal, ganando velocidad con cada giro,
hasta que finalmente soltó las lianas y el monstruo salió disparado contra los
árboles, estrellándose contra uno de ellos y derribándolo con el fuerte
impacto. El cocodrilo rey – un hada transformada que ignoraba su verdadera
identidad – resultó ser el vencedor, aparente al menos, de esta batalla que había
durado alrededor de cinco minutos, y para celebrarlo lanzó un rugido más fuerte
que los anteriores en dirección al cielo, a las alturas, levantando también los
brazos en señal de triunfo. Los curiosos a la distancia, los que quedaban
(muchos habían optado por la retirada, al ver la gran transformación del
cocodrilo rey), admitieron que ahora eran mayores los problemas para cuantos
quisieran detenerlo, o de ello hacer el intento. Concluyeron también que no
estaban seguros allí ahora que había derrotado al par que por unos minutos tuvo
frente a si, el cocodrilo rey se marcharía, probablemente en busca de nuevas
víctimas, o peor, de alimento.
Y entonces se escuchó otra vez el pedido de
socorro “¡Sáquenme de esto!”, de fuente y ubicación desconocidas.
El enorme reptil, ahora avanzando sin
preocupaciones, dio unos cuantos pasos hacia aquel punto donde había arrojado a
sus víctimas, dejando profundas marcas en el césped. No quedaba rastro alguno
del hombre, que quizás hubiera sido arrastrado por el agua, de manera que s
concentró en el monstruo vegetal, aparentemente desmayado sobre el árbol caído.
Vaciló un breve instante, como si estuviese estudiándolo para comprobar si
continuaba siendo una amenaza o no, y se abalanzó sobre el, llevando hacia
adelante y hacia abajo sus enormes y escamosas manos. Hubiera sido el fin para
Isabel, que habría ido al otro lado de la puerta, de no ser porque un repentino
y brusco sacudón en el arroyo, precedido por un rugido mucho más atronador que
cualquiera de los que lanzara el reptil, hizo que este detuviera el ataque
sobre Isabel y torciera la cabeza hacia la izquierda, detectando el peligro al
instante. Lo que pasó lo tomó por tanta sorpresa que el cocodrilo rey apenas si
tuvo el tiempo para esquivar el primer ataque. El único que esquivaría. Se
produjo un violento agitamiento en el agua y de ella, con un impresionante y
agilísimo salto, emergió un monstruo nuevo, que al impactar contra el suelo
produjo un temblor lo bastante fuerte como para que Isabel empezara a recuperar
el conocimiento, y al erguirse quedó en evidencia que en altura doblaba al
cocodrilo rey. Era simplemente una mole de músculos y escamas contra la que el
reptil no tenía oportunidades, y este sabía eso. El nuevo individuo, tan grande
como amenazante, tenía una forma feérica bien definida, con esas piernas y esos
brazos cubiertos de escamas grisáceas de una anchura mucho mayor a la de una
persona, el torso que se inflaba y desinflaba con la profunda respiración, un
cuello que apenas era visible y manos y pies con dedos que terminaban en
grandes y de seguro filosas garras. Lo terrorífico, además de la altura y la
musculatura, venía de la mano de la cola, que no debía de tener una longitud
inferior a los diez metros y tenía una formación ósea esférica en el extremo, y
la cabeza, con todos los rasgos e idéntica fisonomía a la de un tiburón
gigante. Los ojos pequeños, el hocico puntiagudo y las hileras repletas de
filosos dientes ya tenían un objetivo y en este se estaban centrando, sin dudas
ni vacilaciones. Los pies del nuevo monstruo se movieron, y esa fue la señal
que necesitó el cocodrilo rey para empezar la retirada, reconociendo el grave
peligro si se quedaba a pelear.
No lejos de allí, Isabel, con dificultades,
volvió a incorporarse; le dolían las articulaciones y debía hacer esfuerzos
para centrar los ojos en ambos monstruos.
El cocodrilo rey emprendió la veloz carrera,
pero no llegó lejos. Cuando apenas se hubo de alejar unos metros, las manos del
otro peleador lo sujetaron con brusquedad por los hombros y empujaron al suelo.
Cuando el reptil se dio vuelta, buscando como responder, o evadirse del peligro
y huir, encontró al cetáceo mirándolo fijo, pronto a sujetarlo con las manos
por el cuello y sacudirlo en lo alto, antes de arrojarlo con fuerza y hacerlo
dar una y otra vuelta por el césped hasta casi los límites del espacio verde.
La enorme mole grisácea, con solo media decena de pasos (quedaron marcas en el
suelo, muy profundas), lo alcanzó y dio una patada en el bajo vientre, cortando
con eso la mayoría de los movimientos del reptil, que aun con semejante ataque
pudo ponerse de pie, lanzar un segundo rayo y usar la distracción del cetáceo
para intentar escapar. Hubiera tal vez tenido éxito, o tal vez no, eso no iba a
conocerse, pero cuando quiso abrirse camino a los tumbos y con grandes dolores
entre los árboles, una llamarada surgida desde el otro extremo le cortó en un
instante todas las opciones de retirada. Era todo parea el cocodrilo rey, con
esa pared de fuego detrás de el, a menos de cinco metros, y el cetáceo por
delante, de nuevo avanzando a la carrera y dejando las profundas marcas. Para
cuando juntó las fuerzas necesarias (las que le quedaban, luego de la paliza
recibida) como para lanzar un golpe con el puño derecho hacia adelante, el
monstruo reptil había recibido otro fuerte impacto, en la base del cráneo, que
le restó ese remanente de fuerza y la posibilidad de mantenerse de pie.
Flexionó las piernas, sus rodillas dieron contra el suelo y cayó bruscamente,
desmayado, tras lo que el vencedor hizo levitar la suficiente agua como para
sofocar las llamas.
La batalla había terminado y Eduardo, aun con
el notable asombro por haber ejecutado correctamente esa técnica – asumir una
forma feérica bien definida encontrándose transformado – con el primer intento,
saboreó la victoria con la clásica postura de los brazos para exhibir los
músculos, antes de cruzarlos y apoyar el pie izquierdo sobre la espalda del
monstruo desmayado. “¡Fanfarrón!”, exclamó la esbelta figura que avanzaba hacia
el, con una inconfundible voz femenina. Se trataba de Isabel, pero no era aquel
ser enorme y feo de tres metros de alto compuesto solo de materia vegetal, con
lianas que nacían en sus dedos y flores en las articulaciones, Este era un ser
(era una forma) más agradable a los ojos, del mismo atractivo físico e idéntica
altura a la “primera versión” del hada de aura lila. La piel mostraba varios
tonos de verde, todos claros, excepto en las articulaciones, donde eran un
tanto más oscuros. Los ojos era de un intenso color negro, igual que ese
cabello largo que le llegaba hasta la cintura. En los dedos de las manos había
largas garras, tal vez de cinco centímetros y ya no la bordeaba un aura lila,
sino fugaces destellos que combinaban los tonos de violeta, los mismos que
aparentaban estar brotando de los tobillos y las muñecas. Eduardo la observó
acercarse hasta el, descruzó los brazos y extendió hacia ella uno de ellos, el
izquierdo, apoyando la mano en el suelo y dando a entender con eso lo que
quería; Isabel captó esa idea y, ya de pie sobre la palma, el cetáceo gigante
subió el brazo hasta dejar la mano a la altura del hombro. Isabel se sentó allí
(las diferencias en la altura y el peso eran inmensas), cruzando una pierna
sobre la otra y apoyando las manos en el enorme hombro del monstruo, que volvió
a adoptar la pose anterior de triunfo.
Y entonces empezó el monstruo reptil a
recuperarse, a tener, aunque muy leves, movimientos nuevamente. Torció el ojo
izquierdo en dirección hacia arriba, como pudo, observando que era lo que
estaba oprimiendo su espalda. “¡Quítense de encima!”, exclamó repentinamente, a
lo que Eduardo e Isabel reaccionaron bruscamente, retirando el primero su pie,
la dama saltando ágilmente al suelo, y preparándose ambos para reanudar la
batalla en ese espacio público que había quedado en estado calamitoso, y con
los curiosos ahora viendo desde una distancia menor, habiendo estos creído que
la situación estuvo controlada. Sin embargo, al reptil no parecieron quedarle
las suficientes energías como para hacer otra cosa que incorporarse y sentarse,
lentamente, y ver las heridas y golpes que tenía en el cuerpo, desconcertado al
darse cuenta de que algo hubiese podido traspasar su gruesa capa de escamas
acorazadas. Quitándose dos espinas de la mandíbula inferior, de aquel ataque
del hada de aura lila, se puso de pie, con dificultades, y volvió a asumir la
forma anterior. El cocodrilo rey, tan amenazante como antes, dio unos breves
pasos en dirección a la pareja, que no detectó peligro alguno en ese
movimiento, y dijo nuevamente unas palabras: “Me sacaron de ese problema, y se
los agradezco”. Eduardo e Isabel empezaron a asumir la posibilidad de que el
individuo hubiera estado bajo algún tipo de sugestión o control que le impidiese moverse y pensar por si
mismo y no tener dominio sobre sus habilidades. Creyeron confirmarlo cuando,
tras otros pocos pasos, el cocodrilo rey volvió a transformarse en un hombre,
uno de alrededor de dos metros, piel oscura y un aura verde oliva, que en los
brazos se confundía con el color de las escamas que aún conservaba. “Eso es
permanente”, dijo a la pareja, refiriéndose a una de las secuelas que quedaban
tras conservar por tanto tiempo la forma natural, como los seres feéricos
conocían a la primera de sus transformaciones. Eduardo e Isabel también
volvieron a la normalidad – por unos segundos hubo nuevamente un gigantesco
megalodón varado en la tierra – y se acercaron al hombre, al ver que volvía a
flexionar las piernas. Alcanzaron a atajarlo justo cuando perdía el
conocimiento, y al mismo tiempo que desde las alturas llegaban Lursi y Olaf
encabezando a un grupo de médicos y guardianas, que al ver al trío allí y las
condiciones en que quedara el terreno intentaron comprender lo ocurrido. El
segundo al mando de SAM miró a la pareja ilustrando su teoría con gestos
manuales y faciales, y Eduardo le contestó con voz clara “Eso exactamente”.
“Asombroso”, respondieron el médico y el jefe de la Guardia Real, quienes
detectaron también heridas en los vencedores. “Los tres al Hospital Real,
ahora” – decidió Lursi, detectando los curiosos en vuelo y a pie hasta esa
ubicación –, “y que avisen que estos son dos casos prioritarios”.
De inmediato quedó de manifiesto por qué
Eduardo, uno de esos casos prioritarios, requería de esa atención médica
urgente, y ni siquiera hizo falta que Lursi o cualquiera de las hadas médicas
hiciera un examen más o menos exhaustivo, les bastó únicamente con una
observación sencilla y superficial. El compañero de amores y prometido de
Isabel tenía dos costillas aplastadas o rotas y, tras los primeros pasos, se le
notó la dificultad al caminar. No lo podía hacer con normalidad y, en tanto el
hada de aura lila y uno de los médicos lo ayudaban a mantener el equilibrio y
decidían llevarlo sobre sus hombros, reconoció que los ojos se le estaban
cerrando, no solo por el agotamiento a causa de la batalla, sino también por un
momento particular de ella, ese en que el oponente lo mandara volando de un
solo golpe y de cabeza al arroyo, el mismo golpe fuerte que le había dañado las
costillas. Antes de cerrar los ojos, de perder el conocimiento, una última
visión y un último pensamiento ocuparon a Eduardo. Vio como cuatro de las hadas
guardianas se esforzaban por asir al hombre negro con los brazos cubiertos de
escamas (una secuela permanente de la transformación prolongada) de las muñecas
y los tobillos; siendo el individuo demasiado pesado, su traslado hasta el
Hospital Real no sería sencillo, y de seguro pasaría allí varios días. El
pensamiento que lo tuvo ocupado hasta el desmayo fue el cien por ciento seguro
encuentro con Nadia, pues esta lo miraría a los ojos sonriendo ampliamente y
con una mano extendida hacia adelante, reclamándole los quinientos soles por la
apuesta hecha en Julio, luego de enterarse la consejera del regreso de Wilson,
Iulí e Iris y el viaje a la Casa de la Magia: Eduardo no volvería a poner los
pies en ninguna instalación médica en lo que le quedara al año.
El cuatro de Diciembre – Nios número tres –,
apenas después de las ocho de la mañana, Eduardo abrió los ojos y se encontró
acostado boca arriba en ese dormitorio del hospital, donde bien sabía que
terminaría. Tenía un manojo de vendas que le cubrían el pecho y parte del brazo
izquierdo, además de la pierna derecha entablillada y varias cicatrices en las
partes visibles del cuerpo. Preguntándose si no sería ya algo característico
suyo verse con el atuendo celeste que le daban a los pacientes masculinos (el
de las mujeres era rosa), y esforzándose en incorporarse, observó el entorno,
detectando al instante, al leer un letrero sobre el marco de la puerta, que esa
era una habitación en el área destinada a problemas, enfermedades y dolencias
leves. Sus visitas anteriores a lugares como este ya le habían servido para
familiarizarse con todos esos elementos e insumos que estaban sobre la mesita
junto a su cama y en un instante, y por eso no le llamó tanto la atención. A su
lado, a dos metros de distancia, estaba la otra cama del dormitorio, separadas
ambas por una puerta plegadiza de madera. Había otro paciente allí, y a juzgar
por el leve ruido, dio vuelta una página de algo que estaba leyendo.
_Ojalá no tenga que pasar un minuto más acá –
dijo una voz masculina áspera desde dentro –. Hay trabajo pendiente y necesito
saber que o quien me hizo esto el Chern número veintisiete, el veintiocho de
Noviembre, para darle su merecido.
La puerta se corrió vía telequinesia y quedó
visible el hombre negro con el que había Eduardo peleado. Se lo notaba en una
mejor condición física que al final de la batalla, y también de mejor humor.
“Estos ya están como nuevos”, dijo al otro paciente, exhibiendo los brazos,
dejando el último número de “El Deportivo” sobre una silla junto a la cama.
Ambas extremidades habían perdido todo rastro de piel, entre el hombro y la
muñeca, un lugar ahora ocupado por las resistentes escamas. Todavía le costaba
trabajo ejecutar algunos movimientos, especialmente los complejos, algo que
quedó de manifiesto cuando quiso levantarse de la cama y terminó sujetándose
del armazón que sostenía la puerta plegadiza. “¡Maldición!”, protestó, no
culpando al prometido de Isabel por no haberlo ayudado, con el pecho envuelto
en vendas y una pierna entablillada.
_Fue mi culpa – admitió Eduardo, echando una
rápida ojeada al periódico, y viendo una excelente noticia en la contratación
de tres jugadores nuevos en su club favorito de balonmano –. Esa patada después
que emergí del arroyo…
_Pudo ser peor. Al menos no fue tan grave
como pareció al principio – se alegró el hombre –. Fue solo el susto inicial.
Estuve despierto ayer por la tarde, y Nadia y Lursi me dijeron que tengo para
una semana en el Hospital Real; eso no me alegró ni un poco. Y volviendo a lo
de la batalla, ese es un punto a tu favor, y confirma lo que dice la reina
Lili, que se esperan cosas buenas de vos.
_¿Y cuál es el punto a mi favor?.
_Venciste a un hada del rayo sin ayuda.
Aunque eso no está entre lo más infrecuente del mundo, no pasa muy a menudo.
Tiene que ver con nuestros dones. ¿Te hablaron alguna vez de la Cuadrícula de
los Elementos?, ¿de las ventajas y desventajas que existen entre ellos?.
_Si, varias veces., contestó Eduardo.
Era un libro de doscientas páginas que había
en la Biblioteca Real, muy antiguo, tanto que se remontaba a los años finales
de la Guerra de los Veintiocho. Su contenido era de ayuda invaluable para las
hadas que por atributo o don tenían a los elementos de la naturaleza, como el
agua y el rayo. El libro ofrecía información e instrucciones específicas sobre
las ventajas y desventajas de cada uno de los elementos, sus aplicaciones y
cuales podrían imponerse sobre los demás en caso (o no) de una batalla. El nombre
o título para el libro provino de la ilustración en la portada, una cuadrícula
donde estaban consignados los elementos y a cuales lograban superar o cuales
los superaban.
_El rayo supera al agua – dijo el hombre –,
aunque ahora que lo pienso, ninguno venció al otro. No usamos nuestras
habilidades especiales en esa batalla. Ese par de descargas que yo lancé fueron
lo mismo que usar la telequinesia para transportar el agua desde el arroyo y
hacer que me golpeara. Fueron demostraciones lo bastante insignificantes como
para hacer deducciones o ver quien es más fuerte.
Eduardo sonrió, ahora que había recuperado un
recuerdo; el motivo por el que quiso pelear contra el cocodrilo rey en primer
lugar. Ver cuál era su límite e intentar la victoria en una batalla. Pudo
lograr ambas cosas. Conoció un nuevo límite, al descubrir la segunda
transformación y llevarla a cabo correctamente en su debut con ella, y tuvo
éxito en una batalla, aunque no lo hizo solo. Isabel estuvo allí y entre los
dos superaron el desafío. Y justo cuando empezaba a revivir el combate en su
mente, la puerta del dormitorio se abrió delicadamente.
_Eduardito, que bueno que despertaste.
Allí estaba Nadia, tal y como el mencionado
paciente hubo de vislumbrarlo, sonriente y con la diestra extendida hacia
adelante. Procurando dejar eso para otro momento y volver a lo serio, la
consejera habló a los hombres sobre sus situaciones médicas, y los dos se
alegraron. Quizás más lo haya hecho Eduardo, que tendría el alta de un momento
a otro y podría volver a su casa antes del mediodía. Conociendo ya la fama de
Eduardo de buscar retos para probarse y conocer sus límites – lo hizo con el
cocodrilo rey, la Casa de la Magia, la Gran catástrofe… –, Nadia no dejó de
insistir con que no lo hiciera, que descansara y reposara hasta que no fueran
necesarias las vendas en el pecho y parte de uno de los brazos ni el
entablillado en la pierna. “No prometo nada”, declaró Eduardo con una risa
leve, recibiendo el paquete con su calzado y ropa que le diera la mujer de
Lursi (se habían casado en Agosto), quien aprovechó esas últimas palabras para
informarle sobre el tratamiento que había recibido y como debía actuar para
completarlo. “Reposo y nada de trabajos pesados en lo que le queda a este año”,
dijo (reiteró), convenciéndose en silencio de que podría no obedecer a una u
otra cosa. Una leve fractura en la pierna no era tan complejo, y bastaba con
ingerir dos o tres píldoras diarias para atenuar los dolores en ella y reducir
la dosis hasta que hubieran desaparecido, lo que, de acuerdo a los médicos,
pasaría en dos o tres semanas. Las costillas rotas habían sido recompuestas
recurriendo a potentes hechizos de curación y pociones, aplicados directamente
en la estructura ósea a través de una diminuta incisión quirúrgica – Una cirugía
intermedia”, explicó Nadia –, un procedimiento más complicado en lo teórico que
en lo práctico, y las vendas formaban parte del tratamiento posterior, de lo
que lo principal era que las heridas se cerraran y la incisión cicatrizara. El
toque final sería una cirugía cosmética para borrar las marcas. “¡Y nada de
esfuerzos físicos!”, repitió nuevamente Nadia, en un momento en que Eduardo
estaba cambiándose en el vestidor del dormitorio. “Lo voy a intentar”, se
comprometió finalmente el paciente.
_Estoy listo., anunció cinco minutos después,
reapareciendo en el dormitorio, pisando con cierta dificultad. El entablillado
le sería constantemente incómodo.
_Todavía falta algo.
_¿Qué cosa?.
_Los quinientos soles.
Eduardo sonrió y buscó las cinco monedas en
el bolsillo derecho del pantalón. “Cuando quieras apostar de nuevo…”, se burló
Nadia, tomando las piezas de oro. La estadía del experto en arqueología
submarina en el Hospital Real, de todas la más breve, había llegado a su
término y podía marcharse de la habitación. Su familia (Wilson, Kevin, Iulí,
Cristal y, por supuesto, Isabel) lo debía estar aguardando en la recepción del
edificio. Alguno de ellos completaría los trámites de externación y entonces se
marcharían, de vuelta al barrio Barraca Sola.
_¿Y qué hay de mi? – llamó el otro paciente
de la habitación –. ¿Pudieron averiguar algo?, ¿descubrir algo fuera de lugar,
de lo común?.
_Muy poco… casi nada, si tengo que ser franca
– admitió Nadia, acompañando las palabras con gestos faciales – Si usaron con
vos alguna clase de magia para controlar tu voluntad y tu mente vamos a tener
trabajo para rato. Por casualidad, ¿recordás cómo empezó todo?.
Eduardo quiso posponer su salida. La
historia, pensó, sería interesante.
_Si, pero hay grandes lagunas, espacios de
tiempo de los que no tengo un mísero recuero. Se todo lo que pasó hasta el
veintiocho de Noviembre a la mañana, pero desde ese instante hasta ayer a la
noche, cuando de hecho recuperé total control de mi persona, los recuerdos
aparecen como salpicones – describió el hombre, frotándose la nuca en respuesta
a un recuerdo recuperado. Un golpe recibido en esa parte, que lo obligara a
transformarse – Por más que me esfuerzo, no los logro conectar. ¿Será porque es
poco el tiempo que llevo con conciencia y conocimiento?.
_Debe ser eso, pasó menos de medio día –
pensó Nadia en voz alta –. Podrías probar describiendo en voz alta los últimos momentos.
Eso funciona casi siempre. Entre tanto es hora de estirar uno de los brazos.
Exhibió un minúsculo bisturí y un recipiente
de vidrio.
_¿Análisis de sangre?., detectó Eduardo, ya
viendo como caían las gotas.
_Eso mismo. Tenemos que confirmar o descartar
la presencia de cualquier agente extraño en la sangre, y por tanto en el
organismo – contestó Nadia – Que los haya o no va a determinar la fuente de tu
problema. Los expertos no van a tardar más de una quincena en tener los
resultados. Muy bien, Zümsar, listo con la sangre. Ahora podés empezar la
historia.
Y el hombre empezó a hablar, en tanto la jefa
de SAM le aplicaba una venda.
La urbana era una rama relativamente nueva de
la arqueología – al menos, ese era su estado en la Tierra –, cuyos practicantes,
de ambos sexos, se dedicaban a ella tanto por entretenimiento y diversión como
por obligación laboral, una tarea que por voluntad propia llevaban a cabo de forma
grupal o individual, como sustento. Lo que hacían los arqueólogos urbanos, a
veces en grupo o a veces individuos,
era, básicamente, ir de un lugar a otro en una determinada región, recuperando
o adquiriendo toda clase de artículos que ellos consideraran poseedores de
valor tanto económico como simbólico e histórico, y que por eso tuvieran su
utilidad para la cultura, la historia y las tradiciones de un país o una región
en particular, para conservarlas en alto y narrar, a través de esos objetos,
como era esa parte de la vida de las personas, en torno o no a tales elementos.
Podía ser cualquier cosa y lo único cierto, el único parámetro, era una frase
que caracterizaba a los arqueólogos urbanos y que les era recurrente, una de
tantas: “Cuanto más viejo, mejor”. También se conocía a esos hombres y mujeres,
que podían llegar a ganar hasta trescientos o cuatrocientos soles diarios, como
arqueólogos aficionados, recolectores, cazadores de antigüedades o arqueólogos
no convencionales. El prestigio de esas personas, sumado a la admiración y
fascinación de las hadas por su cultura e historia, hacían que hubiera un
anticuario o un museo de antigüedades en casa caserío, paraje, aldea y ciudad
en todos los países del mundo, muchos de los cuales eran mantenidos y
administrados por estos “arqueólogos urbanos”. Eduardo mismo era un admirador
de lo viejo (“Cosas de ayer”, como las llamaba el) y rara vez volvía a su casa
en Barraca Sola (lo mismo acá que en Las Heras) sin un objeto antiguo. Al
momento, se contentaba con una compra a la semana.
Zümsar, como se llamaba el otro paciente de
esa habitación, era uno de ellos, uno de los más de cinco mil arqueólogos
urbanos que había en el reino de Insulandia, una actividad que había empezado
dos décadas atrás junto a su familia, cuando solo era un adolescente de quince,
y que hoy continuaba en soledad, ante el fallecimiento de sus padres y sus dos
hermanos, ambos mayores que el, durante la Gran Catástrofe. El único de ese
grupo familiar – estuvo bastante lejos de su casa como para poder hacer algo –
explicó a Nadia y Eduardo que había abandonado Plaza Central apenas los relojes
dieron las trece en punto del Chern número veintiséis (veintisiete de
Noviembre) para ir a cumplir con su muy conocido y apreciado trabajo. Tal vez
haya sido por eso que a ninguna persona hubo de resultarle rara la ausencia tan
prolongada y la inexistencia de noticias suyas, ya que Zümsar solía ausentarse
de su casa por largos períodos de tiempo, y no se sabía nada de el hasta su
regreso. El arqueólogo urbano había elegido esta vez un área selvática al
sureste de la capital insular no muy lejana a La Bonita. Habiéndose hospedado
en una hostería al paso, no transcurrieron más de dos horas para que se hiciera
de sus posesiones y salir a hacer eso que tanto le gustaba desde una temprana
edad. Hizo exactamente lo mismo hasta la mañana siguiente, y poco antes de las
siete y media se entusiasmó al ver un objeto metálico pendiendo de una rama, en
lo alto de un árbol. Al acercarse vio que se trataba de un pequeño recipiente
cuadrado que en algún momento tuvo que contener tabaco en hebras, porque allí
estaba el logotipo de la CTISE, y la fecha de elaboración indicaba que había
sido producido en Marzo de hacía veinte años. Zümsar creyó que la Gran
Catástrofe pudo dejarlo allí, y aunque no era precisamente una antigüedad,
quiso recuperarlo.
Justo antes de llegar le pasó lo mismo que en
todos los viajes anteriores, lo asaltaba una emoción muy fuerte cada vez que
hallaba un objeto extraño y se dejaba llevar por ella. A esa emoción debió
obedecer el fuerte golpe en la nuca contra cualquiera de las ramas. Al verse en
dificultades, sabiendo que se daría un fuerte golpe al dar contra el suelo y sintiendo
el mareo a consecuencia, se transformó en el gigantesco cocodrilo rey e hizo un
brusco impacto contra el suelo. Eso había resultado, aunque el dolor en la nuca
persistía, y en tanto se preparaba para reasumir la forma feérica, los ojos se
le cerraron súbitamente y perdió el conocimiento. Luego de eso, vio y recordó
tan solo fragmentos de lo que sea que haya pasado, mezclados y difusos, y lo
más reciente que recordaba era una manada de nagas machos y hembras en viaje.
Estaba plenamente consciente de todo lo que le pasaba, pero no podía impedirlo.
Era, así lo había definido – y lo había sugerido Nadia –, como si algo o
alguien estuviera dominando sus movimientos, ejerciendo un control
prácticamente total sobre el enorme reptil, y este estaba subyugado a ese
control Al verlo, los nagas machos tomaron sus armas y se prepararon para la
batalla, pero fue poco o muy poco lo que pudieron hacer contra un monstruo que
los superaba ampliamente en tamaño, peso y habilidades. Se dieron a la
retirada, preocupados más por la suerte de las hembras y de la futura
generación que por luchar en una batalla perdida, y el cocodrilo rey, apenas
consciente de lo que pasaba y sin posibilidades de detenerse, se quedó allí
solo, sin saber que hacer ni a que lugares dirigirse. No lo hizo sino hasta
unos minutos más tarde, en tanto luchaba estoicamente por recuperar el habla y
realizar un pedido de ayuda, que vio movimiento no lejos de allí, y comprendió
(u oyó una vocecita) que debía ir a aquel lugar… a atacar.
_Describiste correctamente un control mental –
coincidió (¿se alarmó?) la consejera de SAM –, y eso no es bueno. Más que eso,
no puede ser tolerado. Quienquiera que lo haya hecho va a lamentarlo. Pero para
eso necesitamos los análisis de esta muestra de sangre.
_¿Control mental, cómo es eso? – se interesó
Eduardo –. ¿Las lagunas en la memoria pueden ser uno de los síntomas?.
Nadia contestó que si, que uno de todos era
justamente ese. Estar bajo total conocimiento, o parcial, de lo que se estaba
haciendo y no poder detenerlo.
_No fue para nada agradable estar atravesando
esa circunstancia., describió pensativo Zümsar, reconociendo a los ataques de
Eduardo como el fin del hechizo, porque un golpe particularmente fuerte era uno
de los dos métodos para poner punto final a un control mental, en tanto que el
otro consistía en la erradicación de la fuente.
Teniendo esa certeza, a los expertos de SAM y
CS (el Consejo de Ciencias), los consejos reales con competencia en este tipo
de problemas, les darían la difícil tarea de averiguar quien había decidido
aplicar esta técnica, autorizada únicamente en tiempos de guerra –
interrogatorios a los prisioneros –, como lo había conseguido, como lograron
dominar a un hada transformada en ese animal de semejantes dimensiones y, lo
más importante, con que propósito.
_Esas lagunas de la memoria entre el
veintiocho de Noviembre y la mañana del ataque a los nagas – empezó a plantear
Eduardo, haciendo muecas a causa de la pierna entablillada, e interpretó Nadia
eso como la señal para darle uno de los calmantes. El paciente lo ingirió en
seco y siguió hablando, ahora para preguntar –, ¿son totales o tenés algún
recuerdo fugaz?, ¿un olor, una estructura, sonidos, voces…?.
Zümsar contestó que no estaba seguro de si hubo
o no algo de eso u otra cosa. Podían ser especulaciones y estimaciones que se
acercaran a la realidad, o la realidad misma. El caso es que su memoria en esos
cuatro días estaba obstruida, y no era capaz de restablecerla, por más que desde
ayer a la noche lo estuviera intentando con toda voluntad y decisión. El hada
del rayo atribuyó esa incapacidad al escaso tiempo que de transcurrir hubo
desde que volviera a tener ese control, ayer por la noche. Lo único por el
rescatado, que lo asoció no a ese misterioso dominio sobre su mente, sino al
golpe que se diera contra la rama, cuando quiso recuperar el objeto, fue eso que
Zümsar definió como un zumbido continuo, casi idéntico a aquel que era
producido al taparse uno o ambos oídos con suavidad con las palmas. “Lo escuché
de a ratos, y muy poco”, aseguró, y el par a su lado se alegró, interpretando
eso como una buena señal. Pero Zümsar continuaba frustrado, al no poder
recordar más que un detalle que quizás no estuviera relacionado con el control
ejercido sobre su persona.
_Entonces, hay que buscar las pistas en otra
parte, en la mañana del día dos – apreció Eduardo –. ¿Qué cosa recordás desde
aquel momento en que decidiste, o lo hicieron en tu nombre, atacar a la
caravana de nagas?.
Zümsar contestó que no podía estar seguro
acerca de eso, que los sonidos y las voces, si las hubieron, pudieron ser un
efecto del control que ejercieron sobre el. Si escuchó a la gente hablando pudo
haberse tratado de los propios nagas preparándose para la batalla al ver
aproximarse al cocodrilo rey, o los demás seres elementales que pudieron andar
por allí, y los sonidos habrían sido cualquier cosa. Los únicos instantes en
que la víctima creía haberle liberado del sometimiento no los aprovechó para concentrarse
en retener voces, sonidos u olores, sino en hacer esos pedidos de auxilio (“¡Sáquenme
de esto!”) que sus buenos esfuerzos le costaron. Zümsar recién supo del fin del
control cuando Eduardo lo sujetó con las manos y sacudió con fuerza, antes de
hacerlo rodar por el césped.
_No habrá sido una tarea sencilla
controlarle, así que creo que lo primero que hay que hacer es averiguar como
pude quedar sin conocimiento – consideró, pensando en eso –, y máxime si estuve
transformado. De eso creo que lo único seguro es que el o los autores fueron
extremadamente valientes, e imprudentes. Eso y no tener absolutamente nada para
perder.
Había, entonces, dos tareas por hacer, y esa
era la primera. Averiguar como pudieron dominar a un animal tan grande antes de
aplicarle el control mental. Eso de por si sería complicado, y por tanto volvía
a cobrar importancia lo del análisis de la sangre de la víctima.
_Si te sirve de algo, hay ya expertos de la
DM trabajando. Reconstruyeron tu rastro desde que vieron por primera vez al
cocodrilo rey hasta que peleaste con Eduardo – le hizo saber Nadia a Zümsar –.
Si hay algo allí, cualquier evidencia que sea, ellos la van a encontrar; la
reina Lili y Olaf les dieron la orden.
La División de Misterios era un grupo del
Ejército insular que se encargaba exclusivamente de aquellos casos que quedaban
envueltos en lo misterioso desde el principio o durante un punto del desarrollo
de la investigación. Recolectaban todas las pistas existentes y podían
esclarecer el caso en un lapso de tiempo relativamente breve. Este grupo era lo
único que había quedado en pie de la antigua PoSe (el servicio insular de
inteligencia), ya que sus tareas no estuvieron vinculadas directamente con
mantener vigilados a los ilios. Nada hizo creer a los expertos de este
organismo ni al personal de SAM y al de CS que esos seres estuvieron
involucrados en el incidente, aunque era muy pronto para confirmarlo o
descartarlo.
_Yo tampoco lo creo. No me parece que hayan
sido los ilios. No se hubieran arriesgado a esto si no tuvieran algo grande en
mente. Quiero decir que no lo hubieran hecho por nada más que entretenimiento –
descreyó Zümsar, que, al mismo tiempo, pensó que si uno de esos diminutos y
peludos seres estuvo detrás de el lo encontraría, daría su merecido y llevaría
arrastrándolo por el suelo hasta un cuartel de la Guardia Real… o lo
eliminaría, dependiendo de su humor en ese momento – Cambiando un poco de tema,
¿ y mi condición actual?.
Nadia leyó el reporte médico de forma
resumida que estaba en una mesita junto a la cama. Físicamente, el hada del
rato no tenía mayores problemas que esos dolores que ahora estaba sintiendo. Este
documento indicaba la presencia de cortes, la mayoría pequeños, y numerosos
hematomas, de estos la mayoría en el torso y la espalda. Eso era producto de la
paliza recibida – Eduardo sonrió levemente pensando en eso; había tenido éxito
en lo único que no hizo o lo único de lo que no formó parte hasta ese momento:
una batalla – y, ante la ausencia de órganos dañados y huesos rotos, era
cuestión de tiempo, de unos pocos días, para que esos dolores desaparecieran.
Pero, por el momento, debía soportarlos y contentarse con los calmantes e insultos a causa de su condición., incluido
uno (aquel que empieza con la m) que escandalizó a Nadia. Momentos más tarde,
cuando la conversación hubo de llegar a su fin y el par se despidiera del
hombre que se quedaba allí, dijeron a modo de palabras de despedida.
_Y no te preocupes, vamos a llegar al fondo
de esto., lo tranquilizó la consejera de SAM.
Zümsar movió la cabeza para mostrar su
confianza con la funcionaria.
_¿Te hace falta algo?, ¿querés que te
traigamos alguna cosa?., le preguntó Eduardo.
_Alcohol y cigarrillos – contestó Zümsar
entre risas. Sabía, como todos, que eso era un buen remedio contra los malos
momentos –… y si pueden y animan, el último número de “Ciento Veintitrés” – una
publicación “para adultos” que veía la luz cada mes. Eduardo lo aplaudió y la
médica sintió un súbito y breve enrojecimiento en ambas mejillas – Pero hablando
en serio, me gustaría ver a Iris. ¿Pueden pedirle que venga, cuando tenga
tiempo?.
_Ningún problema. Esta tarde me voy a
encontrar con ella, así que le voy a avisar que querés verla – prometió Nadia –.
¿Qué le digo cuando la vea?, ¿para qué querés que venga?.
_Quiero decirle lo que siento, declarar mis
sentimientos por ella – contestó Zümsar, con un tono y gestos faciales que
indicaron la seriedad y veracidad en esas palabras. Desde que la infancia
cediera lugar a la adolescencia, tenía a esta alta ejecutiva del Banco Real
como su “amor”, y quizás animado por su vuelta a mediados del año, ese
sentimiento hubo de incrementarse. Para el arqueólogo urbano, había llegado el
momento de declarársele –, que no son lo que se dice desconocidos. Cualquiera
que me conozca sabe lo que siento, en ese aspecto.
Nadia sonrió y Eduardo levantó ambos
pulgares, mostrando el par la sorpresa y alegría de haber escuchado eso. Sobre
todo la médica, que conocía de vista al hada del rayo, aunque nunca había
tratado con el ni entablado una conversación. Había estado una que otra vez en
el comercio de antigüedades y visto varías fotografías de Iris, la mayoría con
dedicatorias, en el mostrador y las paredes detrás de aquel. Al menos,
reconoció, y así se lo hizo saber a Eduardo, tenía una ventaja, proveniente
esta de su árbol familiar, un descubrimiento un tanto reciente de los eruditos
del Consejo de Arqueología y Genealogía. Zümsar era descendiente en línea directa
de Báqe, el noble nimhuit – el gentilicio de los nacidos en el reino de Nimhu –,
y segundo al mando del Movimiento Elemental Unido que fuera el compañero de
amores de Iris antes y durante la Guerra de los Veintiocho.
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EL ascensor mecánico. Aunque ruidoso, era una
de las innovaciones con que contaba el Hospital Real, y formó parte de un
paquete más amplio de mejoras. Unía rápidamente los pisos superiores con la
planta baja y los subsuelos.
_¿Lo notaste?., llamó Nadia, en tanto Eduardo
accionaba una palanca.
Las puertas se cerraron y empezaron el
(corto) viaje hacia abajo.
_¿La marca en la nuca de ese hombre?, ¿Cómo la
que tuve yo en el tobillo, en aquel incidente? – apreció el arqueólogo
submarino, refiriéndose a la transformación involuntaria, cuando fuera a un
campamento con Isabel –. Si, lo noté. No soy un experto en botánica ni nada
parecido, pero esa clase de vegetales, hongos o lo que sea no crecen en esta
parte del país.
_No lo hacen – confirmó Nadia –, y eso es
bueno o malo según se observe. Malo por lo que les pasó a Zümsar y a vos, y bueno
porque puede ser lo que las hadas venimos buscando desde hace siglos… milenios.
Los ilios pueden estar detrás de los dos incidentes. Soy médica, Eduardo, y se
que por si solas esa plantas no son más que eso. Plantas. Se requiere de cierto
tipo de conocimientos mágicos, que muy pocas hadas poseen, para fabricar
pócimas para dormir y sedantes. Lili, Olaf y la DM lo tienen que saber cuánto
antes, pero no Zümzar. A el no hay que decirle una sola palabras hasta que sea
el momento indicado.
_¿Y eso por qué, si el fue la víctima?. Lo
tiene que saber.
Nadia negó moviendo la cabeza a los lados.
_No, no tiene, no ahora – insistió la
consejera de SAM –. El dice que no cree que los ilios hayan estado detrás del
incidente, pero su cara evidenció otra cosa. Si llega a saber de esa marca de
seguro no va a dudar en relacionarlo con ellos, ni va tampoco a dudar en dejar
esa cama donde está ahora e ir a la caza del o los culpables. Podría la guerra
empezar de nuevo.
_A no ser que lo haya hecho ya, con mi
incidente y el suyo – interpretó Eduardo, haciendo girar nuevamente la palanca,
al llegar a la planta baja. Aun con el bullicio al otro lado, pudo distinguir la
vos de su compañera –. ¿Y quiere reunirse con Iris?. Dudo, Nadia, que el
romance sea lo único de lo que quiere hablar con ella.
_También yo.
La puerta del ascensor se abrió y allí estuvo
el “comité familiar” para recibir a Eduardo, todos sonrientes y con los brazos
tendidos hacia adelante. Iulí y Wilson, en los extremos, emitiendo las primera
palabras, Cristal y Kevin, levantando los pulgares y elogiando su desempeño en
la batalla, e Isabel, tan atractiva como siempre, pero con una evidente
diferencia respecto de hacía dos días.
_¿Qué te pasó, Isabel?., reaccionó Eduardo,
sorprendido y asombrado.
FIN
--- CLAUDIO ---
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