_Ya casi estoy lista, Eduardo. Solo dame uno
o dos minutos más., le pidió Isabel desde el interior de su dormitorio, sin
haber tenido que elevar demasiado el tono de su voz, cuando el hombre la hubo
de llamar por segunda vez en el último cuarto de hora.
Apenas habían pasado las nueve en punto del
siete de Marzo, y, finalizada ya la recorrida minuciosa por la vivienda, el
hada y su huésped se estaban preparando para otro paseo por la ciudad, al que
pensaban extender hasta que las estrellas y la Luna ganaran su lugar en la
inmensidad del cielo. No sabían a ciencia cierta si iban a poder conocer muchos
lugares importantes (Eduardo lo haría), incluidos unos pocos que quedaban en
este barrio, pero de ello harían el intento. Para el arqueólogo, todo lo que
pudiera haber allí valdría la pena, porque en su caso se trataba de un lugar
(la Ciudad Del Sol como un todo) que hasta no hace un día ignoraba que existía.
Aun teniendo a su disposición las puertas espaciales, y habiendo optado por
llevar la bicicleta de Isabel, para hacer más corto el tiempo que les demandara
ir desde un lugar hasta otro, coincidieron en que lo único viable era hacer una
visita superficial a cada uno de los lugares a los que pudieran llegar. Eduardo
aguardaba en el pasillo, con los brazos cruzados y apoyado contra el muro que
daba a la habitación de la anfitriona, mientras hacía un repaso en la mente de
la ruta que el y su nueva amiga habían diagramado durante la cena de ayer y el
desayuno de hoy.
Té negro con galletitas de chocolate, uno de
sus favoritos.
“Otro gesto o aspecto característico, las
hadas cocinan muy bien”, fue la conclusión del experto en arqueología
submarina, sentenciando que el desayuno había sido igual que la cena (no
importaba el cierto exceso de sal): un manjar del que no se podía desperdiciar
una gota ni una migaja.
_Ayer dijiste que eras un hada cuyo atributo
o don era la belleza, ¿no es verdad? – llamó Eduardo –. A la tarde, poco
después de que yo despertara y la reina Lili, Nadia y vos se presentaran. Y
esta mañana lo repetiste dando ejemplos prácticos, durante el desayuno y
mientras estuvimos conociendo a fondo (yo lo estuve) cada ambiente y espacio de
esta vivienda.
_Si, Eduardo, eso es cierto. Yo soy un hada
de la belleza, uno de los atributos más atípicos e inusuales en mi especie –
reafirmó la hermana de Cristal –. ¿Por qué?.
_Porque en ese caso tu belleza es algo
natural. Quiero decir que por naturaleza sos una mujer hermosa, y mucho –
puntualizó Eduardo, con sinceridad y firmeza, cerrando los ojos para
concentrarse en eso. Desde el primer momento, al despertar y verla a pasos de
el, Isabel le había parecido una mujer muy bonita y agradable a la vista – Si
no estoy en un error, ya pasaron más de treinta minutos desde que dimos por
finalizada la recorrida por tu casa. Siendo ansioso o no siéndolo, ¿cómo puede
ser posible que a mi me haya resultado suficiente nada más que con un quinto de
hora, o un poquito menos, quedar listo para este nuevo paseo, y a vos, que
naciste siendo linda, te haya demandado más del doble ese lapso y…?.
_Lista., interrumpió la anfitriona,
enrojecida como pocas veces antes, o como ninguna, y halagada por el piropo de
su flamante amigo, el decimoséptimo en lo que iba de este día, desde que
despidieran a Cristal hasta que el hada se encerrara en su dormitorio tras la
recorrida por la casa.
Isabel asomó la cabeza por la puerta,
apoyando una mano en el marco, y salió al pasillo, sonriendo para ocultar el
enrojecimiento.
También en esta oportunidad distaba bastante
de ser un hada que estuviera ajustada a aquel estereotipo que tenía y conocía
Eduardo. Botas cortas negras de un material semejante al cuero con cordones y
taco corto eran su calzado, en tanto que la vestimenta, igual de impecable, se
remitía a una camisa blanca hecha con una tela muy liviana, con bordados y
mangas cortas, y otro pantalón, este corto, de tela de jean, de una tonalidad
muy oscura del azul, tan nuevo que parecía recién salido de la fábrica textil.
Llevaba también un gorro, del mismo color que su aura (lila), con la visera
cubriéndole la frente, y, a modo de adorno, el bello prendedor de oro en la
correa del bolsito cruzado negro que estaba cargando. Sus majestuosas alas
estaban inmóviles y su aura estática, sin oscilar ni variar en su brillo e
intensidad. Tomó la mano que había tendido hacia adelante su amigo y empezaron
a caminar.
Hubo silencio, consecuencia de la ansiedad en
ese corto trayecto desde el pasillo hasta la sala principal de la casa.
_Bella, como siempre – opinó con bastante
acierto (con todo acierto, mejor dicho) el hombre, efectuando una meticulosa
observación del hada de la belleza, quien volvió a girar sobre su eje para
exhibirse, como una modelo –. Ojalá nunca se te ocurra cambiar, Isabel, porque
eso sería francamente lamentable – una vez más adquirieron el tono rosado las
mejillas de la anfitriona, reacción que fue acompañada por una sonrisa por lo
bajo – Me disculpo por lo de hace un rato, por las muestras de impaciencia. Es
simplemente que… bueno, se debe justamente a eso, Isabel. No hay otra cosa que
la impaciencia. Seguro que a vos te pasaría lo mismo, exactamente lo mismo, si
hubieras despertado de pronto y te enteraras que tu creencia es una realidad.
Creo, y estoy casi seguro, que van a pasar varios días antes que me haya
acostumbrado a vivir en este lugar. ¿No estás molesta u ofuscada a consecuencia
de esas reacciones mías, o si?.
_En absoluto, Eduardo. No lo podría estar,
porque comprendo y entiendo tu estado anímico y lo que estás sintiendo. Y si, a
mi me pasaría exactamente lo mismo – trató de tranquilizarlo la dueña de casa,
ejerciendo el rol de amiga… ¿o de consejera?. No le costaba nada de esfuerzo a
esta hermosísima hada de aura lila advertir como el experto en arqueología
submarina (su “colega”), a su planeta llegado como implicancia de un accidente
natural azaroso, quien estaba estrenando uno de los pares de zapatos y parte de
la indumentaria que le obsequiaran en señal amistosa los seres feéricos del
sexo femenino (un concepto o nombre a veces interpretado de una forma
incorrecta, debido a que en este planeta y en esta sociedad, el término “hada”
se aplicaba también a los individuos del sexo masculino), parecía detenerse a
pensar, a veces con extremo cuidado, y seleccionar las palabras antes de
pronunciarlas, en el grueso de los casos. Lo había hecho desde la tarde de
ayer. Tal vez lo estuviera haciendo con el propósito firme de no incomodar ni
ofender a la mujer que tan amablemente y de manera voluntaria le brindaba
alojamiento, ni para lastimar de una u otra forma sus sentimientos –. Te
aseguro que no me molesta ni incomoda para nada. Y a propósito de eso, me
parece que a Elvia le va a dar un gusto muy grande el conocerte. Ya lo hizo, de
hecho, pero vos estabas sin conocimiento.
_¿Quién es ella?., quiso saber con algo de
curiosidad el originario de Las Heras, ya en la sala, y ocupando una silla.
Eduardo casi se estaba arrepintiendo de la
indumentaria que había seleccionado minutos atrás en el dormitorio, y se
preguntó, en silencio, con razón, si no estaría a tiempo de cambiarse. Las
altas temperaturas habían logrado sobrevivir a la feroz tormenta y amenazaban
con azotar durante toda la jornada a más de las cuatro quintas partes de la
población en todo el reino insular. Pensó que si no era hoy lo haría en la
semana, pero compraría ropa liviana usando algunas de esas monedas que le
habían obsequiado las hadas.
_ Es la única hija de la reina Lili, y por lo
tanto la princesa heredera del trono en nuestra patria. Estaba con Nadia,
Cristal y conmigo aquella mañana de Enero en que te encontramos en la cabaña
costera – contestó Isabel. La felicidad que estaba experimentando y sintiendo
parecía funcionar como un incentivo y acelerador para su (ya enorme) belleza
física, en la cara particularmente, y daba señales claras de no detenerse allí.
¡Eso que todavía no había dado comienzo el paseo pensado para esta jornada! –.
Las chicas y yo le pedimos que se ocupara de informar a su madre sobre lo que
estaba pasando, o que estaba empezando a pasar, de nuevo, y después las dos se
turnaron el tiempo para usar el Espectador en tanto nos quedaron las reservas
finales del “Agua de la vista”, para ver lo que ocurría en tu lugar de
nacimiento con respecto a tu situación, con respecto a vos. La princesa
heredera mostró un interés particular en tu persona, Eduardo, desde que hizo
aquello por primera vez. Aseguró que por fin, aunque sin habérselo propuesto,
había encontrado a alguien digno de ella. A un semejante, porque te vio como
uno desde el principio, con quien competir y rivalizar.
Eso la animaba y le hacía sonreír.
El solo motivo por el que hubieron de surgir
esa rivalidad y competencia hizo que nuevamente esbozara una sonrisa, a la vez
que procuraba – no tenía mucho interés en hacerlo – conservar el tomo y
semblante serios. Terminó por llevarse ambas manos a la boca y mirar en otra
dirección.
_Todas las hadas y los demás seres
elementales que conocemos y tenemos un trato y contacto diarios con la princesa
heredera Elvia consideramos y sostenemos que de ninguna manera podría existir
un lugar dentro y fuera del reino de Insulandia más desordenado que su
habitación en el bloque sur, en el Castillo Real – informó el hada de la
belleza, en tanto trataba de serenarse - ¡Ja!, pero eso fue hasta que ella y
nosotros supimos como era tu casa. Y no lo tomes a mal, por favor, Eduardo. Es
solo que me hizo reír esa comparación – dejó de reírse –. “si existe una
persona peor que yo en este aspecto”, fueron las palabras de la princesa, y es
desde ese momento que está deseando conocerte. Ahora se encuentra en el
Extranjero, haciendo visitas de Estado en los otros países de este continente,
y no creo que le vayamos a ver el pelo durante lo que queda del mes de Marzo –
se ubicó frente al espejo, para darle los últimos retoques a su cabellera –.
También es un hada de fuego, eso lo heredó de la reina Lili. Es una de las
mejores amigas que tenemos Cristal, Nadia y yo, aunque entre la heredera y mi
hermana y yo hay algunos años de diferencia; prácticamente crecimos juntas, y
es una persona maravillosa. Te va a caer más que bien (espero) cuando la hayas
conocido, y cuando requieras de su ayuda no te la va a negar. Además es la
consejera de Cultura de nuestro reino.
_¿Segura?.
_Segurísima.
Eduardo ni en sus sueños se lo habría podido
tomar para mal. La verdad no ofendía, de modo que no tuvo reacciones negativas
al enterarse de la rivalidad y competencia con la heredera al trono insular.
Riendo también levemente, y en tanto verificaba el contenido en sus bolsillos
(monedas de oro, el reloj y un atado de cigarrillos) dijo:
_Si es cierto que mi casa en Las Heras estaba
un poquito desordenada, Isabel, pero nada más que eso – todo estaba en orden en
sus bolsillos –. No me demandaría más de veinticuatro horas dejarla en un
estado que fuera presentable.
Antes de abandonar su morada en el oeste
bonaerense para iniciar sus vacaciones, su vivienda había, el así opinaba,
quedado en buenas condiciones respecto al aseo, la manutención – las condiciones
estructurales – y la higiene. Las excepciones, ponía voluntad en recordar, eran una huerta para uso doméstico a medio
terminar, pilones un tanto desordenados de libros en la sala de estar, la
pintura descascarada en el interior del estacionamiento, un gallinero vacío que
pensaba reparar tras su regreso a Las Heras, para volverlo a ocupar, y el
césped algo crecido. Nada que uno o dos días no pudieran solucionar.
Me gustaría saber en qué condiciones se
encuentra en este momento., deseó profundamente.
_Supongo que en las mismas condiciones en que
la dejaste – arriesgó la anfitriona, pensando en eso, por lo que agregó – Estás
pensando que las hadas no reaccionamos de buena manera al observar ese
panorama. Pero no lo hicimos. Fue una sorpresa y nada más. Es verdad que mi
especie y yo vemos al desaseo como una falta, hoy leve pero falta al fin, pero
en tu caso no aplica, porque no sos uno de los nuestros, un ser feérico. Y si
me das la oportunidad de decirlo, Eduardo, creo que a tu vivienda no le vendría
nada mal, sino todo lo contrario, una presencia femenina que fuera más o menos
permanente.
El arqueólogo tragó saliva.
_¿Presencia femenina?.
_Si, presencia femenina; una mujer viviendo en esa casa. Eso le podría
conferir a tu hogar un aspecto más… animado, si se quiere – opinó Isabel. Su
cabello estaba impecable, y el mechón rosa le caía sobre la frente. Ocupó otra
de las sillas y agregó –… o le hubiera conferido. Una persona del sexo femenino
que hubiera contribuido con los quehaceres domésticos de todos los días, por
ejemplo… ¡pero que no se hubiera ocupado ella de hacer todo el trabajo! –
exclamó… por las dudas –. Más allá de esos detalles menores, tu casa fue y
sigue siendo muy bonita, aunque… – soltó un leve gruñido, mirando a Eduardo a
los ojos –, no me gustó para nada ese afiche con el que decoraste tu
dormitorio.
Aquella lámina de un metro por setenta
centímetros mostraba a dos mujeres, una sentada y la otra de pie, con lencería
erótica y haciendo sugestivas poses, mirando directo a la cámara que las había
retratado.
_Un gusto que me quise dar cuando heredé la
vivienda., se defendió el hombre, encogiéndose de hombros.
_Gustos son gustos, de acuerdo, pero ¿por qué
será que a los hombres les “emociona” tanto esa clase de demostraciones?. Y usé
el verbo emocionar para sonar elegante – e informó a su amigo – En nuestra
sociedad y la comunidad de seres feéricos esas publicidades gráficas y ese tipo
de… ¿ropa?..., son relativamente nuevas, porque no tienen más de seis décadas.
Un parpadeo por demás insignificante en nuestra historia. Hasta ese momento lo
que más se le acercaban eran las promotoras de tal o cual artículo con trajes
ajustados y escotes más o menos pronunciados… en fin. Eso ya forma parte de nuestro
acervo cultural, y está muy arraigado.
_Que bueno que eso forme parte de…¡ay!.
Isabel gruñó sin omitir el leve codazo, al
tiempo que esbozaba una sonrisa y ambos desocupaban sus asientos. De sobra
sabía que Eduardo estaba acostumbrado, y nada, disgustado, por esas
demostraciones.
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
CONTINÚA
--- CLAUDIO ---
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