martes, 15 de mayo de 2018

18) Una pareja sola a la madrugada

La ceremonia de Transición fue tan esplendorosa para todos en La Fragua, 5-16-7 que recién la terminaron pasadas las ocho de la mañana del uno de Enero. Se divirtieron y disfrutaron tanto que una vez llegado el segundo tercio del primer día les costó esfuerzos entrar todo lo que habían sacado en la tarde-noche anterior. Botellas y envoltorios vacíos, colillas y cenizas, los restos de vidrio de una copa rota, las cajas y otros recipientes en que vinieron los obsequios, servilletas usadas, remanentes de la pirotecnia usados y un sinfín de residuos no orgánicos terminaron en tres grandes cajas que fueron a parar al taller-almacén, a la espera del paso de los empleados de la CONLISE. Los restos orgánicos, en cambio, se transformaron en el polvillo fertilizante, que las hermanas esparcieron en el patio de la casa. Tan cansados estuvieron que ni siquiera se preocuparon por la falta de higiene personal  y el estado nada elegante de su calzado y ropa. Así que cuando Cristal e Isabel pusieron sus pies nuevamente en la sala, se produjo el momento de las despedidas, sin muchas ganas de poner fin al encuentro, pese a lo cansados que estaban. Los primeros en irse, con parpadeos cada vez más lentos para evidenciar incluso el sueño, fueron Wilson e Iulí, a quienes observaron cruzar la calle y entrar a su casa en la vereda opuesta, tomados de la mano y apoyados uno contra otro.  “Seguro van a dormir hasta mañana”, apostó Kevin, que, junto, a su novia, dejaron la casa de los anfitriones alrededor de cinco minutos después, reafirmando la promesa de visitar juntos los cuatro, el quinto día del mes, el Vinhae. “Se los agradezco”, correspondió Eduardo, observándolos cruzar la calle y entrar también en la casa al otro lado de la calle.

Literalmente, Eduardo e Isabel durmieron quince horas seguidas, desde los primeros y posteriores minutos a las nueve de la mañana hasta la medianoche del jueves (dos de Enero) y hubieran continuado quizás durmiendo cómodamente en su cama de dos plazas, entre sábanas revueltas de no ser porque, con un sutil e involuntario movimiento, el hombre cayó de la cama y golpeó ruidosamente el suelo, un estrépito suficiente para despertar  a la dama, que se extrañó y preguntó “¿Tanto tiempo dormimos?”, solo debido a que estaba desorientada. Bostezando y frotándose el cabello con la zurda, preguntándose como matarían el tiempo ambos las horas de medianoche, aun desperezándose, fue hasta el armario y tomó un juego completo de ropa limpia,  anunciando al salir del dormitorio que se bañaría. “No debe ser tan complicado, ella lo hace a diario”, dijo Eduardo en su mente, refiriéndose a Isabel y el hecho de tender la cama todos los días, sin excepción. Recurriendo a la telequinesia, distrayéndose nada más que un poco cuando empezó a escuchar el agua cayendo en la ducha, quitó el par de sábanas, que llevaban allí desde la mañana del domingo (veintinueve de Diciembre), y las dobló pulcramente en forma de rectángulos, dejando ambas piezas sobre la silla mecedora, tomando entonces un par limpio y repitiendo el procedimiento, ahora a la inversa.  “No era difícil”, contempló, estando nuevamente, pasados tres minutos, la cama en condiciones impecables. Eduardo continuó ordenando la habitación, quitando con un esfuerzo relativamente bajo todo rastro de suciedad, dejándolos de momento apilados en un rincón. Abrió las ventanas, para que entrara un poco de ese agradable aire nocturno (desafortunadamente, también los mosquitos), y enfocó sus ojos en el panorama, notando cuan distinto se sentía y veía respecto del de la medianoche anterior. Ahora se podían escuchar con toda nitidez el arrullo de las hojas, los grillos y otros insectos de hábitos nocturnos  (desafortunadamente, los mosquitos entre estos)… “Otra vez a la normalidad”, dijo, tan contento aun por esas maravillosas jornadas que fueron para el este cumpleaños doble y la Transición.

 “Estás mejorando, te felicito”, habló Isabel, ya aseada y cambiada, dejando la ropa sucia con las sábanas (luego llevaría todo a la lavandería). El negro era monopólico en el calzado con hebillas, sin tacos, y la indumentaria (un vestido acampanado, sin mangas), parte de los obsequios de fin de año de su madre, con lo que había recuperado su encanto tan característico, perdido este además con el cabello revuelto, ahora peinado prolijamente, destacando como siempre el mechón rosa, y el cansancio y sueño acumulados. “Ahora es mi turno”, anunció Eduardo, tomando parte de su ropa y calzado y dejando el dormitorio. Isabel, en tanto, continuó con la limpieza de la casa, su “tarea de todos los días (o casi…)”, viendo en eso una forma de pasar el tiempo. “¿Qué persona limpia su casa apenas empezado un nuevo día?”, se extrañó, demostrando tener más desarrolladas sus habilidades telequinéticas y enviando todo tipo de desperdicios adentro de las cajas que habían ido quedando vacías luego del par de celebraciones. Yendo de un ambiente a otro, el hada no dejó de advertir que momentos y hechos como este, la limpieza del hogar, eran parte de las obligaciones de la vida en pareja, tanto como para su novio. “Me gusta esto”, dijo en su mente, sin dejar de pensar en la felicidad que experimentaba a diario y lo dichosa que era desde Marzo, cuando por fin hallara a la persona del sexo opuesto con quien compartir todos los momentos de su vida, los buenos y los malos. Isabel sintió amor desde el mismo instante del “hallazgo” en la cabaña costera, un evento que estaba a poco de cumplir su primer aniversario, y viceversa, razón por la cual, experimentando ambos ese sentimiento con mayor intensidad cada día, aprendieron lo que era la convivencia y gradualmente empezaron a actuar como si fueran un matrimonio consolidado, de esos que tanto enorgullecían a las hadas. “Ojalá dure eternamente”, deseó, sintiendo como Eduardo dejaba el cuarto de baño, alrededor de veinte minutos después de su ingreso, y se unía a ella en uno de los sofás de la sala principal.
 _¿Cómo estoy? – inquirió el hombre, señalando con la vista su vestimenta, también un regalo de fin de año, de parte de Wilson. Pantalón y camisa de mangas largas, tan negras las prendas como el vestido de la dama –, ¿aprendí?.
_Yo diría que si – elogió Isabel con una sonrisa –. ¿Viste que una mujer a tu lado iba a beneficiarte?.

La convivencia había implicado varias mejorías para los dos, y esta era una de todas. Eduardo acertando con la combinación de colores y el estilo de la indumentaria, pues nunca había sido un experto en eso, y sin dudas la presencia del hada de fuego lo hubo de conducir al otro extremo.

_Tengo que reconocer que tuviste toda la razón, y la verdad es que no tengo idea de como darte las gracias por el cambio que provocaste en mi – admitió Eduardo, tan dichoso con esta compañía. El silencio casi total en la sala y una iluminación más bien débil, proveniente únicamente de dos velas muy distanciadas entre si, estaban generando una atmósfera romántica que aumentaba poco a poco –. Isabel, yo… no se como decir esto, porque temas así nunca fueron mi fuerte, pero estoy muy contento de tenerte todo el tiempo a mi lado, de poder estar en pareja. La convivencia me hizo tanto bien, emocional y espiritualmente, que no podés imaginarte. Por eso el año pasado, durante la Gran Catástrofe, no necesité pensarlo dos veces cuando te hice la propuesta.  La vida a tu lado me hizo ver las cosas de otra manera, de una que antes no hubiera sido posible para mi ni en sueños. Lo que siento, hago, pienso y lo que me pasa son gracias a vos. Te debo todo y es algo que no voy a poder pagarte. Y en ese “todo”, por supuesto,  se incluye mi vida. Fuiste una de las personas que me salvó a principios del año pasado. Nunca voy a cansarme de agradecer eso.
_Y yo de exactamente lo mismo. También fuiste muy importante en mi vida, en todos los aspectos. No es exactamente un misterio que uno de los grandes sueños para el futuro que tengo es casarme – dijo Isabel, tan consciente de que sus palabras y las de su novio contribuían a la atmósfera romántica… y de en donde terminaría esta –. Lo fue desde… bueno, no lo recuerdo. Seguro desde mi infancia, cuando empecé a entender el valor del matrimonio y la familia en nuestra sociedad. Crecí viendo cuanto se apreciaba eso y lo importante que era, así que cuando llegué a la adolescencia me lo tomé no como un entretenimiento, como algo menor, sino como todo lo contrario. Más o menos desde los trece o catorce años el matrimonio pasó a ser una de las metas de mi vida. Es por eso que la convivencia desde Marzo me gustó tanto. Si tengo que ser sincera, descubrí que a medida que pasaban los días desde que empezamos el noviazgo en La Bonita, y antes y después de que hicieras la propuesta, tomé cada día, cada cosa que hicimos en ellos, como un ensayo. Como prácticas para nuestras vidas juntos una vez que hubiésemos dado el si.
“Y funcionó para los dos”, completó. La verdad era que habían aprendido mucho uno del otro, y ese fue el mejor beneficio  para los dos. Sabían lo importante de tener a alguien al lado, y todo cuanto significaba eso. Eduardo, por ejemplo, había descubierto que no era tan terrible como pensaba el ocuparse de los quehaceres domésticos, los cuales vino haciendo anteriormente únicamente porque no le quedaba otro remedio., Gradualmente, aprendió que, además de ser una parte ineludible de la convivencia, que además de no tratarse de nada terrible, servía para estimular sus capacidades intelectuales. “Cosas tan sencillas realmente son útiles, y no solo por la convivencia”, le decía Isabel, a medida que iba enseñándole la manera correcta de hacer esas labores, y alegre porque el método de las hadas no difería mucho del de los humanos.

_Me gusta como quedó esto acá., comentó Eduardo unos minutos más tarde, en el pasillo que daba a la habitación, una única vela iluminándoles el camino.







En aquel lugar donde había estado, hasta mediados del año pasado, el retrato de los pares de Isabel, junto a los cirios, evidenciando el respeto que el hada sentía hacia sus progenitores, se hallaba ahora una fotografía de la pareja residente en La Fragua, 5-16-7. Sus componentes estaban sentados en dos hamacas, abrazados, en un parque de Barraca Sola, no muy lejano de su casa, envueltos en un clima romántico total. La foto había sido tomada en el anteúltimo mes de diez mil doscientos cuatro, aprovechando los dos que el fotógrafo andaba por allí, ganándose la vida. Esa foto era vista hoy por Eduardo e Isabel como una de las muchas demostraciones en que reparaban a diario para evidenciar y reafirmar el amor que se profesaban mutuamente.
_Y a mi – coincidió el hada de fuego -. Un instante detenido en el tiempo en nuestra vida que va a convertirse en un tesoro de valor incalculable a medida que pasen uno atrás de otro los años. Seguro que cuando nosotros seamos ancianos y nuestros sentidos se hayan limitado vamos a contemplar con absoluta nostalgia esa foto… todo lo de esta época, mejor dicho.
_Siempre vi las cosas así, Isabel. No solo desde que empecé a insertarme en la cultura feérica – la corrigió su novio, de camino al dormitorio secundario de la vivienda, allí donde el hombre pasara cincuenta días sin conocimiento, tras ser rescatado por Nadia, la princesa Elvia y ambas hermanas –. Conocer que las hadas sentían una gran pasión por su pasado colectivo e individual, es decir la historia, si se quiere, no hizo más que fortalecer lo que yo venía sosteniendo desde… no se, desde mucho antes de llegar a este mundo. No sabría decirte desde cuando, porque la fecha exacta y el motivo se perdieron en mi memoria. Siempre vi lo viejo con admiración.
_No conozco a ninguno de los nuestros al que no le agrade la historia, ya sea como un pasatiempo o como un objeto de estudio primero y trabajo después – indicó Isabel, recurriendo a la telequinesia para abrir la puerta del dormitorio, guiados ambos por un ralo alumbrado artificial y su capacidad, propia de todas las hadas, para ver en la oscuridad. No era el sentimiento nostálgico lo único que los estaba llevando a este ambiente, sino aquella atmósfera romántica de medianoche, inadvertido el destino o no por los dos, y las “intenciones” – A medida que la sociedad fue avanzando, las hadas aprendimos a querer todas esas cosas – entraron en el dormitorio secundario, completamente a oscuras, y encendieron las velas –. Casi podría decirse que forman parte de nuestra naturaleza. Además, es algo muy útil, porque nos ayuda a mejorar. Vemos si algo en el pasado no se hizo bien y estudiamos una o más maneras para corregir esos errores y no cometerlos de nuevo.

La habitación había sido restaurada tras la Gran Catástrofe, y a diario se la mantenía de punta en blanco. Eduardo había dormido en ella hasta su “mudanza” al ambiente contiguo, y Lía, la consejera del DCS, estuvo allí unos días, invitada por la pareja entonces flamante, cuando perdiera su hogar como consecuencia de ese desastre, y en tanto le preparaban una habitación para ella y su hijo recién nacido en el castillo. Desde los primeros días de Abril, a este ambiente de la casa se iba un día si y uno no  para hacer la limpieza, superficial o completa según el estado lo ameritara.  Ahora estaba en condiciones más que impecables, porque los residentes habían pasado varias horas en los días previos a su cumpleaños llevando a cabo una limpieza a fondo de ese y los otros espacios de la casa. Allí las paredes seguían siendo de un tono brillante de blanco, pues había sido pintada dos veces después del desastre natural, en la primera semana de Abril y la tercera de Agosto, habiendo sido esta última, en realidad, una nueva capa de pintura en todos los ambientes. Los muebles aún estaban en los mismos lugares en que los viera Eduardo aquella tarde de Marzo, unos pocos también sometidos a restauraciones. Allí estaban una mesa rectangular grande con cuatro sillas, en el centro del dormitorio, la mesita ratona de un metro por uno, la estantería con esa media docena de libros, una silla mecedora, que a diario usara Isabel mientras Eduardo estuvo sin conocimiento, un armario con ese par de cajones a nivel del suelo y dos amplios espacios interiores, dividido cada uno de estos a su vez en dos por medio de una tabla; la cómoda-aparador con cuatro amplios cajones y un ornamentado espejo cuyos extremos laterales se doblaban hacia adentro; la mesita de luz con otro par de cajones, la cama de una plaza con sábanas de seda, una docena de velas dispuestas en seis pares y dos lámparas que funcionaban con aceite vegetal, una sobre la mesita de luz y la otra en el centro de la mesa. “Realmente no cambio nada”, volvió a decir el hombre, trayendo al presente su primera vista del dormitorio, apoyando sus manos y confirmando nuevamente cuan suave era ese colchón, advirtiendo que tampoco estaba muy lejos el primer aniversario de ese día, apenas más de dos meses. “Yo también recuerdo esa tarde”, agregó Isabel, imitándolo al tenderse con suavidad, y pensando que aquel día había estado reunida con Nadia y la reina Lili en la sala, al oír ruidos y pasos, debatiendo acerca del proceder no bien ese hombre hubiera recuperado el conocimiento. Tendidos los dos boca arriba, con las manos sobre la nuca, no hicieron otra cosa que recordar con un inconfundible aire nostálgico y de ternura todo cuanto ocurrió en aquella fecha, desde que las mujeres entraron a la habitación hasta que se fueron a dormir, Isabel repasando ese día y Eduardo dichoso por haber confirmado que existían las hadas, y no hicieron nada más hasta que el reloj en la pared, instalado luego del despertar, y la campanada en el exterior anunciaran la una de la mañana del jueves dos de Enero.
 “Claro que no”, contestaron casi al unísono, cuando entre ellos se plantearon si habían querido estar en la habitación con la sola intención de traer brevemente al presente aquellos días.

Por supuesto que no.

La atmósfera romántica, al fin, había llegado a su punto máximo.

De ninguna manera quisieron estar allí solo para evocar sus primeros días juntos – ni por equivocación –, no al menos como la más inmediata de las opciones.  Era el momento oportuno, así lo definieron, para empezar el año “a lo grande”, siguiendo con esa impresionante festividad que iniciara en el primer minuto del día de su cumpleaños.  Una ceremonia tan importante para ambos que desde el inicio se prometieron mutuamente hacer todo cuanto pudieran por retenerla en la memoria, con todos los detalles. “Simbólica, sentimental, espiritual y emocionalmente importante”, dijeron en su momento, cuando se preparaban para almorzar ese treinta de Diciembre. Recién l cumplirse los primeros cuarenta y cinco minutos de la una de la mañana del segundo día del año, fue que ambos arqueólogos se recostaron sobre la almohada, como podían y haciendo equilibrio para no caerse, contra la cabecera de la cama, coincidiendo con que ese momento tan personal e íntimo había sido no solo una de sus habituales y muchas demostraciones mutuas de amor, sino también algo que les había servido para olvidarse de esos únicos recuerdos negativos que tenían del año pasado, vinculados todos al desastre natural de fines de Marzo. Ahora, recostados y sonrientes, procurando “serenarse”, hablaban acerca de las dos celebraciones, otra vez, intentando incluir en esta conversación lo bueno de que fueron acreedores durante el año pasado, como la Medalla de la Natividad, que Eduardo obtuviera por haber ayudado a Lía a dar a luz, y los aplausos y vítores con que Isabel fuera envuelta al conocerse la noticia de la vuelta de sus padres.
_¿Y bien?., llamó suavemente el hada de fuego, aun con la timidez en sus delicadas facciones, girando suavemente la perilla en la lámpara sobre la mesita de luz, para aumentar el tamaño de la llama.
Isabel conservaba todavía ambas mejillas enrojecidas, estaba cubierta con la sábana  hasta el cuello, su aura violeta no dejaba de emitir un peculiar y extraño brillo que delataba sus emociones y estado de ánimo – cada vez menos en calidad y cantidad, pero aun sentía vergüenza –, y caía sobre su hombro izquierdo el bretel de la parte superior del conjunto de lencería, aquel que le regalara Iris. “¡Violeta; lo sabía, gané trescientos soles!”, se emocionó Eduardo, sabiendo de sobra que con esa exclamación no iba a contribuir a que su compañera sentimental y prometida  se le disipara ese enrojecimiento en las mejillas.
_No se que decir, si tengo que ser franco, respecto a todo lo que viví desde el día en que desperté, puntualmente mis vivencias en las festividades y ceremonias, en todas. Si formé parte de grandes eventos antes de mi llegada a este planeta, cumpleaños incluidos, pero pocas, o ninguna, como… no se, por nombrar ejemplos las del cambio de estaciones, mi cumpleaños y la Transición. Si hago un análisis rápido, creo que ninguna de esas festividades llegó a tener la tercera parte  o la cuarta de la espectacularidad y la importancia que, puntualmente, esas que mencioné. Por supuesto que las más grandiosas fueron las últimas – comparó, pensativo, con una expresión que indicaba concentración, Eduardo, cerrando los ojos momentáneamente y visualizando en su cabeza el concreto instante en que su novia y la reina le otorgaran la Medalla de la Natividad y el certificado y luego, unas semanas más tarde, los premios a la “Armonía y Concordia” y “Servicios Sociales” –. De los recuerdos que sobreviven… ahora que lo pienso, supongo  que la ceremonia que más se le aproximó a las de este mundo fue aquella en que obtuve mi título profesional. Estuve al inicio del último tercio en la nómina de graduados, por la letra con que empieza mi apellido… o empezaba – tenía meses sin escuchar alguna voz que lo pronunciara –. Y es cierto eso de la espectacularidad y la importancia. Lo sostuve ayer, lo sostengo hoy y lo voy a sostener mañana Creo que nunca formé parte de festividades como estas, tan fastuosas, ni distinciones como esa – con la vista señaló el diploma, pulcramente enmarcado en la pared, y la Medalla de la Natividad, que descansaba ahora en la mesita de luz –. ¡Si hasta poderes y habilidades me confirieron!. Me dieron el don del agua, y aunque tuve avances impresionantes con el, me falta descubrir, algo que se que tengo que hacer por mi mismo, si se relacionan con eso que dijeron sobre las cosas grandiosas que se esperan de mi – observó la línea de dos colores bordeándole los dedos en ambas manos, estática, hasta que la hizo desaparecer, “transfiriéndola” a sus ojos –. Así que ahora estoy cien por ciento convencido de que aquella fecha de diez mil doscientos cuatro, el dos de Abril, o Llol número cuatro, va a quedar registrada en mi memoria como uno de los grandes acontecimientos de mi vida. Me elogiaron y dieron un premio por algo que hice y, como dije, decidieron conferirme poderes y habilidades idénticos a los de cualquiera de los seres feéricos, incluida esta aura – su visión no se veía afectada por haber trasladado ese halo – La verdad, Isabel, es que no podría estar yo más agradecido ni más satisfecho. No solo por eso, sino por todo lo que pasó y viví aquí, en esta sociedad… en este mundo.
_¿Para tanto fueron esos reconocimientos que tuviste aquel día, y a lo largo del año pasado?., llamó Isabel, que después de haberse incorporado levemente (y cubrirse con la sábana), había usado su habilidad telequinética para alcanzar su vestido acampanado, dejado en el respaldo de la silla mecedora.

“Ahora me gusta”.

Asegurándose que no fuera a caerse la sábana, sosteniéndola con la pera, tomó el vestido sin mayores dificultades con ambas manos, dirigiéndose rápidamente al diminuto bolsillo en el costado izquierdo.
Halló al instante lo que buscaba. Un atado de cigarrillos de diez unidades al que le quedaban tres, el único objeto en ese bolsillo. En el momento en que tomaba uno de los cigarrillos, Eduardo volvió a reconocer otro aspecto común, uno cultural y sociológico, entre las hadas y los humanos, algo que viera por primera vez después de aquel “broche de oro” de la fiesta del otoño: también en esta sociedad – ¿podría tratarse de algo común a todas las parejas feéricas insulares, como lo asegurara una encuesta difundida a fines de Noviembre? – se acostumbraba fumar después del acto sexual. Isabel encendió el cigarrillo haciendo aparecer una diminuta llama de color violeta en su índice izquierdo, olvidando su nueva habilidad (podía hacer que hubiera fuego donde quisiera, solo con concentrarse), largó la primera bocanada de humo, en forma de aureola, y se dispuso a escuchar la contestación de su novio.
 _Si, Isabel. Fue para tanto el reconocimiento de ese día. Es por ese motivo que esa fecha para mi, o su equivalente en el calendario antiguo, se transformó en un símbolo desde el primer momento, y reforcé eso con el paso del tiempo – volvió a contestar Eduardo, con un convencimiento mayor cada vez que el e Isabel tocaban este tema y todo cuantos se le parecieran y estuvieran vinculados con el –. Ustedes, me refiero a las hadas, recurrieron a ese extraordinario objeto mágico que fue el espectador en más de una oportunidad, ¿no es así?, para interiorizarse acerca y descubrir que clase de ser humano, o de persona, era esta que había aparecido en su planeta, y por eso ya conocen como son las cosas allí, en la Tierra…
 Ese artefacto tan representativo del continente centrálico, único en su tipo a nivel planetario, había sido destruido a finales de Marzo, uno de los incontables daños materiales de la Gran Catástrofe, y era poco o muy poco probable, cuando no imposible, que se lo pudiera reparar, debido a sus cualidades y características únicas. Además, se sabía, no podría usarse para observar una vez más ningún lugar de la Tierra. Las hadas habían descubierto varias centurias atrás que para que existiera la conexión entre aquel mundo y este tenía que estar presente aquí una forma de vida de origen terrícola. Y esa forma se había extinguido en el mismo instante en que Eduardo recibiera, de manos de la reina Lili, sus poderes y habilidades.
_...Me estoy refiriendo al aspecto laboral en la vida de los humanos. Existen algunos lugares en la Tierra, que desafortunadamente no son nada más que dos o tres… incluso algunas regiones o países enteros, en los que a las personas de ciencia, como yo, se las tiene en consideración solo para actos proselitistas, propaganda política a favor de los gobernantes de turno, demagogia más o menos escandalosa y actos varios de hipocresía que resultan verdaderamente bochornosos – su memoria y mente estaban inmersas en los recuerdos de colegas de varios países de la Tierra, que se vieran expuestos a esas situaciones –. En otros lugares o se les paga muy poco a los científicos, cualquiera sea la disciplina de la que se ocupen, o apenas se les presta atención cada vez que uno o más de ellos lo necesitan. O, lo que es peor, se los persigue a causa de su trabajo. O esas tres cosas al mismo tiempo. ¿Puedo?, es que creo que dejé los míos en la cocina – pidió con amabilidad, y la dama extrajo otro cigarrillo del atado, al tiempo (o casi) que Eduardo, ya dominando la técnica, hizo aparecer la llamita, de los colores de su aura, en el extremo de su índice izquierdo. Encendió el cigarrillo, exhaló humo y siguió hablando – No es que eso tenga importancia para mi, ni mucho menos. Ni tampoco hacía yo las cosas para que las personas se fijaran en mi, me prestaran mayor o menor atención y concedieran un eventual reconocimiento por algo que hubiera hecho, pero podrían cuidarlos… cuidarnos, un poquito más. Después de todo, sin la ciencia a través de sus múltiples disciplinas los seres humanos continuarían creyendo que las especies simplemente son creadas y nunca se extinguen, que el Sol es el que gira alrededor de la tierra, que las catástrofes naturales se producen de acuerdo al buen o mal humor de uno o más dioses,. Que los continentes no se mueven y que el planeta es cuadrado, está sostenido por una tortuga en cada extremo y en dragón en el centro. En resumen, sin la ciencia la raza humana no hubiera avanzado ni hecho cualquiera de sus progresos, no los estaría haciendo en la actualidad y por supuesto que no los haría mañana. En este planeta, es otra cosa.

Y visualizó en su mente uno de los reconocimientos.

Un tributo, o una forma de agradecimiento.

El de Lía, la consejera del DCS, decidiendo que su hijo se llamaría Rafael, el segundo nombre del novio de Isabel,. Eduardo había decidido actuar como partero en condiciones totalmente adversas, en un lugar nada adecuado y sin tener siquiera la mínima experiencia (no contó mucho para el ese episodio con la vaca), y las hadas médicas, con Nadia y Lursi a la cabeza, enterados de ese loable accionar, opinaron que había hecho un trabajo excelente.
“Hechas todas las cosas desinteresadamente o no, a cualquiera le gusta ser reconocido, por el orgullo que eso conlleva”, pensó, soltando otra bocanada de humo, ojeando la Medalla de la natividad.
_Pero esa es tu vida pasada, Eduardo, y por lo tanto no es necesario que continúes pensando y concentrado en ella. Dedicándole tiempo, quiero decir. Por un lado, porque haciéndolo no creo ni por casualidad que vayas a lograr que en ese aspecto, el de todas las disciplinas de la ciencia, incluida por supuesto la arqueología, mejoren las cosas en la Tierra para los científicos  e investigadores, y por otro lado porque alimentar las vidas, las vivencias y los recuerdos de épocas pasadas conducen al atraso, si solo tiene uno lugar para eso en su mente, en sus pensamientos. Y como bien conocemos, el atraso no es bueno ni útil – intentó tranquilizarlo su novia, girando cuarenta y cinco grados la cabeza y el cuerpo hacia la derecha y mirándolo directo a los ojos, procurando, por la falta de espacio, no irse al suelo. El vestido acampanado nuevamente estaba en la mecedora –. Al haber vos aceptado las habilidades, el don del agua, aceptaste y decidiste que tu vida y tu existencia van a encontrarse para siempre a nuestro lado, junto a las hadas y los otros seres elementales. Lo confirmaste, mejor dicho. En el mundo en que estamos, y estas son tus palabras, estás completamente rodeado de todo eso que…
_Ya lo se, Isabel – se anticipó Eduardo, girando también cuarenta y cinco grados, peo hacia la izquierda. El cenicero, un recipiente metálico, había quedado en medio de ambos –. Estoy plenamente consciente de que es lo que me rodea, de todo eso, y por lo tanto no podría estar más agradecido a causa de eso, ni más dichoso. Porque l otra de mis creencias supremas resultó ser verdadera. Aunque como bien mencioné aquella tarde de Marzo no era lo que yo esperaba, es decir el estereotipo de un hada – “Ropa de colores claros, bonete, varita, seres diminutos, solo mujeres…”, pensó Isabel, ya enterada de cual era ese estereotipo –. En este planeta, yo encontré todo lo que siempre quise, lo que siempre anhelé volver a tener, desde que desafortunadamente, y por causa diversas, pero diversas de verdad, se fue reduciendo de manera drástica, o, lo que es peor, directamente lo perdí.  Tranquilidad, paz, aire puro, personas amigables y amables, vecinos solidarios, un entorno natural por demás excelente, cero problemas y descontentos sociales, una familia… si hasta existe el firme e ineludible futuro, a corto plazo, de formar parte de algo que nunca creí que ocurriría ahora, siendo yo tan joven – alzó la diestra y observó el anillo de compromiso. “Bello y perfecto”, pensó –. Desde el momento en que abrí los ojos en este dormitorio supe que iba a recuperar todo so. Y acepté tal cual  - el recipiente metálico contenía las primeras cenizas, y el par de cigarrillos “descansaban “en los bordes. Poco les importaba eso, teniendo esa conversación que les interesaba y emocionaba tanto – De manera que no existe una sola cosa por la que me tenga que quejar, preocupar o sentirme disconforme ni disgustado. Desde que recuperé el conocimiento aquel día de Marzo, la estoy pasando de maravillas, aun con ese desastre tan grave que significó para nosotros y para todos la Gran Catástrofe. Casa, amigos, familia, un trabajo… es todo lo que necesito para ser feliz y llevar una vida libre de preocupaciones, problemas y malos pensamientos.
 “Y si me quejo, aun teniendo todo eso y más, es porque soy un desagradecido y un cretino”, pensó, retirando (intentándolo) del presente esos recuerdos de sus años previos a la llegada a este mundo.
_¿También en las situaciones y momento en que estás conmigo la pasás de maravillas?., le preguntó Isabel con una sonrisa.
…aunque ya sabía la respuesta.
_También no. Principalmente en esos momentos y situaciones – fue la respuesta de Eduardo, acompañado por un discreto gesto con las manos, siendo plenamente consciente de lo muy a gusto que estaba con el hada de aura violeta desde que la conociera, en la tarde de aquel seis de Marzo, al abrir los ojos y verla sentaba sobre la cómoda con las piernas cruzadas, en este mismo dormitorio –… principalmente cuando me encuentro con vos.
Siendo tan encantadora y bella como mujer y como persona, ¿cómo no podría ser así?. La realidad nunca podría ser distinta – y dio a conocer un pensamiento, una reflexión –. ¿Sabés algo, Isabel?. Me resulta bastante difícil de imaginar la idea, por no decir imposible, reparando en esa hermosura que se puede ver y en la que está dentro tuyo, que…
_... ¿Qué nunca haya existido un hombre en mi vida, hasta aquella mañana de mediados de enero en que te conocí? – se anticipó su novia, recordando aquel bello instante. Tomó aire y contestó – Preferí dedicarme a esperar con paciencia a que mi príncipe azul, ¿así lo llaman las mujeres humanas? – Eduardo afirmó haciendo el gesto con la cabeza –… llegara a mi, en lugar de salir yo a buscarlo. Fue de esa manera, desde el primer momento, desde que empecé a entender y comprender que cosas eran el amor y todas las emociones y los sentimientos como ese.  Sabía que algún día habría de llegar, pero ni la mínima idea de cuando – a paso lento se iba consumiendo el par de cigarrillos. Eso, la escasa iluminación, un clima agradable y las miradas eran causantes de esa agradabilísima atmósfera romántica que los envolvía –. Así las cosas, mi príncipe azul  no apareció ni se hizo presente sino hasta la mañana de ese día de Marzo en que Nadia, Elvia, mi hermana y yo fuimos a descansar a la playa. Fue lo que se dice un amor a primera vista. Y la emoción que sentí no bien descubrí que ese sentimiento era correspondido de la misma forma y con una idéntica intensidad… lo que si tuve, e imagino que todavía sigo teniendo, fueron admiradores. Hombres de todas las edades que vieron en mi a una mujer atractiva, agradable a la vista, y estuvieron enamorados de mi. Pero como el amor es un sentimiento que tiene que ser mutuo y correspondido, nunca se dio una relación formal en mi vida, hasta la noche en La Bonita.

El primer beso.

_¿Y cuál fue tu primera e inmediata impresión cerca de mi, cuando me encontraste?.
Eduardo reparó en que aquel estado no había sido favorable. Recordó como las tres mujeres le dijeron que lo encontraron hecho un desastre. “Y las hadas tienen como banderas el aseo y la pulcritud”, seguía lamentando cada vez que pensaba en ese instante.
_"¡Este es!... ¡este es mi príncipe azul. Al fin lo encontré!". Eso no fue algo que dije, sino un pensamiento. Uno que surgió desde lo más profundo de mi ser, en el mismo momento en que llamaba a las chicas, que continuaban descendiendo - recordó el hada de fuego, por aquellos días de la belleza, con alegría de sobra, ejecutando un movimiento desprevenido y más bien veloz con el que provocó que el bretel bajara todavía más y el cenicero oscilara peligrosamente entre ella y su novio. Ese recuerdo no solo era el más emocionante del año pasado, sino de toda la vida -. Si, Eduardo. Me enamoré de vos desde el momento en que te conocí. Poco, muy poco o nada me importaron ese estado en que estabas, la des prolijidad, el notable desaseo en tu persona y con tu vida y existencia pendiendo de un hilo. De sobra sabía, y también las chicas, que esas cosas no eran una elección tuya, sino una consecuencia de lo que estabas viviendo y experimentando desde tu llegada a nuestro mundo alrededor de tres días antes; de manera que tu desfavorable condición en esa mañana no resultó un impedimento para que en mi surgiera el amor. Y creo, esto es algo que ya te dije, que Cristal, Elvia y Nadia descubrieron al instante, no bien estuvieron a mi lado, lo que empecé a sentir.
Eduardo de sobra sabía que su novia debía tener, no pocos ni dispersos, admiradores. No por nada continuaba figurando entre las diez mujeres más lindas del país. Una dama con semejante belleza física tendría legiones enteras de admiradores, no podía ser de otra manera. Era una cifra con grandes posibilidades de crecimiento, si se consideraba que había tenido y continuaba teniendo un paso excelente en el MRA (Isabel como profesional), que era una persona además magnífica y que tenía unas conductas sociales, laborales y familiares irreprochables. Cualquier hombre sentiría una atracción instantánea por una mujer así, sobre todo aquellos que tuvieran o rondaran su misma edad. Y ese era el caso de Eduardo. El tuvo la suerte de destaca, en su debut, por encima de todos los otros admiradores, y ganarse el corazón de alguien con quien compartía el amor a primera vista, uno con la misma intensidad.
_¡Soy un auténtico ganador!., celebró con entusiasmo, bastante y por demás satisfecho de si mismo, exhalando aire a sus nudillos izquierdos y limpiándoselos luego en la camisa.
Desde el preciso instante en que culminara aquella segunda salida, cuando iniciara la relación formal, el compañerismo sentimental – noviazgo –, Eduardo había visto y sentido como le sonreía la suerte en ese aspecto: por lejos, no era el único individuo del sexo masculino con ese pensamiento, sostenía que Isabel era una de las mujeres más hermosas de la capital, un puesto que sin lugar a dudas era compartido con Iulí y cristal, su madre y hermana, respectivamente.  Por aquellos días, Isabel era un hada de la belleza, y Eduardo ya sabía que ese atributo, algo exclusivo de los seres feéricos del sexo femenino, lograba que las mujeres de esta especie destacaran por sobre las demás en cuanto al atractivo físico. Por esos días, las hermanas fueron las únicas hadas de la belleza en varias decenas de kilómetros a la redonda; más que eso, dos de las ciento cinco mujeres con ese don en todo el reino insular. Aunque lo hubieran cambiado por el del fuego, tras el resurgimiento de su padre, las dos continuaban siendo extremadamente atractivas. Todavía sonreía en el momento que su novia lanzó la protesta.
-¡Fanfarrón sin cura que me sigue viendo como un trofeo!., reaccionó Isabel, algo acompañado por la sonrisa burlona (no se había molestado, nunca lo hacía de verdad) y un gesto con ambas manos, a la vez que se levantaba de la cama, tras acomodarse el bretel y quitarse el cabello de la frente.
Todavía se preguntaba ella, tanto como Eduardo, en que se mantendrían ocupados en lo que quedaba de la madrugada, y mientras empezaba a caminar, con los pies descalzos, no creía ver otra cosa que a ambos, en el dormitorio u otro espacio de la casa, haciendo un repaso del año anterior.

Realmente no tenían algo para ocuparse.

_¿A dónde vas?., le preguntó Eduardo, en tanto tomaba la lámpara de mesa, giraba la perilla y aumentaba el tamaño de la llama.
_A traer algo para comer – contestó Isabel, con su habitual tono alegre –, a lo mejor alguna fruta. ¿Querés algo, vos también?.
 _Uvas… si es que quedó por lo menos una – quiso su novio, dejando nuevamente la lámpara sobre la mesita de luz, y el cenicero, con ambas colillas ya apagadas a su lado, haciendo algunos gestos con la diestra al respecto de las uvas –. Durante los últimos diez días nos cansamos de comerlas. Lejos de exagerar, creo que fue un kilo y medio cada uno, en promedio.
Las plantas y árboles frutales crecían aquí y allá, prácticamente sin que existiera ninguna clase de control, en el archipiélago insular y otras regiones tropicales – con razón decían que el frutícola no era un negocio ni una inversión más o menos buena ni por error – y, en este caso, a menos de cien metros de La Fragua, 5-16-7, una parra hoy inmensa había pasado los últimos cuatro y tres cuartos a cinco años “sofocando” lo que fueran tres árboles paraíso de más de cinco metros de alto y frondosas copas. Isabel y Eduardo no tenían más que hacer lo mismo que cualquiera de sus congéneres: ir a los pies de la parra, usar o no la telequinesia y cortar tantas uvas como cupieran en el recipiente que llevaran consigo.
 _De acuerdo – accedió Isabel de buenísima gana –, que sean uvas para los dos. En unos momentos estoy de vuelta.
 Y enfocó su atención en la puerta.
 _¡Un momento, Isabel, por favor! – le pidió su compañero de amores con un nuevo gesto manual, justo cuando el hada con aura violeta se disponía a tomar el pomo de la cerradura, con la diestra –. ¿Podrías quedarte quieta un instante, así como estás ahora?.
_¿Así?., reaccionó la dama, obedeciendo.
_Si. Y, por favor, con los brazos pegados al cuerpo.
_¿Cómo la posición de firme?.
_Exacto.
_¿Para qué?.
_Solo quiero confirmar algo.
_¿Qué es lo que pasa, Eduardo? – llamó su compañera sentimental, habiendo sostenido el pomo por unos breves momentos, antes de asumir la posición que le reclamara su novio –, ¿acaso tengo algo malo?, ¿no es nada de eso, o si?.

_No, por supuesto que no tenés nada malo, Isabel. De hecho, es lo opuesto a eso – fue la observación del hombre desde la cama, con una objetividad neta y totalmente masculina, sin pestañar ni hacer gesticulación alguna –. Listo, ya te podés mover. Y si podés y te acordás, de paso, traé una jarra llena con agua y un par de vasos, por favor.
_¿Qué fue lo que quisiste confirmar?.
_Que Wilson, Kevin y yo estuvimos cien por ciento en lo correcto, y naturalmente que todavía lo estamos… y vamos a estarlo los tres el día de mañana – ratificó Eduardo, contento por la confirmación, algo que venía viendo a diario desde la primera semana del pasado marzo –. Iulí, Cristal y vos son más hermosas y atractivas, mucho más, cuando van que cuando vienen. No nos vamos a cansar nunca de sostenerlo ni cambiar de parecer.
Y la dama abandonó el dormitorio con la acostumbrada y característica tonalidad rosa en ambas mejillas, esa reacción acompañada con una sonrisa tímida, caminando esos insignificantes pasos, unos tres, de espaldas a la puerta y, por las dudas, cruzando los brazos para cubrirse “un poco más abajo del cuello”.  Ante esa insinuación y todas cuantas fueran parecidas a ella, por más leves que fueran, continuaba sonrojándose y poniendo de manifiesto evidente, aunque menor con cada día que pasaba, vergüenza. Isabel sostenía que esas reacciones obedecían a un único hecho: Eduardo era su primer amor.

Más que eso, su primer hombre.

Apenas cinco o seis minutos más tarde, el hada estuvo otra vez en el dormitorio, y halló a su novio, ya vestido y calzado, balanceándose lentamente en la mecedora (la cama ya estaba hecha y sobre ella estaba el vestido acampanado) contemplando el entorno con nostalgia y en silencio. “Ya estoy de vuelta”, se anunció Isabel, olvidando que estaba aún en paños menores, dejando la bandeja, con la jarra y un par de vasos, y una fuente repleta de uvas. “Excelente”, se alegró Eduardo, dejando la mecedora y yendo a la mesa grande, adonde lo aguardaba la dama. De inmediato estuvieron los dos ingiriendo una atrás de otra las uvas, dejando en la fuente de cerámica – un regalo de casamiento para Iulí y Wilson que estos, a su vez, habían querido legárselo a su hija mayor – las semillas, cabitos y alguna que otra hoja que había en los racimos: todos los restos se convertirían en el polvillo fertilizante no bien la última de las uvas hubiera sido consumida. También tenían a su alcance el par de vasos y una botella de vidrio, esta última repleta con agua pura y fría. “¿Cambiaste las piedras?”, inquirió Eduardo, a lo que Isabel contestó que si. Uno y otro se refirieron a ese innovador prodigio tecnológico lanzado al mercado a nivel mundial en los últimos diez días de Diciembre. Al menos, fue una innovación para las hadas, menos para una, porque Eduardo ya conocía aquello. Se trataba de la “tecnología” para conservar alimentos perecederos y mantener en ellos y los otros la cadena de frío. “Heladeras”, había dicho Eduardo al ver cinco de estos aparatos en el Mercado central de Artículos para el Hogar, y no dudaron en pagar los setecientos cincuenta soles por uno de ellos, producidos conjuntamente por los países del continente polar del norte. Esa misma tarde, la pareja instaló en un rincón de la cocina-comedor diario-almacén el artefacto metálico de forma rectangular cúbica, de un metro y tres cuartos de alto por uno de ancho por uno de fondo, con media catorcena de espacios en su interior y otros tres en la puerta, también del lado interno. La cadena de frío se mantenía gracias a las “piedras polares”, un mineral que únicamente se hallaba, en abundancia, en ambas masas polares, Polus y Ártica, y que con el tratamiento correcto podían crear las temperaturas lo bastante bajas como para conservar esa cadena. Pero la energía no duraba eternamente, sino tan solo quince días. Pasado ese lapso debían cambiarla, algo completamente sencillo, pues no había más que dejar la nueva piedra en cualquier lugar dentro de la heladera. “Porque este es un invento nuevísimo” – habían dicho en su momento los expertos del continente polar, que habían salido hacia los demás reinos, Insulandia incluido, para explicar las bondades de este aparato y las de las piedras polares, que también eran de descubrimiento reciente, datando este de los primeros instantes del siglo Ciento Tres y los últimos del anterior –, “no duden que van a existir mejoras y avances en el futuro”.

_Me gusta ese nuevo artefacto – repitió Eduardo, sorprendido por haber pasado los últimos quince minutos hablando de un tema trivial, en comparación con los anteriores –. Cuando lo visualizo allí donde está ahora, es como estar un poco más cerca de mi casa de crianza. Quiero decir que con artefactos como ese, o la cocina de cuatro hornallas, es como estar nuevamente en Las Heras.
Habían convenido cerrar todas las conversaciones que remitieran al pasado de uno y otro, porque se dieron cuenta que eso podía llevarlos al entristecimiento, a ese que a veces aparecía cuando hablaban de esas mismas vivencias y experiencias, a una nostalgia en exceso, e incluso podría opacarles esa enorme felicidad, surgida en los últimos días, que aun subsistía.  “Pero, ¿cómo evitarlo?”, se planteaban a menudo, especialmente Eduardo, al estar ante situaciones como estas, que traían al presente dichas memorias. “¿Alcanza con no pensar en eso?”, se decían uno al otro. Lo planteaba sobre todo el hombre, que recibía a modo de ayuda frases que atenuaban esos sentimientos, tales como “Los recuerdos, buenos y malos, viven porque se los alimenta” o “Vivir más o menos aferrado al pasado genera atraso”. Había funcionado anteriormente, y no tenían razones para dudar que esta sería una excepción. Así que, entre uvas y agua que ingerían a medida que la madrugada continuaba su curso, buscaron evadirse de esos pensamientos concentrándose en ese que era su futuro laboral para este año.
_Me costó esfuerzos nana más que al principio, cuando salimos en Mayo pasado – le contestó Isabel, cuando Eduardo le preguntara a ese respecto –. Fuera de eso, no hubo problemas. No estoy muy acostumbrada al trabajo de campo. Pero viéndole el lado positivo, eso ayudó a que hubiera cierto cambio, y que este no me resultara drástico. Me empezó a gustar a medida que fue pasando el tiempo durante esa y la siguiente investigación.
_No sabés como me alegra oírte decir eso – celebró su novio, con aplausos y un tono decididamente feliz –. Supe que iba a gustarte. Somos colegas, lo que significa que tenemos los mismos conocimientos y experiencias, y eso sin dudas te ayudó. Y a propósito, ¿nunca te planteaste la posibilidad de estudiar a fondo cualquiera de las demás ramas de la arqueología?... porque yo si.
A lo largo de su vida, sobre todo entes de su etapa de aprendiz de arqueóloga submarina, la novia de Eduardo había tenido numerosas ideas en lo referente a objetos de estudio, incluidas las profesiones de sus padres, los deportes de precisión y el modelaje. Al final, sobresalió, por cuanto le gustaba y apasionaba, la arqueología, y dentro de esta la submarina. Isabel tenía conocimiento de numerosas hadas que, habiéndose graduado en alguna profesión u oficio, habían vuelto a estudiar, animadas por ese gusto y admiración por el nuevo objeto de aprendizaje, arrastrándolo desde la infancia y adolescencia en unos casos y desde sus primeras etapas de aprendizaje en otros. En su caso, Isabel no había tenido jamás muchos otros objetos, excepto las otras especializaciones de la arqueología. Hoy, por ejemplo, tanto por pasatiempo como con motivo de aprendizaje, coleccionaba en cuadernos los recortes periodísticos donde se mencionaban a las disciplinas que conformaban la arqueología, artículos más o menos extensos que  de tanto en tanto aparecían en El Heraldo Insular y otros medios gráficos, resultando aquella en la principal prueba de su gusto por la arqueología como un todo.
_Definitivamente tendrías que pensarlo y analizarlo con todo el detenimiento – concluyó Eduardo, terminando con el agua y las uvas, y pensando de a ratos en otras cosas que le hubieran gustado tanto como para ir nuevamente a estudiar –. De seguro alguno de nuestros colegas podría tomarte como aprendiz… y a mi, de paso.
_Lo voy a pensar, como dijiste recién… y como dije yo antes – anunció el hada de fuego, usando un tono con el que dio a entender a Eduardo que no estaba haciendo ninguna promesa –. Cualquier cosa, tengo tiempo hasta el tres de Marzo /Nint número dos para decidirme del todo, porque ese día, en la mañana, es cuando los aprendices de las ciencias, de todas estas, empiezan a estudiar.
Cada “carrera” tenía su propia fecha de inicio, y las de las ramas en que estaban divididas las ciencias – físicas, matemáticas, geológicas… arqueológicas – correspondían al sexagésimo segundo día del año. Los “aprendices” tendrían, en el caso de aquellos que decidieran estudiar arqueología, que permanecer cuatro años en esa condición y luego otros doce meses con la especialización, entre estas la arqueología submarina.

_Creo que es lo acertado – apuntó su novio, procurando haberla alentado con esas últimas palabras, observando como amagaba a levantarse, pues el esperaba que esa fuera otra coincidencia entre los dos, a cualquier plazo –. ¿Qué estás haciendo, Isabel?.
_Sostené esto, por favor – Isabel le pasó el cenicero con las colillas, que le estorbaba, y se concentró en el recipiente, bastándole un vistazo fugaz para transformar en el finísimo polvillo los restos en su interior. Tomó l bata lila, el vestido acampanado y anunció –. ¿Podrías llevar eso a la cocina? – señaló el recipiente y el cenicero con la vista –. Mientas, yo voy a nuestro dormitorio a vestirme. Después nos encontramos en la sala y vemos en que forma pasar lo que le queda a la madrugada.
Dejó la silla con todos los modales de una dama, se anudó suavemente la bata a la cintura y tomó el calzado, sin descuidar esos modales.
_¿Y para caminar unos pocos metros desde acá hasta el ambiente de junto vas a ponerte esa bata lila?, ¿cuál es el objeto de eso? – se extrañó, con razón, su compañero de amores, levantándose también y secundándola en el cortísimo trayecto hacia la puerta, llevando con la diestra el cenicero y sosteniendo la fuente con la zurda. El hada de fuego se detuvo, girando ciento ochenta grados y enfocando sus ojos en Eduardo –. No le veo necesidad alguna.
_Eso es verdad, no la hay – reconoció Isabel –, pero esto, Eduardo, no es una bata.
_¿Ah, no?, ¿y qué es, entonces?.
_Un artículo muy eficaz contra “mirones”.
Eduardo entonces rió con cierta efusividad e Isabel tuvo otra vez ese enrojecimiento en las mejillas, en lo que volvía a tomar el rumbo hacia la puerta- Esa era una de las escenas más habituales por las noches o a la madrugada en La Fragua, 5-16-7, y su detonante siempre era el comentario a ese respecto.
_Isabel, ¿por qué te siguen dando vergüenza esas cosas cada vez que hablamos de o comentamos sobre ellas?. Es algo que no entiendo, hace cadi diez meses que somos novios, nos conocemos desde mediados de Enero pasado y además – Eduardo hacía el esfuerzo por reemplazar la sonrisa por un tono y semblante algo más discretos –… hicimos el amor hace un rato y no son pocas las veces en que te vi con muy poca o ninguna ropa.
_¡Nada más necesito un poquito de tiempo para acostumbrarme!., intentó defenderse Isabel, sintiendo aun el rubor y abandonando la habitación.

El cucú en una pared de la sala y la sonora campanada en el exterior anunciaron las tres de la mañana del dos de Enero /Baui número dos, el primer Jueves del año, y la pareja, sentada en torno a la mesa, apenas se sobresaltó con el ruido, estando concentrados en un juego muy parecido al hex, con piezas blancas y negras,  habiendo visto en el un medio práctico para pasar despiertos la madrugada, lo que a esta le quedaba, reconociendo que era además una forma eficaz para estimular sus intelectos. Tenían además dos tazas con un humeante té negro, la tetera llena con la misma infusión y el frasco con galletitas. “Esta si me gusta”, opinó Isabel, empezando a escuchar otro tema en el musiquero, una canción instrumental con un inconfundible aire romántico, subiendo un grado el volumen del aparato.
_Escuché solo fragmentos de algunas conversaciones – contestó Isabel, moviendo una ficha negra, del tamaño de una moneda de dos soles, hacia adelante –. Va a ser, si se lo quiere ver así, novedoso.
Ambas hadas (a Eduardo aun le costaba asumir esa identidad) hablaban de otro proyecto de construcción encarado por la empresa IMI – Industrias Musicales Insulares – a fines de la primera semana de Diciembre. En Enero iban a empezar a construir el Mercado Central de la Música, con decenas de comercios y unidades fabriles e incluso dos o tres estudios de grabación, en lo que habría de ser una inversión total de quinientos millones de soles. Lo llamativo, de ahí la pregunta de Eduardo, que su prometida calificó como novedoso, era que este nuevo polo fabril y comercial, cuya inauguración había sido prevista para mediados de año, no iba a estar en la “Calle de los Mercados Centrales”, sino en pleno centro urbano de Quince de Diciembre, uno de los barrios de la capital insular, al norte y noroeste, aprovechando un lote y unas pocas estructuras que quedaran abandonadas luego de la Gran catástrofe, y siguiendo el ambicioso plan de urbanización y modernización de la ciudad.
_Si sirve para urbanizar y modernizar lo veo con buenos ojos., opinó nuevamente Eduardo, viendo, como todos los demás, en ese nuevo proyecto una de las tantas obras monumentales que se estaban llevando a cabo dentro y fuera de la ciudad en diferentes locaciones.

Animándose al primer sorbo de té, y al tiempo que movía una ficha blanca, Eduardo pensó que no creía haber visto semejante proyecto de desarrollo y urbanización en ningún momento de su vida. Desde la aparición de los primeros boletines reales y anuncios en la prensa, estos con más o menos detalles, con los comentarios consecuentes, había advertido que esas inversiones y gastos a todos los plazos, cifras siderales por parte de los tres sectores (público, privado y mixto), implicaban la construcción, refacciones y modernizaciones de decenas de miles de estructuras de todo tipo a lo largo y a lo ancho del archipiélago, sin dejar de lado, por supuesto ¡, el cuidado ambiental, la conciencia ecológica y todas las banderas irrenunciables de las hadas. Ese proyecto gigantesco no era exclusivo del reino insular, ya que en todos se trabajaba en ideas similares o idénticas, de grandes obras y trabajos, e incluso se había empezado a planear, algo reciente aún en pañales, el proyecto para la producción en serie de Mï-Nuqt y Uc-Nuqt, pensando que la mano de obra podría llegar a ser insuficiente.
_Eso último no me termina de convencer del todo, y creo que habrá millones de hadas en Insulandia y los otros países que habrán estado de acuerdo conmigo., expuso Isabel, dando otro paso adelante en el juego, quitándole dos fichas blancas a su contrincante.
_¿Es por lo que pasó en la Guerra de los Veintiocho?., interpretó Eduardo, sin desanimarse por haber perdido un par de pieza.
Como todas las hadas, el había leído los sucesivos artículos aparecidos en los diversos medios gráficos, en los que se le hacía saber al público en general que habrían de producirse tantos de esos monstruos como fueran necesarios, y esa cifra podía tranquilamente superar o alcanzar los diez mil a la semana. La preocupación y el temor de los seres feéricos y elementales radicaba en la guerra más destructiva de todos los tiempos, en particular a una fecha dentro de ese oscurísimo período: el diecinueve de octubre, o Norg número quince en el calendario antiguo, del año cinco mil ochenta y cuatro, apenas pasados cinco años y medio de empezada la guerra, los combatientes de uno y otro bando habían decidido producir masivamente a tales monstruos, sus versiones primitivas, con el fin de aumentar numéricamente  e infringir mayores daños, cuantitativa y cualitativamente, a la infraestructura del otro grupo. Con el tiempo en la guerra, cayeron en la cuenta de cuan grave había sido ese erro, una equivocación por demás catastrófica, debido a la destrucción inenarrable y las decenas (¿centenas?) de miles de muertos que causaran los monstruos.
_Por esa única razón – corroboró Isabel, sorbiendo otro poco de té, cambiando un cilindro por otro en el musiquero y moviendo otra ficha negra – Cuando terminó la Guerra de los Veintiocho, la producción y usos de los mï-nuqt y uc_nuqt se regularon como no podrías imaginarte,  tal punto que en el cuarto de siglo posterior se convirtió en una rareza el verlos entre nosotros. Esos monstruos vivieron su época de oro en ese período y también su ocaso  - le bastó una mirada fija para encender otras tres de las velas –. Hoy apenas existen cinco mil en todo el mundo… bueno, en realidad cuatro mil novecientos noventa y nueve, porque la princesa Elvia, Kevin y vos destruyeron uno, aquel que estuvo en la Casa de la Magia. Todos tienen una tarea específica y van a cumplirla hasta que sean destruidos, sin importar cuanto pase después. Son como esos… ¿cómo los llaman los humanos?, ¿robots? – Eduardo contestó que si moviendo la cabeza –. Simple y sencillamente, al monstruo, o al robot, se lo crea, se le imparte la orden y listo. La cumple.
_Sigo sin comprender el origen de las preocupaciones – insistió su novio, mientras con una mano movía una ficha y con la otra llenaba nuevamente su taza –. La producción masiva de los monstruos es uno de los peores recuerdos en la memoria colectiva e individual de todos los seres feéricos y elementales, de acuerdo. Pero, aun con eso, no va a ser distinto ahora?. Esta vez ni los uc-nuqt ni los mï-nuqt van a crearse, no importa su cantidad, para enviarlos a la guerra (espero), sino para contribuir al desarrollo de la sociedad en todos sus aspectos. Esencialmente, para trabajar.
_Lo que preocupa es el número y nada más – puntualizó Isabel – Los expertos de la COMDE que van a estar a cargo van a ser los únicos autorizados en nuestro país para crearlos.
Y concluyó diciendo que se pondría el logotipo de la empresa productora en la frente de los monstruos, para conocer cual era su origen. Si no había un sello allí, habría una falta seria y la División de Misterios tendría que descubrir la procedencia, a los infractores y por qué estos lo habrían hecho. Una medida de seguridad necesaria, y además de identificación.
_Sospecho que a la larga, las personas de nuestra especie y los otros elementales van a librarse de esas preocupaciones, ver con buenos ojos a los dos tipos de monstruos y acostumbrarse a verlos y tenerlos ente nosotros, entre todos, en cada ámbito en que se los vaya a ubicar – vaticinó Eduardo unos minutos más tarde, dando por perdido el juego. Las dos fichas blancas que le quedaban no tenían oportunidades contra las seis negras de Isabel –; cuando vean que sus aplicaciones van a ser solamente civiles.
_Yo soy una escéptica con respecto a eso – volvió a admitir el hada de fuego, ganando el juego al cercar las últimas piezas –. El recuerdo de los monstruos masivos fue tan devastador que aun se lo tiene con temor. Quiero decir que es algo que nunca fue superado del todo. Seguro que va a pasar eso que dijiste, sobre el acostumbramiento, pero mientras tanto vamos a tener más escepticismo o menos. Y ni hablar los ilios, que ya pusieron el grito en el cielo aun sin tener la certeza de que efectivamente vaya a existir algún día la producción en serie.
Durante el curso de la Guerra de los Veintiocho, alrededor de cuatro millones y quinto de esos seres habían caído a manos de los monstruos creados por los científicos y otros expertos del MEU. Los ilios, con el resentimiento y su odio como banderas, habían protestado “por las dudas” ante gran parte de los organismos públicos insulares y de los otros países del continente, en las oficinas de esas reparticiones establecidas en Iluria, el sector oeste-noroeste centrálico. “No van a hacer más que eso”, postuló Eduardo, sabiendo que los ilios eran lo bastante inteligentes (aunque no lo aparentaran) como para no alzar los puños en contra de las hadas, a menos que tuvieran todo a su favor. “Creo que si, pasó lo mismo cuando volvió Iris”, añadió Isabel.
_Respecto de la producción en masa de los monstruos, no tenemos otra cosa que hacer que esperar.

Con esa sencilla frase, y en lo que demoraron en guardar el juego en su caja y reunir las piezas del juego de té, oyendo los últimos pasajes de una canción folclórica, Eduardo e Isabel dieron por terminado ese tema. Uno y otro consideraban que hacer menciones orales directas o indirectas acerca de los ilios no era ni por error una linda y entretenida forma de pasar la madrugada, ni tampoco para este que era el segundo día del año. “¿Ahora qué?”, llamó el hombre un rato más tarde, en la cocina, echando un vistazo por la ventana y hallando el típico paisaje de mitad de la madrugada, incluida una bandada de vampiros en vuelo rasante y lento bajo las copas. No era solo la madrugada, porque no habían armado un solo plan para ningún momento de este día.
“La primera vez en todo”, coincidieron al unísono, cuando, a eso de las cuatro y cuarto, ocuparon la mesa en la sala y se concentraron de nuevo en el álbum familiar de fotografías, las cuales mostraban a Isabel desde que era un bebé en los brazos de su madre, hasta el último trimestre del año pasado, cuando fuera retratada por última vez en compañía de su hermana, su futuro cuñado y su novio. Así, uno y otro contaron, a veces con detalles y otras sin estos, sus primeras experiencias con el tabaco y el alcohol, dos productos de consumo masivo para las hadas (el tabaco por muy poco no formaba parte de la canasta básica general); el primer día de clases, grupal en el caso de Eduardo en todos los niveles educativos e individual en el caso de Isabel; sus primeras salidas nocturnas, cuando se dieran cuenta que la infancia estaba dejándole su lugar a la adolescencia; la primera vez que participaron en una elección, habiendo ambos cumplido los dieciocho sus primeros instantes siendo completamente adultos; el día en que advirtieron que estaban viendo al sexo opuesto con un sentimiento que iba más allá de la amistad, algo que en el caso de la dama fue particularmente fuerte y definitivo a inicios del año pasado, cuando conociera a quien hoy era su prometido; sus primeros empleos; las primeras distinciones por algo encomiable que hubieran hecho; la primera vez que recibieron una paga por un trabajo realizado…
“Lo dicho, todo”, repitieron tres cuartos de hora más tarde, después de haber hecho ese repaso a fondo (otro de los tantos) de esas primeras veces y, por consiguiente, de sus vidas. Siempre sacaban numerosas conclusiones, observaciones y opiniones al hablar de esos temas, y la de ahora, esta madrugada que los encontraba solos en la sala, no era la excepción. Aceptando el hecho de que concentrándose con más o menos firmeza en esos temas los haría caer, potencialmente, en aquello que las hadas buscaban evitar (vivir de los recuerdos, añorando con mayor o menos fuerza momentos que no iban a  volver), no dejaban de ver en ello, así lo definían, “un refugio”. Pensaban, por ejemplo, que esos recuerdos de su pasado, momentos particulares de este, eran un excelente complemento para su actual estado sentimental y sus emociones, algo que contribuyera a mantenerlos siempre felices y de buen ánimo. “Tenemos opiniones encontradas”, precisó Isabel, no hablando únicamente por su novio y ella misma, sino por la raza feérica como un todo. Como con todo lo demás, las hadas requerían solo de voluntad y dedicación para superar ese conflicto y hallar el punto de equilibrio entre las dos posturas. “El mío si, y podés contar con mi ayuda cuando la necesites”, indicó Isabel a Eduardo, en el momento  que este le dijera que esa clase de temas nunca fueron su fuerte, y que lo poco que sabía acerca de ellos provenía de ese trabajo extenso y complejo del que fuera autor intelectual en pleno y material en parte.
_Hay decenas de lugares que nos ayudan en ese aspecto disperso por todo el planeta. Emociones en conflicto, problemas psicológicos y esa clase de… “malestares”, si se los quiere llamar así, tienen una o varias soluciones. Solo hay que proponerse mejorar y listo – advirtió la hermana de Cristal, viendo la foto oficial del casamiento de sus padres, lo que la indujo a agregar, sin apartar, al principio, del todo esa imagen –. Cuando les pasó aquel accidente que los transformó en almas solitarias quedé destruida, sumida en un pozo depresivo y tristeza muy grandes. Si, Eduardo, siendo tan joven podía comprender todo lo que les había pasado y como serían sus existencias desde ese momento. Requerí de la ayuda de los mejores expertos del Consejo SAM para superarlo. De esa época dató mi miedo a volar. ¿Recordás que lo mencioné en nuestra primera salida, el día que despertaste? – “Si”, contestó Eduardo, afirmando además con la cabeza. Ese fue uno de todos los problemas que tuve. También Cristal los tuvo, aunque el suyo fue un caso menos complejo. Es cierto lo del llanto cuando fue el accidente, pero no hubo algo yanto o más llamativo que eso en cuanto a sus reacciones. Era muy joven. Cristal fue capaz de superarlo y reponerse mucho más rápido que yo, y hasta pude aprender de ella, imitándola. Esa es una deuda muy grande que creo no voy a poder pagarle.
Vieron ambos otro de los beneficios de tener una familia en aquel apoyo anímico, cuando tuvieron que hacerle frente a ese complejo y triste desafío, uno que desde el inicio las convirtiera en personas famosas. Las hermanas se quedaron solas desde el mismo instante de la transformación de sus padres, por más que estos no se hubieran ido del todo. “No es lo mismo”, decían a menudo, cuando les hacían recordar que Iulí y Wilson aún estaban entre la población. Era cierto que el matrimonio había quedado con vida luego del hechizo fallido, a medio camino entre uno y otro lado de la puerta (una de las definiciones más acertadas de lo que eran las almas solitarias), pero bastante limitados, restringidos a la sede central del banco Real de Insulandia, aquel lugar donde quedaran sus últimos vestigios físicos. Las permanencias fuera de ese lugar tuvieron que ser limitadas, ya que corrían el riesgo de desaparecer su hubiera pasado lo contrario. Cristal e Isabel crecieron sabiendo eso, y por tanto fueron habituales y muy frecuentes sus visitas y permanencias a la colosal estructura piramidal y la telaraña de corredores bajo la superficie, siendo nenas, adolescentes y adultas. En esas reuniones no se comportaban diferente a como lo hubieran hecho si Wilson e Iulí no fueran almas solitarias, y el momento triste era siempre el mismo: cundo las chicas debían abandonar el lugar y volver a Barraca Sola.
_Ninguna de las dos estuvo sola, eso marcó la diferencia – apreció Eduardo, llevándola nuevamente al sofá, rodeándola y abrazándola con el brazo izquierdo luego de sentarse. Gestos como ese eran muy valiosos para el hada de fuego –. Toda la comunidad estuvo allí para ayudarlas y contenerlas. Tuvieron, me dijiste, una nodriza que asumió el rol de madre sustituta. Empezando por ella, decenas de hadas habrán hecho el firme compromiso de protegerlas y velar por su integridad, ¿fue así, no es verdad? – estando reviviendo en su mente el día en que se convirtiera en adulta, Isabel no respondió, pero su novio ya conocía la respuesta. Interpretando el silencio como lo que en verdad era, un “si”, continuó hablando –. Lo fue hasta que tu mayoría de edad te permitió hacerte cargo de Cristal Aun después de ese día, las dos siguieron teniendo el apoyo de la comunidad, por si lo hubiesen necesitado. Iulí y Wilson tuvieron emociones y sentimientos casi o directamente iguales a los de ustedes. Nos lo dijeron a Kevin y a mi ese día en que los conocí, mientras duró la reunión, y también cuando ellos e Iris nos hablaron del recuerdo recuperado. Nunca, me dijeron, estuvieron así  de contentos, existiendo la posibilidad de restaurarse ellos, y también Iris y las otras almas solitarias del mundo.
La proeza en la Casa de la Magia, ese alejado rincón cuya llegada y salida podían llegar a ser potencialmente mortales, fue sin dudas el acontecimiento cumbre por excelencia del pasado año y, coincidía el común de las hadas, uno de los más importantes desde el Primer Encuentro. Gracias a ese evento, que ya figuraba en Ecumenia (la recopilación de los eventos de mayor relevancia y trascendencia), el grupo familiar formado por Wilson, Iulí, Isabel y Cristal, por extensión también Eduardo y Kevin, había alcanzado notoriedad y fama a escala mundial y sus nombres pasaron a formar una parte ineludible en las conversaciones y figurar en los artículos periodísticos, con notas que fueron más extensas en los primeros días, algo que ya venía pasando desde mucho antes: mediaban las hazañas deportivas de Wilson, la belleza física de Iulí, el excelente desempeño de Isabel en el MRA, la inteligencia de Cristal, el real origen e Eduardo y la fortaleza física de Kevin. “Y esa es una cualidad de cada uno”, pensó el novio de Isabel, ya con los primeros rayos solares apareciendo allí afuera.  Reconoció que el embarazo, cuando tomara estado público, no haría más que incrementar la fama de las antiguas almas solitarias.
_Por emociones, sentimientos, circunstancias y estados como esos es que la familia fue, es y será algo, una institución, tan importante. Eso lo noté en mis primeros días en esta situación.  Quiero decir, cuando ellos tuvieron ese accidente – reflexionó Isabel, sonriendo a causa de esa dicha, la de tener una familia consolidada –. Tener a alguien de tu misma sangre al lado, hablo de Cristal, es algo muy positivo. Y cuando nuestros padres volvieron, ¡con ese accionar suicida! – el hada de fuego aun no olvidaba lo que pensó y sintió cuando su novio, Kevin y la princesa Elvia describieron su “aventura” –, sentí, esto es algo que ya afirmé varias veces, que ese último vestigio de tristeza que nos quedaba dentro de nosotras por fin estaba yéndose. Cuando los vi cruzar el umbral de la puerta, supe que todo iba a ser diferente. Y lo fue, sin dudas. Desde ese momento no tengo un solo motivo para sentirme desdichada o triste. Y el hecho de conocer que voy a tener un hermano o hermana dentro de nueve meses… bueno, contribuye significativamente a mantener bien en alto ese ánimo. Ese mar de felicidad en el que estoy nadando es gigantesco.
Y enumeró una a una las razones que la condujeron a ese mar. “Estás entre todas, por supuesto”, dijo sonriente. La llegada a su vida de este “alienígena”, porque eso había sido Eduardo hasta que la reina Lili le concediera los poderes que ahora poseía, el pasado dos de Abril, sin dudas que había estado entre lo más positivo del año anterior, tanto como el mismo regreso de sus padres. Pronto iba a cumplirse el primer aniversario del día en que Isabel conociera a Eduardo, en la playa, y ese momento era uno de los más dichosos para ella en toda su vida, tanto que había estado insistiendo con que fueran a aquel lugar cuando llegara la fecha, para rememorar la jornada. El hombre contestó que si al pedido, aunque sabía que en su memoria habría lugar solo hasta el momento en que se acostara sobre uno de los bancos y cubriera con las toallas. Estaría en blanco su mente en ese lapso transcurrido hasta la primera semana de Marzo.
_Respecto a ese momento – empezó a plantear el hombre, dándose cuenta de como en la calle andaban las hadas en ambas direcciones. Pasados los días de la Transición, había que retomar las actividades laborales. Algunos con suerte tendrían vacaciones por lapsos de hasta un mes antes de que llegara aquel día –… pueden describirme con lujo de detalles cada cosa, importante o no, que haya pasado en relación a mi en esos cincuenta días, incluso repetirlo tantas veces como hagan falta. Pero no voy a recordar nada. Yo no viví ese lapso, Isabel. Todo cuanto haya pasado no quedó registrado en mi memoria. Aunque, en realidad, pienso que lo único importante fue mi gradual recuperación, algo que le debo a cada una de las hadas que participaron en ella, incluida vos. Y hablando de mi, de ese momento que pasé en el océano… dijeron que recuperaron en mi un fragmento de megalodón. ¿Cómo lo hicieron?, ¿y cómo sobreviví al contacto con ese depredador?.
_Como sobreviviste va a ser un misterio entero, Eduardo, porque como bien sabés, hay muy pocas posibilidades de que algo que se cruce en su camino no termine dentro de sus mandíbulas – dijo Isabel –. Quizás el megalodón no te vio ni advirtió, que es lo más probable. Nadia y yo concluimos eso cuando recuperamos el fragmento. Un roce y eso fue todo. Ese resto, una escama, quedó adherido a tu piel. Las chicas y yo no quisimos desecharlo, porque se nos ocurrió pensar que podría llegar a ser de utilidad algún fía, y lo fue. Se lo dimos a la reina Lili, que actuó con el personal de la fábrica de pociones e insumos mágicos y la COMDE, para crear estos poderes que tenés ahora. ¿Ya hablamos de eso, no?.  Haber sobrevivido al paso de semejante depredador es otro de los eventos que hacen de vos una persona famosa.

 Había sido justamente ese evento el que indujera a las hadas a pensar que de Eduardo podían esperarse cosas grandiosas. Algo aquel día pasó que permitió que este ser humano desconcertado pudiese llegar a la costa. El contacto con el súper predador estaba entre lo más llamativo en torno a el. ¿Cómo había sobrevivido?. Todas las teorías se centraron en que el animal simplemente quiso ignorarlo. “Tal vez ya hubiera comido”, postularon algunas hadas; “Tenía problemas en los sentidos”, apostaron otras; “Perseguía a una presa más grande y llamativa”, arriesgaron otras más. Como fuera, Eduardo había escapado con total éxito a este desafío que le fue desconocido hasta tres meses y medio después, cuando las hadas le contaran de donde provenían aquellos poderes que la reina la diera.
_Me gustaría saber que es eso que los nuestros esperan de mi, que cosa es lo que esperan que haga – planteó Eduardo, más para si mismo que para Isabel –. Cuando fue la Gran Catástrofe hice lo que me pareció correcto para demostrar valor y valía. Salvé la vida de una mujer a quien además ayudé a dar a luz, y lo hice muy bien según las opiniones de Nadia y sus colegas. Y a mediados del año pasado expuse nuevamente mi vida para llevar a la práctica un trabajo hecho hacía milenios, y gracias al cual Iris pudo recuperarse por completo. Isabel, ¿cuál es tu opinión?, ¿habrán sido esas cosas lo que las hadas esperaron que yo hiciera?.
_No digo esto para desanimarte, pero no lo creo – dudó la hermana de Cristal –. Sin dudas que esos eventos sirvieron para demostrar tu arrojo y valía, pero no estoy convencida de que sean, al menos no del todo, esas hazañas que esperamos. Suman muchísimo, eso está fuera de toda discusión, pero no son suficientes. Creo que esto también es cuestión de tiempo. Esperar a que llegue el momento indicado para hacer eso que, se supone, va a ser tan grandioso como creemos. Otra razón, supongo, para visitar el Vinhae. Tal vez las respuestas se hallen en ese lugar.
Otrora una estructura dedicada a la religión y la espiritualidad, el Templo del Agua era hoy un lugar destinado al estudio y la comprensión del elemento agua y todo cuanto estuviera directa e indirectamente ligado a el, además de ser uno de los más import6antes atractivos turísticos insulares. Isabel estaba entre las hadas que sostenían y creían que su novio podría evacuar allí todas sus dudas. “Tal vez esas cosas que esperamos están relacionadas con el elemento agua”, aventuró.
_Pues si es así no tenemos más que esperar a que llegue el quinto día del mes, es cuando vamos a ir allí, mi primera visita – se entusiasmó Eduardo, pensando en aquel lugar –. Como sea, la estadía en ese lugar va a tener su lado bueno. Esas posibles respuestas o entretenimiento. Incluso puede que las dos cosas. Salimos bien temprano y nos quedamos allí hasta que se haya asentado la noche.
La hija mayor de Wilson e  Iulí reaccionó con una sonrisa al aceptar su novio la idea de ir al Templo del Agua por un motivo que fuera más allá que pasear y entretenerse. “¡Eso quería escuchar!”, se alegró Isabel, demostrando tal efusividad que con ello hizo que se encendieran todas las velas en la sala.
_Cualquier cosa estoy yo, para usar el agua y sofocar el incendio que podrías crear de seguir con reacciones como esa.
Aunque gruñendo, Isabel no dejó de sonreír con esa broma.

_Vamos a terminar con esto, los de CONLISE podrían pasar antes del mediodía., quiso Eduardo, tomando una de las cajas con los restos y desperdicios de los días de ceremonias.
Pasadas las cinco y media, estaban nuevamente con esas cajas repletas. Habiéndolas asegurado con cintas y cuerdas, decidieron que cumplido el primer cuarto del día las dejarían en el acceso a la vivienda. “De eso estamos viendo los últimos días”, dijo Isabel, conociendo que otro de los signos de urbanización planeados para Del Sol y todos los otros lugares habitados del reino consistía en la instalación de cestos parta la basura en las casas particulares. “Otro aspecto común con el lugar en el que crecí”, aportó Eduardo, sabiendo que las cuadrillas empezarían a instalar esos cestos desde la segunda semana de Enero.
_Hicimos una marca ordenando y limpiando toda la casa en tan poco tiempo. Más de dos días y un máximo de ocho personas, y sin embargo este ambiente y los demás quedaron en impecables condiciones. No podemos quejarnos – celebró el hada de fuego, abriendo la ventana y echando en el exterior una reducida cantidad de polvillo, todo lo que quedó de las uvas que estuvieron comiendo en el dormitorio –. A propósito de eso, ¿viste que no era tan difícil hacer esta parte de las tareas domésticas? – la sola imagen en su mente de Eduardo limpiando la hacía reír con cierta efusividad. Tampoco en la sociedad de las hadas era demasiado habitual ver a un hombre colaborando con ese tipo de quehaceres –. Tendrías que hacerlo más seguido.
_Hace un rato estuvimos hablando de esas hazañas que se esperan de mi… espero que no sea eso – ironizó Eduardo, contemplando, como cada mañana, el magnífico paisaje en el decimosexto bloque del barrio –. Perdón… – se excusó, al detectar como su novia gruñía levemente de nuevo –, pero me parece que es más cultural que otra cosa. Algo típico, por definirlo de alguna manera.
Isabel sabía que eso era cierto. Había tareas domésticas que eran típicas (“Pero no exclusivas”, pensó con una sonrisa) de cada sexo, y la limpieza era una labor históricamente encomendada al femenino.
_Pero no exclusivas., repitió, esta vez en voz alta.
_Es cierto, no exclusivas – coincidió Eduardo, no muy entusiasmado. Sus ofrecimientos voluntarios para formar parte de esas tareas habían quedado remitidas a las ocasiones y fechas solemnes, como l cumpleaños doble y la Transición, y, aunque lo hizo bien y sin protestar, sintió cierta incomodidad y extrañeza. Creyó que no estuvo en su elemento –. Yo me siento más cómodo con las otras tareas, hablo de los arreglos y refacciones. Eso si es lo mío. Por ejemplo, cuando quedó atrás la Gran Catástrofe disfruté mucho ocupándome de dejar esta casa otra vez como nueva, al menos hasta donde alcanzaron mis conocimientos en los oficios como la albañilería y la carpintería. Y es lo que hice cada vez que fue necesario, lo que además me fue útil, para ampliar mis conocimientos en esos oficios.
El experto en arqueología submarina (otra cosa que lo unía a Isabel) todavía recordaba esas largas horas, sobre todo en la primera quincena de Abril, subido al techo a cuatro aguas, arreglando el entramado de vigas y tablas, tapando las goteras y colocando las nuevas tejas, aprovechando la experiencia y los conocimientos adquiridos en el pasado. Isabel estuvo a su lado esos días, demostrando que para una mujer no era tan complicado, sino más bien raro – cuando hubo que hacer reparaciones habitualmente llamaron a una cuadrilla del Consejo IO, si era algo complejo – dedicarse a ese tipo de tareas, tan características de los hombres.
_En eso, cada uno de nosotros podría aprender del otro – visualizó Isabel, llevando una de las cajas, ya asegurada, a la sala, en tanto su prometido llevaba la otra –. Es algo que ni vos ni yo hicimos ni aprendimos del todo el año pasado, porque no demostramos un interés real. Es cierto que pusimos voluntad y esfuerzos, pero se ve que no resultaron suficientes. ¿Cómo fue, en ese aspecto, tu vida, después que perdiste a tu familia?. Me contaste varias veces, pero, ¿?pudiste aprender y acostumbrarte a arreglarte sin ayuda?.
_Fue difícil solamente al principio. De cualquier forma, no me quedó otra que aprender, y rápido – contestó Eduardo, trayendo otro poco de recuerdos al presente, incluyendo el de las primeras veinticuatro hora en que estuvo solo en su casa, tras la muerte de los últimos familiares que le quedaban, en el curdo de la primera década del nuevo siglo –. Vivir solo no fue, no es y no va a ser una tarea fácil, ni tampoco agradable. No era que antes de quedarme solo no hice fuerzas ni para respirar, es decir no fui un completo vago, pero haber tenido un grupo que hiciera todas esas cosas con mi ayuda o sin ella, fue algo genial, Simplemente, trabajo en equipo.
_Me gustaron esas últimas palabras – elogió su compañera sentimental, aplaudiendo y albergando esperanzas que hizo públicas –, y representan una buena señal, y esta me lleva a eso que dije sobre aprender. Tenés tus conocimientos y yo los míos, simplemente hay que compartirlos. A la medianoche vi un buen ejemplo de que si te interesa podés hacer una de las tantas tareas del hogar que son cosa casi exclusiva de las mujeres. Y al mediodía del último día del año pasado hiciste tu parte en la preparación del almuerzo. Creo que al final no va a resultarte tan… “culturalmente complicado”, darme una mano en los quehaceres. ¿Voy a poder contar con vos de aquí en adelante?.
Eduardo se esforzaba por conservar la calma, porque aquello le parecía demasiado, y no era eso una broma.
_Está bien –aceptó finalmente, cerrando la puerta que conectaba la sala con uno de los ambientes de junto –, tenés mi palabra. Pero te aviso que durante los primeros días me va a resultar todo muy raro. Darte una mano en la cocina, con la limpieza y eso. Quien te dice que a lo mejor termino reconociendo que no era tan malo como pensaba, tan culturalmente complicado, como dijiste recién – y dijo, no con intenciones de obtener una contraprestación –. ¿Y yo voy a poder contar con tu ayuda en esas tareas tan típicas de los hombres?.
_Por supuesto que si – le contestó el hada de fuego, otra vez haciendo desaparecer su aura,. Con lo que el color violeta se trasladó a sus ojos –. Y pienso lo mismo de ellas que vos de mis tareas. Puede que no sea tan complicado como parece. Trabajando los dos juntos las cosas van a resultar más fáciles y llevaderas. Hoy mismo podemos empezar, cuando haya que preparar el almuerzo. O tal vez a la noche, me gustaría comer afuera el día de hoy. ¿Te parece que almorcemos en El Tráfico?.
_Algo distinto, para romper la rutina. Muy bien, Isabel. Acepto. Comamos afuera al mediodía.
Así dieron por concluido el tema sobre las labores domésticas y todo aquello de cuanto vinieron hablando desde que despertaran del merecido y justificado sueño apenas comenzado este día. “Al final pudimos pasar la madrugada”, contestó el hombre desde el exterior, sacando otra de las cajas, y volviendo al interior unos pocos segundos luego.
_Me gustaría dedicarle una hora o una y media a esos proyectos de los que hablamos el treinta y uno – contestó Isabel, no bien empezado su acostumbrado desayuno, té con galletitas, al preguntarle Eduardo sobre con que cosas podrían mantenerse ocupados durante la mañana –, y en base a eso armar en mi mente los primeros proyectos. Quizás podría contemplar aquellos que ya visualizamos. ¿Y vos?, ¿qué vas a hacer?.
_Pensaba ir a Plaza Central, Zümsar me pidió que le diera una mano para ordenar parte del inventario de su negocio – informó Eduardo – Abre a las ocho, así que voy a tener tiempo para prepararme y quedar presentable. Además, quisiera ver en que condiciones quedo ese barrio después de la ceremonia de la Transición.
El hada de fuego, en el otro lateral de la mesa, en la sala, dudó, arqueando las cejas, y por eso fue que llamó:
_Eduardo…
_¿Si?.
_Se que vas a ver a Zümsar porque los escuché hablando la noche de nuestro cumpleaños, unos pocos fragmentos, pero…
_Te aseguro que no, Isabel – interrumpió su novio, confirmando la franqueza con gestos faciales y la mirada –. Ni el ni yo vamos a hablar ni teorizar acerca de esos extraños incidentes que hoy investiga la DM. Y además, eso fue idea tanto de el como de Iris, ver esas antigüedades podría serme útil para conocer el pasado más o menos reciente de Insulandia. Creo que acertaron con eso – y quiso afirmar –. Quedate tranquila, no vamos a concentrarnos en eso.
_¿En serio?, me alivio de verdad, porque desde aquel día en que ambos compartieron el dormitorio en el Hospital Real sospecho que no solo le dedicaron el tiempo a hablar de esa batalla que sostuvieron a principios de Diciembre – reconoció el hada de fuego, con sus ojos de color violeta, al haber trasladado a ellos su aura –. No me consta, pero pienso que Zümsar está investigando por su cuenta el incidente de aquella vez, y de paso el tuyo. Y la verdad es que estoy deseando que los expertos de La DM los resuelvan primero, porque creo que si nuestro amigo lo hace antes las cosas van a ponerse complejas. Esto si me consta, porque dijo que va a darles su merecido a los culpables, no importa cuantos sean ni de cual especie.
_¿Sería capaz?.
_Absolutamente. Las hadas del rayo tienen un temperamento comunicado, sobre todo cuando son víctimas de cualquier clase de agresión intencional. Y no dudo de que Zümsar va a acribillar a descargas al o los responsables  no bien confirme quienes fueron – ratificó Isabel –. Y tiene a Iris de su lado, lo cual hace que se compliquen las cosas.
_¿Qué pensás vos? – pidió Eduardo una opinión a la dama, tras otro sorbo de té y con los oídos atentos. Allí afuera habían pasado los empleados de la CONLISE, llevándose las cajas de la puerta –. De su caso y el mío, hablo. ¿Pudieron haber sido los ilios?.
El hombre había atado cabos a ese respecto.
Esos seres no tenían ninguna simpatía ni admiración por otros individuos que no fueran ellos mismos. Los demás, incluso (sobre todo) las hadas, eran enemigos, y con más razón lo era alguien no solamente ajeno a su comunidad, la ilia, sino también ajeno al planeta, no nacido en este. Eduardo ya tenía la sospecha de que no le caía bien a esos individuos desde que, camino al Banco Real de Insulandia, sintiera cerca suyo el olor desagradable, que delataba la presencia de un ilio presuntamente en una misión de seguimiento. “Pero, ¿por qué lo harían?”, planteó en su mente, en referencia a la transformación involuntaria mientras el e Isabel estaban en un campamento. Los ilios no se hubieran arriesgado atacando a o buscando causar algún daño, mucho menos borra del mapa, a una persona que gozaba de la simpatía del poder político insular, en quien además confiaban mucho la reina Lili y la princesa Elvia, a no ser que hubieran estado absolutamente seguros de que pudieran obtener aquello que buscaran. “Todas las cartas a su favor”, continuó diciendo en silencio, y buscando puntos en común entre su incidente y el de Zümsar. Lo único que había podido deducir era que, siendo las del rayo algunas de las hadas más fuertes, quien hubiera ejercido ese semejante control sobre una de ellas habría sido tranquilamente capaz de causar grandes estragos e incluso haber dejado heridos y fallecidos.
_lo dudo, no los creo capaces de tanto – contestó Isabel, habiendo buscado convencimiento con esas palabras. A ese respecto, un pequeño rincón de su mente, sin embargo, estaba considerando lo contrario – Con todo el daño que sufrieron en la Guerra de los Veintiocho, y con la memoria que tienen, no se atreverían a atacar a las hadas porque conocen, y muy bien, lo que eso podría depararles, en caso de que fracasaran. Tampoco a los demás seres elementales, por los mismos motivos – y, buscando confirmación, fue que quiso pedirle a su novio –. Eduardo, quiero tu palabras de que cuando llegues al comercio de antigüedades y encuentres a Zümsar se van a dedicar al inventario del negocio y no a hablar de esos extraños incidentes que los tuvieron como protagonistas y víctimas. Solo así me voy a poder quedar tranquila.
Su novio contestó con la verdad.
_Lo prometo, repitió, con sinceridad.
Isabel sonrió, sintiendo tranquilidad.
_Yo confió mucho en la DM, porque se como trabajan allí y conozco sus logros y heroísmos. Dejemos que esos expertos hagan las investigaciones, veamos que es lo que descubren – prefirió, incorporándose. Tomó la bandeja con los elementos usados en el desayuno y puso rumbo a la cocina. Eduardo la imitó y fue tras ella. Colaborar en la limpieza de los utensilios, advirtió, era parte de lo que habían estado hablando más temprano –. y procedamos nosotros en base a esos descubrimientos.
“Por supuesto que estoy alarmada”, pensó. Isabel sabía tanto como cualquier otro ser feéricos que ambos incidentes podrían tener el mismo responsable. Por lo pronto, el personal de la División de Misterios (DM) ya había descubierto el origen de la pérdida del conocimiento en los dos hombres, y ahora estaban trabajando en las otras dos preguntas clave: ¿quién o quiénes? Y ¿para qué?. Isabel no tenía idea de como reaccionaría su novio si se llegara a confirmar la participación de los ilios en su accidente y el de su amigo, pero no iba a arriesgarse. No diría una palabra de cualquier cosa que pudieran contarle  ella los médicos y el personal de la DM hasta no estar cien por ciento segura de cuales serían esas reacciones. “Y espero que no cometa una locura”, deseó, echando las tazas y cucharas a la pileta.


Eduardo estuvo de vuelta en La Fragua, 5-16-7 apenas unos segundos antes de que fueran las once y media, y encontró a Isabel ya lista para salir, en la sala, leyendo sus anotaciones sobre las nuevas ideas. El hada de fuego, esperando el regreso de su amado, había decidido pasar el tiempo con los primeros proyectos para el terreno, recurriendo a todo cuanto hubieron de hablar ambos componentes de la pareja, Wilson, Iulí, Kevin y Cristal. “Estoy en la sala en un momento”, le hizo saber. Fiel a su palabra, mientras estuvo en el comercio de antigüedades no se habló una palabra de los incidentes; allí se dedicaron los dos hombres, junto a los empleados, a ordenar en las estanterías e inventariar centena de artículos. Tal cual lo habían vislumbrado el e Isabel, las calles aun tenían todas las evidencias de la tan monumental ceremonia de Transición, y quienes más destacaron, a causa de su número, fueron los empleados de ambos sexos de la Dirección de Barrido y Limpieza, dependiente del Consejo EMARN. Los vaticinios de SAM también se cumplieron, y, pudo conocer Eduardo, en el Hospital Real había doscientos heridos que estuvieron llegando desde las últimas horas del treinta de Diciembre. “Tuvimos que hacer malabares para poder meter a un ornímodo en este lugar”, le dijo uno de los médicos, señalando un sector específico de la planta baja, donde debía de estar aquel enorme ser elemental. Y, durante el viaje del comercio de antigüedades a su casa, (Las Dalias, 17-21-11 a La Fragua, 5-16-7), Eduardo confirmó que únicamente era cuestión de días para que las hadas y otros seres elementales, la mayoría al menos, retomaran sus actividades cotidianas. “Es un ciclo”, reconoció, cundo en pleno viaje detectara una cuadrilla de IO llevando a cabo obras en un bloque, en vistas del proyecto de urbanización de la Ciudad Del Sol.



FIN





--- CLAUDIO --- 

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