Una escena de la pelea de Babel de Centauro contra Hyoga del Cisne
No me acuerdo que veía en
esa época en la televisión, después de llegar a casa desde la escuela, ni
tampoco en que canal. De hecho, se escaparon incluso de mi memoria el día y el
mes, pero el caso es que esa tarde, pasadas apenas las 17 horas con 30 minutos,
por una de esas casualidades, se me ocurrió pasar uno atrás de otro los cinco
canales (en esa época, mi familia y yo no teníamos un servicio de televisión
paga) picando los botones en el control remoto del televisor, un “Samsung” que
mi papá había comprado a mediados de 1991, del cual únicamente conservo dicho
control, por razones sentimentales y, por supuesto, nostalgia. Luego de
pasarlo, me detuve en el canal 7, el estatal, porque vi que estaban empezando
(¡lo agarré desde el principio!) un dibujo animado japonés que en mi vida había
visto. Si, supe que era de ese país porque en los créditos del final del
episodio pasaron los nombres de parte del equipo de producción, por eso y
porque había aparecido “Japón” como cierre de esos créditos. Era el primer episodio de “Los caballeros del
zodíaco”, aquel en que Seiya derrota a Casio en la batalla final, por la
armadura de bronce de pegaso, ante la mirada de varias decenas de espectadores,
entre estos el patriarca del Santuario, Marín y Shaina (más tarde reveladas
como las portadoras de las armaduras de plata de Águila y Ofiuco), las
entrenadoras de Seiya y Casio, respectivamente. No voy a referirme al episodio
en si, porque ese no es el motivo de este artículo, si, en cambio, a como me
enganché casi inmediatamente, desde ese día de 1995, con cualquier cosa que
estuviera relacionada con el universo CDZ: la serie que pasaban por la
televisión, de cuya emisión pasaron los
capítulos hasta ese en que Seiya derrota a Aioria, el caballero dorado de Leo,
las películas, álbumes de figuritas (¡nunca los puede llenar del todo!),
pósters, pines para la ropa, juguetes y eso… el “merchandising”, para definirlo
con una sola palabra. Fue el mejor animé
que haya visto y sin dudas lo va a ser hasta el día en que me muera, y creo,
además, que llegó en la época indicada,
a mis once años, y el hecho de haber sido
esta serie animada una de las pioneras de su género que se transmitía en
Argentina, hizo que el impacto fuera todavía más fuerte y llamativo, no solo en
mi caso, sino también en el de varias personas de mi edad, un poco más o un
poco menos. Podía se run poco fuerte, de
acuerdo, a causa de esa cantidad sideral de sangre que se derramaba en la
mayoría de los episodios, cada vez que había una batalla, pero valió la pena. Y
la sigue valiendo, porque no dejé de mirar cada una de las series y películas nuevas
que fueron apareciendo y precediendo a la original: la saga de Hades, Omega,
The Lost Canvas, Alma de Oro… ¡hasta la Obertura del Cielo me pareció buena!
Es verdad que la calidad del
diseño puede haber disminuido, especialmente con las armaduras doradas que
aparecen en CDZ: Omega (una cagada, si me lo preguntan) pero eso es algo que se
compensa con lo excelentes que son los argumentos. Con el tiempo, como dije, me
convertí en un fanático, imbancable algunas veces, de CDZ, y eso constituye algo que no cambió
con mi llegada a la adolescencia, la adultez parcial, a los 18 años, y la
total, a los 21; máxime conforme la tecnología fue avanzando (al fin sirvió para algo) y surgieron las
páginas como Youtube, Wikipedia y otras temáticas, con su contenido dedicado al
mundo de los mangas y animés. Allí pude obtener y ver cuanta información me
viniera en gana, incluida una de mis escenas favoritas, que es cuando los
caballeros de bronce son atacados por Babel, el caballero de plata del
centauro, y Saori descubre que es la reencarnación de la diosa Atenea.
Lo demás, como dije, no
viene al caso, a este artículo, en el que expreso parte de la nostalgia que
siento y que me invade. CDZ es uno de los mejores recuerdos que conservo de
varias épocas pasadas de mi vida y voy a hacer todo cuanto pueda para que eso
no se vea alterado con el paso del tiempo, de aquí hasta que me llegue la hora.
Por vocación o por opción, en varios aspectos, lo de ayer fue mejor que lo de
hoy, y este es uno. Quizás se deba a la originalidad en los dibujos animados
japoneses, quizás a que haberlo visto por primera vez en el 95 fue una época en
la que no tenía tantas preocupaciones, al menos no tantas como en la
actualidad, quizás a que a esa edad era natural que me gustaran estas cosas
(que lo hicieran a tal punto que lo clasifiqué como algo que tenía que
sobrevivir al paso del tiempo) o lo que sea… pero el caso es que este gusto
continúa presente y firme hasta hoy, a más de veinte años de iniciado, y se
reafirma con cada nueva obra que aparece, como “Alma de oro”, una de las más
recientes.
--- CLAUDIO ---
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